Probando el Amor - Andrew Grey - E-Book

Probando el Amor E-Book

Andrew Grey

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Beschreibung

Un libro de la saga Probando el Amor El turno del almuerzo del restaurante de Darryl Hansen, El Café Belgie, se está volviendo demasiado complicado para una sola persona, y Billy Weaver es un joven que busca trabajo —cualquier clase de trabajo— para mantener a su familia. Billy se gana el respeto de Darryl con su naturaleza concienzuda y por su buena disposición a trabajar duro, pero sus miradas de admiración resucitan el dolor y la vergüenza del pasado de Darryl. Billy sufre en silencio hasta que Darryl se tropieza con su secreto: su padre murió unos meses antes, dejándolo a él solo para criar a sus hermanos gemelos de cinco años. Darryl se lleva a Billy y a los niños al restaurante, donde permanecerán juntos para enfrentar la variedad de problemas de su futuro... mientras que Davey, Donnie y Billy se van ganando el corazón de Darryl.

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Seitenzahl: 302

Veröffentlichungsjahr: 2012

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Copyright

Publicado por

Dreamspinner Press

382 NE 191st Street #88329

Miami, FL 33179-3899, USA

http://www.dreamspinnerpress.com/

Esta historia es ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o usados para la ficción y cualquier semejanza con personas vivas o muertas, negocios, eventos o escenarios, es mera coincidencia.

Probando el Amor

Copyright © 2010 por Andrew Grey

Traducido por Olga

Portada:  Reese Dante  http://www.reesedante.com

Diseño de portada:  Mara McKennen

La licencia de este libro pertenece exclusivamente al comprador original. Duplicarlo o reproducirlo por cualquier medio es ilegal y una violación a la ley de Derechos de Autor Internacional. Este eBook no puede ser prestado legalmente o regalado a otros. Ninguna parte de este eBook puede ser compartida o reproducida sin el permiso expreso de la editorial. Para solicitar el permiso y resolver cualquier duda, contacta con Dreamspinner Press 382 NE 191st Street #88329, Miami, FL 33179-3899, USA

http://www.dreamspinnerpress.com/

Publicado en los Estados Unidos de América

Primera Edición

Noviembre 2010

Edición eBook en Español: 978-1-61372-924-3

Para Dominic, el cocinillas de la familia.

Sí, durante los últimos dieciséis años he escuchado de verdad todas las charlas sobre los matices de las salsas, la consistencia de la crema de mantequilla, y lo bien que el Shiraz combina con el pato asado.

Esta historia es para ti.

Capítulo 1

ADARRYL le encantaba la primavera y, sin lugar a dudas, estaba en el aire. Cerrando su puerta delantera, miro al cielo azul e inhaló profundamente. El aire olía a flores de pera y, mientras caminaba hacia el coche, una brisa llenó el aire con pétalos blancos. Decidiendo que era un día demasiado bueno para conducir, se dio la vuelta y comenzó a bajar por la acera,  girando por la calle principal de la ciudad. Al dirigirse hacia el centro pasó por majestuosas mansiones victorianas, la mayoría ya convertidas en apartamentos, pero muchas de ellas seguían manteniendo el aspecto de opulencia de una época pasada. Mientras continuaba su camino, Darryl no pudo evitar observar entre los edificios para mirar vagamente el viejo cementerio, con la estatua de bronce señalando la lápida de Molly Pitcher{1}. Dios, amaba esta ciudad. Carlisle, Pensilvania, la había fundado William Penn a mediados del siglo dieciocho. Mientras Darryl se acercaba a la plaza, miró la enorme iglesia en la esquina con su árbol de cerezo en plena floración, tras la señal que  les recordaba a todos que George Washington había rendido culto en 1794.

Dejó vagar la mirada por sus alrededores mientras esperaba el semáforo, mirando más allá de las inmensas columnas con cicatrices de la Guerra Civil, debidamente marcadas, hacia el reloj del viejo palacio de justicia. Cuando el semáforo cambió, cruzó la calle y anduvo la media manzana que faltaba hasta su restaurante, deteniéndose antes de entrar parar mirarlo durante unos segundos.

El Café Belgie era su sueño. Darryl había pasado casi una década trabajando en las cocinas de otras personas hasta ser capaz de ahorrar y guardar el dinero para abrir su propio negocio. Había elegido un restaurante inspirado en Bélgica porque era eso lo que amaba. La simple y buena comida con un cierto estilo. Además, le daba la excusa para poseer una maravillosa selección de cerveza. Yendo hacia la puerta, miró por última vez a los árboles llenos de flores que caían hacia la acera de la calle.

Agarrando el pomo tiró ligeramente, en absoluto sorprendido de que se abriera fácilmente a pesar del cartel de cerrado en la ventana. Su repostera, Maureen, ya estaba trabajando; era la primera en llegar, como siempre.

