Jaula de amor - Sara Craven - E-Book

Jaula de amor E-Book

Sara Craven

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Beschreibung

Cuando a la caprichosa Joanna le aconsejaron que se alejara de la isla de Sarcina, hizo oídos sordos. Estaba acostumbrada a hacer siempre lo que quería y, para ella, esas palabras eran un reto. Desgraciadamente, la advertencia era muy real y, cuando llegó a la misteriosa isla del Mediterráneo, se encontró con un recibimiento nada agradable. Pasó a ser una prisionera en el magnífico palazzo de Leo Vargas y descubrió que vigilaban cada uno de sus movimientos. Era imposible escapar, pero empezó a preguntarse si de verdad deseaba escapar del atractivo león de Sarcina...

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Seitenzahl: 215

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1977 Sara Craven

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Jaula de amor, n.º 2222 - mayo 2019

Título original: Gift for a Lion

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1307-877-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Si te ha gustado este libro…

 

 

 

 

 

Queridas lectoras,

 

Hace ya algo más de veinticinco años Harlequin comenzó la aventura de publicar novela romántica en español. Desde entonces hemos puesto todo nuestro esfuerzo e ilusión en ofrecerles historias de amor emocionantes, amenas y que nos toquen en lo más profundo de nuestros corazones. Pero al cumplir nuestras bodas de plata con las lectoras, y animados por sus comentarios y peticiones, nos hicimos las siguientes preguntas: ¿cómo sería volver a leer las primeras novelas que publicamos? ¿Tendríamos el valor de ceder a la nostalgia y volver a editar aquellas historias? Pues lo cierto es que lo hemos tenido, y durante este año vamos a publicar cada mes en Jazmín, nuestra serie más veterana, una de aquellas historias que la hicieron tan popular. Estamos seguros de que disfrutarán con estas novelas y que se emocionarán con su lectura.

 

Los editores

Capítulo 1

 

 

 

 

 

SOL, pensó Joanna, soñolienta, y suspiró voluptuosamente. ¡Qué agradable era estar allí, lejos de la censura de su padre y de la fastidiosa tía Laura, repitiendo sin cesar: «Pero ¿qué dirá la gente?».

Joanna sonrió al pensar lo que diría tía Laura si pudiera verla ahora, tumbada en la cubierta del Luana, con la parte superior de su biquini desabrochada para completar el perfecto bronceado de su espalda.

El Luanahabía anclado en el minúsculo puerto mediterráneo de Calista la noche anterior, pero ni Joanna ni sus primos, Mary y Tony Leighton, ni Paul, el novio de Mary, tuvieron suficiente energía para desembarcar. Cenaron a bordo y luego se acostaron, pero a la mañana siguiente los jóvenes habían decidido bajar a tierra. Mary, que parecía vivir dentro del bolsillo de Paul, pensó Joanna con desprecio, inmediatamente se ofreció a acompañarlos. Ella, sin embargo, no quiso ir.

Posiblemente Calista fuera pintoresca, pero era también sucia, y el puerto apestaba.

Además, era un alivio escapar del constante parloteo de Mary y gozar de un par de horas de paz y tranquilidad. Joanna contuvo el pensamiento, sintiéndose culpable. Después de todo, si Mary no hubiese accedido a ir, a ella no le habrían permitido hacer el viaje. Su padre, a pesar de controlar el mundo desde su importante oficina en Whitehall, la calle principal de Londres, era bastante medieval en sus ideas sobre lo que las muchachas decentes podían o no hacer. Y una muchacha decente no iba sola en un crucero por el Mediterráneo en un barco de vela con un hombre soltero, aunque éste fuera su primo y con toda seguridad su futuro esposo. De ahí la invitación a Paul y a Mary, para que les acompañase.

Indudablemente Tony, a quien el padre de Joanna había citado para una entrevista privada antes del viaje, había recibido un austero sermón sobre la conducta que el contraalmirante sir Bernard Leighton esperaba de cualquiera que escoltara a su única hija. De todos modos, la conducta de Tony hacia ella había sido extremadamente circunspecta, y Joanna encontraba su forma de cortejarla bastante agradable, aunque no precisamente excitante. Quizá lograran una relación satisfactoria con el tiempo.

Tony, estaba segura, nunca trataría de dominarla, y ésa era una de las razones que harían atractivo el matrimonio con él. Joanna había vivido con un hombre dominante, su padre, y aunque nunca había tenido dificultad para conseguir de él cuanto quería, el proceso había sido siempre arduo y lento.

