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Un libro de la saga Amar significa… Rechazado por su padre y expulsado de su casa, Stone Hillyard lucha por conseguir refugio en el invierno de Michigan, cuando tiene la suerte de encontrar una granja de caballos, propiedad de Geoff Laughton y su pareja, Eli. Ambos lo acogen, le brindan un lugar cálido donde quedarse y un trabajo en su programa de monta terapéutica "Sin Límites". Un conductor ebrio dejó a Preston Harding inválido, y después de meses de duro trabajo, su fisioterapeuta le recomienda el programa de terapia de Geoff y Eli. La arrogancia y los insultos de Preston hacia Stone hacen que Geoff quiera expulsarlo, pero Stone intercede por él en un pequeño acto de gentileza que le abrirá los ojos a Preston. Stone y Preston se apoyarán el uno al otro, mientras se enfrentan a la desaprobación de sus familias y luchan contra viejos secretos. Aprenderán, a veces de la forma más dura, que el amor puede significar la libertad para ambos.
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Seitenzahl: 314
Veröffentlichungsjahr: 2013
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Publicado por
Dreamspinner Press
5032 Capital Cir. SW
Ste 2 PMB# 279
Tallahassee, FL 32305-7886
http://www.dreamspinnerpress.com/
Esta historia es ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o usados para la ficción y cualquier semejanza con personas vivas o muertas, negocios, eventos o escenarios, es mera coincidencia.
Love Means… Freedom
Copyright © 2010 by Andrew Grey
Traducido por Saura García
Portada: Mara McKennen
La licencia de este libro pertenece exclusivamente al comprador original. Duplicarlo o reproducirlo por cualquier medio es ilegal y una violación a la ley de Derechos de Autor Internacional. Este eBook no puede ser prestado legalmente o regalado a otros. Ninguna parte de este eBook puede ser compartida o reproducida sin el permiso expreso de la editorial. Para solicitar el permiso y resolver cualquier duda, contacta con Dreamspinner Press 5032 Capital Cir. SW, Ste 2 PMB# 279, Tallahassee, FL 32305-7886 USAhttp://www.dreamspinnerpress.com/
Publicado en los Estados Unidos de América
Primera Edición
Julio, 2010
Edición eBook en Español 978-1-62380-088-8
Para mi correctora, Gabi, por toda su ayuda y su perspicacia.
ELCAMIÓN paró a un lado de la carretera, frenando hasta que se detuvo.
—No necesito gorrones. Si no puedes pagar, ¡puedes caminar! —gruñó el hombre mientras Stone acercaba la mano al agarradero de la puerta—. ¡Deberías habérmela chupado simplemente!
Stone abrió la puerta del pasajero e intentó alcanzar su bolsa, imaginándose que el conductor intentaría robarle sus cosas. Tenía razón, porque el camión comenzó a moverse tan pronto como puso sus pies en el suelo. Stone lanzó su brazo hacia el conductor y le atizó en un lado del rostro, haciendo que el camión se detuviera en seco de nuevo. Agarró su bolsa y jaló con brusquedad, consiguiendo retenerla mientras caía de la cabina y el camión volvía a arrancar.
—¡Viejo capullo! —gritó a las luces traseras—. ¡No habría chupado ese champiñón que tienes por verga por nada del mundo! —Después de todo, él también tenía principios. Observó la parte trasera del camión desaparecer, salió del arcén y se sacudió la nieve de la ropa—. Joder, qué frío hace aquí fuera. —Dio un par de patadas al suelo intentando entrar en calor antes de colgarse la bolsa en el hombro. Tan solo había estado en el camión unos pocos minutos, así que no había tenido tiempo de calentarse realmente. Intentó calcular sus posibilidades de tener suerte para que lo llevaran una segunda vez esa noche.
La nieve comenzó a caer a su alrededor mientras caminaba. Stone no tenía ni idea de a dónde iba, tan solo esperaba poder encontrar un lugar caliente y a salvo del viento, que se había levantado tan pronto como anocheció. Oyó el sonido de un coche aproximándose a su espalda y sacó su pulgar, pero el conductor continuó sin detenerse, las ruedas del coche levantaron una ola de hielo y polvo, haciendo que Stone sintiera todavía más frío.
—Joder. —Removió las cosas en el interior de su petate, pero no pudo encontrar los guantes. —Maldita sea, mierda —sollozaba mientras iba hacia los silenciosos árboles, sintiendo cómo aumentaba su energía por la adrenalina acumulada, que se liberaba en un estallido. Se había dejado los guantes en el asiento del camión del jodido viejo. Se metió las manos en los bolsillos intentando obtener algo de calor—. Quizá debería habérsela chupado. —El pensamiento le hizo tiritar y las lágrimas acudieron a sus ojos. Podía estar en una situación desesperada, pero él no lo estaba tanto, aún no. Secándose los ojos, miró a su alrededor; la noche caía sobre los árboles y la nieve. «Aunque quizás lo esté pronto». Aferró el abrigo para mantener su piel alejada del viento y continuó caminando, aproximándose a una curva.
