Amante por un precio - Sara Craven - E-Book

Amante por un precio E-Book

Sara Craven

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Beschreibung

Después de una explosiva noche de pasión, Cat Adamson se quedó obsesionada con Liam Hargrave. Y no tardó en convertirse en su amante, pero nada más que eso. Liam estaba acostumbrado a conseguir lo que deseaba, y ahora deseaba a Cat... lo deseaba todo de ella. Cat enseguida se dio cuenta de que aquel juego era peligroso... se estaba enamorando. Quería a Liam, pero no podía cambiar las reglas que ella misma había impuesto. ¿Qué precio le haría pagar él?

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Seitenzahl: 157

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Anne Ashurst

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amante por un precio, n.º 1543 - abril 2019

Título original: Mistress at a Price

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-888-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Septiembre

 

El cuarto de baño estaba iluminado por la luz de las velas. Ella tomó el frasquito de aceite y añadió unas gotas al agua de la bañera, respirando profundamente el suave aroma de las lilas.

Una copa de vino blanco reposaba en la mesita, al lado de un jarrón de cristal con fresias. Del salón llegaba la música del estéreo, un suave jazz latino.

«Perfecto», pensó, sujetándose el pelo y desabrochando el albornoz de seda, que dejó caer al suelo. Luego, se metió en la bañera y apoyó la cabeza en una toalla, dejando escapar un suspiro de alivio. La tensión del día desapareció poco a poco, reemplazada por una emoción totalmente diferente.

Tomó entonces un sorbo de vino, con los ojos cerrados. No tendría que esperar mucho; media hora, cuarenta minutos a lo sumo, para completar el ritual y esperarlo, preparada. Tan preparada.

Dejando la copa sobre la mesita, se pasó el jabón, que también olía a lilas, por todo el cuerpo, pensando en las manos que pronto la acariciarían…

Con el estómago plano, y las caderas delgadas, estaba en forma.

Últimamente se cuidaba más, pensó. Comía mejor e iba regularmente al gimnasio.

Lo único que había necesitado era una motivación.

–Te veo guapísima –le había dicho un compañero de trabajo–. No me digas que estás enamorada.

–No lo estoy.

Se preguntó entonces qué habría dicho si le hubiese contado la verdad. Si le hubiese hablado de sus encuentros nocturnos, de aquel acuerdo hedonista y sensual que le daba todos los placeres del amor, pero ninguna de las penas.

Aunque quizá, al final, habría penas. Si uno de los dos decidía cortar antes de que el otro estuviese preparado…

Pero eso no la preocupaba por el momento. No, porque él estaba a punto de llegar.

Se pasó el jabón por los pechos, observando cómo las gotas de agua resbalaban por sus pezones, conteniendo el aliento al imaginarlo a él capturándolos con su boca.

Faltaba poco…

Como si ese fuera el pie, en ese momento sonó su móvil. Y ella sonrió al ver quién llamaba.

–Ya has vuelto –dijo en voz baja–. Es como si hubieras estado fuera una eternidad… ¿Llegarás en veinte minutos? Estupendo. Pero date prisa, por favor. Te estoy esperando…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

HACÍA un día precioso para una boda, pensó Cat Adamson mientras bajaba los escalones que llevaban hasta el jardín.

Eso, si te gustaban las bodas, claro. A ella le gustaban más bien poco. Y la boda de su prima Belinda iba a ser una de las peores de la lista.

Qué alivio, se dijo a sí misma, respirar aire fresco en lugar de la mezcla de colonias caras en su oficina. Y qué estupendo oír el canto de los pájaros en lugar de las voces de sus compañeros de trabajo.

Nadie la había visto salir del banquete.

Ni la novia, que sólo tenía ojos para su flamante marido, Freddie.

Ni el padre de la novia, su tío Robert, que acababa de hacer un emocionante discurso sobre la santidad del matrimonio, a pesar de que mantenía una relación extraconyugal con su secretaria. Ni su tía Susan que, mientras hablaba su marido, estaba inmóvil como una estatua, mirando al suelo.

Y, desde luego, no los padres de Cat, cada uno con su nueva conquista del brazo, sentados en diferentes esquinas del salón.

Una reunión feliz que podía, en cualquier momento, dejar de serlo. La última vez que los miró, su padre parecía un poquito bebido y su madre estaba pálida. No era una buena señal.

Como Cat sabía bien, ambos eran actores profesionales de personalidad volátil y, a veces, cualquier escenario les valía. Y cualquier público.

Recordaba las fiestas del colegio en las que se moría de miedo esperando que sus padres hicieran alguna escena… y recordaba también una particularmente dolorosa cuando cumplió dieciocho años.

