El mismo destino - Kate Little - E-Book

El mismo destino E-Book

Kate Little

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Jackson Bradshaw, un adinerado abogado neoyorquino, estaba acostumbrado a conseguir todo lo que quería. En aquella ocasión, sin embargo, se vio obligado casi a derribar la puerta de la casa de una extraña para evitar, precisamente, que ocurriera lo que no quería. Cuando Georgia Price, una bellísima madre soltera, le abrió al fin la puerta, Jackson descubrió que no era ella, sino su hermana, quien deseaba casarse con su hermano. ¡Lo habían engañado! Entonces se desató una tormenta que los aisló a ambos en la diminuta casa y, durante esos días, pareció encenderse entre ellos un fuego que Jackson jamás había experimentado. Sin embargo, era evidente que se había equivocado de hermana...

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 204

Veröffentlichungsjahr: 2018

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Anne Canadeo

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El mismo destino, n.º 1054 - diciembre 2018

Título original: The Millionaire Takes a Bride

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-048-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

 

Alguien llamaba a la puerta. Llamaba con tanta fuerza que parecía a punto de echarla abajo. Pero Georgia Price, medio dormida, apenas lo oía. Como si hicieran falta muchos golpes para tirar la casa abajo, pensó al despertar. Se incorporó, sacó las piernas de la cama y se pasó la mano por los cabellos revueltos. Los golpes continuaban.

–¡Ya va, ya va! Tranquilo, amigo –musitó Georgia poniéndose una bata de seda azul zafiro y encendiendo la luz de las escaleras antes de bajar.

Sin prisas, recapacitó. Sabía quién era, aunque jamás lo hubiera visto. La luz pareció animar al visitante, que comenzó a gritar:

–¡Sé que estás ahí, Will! ¡Ábreme, maldita sea! No pienso marcharme de aquí hasta que no me abras la puerta, ¿me oyes?

El tono de voz era profundo, exigente, beligerante. Justo lo que esperaba, aunque no esperaba que Jackson Bradshaw se presentara en mitad de la noche. Will Bradshaw, el novio de su hermana, le había descrito a su hermano Jackson como un hombre extremadamente cabezota. Aquel encuentro no le resultaría fácil, eso lo sabía, pero presentarse en su casa a aquellas horas de la noche, en medio de una tormenta, era… irritante.

Will le había advertido en contra de Jackson, pero Georgia había pensado que exageraba. Pues bien, no había exagerado, se dijo mientras escuchaba los golpes resonar con nuevos bríos. Georgia se preguntó si llegaría a mostrarse violento, sobre todo cuando se enterara de que Faith, Will y ella, le habían tomado el pelo. La idea había sido de Will. Faith y él, enamorados, la habían convencido de que los ayudara a escapar de su hermano, excesivamente autoritario y protector.

Quizá fuera una estupidez abrir la puerta, reflexionó Georgia. Muchos de sus vecinos de Sweetwater, Texas, habrían recibido a aquel visitante con una escopeta. Pero Georgia no era de las que guardan una escopeta. Ni siquiera había consentido que su hijo, Noah, jugara con pistolas de agua. Además, comenzaba a pensar en ese refrán que dice «perro ladrador, poco mordedor». Pues bien, Jackson Bradshaw era abogado; trabajaba en un gabinete de prestigio en Nueva York, nada menos, así que sería una persona básicamente argumentativa, razonó. ¿No había dicho Will que en el fondo no era tan malo, una vez que se lo conocía? A aquellas horas de la noche, sin embargo, era como una pesadilla.

–¡Me quedaré aquí toda la noche si hace falta…! –continuó gritando.

Era un milagro que Noah no se hubiera despertado. El niño siempre había dormido muy bien, y eso era una bendición para una madre soltera como ella.

–Bueno, supongo que no me queda más remedio que abrir –murmuró para sí misma al pie de las escaleras.

Georgia respiró hondo, se ajustó el cinturón de la bata y abrió. Jackson Bradshaw, de mal humor y con el rostro velado por las sombras, la miró con insistencia.

–No se puede decir que haya corrido usted a abrir la maldita puerta, señorita. ¿Es esta una muestra de la hospitalidad texana de la que tanto se oye hablar?

–A propósito, hablando de correr, ¿tiene idea de la hora que es, señor…?

