¿Amor o engaño? - Joanne Rock - E-Book

¿Amor o engaño? E-Book

Joanne Rock

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Beschreibung

La seducción era el único modo de salvar su empresa, pero ¿quién estaba seduciendo a quién? ¿Podía ser la maquilladora Blair Westcott la saboteadora que se había infiltrado en Deschamps Cosmetics? El director general, Lucas Deschamps, llegó a la conclusión de que debía acercarse a ella y averiguarlo para proteger el negocio de su familia a toda costa. Pero la naturaleza compasiva y generosa de Blair no encajaba con sus sospechas, y sus besos le despertaron una pasión que el cauto empresario no pudo resistir. Cuando todo entre ellos se volvió mucho más personal, ¿sería capaz de destapar la traición de Blair o acabaría siendo él culpable de otra traición?

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Seitenzahl: 188

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2021 Joanne Rock

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

¿Amor o engaño?, n.º 197 - febrero 2022

Título original: Ways to Tempt the Boss

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-494-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Blair Westcott no daba el tipo de espía industrial. Lucas Deschamps estudiaba a la recién llegada desde la zona que el set iluminado dejaba en sombras. Su equipo creativo estaba preparándolo todo para una sesión fotográfica en el West Village. Blair manejaba un fino eyeliner con mano firme para crear un maquillaje de ojos de gato en la modelo que estaba sentada ante ella. Música pop latina sonaba en un pequeño altavoz colocado sobre el tocador rodeado de espejos, y en un carro junto a ella había ido abriendo, como si de un juego de muñecas rusas se tratara, todo lo necesario para su tarea. Una coleta rubia resbaló sobre su hombro cuando se inclinó hacia para trabajar en el rostro de la atleta olímpica brasileña imagen de Deschamps.

Sin embargo, no era aquella conocida jugadora de vóley quien llamaba su atención. Ese honor recaía en Blair, cuyo delantal negro atado a la cintura realzaba su figura de reloj de arena. Charlaba y reía mientras trabajaba, y con ello lograba que todo el mundo se sintiera cómodo.

Excepto él. Comodidad era algo que nunca había experimentado estando cerca de aquella talentosa artista del maquillaje que su madre, fundadora de la marca, había contratado sin consultarle. No es que Cybil Deschamps necesitase su aprobación, pero estando su padre intentando comprar una empresa más pequeña del sector solo para minar la de su exmujer, le habría gustado que hubiera acudido a él para ayudarla a estabilizar el negocio. Le habría recomendado que congelara las contrataciones por si el sibilino de su padre intentaba meter un topo en la empresa. No le extrañaría lo más mínimo.

¿Podría ser Blair ese topo? Le hacía sospechar que su anterior trabajo hubiera sido en una empresa de belleza de Long Island propiedad del conglomerado que dirigía su padre. Conteniendo la frustración, se hizo a un lado para que la ayudante del fotógrafo sacara un foco de pie del set para hacer sitio para un fan. Otro ayudante le entregó un café que él no había pedido, pero lo aceptó mientras mentalmente resumía lo que sabía de aquella joven que en aquel momento iba aplicando distintos tonos de sombra de ojos.

Para empezar, Blair Westcott le parecía demasiado dulce. Demasiado amable y de gran corazón para ser real. ¡Pero si hasta hacía dulces para sus compañeras en Deschamps, por amor de Dios! Por lo menos una vez a la semana se presentaba con algún contenedor de plástico lleno de galletas caseras. ¿Quién hacía eso? Intentó imaginársela poniendo a salvo esos enormes recipientes en el metro durante la hora punta, y no pudo. Por otro lado, era la clase de persona a la que los demás se apresuraban a ayudar. Si fuera una princesa de dibujos animados, sería aquella a la que seguían todos los animales del bosque mientras ella limpiaba la casa sin dejar de cantar. El efecto Blair.

Su forma de ser era tan sorprendente y tan poco común que le hacía preguntarse qué ocultaría tras aquel exterior tan alegre y feliz. Sospechaba la presencia de un topo desde hacía casi seis semanas, más o menos el tiempo que llevaba contratada y, para él, nadie era tan considerado y dulce sin tener algún motivo oculto.

