Altas Dosis - Jeff T. Bowles - E-Book

Altas Dosis E-Book

Jeff T. Bowles

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  • Herausgeber: MobiWell
  • Kategorie: Ratgeber
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2017
Beschreibung

La primera edición española de este libro —un éxito de ventas en Estados Unidos en su versión electrónica— presenta los últimos descubrimientos realizados sobre la «milagrosa» vitamina D3 desde una perspectiva poco convencional. Con un estilo ameno y riguroso, Jeff Bowles guía al lector en una interesante trama de hechos científicos y experiencias personales derivadas de sus «peligrosos» experimentos. Él mismo explica en sus páginas el porqué de este libro: «Cuando comprendí que 4.000 UI diarias no eran suficientes para mí, decidí someterme a un “peligroso” experimento, desoyendo el consejo médico que tantas veces había escuchado en años anteriores: “tomar demasiada vitamina D es peligroso”. Comencé directamente con 20.000 UI/diarias (50 veces más que la dosis supuestamente segura) y más adelante subí a 100.000 UI/diarias (250 veces más de lo recomendado). Y ¿qué creen que me ha sucedido en los últimos diez meses? ¿Acaso he muerto? ¿He enfermado? No, todo lo contrario. Este libro describe en detalle los resultados de mi experimento así como los riesgos que deben evitarse. Además presenta una nueva teoría, sencilla y elegante, que explica por qué Altas Dosis de vitamina D3 pueden prevenir —e incluso curar— muchas de las enfermedades y problemas de salud que padecemos desde los años 80… es decir, desde el momento en que los médicos nos aconsejaron no exponernos al sol y utilizar siempre protectores solares. Así es como surgieron esas grandes epidemias a las que nos enfrentamos hoy en día: obesidad, autismo, asma y muchas otras. La teoría es muy sencilla: la vitamina D3 es una hormona que produce la piel cuando se expone a la radiación solar. Por tanto, no es realmente una vitamina… simplemente recibió un nombre equivocado cuando fue descubierta. Cuando nuestras reservas de vitamina D3 escasean, nuestro cuerpo comienza a prepararse para un periodo de hibernación comiendo desmedidamente, ralentizándonos para ahorrar energía e incluso provocando depresiones para evitar que salgamos de casa. De hecho, la disminución del nivel de vitamina D3 es precisamente la señal que indica a un oso que ha llegado el momento de hibernar. Si el cuerpo espera una escasez de recursos —lo que antaño era frecuente en invierno—, de modo natural comienza a preservarlos para más adelante. Esto desencadena un fenómeno que he denominado el “síndrome de reparación incompleta” y que es responsable de la mayoría de las enfermedades humanas, exceptuando las causadas por mutaciones genéticas espontáneas o por el envejecimiento. Con Altas Dosis de vitamina D3 puede tratarse un gran número de dolencias: esclerosis múltiple, asma, 17 tipos de cáncer, lupus, artritis, trastornos cardiacos, obesidad, depresión, párkinson y muchas más. La mayoría de los médicos estudia varios años y después se dedica a aplicar los conocimientos adquiridos en lugar de seguir aprendiendo. En cambio, yo he dedicado más de veinte años al estudio de las enfermedades y el proceso de envejecimiento; durante diez años pasé doce horas diarias en la biblioteca de la facultad de medicina revisando estudios clínicos y trabajos científicos. He publicado tres artículos científicos importantes en una revista especializada que cuenta con cinco Premios Nobel en su equipo de redacción. Los editores valoraron mis trabajos como extraordinariamente interesantes y de gran importancia para la medicina».

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Jeff T. Bowles

Altas dosis

Los efectos milagrosos de dosis extremadamente altas de vitamina D3. El gran secreto que la industria farmacéutica quiere ocultarle.