–¡No se atreva a fingir que no sabe quién soy, Georgia Price! –la interrumpió él cortante, frunciendo el ceño–. ¡Si hay algo en este mundo que me pone furioso es el fingimiento! Sobre todo si quien finge es una mujer.

–Debe haber muchas cosas que le ponen furioso, señor Bradshaw –contestó Georgia con una sonrisa irónica.

–¿Eso cree? Mi hermano Will debe haberle contado muchas cosas sobre mí, señorita Price.

–Solo cosas malas –respondió ella sonriendo.

–Perfecto, tendré que recordarlo.

Jackson sonrió y cruzó los brazos sobre el pecho inclinándose hacia adelante. Su rostro quedó entonces en una zona mejor iluminada. La miró detenidamente, como valorándola. Georgia, a su vez, lo miró también de arriba abajo a la luz por primera vez. Tez morena, dientes perfectos, blancos. Jackson tenía profundas arrugas alrededor de los labios, anchos y sensuales, y otras más pequeñas alrededor de los ojos. La imagen resultaba arrebatadora, peligrosamente arrebatadora, pensó Georgia.

–Bueno… ¿es que no va a invitarme a pasar?

Georgia tenía experiencia encarándose con hombres de actitud amenazadora, pero nada más posar la vista sobre él sintió que se le hacía un nudo en la garganta.

–Por supuesto, pase –contestó con voz trémula.

Jackson entró en el vestíbulo, y Georgia se reprochó a sí misma haberse dejado afectar tan hondamente por su aspecto. Lo cierto era que le había sorprendido.

Will le había hablado de su hermano, pero no había mencionado que fuera tan condenadamente atractivo. No tenía el aspecto de un top model de revista, repeinado y vistoso; era más bien un tipo duro, un tipo capaz de acelerarle el pulso a cualquier mujer. Georgia cerró la puerta y lo observó a hurtadillas entrar en el salón. Tenía el pelo negro como el azabache, mojado y retirado hacia atrás, destacando las duras líneas de su rostro, de mejillas enjutas, mandíbula cuadrada y barbilla prominente.

Y necesitaba urgentemente un afeitado, observó Georgia. Llevaba la camisa blanca empapada, marcando el musculoso pecho y los anchos hombros. Al cuello, medio suelta, una corbata de colores de diseño de las caras. Probablemente fuera ya para desechar, a causa de la lluvia, pero para un abogado de dinero como él no tenía importancia.

Calado y cubierto de barro, seguía siendo el hombre más atractivo con el que Georgia se había cruzado en años. Sin embargo, apartó la vista aunque con esfuerzo. Tenía que reprimirse, aquel tipo era su enemigo.

Además, su personalidad echaba evidentemente por tierra todo su atractivo. Era su adversario, y ella debía interpretar su papel. Faith, su adorada hermana, y Will, que a esas alturas sería ya su cuñado, si todo había salido bien, contaban con ella. Tenía que hacer caso omiso de su atractivo y recordar que estaba dispuesto a destruir la felicidad de su hermana Faith junto al hombre al que amaba. Y sin razón aparente.

Will le había contado la historia de Jackson, el modo en que, a los veinte años, enamorado por vez primera, la joven con la que esperaba casarse lo había abandonado. Según parecía el padre de Jackson no aprobaba esa boda, y estaba convencido de que ella no buscaba más que la fortuna de los Bradshaw. Por eso se había citado en secreto con ella y la había persuadido de que rompiera con Jackson, pagándole una cuantiosa suma para que desapareciera. Eso, unido a la prematura muerte de la madre de ambos hermanos, había arruinado el carácter de Jackson, que no había vuelto a confiar jamás en una mujer. Y, por desgracia, no solo se mostraba suspicaz con las mujeres que él conocía, sino también con las que conocía Will.

Sí, aquella era en verdad una historia triste, reflexionó Georgia entrando en el salón. Pero todo el mundo tenía una historia triste que contar, ella lo sabía demasiado bien. Una triste experiencia en la vida no era excusa para arruinar la vida de los demás. Georgia se quedó de pie, delante de él, junto al arco que daba entrada al salón.

–Y bien, ¿dónde está?

–No tengo ni idea de qué me está hablando –contestó Georgia sin dejar de mirarlo.