Stone vio una señal que decía “West Shore. Colegio de la Comunidad”, y comenzó a andar por el camino de tierra que iba hacia el edificio, imaginándose que al menos podría pasar la noche protegiéndose contra la puerta. El lugar aparentaba estar cerrado y no parecía que hubiera nadie cerca. Mientras caminaba, los árboles a su alrededor amortiguaban el viento, dándole al menos algo de alivio.
Oscuros edificios de ladrillo aparecieron muy cerca ante sus ojos, y se aproximó a uno, intentando abrir la puerta, pero estaba cerrada con llave. Stone dio una vuelta al edificio, pero todo estaba bien cerrado. Dejó escapar un suspiro. Debería haberlo sabido; probablemente todos estaban de vacaciones por Navidad y no volverían durante un tiempo. Pensó en romper una ventana, pero con su suerte, seguro que el lugar tenía alarma. Quizá en la cárcel entraría en calor.
De hecho, levantó una piedra y estaba a punto de lanzarla contra una ventana cuando vio luces colándose entre los árboles. Luces significaban gente, y gente significaba calor. Dejando la piedra, se dirigió hacia las luces, esperando tener algo de suerte.
Stone se metió entre los árboles y el viento se le coló por su cazadora. Miró hacia delante y vio lo que parecía ser la silueta de un granero y una granja. Cruzando la calle, caminó pesadamente entre la nieve hasta llegar frente al porche, temblando de frío a cada paso y rogando porque lo dejaran dormir en su granero. Sacó una mano del bolsillo y golpeó la puerta metálica, sus dedos parecieron desentumecerse unos momentos antes de que volviera a meter la mano en el bolsillo.
Pasos pesados se acercaron y la puerta se abrió, Stone abrió la boca para hablar, pero sus dientes tan solo castañetearon y comenzó a temblar.
—¡Eli! —gritó el hombre hacia el interior de la casa— ¡Necesito ayuda! —Al primer hombre se unió un segundo, y la puerta se abrió más. Stone agradeció a sus estrellas que lo llevaran a esa cálida casa, y que la puerta se cerrara tras él.
Se quedó parado sobre una alfombra y tembló, con los ojos cerrados, mientras permitía que el calor le abrazara. Unas manos comenzaron a quitarle el abrigo y se retiró con fuerza.
—Tranquilo, chico. Nadie va a hacerte daño. Tenemos que quitarte esto para que puedas entrar en calor. —Stone abrió los ojos y miró al hombre que intentaba ayudarle con el abrigo—. ¿Cómo te llamas?
—S… S… Stone —tartamudeó a través de los dientes que todavía castañeteaban—. Stone Hillyard.
—Yo soy Geoff y este es Eli. Tenemos que quitarte la cazadora.
Stone dejó que sus brazos cayeran a ambos lados de su cuerpo y sintió que la cazadora se escurría, la calidez de la casa le traspasó hasta la piel, y no pudo evitar suspirar.
—Quítate los zapatos y ven a sentarte en el sofá —dijo Eli suavemente.
—G… Gr… Gracias. —De algún modo Stone consiguió quitarse los zapatos y se acercó descalzo hasta el sofá. Oyó una fuerte inhalación y alguien salió corriendo hacia las escaleras; enseguida una enorme y confortable manta lo abrazó, y comenzó a temblar con fuerza.
—Adelle —oyó llamar a Geoff mientras le colocaba la manta alrededor de las orejas, que habían comenzado a arder al volver a sentirlas.
—Señor Geoff. —Vio a una mujer mayor y de color entrar en la habitación—. ¿Qué ha ocurrido?
—Lo hemos encontrado en la puerta. ¿Podrías traerle algo caliente? Tenemos que conseguir que entre en calor. Creo que puede sufrir un principio de hipotermia y parece que le falta poco para padecer una congelación. —Ella salió corriendo, y Stone suspiró aliviado cuando su cuerpo se sacudió y sus pies palpitaron con dolor mientras la sensación retornaba a todos sus miembros. Sus manos temblaban también, pero al menos volvía a sentirlas.
La mujer volvió e intentó tomar la taza que le ofrecía, pero sus manos no pudieron agarrarla bien y casi se resbaló de entre sus dedos.
—Está bien, cariño. Yo la sujeto. —Ella volvió a tomar la taza y la sostuvo cerca de sus labios—. Tan solo un sorbo para empezar.
El líquido ardía al bajar por su garganta, y comenzó a sentirse algo más cálido por dentro. Intentó beber algo más, pero ella retiró la taza.
—Tómatelo con calma. Mucho de golpe podría provocarte una conmoción. —Él asintió, y ella esperó unos minutos antes de acercar de nuevo la taza a sus labios. Esta vez, fue capaz de beber todo un trago, y bajó por su garganta suave y caliente.
—Mmmm. —El chocolate caliente nunca había sabido tan bien en toda su vida, y bebió de nuevo, alzando las manos para tomar la taza, mientras la calidez de esta se filtraba por sus manos. Los temblores cesaron y sintió que el ardor de sus pies comenzaba a desaparecer—. Gracias. —Tomó otro par de sorbos y vació la taza, cerrando los ojos al sentir el denso líquido resbalar por su garganta y golpear su estómago vacío, que gruñó con fuerza al sentirlo.
