Amantes solitarios - Jessica Lemmon - E-Book
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Amantes solitarios E-Book

Jessica Lemmon

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Beschreibung

La aventura de Penelope Brand con el multimillonario Zach Ferguson fue tan solo algo casual… hasta que él fingió que Penelope era su prometida para evitar un escándalo. Entonces, ella descubrió que estaba embarazada y Zach le pidió que se dieran el sí quiero por el bien de su hijo. Sin embargo, Pen no deseaba conformarse con un matrimonio fingido. Si Zach quería conservarla a su lado, tenía que ser todo o nada.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Jessica Lemmon

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amantes solitarios, n.º 2121 - enero 2019

Título original: Lone Star Lovers

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-506-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Capítulo Veinte

Capítulo Veintiuno

Capítulo Veintidós

Capítulo Veintitrés

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Texas en primavera era un espectáculo digno de verse. El sol de Dallas caldeaba el patio de Hip Stir, donde Penelope Brand estaba sentada frente a su cliente más reciente. Un cielo azul y sin nubes se extendía por encima de los edificios de cristal y acero y parecía suplicar a los habitantes de la ciudad que se tomaran un respiro. Dado que casi todas las mesas estaban llenas, parecía que la mayoría habían obedecido.

Pen se ajustó las gafas de sol antes de llevarse cuidadosamente la taza de café con leche a los labios. Estaba tan llena que el contenido amenazó con derramarse, pero ella consiguió que el primer sorbo cayera en sus labios en vez de en el regazo. Aquello fue un alivio, dado que Pen siempre iba vestida de blanco. Aquel día en particular, había elegido su americana blanca favorita con ribetes de seda negra, que llevaba sobre una camiseta de tirantes de color rosa vibrante. Los pantalones también eran blancos, ceñidos, y terminaban sobre un par de zapatos negros de alto y fino tacón.

El blanco era su color y le hacía sentirse poderosa. Los clientes de Pen acudían a ella cuando tenían alguna crisis, incluso cuando deseaban volver a empezar. Como especialista en relaciones públicas, una segunda oportunidad limpia y fresca se había convertido en su especialidad.

Había empezado su negocio en el Medio Oeste. Hasta el año anterior, la élite de Chicago le había confiado sus cuentas bancarias, sus matrimonios y su bien ganada reputación. Cuando la propia reputación de Pen sufrió un traspiés, ella se vio obligada a replantearse su situación. Esa desafortunada circunstancia estaba rápidamente ganando terreno como su «pasado». La mujer que estaba sentada frente a ella en aquellos momentos había colocado los cimientos para el futuro de Penelope.

–No me canso de darte las gracias –le dijo Stefanie Ferguson sacudiendo la rubia cabeza–. Aunque supongo que en realidad debería darle las gracias al estúpido de mi hermano por habernos presentado –añadió mientras se llevaba la taza a los labios.

Pen ahogó una sonrisa. El estúpido del hermano de Stephanie Ferguson no era otro que el adorado alcalde de Dallas, que había requerido sus servicios para que ayudara a su hermana pequeña a salir de un lío que podría llegar incluso a mancillar la propia reputación del alcalde.

Stef no compartía el amor de su hermano por la política y por mostrarse cauteloso para la opinión pública. Su última hazaña la había llevado a caer en brazos de Blake Eastwood, uno de los oponentes más críticos del alcalde. La fotografía en la que Stefanie salía de un hotel del brazo de Blake y en la que ambos aparecían con la ropa arrugada y sonrisas de satisfacción sexual, había causado una atención en los medios de comunicación que no era deseada.

El alcalde había contratado a Brand Consulting para hacer desaparecer lo que se podría haber convertido en una pesadilla. Penelope había hecho su trabajo y lo había hecho bien. Una semana después, los medios de comunicación habían centrado su atención en otra persona.

–Vas a venir a la fiesta esta noche, ¿verdad? –le preguntó Stef–. Estoy deseando que asistas para tener una chica con la que hablar.