–¡Por supuesto que lo sabe, maldita sea! Y no me mire así, con esos ojos enormes. Soy inmune a sus encantos, señorita Price. Por muchos que tenga. ¡He viajado tres mil kilómetros en avión desde Nueva York para venir hasta este pueblo de mala muerte, me he perdido varias veces, y encima, al final, se me ha estropeado el coche y he tenido que caminar bajo la lluvia para llegar hasta esta casa, ¡así que no me venga con eso! –explotó Jackson, cuyo tono de voz iba elevándose–. ¡Dígale a Will que salga ahora mismo! ¡Estoy harto de este juego!

Georgia se quedó muda un momento, mirándolo, y luego se echó a reír, tapándose la boca con la mano. Quizá fuera una reacción lógica a toda aquella perorata, quizá quisiera demostrarle simplemente que no la asustaba. Pensándolo bien, todo aquello era grotesco. Verdaderamente Jackson Bradshaw era un hombre con una importante misión. Era evidente en sus ojos negros, en su mirada obsesiva. Estaba convencido de que había llegado a tiempo de evitar su boda con Will Bradshaw, y de que su hermano se escondía en algún rincón de la casa.

–No me hace ninguna gracia esa risita, señorita Price.

–Por favor, llámame Georgia –sugirió ella amable–. Después de todo estamos tratándonos a gritos.

–Muy bien, Georgia. O vas a buscar a Will de inmediato y le dices que salga a la fiesta, o registro tu casa ahora mismo de arriba abajo.

–Como quieras –respondió ella con un gesto despectivo de la mano–, pero no te servirá de nada. Will no está aquí.

Jackson miró a su alrededor como si esperara que su hermano saliera de detrás del sofá. Luego, pensativo, como considerando qué hacer a continuación, volvió a mirar a Georgia.

–Quizá sea verdad –dijo al fin pasándose la mano por la barbilla–. Dudo que mi hermano sea capaz de quedarse escondido tanto tiempo dejando que su bella dama se enfrente al dragón.

Georgia lo observó caminar de un lado a otro por la habitación, retirar las cortinas para contemplar la tormenta por la ventana y volver a dejarlas en su lugar. Jamás nadie la había llamado bella dama. Era una expresión muy anticuada… pero bonita.

–Y, vamos a ver, ¿por qué no está aquí? –insistió Jackson–. ¿Es que sois supersticiosos? ¿Acaso creéis en eso de que el novio no debe ver a la novia antes de la boda?

–Yo no, en absoluto –contestó ella con sinceridad–, pero Will sí. Resulta chocante, siendo científico, ¿verdad?

–Sí, muy chocante –respondió él sin ganas–. ¿Dónde está? Si me lo dices te ahorrarás muchos problemas –continuó en tono de advertencia.

–No lo sé –contestó ella con sencillez. Jackson la miró incrédulo, y ella añadió–: En serio.

Jackson abrió la boca para decir algo, pero después suspiró y la cerró. Ella se preguntó si se habría dado por vencido o estaría simplemente considerando qué hacer.

Georgia lo observó mirar a su alrededor. Parecía como si viera el salón por primera vez. Observó la transformación de su expresión, que pasó de la aprobación al desdén. Era una expresión muy significativa. Él era un hombre rico, un snob. Jamás había conocido la pobreza, siempre había tenido lo mejor: había crecido en Connecticut, en un apartamento de Park Avenue y había asistido a colegios privados. Ella, en cambio, había crecido en un pequeño pueblo muy parecido a Sweetwater, y había abandonado el hogar familiar a los diecisiete años arrojada de él a causa de su embarazo. Y jamás había conseguido graduarse en el colegio.

Tras años trabajando en empleos insignificantes por fin tenía su casa y su negocio propio, y estaba orgullosa de ello. Pero, a pesar de todo, a pesar de haber decorado su casa a su gusto y con comodidad, comprendía qué opinión debía merecerle a un hombre rico como él. Georgia miró también a su alrededor tratando de ver la casa con los ojos de él. El sofá de balancín, una antigüedad de 1890, tenía su valor, aunque debía reparar la estructura de madera y volver a tapizarlo. La manta artesanal que lo cubría ocultaba inteligentemente los desperfectos de la tela. La mecedora, con sus cojines de terciopelo, también necesitaba urgentemente una reparación. Había criado a Noah en esa mecedora, y tenía para ella tiernos recuerdos.