—¿Cuándo fue la última vez que comiste? —comenzó a quejarse la mujer, mientras más gente aparecía en la sala, y oía preguntas y respuestas en tonos quedos. Stone se encogió de hombros y miró los cuatro rostros masculinos que estaban alrededor del sofá—. Chicos, vosotros marchaos y dejadme que yo cuide de él —los regañó la mujer.
—Vamos a cerrar todo por la noche; dentro de poco hará mucho frío —dijo Geoff, y se marcharon, uno de ellos subió cuidadosamente las escaleras.
—Está bien, cielito, ya estás a salvo. Relájate y entra en calor, que yo vuelvo enseguida. —La mujer se marchó y la oyó trabajar en la cocina, canturreando suavemente para sí misma. Volvió con un sándwich en un plato, y Stone se descubrió a sí mismo levantando una mitad y mordiéndola. Después de tragar, terminó el resto de un solo bocado y tomó la otra mitad—. Buen Dios, despacio. Nadie te lo va a quitar. —Stone observó su sonrisa e intentó tomar bocados más pequeños, pero su estómago gritaba por más. Cuando se acabó el sándwich, apareció otro, y Stone intentó tragarse las lágrimas que amenazaban con salir a la superficie—. Bueno, bueno, come todo lo que quieras.
Después de tres sándwiches y otra gran taza de chocolate, se sintió lleno y no pudo mantener los ojos abiertos.
—Gracias, señora.
Ella tomó el plato y la taza.
—De nada. Ahora descansa, que yo estaré de vuelta enseguida.
Stone cerró los ojos y se encontró a sí mismo flotando. La música invadió su mente, y recuerdos que creyó perdidos desde hacía mucho tiempo, volvieron. Imágenes de su madre bailando por el salón con él, ambos bailando felices, se colaron en sus sueños.
Los ojos de Stone se abrieron de repente. Debió haberse quedado dormido, pero la música seguía sonando. Reconoció la canción y escuchó, acompasando su respiración de nuevo. Se sentía realmente cálido y lleno, dos sentimientos que hacía mucho que no sentía. Cerró los ojos de nuevo, sintiendo que volvía a dormirse, con un sueño plácido y profundo.
YAERA de noche cuando volvió a despertarse. Sintió, más que vio, que había alguien más en la habitación con él, pero no quería moverse. Se movió en el sofá, encontró un punto en el que se sentía cómodo y volvió a dormirse, imaginándose que debía estar soñando. Y si lo estaba no quería despertarse jamás. Quizá había muerto y estaba en el cielo.
Cuando volvió a despertarse había otras personas en la habitación, pero todavía estaba oscuro. Resopló con fuerza, se movió, y el cálido capullo que la manta había formado a su alrededor comenzó a moverse también. La habitación se quedó en silencio pero ahora Stone estaba completamente despierto. Mirando a su alrededor, vio a un hombre sentado en una silla, recorriendo las páginas de un libro con los dedos.
—Soy Robbie. ¿Tienes hambre? —Puso el libro con cuidado en la mesa junto a él y se levantó, acercándose al sofá y tocándolo, Stone sintió una mano recorrer su pierna—. Ahí estás.
—Eres ciego. —El descubrimiento fue toda una sorpresa para Stone.
—La última vez que miré, sí, lo era. —Robbie rio y Stone se unió. Se sentía bien poder reírse; no lo había hecho durante algún tiempo—. ¿Tienes hambre? —Stone asintió y levantó la manta, sus pies descalzos tocaron el frío suelo—. No puedo oír tu cabeza moverse. No hace ruido. —Stone observó a Robbie sonreír y supo que estaba bromeando con él.
—Lo siento. Sí.
—Entonces ven a la cocina. Estoy seguro de que Adelle habrá dejado algo caliente para ti. —Stone observó cómo Robbie le guiaba, y se maravilló ante la facilidad con la que se movía por la casa. Robbie se giró hacia él y frunció el ceño—. ¿Estás descalzo?
Stone sintió que sus mejillas se enrojecían por la vergüenza.
—Sí.
—Ve a la cocina. Yo iré a buscarte unos calcetines. —Stone observó a Robbie girar sobre sí mismo y subir las escaleras.
Cuando desapareció de su vista, Stone fue hacia la cocina y se encontró a Adelle trabajando en la encimera, canturreando para sí misma.
—¿Fue usted quien estuvo conmigo?
Ella dejó de hacer lo que hacía y se volvió.
—Quería asegurarme de que estabas bien. —Señaló hacia la mesa—. Siéntate y te traeré unas tortitas. —Se giró de nuevo, y Stone sintió que se le hacía la boca agua, preguntándose qué demonios le había ocurrido. Esta gente no sabía de él más que su nombre, pero lo trataban bien. No sabía qué pensar, pero se imaginaba que al final querrían algo de él.
Un plato lleno hasta arriba de tortitas calientes fue puesto delante de él junto con un bote de sirope de manzana y mantequilla. El olor fue casi demasiado, y miró a Adelle para asegurarse de que todas eran para él, pero ella ya había vuelto al trabajo, así que echó sirope sobre aquella montaña y comió hasta que pensó que iba a explotar, echando hacia atrás el plato cuando ya estaba vacío.
—Gracias, señora. Estaba delicioso.
—¿Quieres más? —Ella miró el plato. Parecía que lo habían lavado de lo limpio que estaba.