Stef era cuatro años más joven que Pen, pero esta podría entablar fácilmente amistad con la primera. Stef era una mujer inteligente, aunque demasiado sincera para el gusto de su hermano. A Pen le gustaba esa clase de franqueza. Era una pena que una amistad con Stefanie rompiera una regla que Pen había adoptado muy recientemente: nunca había que implicarse personalmente con un cliente. Y eso incluía una amistad con la rubia que estaba sentada frente a ella.

Se lamentó al recordar la razón por la que había tenido que crear esa regla. Su ex en Chicago hundió su reputación, había cobrado sus cheques y le había obligado a marcharse para volver a empezar.

–No me lo perdería por nada del mundo –respondió Pen con una sonrisa. Efectivamente, no se iba a convertir en la mejor amiga de Stefanie Ferguson, pero no pensaba rechazar la ansiada invitación a la fiesta de cumpleaños del alcalde.

Los que eran invitados a aquella fiesta, que se celebraba en la mansión del alcalde, eran la envidia de la ciudad. Pen había trabajado con millonarios, celebridades y estrellas del deporte a lo largo de su vida profesional, pero nunca había trabajado directamente para un político. Asistir a la fiesta más deseada del año era un punto muy destacado de su currículum profesional.

Pen pagó la factura y se despidió de Stefanie antes de regresar andando a su despacho mientras daba las gracias a Dios porque el alcalde tuviera una hermana propensa a meterse en líos. El corazón le latía fuertemente en el pecho cuando pensaba lo que aquello podría significar para su empresa de Relaciones Públicas y para su propio futuro como empresaria. Iba a haber muchas personas en aquella fiesta que podrían terminar necesitando de sus servicios. El mundo de la política siempre estaba marcado por el escándalo.

Después de terminar su trabajo, cerró la puerta de cristal de su despacho y se dirigió a su cuarto de baño privado. Se aplicó un poco de perfume floral y se cepilló los dientes. Después se quitó el traje y se puso el vestido blanco que había elegido para acudir a la fiesta del alcalde. Se lo había llevado al despacho, dado que su apartamento estaba al otro lado de la cuidad y la mansión del alcalde se encontraba más cerca de su lugar de trabajo.

Tras ponerse el vestido se miró en el espejo de cuerpo entero que había sobre la puerta. No estaba nada mal. Después de mucho vacilar aquella mañana, había optado por dejarse el cabello suelto. Las suaves ondas le caían por los hombros. Además, el color azul de sus ojos azules destacaba aún más por el rímel negro y las sombras en tonos ahumados y plateados que se había aplicado.

Aquel vestido le hacía varios favores ciñéndosele perfectamente a las caderas y al trasero de un modo que no era del todo apropiado, pero que hacía destacar sus esfuerzos diarios en el gimnasio.

«No puedo dejar que te marches sin señalar lo bien que te queda ese vestido».

Un escalofrío le recorrió la espalda y le puso la piel de gallina al recordar la aterciopelada voz que, desde hacía dos semanas, la turbaba con su recuerdo.

Pen se había mudado a Dallas pensando que se había despedido de los hombres para siempre, pero, después de casi un año de trabajar sin parar para reconstruir su negocio y su reputación, había terminado por admitir que se sentía sola. Estaba en un club de jazz, disfrutando de la música y de un martini, cuando un hombre se le acercó a probar suerte.

Era alto y musculado. Un delicioso espécimen masculino con paso seguro y una hipnótica mirada verde que parecía inmovilizar a Pen por completo. Se presentó diciéndole que se llamaba «tan solo Zach» y luego le pidió permiso para sentarse. Pen se sorprendió a sí misma cuando le dijo que sí.

Mientras tomaban una copa, recordó que los caminos de ambos se habían cruzado una vez anteriormente en una fiesta en Chicago. Los dos conocían a la familia de multimillonarios que eran dueños de los hoteles Crane. Sin embargo, Pen jamás se habría imaginado ni remotamente siquiera que los dos volverían a encontrarse en un lugar que no fuera Chicago.

