Amor en combate - Lori Foster - E-Book
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Amor en combate E-Book

Lori Foster

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Beschreibung

A Vanity Baker le gustaban los combates buenos y limpios, pero tampoco se oponía a jugar un poquitín sucio. Había deseado a Stack, Lobo, desde el primer día. La mejor manera de acorralar al famoso luchador alérgico a los compromisos era insistir en un comportamiento natural y despreocupado. Y el plan funcionó, deliciosamente bien, hasta que el pasado de Stack salió a la superficie. Stack había aprendido bien pronto a mantenerse alejado de los compromisos. Pero con la sexy y directa Vanity, siempre se quedaba deseoso de más. Después fue su problemática familia la que entró en escena, amenazando todo lo que él consideraba importante, Vanity incluida. De repente se dio cuenta de que eran mucho más que amigos con derecho a roce. Estaba incluso dispuesto a ir al altar por ella, pero… ¿lo haría a tiempo de proteger a la mujer que había conseguido atraparlo?

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Seitenzahl: 518

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Lori Foster

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amor en combate, n.º 264 - abril 2020

Título original: Tough Love

Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Canadá.

Traducido por Fernando Hernández Holgado

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, TOP NOVEL y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-199-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Si te ha gustado este libro…

 

 

 

 

 

 

A Whitney Price,

 

Tú sabes que te considero una hija, y a Lil Ruby una nieta. Ambas sois muy especiales para mí.

 

Y porque eres tan infinitamente dulce (y por esa broma privada que empezamos en Facebook) fue superdivertido bautizar con tu nombre al malvado personaje de ficción de este libro. ¡Sí, al final has conseguido ser verdaderamente mala!

 

Te quiero mucho.

 

Lori

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Vanity Baker intentó no mirar, pero sintió la intensidad de su mirada siguiendo cada uno de sus movimientos. Sentía ella misma un vibrante deseo, también, y cuando se atrevió a mirarlo, lo que vio en sus ojos fue un brillo de ardor sexual.

Fingiendo bailar, se llevó una mano al corazón como para refrenar su rápido latido.

El fornido Stack Hannigan, con sus bíceps de acero y sus duros abdominales, su despampanante sonrisa y sus ojos de un gris azulado. Guau. Ella se sabía capaz de excitar el interés de cualquier hombre con sangre en las venas. Pero no deseaba a cualquier hombre. Deseaba específicamente a aquel luchador de artes marciales mixtas de peso semipesado. La proposición que ella le había hecho, la de hacer de pareja suya en la boda de sus amigos y monopolizar así las conjeturas que surgirían sobre escapadas sexuales tras la ceremonia, había sido de lo más descarada. En cualquier caso, había necesitado de un cierto descaro para salirse con la suya.

En el mundo de la lucha, era conocido como El Lobo. Dado que ella se había empapado de todo lo que había tenido que ver con Stack, se había enterado también, como no podía ser menos, de la justificación de tal apodo. Los hombres decían que tenía que ver con la manera en que se echaba encima de sus oponentes, como si fueran presas.

Las mujeres, en cambio, sostenían que el apodo se lo había ganado en la cama… por la manera en que hacía aullar a las damas. Vanity se estremeció solo de pensarlo.

Hacía meses que lo conocía, pero, aparte de mostrarse cortés y educado con ella, de tratarla como a una más del grupo, tanto para gastarle bromas como para hacerla reír, excitándola de paso la mayor parte de las veces… no le había hecho la menor insinuación.

Así que había decidido actuar. Y ahora, finalmente, el gran día había llegado.

Riendo, los novios abrieron el baile. Yvette, su mejor amiga, ahora felizmente casada con su luchador, lucía un aspecto despampanante. Era ese el efecto que el amor obraba en una mujer, supuso Vanity: alejar todas las sombras y las dudas para llenar cada espacio vacío de gozo y alegría.

El amor. Sí, cualquiera que mirara a Cannon o a Yvette podía verlo.

De hecho, ella lo estaba viendo en las caras de un montón de invitados. La boda había sido efectivamente el gran evento que había estado esperando la mayor parte de la localidad. Yvette se había casado con un tipo muy popular: todo el mundo adoraba y respetaba a Cannon, desde los tenderos de la población hasta los agentes de policía, pasando por un amplio espectro de luchadores, tanto aficionados como profesionales.

A su alrededor, sus amigos y amigas charlaban, reían, bailaban. Por lo general Vanity disfrutaba observando a la gente, pero en aquel momento apenas se fijaba en ellos mientras se esforzaba por no mirar directamente a Stack.

Cuando Yvette anunció que había llegado el momento de lanzar el ramo nupcial, todas las solteras formaron una fila. Cherry Peyton, actualmente muy comprometida con uno de los luchadores más grandes, Denver Lewis, se situó junto a ella.

Como parte del séquito nupcial, sus respectivos vestidos combinaban perfectamente. Pero en tanto que dama de honor Vanity lucía un escote en forma de corazón en lugar de tirantes de espagueti, y, mientras que el tono rosa de las demás era algo subido, el suyo era mucho más claro.

Sonrientes, los hombres terminaron juntándose en la barra, espléndidos con sus esmóquines.

En cuanto su mirada tropezó con la de Yvette, Vanity adivinó exactamente lo que iba a hacer. Riendo, alzó los brazos como esperando capturar el ramo. Yvette lo dejó volar a posta. Directamente hacia Vanity.

Pero no era solidaridad ni apoyo lo que ella deseaba en aquel momento. No cuando Stack estaba allí, mirándola con aquella intensidad en los ojos. Y tampoco pensaba arriesgarse a ahuyentarlo antes de que tuvieran oportunidad de estar juntos. No cuando estaba a punto de llegar a conocerlo íntimamente, al fin.

De modo que en el último segundo se hizo a un lado, con lo que el ramo terminó impactando en el impresionante busto de Cherry.

Todo el mundo se echó a reír y, cuando Vanity desvió la mirada hacia Denver, vio su ancha y satisfecha sonrisa. Vaya. Así que el matrimonio no parecía asustarlo… Quizá incluso Cherry y él habían empezado a hacer planes al respecto…

Con la sala estallando en vítores, aplausos y carcajadas, Cannon alzó a Yvette en brazos, dio una vuelta completa sobre sí mismo y, despidiéndose a gritos, se marchó con su sonriente novia por una puerta lateral.

Aquello fue como el punto final, oficial, de la ceremonia. Ella también, como dama de honor, era libre para marcharse.

Con Stack.

Empezó a palpitarle el corazón. Un traicionero calor empezó a extenderse por su cuerpo. Aspirando profundamente, miró a Stack y volvió a quedar cautivada por su penetrante mirada.

Durante semanas lo había estado torturando, besándolo cuando él menos se lo esperaba, mientras lo estimulaba a su vez a seguir a su aire, esto es, sin pareja estable. Deliberadamente lo había dejado perplejo con su insistencia en que siguiera viéndose con otras mujeres. Que eso debía ser lo lógico y natural, tanto para él como para ella.

Ella, por su parte, no había estado saliendo con nadie más. Pero eso Stack no lo sabía. Desde que le dejó negro sobre blanco que tenía libertad para hacer lo que se le antojara, quería que pensara que ella había estado haciendo lo mismo.

Pero eso se había acabado. Tras una espera terriblemente larga, aquella iba a ser finalmente su noche.

Sonriendo a Stack, le hizo señas para que se acercara. Como si la hubiera estado esperando con el motor en marcha, él se le acercó de inmediato, en un par de zancadas.

El aliento que Vanity había estado conteniendo le salió en un jadeo cuando él la atrajo hacia sí, rodeó su cintura con un brazo y se apoderó de su boca con ardiente, increíble avidez.