—No, gracias. —Adelle tomó el plato y Stone se levantó de la silla. Volvió al salón y se puso los zapatos sin calcetines. Encontró su petate sobre una silla, junto con su abrigo e incluso un par de guantes. Se puso el abrigo y pasó el petate sobre su hombro. Tenía que quitarse del camino de esa buena gente.
—¿Te ibas a marchar sin decir adiós?
Stone se giró y vio al ciego mirándolo, lo que era realmente extraño.
—Creo que será mejor que me vaya. No necesitan un gorrón. Dele las gracias de mi parte. —Stone miró alrededor de la sala, quería recordar ese lugar. No siempre encontraba gente tan agradable como esas personas, pero sabía que definitivamente no lo querrían alrededor; no después de todo lo que había pasado.
—¿Por qué no permites que sean ellos quienes decidan?
Stone se detuvo en seco y casi bajó la bolsa de su hombro. Casi.
—No me necesitan. No soy bueno para nadie. —Stone oyó el golpe de una puerta al cerrarse, y voces en la cocina, haciéndose más altas.
—Ya estás despierto. —Stone miró y vio que quien hablaba era Geoff, o al menos él pensaba que era Geoff quien estaba en la puerta de la cocina.
—Gracias por todo. Ya me marchaba. —Stone encontró la puerta principal y la abrió, salió y cerró tras de sí. El frío le mordió casi tan fieramente como lo había hecho la noche anterior, y corrió hacia la carretera.
—¿Crees que es una buena idea? —Stone se detuvo y se giró para ver a Geoff de pie en el porche—. No hace más calor esta mañana que anoche.
Stone miró a su alrededor, comenzando a temblar. ¿Qué demonios le pasaba? Despacio, se giró y comenzó a caminar hacia la casa y hacia el calor. Geoff le siguió adentro también. Dejó caer su petate en el suelo, pero se dejó el abrigo puesto y siguió a Geoff hacia otra habitación con una mesa y un montón de máquinas extrañas que parecían estar sacando papeles llenos de bultitos.
—¿Te gustaría contarme por qué estabas anoche ahí fuera, con este frío y solo?
Stone se encogió de hombros. De cómo había llegado a estar solo y en la calle era de lo último que quería hablar. Demonios, toda su vida era algo que le gustaría olvidar.
—Habéis sido muy amables, pero no me querríais aquí.
—¿Por qué no me dejas que sea yo quien juzgue quién quiero que esté alrededor mío y de mi familia? —El rostro de Geoff era firme, y Stone se encontró a sí mismo nervioso ante tan intensa mirada.
—Qué demonios. —Stone se dejó caer en una silla, tirando de la cremallera de su abrigo, pero preparado para salir corriendo si tenía que hacerlo—. Crecí en una pequeña granja a las afueras de Petoskey. Estábamos solos, papá y yo. —Stone sintió que las lágrimas amenazaban con caer, pero pestañeó con fuerza y dejó que su enfado superara a la tristeza, y para su sorpresa, su voz salió firme y fue capaz de continuar—. Pensé que el viejo bastardo me quería. Estábamos solo nosotros dos después de la muerte de mamá.
—¿Qué pasó? —La voz de Geoff sonaba preocupada, pero Stone sabía que aquello cambiaría.
—Mi viejo me echó a patadas de allí —Las emociones comenzaron a amenazar con superarlo de nuevo, pero las volvió a empujar hacia su interior, dejando que el amor que se había transformado en odio lo mantuviera fuerte—. Así que imagino que no me quería después de todo. —Stone miró a Geoff a los ojos, y vio que se suavizaban mientras esperaba.
—No has respondido a mi pregunta. —Stone notó el tono de compasión en las palabras del granjero, y decidió ser directo.
—Le dije que era gay. —Stone observó la reacción de Geoff, esperando a ver qué pasaba. Lo mejor que podría pasarle era que le pidiera que se marchara. Lo peor, sería que tuviera que escaparse de allí mientras intentaba evitar que le pegara como había hecho su viejo tantas veces. Los moratones habían desaparecido, pero todavía sentía el dolor en su hombro, el viejo casi se lo había dislocado al echarlo de casa.
Geoff no dijo nada, y Stone observó al granjero levantarse y acercarse a él. «Vale, aquí viene». Esperaba que lo golpeara, o que demandara lo mismo que el tipo del camión. Lo que no esperaba era que lo ayudara a ponerse en pie y lo abrazara con fuerza. El hombre era fuerte pero no hizo ningún tipo de movimiento. No lo estaba intentando sobar, solo lo reconfortaba.
—Nadie te hará daño aquí. —Las palabras llegaron hasta sus oídos y levantó los brazos, poniéndolos alrededor de aquel hombre, devolviéndole el abrazo. Este había sido el primer tipo de consuelo que había recibido, de cualquier clase, desde que lo habían echado de casa.
Los brazos se suavizaron y Geoff dio un paso atrás. Las piernas de Stone casi ceden y volvió a sentarse en la silla.
—¿Desde cuándo estás solo?
—Desde hace unos tres meses. Durante un tiempo conseguí un trabajo con un amigo, cortando árboles para Navidad. Pero se acabó el trabajo, así que me dirigía hacia el sur, imaginando que haría algo más de calor, pero se me acabó el dinero e intenté hacer autostop.
