Un hombre para toda la vida - Kate Little - E-Book

Un hombre para toda la vida E-Book

Kate Little

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Beschreibung

Carey Winslow tenía exactamente diez horas para buscarse un marido si no quería perder el rancho de su padre. Cuando estaba a punto de darse por vencida, apareció un capataz peligrosamente apuesto llamado Luke Redstone con su adorable sobrino, Tyler, y le ofreció su ayuda como candidato a marido. Pero desde que se dieron el primer beso, convertidos ya en marido y mujer, Carey supo que estaba metida en un buen lío. Porque aunque su matrimonio era tan solo de conveniencia, Carey empezó a soñar con un futuro feliz junto a Luke. Sin embargo, Luke y su sobrino tenían un secreto... algo que podía echar al traste todos los sueños de Carey…

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Seitenzahl: 188

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Anne Canadeo

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un hombre para toda la vida, n.º 972 - diciembre 2019

Título original: Husband for Keeps

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1348-105-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Unos nubarrones de tormenta cargados de agua de lluvia atravesaron con rapidez la amplitud del cielo. En la distancia se oyó el retumbar del trueno y se empezó a levantar un viento que llenó de polvo el jardín delantero.

A la puerta había una mujer con un ramo de novia en la mano, mirando con inquietud hacia la distante carretera para ver si se acercaba algún coche.

En ese momento un relámpago cortó el cielo en dos. Las manillas del reloj se acercaban al mediodía… la hora de la confrontación.

Aquella se parecía demasiado a una escena de una película mala, pensaba Carey Winslow. Y ella había actuado en demasiadas como para no saberlo.

Observó cómo las primeras gotas de lluvia oscurecían la tierra y salpicaban la barandilla del porche. Entonces se levantó aún más viento y la lluvia parecía una cortina de agua.

El parte que había escuchado en la radio esa mañana no se había equivocado, y Carey sabía que un frente de fuertes tormentas cruzaría todo el estado, incluido el aeropuerto, que estaba a varias horas en coche.

Kyle no llegaría a tiempo. Cuando pensó en la cruda realidad, a Carey se le encogió el estómago. El coche de Kyle, que no era ni siquiera camioneta y tenía poca tracción, acabaría patinando y en la cuneta. ¿Por qué tenía que dejar todo para el último momento? Eso era algo muy típico en los hombres.

Suspiró, se apartó de la puerta y colocó el pequeño ramo de capullos de rosas blancas sobre la mesa del vestíbulo.

–¿Ha llegado ya el novio? –se oyó la voz serena de Ophelia desde el otro lado del pasillo–. El juez se está poniendo nervioso. Dice que si el novio no viene pronto, lo mejor será dejarlo. Además, con la lluvia que ha empezado a caer…

–Sí, lo sé. No voy a esperar mucho más –Carey dijo mientras se estiraba el vestido blanco de florecillas verdes y rojas de chiffón sin mangas.

La única joya que llevaba puesta era un camafeo, recuerdo de su madre. Una guirnalda de diminutas rosas blancas en el pelo completaba el conjunto: el conjunto de novia.

No se trataba del tradicional vestido y velo, pero desde luego tampoco era una novia convencional. Tanto el traje como el resto de los complementos eran improvisados. No resultaba demasiado tradicional, pero lo suficiente como para guardar las apariencias; lo suficiente para satisfacer los términos del legado de su padre y poder heredar.

Pero nada de eso sería posible sin un novio, pensaba Carey con desesperación. Y se le acababa el tiempo.

–Pregúntale al juez si le apetece comer algo mientras espera. Será mejor que salga a buscar a mi prometido.

–¿Con este tiempo? –chilló Ophelia–. Te vas a poner el vestido hecho un asco. ¿Por qué no esperas hasta que vuelva Willie? Él te encontrará un hombre.