Título de la edición original: «The miraculous results of extremely high doses of the sunshine hormone Vitamin D3»

Primera edición, 2017

Traducción: Manuel Lucas Gómez

Revisión: Daniel González Colinas, Amelia Pérez Cazorro

Diseño de cubierta: Doug Wolfe

Maquetación: Inna Kralovyetts

Impresión: LitoStamp Printers, Barcelona

Representación comercial: Momentum Dynamic S.L., Barcelona, Españawww.momentumdynamic.es; [email protected]

www.mobiwell.com

© Mobiwell, Immenstadt, Alemania 2017

No se permite la reproducción total o parcial ni la copia de este libro sin el permiso por escrito de la editorial.

ISBN: 978-3-944887-39-5

EXENCIÓN DE RESPONSABILIDAD DE LA EDITORIAL

Los consejos del autor reflejados en este libro no constituyen una recomendación médica y no pueden sustituir esta. Por favor, consulte a su médico antes de aplicar los siguientes consejos. Nuestra editorial no asume ninguna responsabilidad por los posibles riesgos derivados de la toma de dosis insólitamente altas de vitamina D3.

De qué trata este libro

La medicina oficial es una ratonera, al menos para los pacientes. La mayoría de los médicos estudian algunos años y luego ejercen su profesión únicamente para ganar dinero. No les interesa seguir aprendiendo.

En cambio, yo he dedicado más de veinte años al estudio de las enfermedades y el proceso de envejecimiento; durante diez años pasé doce horas diarias en la biblioteca de la Facultad de Medicina revisando estudios clínicos y trabajos científicos. He publicado tres artículos científicos importantes, y, de hecho, en una revista especializada que cuenta con cinco premios Nobel entre sus editores. El equipo de redacción calificó mis trabajos de extraordinariamente interesantes y de gran importancia para la medicina. Muy bien, estas son mis referencias…, pero ¿de qué trata este libro que tiene entre sus manos?

Un día comprendí que 4000 UI1 diarias de vitamina D3 no eran suficientes para mí. Entonces decidí someterme a un «peligroso» experimento, desoyendo el consejo médico que tantas veces había escuchado en los años anteriores:

«NO TOME DEMASIADA VITAMINA D3 —¡ES PELIGROSO!».

La dosis recomendada es de 400 UI diarias, pero yo comencé directamente con 20 000 UI, es decir, 50 veces más. Después de unos cuatro meses elevé la dosis a 50 000 UI (125 veces más que la dosis supuestamente «segura») y, más adelante, a 100 000 UI (250 veces más de lo recomendado).

¿Cómo me ha ido en los últimos diez meses?, ¿he muerto?, ¿he enfermado? No, al contrario. Mi terapia con altas dosis de vitamina D3 durante un año ha curado todas mis dolencias crónicas…, y algunas de ellas llevaban torturándome durante más de 20 años.

Mi «cadera en resorte» (coxa saltans), que me ha estado causando dolores durante 23 años y que ningún médico sabía remediar, se ha curado completamente. ¡Se acabaron los dolores y los chasquidos!La tiña de las uñas u onicomicosis, un hongo amarillo que me crecía bajo las uñas de los pies, resistió obstinadamente durante 20 años todos los tratamientos. Pues bien, diez meses de vitamina D3 en altas dosis han devuelto a mis uñas un color saludable: ahora están perfectamente sanas. Un abultamiento óseo en el codo que me hacía parecer Popeye el Marino, se ha disuelto totalmente. Mi codo tiene ahora el mismo aspecto que hace 20 años. Durante 15 años mis hombros artríticos no han parado de crujir y doler, impidiéndome lanzar correctamente una bola de béisbol. Esta dolencia también ha desaparecido, y ahora lanzo la bola cuatro veces más lejos que antes. Un quiste sinovial en mi muñeca resultó imposible de subsanar durante cinco años. Ahora se ha reducido del tamaño de una bola de golf al de un guisante, está duro como la piedra, no duele y sigue encogiéndose.Un pequeño quiste subcutáneo decoró mi rostro durante 20 años. ¡Ahora ha desaparecido! A todo esto se suma que, sin recurrir a ninguna dieta, he reducido mi peso de 92 a 81 kilos.