—¿Dijiste que creciste en una granja?
—Sí. —Stone comenzó a sospechar—. Criábamos cerdos. —Stone tembló. Lo último que quería en el mundo era volver a trabajar con cerdos en su vida.
—¿Estás dispuesto a trabajar?
—¿Me está ofreciendo un trabajo? ¿En esta época del año? —En invierno era cuando las granjas solían ir a dormir y necesitaban menos ayuda, no más—. No quiero caridad.
—No te ofrezco caridad, pero sí trabajo duro. Necesito a alguien que mantenga limpio el granero. El chico que lo hacía ha vuelto al colegio y hemos tenido que estar haciéndolo nosotros. Tengo veinte caballerizas que necesitan mantenerse limpias y un almacén que necesita estar bien ordenado. ¿Has trabajado con caballos alguna vez?
Stone asintió, casi sin poder creer su suerte. En vez de llevarse una paliza, le estaban ofreciendo empleo.
—Aprendí a cabalgar cuando era un crío. —Había tenido que dejar su caballo atrás cuando su padre lo echó, y le dolía el corazón cada vez que recordaba que no había podido llevarse a Buster con él—. Incluso tenía mi propio caballo. —Maldita sea; estaba empezando a actuar como una chica, lloriqueando y todo.
—Bien. Mi pareja, Eli, da lecciones de monta y, si todo va bien, podrías ayudarle.
Stone casi no podía creer lo que oía.
—¿Tu pareja? —Vio que Geoff asentía. Stone lo pensó durante un rato—. ¿Te refieres al hombre que vi anoche cuando abrieron la puerta? —Le respondió con otro asentimiento de cabeza y una sonrisa—. Entonces, ¿quién es el tipo ciego? —Vio a Geoff fruncir el entrecejo y se dio cuenta de que había sido un poco maleducado—, quiero decir, Robbie. ¿Es tu hermano?
Geoff levantó una mano.
—Cuando hayamos terminado aquí, te presentaré a todo el mundo, pero antes necesito saber unas cuantas cosas. —Ahora era el turno de Stone de asentir despacio—. ¿Cuántos años tienes?
La primera intención de Stone fue mentir. Pero no lo hizo.
—Diecinueve. —Oyó a Geoff gruñir desde lo más profundo de su garganta y se preguntó por qué, y si acaso había hecho algo mal. Inmediatamente comenzó a morderse el labio inferior preocupado. Justo cuando las cosas parecían ir mejorando…
—¿Tienes identificación y esas cosas?
—Sí, señor —dijo, sacando de un bolsillo de su cazadora su gastada cartera.
Geoff se levantó de nuevo y extendió su mano.
—Entonces tienes el trabajo si lo quieres.
Stone casi no podía creerlo. Anoche casi moría congelado, y hoy le ofrecían trabajo en una granja, posesión de una pareja gay. Dudosamente, extendió su mano y estrechó la de Geoff.
—No se arrepentirá.
Geoff le soltó la mano y abrió la puerta del despacho.
—Eli —dijo Geoff, y un hombre se levantó del sofá—, este es Stone y va a trabajar en el granero. Tiene experiencia con caballos. —Stone alternó la mirada entre ambos hombres y se relajó cuando vio una expresión complacida en el rostro de Eli—. Creo que ya conoces a Robbie. Es mi muy capaz asistente y nuestro músico residente.
—¿Eras tú el de anoche? Pensé que estaba soñando, era tan hermoso…
Robbie sonrió ampliamente.
—Gracias. —Stone observó cómo Robbie pareció escuchar antes de girarse hacia donde estaba Geoff—. ¿Ya puedo empezar?
—Por supuesto. He impreso lo que necesitarás y está en la repujadora{1}. —Robbie sonrió y se dirigió con cuidado al despacho, cerrando la puerta.
—¿Él también… —la voz de Stone bajó hasta ser un susurro— es gay?
Geoff sonrió.
—Sí. Su pareja, Joey, está afuera trabajando, que es donde deberíamos estar nosotros también. —Geoff bajó la mirada hacia sus pies—. Vas a necesitar unas botas más calientes y ropa más gruesa.
—Le encontraré algo —dijo Eli antes de subir las escaleras.
—Tengo que ayudar a Robbie. Eli bajará enseguida y te llevaremos afuera para que puedas conocer a todos los demás y empezar. —Geoff abrió la puerta del despacho, dejando a Stone solo en el salón. Sin saber qué más hacer, se asomó para mirar por la ventana. La nieve que caía por la noche había cesado, y el día era claro y brillante. Casi no podía creer su suerte. Había caído en una granja en la que los dueños eran gais, en medio de una tormenta de nieve, y le habían ofrecido un trabajo además de haberle salvado de morir congelado. Quizá, solo quizá, su suerte comenzaba a cambiar. Unos pasos en la escalera lo sacaron de sus pensamientos.
—TÓMALOconcalma. No debes hacerlo todo a la vez —el fisioterapeuta avisó a Preston, mientras este intentaba maniobrar entre las barras paralelas.
