Amor disfrazado - Kate Little - E-Book
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Amor disfrazado E-Book

Kate Little

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Beschreibung

Gracias a su deseo de dejar atrás su legado genético… y a una belleza de ojos azules llamada Rachel Reilly, ahora Jack Sawyer tenía un hijo. Sabía que no tenía derecho alguno a jugar a ser padre, pero tenía la intención de asegurarse de que aquella mujer a la que acababa de conocer era una buena madre. Rachel no sabía que Jack era el donante de esperma gracias al cual se había quedado embarazada. Sólo sabía que cada vez que veía a aquel guapísimo hombre todo su cuerpo reaccionaba de un modo completamente nuevo para ella. Pero, ¿qué haría Rachel cuando descubriera que aquella atracción no era lo que los había unido?

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Seitenzahl: 233

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2008 Anne Canadeo

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amor disfrazado, n.º 1752- enero 2019

Título original: Dad in Disguise

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1307-430-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

UNO nunca sabe lo que le va a pasar cuando se levanta por la mañana.

Cree saberlo… pero no lo sabe.

En eso estaba pensando Jack Sawyer en esos momentos. Menos de una semana antes, su vida había cambiado al abrir un sobre aparentemente inofensivo.

Sentado frente a su escritorio un lunes por la mañana, estaba revisando el correo mientras se tomaba un café cuando una carta marcada como Personal y confidencial le llamó la atención.

La abrió, la leyó y… ¡bum!

Fue como si un meteorito impactase en medio de su elegante despacho. En medio de su elegante vida.

La carta procedía de una empresa llamada Dynamics, Inc. Al principio, no la ubicó. Cuando por fin lo hizo, sintió vergüenza.

Era un banco de esperma al que había hecho impulsivamente una donación dos años antes. Había sido un mal momento de su vida, en el que le habían diagnosticado un tumor inoperable, de pronóstico desalentador. Sólo le habían dado un par de meses más de vida. A pesar de haber tenido mucho éxito en el trabajo, no se había casado ni tenía hijos, cosa que había lamentado mucho en esos momentos.

Había habido muchas mujeres en su vida con las que había podido casarse, y muchas oportunidades de comprometerse. Tal vez, demasiadas. No sabía por qué, pero siempre había habido algo que le había frenado a la hora de dar el paso. Siempre en el último minuto, había decidido que no estaba preparado, o que la mujer en cuestión no era la adecuada. Tal vez lo que no había querido nunca era asumir los cambios que implicaba un compromiso de verdad.

Su estilo de vida nunca había sido compatible con el matrimonio… y tal vez su temperamento tampoco lo fuese. Había pasado la mayor parte de su niñez en casas de acogida, unas mejores que otras.

Nunca se había sentido parte de una familia, ni había sabido lo que eran los lazos del cariño. No era de extrañar que las relaciones le pareciesen difíciles. El trabajo sí era fácil, y la vida nunca lo aburría. Viajaba a las principales ciudades del mundo, donde siempre se valoraba su talento y visión como arquitecto.

Pero durante aquella época más dura de su vida, Jack no se había engañado a sí mismo. Lo cierto era que a nadie le importaba realmente quién diseñaba un rascacielos, ni siquiera un monumento. El único legado de verdad eran los hijos. Sin ellos, el resto de sus logros no tenían demasiada importancia.

O así se había sentido él al tener que enfrentarse a una muerte inminente. Por eso, hacer una donación a un banco de esperma le había parecido un pequeño consuelo. Después de hacerle varias pruebas, debido a su enfermedad, lo habían aceptado como donante. Jack se había sentido agradecido y aliviado. Si se iba a marchar de aquel mundo sin tener hijos de la manera tradicional, al menos su ADN, y tal vez parte de su ser, sobrevivirían.

Un par de semanas después, le habían comunicado que no estaba sentenciado a muerte, sino que había habido un error en el diagnóstico. Con un poco de suerte, viviría muchos años y tendría tiempo suficiente para casarse y tener hijos, si quería tenerlos.

Jack se había reído al recibir la noticia. ¿En qué había estado pensando para hacerse donante de un banco de esperma?