En las páginas siguientes describiré en detalle los resultados de mi experimento y le informaré sobre posibles riesgos. Además, presentaré una nueva teoría, sencilla y elegante, que explica por qué una terapia con altas dosis de vitamina D3 puede prevenir o curar todas las epidemias y problemas de salud que padece la humanidad desde los años 80, es decir, desde el momento en que los médicos aconsejaron por primera vez no exponerse al sol y utilizar siempre protectores solares. Esta es precisamente la causa de muchas enfermedades comunes a las que nos enfrentamos hoy en día: adiposidad (obesidad), autismo, asma y muchas otras.

La teoría es muy sencilla: la vitamina D3 es una hormona que produce la piel humana cuando se expone a la radiación solar. Por lo tanto, no se trata en absoluto de una vitamina, simplemente, recibió un nombre equivocado cuando fue descubierta. Cuando el nivel de vitamina D3 es demasiado bajo, el cuerpo intenta prepararse para el invierno comiendo desmedidamente; además, ralentiza todos los procesos vitales para ahorrar energía, e incluso provoca depresiones para evitar que salgamos de casa. Por cierto, la disminución del nivel de vitamina D3 es, precisamente, la señal que indica a un oso que ha llegado el momento de la hibernación.

Si el cuerpo espera una escasez de recursos debida al invierno, de modo natural comienza a preservarlos para más adelante. Esto desencadena un fenómeno que he denominado el «síndrome de reparación incompleta», que es responsable de la mayoría de las enfermedades humanas, exceptuando las causadas por mutaciones genéticas espontáneas y por el envejecimiento. Con altas dosis de vitamina D3 pueden evitarse o tratarse un gran número de dolencias: esclerosis múltiple, asma, 17 tipos de cáncer, lupus, artritis, trastornos cardíacos, obesidad, depresión, párkinson y muchas más.

¡Escribí la primera versión de este libro en solo cuatro días!

Cuando me senté a escribir este libro, enseguida me di cuenta de que el trabajo avanzaría rápidamente y casi por sí solo, sin bloqueos creativos u otras dificultades. Desde el principio supe que me llevaría solamente unos pocos días.

Esto se debe a que estaba, y estoy, totalmente entusiasmado con la idea de relatar a mis lectores mi «peligroso experimento» (como los médicos lo denominaron) y las conclusiones a las que he llegado. Estaba impaciente por escribirlo todo.

Breve resumen del contenido

Me gustaría comenzar sirviéndole unos entrantes especiales para despertar su apetito por este libro. A través de mis experimentos personales y de las numerosas pesquisas y reflexiones que he realizado sobre el tema, he llegado a una teoría de D3 muy concisa que destaca por su elegante sencillez. Para ello, solo he tenido que conectar algunos hechos simples y aplicar el sentido común. A pesar de su sencillez, esta teoría podría explicar las causas de muchas enfermedades y problemas de salud de los seres humanos y, posiblemente, ayudar a prevenirlos. Como he mencionado antes, quedan excluidas las enfermedades causadas por el envejecimiento y los síndromes derivados de las mutaciones genéticas. Todas las demás dolencias, según mis investigaciones, parecen evitables o curables mediante la aplicación esporádica y meticulosa de una terapia con dosis extremadamente altas de vitamina D3.

A continuación voy a exponer los hechos y las ideas más importantes de lo que yo denomino el «síndrome de hibernación humano». Su causa principal es que el cuerpo no recibe suficiente luz solar y, por tanto, se comporta como si debiera prepararse para el invierno.

Hecho 1:

¡La vitamina D3 no es una vitamina! En realidad, se trata de una hormona secoesteroide que actúa prácticamente sobre todas las células del cuerpo provocando una modificación de la expresión génica. Los receptores de la vitamina D3 están presentes en todas las células.

