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Él la mantendría a salvo en sus brazos. El príncipe Luka de Dacia tenía mucho que perder si su secreto se descubría antes de tiempo. No podía confiar en nada ni en nadie, y menos aún en el deseo que sentía por Alexa Mytton. Quizá fuera una mujer bella, pero también era muy peligrosa... y no tenía tiempo de alejarla de la isla del Pacífico donde ambos iban a tener que pasar algún tiempo juntos. Dividido entre la pasión y el secreto, Luka ordenó que detuvieran a Alexa para así poder... Bueno, él se encargaría de mantenerla a salvo tras unas puertas bien cerradas y en sus brazos...
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Seitenzahl: 167
Veröffentlichungsjahr: 2017
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Robyn Donald
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Amor real, n.º 1391 - abril 2017
Título original: The Prince’s Pleasure
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-9684-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Si te ha gustado este libro…
La organizadora de eventos del hotel irrumpió en el vestuario del personal como si fuera una actriz y frunció el ceño con dramatismo al ver a la mujer que estaba allí.
–¡Alexa! ¡Menos mal! –exclamó–. Tenía miedo de que no pudieras venir. La mayoría de los camareros a los que el equipo de seguridad les ha dado el visto bueno están con gripe.
–Hola, Carole –dijo Alexa Mytton mientras se ponía las medias–. No sabía que el equipo de seguridad estuviera investigando.
–Con todos los banqueros de Auckland que van a venir a la conferencia… y el guardaespaldas del príncipe de Dacia, que nos está volviendo locos… la dirección nos ha pedido que investiguemos a todo el mundo –dijo Carole–. Tú estás limpia, por supuesto.
–¿Has mencionado que soy fotógrafa?
–No porque están paranoicos. Sé que no podría convencer al guardaespaldas del príncipe de que eres una fotógrafa de estudio y no una de esas temidas paparazzi.
Cinco años atrás Carole tenía un restaurante en la ciudad y contrató a Alexa como ayudante. Por aquel entonces, ella era una universitaria que no tenía dinero ni familia y el trabajo le vino muy bien. Ambas seguían en contacto y Alexa todavía ayudaba a su antigua jefa en ocasiones.
–A los de seguridad se les paga para que sean paranoicos –dijo Alexa, y se puso la falda y la camisa blanca.
–Creo que el príncipe no es tan malo –Carole miró a Alexa de arriba abajo–. Pensé que a lo mejor ya no aceptabas trabajos ocasionales.
–Todavía estoy ahorrando para hacer ese viaje a Italia e investigar sobre mi abuelo.
–Avísame cuando vayas a irte para que te quite de la lista de turnos.
Alexa se abotonó la camisa con sus largos dedos y dijo:
–Todavía faltan un par de meses. Pero aunque tuviera los billetes no me habría perdido la oportunidad de ver al Gran Duque Luka de Dacia –abrió sus ojos grises al máximo, batió las pestañas y sonrió–. No es un visitante habitual de los países que no están de moda, como Nueva Zelanda, así que puede que esta sea mi única oportunidad de admirar el atractivo rostro que ha hecho que se vendan millones de periódicos y revistas.
Carole se inclinó hacia delante y le dijo en voz baja:
–Búrlate si quieres, pero es un hombre muy atractivo.
–Espero que pueda controlar mi admiración y no le tire las tartaletas de langosta por encima.
«¡Quién tuviera veintitrés años otra vez!», pensó Carole al recordar cómo se vivían los sentimientos a esas edades. Aunque nunca hubiera podido ser como Alexa, ni tener el cálido color de piel que resaltaban sus cabellos cobrizos.
–No se las tires –dijo Carole–. ¿Te ha dado alguna información sobre tu abuelo la universidad italiana?
Alexa se encogió de hombros.
–De momento, nada. O no me quieren dar ninguna información, o mi italiano es tan malo que no han entendido mi carta.
–Es una lástima –dijo Carole, y miró la carpeta que llevaba en la mano–. Por cierto, aunque sea muy atractivo, Luka de Dacia ya no es Gran Duque. Desde que su padre murió, hace un año o así, es el príncipe heredero de Dacia, el único descendiente de la casa real de Bagaton.
Alexa buscó el lápiz de labios en su bolso.