Se había puesto en contacto con Dynamics, Inc. y había hecho que retirasen su donación. La organización le había dicho que su material genético nunca había sido utilizado, y él se había sentido aliviado.

Y eso había sido todo.

O eso había pensado él.

Dos años más tarde, el laboratorio le escribía para decirle que había habido un error. Una auditoría reciente revelaba que, en realidad, el esperma de Jack sí había sido utilizado antes de ser retirado del banco.

Jack había tardado unos segundos en darse cuenta de lo que aquello significaba, luego casi se había caído de su cómodo sillón de cuero.

Alguna mujer desconocida podía haberse quedado embarazada con su esperma y podía haber dado a luz un hijo suyo.

¿Qué significaba eso? ¿Qué debía hacer? ¿Podía averiguar la identidad de dicha mujer y lo que había pasado con ella?

Unos segundos más tarde, había llamado por teléfono a sus abogados, que le habían dicho que para qué iba a meterse en líos. Que había menos de una posibilidad entre un millón de que hubiese un hijo suyo en el mundo.

A pesar de admitir que era cierto, Jack no había conseguido olvidarse del tema. Se sentía inquieto. Tenía que asegurarse de si tenía un hijo o no. La información era confidencial, pero el bufete de abogados que lo representaba era muy influyente y sabía de qué hilos tirar para conseguir lo que quería.

Después de varios días de angustiosa espera, le habían confirmado que, efectivamente, había sido padre.

Rachel Reilly era la madre de un niño de nombre Charlie, de diez meses antes, pero los investigadores contratados por Jack habían averiguado todavía más cosas.

Estaba soltera, tenía veintinueve años y era diseñadora de moda infantil. Había estado viviendo en Manhattan y trabajando para la misma empresa desde que había terminado la universidad, pero un par de meses antes, había vendido el piso que tenía allí, y con ese dinero y algo que había heredado recientemente de su madre, se había comprado una casa en Vermont, en un pueblo que estaba justo en la frontera del estado de Nueva York. Había dejado su trabajo y se había trasladado a vivir allí.

A Jack le pareció increíble. Había estado viviendo hasta hacía muy poco en la misma ciudad que la misteriosa madre de su hijo. Podía habérselos cruzado por la calle, e incluso haberse tropezado con la sillita del niño. Y cuando había averiguado que existían, se habían ido a vivir al medio de la nada. ¿Dónde demonios estaba Blue Lake? Le costó encontrarlo en un atlas.

Prácticamente veinticuatro horas después de recibir el informe del investigador, Jack estaba metido en su coche, con el mapa de carreteras en el asiento del conductor. En contra de lo que le habían aconsejado, se había negado a mandar a un detective al lugar y había decidido ir él mismo a ver a su hijo.

Llevaba horas conduciendo y hacía un buen rato que había salido de la autopista y circulaba por carreteras estrechas, entre las montañas y los valles del sur de Vermont. Septiembre estaba llegando a su fin y hacía más frío que en Nueva York.

Pasó por bosques y pequeñas ciudades, y por amplios valles con prados verdes, salpicados de enormes graneros rojos y perezosas vacas. Vio carteles en los que se ofrecían manzanas recién recolectadas, huevos frescos, leche y queso, y se acordó de que no había comido nada desde que había salido de la ciudad por la mañana. Pero no quería parar hasta que no llegase a su destino.

Sabía que tenía que estar cerca de Blue Lake, que le faltaba menos para ver a su hijo.

Charlie. Le gustaba el nombre. Lo dijo en voz alta, una y otra vez.

Estaba deseando ver al pequeño con sus propios ojos. Tocarlo, o tomarlo en brazos. Incluso oírlo llorar. No le costó imaginarse cómo sería. Era muy fácil, se imaginó una versión en miniatura de sí mismo. Tal vez no se le pareciese en nada, pero no pudo evitarlo.

Lo que le costaba más era imaginarse a Rachel Reilly. ¿Cómo sería? ¿Alta o baja? ¿Morena o rubia? ¿Delgada o curvilínea?