–¡Ah del barco!

Era la voz de Tony. Joanna se abrochó apresuradamente la parte superior del biquini antes de sentarse. Mary fue la primera en salir del bote, con dos cestos de mimbre repletos de alimentos. Para la pobre Mary no estaba siendo un viaje muy agradable. No le gustaba la navegación, se había mareado violentamente con el mal tiempo durante los primeros días y se llenaba de ampollas bajo el candente sol. De hecho, Mary se sentía verdaderamente feliz sólo cuando bajaba a la pequeña cocina a preparar los alimentos para los cuatro. Paul y ella iban a casarse en otoño y Mary se había preparado tomando un curso de cocina en el Cordon Bleu.

Cuando vio a Joanna, dio uno de sus irritantes grititos:

–¡Oh, Joanna! ¡Te has quedado dormida y vas a achicharrarte!

–¡Claro que no! Es un día maravilloso. ¿Hay algo de interés en el pueblo?

–Encontramos una especie de mercado –dijo Mary–. Unas verduras muy frescas. Quizá prepare un gazpacho para la cena.

–No es precisamente el paraíso de un turista –se quejó Tony. Se dejó caer sobre los cojinetes de cubierta junto a Joanna y se desabrochó la camisa–. Hay algunas cantinas para los lugareños; una hace las veces de club nocturno… y eso es todo. ¿Quieres que nos vayamos a otra parte?

–¡Oh!, me gustaría ir al club nocturno, para variar –dijo Joanna alegremente.

Tony se echó hacia adelante y rozó ligeramente con sus labios el hombro de Joanna.

–Está bien, querida. Iremos al club nocturno, aunque supongo que pasaré la noche protegiéndote de los sátiros pueblerinos.

–Puedo protegerme yo sola –protestó Joanna un poco enojada, y Tony le sonrió.

–Te he traído un regalo increíble… un periódico inglés.

–¡Dios mío! Supongo que será muy atrasado –miró rápidamente algunas de las noticias de la primera plana.

–¿Alguna noticia interesante? –preguntó Tony, mirando por encima del hombro de Joanna.

–Las calamidades de siempre. Otro gran robo en un banco de Londres. Un altercado en la Cámara de los Comunes sobre reducción de gastos. La huida de un científico rojo durante una conferencia en Venecia… –Joanna tiró el periódico sobre la cubierta–. Mary, espero que por lo menos hayáis traído un buen queso.

–¡Oh, sí, majestad! –murmuró Paul, burlón–. Ven, cariño, empezaremos a preparar el almuerzo.

Joanna les siguió con la mirada cuando desaparecieron hacia el piso inferior, y sus mejillas se tiñeron de rojo. Tony le tocó el brazo suavemente.

–¿Joanna?

Ella le miró, insegura.

–¿Es así como soy? –preguntó–. ¿Insoportablemente altanera?

–Un poco, pero a mí no me importa, querida, porque sé que lo haces sin querer. Estás acostumbrada a conseguir siempre lo que quieres y tu padre, siendo como es…

–¿Qué quieres decir? –preguntó Joanna.

–Pues bien, querida, él es… el contraalmirante Leighton. Ya sé que trabaja actualmente en una oficina, pero todavía da la impresión de estar en un alcázar, supervisando la flota.

–Entiendo –dijo Joanna en tono seco–. Lo siento, Tony. Trataré de ser menos majestuosa de ahora en adelante.

–Creo que eres perfecta.

–Entonces eres un tonto –declaró Joanna con una sonrisa–. Me parece que la reina debe expiar sus pecados ayudando a preparar el almuerzo.

En su intento por ser amable, Joanna no sólo ayudó a Mary a preparar el almuerzo, sino que insistió en recoger y lavar los platos, mientras Mary se retiraba a uno de los rincones más apartados de la cubierta, con una buena selección de libros de suspense.

Mientras guardaba los últimas cubiertos y limpiaba los muebles de la cocinita, Joanna podía escuchar el murmullo de las voces de Paul y Tony y supuso que habían sacado las cartas de navegación para planear la próxima escala del viaje.

A Tony le encantaba navegar; era una lástima que no tuviera su propio barco. El socio más antiguo de la firma de arquitectos donde Paul y él trabajaban les había prestado el Luana.Tanto el socio como su esposa eran expertos navegantes y mantenían su embarcación anclada en Cannes. Aquel año, sin embargo, habían viajado a Canadá, donde iba a casarse su hijo mayor, y les habían ofrecido el barco a Tony y a Paul.