Hecho 2:

La vitamina D3 es la forma hormonal activa de la vitamina D. En el pasado, los seres humanos obtenían la mayor parte de la dosis necesaria de vitamina D3 exponiendo su piel al sol. La luz solar activa una forma inactiva de la vitamina —muy parecida a D3 y compuesta de colesterina— y la transforma en una hormona funcional (previamente hay una serie de pasos intermedios en el hígado y en los riñones, pero en este contexto podemos olvidarnos de ellos). Las vitaminas D2 y D1 son formas menos efectivas de la hormona y pueden obtenerse de las plantas a través de la alimentación; por ejemplo, comiendo hongos que han sido expuestos a radiación ultravioleta. En general, D1 y D2 se consideran versiones sintéticas, más débiles y menos valiosas de la hormona animal D3. (Por cierto, muchas hormonas se forman a partir de la colesterina, por lo que se las denomina hormonas esteroideas o esteroides; es el caso de D3, la testosterona, el estrógeno, la DHEA, la progesterona y el cortisol. A nivel estructural, son todas muy parecidas entre sí, las diferencias son mínimas).

Hecho 3:

En los soleados meses de verano, la piel humana produce, por regla general, mucha más vitamina D3 que en los oscuros meses invernales. Actualmente, la alimentación es la fuente principal de D3 para muchas personas, aunque antaño obtenían la mayor parte de la D3 necesaria mediante la luz solar.

Hecho 4:

El déficit de vitamina D3 está relacionado con un gran número de enfermedades y trastornos médicos. Centrémonos por ahora en la obesidad, la depresión, la artritis y la propensión a resfriarse.

El razonamiento es sencillo: en primavera y en verano, el cuerpo humano se expone con más frecuencia e intensidad a la radiación solar, por lo que su nivel de vitamina D3 es alto y está en continuo aumento. Como consecuencia de la evolución, el cuerpo sabe que en esta época hay comida abundante, que los días son largos y que todo está bien. D3, la hormona del sol, comunica al cuerpo que puede quemar tranquilamente una gran cantidad de energía y emprender diferentes actividades, ya que hay suficientes alimentos y fuentes de vitaminas disponibles. Por tanto, D3 nos proporciona muchísima energía; eleva el nivel de actividad, reduce la sensación de hambre y nos mantiene sanos (sobre esto hablaré en detalle más adelante).

Cuando llega el invierno en el hemisferio norte, la producción de la hormona del sol D3 disminuye drásticamente en las personas que viven en las latitudes septentrionales. Gracias a la evolución, el cuerpo sabe que se encuentra ante una posible escasez de alimentos, lo que antaño ocurría con frecuencia en invierno. (Sobre el tema de la escasez de alimentos en invierno me viene a la memoria la Expedición Donner. En el invierno de 1846/47 este grupo de colonos se vio sorprendido por una tormenta de nieve en las montañas de la Sierra Nevada norteamericana y quedó atrapado durante meses. Para sobrevivir, los colonos recurrieron al canibalismo. Solo se salvaron 48 de los 87 miembros iniciales).

Si usted fuera un oso que habita en el norte, un nivel bajo y decreciente de D3 le indicaría a su cuerpo que debe prepararse para la hibernación. En los osos negros norteamericanos, por ejemplo, el nivel de vitamina D3 en verano es de 23 nmol/l (o 10 ng/ml), y durante la hibernación desciende a 8 nmol/l (3 ng/ml). La disminución de D3 se compensa a través de un fuerte aumento de una forma inactiva de la vitamina D; en el caso del oso, mediante la pseudovitamina D2. El oso se prepara para la hibernación comiendo todo lo que puede a fin de ganar el máximo peso posible y poder sobrevivir al invierno. En el caso de las osas, el aumento de peso entre el nivel mínimo del verano y el nivel de la hibernación llega, a menudo, al 70 %. Hay muchos mamíferos que hibernan, como los mapaches, las mofetas, las marmotas canadienses, las ardillas listadas, los hámsteres, los erizos y los murciélagos. La mayoría de los reptiles y los anfibios pasan el invierno en la llamada brumación [un estado parecido exteriormente a la hibernación, pero metabólicamente diferente], mientras que los cocodrilos y los caimanes son capaces de sobrevivir en la estación oscura sin alimentarse durante meses. Aparentemente, la hibernación2 es una reacción desarrollada de tanto en tanto por todos los animales o por sus antepasados evolutivos. Por consiguiente, es muy probable que nosotros, los seres humanos, también tengamos un mecanismo de hibernación ancestral —parcialmente reprimido— grabado en nuestro ADN.