Al ofrecer la ayuda de su marido en un tono tan confiado, Carey sintió una extraña sensación en el corazón. Su madre había muerto cuando ella tenía siete años y su padre no se había vuelto a casar. Ophelia y Willie, que habían sido los guardeses del rancho Whispering Oaks durante más de veinticinco años, habían sido para Carey un maravilloso ejemplo de lo que podía ser una unión duradera y llena de amor entre un hombre y una mujer. Era el tipo de relación que siempre había deseado para sí, con la que siempre había soñado; una relación que debería iniciarse el día de su boda. Pero, al igual que muchos sueños y esperanzas de su niñez, por desgracia no sería así.

De haber estado presente, Carey sabía que Willie Jackson se habría enfrentado sin miedo a la lluvia y el viento para ayudarla. Pero Willie, que de momento estaba ocupando el puesto que había dejado el capataz al marcharse, estaba en los campos bajo la fuerte lluvia, cuidando del ganado.

–No puedo esperar a Willie. Como ha dicho el juez, si espero más lo mejor será que ni siquiera me moleste.

Carey descolgó un impermeable amarillo de una percha antigua que había en el vestíbulo y se lo puso, cubriéndose el vestido de novia. Se quitó las elegantes manoletinas y corrió al lavadero a ponerse las botas altas de goma, que normalmente utilizaba para andar por el corral y los establos.

–Estás de risa con esa indumentaria –le dijo Ophelia haciendo un ademán al pasar por la cocina de camino a la entrada–. Ahuyentarás al pobre hombre, si es que consigues encontrarlo.

–No es probable –Carey gruñó mientras se ponía las botas; lo único que ahuyentaría a Kyle Keeler sería que le ofreciera pagarle una cantidad menor a la que le había dicho.

Además, Carey sabía que Kyle, que reunía todas las características de un actor vanidoso, estaría demasiado pendiente de su propio aspecto para echarle siquiera una mirada a ella. Y, por supuesto, estaría pensando en cómo gastarse el dinero que le pagase.

Kyle Keeler, un amigo de toda la vida que luchaba por convertirse en actor, había accedido prestarse a ello por dinero; es decir, la generosa suma que Carey le había prometido para que representara el papel de marido de conveniencia durante un periodo de tiempo adecuado. Durante ese tiempo ella recibiría su herencia, el Rancho Whispering Oaks, que tenía intención de vender lo antes posible.

Ophelia sabía todo eso; en realidad, Ophelia lo sabía todo. Pero, de algún modo, no podía evitar actuar como si toda aquella charada fuera un matrimonio por amor. Incluso había preparado una grandiosa tarta de tres pisos y ponche de champán. Bueno, Carey sabía que a Ophie le encantaban las fiestas.

Con cariño Carey miró a la guardesa, que en ese instante la miraba con el ceño fruncido y los brazos cruzados.

–Si Kyle llama dile que he salido a buscarlo y que volveré dentro de una hora –le dijo.

Agarró las llaves de la camioneta que estaban sobre la mesita del vestíbulo y miró el reloj.

Carey se remangó la falda y echó a correr hacia la camioneta; como llovía mucho, se mojó la cara y el largo cabello castaño dorado. Desde la ventana Ophelia la miraba y sacudía la cabeza con desaprobación.

Saltó sobre el asiento del conductor, metió la llave en el contacto y rezó para que no se le atascara la llave.

–Por favor, enciéndete –le dijo al viejo automóvil–. No me des problemas por una vez.

Durante los últimos años el padre de Carey había dejado todo abandonado en el rancho, incluyendo los vehículos y las máquinas. Carey no tenía idea del estado en el que se encontraba todo. La relación con su padre había sido tirante desde que ella se había marchado de casa a los dieciocho años; había tenido poco contacto y las visitas habían sido aún más escasas.

El motor del cacharro petardeó, y a Carey se le fue el alma a los pies. Pero entonces, el motor se encendió con un ruido infernal.