Joanna lo escudriñó todo con ojos críticos. El Luana estaba bien para dos personas, pero resultaba demasiado pequeño para cuatro. No era la primera vez que pensaba en convencer a su padre para que les comprara a Tony y a ella un barco como regalo de bodas. Podrían pasar la luna de miel a bordo, pensó, pero sabía que su padre nunca aprobaría tal idea. Para él, una luna de miel significaba un hotel de lujo en París o Roma.

En general, parecía estar encantado con que ella se casara con Tony. Lo único que sentía era que éste se hubiera convertido en arquitecto, en lugar de enrolarse en la Armada como le había sugerido su tío, pero con el tiempo admitió que, por lo menos, esa decisión demostraba que el joven tenía carácter. Tony seguramente se parecía a su padre, pensó Joanna, porque tanto Mary como tía Laura eran de carácter débil. Cuando Anthony Leighton falleció repentinamente de un ataque al corazón, hacía algunos años, su padre había acogido a toda la familia bajo su protección. Mary y Joanna se llevaban sólo algunos meses y sir Bernard hizo arreglos para que ambas fueran al mismo colegio, convencido, aparentemente, de que serían compañeras ideales. Asimismo, tenía la esperanza de que la tía Laura se convirtiera en la madre que Joanna había perdido cuando era sólo un bebé.

Nada de eso había sucedido. Joanna y Mary casi no tenían nada en común, excepto el apellido. Mary era mucho más baja que ella, tenía propensión a la gordura y a veces demostraba resentimiento hacia su prima, más alta y más atractiva. Y aunque Tony siempre había parecido olvidar la diferencia de la posición financiera entre las dos partes de la familia, tanto Mary como tía Laura no ocultaban su convicción de que constituían los «parientes pobres» de la familia Leighton.

En cierto modo, Joanna estaba contenta de que Mary hubiera conocido a Paul y se hubiera enamorado de él. Ya no tendría que batallar para conseguir que Mary recibiera las mismas invitaciones que ella, aunque ésta nunca había estado particularmente agradecida por los esfuerzos de Joanna para ensanchar su vida social. Joanna había estudiado durante mucho tiempo en una escuela de Arte, y Mary jamás había aprobado el círculo de amigos que había adquirido como consecuencia de ello.

Además, con frecuencia peleaba con su padre, quien condenaba a todas sus amistades como «hippysy holgazanes de pelos largos». En un principio, Tony había sido sólo alguien con quien desahogarse acerca de la actitud intransigente de su padre, pero pronto comenzó a disfrutar de su compañía.

Joanna miró hacia el camarote e hizo una mueca al ver las cartas de navegación esparcidas sobre la mesa plegable.

–¿Cuál es el próximo puerto, Marco Polo?

–Hemos pensado que será Córcega, pero primero vamos a parar aquí –el dedo de Tony indicó un punto en la carta–: Sarcina. Es sólo una islita, pero parece ser bastante interesante y queda únicamente a dos horas de aquí. Desde luego, es rocosa, pero tiene playas muy bellas donde podremos bañarnos.

–¡Eso es precisamente lo que queremos! –exclamó Joanna, alegremente–. Nada que sea demasiado civilizado.

Paul se puso de pie y se desperezó.

–Iré a ver qué está haciendo Mary –dijo.

Tony le vio partir con una sonrisa y luego se volvió hacia Joanna, extendiendo los brazos y haciendo que se sentara sobre sus rodillas.

–Eso es lo que llaman tacto… una retirada discreta.

–El tacto no es precisamente el don que yo asocio con Paul –murmuró Joanna.

–Desearía que las relaciones entre vosotros fueran más cordiales. Paul es un gran tipo cuando llegas a conocerlo y muy pronto estaremos emparentados.

–Cuando se case con Mary –Joanna tomó unos mechones del cabello de Tony y los enredó entre sus dedos.

–No pensaba en eso exactamente –declaró Tony.

Le agarró la cabeza con las manos y la besó en la boca. Fue un beso largo, más apasionado que de costumbre, y Joanna encontró agradable la presión de sus labios y el movimiento de sus manos cálidas sobre su cuerpo semidesnudo. Sin embargo, cuando sus dedos se deslizaron por debajo de la parte superior de su biquini, se alejó de él en el acto.