La alfombra, de estilo oriental, había visto tiempos mejores, pero Georgia tenía otras prioridades económicas en ese momento. Como pagar las facturas, por ejemplo. Además, prefería esperar a que apareciera la alfombra ideal por su establecimiento. ¿Cómo iba a permitirse el lujo de pagar una alfombra en otra tienda cuando sabía que, antes o después, acabaría por pasar por sus manos justo la que necesitaba, casi gratis?

–Según parece coleccionas antigüedades –comentó él por fin.

–Algunas piezas son antigüedades, otras son, simplemente, viejas. Lo consigo todo a través de mi negocio. Tengo una tienda en la ciudad –explicó ella–. Es una combinación de anticuario y tienda de cosas de época. Vendemos de todo.

–Sí, lo sé. El Ático de Georgia –replicó él con aires de gran conocedor.

–Exacto –dijo ella alzando el mentón.

Georgia era alta para ser mujer, pero él lo era más aún. Cuando la miraba, inclinando la cabeza, la hacía sentirse… pequeña. Y esa no era una sensación a la que estuviera acostumbrada.

Jackson caminó por el salón como un tigre malhumorado, gruñendo entre dientes. Tomó un plato de porcelana de una mesa e inspeccionó su procedencia. Era de Limoges, una pieza suelta. Y tenía su valor, a pesar de estar ligeramente desportillada por los bordes. Sobre todo para un coleccionista.

–Muy bonito –observó él dejándolo cuidadosamente en su sitio–. ¿Es de tu tienda?

–Sí.

–Pues no creo que tengas grandes beneficios, si te traes a casa todo lo mejor.

–No me va mal –respondió ella.

Aquel hombre sí que tenía descaro. Como si sus beneficios fueran de su incumbencia, pensó Georgia. Él se echó a reír, mofándose de su respuesta.

–Ya te lo he dicho, no me mientas. Sé muy bien lo que se vende en el Ático de Georgia.

–¿En serio?

–Hasta el último céntimo. He estado haciendo averiguaciones, ¿sabes? Tu margen comercial no es muy… boyante, que digamos.

Georgia sintió que se ponía colorada hasta las puntas del cabello. No hacía gran negocio con la tienda, era cierto, pero también era escritora. Durante años escribir había sido para ella simplemente una afición, pero si su editora estaba en lo cierto, pronto haría mucho dinero. Su segunda novela de misterio estaba a punto de aparecer en las librerías, y había recibido ya muy buenas críticas.

No obstante quizá aquel hombre, aquel sabelotodo, hubiera pasado por alto ese hecho a pesar de todas sus investigaciones, ya que Georgia escribía bajo seudónimo. Por mucho que Will le hubiera advertido de que su hermano removería Roma con Santiago, la sola idea de que hubiera contratado a un investigador privado para espiarla le hervía la sangre.

–Es usted la última persona a la que desearía impresionar, señor Bradshaw –replicó Georgia sin elevar la voz–, pero le diré, sin embargo, que tengo otras fuentes de ingresos.

–Apuesto a que sí –contestó él con mal tono–. Como mi hermano, por ejemplo, ¿no? Bien, pues ya puedes ir borrando a Will Bradshaw de tu lista de ingresos. Tendrás que buscarte a otro novio que te proporcione el nivel económico al que aspiras. Es obvio que tus gustos exceden en mucho tus ganancias, señorita Georgia Price –Georgia se quedó muda, incapaz de hablar. Aquella respuesta le había producido un verdadero shock–. Claro que, con tu aspecto, no te costará demasiado atrapar a otro pobre rico –añadió él antes de que Georgia pudiera responder–. Con esa carita y ese cuerpo monumental no me sorprende que hayas conquistado a Will.

Jackson la miró de arriba abajo con descaro. Georgia se sintió como desnuda. Sabía que su aspecto era intachable, perfectamente presentable, pero no pudo evitar aferrarse a las solapas de la bata. Se volvió hacia él, a punto de estallar.

–¡Es increíble tu descaro! ¡Entras en mi casa, en medio de la noche, me despiertas gritando como un loco, y encima me insultas!

Georgia solo estaba interpretando un papel, y ella lo sabía pero, ¿cómo se atrevía él a acusarla, a acusar a una mujer a la que apenas conocía, de intercambiar dinero por favores sexuales? Además, lo que hiciera Will con las mujeres no era en absoluto asunto suyo.