—¡Quiero caminar! —gritó Preston mientras apretaba los dientes—. El puto doctor dijo que nunca volvería a hacerlo —gruñó mientras intentaba forzar sus piernas para que funcionaran—, y pretendo andar hasta ese gilipollas y estrecharle la mano —dijo mientras se movía de nuevo—, ¡o darle un puñetazo en su cara de cabrón! —Miró al fisioterapeuta y sonrió ampliamente, añadiendo—: lo siento, Jasper, no pretendía tomarla contigo. —El enfado y la frustración desaparecieron mientras volvía a sentarse en la silla de ruedas y rodaba hacia la puerta—. Es solo que quiero andar.
—Lo sé, y yo también quiero que lo hagas, pero haciéndote daño no vas a conseguir que ocurra antes. —Jasper sostuvo la puerta abierta—. Has avanzado mucho en poco tiempo.
—No voy lo suficientemente deprisa. —Preston estaba decidido y naturalmente impaciente.
—Pres —comenzó a decir su fisioterapeuta y amigo—, tus músculos están comenzando ahora a recibir la sangre que necesitan para funcionar. Algunas veces necesitas dejar que las cosas progresen a su ritmo, y esta es una de esas que no pueden apresurarse.
Preston giró su silla de ruedas.
—Pensé que los fisioterapeutas erais masocas. —Una gran sonrisa se abrió paso en su rostro.
—Puede que sea un fisioterapeuta masoca, pero también soy tu amigo. Quiero que vuelvas a andar, pero no quiero que te hagas daño intentándolo. —Jasper lo acompañó hasta la entrada de la clínica donde la madre de Preston lo esperaba.
Preston odiaba que a sus veintiséis hubiera tenido que volver a vivir con sus padres, y a depender de ellos de nuevo. Un conductor borracho se había llevado la utilidad de sus piernas y su libertad, y estaba decidido a volver a tener ambas por encima de todas las cosas. Había vuelto a sentir ambas piernas, y después de mucha cirugía, algo de movimiento también. Tan pronto como pudo levantar las piernas, comenzó a ejercitarse cuando nadie lo veía.
—Ya estoy listo para marcharnos, mamá.
—Bien, cariño. —Ella se puso en pie y se acercó, poniéndose tras la silla y empujándolo hacia el coche.
—No necesito ayuda —saltó él. Ella le acercó su abrigo, y él se lo puso antes de agarrar las ruedas y mover la silla por sí mismo hacia delante, las puertas se abrieron automáticamente frente a él—. Es que necesito hacer cosas por mí mismo. —Salió disparado a través del aparcamiento, paró junto al coche y esperó a que ella desbloqueara las puertas. Colocó la silla cerca del asiento, se levantó sobre sus temblorosas, pero cada vez más fuertes piernas, y se sentó. Entonces, dobló la silla y consiguió colocarla detrás de su asiento. Se acomodó en este, cerró la puerta y se puso el cinturón—. Siento haberte gritado, pero es importante para mí hacerlo yo solo.
—Lo sé. —Ella se giró hacia él y sonrió—. Pero se me olvida, y quiero ayudarte. —Arrancó el coche y salió del aparcamiento. Preston tenía que admitir que su madre había sido buena y le había ayudado mucho más de lo que pudiera haber esperado. Lo había llevado a donde necesitara ir, tomando tiempo libre de su trabajo para que él pudiera estar en sus citas de fisioterapia—. Tu padre ha llamado. Volverá a casa en un par de días.
—Qué bien. —Incluso movió las manos actuando como si realmente estuviera excitado. A diferencia de su madre, el padre de Preston había visto el accidente como una cosa más que él les había impuesto. Su padre era la razón principal por la que quería marcharse de casa. El hombre era arrogante y egoísta en sus mejores días.
—Pres, tu padre trabaja duro —dijo su madre suavemente, mientras continuaba conduciendo hacia el Oeste, girando hacia el lago Drive.
—No le defiendas, mamá. No conmigo. —El padre de Preston casi tuvo un infarto cuando les dijo que era gay. Después de una semana, comenzó a traer a casa a todas las chicas que pudo encontrar porque pensaba que Preston simplemente «no había encontrado a la chica adecuada». Era vergonzoso para él y para las chicas, cuando les decía que era gay. Finalmente su padre dejó de hacerlo, pero Preston sabía que no se había rendido. Milford Harding tercero nunca se rendía; aguardaba pacientemente hasta que pudiera atacar de nuevo. Tan solo el accidente de Preston les había dado una especie de tregua—. Al menos todavía me quedan un par de días de paz.
Su madre no respondió, y condujeron en silencio hasta que ella entró en el camino circular y aparcó en el garaje en el que entraban tres coches. Preston abrió la puerta y sacó su silla, abriéndola antes de sentarse en ella y dirigirse hacia la puerta de atrás de la casa, donde una rampa le ayudaba a entrar.
La rampa había sido la única concesión a sus heridas que le había permitido hacer a su madre, que incluso había llegado a intentar poner un ascensor en la casa, pero Preston estaba decidido a no necesitar una silla para siempre. Así que cambiaron su habitación de la segunda planta a la primera, y ahí acabó todo.