—¡Estás loca si crees que me voy a conformar con eso, mujer! —Sebastian, uno de los camareros, estaba alterado, y su voz se oía en la calle y ahogaba el ruido del tráfico—. No voy a trabajar durante todo el turno del almuerzo yo solo. Darryl tendrá que llamar a alguien para que ayude. —Dios, al hombre le gustaba mucho lloriquear y Darryl sintió como si estuviera arañando una pizarra.

Pasó al interior y dejó que la puerta se cerrara con un golpe sordo mientras veía a Maureen levantar las manos con frustración y volver a la cocina.

—Es miércoles y sabes que el almuerzo siempre es lento, ¿qué problema tienes ahora? —dijo Darryl levantando la voz, su buen humor del paseo desvanecido al instante—. Deja de ser tan melodramático y prepárate para el servicio. —Fue hacia la mesa de servicio—. Tendrás que doblar más servilletas, y asegúrate de que todas las mesas estén preparadas. —Fulminó con la mirada al joven alto y casi elegante. Era un gran camarero y los clientes lo adoraban, pero su actitud apestaba—. No vas a cargarle el trabajo a otra persona para poder llevarte todas las propinas.

Observó como Sebastian se ponía la cara de inocencia, sacando el labio inferior en un puchero que, de no haber sabido ya que era completamente falso, habría sido encantador.

—Pero, Darryl, ya tenemos una reserva para una fiesta de diez comensales.

Joder, era adorable cuando hacía eso. Y si Darryl no hubiera sufrido las rabietas de Sebastian al menos una vez a la semana durante los últimos tres meses, habría pensado en llevárselo a su casa y follárselo con cada onza de su ser. No dudaba de que Sebastian fuera muy talentoso, aunque sólo la mitad de lo que decía fuera cierto, pero no la irritación no lo valía.

—Entonces más te vale tener la mesa lista y colocada. —Miró su reloj—. Abrimos en menos de una hora, y vas a mover el culo. —Darryl lo miró con menosprecio—. Si es que te interesa ascender a encargado, claro está… —Sin otra palabra más, salió del comedor, mirando a todos lados mientras tanto, revisando que las mesas estuvieran bien colocadas, que los suelos estuvieran limpios e incluso que los cuadros de las paredes no estuvieran doblados, antes de entrar a la cocina, sus dominios.

Maureen seguía echando chispas mientras iba y venía a su puesto, cerrando de un portazo una de las puertas del frigorífico.

—Pequeño cabrón —masculló mientras cortaba mantequilla para echarlo en una de las batidoras eléctricas y la ponía en marcha.

—¿Qué ha hecho ahora? —preguntó Darryl mientras se quitaba la camiseta y se ponía uno de los uniformes de cocinero antes de ponerse a hacer las salsas y encender el grill. Tenía mucho que hacer en una hora. Comprobando que las freidoras estuvieran limpias, las encendió para que subieran de temperatura. Escuchó cómo se abría y cerraba la puerta de la cocina—. Buenos días, Kelly —dijo sin levantar la vista.

—Buenas, Darryl. —Se puso su uniforme y fue a trabajar—. Voy a cortar y prefreir las patatas. El ketchup de curry y la mayonesa las hice antes de irme ayer por la noche, así que no deberíamos tener problemas.

—Maravilloso. —A veces se preguntaba lo que habría hecho sin ella. Sonrió a su pinche de cocina y dirigió su atención a Maureen—. ¿Vas a decirme que es lo que te está comiendo por dentro, o voy a tener que adivinarlo?

—Él —Señaló al comedor con la cabeza—, trató de convencerme para que rellenara los especieros de sal y pimienta. Parece que se olvidó de hacerlo en su último turno, y cuando le dije que no, se cabreó. Maldito histérico. —Darryl levantó la vista y la vio negar con la cabeza—. Si no fuera tan bueno en su trabajo, lo mandaría a la calle de una patada en el culo.

—Lo sé —dijo Darryl. Siguió trabajando, deseando que Sebastian le enseñara al resto del personal la misma cortesía que a los clientes. El chico era como un interruptor, poniéndose en modo “feliz” cuando olía una propina.

Pero Sebastian no podía competir con Maureen. La mujer podía ser pequeña y menuda, pero no aguantaba tonterías de nadie. Era la mejor amiga de Darryl desde hacía años. Maureen había trabajado en la panadería que suministraba los postres al primer restaurante en el que había trabajado hacía todos esos años, y cuando decidió abrir el Café Belgie, no había otra persona a la que quisiera para hacer sus postres, sobre todo porque ella tenía el don de crear auténticos postres de estilo Europeo que complementaban su comida.

—Hay ocasiones en las que quiero retorcerle el pescuezo —Darryl miró a su personal—, pero sí, sería fantástico que se moderara un poco. —Sabía que era cierto, lo que no sabía era si Sebastian sería capaz de hacerlo. Eso era lo que el chico necesitaba probarle a él y al resto del personal.