–Sí, muy bien, tú sigue interpretando tu papel de doncella ofendida, ¿quieres? La inocente, la dulce y sensible flor, maltratada por el bruto, por la bestia, vamos –añadió Jackson mofándose–. ¿Acaso he herido sus sentimientos, señorita Price? Bien, entonces deja que te lo explique de otro modo. Por lo que yo sé, tú eres lo que antiguamente se llamaba una cazafortunas, querida. Así de simple. Una que anda detrás del dinero de los hombres. Tú, detrás del dinero de mi hermano. ¡Pero si crees que vas a casarte con él, estás muy equivocada! –terminó gritando.

–Creo que es usted el que se equivoca, señor Bradshaw –replicó Georgia en el mismo tono de voz que él–. Tu hermano Will es un adulto, inteligente y responsable, una persona capaz de decidir por sí misma con quién desea casarse. Y no creo que necesite tu grandilocuente aprobación.

–¡No vas a casarte con él! –repitió Jackson Bradshaw mirándola de frente desde la ventana, en el extremo opuesto de la habitación.

La luz dibujaba su silueta. Era un hombre grande y peligroso, observó. Y sobre todo irritante. Pero atractivo, a pesar de todo.

Georgia sintió desprecio. No solo por lo que le hacía a ella, sino también a su hermana. Will tenía razón. La dulce Faith jamás habría sido capaz de enfrentarse a un hombre como él. Georgia, que se consideraba a sí misma mucho más dura y experta, lo estaba pasando mal. ¿Cómo se atrevía a juzgarla sin conocerla apenas, solo por el aspecto del sofá y las ganancias de su negocio? Aborrecía a la gente que valoraba a las personas de un modo tan materialista y superficial.

Pero al mismo tiempo, a la par de desprecio, Georgia sentía una poderosa fuerza de atracción, una corriente eléctrica que los unía a los dos. Aquella atracción la llevaba irremisiblemente hacia él, impidiéndole apartar la vista mientras Jackson se acercaba por la habitación escasamente iluminada.

Por fin él estuvo de pie junto a ella. A escasos centímetros. Georgia quiso dar un paso atrás, pero sus piernas parecían clavadas al suelo. Lo único que pudo hacer fue levantar la vista, contemplar las duras líneas de su rostro, de sus enormes ojos oscuros, de su generosa y dulce boca…

–Adelante, intenta negarlo –la desafió él.

–¿Negar, qué? –inquirió ella confusa.

La mente apenas le funcionaba. Él estaba tan cerca que la confundía, que parecía haberle producido un cortocircuito mental.

–Que piensas casarte con mi hermano –insistó él–. Mañana, en la iglesia de First Church.

–Ni tengo intención de casarme mañana con tu hermano, ni nunca lo he deseado –contestó ella con sinceridad.

Georgia no podía negar, sin embargo, que Will, Faith y ella habían hecho todo cuanto estaba en su mano para poner al investigador privado de Jackson sobre una pista falsa. Incluyendo una solicitud falsa de licencia matrimonial y un anuncio en el periódico local. Todo, con la esperanza de conseguir que Jackson viajara a Texas mientras Will y Faith partían para un lugar desconocido en el que celebrar la boda.

–¡No me mientas…! –replicó él en tono amenazador, acercándose aún más a Georgia, que tuvo que levantar la cabeza para mirarlo.

–Sí, ya lo sé –lo interrumpió ella–, ya me lo has advertido. No puedes soportar que la gente finja o mienta. Sobre todo si es mujer.

Él no dijo nada. Simplemente se quedó ahí, mirándola, con una expresión indescifrable. Pero en lo más profundo de sus ojos Georgia pudo ver un brillo fugaz, como de fuego. ¿Era rabia?, ¿deseo?

Cuando por fin Georgia sintió que la agarraba de los brazos no se sorprendió. Lo hizo con firmeza, y ella pudo sentir el calor de sus manos a través de la bata. Tenía la sensación de que si luchaba por soltarse solo iba a conseguir que la agarrara con más fuerza, pero no se asustó.

–No me encaja que tú estés con mi hermano –dijo entonces él en voz baja–, no eres su tipo. En absoluto.

–¿No, en serio? –replicó Georgia, divertida–. ¿Crees que soy demasiado alta? ¿Demasiado… descarada?

–Tienes demasiado carácter. Tú necesitas a un hombre mucho más fuerte que mi hermano, de eso estoy seguro.