Metió la marcha cuidadosamente y tomó el largo camino de entrada al rancho. Los limpia-parabrisas y el antiniebla no ayudaban demasiado a limpiar la cortina de agua que caía sobre el empañado parabrisas. El vehículo iba traqueteando sobre los baches y surcos del camino, y a Carey le pareció como si estuviera en un rodeo. Pero, a pesar del castigo, no aminoró la marcha.

Cuando llegó a la carretera principal, giró a su izquierda. Si desde el aeropuerto el novio había seguido las cuidadosas indicaciones, sabía que se acercaría por esa dirección.

Carey se echó una mirada rápida en el espejo retrovisor. La bendita de Ophie tenía razón: estaba de risa.

Vaya novia. ¡Parecía más bien la novia de Frankenstein! Ojalá aquel fuera el día de su boda de verdad, y se fuera a casar con un hombre al que pudiera entregar su corazón, a quien pudiera prometerle fidelidad y cariño, Carey pensaba con cierta tristeza. Entonces sí que se pondría Ophie contenta.

Y de paso su padre descansaría en paz.

Carey sacudió la cabeza. ¡Como si alguna vez hubiera conocido a un hombre con quien deseara casarse de verdad! Oh, desde luego, había vivido algunos romances; y algunos de ellos habían parecido serios durante un tiempo. Pero cuando se planteaba la cuestión del matrimonio, la idea de comprometerse para toda la vida la había aterrorizado. Sin embargo no sabía por qué, puesto que en parte deseaba tanto una relación de ese tipo.

Quizá fuera la idea de renunciar a la libertad por la que tanto había luchado, pero que últimamente no la consolaba en absoluto en las largas y solitarias noches. Sobre todo allí en el rancho, donde había menos distracciones que en Los Ángeles para ayudarla a olvidar esa sensación de vacío y dolor que llevaba tanto tiempo sintiendo.

Aun así, no estaba preparada para el matrimonio. En ese momento no. Tal vez no lo estuviera nunca, aunque le encantaban los niños y a menudo sintiera un gran instinto maternal. Pero en la actualidad una mujer no tenía por qué estar casada para tener hijos. Cada vez más estrellas de Hollywood se convertían en madres solteras. Y, cuando vendiera el rancho, pensaba Carey, el dinero le daría la libertad de hacer lo que le viniera en gana; de planear su futuro de manera totalmente distinta.

Mientras iba pensando en esas cosas, paseaba la mirada por la carretera esperando ver alguna señal de Kyle. Solo tendría que encontrarlo y volver rápidamente al rancho antes de que el juez se largara. Cuando el reloj diera las doce y marcara su treinta cumpleaños, perdería todo si todavía seguía soltera.

Pero si Kyle estaba tirado en algún sitio bajo la lluvia, si su vuelo había tenido que aterrizar en algún aeropuerto lejos de allí, estaba perdida. ¿Con quién podría casarse con lo tarde que era ya?

Carey aspiró profundamente e intentó serenarse. No servía de nada pensar en lo peor; tenía que pensar en positivo, se decía, tratando de animarse. Tenía que imaginarse a sí misma de pie delante del juez, dándole el sí al novio.

Mientras Carey pensaba en sus nupcias, el limpiaparabrisas luchaba por mantener el mismo ritmo que la torrencial lluvia. Carey se inclinó hacia delante y limpió el vaho del cristal con la manga. Apenas podía ver más allá de unos metros delante del coche.

Claro que, no había mucho que ver. No era una carretera demasiado transitada, ni siquiera en los días soleados. ¡El coche de alquiler de Kyle! ¡Sí! El corazón le dio un vuelco. ¿Se daba cuenta de lo que podía conseguir uno cuando pensaba en positivo?

Entonces se acercó. Un relámpago iluminó la escena y Carey se dio cuenta que no era el coche de Kyle. Se desanimó al ver que se trataba de una camioneta negra con las luces de emergencia encendidas. Había un pañuelo azul empapado en agua atado a la antena de la radio. Se veía que el infortunado conductor llevaba un rato allí parado.