—¿De verdad estás considerando hacerlo encargado? —preguntó Kelly pasando patatas por el cortador mientras la primera tanda se freía. Eran conocidos por sus pommes frites tradicionales; en cualquier otro lado se podrían haber llamado patatas fritas, ¡pero en el restaurante de Darryl no! Se cocinaban dos veces (una para cocinarlas y otra para hacerlas crujientes) y nadie, incluyéndose él, podía hacerlo como Kelly.

—Sólo si aumenta la producción. —Darryl continuó trabajando, terminando las preparaciones para el almuerzo—. Y sólo si también estáis de acuerdo.

La cocina quedó en silencio cuando las otras dos dejaron de moverse.

—¿Estás de broma? —preguntó Maureen mientras volvía para llenar cilindros de chocolate con mousse de menta—. ¿Quieres que decidamos?

—Decidiremos todos. —Acababa de tener esa idea, y podría ser justo lo que Sebastian necesitaba para cambiar de actitud—. Eres libre de hacérselo saber también.

—Maldita sea, jefe —dijo Kelly, riendo por encima del chisporroteo del aceite nuevo—, eres listo como un lince.

Escuchar otro chillido de fuera los hizo carcajearse a todos, y Maureen dejó a un lado su manga pastelera. Con una sonrisa de puro gozo, dejó la cocina para hablar con Sebastian. La puerta se movió hacia afuera, después hacia adentro, y Darryl escuchó un «¡¿Qué?!» a toda voz de Sebastian. La puerta terminó de cerrarse antes de abrirse otra vez estrepitosamente, golpeando los topes y rebotando hacia un Sebastian que fulminaba con la mirada y que la esquivó fácilmente.

—Las estás dejando... no puedes ir en serio.

—Por supuesto que voy en serio, así que deja de comportarte como una diva y aumenta la producción. —Comprobó su reloj—. Abrimos en quince minutos, asegúrate de estar preparado. —Casi rió cuando volvió a ver el puchero, seguido de una inclinación de cabeza—. Flirtear tampoco va a servirte. Ya es hora de que arrimes el hombro o cierres el pico. —Darryl lo fulminó con la mirada y vio la cara endurecida y la espalda recta de Sebastian—. Tienes que demostrar que puedes hacer tu trabajo. —Suavizando su expresión, Darryl salió de detrás de la barra de pedidos en dónde Sebastian estaba en pie junto a las puertas—. Sé que tienes lo que hace falta, sólo necesitas demostrárnoslo.

Sebastian lo miró, y entonces miró a Kelly y a Maureen, quienes, para su favor, tenían una expresión seria y profesional, aunque Darryl sabía que ambas estaban encantadas a morir de tener algo para mantener a Sebastian a raya, aunque sólo fuera por una temporada.

—Lo haré, Darryl. —Sin otra palabra más, se giró y dejó la cocina.

Justo antes de abrir, Darryl hizo una inspección final en el comedor. Cada mesa parecía perfecta. Los utensilios y los vasos estaban en su lugar, los menús estaban preparados, y los jarrones estaban llenos con flores frescas. Se veía genial; justo como dictaban sus estándares.

—¿Estás listo? —le preguntó a Sebastian, antes de abrir la puerta y poner la pizarra de los especiales. Volviendo al restaurante, se giró y vio a los primeros clientes entrar y sentarse.

El servicio del almuerzo estuvo, como poco, inesperadamente ocupado. La cocina estaba repleta con los ruidos del trabajo: pedidos que se entregaron, preguntas que se respondieron por encima del ruido de la cocina y del golpeteo de los platos. Para el no iniciado podría parecer y escucharse como un completo caos, pero para Darryl y su personal, era casi tan grácil como un ballet.

—Este es el último pedido —vociferó Sebastian mientras metía la cabeza por la ventanilla, pudo oír la falta de aliento en su camarero. Las pocas veces que había podido fisgar, había visto a los clientes agotar a Sebastian. Dejando a Kelly encargándose del último pedido, salió y vio a Carter, uno de los lavaplatos, despejando las mesas mientras Sebastian lo ayudaba. El área de los lavaplatos estaría ocupada al menos una hora más, pero todo había salido bien.

—Darryl, necesitamos pensar seriamente en contratar a otro camarero al menos a media jornada —dijo Sebastian mientras se le acercaba—. La hora del almuerzo se está llenando cada vez más y no puedo encargarme yo solo.

Darryl sonrió.

—Sí, yo también lo creo. —Sebastian pareció sorprendido, y amplió su sonrisa—. ¿Ves? Tienes lo que quieres no cuando gritas, sino cuando preguntas.

—¿Entonces lo harás?

Darryl Asintió.

—Pero tendrás que entrenarlos y ser responsable de ellos.

—¿Quieres decir que tengo el trabajo? —Sebastian abrió los ojos de par en par, esperanzado.

Su sonrisa se desvaneció.

—No he dicho eso. Pero entrenar y encargarte del personal de servicio, de los lavaplatos, e incluso del cuarto de lavado es parte del trabajo. —Darryl suavizó su expresión—. Hoy lo has hecho bien, pero ya sabes servir mesas. Veamos si puedes aprender cosas nuevas. —La puerta principal se abrió, y más clientes entraron. Darryl cortó la conversación y volvió a la cocina.