–¿Y cómo lo llamo si se dirige a mí?
–La primera vez, Alteza, y después, Señor –suspiró Carole–. No parece justo que un hombre tenga poder, dinero, y que además sea atractivo e inteligente.
Alexa se rio.
–¿Inteligente? ¡Anda ya! Ese hombre es un playboy.
–No ha llegado a ser el jefe de uno de los bancos más importantes del mundo así como así.
–Puede que haya tenido algo que ver el hecho de que su padre, el rey, creara el banco –sugirió Alexa–. Si los columnistas de los periódicos tienen razón, el príncipe no ha tenido tiempo suficiente para convertirse en un gran banquero. Está demasiado ocupado conquistando a mujeres de todo el mundo para invitarlas a cenar y acostarse con ellas.
–Espera a que lo veas –dijo Carole con una sonrisa–. Es… irresistible.
–Durante los últimos diez años no he podido abrir una revista o un periódico sin sentirme abrumada por sus fotografías. Estoy de acuerdo, es un hombre extremadamente atractivo, si te gustan altos, morenos y frívolos.
–No es frívolo, y las fotografías no le hacen justicia. Tiene muchísimo carisma. Y problemas –dijo Carole–. Hay fotógrafos de otros países que han hecho muy buenas ofertas a varios miembros del personal.
–Sabía que debía haber traído la cámara. Podía haberla escondido bajo mi pecho, estilo James Bond –dijo Alexa–. Con una foto de él codeándose con los banqueros me habría financiado el viaje a Europa.
–No los tienes tan grandes como para esconder algo. ¿Tienes una cámara aquí?
–No me pareció adecuado.
–Tienes razón –dijo Carole–. El príncipe de Dacia no es un hombre a quien quisiera contrariar.
Alexa dejó de pintarse los labios.
–¿Es un principito engreído?
–Ni mucho menos, o eso dicen los que lo han tratado. La gente comenta que es encantador.
–¿Pero…? –Alexa terminó de pintarse los labios–. No me contestes… siento habértelo preguntado. Sé que tienes que ser muy discreta.
–Es el tipo de hombre que llama la atención. Y no es solo por la combinación de un rostro atractivo y un cuerpo estupendo, sino que es algo interno.
–¿El qué?
–Carisma, supongo. Lo he visto hablando con el director cuando le daba la bienvenida al hotel. Es el tipo de situación que ha debido hacer miles de veces, sin embargo, no tenía cara de aburrimiento.
–Desde que son niños les enseñan ese tipo de protocolo. Probablemente reciban clases para ser encantadores y de cómo controlar los músculos faciales.
–Lo sé, pero aun así me apuesto mi collar de perlas a que no es el típico aristócrata. Tengo la sensación de que bajo esa imagen de hombre sofisticado hay algún tipo de energía potente. Parece un hombre poderoso.
–Igual que King Kong. Has conseguido que me parezca interesante.
–Por desgracia, no solo a ti. Si alguien te pregunta cosas acerca de él, o si te piden información sobre sus movimientos, díselo al equipo de seguridad.
–Lo haré –dijo Alexa, y guardó el lápiz de labios en el bolso.
–Gracias por cubrir el puesto –dijo Carole, y miró el reloj–. ¡Será mejor que me vaya! Si te metes en un lío, sonríe… tu sonrisa es matadora.
–No funcionará si estropeo el traje de diseño de alguien –dijo Alexa–. Llevo toda la tarde practicando una expresión respetuosa y recatada. Menos mal que un cóctel no es tan duro como una cena formal.
–Hace cinco minutos teníamos a un montón de camareros para el banquete. ¡Espero que todo siga igual! Vamos, te acompañaré abajo. Puede que tengas la oportunidad de practicar tu italiano –abrió la puerta del pasillo–. Al parecer, el daciano se parece bastante.
Alexa había aprendido italiano en la escuela y, después de que murieran sus padres, en la universidad. Quería prepararse para el día que pudiera viajar a Italia para buscar la tumba de su abuelo y, quizá, descubrir que tenía una familia allí.
Por supuesto, era posible que una nieta ilegítima no fuera bien recibida, pero solo el hecho de saber que no estaba sola en el mundo haría que se sintiera mejor.