–Ay, maldita sea –profirió Carey mientras le daba un golpe al volante con la palma de la mano.

Precisamente lo que necesitaba, hacer de buena samaritana. ¿Acaso no tenía cosas mucho más importantes que hacer en ese momento que rescatar a unos vecinos que se habían quedado tirados?

Si no encontraba a Kyle en quince minutos, toda su vida se iría por la borda.

Se acercó a la camioneta y frenó con cuidado. Su vehículo patinó y viró hacia un lado, pero finalmente se detuvo en el arcén.

Cuando volvió la cabeza hacia la camioneta negra, vio una carita mirándola por un círculo que habían limpiado en el cristal. Un niño de grandes ojos negros la miraba asustado.

Entonces se olvidó del novio ausente y de los planes que se habían ido al traste y de repente se alegró de haberse parado. Al abrir la puerta de la camioneta una ráfaga de viento y lluvia la golpeó con fuerza. Y al poner los pies en el suelo las botas se le hundieron varios centímetros en el barro.

La puerta de la camioneta negra también se abrió y Carey se vio frente a frente con el conductor. Su expresión seria e imperturbable, sus facciones duras y sus ojos negros de mirada cautivadora hicieron que Carey aguantara la respiración y se quedara como paralizada.

–Gracias por parar –dijo sin sonreír.

Tenía una voz profunda y tremendamente masculina.

–No hay problema –contestó tranquilamente–. ¿Por qué no dejan su camioneta aquí y les llevo hasta mi casa? Está tan solo a unos cuantos kilómetros hacia el oeste.

Mientras Carey hablaba con el extraño, empezó a sentir cada vez más timidez al ver la curiosidad con que la miraba. Carey pensó en la pinta que seguramente tendría; desde la guirnalda de flores mustias adornándole el cabello empapado, hasta el vestido salpicado de barro.

De repente el niño asomó la cabeza por la puerta. Carey sonrió al ver que el chiquillo la miraba con tanto asombro.

–¿Oye, Luke, ha venido la señora a ayudarnos? –le oyó susurrarle al hombre al oído.

–Claro, campeón –le dijo el conductor–. Te dije que vendría alguien –añadió el hombre llamado Luke en tono tranquilizador–. A Tyler no le gustan demasiado las tormentas –le explicó a Carey, echándole al chico una mirada cariñosa.

–Ah… entiendo –Carey dijo mientras miraba al niño que parecía bastante asustado–. Bueno, pues aquí estoy; soy vuestro brigada de rescate oficial –sonrió abiertamente al niño–. Cuando yo era una niña tampoco me gustaban las tormentas. Pero mi madre solía decirme que no eran más que los ángeles que estaban jugando a los bolos.

Tyler cambió la cara de inquietud por una sonriente.

–Qué tontería –dijo.

–Sí, ¿verdad? –Carey concedió soltando una risilla.

Entonces miró a Luke a los ojos y se sintió cautivada a medida que una lenta sonrisa transformaba sus duras e impasibles facciones. No era la astuta e insinuante sonrisa que Carey solía provocar en los miembros del sexo opuesto. Aquella era distinta; totalmente distinta.

Dos hoyuelos se dibujaron en sus bronceadas mejillas; y la blanca dentadura contrastaba con su piel morena. Al mirarlo a los ojos, percibió un brillo especial en sus negras profundidades. Carey le devolvió la sonrisa, mientras experimentaba de nuevo aquella sensación tan extraña en el estómago. Era como si, durante ese instante en que sus miradas se habían cruzado, la de aquel hombre le hubiera llegado directamente al corazón.

Quizá fuera gratitud por el consuelo que le acababa de ofrecer a su pequeño y asustado acompañante; o simplemente la mirada entre dos adultos cuando se preocupan por un niño.