—Me voy a acostar un rato. —La terapia siempre le cansaba. Rodó hacia su habitación, girándose antes de entrar—. Gracias, mamá. Por todo. —Sonrió. Ella también sonrió y él supo que todo iría bien. Tomó nota mental de que cuando todo esto acabara, iba a hacer algo muy especial por ella. Se lo merecía.
Se levantó de la silla y se metió en la cama, cubriéndose con una manta y cerrando los ojos. Acababa de comenzar a dormirse cuando sonó el teléfono. Lo tomó de la mesilla de noche y sonrió cuando vio el nombre en la pantalla.
—Hola, chico sexy. —Preston sonrió al teléfono, todo lo demás estaba olvidado.
—¿Qué tal ha ido la terapia?
Adoraba el sonido de la voz de Kent, siempre lo había hecho.
—Bien. Fui capaz de hacer todo el recorrido esta vez.
—Eso es fabuloso. —Había algo en su tono de voz…
—¿Vamos a salir al final esta noche? —Preston había estado esperando aquella salida durante toda su sesión de terapia.
—Por eso te llamaba. —La voz de Kent sonaba extraña de repente.
—Si no quieres salir esta noche, podríamos salir mañana.
—Preston, mira, no creo que pueda seguir haciendo esto.
Se sentó en la cama, usando ambas manos para mantenerse erguido.
—¿Qué quieres decir?
—Se acabó, Preston. He conocido a alguien.
—¡Egoísta hijo de puta! —Las lágrimas amenazaron con salir, pero su enfado las mantuvo a raya—. ¿Desde cuándo te estás acostando con otros?
—David y yo llevamos viéndonos unas cuantas semanas.
Preston no necesitaba oír más. Cerró el teléfono y apretó los párpados. Quería gritar, tirar el teléfono contra la pared, pero así no conseguiría nada.
—¿Cómo he podido ser tan estúpido? —Sabía que tenía que haberlo visto venir, pero no había querido hacerlo.
Su teléfono sonó de nuevo e iba a tirarlo contra el suelo si era Kent. Pero no lo era.
—Hola.
—¿Qué pasa? ¿Estás bien? —la voz de Jasper estaba llena de preocupación.
—Kent acaba de dejarme.
—Voy para allá. —La línea se cortó y cerró la tapa del teléfono, dejándolo sobre la mesilla antes de echarse de nuevo en la cama. Se cubrió otra vez con la manta, pero incluso aunque la habitación estaba caliente, comenzó a tiritar. Cerró los ojos y dejó que las lágrimas los inundaran. Giró la cabeza contra la almohada, para que su madre no pudiera oírle, y la mojó mientras dejaba que el dolor se liberara.
Perdió la noción del tiempo, pero finalmente su puerta se abrió y sintió que un par de manos tiraban de sus hombros, girándole antes de que Jasper, también un poco lloroso, lo abrazara.
—Venga, déjalo ir. —Preston sintió que la tristeza lo inundaba e hizo lo que Jasper le decía, dejando a un lado el control de sus emociones. Oyó un suave golpe en la puerta, y Jasper se movió un poco, pero después nada más. Por fin las lágrimas terminaron, y Jasper se separó—. ¿Qué ha pasado?
Preston se secó los ojos.
—Se suponía que íbamos a salir esta noche, pero me ha llamado para decirme que ha estado viendo a alguien más.
—Qué bastardo. —Jasper se movió en la cama—. Siempre supe que ese hombre era un idiota. Juro que solo estaba contigo por tu padre y su dinero.
—¿Y por qué no me lo has dicho antes? —Preston también se movió en la cama, intentando volver a sentarse.
—¿Me habrías hecho caso? —Jasper esperó una respuesta, y Preston evitó su mirada—. Eso pensaba yo. —En ese momento Jasper sonrió—. Pero ya se ha ido.
—¿Y qué te hace tan jodidamente feliz al respecto? ¡Kent se ha ido y nadie volverá a mirarme nunca! —Le faltaban unos dos segundos para echar a Jasper fuera de su casa, pero el hombre solo le regañó.
—¿No piensas que a lo mejor esto ocurre por una buena razón? Quizá, solo quizá, algo bueno puede salir de toda esta situación, y es posible que encuentres a alguien con algo de cerebro entre las orejas, muy al contrario que el insípido de Kent.
—¿Cómo qué? ¿Qué es lo bueno que puede salir de esto? Más cicatrices sexis y terapia adicional. —Sabía que estaba siendo tonto, pero no le importaba. Jasper se levantó y lo miró duramente. Preston pensó que quizá había ido demasiado lejos, pero realmente no le importaba una mierda.
—Te fijas demasiado en las apariencias, de sus rostros a sus ropas. Crees que eso es todo lo que importa. —Jasper se acercó a él, poniéndose justo delante de su rostro—. Pues tengo noticias frescas para ti. Hay todo un mundo ahí fuera de gente que no es “guapa”. Quizá es hora de que desarrolles algo más de profundidad que una salchicha requemada. —Preston se quedó tan sorprendido que enmudeció. Nunca había oído a su amigo hablar así.
—Yo no soy así —protestó débilmente.