Y, lo que era más importante, ¿qué tipo de mujer sería? ¿Qué tipo de mujer decidía utilizar un banco de esperma para tener un hijo? ¿Una mujer hogareña, solitaria, solterona, que no tenía la esperanza de que un hombre la dejase embarazada? ¿Una mujer que odiaba a los hombres? ¿O una mojigata que odiaba simplemente el sexo?

No quería que a su hijo lo criase una mujer que fuese nada de lo anterior. No estaba seguro de cuáles eran sus derechos, pero tenía dinero. Mucho dinero. Para bien o para mal, había aprendido que normalmente no eran las mejores personas quienes salían ganando, sino aquéllas que podían pagarse a los mejores abogados.

Y aunque no fuese una loca, ¿qué tipo de madre sería? Jack casi no había conocido a su propia madre antes de que lo metiesen en una casa de acogida. Y no podía soportar la idea de que el niño creciese al lado de una mujer que no fuese la ideal: cariñosa y entregada.

Si Rachel Reilly no era una buena madre, una madre estupenda, le quitaría al niño antes de que le diese tiempo a decir cromosoma X.

Costase lo que costase.

Por fin vio una señal que indicaba Blue Lake en la carretera. Giró la curva y se encontró en la calle principal del pueblo. Atravesó la avenida muy despacio, sorprendido al descubrir una arquitectura pintoresca, de estilo antiguo, con tiendas y restaurantes bien conservados. Había toldos y maceteros con flores, farolas de hierro forjado y una plaza con un gran cenador blanco en el medio.

Al menos, Rachel Reilly se había ido a vivir a un lugar bonito. Jack empezó a leer los carteles de las calles, intentando encontrar su dirección. La halló al final de la calle, una casa de estilo victoriano con porche y una torrecilla en el tercer piso.

Había sido pintada recientemente, y era una atractiva combinación de rosa pálido con las contraventanas en morado y la puerta amarilla con toques de un azul violáceo y ribeteada en blanco. Sólo aquello era exagerado, ya que el jardín de estilo inglés que había en la parte delantera y la valla blanca causaban un increíble efecto general.

En el medio del jardín, colgado de un poste, había un letrero pintado a mano que decía: Mi Bebé Lindo. Tesoros únicos para bebés y niños. Ropa, juguetes, muebles y más. Todo hecho con un toque de cariño.

Un toque de cariño. A Jack le gustó esa frase. Por el momento, todo iba bien.

Pero tal vez Rachel Reilly no tuviese nada que ver con aquel cartel. Lo mejor sería no sacar conclusiones precipitadas.

Había mucho sitio para aparcar delante de la casa, pero él prefirió seguir conduciendo y dejar el coche más lejos. Su coche, que costaba más de lo que mucha gente ganaba en todo un año, era demasiado llamativo. Y él no quería llamar la atención, si podía evitarlo.

La información que le habían dado los investigadores no mencionaba nada de una tienda de niños. Estudió la casa un poco más y supuso que la vivienda estaría en el segundo y tercer piso de la misma. Tal vez Rachel Reilly viviese allí. Quizás lo mejor fuese sentarse y esperar a verla entrar o salir, como habría hecho un detective.

Pero la paciencia nunca había estado entre sus cualidades. Había estado todo el día conduciendo y estaba deseando ver a su hijo. Tal vez la persona que trabajaba en la tienda podría darle algo de información.

Se miró en el espejo retrovisor. Unos ojos color chocolate lo estudiaron desde el otro lado. Nunca le había costado atraer a las mujeres, y le habían dicho más de una vez que era guapo. Pero Jack no lo veía, sobre todo, ese día.

Se había levantado temprano y parecía cansado, necesitaba afeitarse. Pero no podía hacer nada para cambiarlo. De todos modos, el aspecto descuidado le daba un toque más campestre, lo ayudaba a mezclarse con el entorno.

Se metió las llaves del coche en el bolsillo y salió. En el último momento, decidió quitarse la cazadora de cuero, y ponerse un jersey gris que llevaba en el asiento de atrás. Se subió la cremallera y se sintió como si acabase de convertirse en un trabajador cualquiera. La camiseta negra que llevaba debajo era cara, pero no lo parecía. Y los vaqueros le habían costado una pequeña fortuna, pero estaban desgastados y no lo delatarían.