–¡Oh, Joanna! –gruñó Tony–. ¿Qué sucede?

–No sucede nada. Tú conoces las reglas.

–Las conozco de memoria, tal como fueron formuladas por el contraalmirante sir Bernard Leighton –su tono era malhumorado y Joanna le miró alarmada.

–Pero pensé que estabas de acuerdo…

–Desde luego que estaba de acuerdo. Habría estado de acuerdo en cualquier cosa con tal de que vinieras conmigo. Y ahora que estás aquí, nada ha cambiado, ¿verdad? La influencia de tu fabuloso padre llega hasta aquí.

–Lo que dices es horrible.

–Perdóname –Tony estaba fastidiado–. Pensé que una vez que estuviéramos lejos de él nos olvidaríamos de sus sermones –rió con amargura–. Estaba decidido a cumplir la promesa que le hice a tu padre. Sin embargo, pensé que llegaría el momento en que nos encontraríamos tan entusiasmados que nada importaría sino nosotros mismos. Pero empiezo a darme cuenta de que tú no compartes mis emociones.

–¿Quieres decir que soy frígida? –preguntó Joanna, furiosa.

–No; todo lo contrario. Estoy seguro de que en ti, Joanna, hay una mujer incitante, apasionada, esperando ser despertada. Pero esa mujer no despertará mientras estés dominada por tu padre. Muchas veces me pregunto si lo que necesitas es un hombre que pueda dominarte aún más que él. Alguien que le diga a tu querido padre que no se meta en lo que no le importa.

–Si mi padre interfiere en mi vida, es porque me quiere –dijo Joanna en un susurro–. ¿Preferirías que hubiera dormido con todos los hombres que he conocido desde que cumplí los dieciséis años?

–¡Claro que no! –se puso de pie y se acercó a ella, atrayéndola suavemente hacia sí–. Si te he ofendido, perdóname, mi amor. Pero a veces me desespero, teniéndote tan cerca.

La besó de nuevo. Cuando se apartó, Joanna se puso de puntillas y rozó sus labios con los de él.

–Estás equivocado, Tony –murmuró–. No quiero otro hombre dominante. Quiero un compañero de verdad.

–Ojalá fuera cierto –dijo Tony apartándola de él con firmeza.

Cuanto Tony se fue, Joanna guardó las cartas de navegación y sacó unos botellines de cerveza helada del refrigerador de la cocina. Quería estar sola algunos instantes. Se sentía alarmada y un poco preocupada por la violencia de Tony.

Suspiró. Quizá la proximidad a que se habían visto forzados desde que comenzó el viaje en el yate tenía la culpa. Una noche en tierra, aun con la limitada vida nocturna de Calista, sería buena para todos, pensó con optimismo.

 

 

Algunas horas más tarde, Joanna estaba convencida de ello, mientras bailaba desinhibida. Se había vestido con atrevida simplicidad: unos sencillos pantalones blancos ceñidos y un minúsculo corpiño negro que hacía resaltar el bronceado de su piel. Llevaba recogida su abundante cabellera rojiza con una cinta de terciopelo negro. Sus grandes ojos castaños brillaban en parte por la agitación y en parte por el fuerte vino tinto.

Sabía que todos los hombres la miraban, y se sentía halagada. Le halagaba, también, que Tony no se separara de su lado. La expresión de sus ojos cuando la miraba hacía que sintiera un hormigueo de placer en la espina dorsal. Sabía lo que estaba provocando y, de sólo pensarlo, su pulso comenzó a latir alocadamente.

De pronto Tony la tomó en sus brazos y ella lo apartó, poniéndole las manos en el pecho.

–No seas tonto, querido. No es la música apropiada para eso.

–¡Oh, Joanna, te necesito! –murmuró Tony.

–Lo que ambos necesitamos es más vino –replicó ella alegremente–. Vamos, me muero de sed. Volvamos a la mesa.

Caminó con dificultad, riendo y devolviendo los saludos que le dirigían a su paso, acompañados de osados piropos.

Tony la seguía con la furia reflejada en su rostro.

–No soporto que te hablen de esa manera.

–¿De qué manera? –le miró por encima del hombro–. No me digas que has entendido lo que decían.

–No tengo que ser experto en idiomas para leer sus miradas –replicó malhumorado.

–Bueno, lo que la gente piense me es indiferente –declaró cuando se reunieron con Paul y Mary, que estaban sentados en una apartada mesa conversando trabajosamente y con muchos ademanes con dos pescadores del pueblo.