¿Por qué iban a ahorrarse la escenita en la boda de su sobrina?

Se separaron muchos años atrás, cuando Cat era una adolescente, y habían vuelto a casarse varias veces.

Cuando David Adamson entró en el salón con su última novia del brazo, su madre apretó los dientes.

–¿Qué demonios hace tu padre aquí? Acepté la invitación con la condición de que él se quedara en California.

Cat se encogió de hombros.

–El rodaje terminó antes de lo previsto y, al fin y al cabo, es el único hermano del tío Robert. ¿Cómo no iba a venir, mamá?

–Y con esa rubia de bote… –Vanessa Carlton soltó una carcajada amarga–. Por favor, pero si debe de tener tu edad.

–Supongo que podríamos decir lo mismo de ti –replicó ella, mirando al alto y moreno acompañante de su madre.

–No hay comparación –exclamó Vanessa, indignada–. Gil y yo estamos enamorados. A Gil siempre le han gustado las mujeres un poco mayores que él, más sofisticadas. Le gustan… maduras.

–¿Ah, sí? Pues espero que no esté aquí cuando empieces a tirar cosas.

Su madre la fulminó con la mirada.

–Admito que algunas de mis relaciones han sido un error… Pero tú siempre te pones del lado de tu padre.

Antes de que Cat pudiera replicar, Vanessa volvió con Gil y ella pudo escapar al jardín. Una vez fuera, respiró profundamente. Le resultaba insoportable tener que aguantar las recriminaciones de uno y de otro.

Porque no era verdad. Había hecho todo lo posible, y lo imposible, para ser justa con sus padres. A menudo en dificilísimas circunstancias.

Ojalá hubiese rechazado la invitación a la boda de su prima… y no sólo la de ser una de las damas de honor.

Pero no podía culpar a Belinda por su hostilidad. Siempre había sido así. Belinda, también, era hija única y no le gustaba que hubiese invadido el círculo familiar, aunque sabía perfectamente que no podía recurrir a nadie más.

Incluso antes del divorcio, sus padres viajaban continuamente por todo el mundo. Aunque Cat recordaba un año maravilloso en Stratford, cuando se reunió con ellos durante las vacaciones. Y también también había estado con ellos cuando hacían teatro en Londres.

El divorcio había sido un terremoto en el mundo artístico, además de tener efectos devastadores para su vida.

En la relación de sus padres siempre hubo broncas, gritos, portazos, seguidos de reconciliaciones apasionadas.

La última vez, sin embargo, no hubo histerias, sólo un silencio aterrador. Y entonces, como si alguien hubiese apretado un interruptor, ambos se lanzaron de cabeza al trabajo y a buscar nuevas parejas.

A partir de entonces, la única estabilidad que Cat conoció se la debía a su tío Robert y su tía Susan. A pesar de los problemas con Belinda, su casa había sido un oasis de seguridad en un mundo roto.

Y por eso fue más desolador cuando, unos meses antes, vio a su tío en un restaurante de Londres tonteando con una jovencita que resultó ser su secretaria.

Quizá siempre hubiera sido como su padre, se dijo a sí misma, y aquella aventura con su secretaria no fuera la primera.

Seguramente sus tíos siempre tuvieron problemas, pero ella era demasiado joven como para darse cuenta. Sin embargo, fue entonces cuando aprendió lo duro que resultaba estar sola y lo peligroso que era depender de alguien para ser feliz.

¿Por qué se casaba la gente cuando la traición y el engaño estaban siempre ahí, agazapados?

Era la convivencia lo que mataba el amor. Quizá fuera cierto eso de que «donde hay confianza, da asco».

Por eso ella nunca quiso mantener una relación seria con nadie. «Primero te vas a vivir a un apartamento, luego tienes que pagar una hipoteca y acabas en la iglesia, vestida de blanco como Belinda».

Pero ella no podía hacer eso. Ella nunca caería en esa trampa.

Sin embargo, si era sincera consigo misma, el celibato tampoco resultaba muy apetecible.

«Yo no creo en los finales felices», pensó. Pero no había nada de malo en ser feliz día a día.

Su vida estaba en orden. Tenía un trabajo estupendo, un apartamento maravilloso y un círculo social extraordinario.

De modo que no sería tan difícil encontrar a alguien que pensara como ella. Tener una relación en la que pudiese mantener las distancias y disfrutar de su propio espacio, sin presiones. Dejando claro que no habría futuro.

Pensativa, fue paseando hasta la orilla del lago y se quedó observando a una pata con sus patitos.

La vida, pensó, era más fácil para los animales.

Cat dio un paso adelante para verlos mejor, pero una voz masculina la detuvo.