No le gustaba la sensación de ir «de incógnito», ni engañar a nadie, pero, dadas las circunstancias, tal vez fuese lo más inteligente. Quería averiguar más cosas de aquella mujer antes de decidir lo que iba a hacer.

Era ella quien tenía todas las de ganar.

Tenía a su hijo.

 

 

El sonido de la campanilla de la puerta hizo que Charlie se moviese en sus brazos. Acababa de quedarse dormido, pero el ruido lo molestó. Rachel tendría que pasearse un par de minutos más y cantarle antes de poder dejarlo en la cuna.

Ser madre y tener una tienda al mismo tiempo no era fácil. Algunos días resultaban ser un completo desastre, pero, aun así, había tomado la decisión correcta. Todo acabaría saliendo bien.

El hecho de tener a Charlie en la tienda no parecía haber afectado a las ventas. A la mayoría de la gente le gustaba ver a un niño de verdad en aquel paraíso de los bebés que ella había creado.

Y si algún cliente se impacientaba y decidía marcharse, ella no podía hacer nada para evitarlo. Charlie era su prioridad. Ella misma había diseñado la tienda, y toda su vida, para que su hijo siempre fuese lo primero. El niño estaba todo el día con ella y tenía en la trastienda su propia habitación donde dormir, comer, jugar y hacer todo lo que hacían los niños de diez meses.

Además, siempre era mejor dejar que la gente echase un vistazo a lo que había en la tienda antes de atenderles. Había tantas cosas en ella que solían olvidarse de lo que habían ido a buscar.

Rachel tarareó una canción y enseguida sintió que Charlie volvía a quedarse dormido. Lo dejó en la cuna con cuidado y fue hacia la puerta.

—Enseguida estaré con usted —le dijo al cliente—. Es sólo un momento.

—No pasa nada —contestó él.

Rachel volvió a donde estaba Charlie y lo tapó con una fina manta. No solían ser muchos los hombres que entraban solos a la tienda. Normalmente no tenían ni idea de lo que querían, ni la edad o la talla del niño, y siempre parecían perderse entre los trajecitos y los juguetes. Solían ponerse completamente a su merced y llevarse cualquier cosa que ella les sugiriese.

Aunque era tentador, Rachel nunca se aprovechaba de ellos.

Después de asegurarse de que Charlie estaba profundamente dormido, le dio un beso en la frente, inhaló su dulce olor a bebé y salió a la tienda. Vio al cliente en la parte de los juguetes. No parecía ser de los que se gastaban mucho dinero, pero ese día no había habido demasiadas ventas, así que cualquiera sería bienvenido. Y, además, era muy guapo.

Era alto, tenía el pelo grueso y oscuro, y los hombros increíblemente anchos. Tenía un conejito de peluche en la mano, uno de sus productos originales, hecho a mano. La miró con curiosidad, con expresión indescifrable.

Rachel se sintió cohibida y se retiró el pelo moreno y rizado de la cara. Entre la tienda y Charlie, no tenía demasiado tiempo para preocuparse por su aspecto. Durante los últimos meses, había pasado de ir a la moda a ir sencillamente limpia. ¿Pero qué iba a hacer? Allí, en Blue Lake, su aspecto no le importaba tanto como le había importado en Nueva York.

Rachel bajó la mirada para buscar alguna mancha en su camiseta o en la falda vaquera larga que llevaba puesta. No vio ninguna. Eso la tranquilizó. Esbozó su mejor sonrisa de vendedora y avanzó hacia su cliente.

—Hola, ¿puedo ayudarlo?

Él no contestó inmediatamente. Miró el peluche que tenía en la mano y volvió a dejarlo en su sitio.

—Sólo estaba mirando. Estoy de paso en Blue Lake y he decidido entrar a echar un vistazo. Es una tienda muy… llamativa.

—Gracias —contestó Rachel, aunque no estaba segura de que lo de «llamativa» fuese un cumplido.

—¿Es suya?

Rachel sonrió orgullosa.

—La abrí el mes pasado.

—Muy bonita. ¿Y hace usted misma todo esto?

—Diseño la mayor parte de la ropa y de los juguetes. Busco artículos que estén hechos a mano o sean realmente especiales. Y pinto todos los muebles. También pinto murales en habitaciones.