—Me voy —vociferó Maureen mientras recogía sus cosas—. Los postres de esta noche están listos, sólo tienes que ponerles la salsa y emplatarlos. —Abrió la puerta del frigorífico, el olor a menta flotó por al aire cuando le enseñó las bandejas de postres y los botes de salsa.

—Tienen una pinta maravillosa y huelen aún mejor. —Ella sonrió por el cumplido y le dio un golpe en la cadera.

—Con halagos conseguirás lo que quieras. —Cerró la puerta del frigorífico y le dio una palmadita en el hombro—. Sal de aquí un rato y disfruta del sol —dijo mientras salía con prisas por la puerta de atrás.

—Sí, jefe —intervino Kelly con una sonrisa—. Puedo encargarme de todo durante un rato. Sólo tengo que acabar los pedidos de la última mesa. —Darryl sabía que estaba impaciente por enseñarle que podía hacer más. Tras echar una mirada para asegurarse de que no había mucha gente en la parte delantera, se dio la vuelta hacia ella.

—Vale. El negocio es tuyo —dijo, notando su sonrisa—. Pero llámame si tienes algún problema. No tardaré mucho. —Ella aceptó, Darryl salió de la cocina, caminó por el comedor, y salió por la puerta principal hacia el sol de primavera. Lo necesitaba desesperadamente; la mayoría de sus días los pasaba en el interior, llegando antes de que saliera el sol y yéndose mucho después de que se ocultara. El restaurante necesitaba muchas horas de trabajo, pero lo amaba. Dándose la vuelta, miró a su pequeño. El ladrillo estaba limpio, y las ventanas relucían. Sentándose en el banco de en frente, se volvió para poder observar a las personas que caminaban por la acera. Saludó al hombre de la tienda de ropa masculina que también estaba tomándose un descanso, disfrutando de la luz del sol. Darryl pensó que vendría para saludarlo, pero un chico entró en su tienda, y lo observó entrar tras él.

Unos minutos después, el chico salió y entró en la siguiente tienda, saliendo de nuevo unos minutos después y repitiendo el proceso. Una y otra vez, el hombre iba de negocio en negocio, y conforme se fue acercando, vio como su cara se entristecía un poco más cada vez. Debía estar buscando un trabajo, y Darryl sabía que en este mercado eran difíciles de obtener. Cuanto más se acercaba, mejor podía ver que era más joven de lo que había pensado, y sabía que eventualmente le preguntaría a él.

Unos minutos más tarde, fiel a su presentimiento, vio como el chico lo pasaba y entraba al restaurante. Era muy joven, pero Darryl tenía que admirar su determinación. Salió un minuto después y caminó hacia él.

—Señor, el hombre del interior me ha dicho que necesitaba hablar con usted. —Su voz era suave, rítmica y malditamente joven—. Busco trabajo, y el hombre me dijo que podría estar interesado en contratar a alguien. —La esperanzadora mirada de sus profundos ojos le llegó al corazón.

—Podríamos. —Darryl miró al chico a los ojos y sintió como si le dieran un puñetazo en el estómago cuando lo recorrió una sacudida—. ¿Qué experiencia tienes?

—No mucha, me temo. —Lo vio cambiar su peso de pie—. Nos mudamos aquí hace algunos meses, y necesito un trabajo con urgencia. Trabajaré duro, muy duro. —La seriedad de su voz llamó la atención de Darryl, sobre todo cuando lo miró con súplica—. Haré lo que sea que necesite, limpiar platos, barrer suelos, recoger mesas.

—El único puesto que tengo ahora mismo es de camarero a media jornada —replicó, y vio como la esperanza en los ojos del hombre se acrecentaba, pero lo que le resultó curioso fue el miedo teñido de desesperación.

—Puedo hacerlo. ¡Aprendo rápido! —Le brillaron los ojos, y brincó ligeramente de puntillas—. Todo lo que necesito es una oportunidad. —Dios, su energía y nerviosismo eran contagiosos, y el entusiasmo del chico era alentador.

—Muy bien. Te daré una oportunidad. —Demonios, la energía y el entusiasmo tenían que servir para algo—. Ven adentro y así rellenas una solicitud. —Darryl se puso en pie y el chico lo siguió como si fuera un cachorrito feliz, sus pies apenas tocaban el suelo. Sintió los ojos del chico en él, y se giró—: Por cierto, ¿cuántos años tienes?

—Veintiuno —respondió el joven rápidamente, y Darryl suspiró aliviado. Al menos no habría problemas al servir alcohol.

Fue directamente hacia su pequeña oficina junto a la cocina, examinando los archivos para encontrar los formularios correctos.

—Rellena estos, y necesitaré ver tu identificación y la tarjeta de la seguridad social. —Le entregó los formularios y al chico le temblaron las manos, estaba muy nervioso.

Darryl se sentó y observó cómo, miró la parte superior del formulario, William rellenaba la solicitud.