Tampoco se había imaginado que le invitaría a su casa, pero así fue. Una copa llevó a otra y Penelope dejó que la acompañara a su casa.

Menuda noche había sido…

Los besos de él la abrasaban, marcándola como suya durante aquellas pocas horas robadas. Más cálidos aún que la boca eran sus dorados músculos y ella gozó acariciándole los abultados pectorales y los firmes abdominales. Y tenía un trasero espectacular y una maravillosa sonrisa. Cuando se marchó por la mañana, incluso le dio un beso de despedida.

Ella tuvo que permanecer en la cama para recuperarse.

Tenía un hoyuelo en una de las mejillas. La risa de Penelope se había transformado en un murmullo de apreciación mientras había observado cómo él se vestía con la luz del sol atravesando las cortinas blancas de su dormitorio.

Había sido una noche perfecta y había servido para curarla de su soledad y añadirle un poco de alegría a su vida. Pen se había sentido como si pudiera adueñarse del mundo entero. Resultaba sorprendente el efecto que unos potentes orgasmos podían tener en la moral de una mujer.

Seguía sonriendo por el recuerdo de Zach de Chicago cuando se sentó detrás del volante de su Audi y se dirigió hacia su destino. Una noche con Zach había sido muy divertida, pero Pen no era tan necia como para pensar que podría haber sido algo más. Como hija de empresarios, el éxito se le había inculcado desde una edad muy temprano. Solo tenía que pensar en lo que le había ocurrido en Chicago cuando se había despistado un poco.

Nunca más.

En la verja de entrada a la mansión del alcalde, Pen presentó la brillante invitación negra, personalizada con su nombre en una elegante caligrafía plateada y sonrió al mirar el delicado brazalete de plata que llevaba en la muñeca izquierda. Se lo había incluido con la invitación y llevaba colgado una letra F. Penelope estaba dispuesta a apostarse cualquier cosa a que el diamante que iba engarzado en el pequeño colgante era auténtico. El alcalde hacía siempre un obsequio a todos los que asistían a su fiesta por primera vez.

El guardia de seguridad le indicó que pasara y ella sonrió triunfante. Estaba dentro. El mundo de la política rebosaba de hombres y mujeres que podrían necesitar contratarla en el futuro, y ella se aseguraría de que todos los invitados conocieran su nombre al final de la velada.

Le entregó las llaves de su coche al mozo de aparcamiento y se dirigió hacia la entrada principal de la mansión. Una vez dentro, se colocó bien el chal y se puso el bolso debajo del brazo. Cuando llegó su turno, un asistente la acompañó hasta el alcalde para realizar una presentación formal. Al verse frente a él, comprendió por qué se había ganado los corazones de la mayoría de las votantes femeninas de Dallas. Chase Ferguson era alto, con el cabello oscuro bien engominado, como si temiera no poder domarlo de ningún otro modo. Sin embargo, el ángulo de su mandíbula y las líneas perfectas de su traje oscuro indicaban el control que ejercía en todo lo que era necesario.

–Señorita Brand –le dijo, observándola con sus ojos castaños antes de tomarle la mano. Se la estrechó y se la soltó para hacerle un gesto a un camarero–. Stefanie está por ahí, en alguna parte. Gracias a usted, se está comportando perfectamente –añadió inclinándose ligeramente hacia ella.

El alcalde se irguió cuando el camarero se acercó con una bandeja repleta de copas de champán.

–¿Le apetece algo de beber? –le preguntó. El acento texano de Chase prácticamente había desaparecido bajo una pronunciación casi perfecta, pero Pen lo notaba cuando bajaba la voz–. Esta noche conocerá a mi hermano.

Pen se sintió algo avergonzada por no saber que había otro hermano. Solo llevaba un año en Texas y había estado muy ocupada con su trabajo, por lo que no se había molestado en investigar.