Guau. Había pensado que la necesitada era ella, y no él…

Era mucho más grande que ella en todos los sentidos, tanto que la hacía sentirse diminuta, femenina y frágil. En cualquier otra situación su espíritu independiente se habría rebelado, pero no en aquel momento. No con Stack. Confiaba en él al cien por cien, y lo deseaba todavía más.

Apoyando ambas manos sobre su pecho, acarició el sólido muro de sus pectorales hasta aquellos hombros duros como rocas. Su piel parecía reverberar de calor y, oh, Dios, olía tan bien… Dentro del círculo de sus brazos, con su boca devorando la suya, se olvidó de… todo.

La música y la conversación de los demás invitados se desvanecieron. Stack no dejaba de besarla. Si acaso, su lengua se volvía cada vez más atrevida, explorando, probando…

Una risotada, probablemente de alguna de sus amigas, resonó cerca, y ni aún así se detuvo. La abrazó todavía con mayor fuerza.

Vanity se apretó contra él. De pronto, caballerosamente, Stack se apartó.

Sentía un cosquilleo en los labios. En todo el cuerpo, más bien. Soltó un tembloroso suspiro.

—Guau.

Demostrando que no se había olvidado de que seguían en mitad de la pista de la baile en la boda de unos amigos, Stack susurró contra sus labios:

—Permíteme que te lleve a un lugar más privado —un suave beso de persuasión—. Así te daré más motivos para sorprenderte.

Una promesa muy tentadora…

Se moría de ganas de arrastrarlo hasta un oscuro rincón… Pero eso sería una tontería. Lo que realmente quería, y lo que esperaba que quisiera él también, requeriría más bien horas, no unos pocos y apresurados minutos…

Con un tono cargado de arrepentimiento, Vanity explicó:

—No puedo irme aún.

Su ronco gruñido demostró su impaciencia.

—Será pronto, te lo prometo —cambiando de postura, con las manos alrededor de su cuello y las de él sobre su cintura, Vanity se apartó un tanto—. Bailemos mientras te enfrías un poco y yo…

—Tú sueñas —repuso, pero aflojó su abrazo y empezó a bailar. La recorrió con una mirada ardiente, hasta detenerse en su escote—. ¿Cuánto más tendré que esperar?

Vanity no simuló sorpresa alguna: sabía perfectamente a qué se refería.

—Un baile más. Luego tendré que reunir algunos regalos y…

Stack gruñó de nuevo, haciéndola reír.

—Hablemos —sugirió Vanity. Quizá una inofensiva conversación lo ayudara a él a tranquilizarse. Y le proporcionara a ella la tan necesitada oportunidad de recuperarse.

—De acuerdo —se inclinó—. No puedo esperar para saborearte. Por todas partes.

«¿Por todas partes?», repitió Vanity para sí,

—Y para tenerte debajo de mí. O encima. Como prefieras.

—Stack… —su voz temblorosa sonaba débil—. Hablemos de algo que no sea provocador.

—¿Como qué? Porque te juro por Dios, cariño, que después de todas estas semanas de jueguecitos seductores, me siento más que provocado.

Vanity sonrió lentamente. Tentar a Stack era un auténtico placer. No le importaría seguir haciéndolo durante el resto de su vida.

—¿Jueguecitos seductores? —inquirió ella—. ¿Es eso lo que hemos estado haciendo?

Sosteniéndole la mirada, él deslizó la mano hasta la parte baja de su espalda… y aún más abajo. Al ver que desorbitaba los ojos, se interrumpió y esbozó a su vez una leve sonrisa.

—Sí, tú juegas con las palabras, pronunciando las justas para ponerme a cien —inclinó la cabeza para darle otro rápido beso—. Pero esta noche se han acabado los juegos.

—A mí me gusta jugar —protestó ella. Con un poco de suerte, muy pronto iba a disponer de inacabables horas para jugar con su cuerpo desnudo.

—Ya lo sé. Pero ahora me toca a mí —acercándola aún más hacia sí, murmuró cerca de su oído—: Me va a encantar jugar contigo.

—Stack —enterró su cara ardiente en su aún más ardiente cuello. Había bebido muy poco, pero su contacto, su aroma, la embriagaban—. Todo el mundo nos está mirando.

—Error —le acarició el cuello con los labios—. Denver está en babia con Cherry. Armie está pensando en cómo evitar a Merissa. Miles y Brand andan ligando con chicas de la localidad, y Leese está ahora mismo rodeado por tres chicas muy empeñadas en convencerlo de que no son tan jóvenes como parecen…

Aquello ciertamente le había sorprendido. Leese y ella se habían criado juntos. Ella lo había considerado siempre su amigo, su compinche. Cada vez que ella había necesitado de una excusa para acercarse a Stack, Leese había estado a su lado para ayudarla.

En aquel momento Leese se hallaba en un rincón de la sala, con un hombro apoyado en la pared y una indulgente sonrisa en los labios, mientras tres despampanantes jóvenes, seguramente no mayores de veinte años, escuchaban embobadas cada palabra que brotaba de sus labios.

De repente, un leve mordisco en un hombro la devolvió a la realidad.

Stack lamió la huella que habían dejado sus dientes y le chupó la piel. Aquello le arrancó un gemido, haciéndola olvidarse por completo de que estaban en una pista de baile rodeados de gente.

—Mejor —susurró él antes de besarla de nuevo en los labios—. Concéntrate en mí esta noche, cariño. En mí y solamente en mí.

Incrédula, se apartó para mirarlo.

—¿Estás celoso de Leese?

El azul de sus ojos pareció oscurecerse.

—No hay motivo para ello, ¿verdad?

—Ninguno en absoluto —admitió ella con la mayor sinceridad posible—. Leese sabe que te deseo.

Stack tardó un momento en retomar el lento contoneo de su baile.

—¿Le contaste lo de esta noche?

—No —se preguntó hasta qué punto debería ser sincera con él. Reflexionó por un instante. ¿Y por qué no?—. En cierta manera, lo utilizo —le confesó de golpe.

Aquello le arrancó una carcajada. Ruborizada, Vanity alzó la barbilla.

—Es verdad. Casa vez que asisto a uno de vuestros combates, Leese me acompaña… siempre y cuando no sea a él a quien le toque pelear y no tenga alguna cita.

—Así que lo usas como repelente, ¿eh?

Ella arrugó la nariz.

—Es suena fatal —«pero es cierto», añadió para sus adentros—. Me gusta Leese. Nos llevamos bien. La gente desconocida tiende a pensar que está conmigo, y él se hace cargo de la situación. Sabe lo que pasa.

—Que me deseas —dijo Stack, arqueando una ceja.

—Sí —confirmó, resignada.

Antes de aquella noche, de aquel momento, Vanity le había precisado que lo deseaba solamente por aquella noche. Ella lo había estado provocando con la promesa de un ligue sin compromisos, pero con la esperanza de hacerle disfrutar tanto que terminara insistiendo en una repetición.

Y luego en otra. Y otra.

¿Perversa? Sí. ¿Manipuladora? También. Pero a nadie perjudicaría con su engaño. Tendría sexo con Stack. Y si, pese a sus mejores esfuerzos, él decidía no seguir adelante, ella no lo acosaría. Se quedaría, sí, decepcionada. Devastada más bien. Pero tenía su orgullo.

Ladeando la cabeza, Stack la estudió.

—Así que Leese se encarga de alejar a otros tipos de tu rastro. ¿Pero por qué? ¿Es que no sales con nadie?

Umm, no. No salía con nadie, pero prefería que él no supiera eso. No todavía, al menos.

—Digamos que soy muy selectiva. Cuando deseo a un hombre, se lo hago saber.

Esa vez Stack pareció enfadarse.

—¿Como me lo haces saber a mí?

Vanity se esforzó por no sonreír, pero perdió la batalla.

—Tú eres el único hombre con el que he hecho un trato.

—¿El trato de concertar una cita sexual?

Sí, ese era el trato que ella le había ofrecido. Pero no era tan sencillo.