—¿Te llamas Will? —preguntó, tratando de hacerlo sentir algo más cómodo.

—Todos me llaman Billy —levantó la mirada y sonrió de oreja a oreja, iluminando la habitación. Mierda, el chico era adorable, y mientras Darryl lo observaba, se inclinó hacia adelante en su silla y se quitó la chaqueta. Un cabello largo y negro salió por debajo de ella, cayendo en ondas  hasta sus hombros. Si fuera una chica, podría haber sido una supermodelo. El hombre era impresionante con ese pelo largo, ojos grandes, y labios... Darryl apartó la vista y se concentró en las solicitudes que Billy le había entregado.

—Soy Darryl Hansen. —Le ofreció la mano, suponiendo que debían presentarse—. Soy el dueño y también el chef. —Miró de reojo a la solicitud—. Y tú eres Billy Weaver. —Darryl volvió a comprobar la solicitud, y todo pareció estar en orden. Comprobando otra vez su identificación, sonrió—. Te probaremos mañana durante el almuerzo. Ven a las diez y te presentaré a Sebastian. Te enseñará cómo van las cosas, y trabajarás con él durante unos días hasta que te acostumbres.

Billy le agarró la mano, sonriendo ampliamente otra vez mientras se la estrechaba con vigor.

—Gracias. No le decepcionaré. Lo prometo. —Billy cogió su gastada chaqueta y se volvió, regalándole a Darryl una vista de su increíble parte trasera—. Le veré mañana, señor Hansen.

Darryl juraría que los pies de Billy nunca tocaron el suelo mientras salía rápidamente por la puerta hacia el comedor, girándose para despedirse antes de desaparecer. Se quedó mirando la puerta, completamente perdido en sus pensamientos.

—¡Darryl! —Al escuchar su nombre, se volvió hacia Kelly, que estaba de pie en el umbral de la puerta—. Caray, ¿dónde estabas? —No esperó a una respuesta, poniendo un plato frente a él antes de dejarse caer en la otra silla—. Creo que ya hemos acabado hasta dentro de un rato, así que te hice algo para comer. —Darryl apenas la oyó, su mente todavía seguía en el chico... eh, Billy—. Tierra llamando a Darryl, ¿estás ahí?

—Perdona. —Volvió a centrarse en el presente—. ¿Esto qué es?

—Lo hice para ti. Dime que tal está. —Kelly parecía encantada mientras Darryl examinaba el plato. La presentación era buena, y olisqueó la comida. El aroma era atrayente sin ser penetrante. Cogiendo los utensilios, cortó un trozo y lo probó

—Muy bueno. Una variación de la Milanesa de ternera. —El rebozado estaba crujiente pero no demasiado pesado, sabía bien en el paladar.

—Sí, excepto que lo rebocé, y en lugar de freírlo lo salteé con muy poco aceite para que fuera más ligero. —Kelly observó mientras él cortaba otro bocado. Metiéndoselo en la boca, dejó que el sabor campara a sus anchas—. ¿Te gusta?

—Sí. Necesitaremos refinar el proceso, pero podría entrar en el menú como especial. Mañana hablaremos sobre ello; puedes pensar en lo que te gustaría servir como acompañamiento.

Kelly casi chilló de la emoción y brincó de la silla, y Darryl sonrió. Mientras seguía comiendo, su mente volvió por sí sola a la visión de Billy. Jesús, tenía que parar. Sí, el chico lo fascinaba. Tenía energía y era absolutamente adorable, pero también era demasiado joven. Y además, tenía una regla: nunca salía con sus compañeros de trabajo. Él era el jefe, y eso podía causar una serie de problemas que no estaba dispuesto a tener. Pero maldita sea, el joven parecía afectarlo profundamente

—Quizás es que ha pasado mucho tiempo desde la última vez —susurró para sí. Darryl trató de recordar la última vez que había pasado tiempo con alguien, y se dio cuenta de que no podía—. Joder, ha pasado mucho desde la última vez que tuve algún tipo de sexo que no tuviera que ver con mi mano derecha.

Escuchó un suave golpecito en la puerta y levantó la mirada para volver a observar los grandes y expresivos ojos de Billy.

—Olvidé preguntarle cómo debería vestir —Billy parecía nervioso, y por la ropa que vestía, asumió que no tenía mucha.

—Viste pantalones negros, y te daré algunas camisetas de Café Belgie que puedes llevar mientras trabajes. —Billy pareció aliviado y le sonrió una vez más a Darryl de esa forma en que lo recorría entero.

—De acuerdo, gracias.

Otra vez, Darryl lo vio alejarse y tuvo que obligarse a recordar su regla. El chico parecía tan joven e inocente. Normalmente le gustaban hombres más experimentados, pero había algo sobre Billy que le llamaba la atención, y lo asustaba a morir. Negando con la cabeza, se forzó a acabar de almorzar. No iba a pasar nada, ni hablar, jamás. Además, Sebastian iba a entrenarlo, y Darryl tenía la intención de mantenerse lo más alejado posible del chico. Su primer trabajo había sido en una cocina con un chef muy talentoso que se había acostado con todas las mujeres que habían trabajado para él. Y qué problema había resultado para todos. No, no se vería en esa posición, ni siquiera por un hombre tan atractivo como Billy. Jesús, lo estoy volviendo a hacer. Terminando el almuerzo, llevó el plato hacia el cuarto de lavado y se puso a trabajar. Eso le alejaría la mente de esa brillante sonrisa, ese radiante pelo, y de ese culo pequeño pero firme.