–Vaya, si antes lo digo –añadió Chase mirando por encima del hombro de Pen para darle la bienvenida a un recién llegado.

–Eh, eh, hermanito.

El recién llegado sí que tenía acento. Aquella voz provocó que se le pusiera el vello de punta porque la reconoció inmediatamente. Le provocó una cálida sensación en el vientre e incluso un poco más abajo. Los pezones se le irguieron. La voz tenía un acento texano más fuerte que el de Chase, pero no tanto como hacía dos semanas. Ni como cuando ella le invitó a su casa y él le había murmurado al oído, rozándole la oreja con los labios.

Pen cuadró los hombros y rezó para que Zach tuviera una muy mala memoria. Se volvió a mirarlo.

Se sintió abrumada por unos anchos hombros, realzados por un esmoquin negro. Llevaba el cabello, algo largo, apartado de su hermoso rostro y de los ojos más verdes que había visto en toda su vida. Zach era ya muy guapo la primera vez que lo vio, pero en aquella ocasión, su aspecto encajaba perfectamente con el aire de control y de poder que lo rodeaba.

Una parte de ella, oculta y primitiva, quiso reclinarse sobre él y volver a descansar entre sus capaces y fuertes brazos. Por mucho que la tentara el hecho de tocarle, no pensaba hacerlo. Ya había disfrutado una noche con él y estaba en proceso de establecer los cimientos de su negocio, por lo que se negaba a que todo su mundo volviera a desmoronarse por causa de un sensual hombre con un hoyuelo.

Un hoyuelo que no aparecía por ninguna parte, dado que él se había quedado boquiabierto de la sorpresa.

–Vaya… –musitó Zach–. No esperaba verte aquí.

–Pues ya somos dos –dijo Pen. Entonces, se bebió de un solo trago la mitad de su copa de champán.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Zach logró controlar la expresión de sorpresa en su rostro, aunque ya fuera demasiado tarde.

Penelope Brand llevaba un ceñido vestido blanco, como la noche en la que la vio en el club. Él estaba allí con un amigo, pero este se había marchado ya hacía un rato con una mujer. Zach no había estado buscando ligar con nadie hasta que vio la melena rubia de Pen y la elegante línea que trazaban su cuello y sus hombros desnudos.

Verla con el cabello suelto en la fiesta de su hermano le hizo retroceder dos semanas en el tiempo. En su apartamento, al momento en el que le soltó el pasador con el que ella se había sujetado el cabello y dejó caer los sedosos mechones. Recordó su tacto, cómo se los había acariciado junto antes de cerrar la puerta de una patada para llevarla al dormitorio.

Antes de depositarla sobre la cama, ya había saboreado sus labios. Después, se ocupó de saborear todas las otras partes de su cuerpo. Y, efectivamente, fueron todas.

No habían hablado de reglas, pero los dos sabían a lo que atenerse. Él no llamaría ni ella querría que lo hiciera, por lo que aprovecharon la noche al máximo. Pen representaba perfectamente las fantasías que él había tenido y ella no le había defraudado. Después, se marchó por la mañana con una sonrisa que reflejaba perfectamente la de ella.

Después, ya en su casa, cuando se metió en la ducha, se había lamentado brevemente de no volver a verla. Sin embargo, tal vez se encontrarían de nuevo, dado que el destino ya les había sonreído dos veces. Aquella noche en el bar, no había dejado que ella se marchara sin poner a prueba la atracción que había entre ellos.

Y, en aquellos momentos, en la fiesta de su hermano, estaba experimentando una sensación muy similar.

–Si me perdonáis… –comentó Chase mientras seguía saludando a sus invitados.

–«Solo Zach» –dijo ella. Algo se reflejó en sus ojos–. Pensaba que eras un contratista en Chicago.

–Lo era.

–¿Y ahora eres el hermano del alcalde?