—No se trata de una cita cualquiera —insistió ella, con la mirada clavada en sus labios—. No habría planteado una cita así para ir a ver una película, o a bailar, o a cualquier otra actividad sin importancia.

—¿Así que estás diciendo que la boda es especial?

Vanity se mordió el labio y negó lentamente con la cabeza. Él le sostuvo la mirada.

—Ah. Estás diciendo que yo soy el especial.

La seductora expresión con que la miró la incendió de deseo.

—Como dama de honor, yo necesitaba una pareja. Y esta no era una boda cualquiera. Era la boda.

Como todo el mundo en Warfield, Ohio, Vanity conocía bien a Cannon. Como luchador de élite de la SBC, era todo un héroe local. De hecho, se trataba de un gran tipo que ya había sido un héroe antes de que firmara para la SBC. Pero, en aquel momento, con admiradores por todo el mundo, la gente de la localidad lo reverenciaba totalmente.

Y en tanto que destacado luchador y gran amigo de Cannon, Stack era también una figura altamente admirada.

—Eras la opción perfecta —terminó Vanity.

Él asintió lentamente.

—De modo que no soy solamente especial, sino también perfecto —la acercó hacia sí—. Ten cuidado o conseguirás que me ruborice.

Vanity dudaba que tal cosa fuera posible.

—Sé que he estado tonteando contigo…

—Ya, pero la mayor parte del tiempo he disfrutado.

—Me alegro —poniéndose de puntillas para acariciarle los labios con los suyos, Vanity se lo quedó mirando fijamente a los ojos. El sentido de la oportunidad lo era todo, se recordó. Y aquel momento le parecía de lo más oportuno para ser sincera con él—. Tú eres el único hombre con quien me planteé hacer un trato así.

Él se la quedó mirando a los ojos durante un buen rato, en silencio. Finalmente, cuando ella ya estaba pensando que no podría soportar ni un segundo más, Stack subió una mano hasta su cuello y le acarició la mejilla con el pulgar.

—Me alegro de que me eligieras a mí.

Sin que Vanity fuera consciente de ello, él la había estado llevando hacia la salida, sin dejar de bailar. En aquel instante, la tomó de la mano y la sacó del baile.

—¿Qué es lo que tenemos que hacer antes de marcharnos de aquí? Y no hagas la lista demasiado larga, porque te juro que la incumpliré.

Ella era de la misma opinión.

—Cinco minutos. Máximo.

—Te ayudaré y lo acabaremos en dos.

 

 

El tiempo de principios de noviembre en Ohio solía ser frío, pero afortunadamente no helado, lo cual era una buena cosa, dado que el vestido de Vanity, los zapatos y el chal a juego no estaban diseñados para desafiar los elementos.

Mientras el interior del coche se calentaba rápidamente, Stack pudo observar cómo se relajaba. No temblaba ya, y se bajó el chal.

Le gustaba el vaporoso vestido que llevaba, la manera en que resaltaba su cintura de avispa y su escote, lo muy femenina que parecía. Pero todavía le gustaría más sin él. Eran tantas veces las que se la había imaginado desnuda, esperándolo, aceptándolo… Moviendo su cuerpo contra el suyo. Corriéndose con él.

No le había costado mucho trabajo imaginárselo, dado que la ropa que solía llevar dejaba poco espacio a la imaginación. Sobre todo en el gimnasio. Sus apretados culotes de ciclista y sus sujetadores deportivos atraían la mirada de hasta el último tipo del gimnasio.

Por lo demás, a Vanity le gustaba pensar que tenía el control. Lo cual a él no le molestaba lo más mínimo. Con las mujeres nunca se complicaba la vida. Unas cuantas risas, mucho sexo, una cordial despedida y ambas partes quedaban contentas. No había motivo alguno para dramas. Ni para tensiones.

Pero, mientras pensaba en ello, tuvo que flexionar varias veces los músculos de los hombros para aliviar la tensión. ¿Tensión? Diablos, sí. El deseo le había generado un montón de nudos de tensión, y todo gracias a Vanity Baker.

La luz de las farolas penetraba de cuando en cuando en el interior del coche, regalándole destellos de su cabello rubio claro, de sus altos senos que desbordaban casi el escote, así como de aquellas interminables piernas que habían ocupado sus sueños durante demasiadas noches.

Y veía también el brillo de excitación de sus ojos y el rubor de expectación en sus mejillas.

—Hey —conduciendo con una mano, dejó la otra en el asiento que se hallaba en medio, con la palma hacia arriba.

Sonriendo levemente, ella puso la mano sobre la suya… y él percibió su temblor.

—¿Todavía tienes frío?

—No.

Otras posibilidades pasaron por su mente, excitando su sentido de la protección. ¿Se sentiría incómoda? ¿Quizá algo preocupada?

Eso tendría sentido. Durante un tiempo, al poco de haberse conocido, ella se había mostrado simpática con él, pero no abiertamente interesada. Pero poco a poco había empezado a prestarle cada vez mayor atención. Hasta que de repente le propuso aquella cita, y desde entonces había estado jugueteando deliberadamente con él. Tanto que, a esas alturas, Stack no podía pensar en otra cosa que en oírla gritar en pleno orgasmo…

Todos sus amigos sabían que estaba a punto de detonar. Y Vanity lo sabía también.

Acariciándole los nudillos con el pulgar, le preguntó:

—¿Nerviosa entonces?

Ella sacudió la cabeza.

—No.

—Estás temblando.

Llevándose su mano a los labios, le mordisqueó levemente un nudillo y se lo besó.

—Estoy deseosa —susurró ella, sincera.

Diablos. Ella lo había hecho otra vez, lo había excitado solo con palabras. Necesitado de darle explicaciones, por si todo se precipitaba, le dijo:

—La primera vez…

—Rápido y duro —terminó ella por él—. Ya lo sé —sonrió mientras sus ojos se oscurecían y su voz se volvía casi jadeante—. Merecerá la pena con tal de que te vea correrte. Llevo un siglo pensando en eso. Y después… será mi turno.

Intentando acomodar su creciente erección, Stack avanzó una pierna. Si ella seguía diciéndole esas cosas, acabaría antes de empezar. Diablos, estaba tan cerca de perder el control que la idea de un polvo rápido dentro del coche se le estaba antojando muy atractiva. Sabía que eso debería avergonzarlo, la manera en que ella le hacía perder el control. Pero el conocimiento de que Vanity lo estaba tentando a propósito solo servía para reforzar su determinación de desconectar su cerebro a fuerza de sexo.

Esforzándose por conservar la paciencia, inspiró profundo y volvió a agarrar el volante con las dos manos.

—Estás jugando con fuego. Eres consciente de ello, ¿verdad?

—Estoy jugando contigo, Stack Hannigan, y hacía muchísimo tiempo que no me divertía tanto.

Le gustaba aquella actitud suya, tan abierta respecto a lo que quería: esto es, a él.

—Como te dije antes, el juego tendrá un precio.

—Eso espero —rio, y lo excitó aún más.

Vanity era una de las mujeres más sexys que había conocido nunca, pero además era real. Descarada. No tenía que adivinar sus pensamientos, porque le soltaba lo que quería y de la forma que quería.

También le había dejado claro que su tiempo de estar juntos tendría una duración corta, y que, una vez que hubieran saciado su deseo, ella esperaba que él se alejara tranquilamente de su vida.

Eso habría sido perfecto, solo que… le fastidiaba un poco que ella no le exigiera más.

Para entonces ambos se habían quedado callados. Stack acababa de doblar una esquina para internarse por una oscura calle cuando vieron el accidente. Dos vehículos, uno en la cuneta, el otro, volcado. Las luces de los faros cortaban la oscuridad de la noche en extraños ángulos. Stack estaba aminorando la velocidad, analizando la escena, cuando el coche volcado explotó y las llamas se alzaron en el aire.