El problema era que, además de agitar una bandera roja de peligro, Blair agitaba algo más en él: una atracción incesante. Esa atracción no deseada lo tenía de mal humor, en particular cuando ella andaba cerca, lo cual no le había ayudado precisamente a analizarla bien.

–¿Quieres ser el primero en verla, Lucas?

La dulce voz de Blair lo sacó de sus oscuros pensamientos y se encontró con los ojos verde azulados de su torturadora, que señaló a la atleta en la que había estado trabajando y dio un paso atrás para que pudiera contemplar su obra. Era una pena que no se sintiera capaz de apartar la mirada de ella, de sus labios carnosos, de su rostro redondeado que hacía que sus hoyuelos al reír fueran toda una sorpresa. Pero era su cuerpo, espigado y curvilíneo, la fuente de tantas fantasías, vestida siempre con una feminidad sin complejos que realzaba cada centímetro de su físico. Aquella mañana llevaba una falda rosa y una blusa blanca típicas de su guardarropa, y no debería resultar tan endiabladamente tentadora.

Blair le sonrió y solo entonces cayó en la cuenta de que se había quedado parado mirándola, y frunció el ceño sin poder evitarlo.

Ella sonrió aún más.

–Fruncías el ceño de tal modo que he pensado que debía preguntarte si te parecen bien los colores que he utilizado para Antonia.

Y, debajo de tanto encanto, percibió un tono retador. Puede que incluso unas ganas contenidas de mandarlo a paseo. Tenía la impresión de que solo con él mostraba aquella actitud.

–El maquillaje está perfecto –le dijo, dirigiéndose a la joven de la silla–. De verdad que te agradecemos que hayas accedido a trabajar con nosotros en esta campaña.

–Es un placer –contestó Antonia, y se miró atentamente al espejo–. Le estoy muy agradecida a Blair porque me haya hecho parecer yo misma, en lugar de sepultarme bajo capas y capas de maquillaje para taparme las pecas, que es lo que hacen otros.

–Tus pecas son preciosas –dijo Blair–. Ni se nos ocurriría taparlas –añadió, mirándolo entonces a él en el reflejo del espejo.

–¿Falta mucho? –preguntó con aspereza, y dio un sorbo al café. Ardía, y sintió que el líquido le quemaba por donde pasaba–. Queremos mantener el programa previsto para Antonia.

La voz le salió rasposa por la quemadura y dejó a un lado el vasito. Los hoyuelos de Blair volvieron a aparecer y tuvo la impresión de que se mordía el labio para no reírse.

–Hemos terminado –dijo, quitando la capa que cubría a Antonia–. Jermaine le retocará el pelo en el set.

Lucas asintió y se retiró de nuevo a la zona oscura, satisfecho con poder comprobar el fruto del día en un ordenador. Así se sentía más seguro que cerca de Blair, ya que no podía confiar en ella hasta que no conociera sus intenciones.

Solo le quedaba un mes para ayudar a su madre a tomar las medidas necesarias en Deschamps Cosmetics que le granjeasen el apoyo del consejo de administración y así poder hacer frente al intento de asalto de su padre. Cuanto antes lo organizara, mejor. Tenía su propio negocio del que ocuparse, una start-up que conectaba una mano de obra altamente cualificada y que operaba desde su casa con empresas que necesitaban externalizar, y la había dejado en espera para ayudar a su madre. Un último gesto para expiar el no haberle dicho que su padre era un mentiroso y un traidor cuando descubrió la verdad sobre él.

De no haber sido por su silencio de adolescente, su madre habría puesto en marcha su firma de cosmética por sus propios medios y con su propio nombre, y no tendría que estar defendiéndose de los ataques de otras empresas.

Un mes más, y quedaría libre de su deuda con ella. Ojalá también en un mes quedara libre del lazo con el que Blair Westcott lo tenía atado. Y para asegurarse de ello, sacó el móvil y escribió un correo. Lo mejor que podía hacer era plantarle cara a aquella situación: Lucas: En mi despacho a las 5.

Blair leyó y releyó aquel correo amenazador, una vez hubo vuelto al cuartel general del centro. No había texto en el cuerpo del correo. Solo aquel encabezamiento. Ni siquiera la firma corporativa que salía de manera automática en los mensajes de empresa. No es que la necesitase para saber quién quería verla en su despacho al final de la jornada laboral. Lucas Deschamps, heredero de la firma de su madre, no se había molestado en ocultar lo poco que le gustaba desde la primera reunión que mantuvieron.