—¡Dios santo! —se maldijo.

—¿Pasa algo? —preguntó Kelly, preocupada.

—No —mintió Darryl, forzándose a concentrarse en el trabajo.

Capítulo 2

LAPUERTA de la cocina se abrió y Darryl levantó la vista por detrás de la barra de pedidos y vio a Billy espiando por encima del mueble.

—Un cliente quiere las frites de su filete con mantequilla normal en lugar de mantequilla de hierbas, ¿se puede hacer?

—Por supuesto. —Sintió como se le secaba la boca cuando Billy le sonrió y le entregó la nota que debía ir con el ticket—. Puedes meterlo en el ordenador. No tienes que venir a preguntarme cuando tengas algún pedido especial. —Su sonrisa disminuyó un poco, y Darryl deseó volver a poner esa sonrisa en su cara. Lo iluminaba todo—. Lo estás haciendo bien. No te preocupes. Conseguirás acostumbrarte a como funciona todo.

Billy asintió ligeramente y se volvió, yéndose de la cocina, y Darryl se sorprendió mirando la puerta hasta que un filete ardió en el grill y volvió a concentrarse en lo que tenía que hacer. Escuchó a Kelly reírse a escondidas y girarse a espaldas de él, pero la fulminó con la mirada igualmente. Ella debió verlo de todas formas.

—Venga, jefe, es gracioso.

—¿El qué? —Le dio la vuelta al filete, agradecido de que no se hubiera quemado—. Necesito dos frites y una ensalada Niçoise —dijo, adelantándose al siguiente ticket.

—De acuerdo, chef —replicó Kelly con una sonrisa cómplice, dejando las frites en la freidora y comenzando la ensalada con facilidad.

—¿Tienes algo que decir? —Darryl levantó la mirada de su trabajo, añadiendo otro filete al grill y colocando dos pedidos de mejillones para hacerlos al vapor.

—Nada. Es sólo que cada vez que Billy viene aquí, olvidas lo que estás haciendo. Es gracioso. —Kelly colocó la ensalada en la barra de pedidos y sacó las frites, dejando que se escurrieran antes de ponerlas en los conos de papel—. Si no te conociera, diría que estas siendo muy dulce con él.

Darryl la vio revolotear las pestañas en broma, y quiso darle con su paño.

—No lo soy. Solo quiero asegurarme de que lo hace bien. Es su primera semana después de todo. —Esperó que Kelly se lo tragara, porque aunque era verdad que quería que le fuera bien, joder, el chico podía desconcentrarlo con una simple sonrisa. Había pasado mucho tiempo desde que alguien le causara ese efecto. Le gustaba, más o menos, pero no actuaría en consecuencia. Tendría que soportarlo.

Terminando los pedidos, limpió el borde de los platos y presionó el botón para avisar al camarero de que estaban listos. Billy entro con prisas en la cocina, recogió los platos y salió apresuradamente de nuevo, tomándose un momento para sonreírle otra vez. Darryl cerró los ojos y alejó las imágenes que inundaron su cerebro. Billy estaba agradecido por el puesto y feliz por trabajar, eso era todo. Las risitas de Kelly interrumpieron sus pensamientos, y la fulminó una última vez con la mirada antes de devolver su atención a dónde debía estar, en su comida.

 —Sigue así y no pondré esta noche tu plato en los especiales. —Trató de sonar amenazante, pero Kelly sonrió al ver a través de él.

—Venga ya, Darryl. —Escuchó interferir a Maureen desde el puesto de repostería—. Billy lleva tres días trabajando aquí y ya te tiene en la palma de su mano —dijo con un tinte risueño en la voz—. Si me preguntas, creo que ya es hora de que alguien llamara tu atención. Estaba empezando a pensar que tenías las cañerías obstruidas o algo. —Maureen y Kelly se carcajearon, y Darryl las miró con el ceño fruncido.

—Tengo las cañerías perfectamente. —Mierda, lo había dicho muy alto, y levantó la vista, agradecido de que la puerta hacia el comedor estuviera cerrada. Ambas mujeres volvieron a sus puestos, con las cabezas bajas y los hombros agitándose, y supo que se estaban riendo. Nunca estuvo tan agradecido en su vida como cuando la impresora comenzó a escupir pedidos—. Necesito otras dos frites y una Cesar. —Darryl arrancó los tickets, y otro vino justo detrás—. Parece que tu mousse es un éxito, necesito tres —le comunicó a Maureen mientras comenzaba a preparar los platos principales.