La pared opuesta de la tienda reflejaba una imagen de Alicia en el país de las maravillas y detrás de la caja registradora había un jardín lleno de flores y hadas.

—Tiene mucho talento.

Rachel volvió a sonreír y se encogió de hombros.

—No está mal. Pintar es la parte más divertida. Todavía no me han encargado ningún mural, pero el negocio acaba de despegar.

Él no dijo nada, sólo sonrió y unos hoyuelos aparecieron en sus mejillas, ligeramente sombreadas. También tenía un hoyuelo en la barbilla, como Charlie. Rachel se preguntó si su hijo sería tan guapo como aquel hombre cuando creciese. Tendría que enseñarle a no ser un rompecorazones.

—¿Es suya toda la casa, o sólo tiene alquilada esta parte?

A Rachel la pregunta le pareció un poco extraña, pero tal vez aquel hombre trabajase en una inmobiliaria o estuviese planteándose abrir una tienda en Blue Lake.

—Es mía.

Antes de que le diese tiempo a decir nada más, oyó llorar a Charlie. El hombre se volvió a escuchar, sorprendido, como si fuese la primera vez que oía a un bebé.

—Es mi hijo. Está durmiendo la siesta. O estaba. ¿Me perdona? No tardaré.

—No pasa nada… Será mejor que vaya a ver qué le pasa —dijo él, todavía sorprendido.

Rachel fue rápidamente a su habitación y tomó a Charlie en brazos, dándole palmaditas en la espalda para reconfortarlo. Le miró el pañal, pero lo tenía seco. El chupete lo calmó, pero no merecía la pena volver a dejarlo en la cuna. El niño estaba completamente despierto. Y ella tenía un cliente esperando. Agarró el peluche favorito de Charlie, un perro blanco con una mancha en un ojo, y volvió a la tienda.

Su cliente estaba cerca del mostrador, donde lo había dejado. Le daba la espalda, pero se volvió al oírla llegar.

—Éste es Charlie. Le gusta estar donde está la acción —comentó Rachel.

—Hola, Charlie. Hola, soy… Soy Jack —dijo él en voz baja.

Miraba al niño de un modo muy extraño. Luego, levantó la vista hacia ella. De repente, tenía los ojos vidriosos. Había palidecido y a Rachel le dio miedo que se desmayase.

Alargó la mano y le tocó el brazo.

—¿Está bien? ¿Quiere sentarse?

Él se obligó a sonreír y negó con la cabeza. Luego respiró profundamente y se irguió.

—Estoy bien, de verdad. He estado todo el día conduciendo. Y tal vez haya tomado demasiado café.

—Tal vez —dijo Rachel, todavía preocupada por él—. ¿Quiere un vaso de agua?

—No, gracias. Ya estoy bien —repitió él sonriendo, avergonzado por lo que le había pasado.

Volvió a mirar a Charlie fijamente antes de mirarla a ella a los ojos.

—Es un niño precioso. ¿Cuántos meses tiene?

—Diez. Le he hecho una habitación en la trastienda, para poder tenerlo conmigo todo el día.

—Eso es estupendo… ¿No le gustan las guarderías?

Rachel se encogió de hombros.

—Antes trabajaba en una oficina y tenía a Charlie con una niñera. De nueve a cinco, o incluso más. Casi no lo veía. Después de cinco meses, decidí que tenía que hacer algo. Algo con lo que me sintiese bien. El niño sólo me tiene a mí —añadió.

No estaba segura de por qué le había dicho eso último. ¿Qué le importaba a aquel hombre que estuviese soltera? Normalmente, no le gustaba dar detalles de su vida, la gente era demasiado entrometida.

Él no dijo nada al respecto, pero siguió mirándola, estudiándola con una expresión de sorpresa en el rostro. Rachel volvió a sentirse cohibida. ¿Le recordaría a alguien que conocía?

—Por cierto, me llamo Rachel Reilly —dijo dejando a Charlie en una hamaca.

Jack observó cómo lo ataba.

—Jack Sawyer. Encantado de conocerte, Rachel.