Hibernación

Si le cuesta creer que el ser humano desciende de un antepasado que entraba en hibernación, seguramente también le costará creer que los perros se han desarrollado a partir de un ancestro hibernador. La existencia del perro mapache, o tanuqui —un cánido primitivo que a nivel evolutivo se encuentra entre el perro moderno y sus antepasados y que sigue vivo en nuestros días— debería bastar para convencerle. En la Wikipedia inglesa se dice lo siguiente sobre este animal:

«Los perros mapaches son los únicos cánidos conocidos que hibernan. A principios de invierno, su grasa subcutánea aumenta un 18-23 %, y su grasa interna, un 3-5 %. Los animales que no consiguen alcanzar estos niveles de grasa no suelen sobrevivir al invierno. Durante la hibernación, su metabolismo se reduce aproximadamente en un 25 %. En regiones como el territorio ruso de Primorie, adonde estos animales han inmigrado, solamente hibernan durante las nevadas intensas. En diciembre, su actividad física disminuye cuando la nieve alcanza una altura de 15-20 centímetros, y no se alejan de sus madrigueras más de 150-200 metros. Su nivel de actividad se incrementa de nuevo en febrero, cuando las hembras se vuelven receptivas y hay más comida disponible».

Por lo tanto, surge la cuestión de si los seres humanos, al igual que muchos otros mamíferos, reaccionamos con un mecanismo de hibernación cuando nuestro nivel de D3 disminuye (porque nuestra piel no recibe suficiente luz solar). En la estación fría, nos suelen apetecer más los hidratos de carbono, ganamos peso y, a continuación, nos deprimimos, de modo que bajamos nuestro ritmo vital y no derrochamos tanta energía valiosa. ¿Es posible que la evolución nos ralentice haciendo enfermar a nuestro cuerpo de un resfriado (que normalmente es inofensivo y contra el que solemos ser inmunes en verano)? En invierno, puede tenernos en cama hasta una semana, de modo que ahorramos más energía todavía. ¿Quizá intenta la evolución ralentizarnos aún más a través de los dolores causados por la artritis, que nos llevan a quedarnos en casa y a no consumir las reservas, posiblemente escasas, de energía? Creo que estas preguntas pueden contestarse con un rotundo SÍ. (Una explicación alternativa a la idea de que la evolución nos ralentiza mediante dolores y molestias es que la evolución no nos repara completamente durante la hibernación, sino solo hasta el punto de poder salir del paso. De esta manera, el cuerpo puede ahorrar una serie de recursos críticos que necesitará para afrontar posibles crisis futuras. Imagine que su cuerpo sabe que se encuentra ante tres meses de escasez y usted se fractura un brazo. ¿Realmente va el cuerpo a consumir todas las reservas de calcio para reparar totalmente su brazo, o simplemente va a reconstruir el mínimo necesario para que funcione? ¿Y qué pasa si se fractura el brazo por segunda o tercera vez durante los meses de hambruna? ¿Dispondría su cuerpo de suficiente calcio almacenado para reparar estas fracturas si ya ha consumido todo la primera vez? Expondré esta idea en detalle más adelante).