—Billy vende más postres que nadie que haya visto jamás —comentó Maureen mientras iba al frigorífico y sacaba tres copas decorativas llenas con chocolate cremoso, para adornarlas con crema batida y fresas.

—Son esos ojos —respondió Kelly, sus palabras llegaron a Darryl mientras trataba de concentrarse en su trabajo—. ¿Puedes imaginarte diciéndole que no? —Dejó lo que hacía, mirando a Maureen—. ¿Le apetece un mousse de chocolate? —Darryl levantó la mirada a pesar de su esfuerzo por ignorarlas a ambas, suspiró de frustración mientras negaba con la cabeza, y se forzó a prestar atención a su trabajo, sin éxito—. Cada mujer de ahí fuera dice que sí, pensando en lo que querría hacer con el mouse sobre él.

Una imagen de Billy apareció en su mente, piel suave, ojos grandes, mousse de chocolate llenando su... El golpe metálico de su cuchara cayendo al suelo lo trajo al presente, y las dos mujeres aullaron de risa.

—Eres demasiado fácil. —Maureen le palmeó la espalda antes de doblarse en dos por la risa. Darryl gruñó y cogió la cuchara, echándola después al fregadero. Abriendo bruscamente el mueble de acero inoxidable, agarró otra cuchara y volvió al trabajo, gruñendo otra vez mientras las otras dos se volvían a sus puestos aún riendo.

El turno del almuerzo se calmó, y Darryl mandó a Kelly comenzar con la preparación de la cena mientras que él preparaba algo rápido para almorzar. Todos trabajan durante muchas horas y siempre durante las que la gente «normal» almorzaba, así que Darryl trataba de crear algo interesante todos los días para el personal y para él entre los turnos del almuerzo y la cena. Mientras terminaba, la puerta se abrió.

—¡Oye, jefe!

—Debí haberlo sabido. —Darryl sonrió al recién llegado—. Julio, siempre apareces cuando nos preparamos para comer.

—Hoy no puedo. —Se dio una palmadita en el estómago—. María dice que estoy engordando y me ha puesto a dieta. Me obligó a prometerlo, papi.

—¿Y cómo te has metido en eso? —Colocó la comida en una fuente y Kelly y Maureen lo ayudaron a llevar las cosas a la última mesa del comedor, con Julio siguiéndolos de cerca.

—Vio un programa de televisión, y ahora tiene en la cabeza que voy a morir y que la voy a dejar sola. —Julio negó con la cabeza y se volvió hacia la puerta—. Voy a empezar en la cocina para alejarme de la tentación. —La puerta se cerró tras él y Darryl cogió su silla, con los demás también tomando asiento. Billy se sentó frente a él, por supuesto.

—Estoy pensando en usar esto como un especial, así que quiero vuestra honesta opinión. —Repartiendo, colocó un trozo de pollo en cada plato junto a verduras y patatas con hierbas, añadiendo sólo una pizca de salsa. Los platos se repartieron, y todos comenzaron a comer y ofrecieron su opinión o hicieron preguntas—. Esta no es la presentación que usaré —contestó a una de las preguntas de Sebastian, quién obviamente estaba disfrutando de su almuerzo.

Kelly siguió comiendo pero frunció ligeramente el ceño.

—Me gusta el pollo, y las patatas con hierbas son geniales, pero creo que la salsa necesita algo más.

Darryl lo probó. Había saboreado cada ingrediente mientras lo preparaba, pero esta era la primera vez que había sido capaz de probarlos juntos, y ella tenía razón, la salsa necesitaba otra cosa.

—Es cierto, pero tendré que pensar en lo que falta.

—Egpera —masculló Billy, y Darryl lo miró mientras tragaba y hablaba de nuevo—. Creo que necesitaría algo dulce, como fruta. —Todas las cabezas de la mesa lo miraron, y Darryl vio como su pálida cara se sonrojaba y trataba de fundirse con la silla.

—Tiene razón. —Sonrió para la mesa, notando que el plato de Billy estaba vacío. Demonios, la vajilla casi brillaba de lo limpia que estaba—. Iba a preguntaros si os gustaría aunque no fuera capaz de descubrirlo —dijo mientras alcanzó del plato del chico, sirviéndole otra ración, y Billy se puso inmediatamente con ella, comiendo casi con furia—, pero creo que ya tengo mi respuesta. —Rió entre dientes por el halago implícito. No había nada como alguien comiéndose tu comida como si no hubiera mañana para hacerte saber que le gustaba. Y Billy llevó aquello a un nuevo nivel.

Darryl continuó comiendo, observando a Billy mientras limpiaba su plato de nuevo en tiempo récord. Recordando los últimos días, notó que Billy siempre parecía comer así de rápido, sólo aminoraba cuando se había comido una mediana cantidad. La conversación en la mesa continuó mientras circulaban discusiones sobre comida, clientes, propinas e incluso historias de otros restaurantes. Pero Darryl casi no escuchó nada mientras observaba a Billy. El chico estaba muy delgado, y eso le hacía preguntarse cosas.