Había vuelto a ponerse serio, y la miraba fijamente a los ojos. Rachel sintió que pasaba algo entre ellos. Una profunda atracción que hacía mucho tiempo que no sentía.

El teléfono sonó y la hizo volver a la realidad. Rachel lo miró, pero no contestó. Jack Sawyer había sido su único cliente esa tarde, pero, por el momento, no había intentado venderle nada.

—Puedes contestar si quieres, no tengo prisa.

Rachel dudó un segundo, luego, contestó. Jack dedicó toda su atención a Charlie, que tenía un perro de peluche entre las manos y daba fuertes patadas, como para quitarse los calcetines a rayas blancas y azules que llevaba puestos.

Rachel contestó al teléfono.

—Mi Bebé Lindo. ¿En qué puedo ayudarle?

—¿Señorita Reilly? Soy George Nolan. Siento haber tardado tanto tiempo en llamarla.

Rachel sintió que cambiaba de humor.

—Señor Nolan, gracias por devolverme por fin las llamadas. Bueno, ¿qué me dice? ¿Va a arreglarme el tejado o no?

Se hizo un silencio al otro lado de la línea y Rachel supo que la respuesta no sería la que ella esperaba. Había contratado a George Nolan para que le cambiase el tejado de una casita que había en la parte de atrás de la propiedad y arreglase los daños causados por el agua. Él tenía que haber empezado a trabajar la semana anterior, pero le había puesto un montón de excusas y, de repente, había dejado de contestar al teléfono.

—Lo siento, señorita Reilly. Tengo que serle sincero…

«Ya va siendo hora», pensó Rachel.

—Tenía un trabajo muy importante antes del suyo y he perdido a dos de mis hombres. No podré ocuparme de su tejado hasta dentro de… tres o cuatro semanas.

—¿Tres o cuatro semanas? Eso es imposible. Me dijo que el trabajo estaría terminado en ese plazo.

—Lo siento, pero no puedo hacer otra cosa. Perdone un momento, ahora vuelvo.

Rachel suspiró, frustrada. Ya era bastante que no hubiese empezado la reparación del tejado cuando le había dicho, y además se permitía dejarla esperando al teléfono.

Pero era un hombre, ¿qué iba a esperar de él? Una no podía fiarse ni de los que parecían más amables.

Charlie sería diferente. Ella se aseguraría de eso. Sería un hombre en el que las mujeres podrían confiar. Lo miró con adoración. El niño tiró su peluche y ella fue a recogerlo, pero Jack fue más rápido. Se lo dio al niño, que lo agarró inmediatamente. Jack le sonrió.

—Tienes buenos reflejos —le dijo al niño con admiración, pero serio—. Vas a ser un gran atleta.

Charlie miró fijamente a Jack, luego volvió a tirar el perro, todavía con más fuerza. Jack sacudió la cabeza y se rió. Recogió otra vez el juguete y se lo dio al niño.

—Si no tienes cuidado, te pasarás todo el día agachándote —le advirtió Rachel.

—No me importa —contestó él, sonriendo—. Tiene un buen brazo, podría jugar en la liga infantil de béisbol.

—Sí, pero antes tiene que aprender a andar —se rió ella.

Jack Sawyer sonrió, pero no respondió. Rachel no había pretendido ser sarcástica, pero el comentario que había hecho él era el típico de un hombre. Los hombres solían ser muy competitivos. Y siempre intentaban que sus hijos participasen en deportes. Ella dejaría que Charlie eligiese, que hiciese lo que quisiese hacer.

—¿Señorita Reilly? ¿Sigue ahí? —preguntó George Nolan por teléfono.

—Sí, sigo aquí.

—Como le decía, lo siento, pero no podré hacerle el trabajo antes. Si encuentra a otra persona, no me importará que cancelemos el contrato.

—Pero, señor Nolan, ¿no puede organizarse para…?

—Lo siento, tengo que colgar. Tengo mucho trabajo.

Rachel le dijo que le haría saber si quería que él siguiese haciéndole el arreglo del tejado y se despidió. Luego, colgó el teléfono bruscamente, enfadada.

Se volvió hacia su cliente, que seguía jugando con Charlie.

Él la miró comprensivamente con sus ojos oscuros y Rachel supo que había estado escuchando la conversación.