—Oh, Dios mío —exclamó Vanity, inclinándose hacia delante para mirar—. ¡Allí! —señaló el lateral de un coche—. ¡Hay un cuerpo!

Stack detuvo el coche y se soltó el cinturón de seguridad.

—Llama a emergencias.

Ella ya estaba buscando el móvil en el bolso.

—Ten cuidado —le gritó cuando él bajaba apresuradamente del vehículo.

Stack no había dado más que un paso cuando oyó unos débiles gritos de mujer.

Echando a correr, se dirigió al todoterreno ardiendo. El cuerpo que Vanity había descubierto antes era el de un hombre. Parecía que había sido lanzado fuera del vehículo y en aquel momento se hallaba sentado cerca, aturdido y confuso, con la sangre corriéndole por el rostro.

El calor se tornó insoportable conforme Stack se acercaba al vehículo en llamas. Siguiendo la voz, se agachó para mirar debajo del amasijo de metal retorcido y localizó a la mujer que luchaba frenéticamente por liberarse. Tenía el rostro manchado de hollín, con sangre y arañazos. Histérica, le tendió los brazos.

—¡Ayúdeme!

Stack le tomó las manos y tiró, pero la mujer tenía las piernas atrapadas. Maldijo para sus adentros. Volvió a mirar a su alrededor. Un hombre salió del otro coche, tambaleándose. Parecía borracho, o quizá herido…

—Échame una mano —ordenó Stack.

En lugar de ello, el hombre se apartó y comenzó un incoherente balbuceo. Sí, estaba borracho. El tipo dio un mal paso y cayó sobre su trasero.

De repente Vanity apareció a su lado. Se había dejado el chal en el coche y sus brazos y hombros estaban en aquel momento expuestos al frío. Ajena a todo eso, preguntó rápidamente:

—¿Qué puedo hacer?

No la quería para nada cerca de aquel coche ardiendo…

—¡Por favor! ¡Oh, por favor, ayúdenme!

Vanity le tiró de la manga de la camisa.

—Quiero ayudar. ¡Dime qué tengo que hacer!

—Agárrale las manos. Tan pronto como consiga levantar un poco el coche, tira de ella —se arrodilló para mirar a la mujer. Hasta el momento las llamas no la habían alcanzado, pero tenía que saber que el fuego se estaba extendiendo.

—Vamos a intentar sacarla de aquí.

—¡Sí, sí, dense prisa!

Stack volvió a maldecir para sus adentros.

—Sus piernas…

—No pasa nada —chilló—. ¡Rápido!

Con su vestido peligrosamente cerca de las llamas, Vanity se arrodilló también y entrelazó los dedos de las dos manos con los de la mujer.

—Avíseme si le hago daño.

Apoyando el hombro contra el todoterreno, Stack clavó los pies en el suelo y empujó con todas sus fuerzas. Sintió que el coche se movía, se alzaba un poco. No demasiado, pero sí lo suficiente.

—Tranquila —dijo Vanity con el rostro iluminado por el resplandor del fuego, tirando de los brazos de la mujer, que soltó un gemido—. Shh, tranquila… Ya casi lo hemos conseguido.

Stack siguió aguantando el peso del coche con los ojos fijos en ella, impresionado y agradecido por su sangre fría. El sudor le perlaba la frente y apretaba con fuerza la mandíbula.

Finalmente Vanity consiguió liberar las piernas de la mujer y se relajó. Stack, a su vez, se apartó para dejar caer el vehículo. El metal ardiente soltaba chispas que flotaban en la oscuridad.

Pero se negaba a cantar victoria aún.

—Ve a la acera —ordenó a Vanity—. Ahora —urgiéndola a apartarse del vehículo, Stack ocupó su lugar para atender a la mujer. Agarrándola de las axilas, tiró de ella lo más delicadamente que pudo para alejarla del siniestro.

Una vez que estuvieron todos a una distancia segura, se despojó de su ya arruinada chaqueta de esmoquin para echársela a Vanity sobre los hombros.

Ella se había arrodillado de nuevo ante la mujer mientras intentaba tranquilizarla, y le sonrió agradecida. Stack sintió el impulso de acariciarle el pelo, abrumado por razones que no lograba entender, y que nada tenían que ver ni con el accidente ni con el peligro de la situación. Se trataba de la propia Vanity, de la rapidez de sus reacciones y de su admirable actitud práctica, de su fortaleza y su coraje.

Con un sonoro rugido, las llamas terminaron por consumir el todoterreno, haciendo que Vanity diera un respingo y que la mujer soltara otro grito.

—Quédate con ella —le dijo Stack a Vanity, y corrió de vuelta hacia los dos hombres que parecían incapaces de pensar con claridad. Dada su lentitud a la hora de reaccionar, el primer tipo sufría una grave conmoción, si no algo peor. La sangre que le cubría el rostro procedía de alguna herida en la cabeza. También parecía tener un hombro dislocado y probablemente una pierna rota.

No resultaba fácil moverlo sin causarle mayor dolor, pero el hombre estaba tan aturdido que se limitó a gruñir cuando Stack le rodeó los hombros con un brazo y empezó a alejarlo de allí. No lo llevó cerca de las mujeres, por la impresión que a ellas pudiera causarles la sangre.

El otro tipo solo presentaba heridas superficiales, pero estaba completamente borracho, cosa que probablemente explicaba el motivo del accidente. Stack lo urgió a mantenerse a una distancia segura, pero el muy imbécil no se quedaba quieto, y desde luego no estaba dispuesto a cuidar de un borracho cuando las demás víctimas del accidente podían necesitar ayuda.

Afortunadamente, segundos después, llegaron la policía y la ambulancia. Mientras los heridos eran atendidos, Stack se dispuso a explicar lo sucedido a los agentes.

—Espere un momento —dijo uno de ellos antes de acercarse con otros dos a hablar con el hombre bebido.

Respirando a jadeos por la subida de adrenalina, Stack buscó a Vanity con la mirada y la encontró sentada en el bordillo, envuelta en su chaqueta como si fuera una capa, con el rostro escondido entre las manos.

Alarmado, corrió hacia ella. Tenía partes del vestido quemadas. El hollín oscurecía su larga y hermosa melena, toda enredada en aquel momento. Vio que tenía una pequeña quemadura en el antebrazo.

Enternecido, se arrodilló ante ella y le tomó las muñecas.

—Hey. ¿Te encuentras bien?

Ella luchó contra su intento de descubrirle el rostro y se limitó a asentir con la cabeza.

—¿Vanity?

—Lo siento. Solo estoy… algo nerviosa —alzó los hombros mientras respiraba profundamente, pero seguía tapándose la cara con las manos.

—¿Estás herida? —¿acaso se había quemado en algún otro sitio? Quizá se había lesionado mientras rescataba a la otra mujer. Era tan fina, tan delicada y femenina, tan…

—Debo de estar hecha un desastre.

¿Tan presumida era? Sonrió.

—Bah —después de acariciarle el pelo de nuevo, le puso un dedo bajo la barbilla—. Vamos, cariño. Necesito que me mires a los ojos.

Al fin bajó las manos, y Stack se perdió en la mirada de sus enormes ojos azules, enmarcados por el rímel corrido. Había esperado ver lágrimas, o al menos algún resto de miedo. No vio ninguna de las dos cosas.

Ladeando la cabeza, ella le sonrió.

—Hace muy poco que has empezado a llamarme «cariño». ¿Eso es porque finalmente vamos a tener sexo?

A su espalda, un policía se puso a toser. Stack cerró los ojos por un momento y se incorporó para volverse hacia el agente.

Preocupado a la vez que algo divertido, el policía preguntó:

—¿Ella está bien?

—Lo estará, descuide —él se encargaría de ello.

Levantándose, Vanity se sacudió la falda, se echó la melena hacia atrás, se ajustó la chaqueta sobre los hombros y miró con expresión firme a ambos hombres.