—Entonces, ¿mi ternera es el especial de esta noche? —preguntó Kelly, excitada, sacándolo de sus pensamientos.

—Sip, así que más te vale asegurarte de que todo esté listo para poder ponerte a ello con los camareros antes de que te vayas. —Ella lo miró con los ojos como platos—. Este es tu plato, así que tú tomarás el mando. —Kelly sonrió y asintió, retiró su silla y se llevó sus platos consigo con paso rápido.

Recordó algo que le llamó la atención:

—Billy, ¿cómo supiste lo de la salsa?

Él se encogió de hombros, mirándolo con esos ojos grandes tan abiertos como platos.

—Supongo que sé lo que me gusta. —Miró la mesa—. Lo que usted hace está muy bueno; pensé que necesitaba fruta. —Darryl miró el plato del chico, y volvía a estar limpio; sin una mancha, de hecho. No podía comprender cómo era capaz de comer tan rápido—. Tengo que ayudar a Sebastian con las servilletas y demás. —Billy se levantó y cogió sus platos, junto a los de Darryl, y se fue con prisas al cuarto de lavado. Los otros de la mesa ya hacía mucho que habían terminado y también se estaban levantando, separándose para volver al trabajo.

Darryl escuchó como sonaba el teléfono una vez, y tras unos segundos, Kelly salió de la cocina.

—Era Janet. Ha cazado la gripe y no puede venir esta noche.

—¡Mierda! —dijo Darryl quitándose la servilleta del regazo y tirándola sobre la mesa—. Billy. —Lo vio venir desde la parte de atrás, trayendo un bote de servilletas limpias—. ¿Puedes trabajar esta noche? Estamos algo cortos.

—¿Puedo llamar para preguntarlo? —sonó muy dudoso, como si de repente estuviera preocupado de otra cosa.

—Por supuesto. —Darryl se levantó y volvió a la cocina mientras Sebastian limpiaba y preparaba la mesa que acababan de usar para el turno de la cena. Maureen condujo a su jefe hacia los frigoríficos y le explicó los postres antes de despedirse y salir de allí. Kelly estaba trabajando duro en sus preparaciones, y Julio estaba metido hasta el fondo en el congelador haciendo el inventario y limpieza semanales.

Billy entró.

—Puedo quedarme, pero no hasta muy tarde. —Pareció incomodo al añadir eso último, pero Darryl comprendió.

—No es problema. Si puedes quedarte durante la hora punta, deberíamos poder apañarnos desde ahí. —Billy volvió a sonreír—. Ve con Sebastian, él puede contarte cómo es el turno de la cena.

—De acuerdo, señor —respondió Billy volviendo al comedor, la puerta se balanceó tras él, Darryl volvió al trabajo y trató de no pensar demasiado en su joven camarero.

La tarde pasó muy rápido, y muy pronto el turno de la cena estuvo en progreso a un ritmo casi frenético. Kelly se había ido poco después de que algunos de sus especiales recibieran muy buenas críticas de los clientes, y Julio se había encargado de ser el ayudante de Darryl.

—Necesito irme ya a casa, si no es problema. —Apartó la mirada del grill y vio a Billy moviéndose ligeramente apoyado en sus talones.

—Claro. Lo has hecho muy bien hoy, gracias. —Observó de reojo como Billy cogía su chaqueta.

—Buenas noches —dijo Billy mientras abría la puerta trasera.

Darryl levantó la mirada y vio como se inclinaba para recoger lo que parecía un contenedor de comida para llevar y entonces la puerta se cerró. Por un segundo, se preguntó lo que podía estarse llevando a casa, pero entonces llegó un grupo de pedidos y continuó con el servicio.

El negocio siguió calmándose durante las últimas horas antes del cierre. Un grupo de personas habían venido tras la cena, pero la mayoría se sentaron a tomar una cerveza o dos. Una de las cosas que había sido genial para el negocio era la selección de auténtica cerveza Belga que servían directamente del barril. La gente venía un par de veces en semana sólo por la cerveza, para ver partidos en la televisión o para hablar.

A la hora del cierre, el personal y él limpiaron la cocina, y las mesas ya estaban preparadas para el día siguiente. Cerrando y asegurando la puerta principal, terminaron su última tarea y todos se despidieron con buenas noches. Darryl, que era casi siempre el último en irse, apagó las luces y cerró la puerta trasera para irse caminando hacia su coche. El día había estado soleado pero frío, y agradecía mucho haber venido con el coche. Llegando hasta él, se montó y fue a casa con la mente ausente y con los pensamientos revueltos. Al igual que habían hecho durante los últimos días, se volcaron rápidamente en Billy. No sabía lo que era, pero algo del chico lo fascinaba.

—¡Mierda! —Darryl pisó el freno mientras estaba distraído pensando en Billy, y el coche que circulaba tras el suyo hizo sonar el claxon. Centrando su atención en la carretera, siguió conduciendo, tratando de concentrarse. Pero resultó difícil con tantos pensamientos navegando por su cabeza.