–No se lo aconsejo –era una voz ronca, profunda, con una nota de humor.

Ella se volvió, sorprendida. No lo había visto porque estaba medio escondido, apoyado en el tronco de un sauce.

Era alto y atlético; llevaba un polo desteñido y pantalones vaqueros. Tenía el rostro bronceado y su pelo oscuro se rizaba en la nuca, pero no era un hombre convencionalmente guapo. Su nariz era más bien grande y sus párpados demasiado pesados, pero tenía unos labios bien definidos y unos ojos verdes llenos de humor.

No lo había visto en su vida, pero le resultó tremendamente atractivo. Increíblemente atractivo.

Se miraron durante unos segundos, en silencio, aparentemente sorprendidos los dos, hasta que el canto de un pájaro pareció romper el extraño hechizo.

–¿Suele dar consejos aunque no se los pidan?

–Está usted a la orilla del lago y el barro es traicionero –se encogió él de hombros–. No me gustaría que se cayera.

–Gracias, pero sé cuidarme solita. No tiene por qué preocuparse.

–Me preocupo por mí. Si se cae al lago, tendré que rescatarla y el agua está helada –replicó él, mirándola de arriba abajo–. Además, ese vestido que lleva debe haberle costado un dineral y no querrá usted darle un disgusto a los novios…

Cat apretó los labios.

–¿Cómo sabe que estoy en una boda?

–No viene vestida para dar un paseo por el campo, precisamente. Además, he visto los coches adornados con flores y a una chica vestida de blanco. ¿Es usted una de las damas de honor?

–No.

–Y tampoco es usted la novia, evidentemente.

–No, no estoy casada –dijo Cat, mostrándole la mano para que viese que no llevaba alianza.

–Eso no significa nada. Últimamente no se lleva mucho lo de usar alianza.

–Sólo soy prima de la novia –suspiró Cat, mirando el reloj–. Y debería volver al banquete.

–¿Por qué tanta prisa? –sonrió él, examinándola despacio, casi como si la estuviera acariciando–. La he visto paseando como si tuviera todo el tiempo del mundo.

–Las cosas ya son suficientemente complicadas ahí dentro como para ofenderlos con una desaparición repentina.

–Aunque le gustaría –dijo él–. ¿Cuál es el problema? ¿Le gusta el novio?

–¡No! –exclamó Cat, sorprendida.

–Ah, eso le ha salido del corazón. ¿Qué tiene contra él?

Era el momento de decirle que no era asunto suyo y marcharse sin mirar atrás.

–Que juega al rugby en invierno y al críquet en verano, que tiene demasiado dinero y las manos demasiado largas. Además, bebe más de lo que debería y le sobran bastantes kilos.

Él lanzó un silbido.

–Ahora entiendo que la novia tuviese cara de vinagre. ¿No podía haberle hecho el favor de inventarse un impedimento?

–No creo que me hubieran dado las gracias –sonrió Cat–. Aunque el novio ha estado mirando el escote de la mejor amiga de la novia durante todo el banquete.

–¿Han cortado ya la tarta? Si no es así, yo que usted vigilaría qué hace con el cuchillo.

Cat se puso seria.

–No tiene ninguna gracia. Además, no sé por qué se lo he contado.

–Porque tenía que desahogarse con alguien. Y, por estas casualidades de la vida, yo estaba aquí.

–No debería habérselo contado y… en fin, le agradecería que lo olvidase.

–Está olvidado –sonrió él–. Lo que no puedo olvidar es que la he conocido a usted. Eso sería imposible.

Cat tragó saliva. La miraba de una forma… y el instinto le decía que aquel hombre era peligroso.

–Sólo ha sido un encuentro casual. Y supongo que tendrá cosas que hacer.

–¿Por ejemplo?

–No lo sé… ¿trabaja usted aquí?

–Podría ser.

–Entonces, supongo que alguien le pagará por su tiempo. Y no creo que les hiciera gracia encontrarlo…

–¿Haciendo el vago?

–Encontrar un buen trabajo no es fácil hoy en día.

–Eso depende del trabajo. Y de si eres o no un experto en lo tuyo.

–Y, naturalmente, usted lo es –replicó Cat, irónica.

–Por ahora no he recibido ninguna queja –sonrió él, irónico. Evidentemente, no estaba hablando de su situación laboral y Cat contuvo el aliento–. Pero me alegra que le importe.

–En realidad, no me importa. Pero me pregunto qué diría el director del hotel si supiera que uno de sus empleados se pasa el día… molestando a los clientes.

–¿La estoy molestando? Perdone, no lo sabía –replicó él–. En ese caso, será mejor que la deje en paz. Que lo pase bien.