Pero no era momento para pensar en sus ojos castaños de mirada desconfiada. Cerró el portátil y se acercó a la máquina de tentempiés. Junto a ella, en el centro de la planta en la que estaban los empleados más recientes de la empresa, había una pila de finas mantas recién lavadas. En aquella oficina diáfana siempre hacía más bien fresco, y la empresa se enorgullecía de saber crear un ambiente de trabajo relajado para el equipo creativo, de modo que en cualquier momento podía cubrirse con una manta y sentarse en una de las tumbonas frente al ventanal que daba al río Hudson. Desde el piso cuarenta y dos, podía ver a los barcos pasar ante la Estatua de la Libertad mientras otros compañeros sugerían nombres para labiales y jugaban al tenis de mesa.

Su teléfono vibró justo cuando se acomodaba en una de ellas.

¿Vas a venir este fin de semana?

Las palabras de su madre despertaron su conciencia. Pensó en ella, enferma y sola, en la pequeña cabaña que le había alquilado a una hora de allí para que estuviera cerca de un buen centro médico especializado en el tratamiento del cáncer. Había renunciado a seguir con sus estudios y había vendido la casa que su madre tenía en Long Island para pagar la cirugía que había necesitado para detener el cáncer de ovarios. Dado que no tenían seguro médico y como el cáncer le fue detectado en una clínica de urgencias, las facturas habían empezado a dispararse, aun cuando los gestores de la clínica habían trabajado con ellas para encontrar ayuda económica con la que pagar el tratamiento. El centro oncológico al que asistía ahora estaba bien valorado, y contaba con el beneficio de estar emplazado en una zona con un coste de vida menor. Los fines de semana, tomaba un tren que seguía el curso del río Hudson y desde una estación tomaba un Uber que la llevaba al pintoresco lugar al pie de las montañas Catskill.

Pero el coste del alquiler de la cabaña y los gastos de transporte no eran nada comparados con lo que había que pagar por la quimioterapia.

¡Pues claro!

Eso fue lo que le escribió a su madre, seguido de un montón de emojis con los que pretendía parecer alegre.

Blair: Te echo de menos. ¿Estás bien?

Mamá: Solo cansada. Deberías quedarte en casa este fin de semana, tesoro. Yo solo voy a dormir.

El nudo que tenía en el estómago se le apretó.

Blair: Razón de más para que vaya a cuidar de ti.

Los dedos le habían temblado un poco al escribir. Odiaba no poder estar con ella todo el tiempo. Su padre había vuelto a casarse en cuanto se divorció de su madre diez años atrás, y ella era hija única, lo que significaba que su madre la necesitaba de verdad en aquel momento, aunque una amiga suya vivía cerca y la acompañaba a las sesiones de quimioterapia. Pero no era lo mismo que tener a la familia.

Blair: Haré la sopa de pollo que te gusta.

La siguiente frase tardó más en llegar y Blair apretó el teléfono como si con ello pudiera lograr que llegase antes.

Mamá: Escríbeme el viernes y te diré cómo estoy. Ahora me voy a echar una siesta.

Blair le envió unos cuantos besos en emojis.

Arrebujándose en la manta, cerró los ojos en un intento de dejar fuera el dolor que acompañaba a la preocupación por la salud de su madre. Se había ido allí para no pensar en su jefe, pero era preferible pensar en cómo la miraba que dejarse arrastrar por el miedo que sentía por su madre y por cómo pagar las facturas del tratamiento médico que la mantendría con vida.

Porque no podía aceptar el trabajo tan poco común que le había ofrecido su anterior jefe y que implicaba recopilar datos estratégicos de Deschamps Cosmetics. La propuesta carecía por completo de ética, aun cuando no se tratara de algo ilegal, pero significaría que podría pagar la quimioterapia. En un principio no le había revelado abiertamente cuáles eran sus intenciones, pero cuando empezó a quedar claro lo que quería de ella, supo que no podía ser una espía. Tendría que encontrar otro modo de pagar el tratamiento.