Pero enseguida su expresión volvió a ser la velada máscara que la había recibido. Cosa rara, le pareció como si aquel hombre se arrepintiera de haberse permitido a sí mismo aquel instante de intimidad.

Se volvió hacia el pequeño bruscamente.

–Deja que te ayude a salir por este lado, Ty; por el tuyo hay un charco enorme. Y no te olvides de tu sombrero.

–Os esperaré en la camioneta –Carey dijo en tono conciso.

Se dirigió hacia su vehículo dando grandes zancadas, y cosa rara sintió una especie de alivio a medida que se separaba de sus nuevos pasajeros.

Su reacción hacia aquel hombre había sido… ridícula. Tenía que tratarse del nerviosismo de ese día tan aciago, y de cuyo resultado tanto dependía su futuro.

Luke y Tyler aparecieron al momento junto a la puerta del asiento del pasajero, y Luke la abrió y ayudó al niño a sentarse.

–Espera aquí un momento con la señora –Luke le ordenó–. Necesito volver a la camioneta; no tardaré –le dijo a Carey.

Cuanto Carey y Tyler estuvieron solos, el niño la miró con recelo.

–Me llamo Tyler –le dijo con educación, recordándole que ella aún o se había presentado.

–Y yo soy Carey –le contestó–. Carey Winslow –entonces, como no sabía qué más decirle y el niño seguía mirándola con tanta seriedad, se le ocurrió preguntarle su edad–. ¿Cuántos años tienes?

–Cuatro. Pero estoy a punto de cumplir cinco.

Carey, que no estaba acostumbrada a estar con niños, no sabía qué más decirle al pequeño. No muy lejos de allí estalló un trueno y Carey vio que el niño se ponía tenso otra vez.

–¿Te gustan los caballos? –le preguntó, esperando distraerlo.

–Supongo –él le contestó con vacilación.

Carey se quedó sorprendida. ¿A qué niño de cuatro años no le gustaban los caballos?

–Solo he visto un par de ellos de cerca, pero nunca he montado ninguno –le explicó–. Después la miró de nuevo, poniéndose serio–. Luke sí. Él ha montado muchos caballos.

Carey, que reconocía a un vaquero de pura cepa cuando lo veía, se echó a reír.

–Me apuesto a que sí. Quizá él te enseñe a montarlos algún día. Te gustará; es divertido.

–Sí, quizá –contestó Ty, que seguía mirándola sin sonreír.

Carey buscó a Luke con la mirada y vio que estaba trasladando unas bolsas del remolque al interior de la cabina. Miró el reloj y deseó poder llevarlos enseguida a su casa para continuar con lo que estaba haciendo.

–¿Carey, puedo hacerte una pregunta? –la voz de Ty la sacó de su ensimismamiento.

–¿El qué?

–¿Eres… como una princesa de un cuento, o algo así? ¿Como las de los libros? –Carey se habría echado a reír a carcajadas si el niño no la hubiera estado mirando con una expresión tan solemne dibujada en su cara redonda y en sus ojos marrón oscuro. Eran muy parecidos a los de Luke… Pero aún no tenía clara cuál era la relación entre el hombre y el niño.

Sacudió la cabeza, apretando los labios para aguantarse la risa.

–No, en absoluto. Solo soy una persona normal… ¿Qué te ha hecho pensar eso?

Él encogió levemente los hombros, cubiertos por una cazadora de béisbol.

–Se me ha ocurrido que a lo mejor lo eras. Te pareces a los dibujos de un libro que yo tenía antes; con esa corona que llevas en la cabeza y el vestido largo –le explicó con cierta timidez.

–Ah… –se miró el vestido largo y entonces recordó la guirnalda de flores mustias que llevaba en la cabeza–. Sí, claro… Es que hoy… me he vestido de un modo especial –intentó explicarle–, para una ocasión especial.

La explicación pareció dejarlo satisfecho y al mismo tiempo pareció gustarle lo que le había dicho.