Hecho 5:

Se ha comprobado que la gran mayoría de las personas que padecen obesidad, depresión y artritis, o sufren dolores en el aparato locomotor, tienen un déficit de vitamina D3.

Hecho 6:

Ciertos experimentos en cárceles en las que el 100 % de los reclusos enfermaba cada invierno de procesos gripales han mostrado lo siguiente: cuando se suministraban suplementos de vitamina D3 a los presos de un ala determinada, ninguno de ellos caía enfermo.

Hecho 7:

Desde principios de los años 80, cuando los médicos alertaron por primera vez de los peligros del exceso de sol, la proporción de adultos con sobrepeso y la frecuencia de aparición de muchas otras enfermedades (entre ellas, el asma y el autismo) han aumentado abruptamente.

Hecho 8:

A principios de los años 80, los médicos también comenzaron a aconsejarnos que, para prevenir el cáncer de piel, debíamos evitar el sol y utilizar cremas solares con un alto factor de protección siempre que estuviéramos al aire libre.

El «síndrome de hibernación humano»

A partir de todos los hechos mencionados, podemos extraer una conclusión: si la cantidad de vitamina D3 recibida no es suficiente, la evolución cuenta con la llegada próxima de una escasez de recursos que durará todo el invierno, e intenta desencadenar una fase de hibernación que perdura hasta la primavera y el regreso del sol veraniego. Y si, una vez pasado el invierno, el cuerpo no se expone de nuevo al sol, pronto padecerá una forma crónica del fenómeno de déficit que he denominado «síndrome de hibernación humano».

El «síndrome de reparación incompleta»

Teniendo esto en cuenta, podemos enunciar una teoría que explica las numerosas enfermedades y dolencias causadas por un nivel bajo de vitamina D3: el «síndrome de reparación incompleta». Este concepto (creado por mí) se basa en el hecho de que la evolución ha ajustado nuestro cuerpo para que maneje cicateramente sus reservas y las emplee de modo ahorrativo a la hora de curar lesiones, es decir, para llevar a cabo únicamente los «trabajos de mantenimiento» imprescindibles. En consecuencia, los procesos de reparación quedan incompletos y el mantenimiento solo llega hasta el punto de permitirnos salir del paso. El cuerpo permanece en este modo de funcionamiento hasta que recibe nuevamente la señal de la hormona del sol, que le comunica que a partir de ese momento va a haber abundantes recursos disponibles. Entonces puede deshacer las reparaciones incompletas y los trabajos de mantenimiento ahorrativos para llevarlos a cabo de nuevo de manera correcta, minuciosa y completa con todos los medios necesarios.

Este es básicamente el gran secreto. Si usted —como la mayoría de las personas— tiene un nivel crónicamente bajo de vitamina D3, durante todo el año, o quizá durante toda su vida, con el tiempo padecerá depresión, obesidad y enfermedades. Su cuerpo irá mostrando más y más lesiones que nunca se curaron del todo, y sufrirá problemas de mantenimiento que nunca se subsanan completamente. Desde 1980, cuando los médicos nos recomendaron por vez primera evitar el sol y utilizar cremas solares con un alto factor de protección, una proporción cada vez mayor de la población estadounidense padece adiposidad. También están aumentando otros problemas de salud, como el autismo, el asma e incluso las peligrosas alergias a los cacahuetes.

Concluimos así esta breve exposición de la teoría que sienta las bases de este libro. Pasemos ahora a conocer los antecedentes.

1 UI significa «unidades internacionales».

2 N. del E.: El autor utiliza el término «hibernación», y en adelante nosotros lo emplearemos también como término general para describir la capacidad de los seres vivos de sobrevivir durante el invierno en un estado pasivo, sin distinguir entre hibernación, brumación y letargo invernal.

La historia de la vitamina D3

A continuación me gustaría dedicar algunos párrafos a la historia de la vitamina D3; quizá despierte su interés y desee saber más sobre ella.