Alexa practicó su respetuosa sonrisa una par de veces más, antes de recoger una bandeja de plata que contenía varios platos de canapés de ostras y de adentrarse en el salón donde las personas más poderosas del mundo de las finanzas, junto con sus esposas y algunos políticos importantes, estaban tomando una copa antes de pasar a cenar.
–Camarera, por favor –la llamó una mujer que desprendía cierto aire de poder. Alexa se abrió paso entre la multitud para llegar hasta ella–. ¿Son de ostras? –le preguntó la mujer.
Alexa sonrió y contestó:
–Así es –y le ofreció la bandeja.
La mujer le dedicó una sonrisa al hombre que estaba a su lado y le dijo:
–Pruébelos, señor. Es una especialidad de Nueva Zelanda. ¡Nosotros lo consideramos lo mejor del mundo!
–Eso es mucho decir –respondió él, cortés pero seguro de sus palabras.
Alexa se fijó en el hombre que llevaba un traje hecho a medida, tenía anchas espaldas y piernas musculosas.
«Ajá», pensó asombrada, «este es el carismático príncipe Luka Bagaton de Dacia. ¡Y es tan atractivo como en las fotos!»
Y entonces, sus miradas se encontraron. Él tenía los ojos del color del fuego y una mirada implacable.
Alexa se quedó helada y, como si la hubieran juzgado y la estuvieran declarando culpable, comenzaron a temblarle las manos mientras sujetaba la bandeja. Carole había elegido la palabra adecuada para describir ese aura masculino y autoritario. El príncipe Luka de Dacia era irresistible.
Con el corazón acelerado Alexa se concentró en sujetar la bandeja con firmeza mientras él tomaba uno de los canapés.
–Gracias, es todo lo que necesitamos –dijo la mujer con tono posesivo.
Alexa esbozó una sonrisa y se volvió para ofrecer la bandeja a otro grupo de invitados.
Se sentía cautivada por el carisma del príncipe y eso la asustaba. Trató de convencerse de que era una tontería. Él la había mirado. Ella lo había mirado, ¡y había reaccionado ante el hombre más atractivo que jamás había visto!
Temblando, se alejó del lugar donde se encontraba él y trató de no mirar en esa dirección hasta que, al cabo de un rato, todos entraron en la sala donde se celebraría el banquete.
Mucho más tarde, cuando Alexa terminó su turno y se dirigía hacia el vestuario, apareció Carole.
–El banquete ha salido muy bien –dijo con alivio–. ¿Qué te ha parecido el príncipe?
–Gran Duque le quedaba mejor –dijo Alexa tratando de hablar con tono de despreocupación–. ¿Quién era su acompañante?
–¿La rubia despampanante? Sandra Beauchamp, la subsecretaria de no sé qué. Al parecer es una vieja pretendiente.
–¿Vieja? No creo que le gustara oír eso –dijo Alexa tratando de contener el sentimiento de envidia que se apoderaba de ella.
–Te ha dejado las cosas claras, ¿no? No la culpo. Estaría loca si no intentara tener otra oportunidad con él. Bueno, ¿y qué te ha parecido?
Alexa esperaba que una sonrisa irónica ocultara sus sentimientos.
–Es un hombre fabuloso, como sacado de un cuento de hadas… uno de los oscuros y peligrosos.
–Después de la cena dio un discurso fantástico… divertido, conmovedor, inteligente y ¡corto!
–Espero que le haya pagado bien al escritor.
–Me parece que noto una pizca de cinismo en tus palabras –preguntó Carole mientras se dirigían hacia el ascensor de servicio–. ¿Estás en contra de la monarquía?
¿Cómo iba a decirle que el príncipe la había afectado tanto que no podía pensar con coherencia? Era un tontería, como el amor a primera vista.
–Como institución creo que ya está en las últimas, pero la de este país ha hecho cosas buenas, así que ¿quién soy yo para decirle a los dacianos cómo hay que gobernar el país? Si les gusta el príncipe, me parece bien. Y tengo entendido que está haciendo muchas cosas buenas con su banco.
Carole llamó al ascensor y dijo:
–El banco utiliza las joyas de la corona como garantía.
–¿Las joyas de la corona? –dijo Alexa con un bostezo–. Ah, sí, ya recuerdo… ¿no tenían unas esmeraldas fabulosas?