–Siempre he sido el hermano del alcalde –replicó él con una sonrisa.

También había sido siempre un magnate del petróleo. La breve estancia en Chicago no había cambiado ni su familia ni su legado. Cuando su madre le llamó para decir que su padre, Rand Ferguson, había sufrido un ataque al corazón, Zach abandonó Chicago para siempre, sin mirar atrás.

Él no era la oveja negra. Nunca le había molestado trabajar para el negocio familiar. Simplemente había querido ser independiente durante un tiempo. Lo había hecho y había regresado. Se le daba muy bien ser el mandamás de Ferguson Oil. Su madre también estaba más tranquila con Zach al mando.

–¿Eres adoptado o algo así? –le preguntó Penelope.

Zach soltó una carcajada. No era la primera vez que escuchaba algo similar.

–No. En realidad, Chase y yo somos mellizos.

–¿De verdad? –preguntó ella arrugando la nariz. Resultaba muy mona.

–No.

Penelope frunció los labios e, inmediatamente, Zach deseó volver a sentir de nuevo su dulzura. No había salido mucho a lo largo del último año, pero la sonrisa de Penelope lo había atraído mucho. Al principio, no la había reconocido. La primera vez que se vieron fue un brevísimo encuentro hacía tres años en una fiesta en el Crane Hotel que no la había fijado completamente en su pensamiento, aunque la atracción era innegable.

Pen se terminó la copa de champán y dejó la copa sobre la bandeja de un camarero que pasaba.

–No divulgaste quién era tu familia el sábado.

–Y tú tampoco quién es la tuya.

Ella lo miró de arriba abajo. Evidentemente, estaba tratando de encajar al hombre que había ante ella con el que había conocido en el club.

–Te aseguro que soy el mismo –comentó él con una ligera sonrisa que, por fin, mostró el hoyuelo. Él se lo señaló al ver que ella fruncía el ceño–. Hace unas semanas te gustaba. De hecho, te gustaba todo esto hace unas semanas –añadió señalándose a sí mismo.

Enojada no era una buena palabra para definir la expresión que se reflejó en su hermoso rostro. La atracción seguía latente, el vínculo que había existido entre ellos mientras alcanzaban el orgasmo aquella noche en la cama de ella dos… no, tres veces.

En aquel momento, Zach decidió que terminaría aquella noche con ella en la cama. Conectaban bien juntos y, a pesar de que él no solía repetir dos veces con una misma mujer, estaba dispuesto a hacer una excepción con Penelope Brand.

–Te acompañaré al comedor. Puedes sentarte a mi lado –le dijo mientras le ofrecía su brazo.

Pen suspiró. El gesto le hizo levantar los senos y suavizar sus rasgos. La sonrisa de Zach se hizo aún más amplia.

–Está bien, pero solo porque hay muchas personas aquí a las que me gustaría conocer. Esta fiesta es para hacer contactos, así que te agradecería…

Penelope no pudo terminar la frase debido al grito de una mujer.

–¿Dónde está? ¿Dónde está ese hijo de perra que me debe dinero?

Todos los presentes se quedaron boquiabiertos. Pen agarró con fuerza a Zach del antebrazo. Él se volvió hacia el lugar desde el que había surgido el grito. Se trataba de una delgada pelirroja que llevaba un vestido negro y un montón de papel enrollado en la mano. Recorría ansiosa la sala con un gesto muy desagradable en los labios que hizo que Zach se preguntara cómo había podido encontrarla atractiva. Por supuesto, ella no estaba vociferando de aquella manera cuando intercambiaron sus votos matrimoniales.

–Tú –exclamó al verlo mientras los guardias de seguridad de la casa comenzaban a rodearlo.

Zach levantó una mano para impedírselo. Tenía que hablar con Yvonne para tratar de quitarle de la cabeza lo que tuviera en mente antes de que el escándalo que causara fuera aún mayor.