–¿Te refieres a una fiesta?

–Bueno… Algo parecido –contestó con evasivas, pensando en la tarta de tres pisos y el ponche.

La puerta del asiento del pasajero se abrió y una ráfaga de viento y lluvia sopló por el interior del vehículo. Luke se quitó el sombrero tejano, le sacudió el agua con rapidez, y se metió en la camioneta a toda prisa, cerrando la puerta enseguida. Tyler se arrimó a Carey para hacerle sitio.

–Bueno, arranque y veamos lo que podemos hacer –dijo Luke–. Si no podemos mover este trasto, saldré y empujaré.

Se retiró el pelo mojado de la frente con un movimiento rápido. Carey notó que le hacía falta afeitarse, pero eso no le restaba ni un ápice de atractivo. Molesta consigo misma, Carey hizo un esfuerzo para dejar de mirarlo.

–Creo que todo irá bien –contestó mientras le daba al contacto y metía la primera. Las ruedas patinaron durante unos largos segundos y seguidamente se agarraron al suelo embarrado al tiempo que el vehículo salía a la carretera.

Carey soltó un discreto suspiro de alivio y le pareció oír que Luke hacía lo mismo.

–No debería haber metido tanto el coche en el arcén. Podríamos habernos quedado atascados en el barro –observó.

–Bueno, no ha pasado, así que agua pasada no mueve molino –dijo en tono alegre, a pesar de que la necesidad de explicarse con un extraño la hubiera molestado un poco.

¡Por Dios bendito, tenía suerte de que hubiera aparecido ella y se hubiera parado a ayudarlos!

–Por cierto, me llamo Carey –añadió–. Carey Winslow.

Por el rabillo del ojo vio que miraba en su dirección, pero solo fue durante un par de segundos.

–Yo soy Luke Redstone –contestó–. Y este es Tyler… mi sobrino.

–Sí, lo sé. Hemos estado charlando –Carey miró al chico con expresión afable.

Luke también lo miró inquisitivamente, como si le preocupara lo que el chiquillo hubiera podido decir en su ausencia.

–Solo hemos hablado de caballos –Tyler explicó a su tío en tono callado.

Luke, que seguía con aquella expresión seria y reflexiva a la que Carey ya se estaba acostumbrando, pareció satisfecho con la respuesta.

–Y le pregunté, ya sabes, lo que pensaba –Tyler añadió en tono aún más callado–. Y tenías razón en lo que decías. No es… una. Solamente va vestida así para una fiesta.

Carey notó que ese último comentario hizo sonreír a Luke, suavizando su expresión.

–Bueno, supongo que eso tiene sentido –contestó a Tyler; entonces se volvió hacia Carey–. Sí que me he fijado que no va vestida para el tiempo que hace.

Se volvió y la miró despacio, de arriba abajo, con un brillo de picardía en los ojos.

Carey sabía que tenía una pinta extraña, desde las mustias flores que adornaban su cabello hasta el vestido empapado y manchado de barro. Pero el comentario de aquel hombre sobre su apariencia la molestó.

–No se trata exactamente de una fiesta –contestó Carey, sin estar muy segura de cuánto quería contarles sobre el aprieto en el que estaba metida–. Se supone que me voy a casar hoy.

Las palabras le salieron así, sin pensar. Quizá lo hizo tan solo para borrar esa divertida y petulante expresión del apuesto rostro de aquel hombre.

Y, desde luego, lo consiguió.

–¿A casar? ¿Hoy? –repitió, entrecerrando los ojos.

–Sí –Carey asintió con la cabeza mientras giraba el volante para tomar una curva donde el asfalto estaba inundado.

Carey se dio cuenta que sus pasajeros aguantaban la respiración, esperando a ver si salvaban la curva sin patinar. Pero la camioneta continuó sin ningún contratiempo.

–Felicidades –dijo Luke en voz baja.