–Pero si solo me conoces desde hace… ¿cuánto?, ¿diez minutos? ¿Cómo puedes saber qué tipo de mujer soy? –insistió Georgia.

–Lo sé –aseguró él con voz profunda, tranquila–. Lo sé todo sobre ti, Georgia Price. Todo lo que necesito saber, créeme.

Georgia creyó sentir que él la atraía hacia sí otro poco más, pero no estuvo segura. Había sido algo imperceptible. No obstante era perfectamente consciente de la proximidad, del calor de su cuerpo, de la fragancia de su piel. De pronto no pudo sostener por más tiempo su mirada y la apartó.

–¿Te ruborizas? –preguntó él tomándola de la barbilla y volviendo su rostro hacia él para obligarla a mirarlo–. Sí, te has ruborizado. ¡Qué encantador! –continuó con dulzura–. No pensé que fueras de las que se ruborizan. ¿O es que estás interpretando un papel? ¿Acaso pretendes… apelar a mi simpatía?

–¿Tu… simpatía? –tartamudeó ella.

–Parece que te sorprende. ¿Es que no crees que pueda serlo?

–¡No seas ridículo! –contestó ella tratando de soltarlo.

Una vez más, sin embargo, él la sujetó con firmeza y la obligó a mirarlo a los ojos. La respuesta de Georgia había sonado serena, tranquila. De algún modo, a pesar de los temblores, había conseguido fingir que aquello no la afectaba. Él tenía el rostro muy cerca, apenas los separaba un aliento y, de pronto, desvió la vista hacia los labios de Georgia. Entonces ella escuchó una alarma interior que la advertía de que estaba a punto de besarla.

–Ridículo… sí, claro –murmuró él con voz ronca, sin dejar de mirar con voracidad sus labios–. Te aseguro, Georgia Price, que estoy tratando por todos los medios de no serlo…

Entonces inclinó la cabeza morena mientras, con la mano, levantaba la de ella. Georgia pensó en apartarse, en protestar enérgicamente, pero lo único que pudo hacer fue levantar las manos para presionarlas contra su pecho. La sensación de sus firmes músculos contra los dedos no fue precisamente un jarro de agua helada. Al contrario, tocar su duro, cálido cuerpo, tuvo justamente el efecto contrario: anuló su sentido común.

Georgia suspiró y cerró los ojos. Aquel era el símbolo de su frustración, pero también de su derrota. Y fue suficiente para alentar a una persona como Jackson. Georgia sintió inmediatamente que la atraía hacia sí con firmeza, que su boca buscaba la de ella rozando seductoramente sus labios.

Aquel beso fue impactante.

Y maravilloso.

Fue una pura revelación.

A pesar de todas la objeciones morales o racionales que pudiera tener en contra del hecho de besar a un hombre al que apenas conocía y, en particular, a un hombre como aquél, Georgia se sintió arrastrada por el instante, cediendo a la ola de placer sensual que de pronto la embargó en cuerpo y alma.

Levantó las manos para agarrarlo por los hombros, jugó con los dedos con las puntas de su espeso y húmedo cabello. Él la besó con pasión, con exigencia, saboreando y reclamando hasta que ella no pudo hacer otra cosa que responder. Entonces Georgia gimió levemente, y aquel callado sonido enardeció aún más la pasión de él.

Hacía meses, años, que nadie la besaba así. ¿La habían besado así, realmente, alguna vez?

Entonces, justo cuando Georgia trataba por todos los medios de poner fin a aquel beso, algo la salvó. Era una voz infantil que sonó en lo alto de las escaleras. Georgia la escuchó como si estuviera a miles de kilómetros de distancia.

–Mami…

Era Noah. Se había despertado.

Georgia se soltó de brazos de Jackson repentinamente. Corrió a la escalera y comenzó a subir. Era curioso cómo los niños dormían imperturbables aunque pasara un tornado y, sin embargo, se despertaban a veces si se caía un cepillo de dientes al suelo varios pisos más abajo.

–Tranquilo, cariño, no pasa nada. Vuelve a la cama, yo subiré a verte dentro de un minuto.

Noah se restregó los ojos medio dormido, pero no se movió hasta que su madre no lo alcanzó.

–He oído voces, parecía como si estuvieras hablando con alguien… ¿Ha venido alguien?