Al verlo marchar, Cat se mordió los labios. ¿Había sido necesario ponerse tan antipática? ¿Por qué?

Quizá porque lo encontraba increíblemente atractivo y, en otro momento, se habría sentido seriamente tentada.

Pero ahora tenía que volver al banquete para comprobar que sus padres no habían empezado una pelea.

Intentó dar un paso, pero los tacones de sus sandalias se habían quedado atascados en el barro. Podría quitarse las sandalias, pero con su mala suerte acabaría de cabeza en el agua…

Necesitaba que alguien le echase una mano. Y sólo había una persona que pudiera hacerlo.

–¿Puede volver un momento, por favor? Necesito… ayuda.

Él la miró por encima del hombro y Cat tuvo la horrible impresión de que iba a darse la vuelta sin ayudarla.

–¿Algún problema?

–Se me han enganchado los tacones en el barro. Sí, ya sé que me advirtió, no tiene que darme la charla. ¿Le importaría sacarme de aquí, por favor?

–Encantado –contestó él–. ¿Si le pido que me ponga los brazos al cuello hará que me despidan?

Cat se puso colorada.

–No… claro que no.

Él la tomó por la cintura y, al sentir la fuerza de sus brazos, un escalofrío recorrió su cuerpo.

–Haremos un trato. Usted cena conmigo esta noche y yo no sólo la rescataré, Cenicienta, sino que contendré el deseo de tirarla al barro.

–No se atrevería…

–¿Sí o no?

–Muy bien. De acuerdo.

–Me han dicho que sí con más simpatía –sonrió él–. Pero supongo que tendré que conformarme con eso… por ahora. ¿A las ocho le parece bien? Para entonces ya habrán terminado de retirar los cadáveres del banquete.

Cat se puso colorada.

–Le pedí que olvidase lo que le había contado.

–Imposible. Pero no volveré a mencionarlo.

–Gracias.

–Entonces, ¿a las ocho?

–¿Quiere cenar en el hotel? –preguntó ella, sorprendida.

–Claro.

El hotel Anscote Manor era muy lujoso, con un chef de reputación internacional y unos precios elevadísimos.

–Pero…

–¿Cree que no me servirían? No se preocupe, son muy democráticos. Eso no será un problema.

Quizá los empleados tuvieran descuento, pensó Cat. Y si les negaban la entrada, podría marcharse a casa, pensó.

–Muy bien. A las ocho.

Él la depositó suavemente sobre la hierba, sacando luego un pañuelo del bolsillo para limpiar los tacones.

–Levante un pie –murmuró.

Cat obedeció, apoyando una mano en su hombro, sintiendo el deseo de acariciar su pelo… sintiendo un extraño temblor dentro de ella.

«No puedo dejar que me pase esto», pensó, asustada.

–Ya están. Como nuevas –dijo el hombre, después de repetir el proceso con la otra sandalia.

–Gracias. Pero se ha manchado los vaqueros. Si quiere llevarlos a la tintorería y enviarme la factura…

–No hace falta, pero es muy amable por su parte.

–Sí, bueno. Nos vemos después –murmuró ella, cortada.

–Creo que se le olvida algo.

–¿Qué?

–No sé su nombre y usted no sabe el mío.

–¿Es necesario? Después de todo, acabamos de conocernos y podría ser más… emocionante no presentarnos.

–Me parece que nos emocionan cosas diferentes –sonrió él–. Y me gustaría saber su nombre.

–Catherine. Pero todo el mundo me llama Cat.

–¿No Cathy o Kate?

–No, Cat.

–Supongo que tendrá un apellido.

–Y supongo que usted también, pero nada de apellidos. Sólo el nombre de pila.

–Muy bien, si eso es lo que quiere… Me llamo Liam. A veces me llaman Lee, pero sólo los íntimos y éste no es el caso.

–Intentaré sobrevivir a la desilusión. En fin, tengo que volver al campo de batalla. ¿Dónde quiere que quedemos, aquí mismo?

–No se preocupe por eso. Cuando llegue el momento, yo la encontraré.

Luego se volvió, dejando a Cat boquiabierta… y con una vocecita de alarma sonando en su cabeza.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

HE perdido los nervios», pensaba Cat mientras volvía al salón, caminando despacio por si él la estaba vigilando. Había reaccionado de forma exagerada.

Era absurdo estar tan nerviosa, tan alterada. Ella, Cat Adamson, era capaz de cuidar de sí misma.

Y sí, Liam, Lee para sus íntimos, era un hombre atractivo, pero no irresistible. Ningún hombre lo era.

Sin duda, era un oportunista. Y un arrogante.

¿Qué le había dicho? «Supongo que tendré que conformarme con eso… por ahora».