Alimento para el olvido - Álvaro José Martínez Cortés - E-Book

Alimento para el olvido E-Book

Álvaro José Martínez Cortés

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Beschreibung

Una familia con un pasado escabroso intenta vivir con normalidad. La fachada de su casa es vandalizada día tras día. Nunca logran dar con la persona responsable. Están al borde de la desesperación. En el fondo, saben que algo ha cambiado. Nada volverá a ser como antes. Tarde o temprano, lo oculto siempre emerge.

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Inicio

Álvaro José Martínez Cortés

Alimento para el olvido

Obra ganadora del XVI Concurso de Dramaturgia Inédita del Teatro Nacional de Costa Rica

PERSONAJES

ÁNGEL – Jubilado, sabe que su fin se acerca. Algo en él no está bien.

EMILIA – Esposa de Ángel. Se encuentra al borde.

CLAUDIA – Hija de Ángel. Ya está grande para seguir viviendo con sus padres.

NINO – Niño del barrio.

ESPACIO

Toda la acción transcurre en la cocina de la casa de Ángel, el corazón de la casa. Es un lugar austero. Hay una ventana que da al patio de afuera y a la calle (que no vemos). Una puerta corrediza de vidrio da a un pequeño jardín interno lleno de macetas donde Ángel pasa gran parte del día. La única puerta, que más bien es un umbral, da al resto de la casa; concretamente, a unas escaleras por donde se sube a los cuartos. Lo que sucede en los cuartos de arriba se oye en la cocina por esos misterios azarosos de la acústica.

ACTO ÚNICO

1

LUZ.

Cocina. Ese único espacio de la casa que de algún modo es de toda la familia.

Emilia y Ángel desayunan.

EMILIA.— Anoche gritaste.

ÁNGEL.— No me di cuenta.

EMILIA.— Me pareció que te levantaste.

ÁNGEL.— No. ¿Te desperté?

EMILIA.— No.

ÁNGEL.— ¿Cómo sabés que grité?

Se oyen ruidos de arriba.

EMILIA.— Tiene hambre.

ÁNGEL.— Acabo de darle comida.

EMILIA.— Pero todavía tiene hambre.

ÁNGEL.— (Violento). Es mejor que no vuelva a comer.

Los ruidos de arriba cesan de golpe.

EMILIA.— ¿Le habrá pasado algo?

ÁNGEL.— Si no puede ni moverse.

EMILIA.— El otro día llegué y se había dado vuelta; le estaba costando mucho respirar.

Silencio.

ÁNGEL.— Son ruidos. A veces juega.

EMILIA.— Me preocupa que se haga daño. Voy a verlo.

Sale.

Entra Claudia.

CLAUDIA.— La pared de la entrada está pintada.

ÁNGEL.— No, la limpié ayer por la tarde.

CLAUDIA.— Vengo de la calle. La volvieron a pintar.

ÁNGEL.— Hijos de puta.

Ángel sale.

Entra Emilia.

EMILIA.— Está con mucha hambre.

CLAUDIA.— Hola.

EMILIA.— Hola

CLAUDIA.— Volvieron a pintar la entrada.

EMILIA.— ¿Qué hago? Está con hambre. ¿Le doy de comer?

Claudia se encoge de hombros.

Los ruidos se escuchan más fuerte, algo parecido al llanto.

CLAUDIA.— A papá no le gusta que le des tanta comida.

EMILIA.— ¿Otra vez? Tu papá va a volver a limpiarla para que la pinten de nuevo.

CLAUDIA.— Galletas no.

EMILIA.— Son para mí.

CLAUDIA.— Entonces, no te las llevés.

Silencio.

Emilia ríe.

EMILIA.— ¿Y desde cuándo vos me das órdenes a mí?

CLAUDIA.— No son órdenes. Ya te ha dicho que galletas no. Lo ponen violento… nervioso. Se pone inquieto y…

EMILIA.— Unas poquitas no le van a hacer nada.

Breve silencio.

CLAUDIA.— No le digás nada, dejalo que vuelva a limpiarla. A él lo tranquiliza. Aunque la pinten de nuevo.

EMILIA.— Vos a mí no me decís qué hacer. Menos si vas a andar con la cabeza así.

Emilia vuelve a subir.

Entra Ángel.

ÁNGEL.— ¡Malditos carajillos pachucos!

CLAUDIA.— ¡Basta! No grités.

ÁNGEL.— Los voy a matar cuando los agarre.