—Ella puede hablar por sí misma —dijo—. Y sí, me encuentro perfectamente.

¿Les estaba reprendiendo? El policía tosió de nuevo, algo molesto. Rodeándole los hombros con un brazo, Stack la atrajo hacia sí.

Como ninguno de los dos dijo nada, Vanity desvió la mirada hacia la ambulancia y los sanitarios, que estaban colocando a la mujer herida en una camilla. Su marido se hallaba en aquel momento a su lado, todavía aturdido pero con el rostro ya limpio de sangre.

—Esa pobre señora… —dijo Vanity. Desde donde estaban, los tres podían oír su llanto.

—Dice que el otro conductor dobló la calle y apareció justo en su lado de la carretera. Los faros los cegaron. Supongo que el marido instintivamente intentó virar, pero chocaron de todas maneras, perdió el control y el todoterreno terminó volcando.

Stack se quedó mirando fijamente al segundo conductor que, en aquel momento, se estaba quejando en voz alta.

—¿Embriagado?

—Totalmente y conduciendo con un carnet caducado. Ha tenido suerte de no haber matado a nadie. Y menos mal que aparecieron ustedes. La mayor parte de la gente que ve un fuego sale corriendo. Y no precisamente hacia él.

Stack se pellizcó la oreja. Sinceramente, no había pensado en el fuego. Nada más ver el siniestro y oír los gritos de la mujer…

—La mujer… —dijo Vanity—, ¿está herida de gravedad?

—Todavía la están atendiendo, pero sé que tiene unas cuantas quemaduras de muy mal aspecto, quizá más de una fractura.

—Oh, Dios —susurró Vanity.

—Pero está viva —le recordó Stack, y le besó el pelo. El olor a humo se mezclaba con el suave aroma a mujer. Anhelaba llevarla a su casa, tanto para reconfortarla y asegurarse de que estuviera bien como para el sexo que llevaban ya meses esperando. Ambos necesitaban ducharse, y él quería además examinarle la quemadura del brazo.

Más vehículos aparecieron, incluyendo un equipo de periodistas al completo con micrófonos y cámaras.

—Empieza el circo —se quejó el agente—. Prepárense para dar una entrevista.

Era lo último que quería Stack. Dada la manera en que se había tensado, Vanity parecía sentir lo mismo.

—¿Le importa si nos la saltamos?

Asintiendo con gesto comprensivo, el policía se dio unos golpecitos en el muslo con su bloc de notas.

—Ya tengo sus declaraciones. Estaré en contacto si es que necesito algo más.

—Gracias —evitando todo contacto visual con los periodistas, Stack empezó a tirar de Vanity.

—Me temo que estoy llamando la atención con este vestido y además con tu chaqueta de esmoquin —le susurró ella—. Espero que no se fijen en nosotros.

Le gustó saber que ella no era de una de aquellas personas que se morían por salir en los medios. Le abrió la puerta y la hizo entrar en el coche. Vio por el rabillo del ojo cómo dos periodistas se arremolinaban alrededor de la mujer herida y su marido.

Lograron salir de allí antes de que cualquiera intentara hablar con ellos.

Durante cinco minutos, ninguno de los dos dijo nada. Arropada en su chaqueta a modo de manta, Vanity intentó atusarse un poco el pelo. Esbozó una mueca cuando examinó la falda de su vestido y se miró en el espejo del quitasol.

—Estoy hecha un desastre —suspiró.

—Has sido muy una valiente.

—¿Qué fue lo que dijo ese policía? Es verdad. Literalmente corriste hacia el fuego. No sabías si el coche iba a explotar…

—Los coches no explotan. O, al menos, no muy a menudo. Lo que ves en las películas está exagerado aposta —vio que seguía estremecida, así que intentó tranquilizarla.

—Pero la situación era peligrosa —se volvió para mirarlo—. Muy peligrosa.

—Y tú estuviste metida en ella hasta el cuello —agarró con fuerza el volante, detestando lo muy cerca que había estado Vanity de resultar gravemente herida—. Contaba con que te quedarías en el coche.

—Me habría quedado si no hubieras necesitado mi ayuda —arrugó la nariz—. No soy muy buena en las crisis.

—Estás de broma, ¿verdad? —al ver que ella se lo quedaba mirando fijamente, añadió—: Estuviste perfecta. Tranquila, serena —pensó en lo mucho que se había esforzado por liberar a la mujer del amasijo de hierros—. Fuerte.

—Pero entonces, ¿por qué frunces el ceño de esa manera?

—Pudiste haber resultado herida.

—¿Estabas preocupado por mí? —alzó las cejas.

Stack no respondió. ¿Tan sorprendente encontraba esa idea?

—Vaya —le acarició el hombro—. Sí que lo estabas. Eres tan dulce…

La mano le temblaba. Estaba poniendo buena cara, pero, obviamente, seguía muy afectada. Se arriesgó a mirarla, y bajó luego la vista al reloj de la guantera. La una de la madrugada. Le fastidiaba, pero sabía que tenía que ser considerado. Caballeroso.

Condenadamente dulce.

Sus testículos protestaron, pero se oyó a sí mismo decir:

—Escucha, es tarde, y las cosas se han salido de madre. Si necesitas algo de tiempo, podemos postergar esto…

—¿Qué? —Vanity se lo quedó mirando. Por primera vez desde que la conocía, parecía genuinamente enfadada—. ¿Me estás dando calabazas?

—No —diablos, no—. Definitivamente no. Solo estoy diciendo que, si estás dolorida, o afectada, no tenemos por qué hacerlo esta noche…

Los ojos le ardían. Inclinándose hacia él, gruñó con voz firme:

—¡Pues va a ser que sí, Stack Hannigan!

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Stack frunció el ceño al oír su alterada voz.

—Tranquilízate. Mira, lo único que estoy diciendo es que estás temblando. Que tienes una quemadura en el brazo y que…

—Y que tú me hiciste promesas —mirándose el brazo, añadió—: Promesas de tipo sexual, así que no intentes darme esquinazo —esbozó una mueca cuando se miró la quemadura—. Maldita sea. No me dolía, pero ahora que lo has mencionado, ya sí.

—Yo no… —al ver que toda su atención estaba concentrada en su brazo, renunció a su intento de explicarle que solo había querido comportarse caballerosamente, ya que se había sentido obligado a ello. Y que de ninguna manera había pretendido «darle esquinazo», según su acusación.

La quemadura no parecía grave.

—Puedo curártela cuando lleguemos a tu casa.

—¿Cómo piensas hacerlo? —se llevó una mano al pecho con gesto protector, atemorizada.

Stack se sonrió. Aquella mujer era capaz de enfrentarse a cualquier peligro, pero el pensamiento de que le pusieran una simple tirita parecía aterrarla.

—En el maletero llevo un equipo de primeros auxilios —explicó, esperando tranquilizarla—. Te pondré un poco de desinfectante en la quemadura y te la vendaré, eso es todo. Y podrás tomarte un ibuprofeno para el dolor.

Vanity relajó visiblemente los hombros.

—Ah, vale. Entonces no será tan horrible.

—No lo será en absoluto —le prometió él. Pero la manera en que ella continuaba mirándolo hizo que se sintiera obligado a añadir—: Sabes que yo no te haría el menor daño, ¿verdad?

—No es eso, es solo que… —volvió a mirarse el brazo—. Antes de que lo hagamos, necesito ducharme —se humedeció los labios—. Y tú también.

«¿Una insinuación?», se preguntó Stack, sorprendido.

—¿Seguro que estás bien?

—Completamente.

Respiró aliviado.

—¿Entonces qué tal si nos damos esa ducha juntos?

Como si ella hubiera estado esperando su oferta, sonrió.

—Eso sería maravilloso, gracias.

¿Le estaba dando las gracias? Esa vez Stack no pudo reprimir una carcajada.

—¿Qué pasa? —le preguntó ella.