Los pescadores la miraron con admiración cuando Joanna se dejó caer en una silla. ¿Cuánto tiempo iban a pasar en Calista? ¿Sólo hasta el día siguiente? Pero eso era una tragedia, pensar que la signorina no volvería a bailar en la trattoria. ¿Adónde pensaban ir después?

–Muy sencillo –dijo Paul–. Vamos a seguir por la costa hasta llegar a una islita llamada Sarcina, y anclaremos allí durante una o dos noches… ¿Qué sucede?

El más alto de los dos pescadores le había agarrado un brazo con expresión de alarma.

–A Sarcina, no –dijo moviendo negativamente la cabeza para dar énfasis a sus palabras–. No es buen sitio.

–¿Qué hay de malo en ese lugar? –preguntó Tony echándose hacia adelante.

Los dos hombres movieron la cabeza vigorosamente:

–Manténganse alejados… No es bueno… No quieren visitantes…

–Pues me temo que lo que van a recibir son visitantes –intervino Joanna–. Todo suena muy intrigante y por nada del mundo me mantendría alejada de allí.

El pescador más bajo dijo:

–Nosotros fuimos a pescar hace dos días. Los hombres vinieron en botes… con cañones. Deben quedarse aquí. No vayan a Sarcina.

–¿Cañones? –murmuró Tony, estupefacto–. Quizá debiéramos mantenernos alejados.

–Jamás había escuchado semejante tontería –dijo Joanna, impaciente–. Quizá la pesca es privada, o algo así, y quieren mantener los barcos alejados. Pero nosotros sólo queremos anclar en una de las bahías y pasar la noche. No hay nada malo en eso.

–Pues opino que no debemos ir –declaró Paul con terquedad.

–¡Vaya por Dios! –Joanna estaba visiblemente disgustada–. Ya habíamos hecho nuestros planes. ¿Vais a cambiarlos sólo porque dos pescadores están alarmados? Las cartas de navegación no dicen nada con respecto a que en Sarcina no se permita la entrada a las embarcaciones. Insisto en que por lo menos vayamos a investigar por nuestra cuenta.

Al mirar a Tony, Joanna comprendió que flaqueaba; sin embargo, Paul ya había tomado una decisión.

–Accedí a venir en este crucero para tomar el sol, divertirme y ayudar a Tony en el barco –dijo–. Pero rehúso llevar a mi futura esposa a cualquier lugar que pueda ofrecer el menor peligro. Y si Joanna insiste en ir, Mary y yo buscaremos un bote que nos lleve al puerto más cercano y regresaremos a casa.

Joanna vio que tanto Tony como Mary miraban a Paul llenos de admiración. Los dos pescadores guardaban un molesto silencio, intuyendo que el grupo que antes aparentaba tranquilidad ahora estaba en pugna por lo que ellos habían dicho.

–No es necesario armar tanto escándalo –dijo Joanna con una sonrisa forzada–. Si tus ideas al respecto son tan firmes…

–Lo son –interrumpió Paul.

–Entonces, ¿por qué no nos quedamos otra noche y otro día aquí? Estoy segura de que mientras estemos anclados en su puerto y bajemos a tierra a gastar dinero, los nativos estarán encantados de inventar más cuentos de hadas para impedir que nos vayamos.

–Joanna –murmuró Tony, molesto–. Baja la voz, querida. Estoy seguro de que algunas de estas personas comprenden lo que estás diciendo y nos están mirando con malos ojos.

–Vamos, Mary –dijo Paul, poniéndose en pie–. Si seguimos aquí podría decirle a su majestad algo que todos lamentaríamos.

Joanna ya se había dado cuenta que había ido demasiado lejos y estaba a punto de disculparse. Sin embargo, pensó llena de rabia que fueron Paul y Tony los que habían decidido que aquella isla fuera la próxima escala. Todo cuanto ella había querido era que siguieran fieles a sus planes.

Le aterraba la idea de pasar otro día en Calista soportando el resentimiento de Paul y Mary. Además, ella tenía verdaderos deseos de ir a Sarcina.

Bebió más vino mientras comenzaba a idear un plan. Tomaría un biquini, una toalla, algo de comer y buscaría un barquero que la llevara a Sarcina. Sin embargo, no le diría a los demás lo que intentaba hacer. Daría como excusa que deseaba quedarse en el Luana para tomar el sol.