CLAUDIA.— No los vas a agarrar. Calmate.

ÁNGEL.— ¡Te cortaste el pelo!

CLAUDIA.— Tratá de calmarte, estás agitado.

ÁNGEL.— ¿Cuándo? ¡Te cortaste el pelito! Ahora que entraste yo… ¡Tu pelito!

CLAUDIA.— ¡Basta! ¿Estás bien?

ÁNGEL.— Tengo sed, nada más. (Le toca la cabeza). ¿Cómo no lo noté?

CLAUDIA.— Estás muy pálido.

Breve silencio.

ÁNGEL.— Dame agua.

Claudia le sirve un vaso y se lo da.

Ángel la observa y le toca la cabeza de nuevo.

ÁNGEL.— La había limpiado ayer. Tardé dos horas.

CLAUDIA.— Yo sé. La podemos limpiar entre los dos. (Pausa). Desde que entré lo traía así.

ÁNGEL.— ¿Ya te vio tu mamá?

CLAUDIA.— Subió a darle galletas.

ÁNGEL.— Se va a… ¿Galletas? Le dije que no le dé galletas.

CLAUDIA.— Me rapé hoy en la mañana.

ÁNGEL.— (Gritando hacia el piso de arriba). ¿Podés bajar?

EMILIA.— (Desde arriba). Dame un momento.

ÁNGEL.— (Siempre gritando). Te dije que no le des comida, ¡carajo! ¿Ya viste a Claudia?

EMILIA.— (De arriba). ¡Sí! Se cortó el pelo.

ÁNGEL.— ¡Se rapó!

EMILIA.— (De arriba). Ya bajo.

ÁNGEL.— (A Claudia). Siempre decís eso y termino limpiando solo. (Le acaricia la cabeza como buscando su pelo).

CLAUDIA.— Me levanté temprano y quise cortármelo.

ÁNGEL.— (Ríe). Parecés un chiquillo.

CLAUDIA.— No parezco eso.

ÁNGEL.— (Grita arriba). ¡Emilia! ¡No le des más comida!

EMILIA.— (Desde el cuarto de arriba.) ¡Voy, dejá de gritarme!

ÁNGEL.— ¿Por qué galletas?

CLAUDIA.— Lo que pasa es que tu esposa es siniestra. Vos no te das cuenta de nada porque pasás todo el día con esas plantas de porquería, pero mientras cortás tu jardincito ella se mete al cuarto de él y lo deja hacer lo que le da la gana. Nunca te das cuenta de nada. (Pausa corta). Todo el día en el jardín. Siempre le está subiendo comida, no puede aguantarle los berrinches ni cinco minutos sin darle de comer. Además, le grita.

ÁNGEL.— Jamás le ha gritado.

CLAUDIA.— Le grita.

ÁNGEL.— Él la quiere mucho a ella.

CLAUDIA.— No la quiere, lo que pasa es que sabe que puede manipularla para que le dé comida.

ÁNGEL.— Él la reconoce y entiende todo lo que le dice.

CLAUDIA.— No entiende nada.

ÁNGEL.— Todo lo entiende. Reconoce su propio nombre. Lo llamás y te vuelve a ver. Cuando ella le habla, él entiende.

CLAUDIA.— Hasta los perros reconocen su propio nombre. Te estoy diciendo que si él pudiera la mata. Lo que pasa es que no sabe cómo. Y a vos también. Un día los va a matar a los dos.

ÁNGEL.— Estás muy alterada, calmate.

EMILIA.— (Desde la entrada de la cocina). Yo nunca le he gritado.

Silencio largo.

EMILIA.— ¿Para qué le decís esas cosas a tu papá?

CLAUDIA.— Sí le has gritado.

EMILIA.— Yo soy la única aquí que se preocupa por él. ¿Cuándo fue la última vez que subiste?

CLAUDIA.— No sé porque no me importa. Por mí podríamos echarlo.

EMILIA.— ¡No te atrevás a hablar así! Él es parte de esta casa tanto como vos. Tal vez más.

CLAUDIA.— Yo soy tu hija.

ÁNGEL.— ¡Basta las dos! No hagamos un problema.

EMILIA.— No, el problema lo hace ella que nunca sabe obedecerte, y vos que la consentís en todo. Y ahora con la cabeza así ya se perdió por completo. (A Claudia) Te ves como la hija de cualquiera. ¿Por qué nos hacés esto?

CLAUDIA.— Quería cortarme el pelo.