–¡Y todo lo demás! Con ellas se podría pagar el rescate del príncipe –se abrió la puerta del ascensor–. ¿Has venido en coche? –preguntó Carole mientras entraban.
–No, está en dique seco. Creo que le pasa algo al radiador. Hace un ruido muy raro.
–Entonces, toma un taxi y guarda el recibo para que te lo reembolse.
–Te lo llevaré a casa, o te lo mandaré por correo. Buenas noches.
Después de que Carole se bajara del ascensor, Alexa le dio al botón de la planta baja pero, al ver el recibidor, cambió de opinión acerca de buscar un taxi allí.
No hacía más que salir gente y todos estaban buscando taxi. La parada más cercana estaba a la vuelta de la esquina, en una calle muy bien iluminada.
Se colgó el bolso al hombro y comenzó a caminar. Tiritaba ligeramente porque había llovido mientras ella servía comida deliciosa a los ricos y poderosos.
En la zona restringida del aparcamiento del sótano, Luka de Dacia estaba de pie junto al coche que su agente había alquilado y escuchaba con cortesía las palabras de su jefe de seguridad.
–Al menos permíteme que te siga en otro coche –dijo Dion–. Esto no me gusta nada… ¿por qué crees que quieren que te reúnas a solas con ellos?
–Esos hombres llevan luchando una guerra desesperada durante veinte años. Una guerra que ha enfrentado a los hermanos, y al padre contra los hijos. Imagino que ya no se fían de nadie –él comprendía sus motivos. Su vida siempre había estado llena de desconfianza.
–Ese no es motivo para que te pongas en su poder –dijo Dion enfadado–. Luka, por favor, ¡piénsalo de nuevo! Tu padre nunca te habría permitido que corrieras ese riesgo.
–Mi padre juzgaba el riesgo de una manera diferente a ti.
–Tu padre lo habría arriesgado todo por Dacia. Esto no es por Dacia… esa gente no es nadie para ti… su isla del Pacífico está muy lejos de Dacia. ¡Deja que hagan la guerra hasta que mueran!
–Me temo que no es tan simple como todo eso. Además de mi neutralidad, deben de tener algún motivo para querer que haga de intermediario entre ellos y sus adversarios.
–¿Y qué motivo puede ser ese?
–Eso es lo que quiero descubrir. No son rebeldes… son el gobierno electo de Sant’Rosa. Así que no van a matarme ni a secuestrarme. Y aparte de los aspectos humanitarios tengo que tener en cuenta que, aunque el país esté en ruina, tiene la mina de cobre más grande de todo el Pacífico asiático, sin mencionar el resto de minerales valiosos y la posibilidad de una floreciente industria turística. Buenas ganancias para el banco.
Dion, que sabía perfectamente que eran los aspectos humanitarios los que habían convencido al príncipe, dijo enfadado:
–¿Y por qué quieren reunirse en secreto, a solas y de noche?
–Probablemente porque no quieran desprestigiarse. Si tras la reunión de esta noche consiguen llegar al diálogo entre las dos facciones de Sant’Rosa y si yo puedo convencerlos de que acepten algún protocolo de paz, el Banco de Dacia podría ayudarlos a restablecer su economía. Garantizando su prosperidad, puedo promover la nuestra –hizo una pausa y añadió con frialdad–. Mi padre habría considerado que cualquier sacrificio merece la pena.
–Déjame ir contigo –dijo Dion–. Nadie sabrá que estoy allí.
–Yo lo sabré –dijo Luka inflexible–. Les di mi palabra de que iría solo, y pienso cumplirla –miró al hombre que consideraba su amigo–. Dame tu palabra de que no harás nada que ponga en peligro la reunión.
Dion miró al príncipe con angustia.
–Tienes mi palabra –dijo, y le sujetó la puerta del coche para que subiera.
Luka se sentó al volante y arrancó el motor. Era pronto para ir a la reunión, pero como no conocía Auckland y sabía que se perdería alguna que otra vez durante el trayecto, decidió marchar.
Salió de la plaza de aparcamiento, metió la tarjeta en la ranura y esperó a que subiera la barrera.
La calle estaba mojada, y él entornó los ojos al ver que una mujer doblaba la esquina y que dos hombres sospechosos la seguían en silencio.