Sacudió la cabeza. Decirle que era la primera mujer que le daba las gracias por tener sexo con ella no sería una buena idea.

Vanity frunció el ceño y repitió con mayor insistencia:

—¿Qué?

Nuevamente Stack le tomó la mano, y se la llevó a los labios para besarle la palma.

—Me gusta tu entusiasmo, eso es todo.

—Soy una entusiasta —giró la muñeca para acariciarle la mejilla—. Tengo la sensación de que llevo toda la vida esperando esto…

—Tú eres quien pone las condiciones, cariño.

Había estado deseoso y dispuesto desde el mismo instante en que Vanity se le insinuó. Pero había sido ella quien había sentado las reglas, la más importante de las cuales era que tendrían que esperar hasta la noche de la boda de Cannon. Algo le había dicho acerca de que no quería correr el riesgo de que se enredaran antes, ocurriera después algún imprevisto y ella terminara quedándose sin pareja con la que asistir a la ceremonia.

Como si hubiera esperado, o temido, que él pudiera decepcionarla antes, alejarla de su lado. Como si tenerlo como pareja en la ceremonia hubiera sido más importante que el hecho de relacionarse sexualmente con él.

Pero lo que más le había fastidiado era su insistencia en que, entretanto, ambos se comportaran como de costumbre, saliendo o acostándose cada uno con quien quisiera, como ignorando el trato íntimo al que habían llegado. ¿Qué clase de mujer hacía esas cosas?

—Muy bien, entonces —dijo ella, intentando adoptar un tono práctico a pesar de su nerviosismo—. Una ducha rápida primero, me curas la quemadura después y, finalmente, el sexo. ¿Estamos?

Que Dios lo ayudara…

—Perfecto —haría todo lo posible por comportarse hasta entonces. Y quizá después de la ducha ella dejara de temblar y se tranquilizara un poco. Porque todavía en aquel momento podía ver cómo le temblaban los hombros ligeramente. Sin embargo, no volvió a sacar el tema, ¿Para qué molestarse? Ella negaría que todavía seguía afectada por el accidente, el incendio y las heridas de las que había sido testigo, y, en cuanto a él, tampoco le importaba ya a esas alturas.

En realidad, nada le importaba excepto la perspectiva de hacerle por fin el amor.

—Gira aquí.

Stack aminoró la velocidad.

—¿A dónde vamos? —sabía que su apartamento estaba justo delante.

—A mi casa.

—¿Tu… casa?

—Sí. Me mudé la semana pasada —respondió, claramente satisfecha.

Imposible. Solo muy recientemente se había establecido en Ohio y alquilado un apartamento. ¿Una casa? No había oído nada acerca de que se hubiera mudado, y no podía haber sido tan sigilosa. Las mujeres siempre tenían muchas cosas. Ropa, cosméticos, por no hablar de los muebles, los complementos y todo lo demás que hubiera necesitado.

—¿Quién te ayudó con la mudanza? —si se lo había pedido a otros, pero no a él….

—Contraté una empresa —se encogió de hombros—. Yo solo embalé mis pertenencias más personales y ellos se encargaron de todo lo demás.

Una nueva tensión invadió sus músculos.

—Pudiste haberme pedido ayuda.

—No la necesitaba.

No, claro. En muchos aspectos, era la mujer más independiente que había conocido nunca.

—Stack… —esbozando una leve sonrisa de indulgencia, le acarició el hombro—. Aprecio tu disposición, pero es que estás siempre tan ocupado que no quise abusar de tu tiempo libre. Y puedo permitirme pagar toda la ayuda que necesito.

—Ya. Me dijiste que eras rica —solo se lo había mencionado una vez antes, de pasada cuando le estuvo explicando por qué quería que fuese su pareja para la boda. Según lo que le dijo, los tipos se le insinuaban debido al dinero que tenía.

Stack sabía que eso tenía mucho más que ver con su belleza, así como con su dulce personalidad, que con algo tan mercenario como su supuesta «riqueza». Además, el hecho de que Vanity no se comportara como una caprichosa millonaria le hacía poner en duda su aseveración.

Ella volvió la cabeza para mirarlo detenidamente.

—Lo dices como si no te gustara, pero no sé por qué. No tenemos el tipo de relación en la que eso podría importar, ¿no te parece? Al fin y al cabo, solo somos…

—¿Amigos con derecho a roce?

Encogiéndose de hombros, Vanity repuso:

—Lo seremos…. siempre y cuando tú no cambies de idea.

—No existe la menor posibilidad de eso.

—De todas maneras, pareces bastante mustio para estar a punto de tener sexo.

Él se volvió para mirarla, distinguió el travieso brillo de sus ojos y le sonrió.

—Así está mejor —llevaba recorrida media calle cuando ella le señaló un punto concreto—. Allí. Esa es la entrada. Esa casita amarilla es la mía.

Incrédulo, siguió sus indicaciones. Los faroles que flanqueaban la doble puerta de entrada iluminaban la zona con sus decoraciones otoñales, la mecedora de hogareño aspecto y los maceteros de coloridos crisantemos. Los faros del coche le mostraron el resto: una casa pequeña pero muy bonita, amarilla con molduras blancas, un sendero curvo de entrada y garaje para un solo coche.

—Preciosa —de hecho, parecía como de cuento de hadas.

—Gracias. Me enamoré de ella nada más verla —fue a abrir la puerta, pero él la detuvo con un toquecito en el hombro.

Stack salió primero y rodeó el morro del coche para abrirle la puerta. Y, con cada paso, se preguntó por qué una mujer rica habría comprado una casa pequeña y acogedora en lugar de algo más extravagante.

—Eres todo un caballero —se burló antes de ponerse de puntillas para darle un beso.

Bastó aquel simple contacto, aquel leve roce de sus labios en los suyos, para que perdiese casi el control. Cuando ella se disponía a retirarse, Stack volvió a atraerla hacia sí y la besó con mayor intensidad, largamente.

Arrebujándose contra él, Vanity cerró los dedos sobre su camisa. Estaban demasiado cerca de la cama más próxima para que se pusieran a hacerlo allí mismo, a la puerta de su casa. Se imponía la ducha previa, la cura de la quemadura, y solo entonces podría acostarse con ella hasta que ambos perdieran el sentido.

Acunándole el rostro entre las manos, Stack fue aminorando la intensidad del beso mientras se apartaba poco a poco.

Sobre sus cabezas, la luna se escondía entre las nubes y un viento se levantó de pronto, jugueteando con su cabello y haciéndola estremecerse. Vanity tenía mucha más piel expuesta que él. Agarrando las solapas de su chaqueta de esmoquin, se la cerró para arroparla mejor, besó sus tiernos labios una vez más y se apartó.

—Lo siento. Debería haber esperado a que estuviéramos dentro.

Las nubes se despejaron entonces, permitiendo que la luz de la luna bañara su rostro, resaltando el brillo de su sonrisa y la curiosidad de sus ojos.

—Me gusta besarte, Stack. Me gusta mucho.

—Te prometo que habrá muchos más besos. Por todo el cuerpo. Después.

Ella inspiró profundamente y asintió. Stack abrió el maletero del coche y vio entonces todos los regalos de boda que habían recolectado para Cannon e Yvette.

Vanity le puso una mano en el brazo.

—Ya los descargaremos más tarde.

—Sí —¿quería eso decir que ella no lo despacharía de su casa tan pronto como se acabara la sesión sexual? Porque, hasta el momento, era eso exactamente lo que ella le había insinuado.

Había rebobinado mentalmente aquella conversación muchas veces, durante semanas. Habían estado en el bar de Rowdy, sentados muy juntos. El tono de voz de Vanity, sus miradas, su lenguaje corporal… habían sido lo suficientemente sugerentes como para acelerar insoportablemente su libido.