Se sintió más animada. En Calista tenía que haber alguna persona que, pagándole bien, la condujera a Sarcina y la dejara allí durante algunas horas. Disfrutaría de un día de soledad mientras los otros tres vagaban por las mismas calles del pequeño villorrio. Volvió a la realidad con un sobresalto al ver que los dos pescadores se estaban despidiendo, acercándose a Tony y hablando rápidamente en su idioma.

–¿Qué decían? –preguntó con indiferencia cuando los marineros se alejaban.

–No sé. Paul es el experto en idiomas, no yo. Sólo comprendo una palabra entre veinte de las que dicen –dijo Tony, arrugando el entrecejo–. Pero todavía hablaban de Sarcina y podría jurar que el más bajo decía algo acerca de un león.

–Primero cañones y ahora animales salvajes –la sonrisa de Joanna era mordaz–. Deben de tener una buena razón para mantenemos alejados de Sarcina.

–No importa. Nos mantendremos lo más alejados posible de ese lugar –declaró Tony, impaciente–. Además, debemos pensar en lo mucho que vamos a disfrutar en Córcega. No lo olvides.

–No lo olvidaré –dijo Joanna con tono meloso.

En aquel momento fueron interrumpidos por un joven lugareño que había reunido suficiente valor para pedirle a Joanna que bailara con él. A pesar de la evidente desaprobación de Tony, ella accedió de buena gana.

Fue muy solicitada durante el resto de la noche. Para ella era sumamente halagüeño, aunque un poco violento, y cuando miró hacia la mesa vio que Paul y Mary permanecían junto a Tony, sin salir a la pista. Estarían criticándola sin duda, pensó con rebeldía.

Por fin Tony se acercó a ella.

–Creo que ya es hora de marcharnos, Joanna –dijo en tono tenso.

–Pero, ¿por qué? –repuso ella riendo, animada por el coro de protestas de los hombres que la rodeaban.

–Porque es tarde.

–No es tan tarde. Además, fuiste tú quien descubrió este lugar –sabía bien que se estaba comportando como una chiquilla, pero no le importaba–. Marchaos vosotros. Encontraré a alguien que me lleve al barco más tarde.

–De ninguna manera –dijo Tony secamente–. Esperaremos hasta que quieras irte.

Joanna le vio girar sobre sus talones y alejarse. A pesar de lo que había dicho, tendría que irse. No quería dar a Paul y Mary más motivos de queja acerca de su conducta. Y, a decir verdad, también ella estaba cansada.

Siguió a Tony hacia la mesa, se disculpó por haberles hecho esperar y se dirigieron al Luana.

Tenía la esperanza de que Mary tuviera mucho sueño por los efectos del vino y del baile, pero mientras se desnudaban en el pequeño camarote que compartían, Joanna se dio cuenta de que Mary quería conversar.

–La paciencia de Tony no va a durar toda la vida. Después de todo, para vivir con otras personas hay que hacer concesiones mutuas –declaró lacónicamente.

–Estoy de acuerdo –admitió Joanna.

Poco a poco el parloteo de Mary se apagó y Joanna se puso a pensar en los planes para el día siguiente. Al dirigirse hacia el camarote había tomado una de las guías locales que se conservaban en el barco, y empezó a ojearla.

La guía trataba principalmente sobre las islas más grandes, como Córcega, Sardinia y Elba. A Sarcina, al norte de Córcega, apenas se le dedicaba un párrafo, como si todo el mundo quisiera mantener a la gente alejada de un lugar tan pequeño.

Sin embargo, al leer la guía, pronto descubrió que, en una ocasión, la gente había sido mantenida alejada por la fuerza. Uno de los puntos sobresalientes de Sarcina eran las ruinas de unas fortificaciones construidas por los turcos sarracenos y los piratas de Berbería que habían constituido la plaga del Mediterráneo.

Normalmente le encantaba visitar los restos de fortificaciones, pero esa vez debía buscar una playita tranquila donde quedarse, lejos del pueblo de Sarcina. Después de todo, en una playa no molestaría a nadie.

Echó a un lado la guía, apagó la linterna y se acostó, con la mente errante como solía hacerlo antes de quedarse dormida.

«No volveré a ser egoísta», pensó amodorrada. «No esperaré que todos siempre me complazcan».

Pero tan buenos propósitos merecían una última travesura: su viaje a Sarcina.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

SARCINA se alzaba entre la ligera niebla; una silueta negra y dentellada contra el azul del cielo y el mar.