Luka hizo sonar el claxon y pisó el acelerador. La mujer se sobresaltó, se dio la vuelta y gritó con fuerza. En el momento en que él se subió a la acera y colocó el coche entre la mujer y los hombres, ella se apoyó en la pared y adelantó las manos para defenderse.
Luka salió del coche, pero los dos hombres ya estaban corriendo calle abajo.
–¿Está bien? –le preguntó.
La luz de la farola iluminaba un rostro que le resultaba familiar, un rostro que había permanecido en su cabeza desde que ella le había ofrecido un canapé antes de la cena.
–Estoy bien, gracias a usted –dijo ella.
Estaba pálida, y sus labios delicados no se correspondían con la tensión de su rostro. Luka admiró su autocontrol y se preguntó cómo sería aquella mujer cuando no lo tuviera.
«Salvaje», pensó él al ver sus ojos grises cubiertos por unas pestañas espesas y su sedosa melena… «La pasión haría que su piel se sonrosara y su boca se suavizara para recibirlo de forma sensual».
–Ya puede bajar las manos. Está a salvo.
–Gracias –dijo ella con una sonrisa, y obedeció.
–¿Por qué?
–Por haberse implicado.
–¿Por qué no iba a hacerlo?
–Algunas personas no lo habrían hecho –dijo ella, y respiró hondo.
Luka se fijó en sus pechos y, desviando la mirada, preguntó:
–¿Quién es usted? ¿Y qué hace en la calle a estas horas de la noche?
–Me llamo Alexa Mytton –contestó ella–, y voy a la parada de taxis que hay a la vuelta de aquella esquina.
–¿Por qué no le ha dicho a alguno de los porteros que le pidiera un taxi?
Así que la había reconocido. Alexa sintió una pizca de satisfacción y dijo:
–No soy cliente del hotel. Muchas gracias por haber reaccionado tan rápido. Voy a buscar un taxi.
–La acompañaré –dijo él, dejándole claro que no pensaba permitir que marchara sola.
–No puede dejar el coche bloqueando el paso.
–Entonces, ¿puedo llevarla hasta allí? No me gusta que ande sola a esta hora.
Alexa sabía que debía rechazar su oferta. Lo miró y sintió un nudo en el estómago.
–Gracias –dijo, tratando de contener un escalofrío.
El príncipe la ayudó a entrar en el coche y la llevó hasta la parada de taxis.
Por supuesto, la parada estaba vacía, igual que la calle.
–Si me dice su dirección, la llevaré a casa.
–Gracias, pero no es necesario que lo haga –dijo ella–. Quizá pueda dejarme en la comisaría más cercana… si no es mucho problema –añadió al ver que él dudaba.
–Por supuesto –dijo él, y arrancó de nuevo–. Pero prométame que no volverá a caminar sola, de noche, por el centro de la ciudad.
–No suelo hacerlo. Solo estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado –se defendió–. Supongo que pensaron que sería fácil robarme el bolso y salir corriendo sin que nadie los viera.
–Quizá. Pero quizá no quisieran dinero.
–¿Qué más podían querer? –preguntó ella, y se sonrojó al ver su mirada burlona–. No creo que pensaran que podrían atacarme en mitad de la calle donde podría verlos alguien…
–Se olvida del coche –la interrumpió él–. Y estoy seguro de que su madre le ha dicho que las mujeres bonitas siempre son una posible presa.
–¿Qué coche?
–Habían aparcado en el callejón que hay en esa calle. ¿No los oyó huir?
–No –porque tenía toda su atención en él. El miedo se apoderó de ella al percatarse de lo que le podía haber pasado–. Solo ha sido mala suerte… –dijo tiritando.
–Y una estupidez –dijo él, y paró el coche a un lado para quitarse la chaqueta.
–¿Qué hace…? –preguntó ella, pero antes de que terminara la frase, él le ofreció la chaqueta.
–Póngasela –le ordenó–. Está asustada y muerta de frío.
–Estoy bien…
–Está tiritando –dijo él. Al ver que no se movía, añadió–. Échese hacia delante.
Alexa obedeció y él le puso la chaqueta sobre los hombros.
La prenda todavía guardaba el calor de su cuerpo y, al sentirlo, Alexa se estremeció.