Después de unas cuantas bromas con doble sentido, ella le había pedido que fuera su pareja durante la boda. Él había respondido con rodeos, hasta que ella mencionó un incentivo de lo más carnal en forma de sesión sexual posterior.

«Estoy abierta a usar mi casa, cama y luz incluidas, así no tendrás que preocuparte por librarte de mí después. Prometo echarte antes de que empieces a ponerte nervioso».

Pero, si ella seguía pensando en atenerse a aquella promesa, se iba a llevar una sorpresa. Porque era tan tarde que incluso aunque se quedaran allí hasta el amanecer, Stack sabía que no se cansaría nunca de ella. De una manera u otra, la convencería de que pasaran juntos al menos todo un día completo.

O quizá una semana entera. O… más tiempo aún.

—Dejémoslo aquí por el momento. Si cierras el coche con llave, estará todo a salvo, ¿no?

—Desde luego —se la quedó mirando fijamente, con la química sexual reverberando entre ellos—. No pensarás despedirme con la salida del sol, ¿verdad? Porque, ahora en serio… —alzó la mirada al cielo— falta poco para que llegue ese momento.

Se hizo un silencio. Observándolo, Vanity se humedeció los labios y sacudió finalmente la cabeza.

—Yo voy a necesitar algo más que unas pocas horas —susurró.

Aquella promesa volvió a acelerarle el corazón. Haciendo las cosas a un lado, localizó el equipo de primeros auxilios en una esquina del maletero. Lo sacó y cerró de nuevo el maletero.

—Vamos.

Caminaron rápido hasta la puerta. Ella abrió su bolso, extrajo la llave y se la entregó. Stack abrió la puerta y entraron.

Tras descalzarse las sandalias, Vanity cerró la puerta y corrió el cerrojo. Stack se quitó también los zapatos. Habitualmente, a no ser que saliera a correr, siempre llevaba botas. Pero el maldito esmoquin le había obligado a llevar zapatos.

Hasta que Vanity no se hubo quitado las sandalias, no se había dado cuenta de que ambos se habían manchado de hierba y barro mientras estuvieron ayudando con el accidente. Ella le tomó la mano y lo hizo pasar al salón.

—El salón —anunció, señalando el sofá y las dos mecedoras tapizadas. Una enorme pantalla de televisión colgaba en la pared encima de una estantería de libros. Las demás paredes estaban decoradas con lo que parecían pinturas auténticas.

—Muy bonito —así se lo parecía la decoración, y el mobiliario. Solo que no tuvo mucho tiempo para fijarse, ya que Vanity no dejaba de moverse, llevándolo consigo.

—Gracias. Y aquí la cocina —solo allí se detuvo—. Esa puerta de allí se abre directamente al garaje —señalando la pared opuesta, añadió—: Y esa otra lleva al sótano, que está sin terminar, con la lavadora, la secadora y… esas cosas.

La cocina parecía haber sido reformada recientemente. Pero tampoco tuvo tiempo de mirarla bien porque en seguida ella volvió a tirar de él, esa vez pasillo abajo.

—Dormitorio número uno, dormitorio número dos.

Caminaba tan rápido que Stack no pudo menos que sonreírse. Era una buena cosa sentirse tan deseado por una mujer como Vanity.

—El baño del pasillo… —informó, y por fin lo hizo pasar a una habitación muy amplia. Soltándole la mano y dejando caer su chaqueta de esmoquin sobre una silla, anunció—: Y esta es mi habitación. Con su cuarto de baño.

—Preciosa —fue todo lo que pudo decir antes de que ella le quitara el equipo de primeros auxilios de la mano, lo dejara en el suelo y se pegara luego prácticamente a él.

Colgada de su cuello, con la mirada en su boca, susurró:

—¿Stack?

Él la sostenía de la cintura mientras ella se estiraba lentamente para llegar hasta sus labios.

—¿Sí?

—Bésame, por favor.

—Una gran idea.

 

 

Vanity había pensado un centenar de veces en aquel momento, imaginándose que se conduciría con tranquilidad, tomándose su tiempo. Controlando la situación.

Pero ahora que finalmente tenía a Stack en su casa, estaba nerviosa, anhelante, casi ansiosa. Olía tan bien, a humo, a noche fría y a su propio y delicioso aroma de hombre viril. Hundió los dedos en su pelo, de un color castaño claro que el sol solía convertir en un rubio oscuro. En aquel momento, tras el reciente corte de rigor para la boda, la mayor parte del rubio había desaparecido. El viento y el fuego habían alborotado sus ondas. Le encantaba.

Y todavía más le encantaba su increíble cuerpo.

Mientras él la besaba, ella se dejó envolver por la sensación de su cuerpo, tan grande, fuerte y musculoso. Deslizó las manos por sus duros hombros y nuevamente por su poderoso pecho.

Stack dejó de besarla y la atrajo hacia sí, haciéndole apoyar la cabeza sobre su hombro. Una de sus manos le acariciaba la nuca, y Vanity sintió el rápido y fuerte latido de su corazón.

—¿Stack?

—Dame un segundo.

Apartándose un tanto, empezó a desabrocharle los botones de la camisa. Cuando le hubo soltado cuatro, deslizó una mano dentro. El hirsuto vello le hizo cosquillas en la palma. Su piel era tan caliente, su pecho tan duro…

—Espera —él le agarró la muñeca al tiempo que inspiraba profundo—. La ducha. Y la quemadura de tu brazo.

—Quítate la ropa. Luego nos ducharemos.

Su ronca y tensa carcajada le arrancó una sonrisa.

—Me gusta eso —le acarició la boca con un dedo—. Me gusta tu sonrisa. Una comisura de tus labios se eleva primero, y después la otra. Casi como si no quisieras sonreír y no pudieras evitarlo.

Una descripción muy acertada, al menos siempre que estaba cerca de él. Porque Stack la hacía feliz. Le encantaba hablar con él, reír con él, mirarlo…

Y le encantaría amarlo también, seguro, si acaso él le daba la oportunidad…

Todos los luchadores estaban muy concentrados en sus respectivas carreras, pero Stack todavía más que los otros. Siempre había demostrado un gran desinterés por la posibilidad de una relación. Era por eso por lo que Vanity había recurrido a tácticas tan sutiles y sibilinas.

—Creo que aquí y ahora… bien podrías fijarte en otras cosas además de mi sonrisa.

Con las manos sobre sus hombros, Stack se apartó para mirarla.

—Desde luego que sí. Puedes creerme —recorrió con un dedo el escote de su vestido, para descender luego por el canalillo de sus senos hasta que dejó caer la mano—. Date la vuelta.

Aquella ronca orden no pudo excitarla más.

—¿Qué vas a hacer?

—Quitarte el vestido.

—Oh —tragó saliva, y se volvió lentamente.

Él le alzó la melena para acceder a la cremallera. Vanity esperó a oír el ruido, pero en lugar de ello, al cabo de unos segundos, sintió el roce de sus labios en la nuca. La sensación era tan dulce que se quedó sin aliento.

Stack abrió entonces la boca sobre su piel, succionando ligeramente, mordisqueándosela a veces y saboreándola luego con la lengua. Soltando un pequeño gemido de deleite, Vanity echó la cabeza hacia atrás. Dios, aquello era tan maravilloso…

Cuando él se colocó delante para acariciarle los senos, ella dio un respingo.

—Shhh —y la tocó por encima del vestido.

Vanity bajó la mirada para concentrarse en sus grandes manos, de dedos largos y fuertes. Volvió a tragar saliva y se quedó paralizada cuando él subió los pulgares para frotar sus ya doloridos pezones.

—Eres tan suave… —murmuró contra su piel—. Quédate quieta ahora —la soltó, pero, antes de que pudiera llevarse una decepción, lo sintió hurgar en la espalda de su vestido.