Es probable que la humanidad ya conociera la existencia de la vitamina D en la antigüedad. Sin embargo, no fue hasta 1650 cuando se describió por primera vez a nivel científico un caso de déficit de vitamina D; por aquel entonces, esta enfermedad se denominaba raquitismo. Y hasta 1920 no se descubrieron las propiedades de la vitamina D3. Un científico estaba experimentando con perros que habían pasado toda su vida en espacios cerrados y no veían nunca el sol. Descubrió que los animales no desarrollaban raquitismo cuando se les alimentaba con un poco de aceite de hígado de bacalao. Además, constató que el raquitismo también se curaba si se exponía a los perros a la luz solar. Más adelante se averiguó que la sustancia activa presente en el aceite de hígado de bacalao era precisamente la vitamina D3.

¿Qué es el raquitismo? Se trata de una enfermedad de los huesos muy extendida en el siglo XIX y principios del XX entre los habitantes de las ciudades europeas y norteamericanas. En aquella época, la mayor parte de la población trabajaba en fábricas, es decir, en espacios cerrados, y no recibía suficiente luz solar. Los niños afectados de raquitismo presentaban problemas de crecimiento, piernas arqueadas y huesos blandos y débiles; en las mujeres, causaba una deformación de la pelvis tan pronunciada que solo podían dar a luz mediante cesárea. Cuando los adultos enfermaban de raquitismo, este doloroso reblandecimiento de los huesos se denominaba osteomalacia (que significa precisamente «huesos blandos» o «débiles»).

El aceite de hígado de bacalao contenía un componente desconocido que, aparentemente, curaba este trastorno deficitario, y la correspondiente sustancia activa recibió el nombre de «vitamina D», ya que poco antes se habían descubierto las vitaminas A, B y C. No fueron conscientes del hecho de que no se trataba en absoluto de una vitamina, sino más bien de un importante esteroide (o secoesteroide) que, por lo visto, la mayoría de los seres vivos necesita para conservar la salud. La vitamina D3 no solo está contenida en el aceite de hígado de bacalao; nuestro cuerpo puede fabricarla si nos sentamos al sol y dejamos que la luz solar incida sobre nuestra piel desprotegida. Por cierto, lo mismo vale para perros, gatos, ratas y la mayoría de seres vivos. De alguna manera, el sol consigue traspasar su pelaje y poner en marcha el proceso de producción de vitamina D3. (Después he averiguado que los mamíferos peludos y los pájaros segregan una sustancia aceitosa en el pelaje o en las alas cuya composición es muy parecida a la de la vitamina D2 y que se transforma en vitamina D3 gracias al efecto del sol. Así, los animales reciben la D3 necesaria cuando se lamen el cuerpo durante el aseo). Por lo tanto, la vitamina D3 no solo es buena para nosotros, sino también para nuestros perros, gatos y demás mascotas. Me puedo imaginar perfectamente que la vitamina D3 —así como la vitamina K2, de la que hablaré más adelante— constituya un buen remedio para las razas de perros grandes, propensas a desarrollar artritis.

Sin duda, fue un importante hallazgo científico cuando los investigadores descubrieron que bastan unas 400 UI diarias de vitamina D (o unos minutos con la piel expuesta al sol) para evitar el reblandecimiento de los huesos, los problemas de crecimiento o las deformaciones de pelvis. Hasta hace dos años, cuando el Instituto de Medicina estadounidense elevó la dosis diaria recomendada de vitamina D3 a 800-2000 UI, se desaconsejaba consumir diariamente más de 400 UI, ¡400 UI! Eso apenas basta para evitar la muerte o una atrofia ósea devastadora. Y hasta 2011 era la cantidad máxima contenida en los preparados multivitamínicos convencionales. Si uno quería una dosis mayor, tenía que tomar un baño de sol, pero sin protector solar.

20 mg de vitamina D en la década de 1920 se convierten en 1 000 000 UI en la década de 1930