—¿Malas noticias?

Ella sacudió la cabeza. Dudó antes de contestarle. No le parecía profesional contarle la historia de su vida a un cliente.

Pero su expresión era tan comprensiva…

—Sí, malas noticias. Contraté a alguien para que me arreglase el tejado de una casita que hay detrás de ésta. Se suponía que iba a haber empezado la semana pasada, pero acaba de decirme que no podrá hacerlo hasta dentro de otro mes. No sé si encontraré a alguien que me lo arregle antes del invierno, y necesito alquilar la casa. Forma parte de mi plan.

—¿Su plan?

—Contaba con los ingresos para cubrir los gastos hasta que la tienda empiece a funcionar bien.

—Ah, ya entiendo —asintió él, pensativo—. ¿Y dónde vivís Charlie y tú, arriba?

—Sí, hay una vivienda arriba.

Rachel había hecho reformar la casa antes de entrar a vivir. El dúplex era encantador, y el doble de grande que su piso de Nueva York.

Jack no dijo nada, y ella se sintió, de repente, avergonzada.

—Lo siento. No quería aburrirte con mis cosas. Ya me las arreglaré.

Él volvió a mirar a Charlie. El niño le sonrió y gorjeó.

—Tal vez yo pueda ayudarte. Yo mismo hago ese tipo de trabajos.

—¿De verdad? —a Rachel no le sorprendió del todo, ya había imaginado, por su forma de vestir, que se dedicaba a la construcción—. ¿Podrías echarle un vistazo y decirme lo que piensas?

—Por supuesto. Dime dónde está la casa.

Rachel tomó a Charlie en brazos y buscó las llaves debajo del mostrador. Luego, condujo a Jack al exterior por una puerta trasera que daba a la parte de atrás del porche y bajó las escaleras. Caminaron por un camino de grava que cruzaba una zona de césped. Jack agachó la cabeza al pasar por debajo de unos árboles. Parecían manzanos o cerezos, no estaba seguro, pero supuso que le darían color al jardín en primavera, cuando floreciesen.

—Es muy bonito —comentó.

—Y muy tranquilo. E íntimo. Me gustaría arreglar el jardín… si puedo.

Él la miró y sonrió. Tenía que admitir que era una mujer con iniciativa.

—Seguro que podrás —comentó.

Llegaron a la casita que había en la parte trasera de la propiedad y Jack la rodeó caminando lentamente antes de subirse a una escalera que había apoyada contra una pared. Examinó el tejado.

Rachel se quedó observándolo. Se había quitado el jersey en algún momento mientras daban la vuelta a la casa, y la fina tela de su camiseta negra le marcaba todos los músculos de la espalda y los brazos.

Aquel edificio era tan antiguo como la casa principal, pero estaba mucho más estropeado. Hacía años que no se utilizaba, pero tenía mucho potencial. Julia Martinelli, la agente inmobiliaria que le había vendido la casa a Rachel, le había prometido que no le costaría alquilarla después de reformarla. Y ella había contado con esos ingresos extra para salir a flote. Por el momento le había ido bien con la tienda, pero todavía no estaba generando beneficios. No quería dejarse llevar por el pánico, pero cada semana que pasaba le hacía más falta alquilar aquella casa.

Julia había sido la primera persona a la que había conocido Rachel al llegar al pueblo. Ella le había encontrado la casa, la había ayudado a empezar con el negocio y pronto se había convertido en su mejor amiga, una buena consejera y la tía favorita de Charlie. Era la primera vez que Rachel tenía una amiga tan buena.

Estaba deseando hablarle de Jack Sawyer mientras se tomaban un café.

Jack bajó de la escalera y se frotó las manos para quitarse el polvo.

—No está tan mal. Veamos qué hay dentro.

Animada por su dictamen, Rachel fue hacia la puerta. Como llevaba a Charlie en brazos, le dio la llave a Jack. Él la metió en la cerradura e intentó girarla varias veces, pero no pudo abrir.

—¿Estás segura de que es esta llave?

—Espera, lo intentaré yo. Hay que girar y empujar al mismo tiempo. ¿Puedes sujetarme al niño un momento?