Pese a poseer unas manos de luchador capaces de derribar a un oponente de un solo puñetazo, no tuvo ningún problema en encontrar la diminuta cremallera. Exhibiendo una desesperante parsimonia, se concentró en bajarla y segundos después el corpiño se abrió. Todavía de pie a su espalda, deslizó las manos por sus caderas conforme iba bajando la tela… Hasta que el vestido al completo fue a caer a sus pies.

Siguió un momento de estupefacto silencio, solo interrumpido por el ronco murmullo de Stack.

—Dios.

Consciente de que no lucía en aquel momento más que su lencería de encaje con sus medias a juego, Vanity esperó. Hasta que sintió sus manos apoderándose de su trasero.

—Llevaba mucho tiempo queriendo poner las manos en este trasero.

Soltando una carcajada que a ella misma le sonó demasiado temblorosa, Vanity se volvió… Y la ardiente mirada de Stack se concentró en sus senos.

—Maldita sea —la miró de arriba abajo, quemándola con los ojos.

Complacida con su reacción, ella se dedicó a desabrocharle el resto de los botones.

—A este ritmo, no llegaremos ni a ducharnos.

Stack le acarició el pelo con la nariz y descendió luego por su cuello, para llenarse los pulmones con su aroma.

—Hueles tan bien como me había imaginado.

—¿A humo?

—Al afrodisíaco más potente del mundo —le alzó el rostro para rozar apenas los labios con los suyos antes de empezar un profundo, ardiente beso.

Sus manos sobre su cintura eran firmes, y áspero el tacto de sus palmas callosas. Le acarició todo lo largo de la espalda, hasta el trasero, para subir de nuevo y cerrar los dedos sobre sus senos. En el instante en que hizo contacto con ellos, soltó un gruñido.

Ella luchaba mientras tanto por desnudarlo. Sin romper el contacto de sus bocas, él le apartó las manos y retomó la tarea él mismo. Ya antes se había quitado la corbata y los gemelos, y en ese momento arrojó la corbata a un lado. Con la misma urgencia sus manos volvieron a su cuerpo y, ya con el pecho desnudo, la atrajo de nuevo hacia sí para fundir su piel contra la suya.

Vanity le echó los brazos al cuello y empezó a moverse contra él, saboreando deleitada la caricia de su vello contra sus erectos pezones. Pudo sentir también el roce de sus nudillos en su vientre mientras procedía a desabrocharse el pantalón.

Deseosa de mirarlo, se apartó. Carente de pudor alguno, Stack se bajó el pantalón y lo arrojó a un lado, despojándose de los calcetines al mismo tiempo. Y se plantó ante ella vestido únicamente con sus boxers oscuros.

—Eres perfecto —susurró maravillada, incapaz de dejar de mirarlo.

—Vanity —se removió, flexionando los músculos—. Ya me has visto antes —le recordó.

Algo aturdida, sacudió la cabeza.

—No así.

—Sin la erección, claro. Pero siempre me ves con pantalón de boxeo.

Cierto. Lo había visto así muchas veces, y había fantaseado con él muchas más.

Vestido de aquella guisa, Stack siempre terminaba atrayendo la atención de todo el mundo en el gimnasio donde todos los luchadores entrenaban. El sudor hacía brillar su cuerpo perfectamente esculpido, resaltando aún más el volumen de sus músculos.

Vanity se había enamorado de su físico perfecto, pero también de su despreocupada actitud, de su fácil sonrisa y de su absoluta dedicación a sus amigos. Y ahora era suyo… Al menos por unas horas.

Como si tuvieran voluntad propia, sus manos empezaron a moverse por su pecho. La ligera capa de hirsuto vello le fascinaba. Algunos luchadores se depilaban o afeitaban sus cuerpos. Se alegraba de que Stack no fuera de uno de ellos.

El color de su vello corporal, de sus cejas y de sus largas pestañas era un punto más oscuro que el castaño dorado de su cabello.

Abriendo al máximo los dedos para abarcar la mayor extensión posible de piel, desplegando una exquisita lentitud, continuó recorriendo su cuerpo con las manos. Sus pulgares fueron a juntarse en la hendidura central de sus duros abdominales. Empezó a respirar con fuerza.

Su vello se volvía más fino y suave alrededor del ombligo, para descender luego en forma de flecha y desaparecer bajo la cintura de los boxers.

—Tú sigue así —murmuró él—, y te aseguro que no llegaremos a la ducha. Diablos, ni siquiera a la cama.

Ebria de necesidad, alzó la mirada hacia él.

—Vamos, cariño —le acarició con un dedo el labio inferior, y le recogió luego un mechón detrás de la oreja—. La ducha primero, después tu brazo.

—Yo… Yo no creo que pueda esperar.

Asumiendo su papel de gran macho protector, Stack esbozó entonces una indulgente sonrisa, la besó levemente en los labios y susurró:

—Yo me encargaré de que lo hagas, pero te prometo que le espera merecerá la pena.

Vanity maldijo para sus adentros. No necesitaba de mayores incentivos. Solamente necesitaba a Stack.

Vanity esperó mientras él iba a buscar el equipo de primeros auxilios, y dejó luego que la llevara de la mano al baño contiguo. Incluso dejó que abriera el grifo de la ducha, y permaneció allí de pie mientras él rebuscaba en los armarios hasta que sacó dos toallas.

—Estoy a punto de explotar —le advirtió—. Así que nada de tocar.

No entendió lo que dijo… hasta que lo vio despojarse de los boxers. El corazón por poco se le salió del pecho.

Se quedó mirando fijamente su pulsante erección rodeada por aquel suave vello oscuro. Tenía los testículos apretados, e incluso pudo distinguir una brillante perla de humedad en la punta del glande. La visión de Stack así, tan excitado por ella, le quitaba el aliento.

Estiró las manos hacia él, pero él se las sujetó para ponérselas sobre sus hombros, y se arrodilló ante ella.

—Stack…

Le acarició fugazmente el vientre con la nariz.

—Dios, tu piel es tan suave y huele tan bien… Quiero olerte por todas partes —y, mientras decía eso, le palmeó el trasero… y presionó la boca contra su sexo.

Poco hizo la diminuta braguita para minimizar el impacto de un beso tan íntimo. Podía sentir su aliento, el movimiento de sus labios, y ni siquiera se dio cuenta de que, mientras tanto, había empezado a quitarle las medias.

—Tienes unas piernas muy sexys —comentó él mientras la ayudaba a levantar cada pie.

—Pues ahora mismo apenas me sostienen.

Stack sonrió.

—No te dejaré caer —y la despojó también de la braguita.

Él se quedó allí, de rodillas ante ella, hasta que la anticipación empezó a derretirle los huesos. Finalmente, usando el dorso de un dedo, le acarició ligeramente el vello público. El contacto fue tan electrizante que la dejó sin aliento.

Stack se incorporó de nuevo.

—Entra —descorrió la cortina con una mano.

Necesitó de una extremada concentración, pero lo consiguió.

—Un momento —recogió una de las grandes pinzas para el pelo que tenía en el lavabo, se alzó la melena para recogérsela y se la sujetó con la pinza. No dejó de mirar a Stack mientras lo hacía.

Sonriendo, Stack entró en la ducha detrás de ella y le besó el cuello.

—Cinco minutos —le susurró al oído—. Te prometo que no será más.

En aquel momento, se le antojaba una eternidad.

—¿Vas a cronometrarlos?

El mordisco que él le dio en un hombro le arrancó un grito. Pero en seguida lamió la zona dolorida, lo cual transformó la sensación de dolorosa en sensual, y empezó a enjabonarse las manos.

—Te acuerdas, ¿eh? —dijo él.

Volviéndose para mirarlo, evocó la conversación que habían mantenido semanas atrás.

—Me dijiste que tu pauta habitual en las bodas era una rápida excursión al baño. Sexo rápido. En serio, Stack, ¿creías que podría olvidar algo así?

—Solo estaba intentando disuadirte de que me pidieras que fuera tu acompañante en la boda.