De hecho, solo había podido aceptar el trabajo en la firma gracias a una alternativa de alquiler a precio razonable que Cybil Deschamps le había ofrecido. Aparte de ser la fundadora de Deschamps Cosmetics, Cybil era una prominente filántropa, una personalidad relevante que había donado una de sus propiedades en Brooklyn para que se instalase en ella una residencia para mujeres, inspirándose en el histórico Hotel Barbizon. Su apartamento y las chicas que compartían casa con ella eran la parte más brillante de aquella etapa angustiosa de su vida, así que Cybil era la últimas persona a la que espiaría, por muchos dígitos que pudiera tener la cifra.

–¡Eh, Blair! –la llamó uno de sus compañeros por encima del ruido del tenis de mesa–. Mañana es miércoles. Día de galletas, ¿no?

Varios compañeros se volvieron hacia ella, interesados, y forzó la sonrisa para disimular. Además, hacer dulces era su modo de relajarse. Le gustaba aportar algo de felicidad a aquel lugar de trabajo. Era mucho más fácil hacerlo allí que en la solitaria cabaña de su madre.

–Galletas o cupcakes. Me da igual. ¿Alguna petición especial?

Unas doce respuestas se solaparon las unas con las otras y un coro de nombres de galletas y cupcakes lo inundó todo.

Riendo, se quitó la manta, la dobló y la dejó sobre el respaldo de su silla.

–Vale, elijo yo –dijo. Sus compañeras de piso también se iban a alegrar. Tana y Sable tenían trabajos estresantes y le gustaba reunirse con ellas por la noche junto a un plato de comida. Necesitaba su compañía para mantenerse cuerda–. Galletas y cupcakes.

La noticia fue recibida con aullidos de lobo y gritos de júbilo. El día acabaría con aquella nota feliz si no tuviera que ver a Lucas. ¡Qué fastidio!

Sacó el bolso de debajo de la mesa y resistió las ganas de peinarse un poco. Tomó, eso sí, un caramelo de menta e intentó convencerse de que haría lo mismo si se reuniera con una mujer, y no con un atractivo jefe.

Dejó atrás los ascensores y salió a la escalera, ya que solo era una planta lo que tenía que subir y, mientras lo hacía, intentó prepararse para el encuentro. Lucas estaba en el consejo de administración de Deschamps Cosmetics, y Cybil le había comentado en más de una ocasión que ocuparía el puesto de director general aquel mismo año. Pero hacía poco que trabajaba físicamente allí. Tenía su propia empresa, y no guardaba relación alguna con el mundo del maquillaje o la cosmética, lo cual le hacía preguntarse si de verdad iba a ocupar ese puesto o se trataba solo del deseo de su madre.

Fuera como fuese, Blair sentía una tremenda desconfianza hacia aquel tiburón empresarial alto y moreno que parecía atravesarla con la mirada de sus ojos castaños. No era exactamente incomodidad lo que le hacía sentir, sino más bien… nerviosismo. Su forma de hablar brusca no ayudaba precisamente pero, en lugar de ahuyentarla, su forma de fruncir el ceño le provocaba deseos de acercarse, de intentar hacerle reír. O de besarlo.

¿De verdad había pensado eso? ¿Cómo se le ocurría pensar algo así de su jefe, por sexy que fuera? A pesar de que guardó la idea en un recóndito rincón de su cabeza, cuando empujó la pesada puerta de acero que daba acceso a la planta ejecutiva, sintió una oleada de calor ante la idea de estar a solas con él en su despacho.

Menos mal que se había acostumbrado a ignorar sus instintos femeninos en lo concerniente a Lucas, ya que habían desarrollado la costumbre de pincharse el uno al otro, en lugar de enfrentar el hecho de que la temperatura subía en cuanto se acercaban el uno al otro, aunque fuera a varios metros de distancia.

Con los tacones hundiéndose en la gruesa moqueta de la zona de recepción ya vacía, a punto de llegar a la puerta del despacho de Lucas, se tomó una segunda pastillita de menta. Para los nervios.

Porque lo único que importaba en lo referente a Lucas era hacer su trabajo. No podía permitirse perder aquellos ingresos mientras seguía buscando algún otro complemento.

Respiró hondo y tenía el puño cerrado para llamar cuando la puerta se abrió tan rápido que el panel lateral de cristal tembló.

–Entra, por Dios –espetó.