–V –dijo, esperando ganar terreno al utilizar el apodo cariñoso con el que la había bautizado la noche que se conocieron. Una noche ahogada en tequila–. Estás en la fiesta de cumpleaños de mi hermano. Tienes toda mi atención. ¿Hay algo en lo que pueda ayudarte?

–Extiéndeme un cheque por un millón de dólares y me marcharé enseguida –dijo. Entonces, levantó la mano con los papeles enrollados y la agitó–. Si no, haré pedazos la anulación de nuestro matrimonio. El hecho de casarme contigo me da derecho al menos a la mitad de tu fortuna, Zachary Ferguson.

Resultaba irrisorio que ella pensara que un millón de dólares era la mitad.

Penelope apartó la mano del brazo de Zach, pero él se la volvió a agarrar y la colocó donde estaba.

–Es mi exesposa –le dijo a Penelope y a todos los que pudieran escucharle–. Y no, no es así.

–Voy a hacer que tu vida sea miserable, Zachary Ferguson. Solo tienes que esperar.

–Demasiado tarde –replicó él mientras realizaba una leve indicación de cabeza a los guardaespaldas.

Uno de ellos agarró a Yvonne por el brazo. Ella no se resistió, pero tampoco se mostró muy dispuesta a macharse. En vez de eso, se puso a mirar a Penelope muy fijamente.

–¿Quién es esta? ¿Me estás engañando?

Ya estaban otra vez con las mismas. Yvonne le había realizado aquella pregunta muchísimas veces en los dos días que estuvieron casados, tantas que Zach habría jurado que se había acostado aquella noche cuerda y se había levantado completamente loca.

Tuvo el sentido común de romper el matrimonio, el que no tuvo cuando se casó. Los detalles quedaban algo borrosos en el recuerdo: Las Vegas, Elvis, la Capilla del Amor, etc. En aquel momento, casarse le había parecido algo muy divertido, pero la espontaneidad tenía sus problemas. Veinticuatro horas después, a Yvonne le habían salido cuernos y lengua bífida.

–Que sean dos millones –gritó Yvonne, que había captado a lo que se refería Zach. El guardia de seguridad la hizo retroceder un poco y pareció incómodo cuando ella se resistió.

Zach tenía dinero, mucho, pero entregárselo a una loca pelirroja no iba a hacer que ella se marchara para siempre. Seguramente, volvería a por más cuando se le gastara.

–Sacadla de aquí –ordenó Zach mientras colocaba la mano sobre la de Pen–. Está disgustado a mi prometida.

–¿Tu qué? –le preguntó Yvonne al mismo tiempo que Penelope se tensaba a su lado.

–Penelope Brand, mi prometida. Yvonne… –dijo Zach. Los ojos de Yvonne ardieron de ira al ver que era incapaz de recordar su apellido de soltera–. Yvonne, mi exesposa –añadió encantado de avivar las llamas–. Penelope y yo nos vamos a casar. Es real, al contrario de lo que hubo entre nosotros dos. Puedes ponerte en contacto con mi abogado si tienes más preguntas.

Yvonne siguió gritando como las anguilas de La princesa prometida mientras los guardias de seguridad se la llevaban.

Chase se acercó a ellos y utilizó la ligera ventaja que le daba su altura para tratar de intimidar a Zach.

–A ver si lo entiendo –dijo con aquella exagerada tranquilidad que lo caracterizaba–. ¿Estás prometido y te vas a casar?

–Estuve casado.

–No me dijiste que hubieras estado casado.

–Bueno, solo lo estuve durante cuarenta y ocho horas.

–Y usted –añadió Chase, concentrando aquella vez la atención en Penelope–, tampoco me dijo que estaba prometida con mi hermano.

–Yo… –murmuró Pen sin saber qué decir.

–No es cierto –afirmó Zach. Sabía que no podía engañar a su hermano dado que, gracias al mundo de la política, estaba más que cualificado en aquel tema–. Solo quería deshacerme de Yvonne.