—Cuando conocí a Derrick, me dijiste que debía dejarle, que podía conseguir a alguien mejor. ¿Te acuerdas? Derrick, el hombre que se quedó junto a tu cama todo el tiempo que estuviste en el hospital. El hombre que te trajo a casa, que te llevó en volandas hasta tu habitación y te metió en la cama —Jasper bajó su tono de voz—. ¿Recuerdas cuando te dolía tanto que querías morirte, y Derrick sostuvo tu mano y lloró contigo? —Preston asintió antes de bajar la mirada hacia la manta sobre su cama—. Esa es la persona a la que debería haber dejado porque no era un dios del músculo o un niño bonito.
—¿De verdad he sido así de horrible? ¿Por qué no me dijiste esto antes?
—Porque pensaba que crecerías. Derrick es la persona más increíble que me he encontrado jamás, y es hermoso porque me quiere, me quiere de verdad. —Preston sintió que Jasper resbalaba una mano entre las suyas—. No hay nada mejor en el mundo que levantarse junto a alguien que realmente te ama. Kent nunca te quiso, y no me importa lo que pienses, porque si lo hubiera hecho, sería él quien estaría aquí ahora mismo.
—Jesús —dijo Preston tragando saliva—. ¿No me merezco un poco de simpatía?
—Ya has tenido suficiente simpatía para que te dure toda la vida. Es hora de que levantes el culo. Hoy he visto lo determinado que puedes ser, así que utiliza eso durante el resto de tu vida. Dale una patada a Ken y encuentra a alguien mejor, realmente mejor.
—Sabía que eras masoca de verdad. —Preston sonrió por primera vez desde que Ken había llamado.
—Hablando de sadismo. Llamaba antes porque he encontrado un nuevo tipo de terapia para que la pruebes. —Gruñó, poniendo los ojos en blanco, y Jasper lo golpeó en un hombro—. Hay un lugar entre el pueblo y Scottville que hace monta terapéutica. Te ponen sobre un caballo y te enseñan a montar. Es un gran ejercicio y te ayudará a fortalecer las piernas.
—Tienes que estar de broma. No sé nada sobre caballos. —Pero era cierto que la idea era buena—. ¿Realmente pueden subirme a uno de esos grandes animales?
—Sí, y te enseñaran a montar. Sería bueno intentarlo, y te hará salir afuera. Tienen certificados y conocí al hombre que lleva el programa y a su pareja hace unos días. Son especiales. —Jasper dejó una tarjeta de visita sobre la mesilla—. Piénsalo.
—¿Te he oído decir “pareja”?
Jasper sonrió.
—Sí, eso he dicho. Los dueños de la granja son una pareja gay. Son buena gente. ¿Lo pensarás?
—Sí. —Miró a su amigo y después añadió—: lo prometo.
Jasper asintió y lo abrazó.
—Vas a estar bien. —Se levantó y se acercó a la puerta de la habitación—. Llámame si necesitas algo. —Abrió la puerta—. Hagamos algo este fin de semana.
—Vale. —Preston se sentía agotado, pero mejor de lo que se había sentido desde hacía tiempo. Jasper levantó la mano como despedida y cerró la puerta al salir.
Su amigo tenía razón, pero tenía que hacerlo poco a poco. Necesitaba ponerse mejor, y eso solo iba a ocurrir si trabajaba duro y con terapia. Alcanzando la mesilla, tomó la tarjeta y la miró antes de marcar el número.
—Granja Laughton —respondió una voz masculina—. Al habla Robbie.
Preston miró la tarjeta.
—Intentaba contactar con alguien del programa de Terapia Sin Límites, pero creo que me han dado el número equivocado.
—No, somos nosotros también. ¿Puedo ayudarte?
—Mi fisioterapeuta me ha recomendado que les llame. Tuve un accidente hace unos meses y estoy empezando a recuperar el uso de las piernas. Puedo andar con ayuda —dijo, aunque estaba exagerando un poco—, y me preguntaba si tendrían sitio para mí.
—Ahora mismo tenemos bastante gente. Deja que lo compruebe —dejaron el teléfono sobre la mesa y Preston oyó que la persona al otro lado se movía—. Ahora mismo no tenemos ningún grupo con plazas libres.
—Preferiría lecciones privadas. —No quería que todo el mundo le viera.
—Entonces, ¿cuándo quieres venir a ver nuestras instalaciones?
—¿Qué tal mañana sobre… eh… la una? —Si esto iba a ayudarle, entonces cuanto antes, mejor.
—¿Me dices tu nombre, por favor?
—Preston Harding —respondió, y esperó mientras Robbie lo escribía—. ¿Qué debo llevar?
—Tejanos, una camiseta cálida, y un par de botas, si tienes, aunque no es necesario.
—Está bien. —Preston tenía un armario lleno de ropa para todo tipo de ocasiones.
—Gracias, te veremos mañana a la una. —La línea se cortó, y Preston también colgó el teléfono antes de salir de la cama y volver a sentarse en su silla, dirigiéndose a la puerta—. Mamá, ¿podrías llevarme a terapia mañana a la una? —Se encontró a sí mismo sonriendo y esperando con ansia hacer algo nuevo.
—Claro. —Ella entró en el salón y se detuvo, sonriendo—. ¿Qué te tiene tan feliz?
—Un nuevo tipo de terapia.
—Pensé que estabas excitado por salir esta noche —comentó ella, secándose las manos en un trapo.