Sonrió, y aquella vez fue de verdad, no la máscara de amabilidad que solía llevar. O la sonrisa alegre que se colocaba estando con su madre o con el personal médico. Algo en el comportamiento tan poco ortodoxo de Lucas le daba licencia para no esforzarse tanto. Y era un alivio.

–Gracias, Lucas –le contestó, utilizando su nombre de pila porque él así se lo había pedido en su primera reunión.

Entró sujetándose la vaporosa falda rosa para impedir que le rozase al pasar.

–Estabas merodeando –explicó tras un instante de silencio, y señaló las dos sillas tapizadas de gris que había ante su mesa–. He visto una sombra rosa a través del cristal durante un rato.

–Intentaré merodear lo menos posible en el futuro –replicó, acomodándose en una silla. Él hizo lo mismo, en lugar de sentarse tras su mesa–. ¿De qué querías que hablásemos?

El pulso le daba saltos por tenerlo tan cerca. No llevaba la americana gris que le había visto en la sesión de fotos. Solo una camisa negra sin corbata. El tejido de sus pantalones tenía algunas hebras azul marino, algo que no habría visto de no ser porque su rodilla estaba apenas a un par de centímetros de la suya. Incluso olía a algo caro que solo podría identificar si se acercaba un poco más. ¿Alguna vez habían estado tan cerca? Sintió la boca un poco seca y deseó tener otro caramelo de menta. Su mentón cuadrado le daba un aire decidido, tenía los mismos pómulos que su encantadora madre y una boca de labios carnosos y sensuales. En realidad, no es que estuviera pensando en su boca. Más bien, intentaba no hacerlo.

Tragó saliva.

–Tengo un problema y espero que puedas ayudarme con él –comenzó Lucas, mirándola fijamente.

«Ojalá no me haya pillado examinándole».

–Haré lo que pueda –respondió, entrelazando las manos en el regazo y manteniendo su expresión abierta. Profesional. Desinteresada.

–Bien, porque lo que quiero es que me ayudes a localizar a alguien que filtra información en nuestra organización.

El estómago se le cayó a los pies a tal velocidad que creyó haberse caído por el hueco de un ascensor.

–¿Una filtración? –repitió, preguntándose si él sabría que una firma de la competencia la había abordado.

Le habían hecho la oferta por teléfono, pero quizás alguien la había oído hablar. No había hecho nada malo, por supuesto. No había razón para sentirse culpable. Tampoco tenía por qué hablarle de la oferta de trabajo que le habían hecho y que había rechazado, sobre todo porque ella no era el topo.

Pero la mirada de Lucas era intensa, deliberada. Parecía estarla estudiando centímetro a centímetro. Una ola de calor le subió por la nuca. No podía permitirse perder aquel trabajo. No podía permitir que los Deschamp sospecharan de ella.

–Sí, creo que tenemos un espía entre nosotros, Blair –continuó–. ¿Me ayudarías a descubrirlo?

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Lucas no quería perderse ni un segundo de la reacción de Blair pero, aunque pretendía estudiar sus facciones por si encontraba rastro de culpa en ella, le despistó el movimiento de sus manos al borde de la falda rosa. Con un dedo iba trazando su borde irregular, y no pudo por menos que contemplar aquel par de piernas de infarto.

–No sé muy bien por qué piensas que voy a poder ayudarte en algo así –respondió con cierta frialdad, un tono que nada tenía que ver con sus acaloradas imaginaciones–. No conozco a fondo a nadie de la empresa.

Cuando volvió a mirarla a la cara, solo vio un gesto compuesto, de modo que la esperanza de pillar una expresión traidora en su rostro, quedó reducida a cenizas bajo el peso de su deseo. Había perdido una oportunidad, pero estaba decidido a seguir adelante con su plan. Por un lado, tenía que monitorizar sus actividades y, por otro, quería que notase que la vigilaba de cerca.

Si Blair resultaba ser el topo, a partir de aquel momento tendría que extremar las precauciones.

–Precisamente por eso creo que estás cualificada para el trabajo –respondió, obligándose a apoyar la espalda en la silla para no estar tan cerca–. No tendrás ideas preconcebidas sobre tus compañeros.

Ella frunció el ceño.

–Tú tampoco, ¿no? Según la rumorología, solo te has incorporado a la empresa para ayudar a tu madre a despegar.

–La rumorología no se equivoca.