Resistiéndose a un millonario - Robyn Donald - E-Book
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Resistiéndose a un millonario E-Book

ROBYN DONALD

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Beschreibung

No deberías quedarte sola esta noche. Aceptar su propuesta llevaba a una pecaminosa tentación… Elana Grange estaba predispuesta a que le cayera mal Niko Radcliffe… ¡su reputación de magnate arrogante le precedía! Así que no estaba preparada para aquella personalidad apasionante y carismática. La intensa química que había entre ellos le provocaba oleadas de conmoción, sobre todo cuando se vio obligada a aceptar su ayuda. Elana sabía que en brazos de Niko encontraría el éxtasis, pero dejar que se acercara tanto le parecía muy peligroso…

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Robyn Donald Kingston

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Resistiéndose a un millonario, n.º 2629 - junio 2018

Título original: Claimed by Her Billionaire Protector

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-134-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

NIKO RADCLIFFE esperaba una sofisticada banda que tocara sofisticada música country. Después de todo estaban en la parte más al norte de Nueva Zelanda, una región agrícola de pueblos pequeños, volcanes antiguos y un paisaje costero impresionante. Estrecha y rodeada por el mar, la península apuntaba hacia el Ecuador y se apoyaba en su belleza y su historia para atraer a los turistas.

Así que los acordes de jazz suave que llegaban hasta el aparcamiento mientras él caminaba hacia el auditorio Waipuna le resultaron una sorpresa agradable. O el extremo norte tenía una cultura musical profesional poco común, o, lo que era más lógico, el comité que había organizado el baile del centenario de Waipuna había contratado a una banda de Auckland.

Un hombre de mediana edad se acercó a él cuando llegó a las puertas.

–Buenas noches, ¿puedo ver su entrada, por favor?

Niko se la tendió, y tras echarle un rápido vistazo el portero asintió y dijo:

–Bienvenido a Waipuna, señor Radcliffe. Espero que disfrute de la velada.

–Gracias –respondió Niko, aunque tenía sus dudas al respecto.

Entró en el auditorio y se detuvo en la puerta para observar a la gente.

El distrito se había esmerado para la ocasión. En las paredes colgaban guirnaldas de flores, y su suave perfume flotaba por el cálido aire. Los hombres vestidos con esmoquin negro creaban figuras en medio de la colorida multitud. Todo el mundo parecía estar pasándoselo muy bien.

Quien se hubiera encargado de la decoración tenía talento, y debió haber trasquilado varias granjas y jardines del pueblo. Las flores competían en colorido con las brillantes copias de vestidos de los años veinte que llevaban las mujeres.

Niko deslizó la mirada con indolencia hacia una de las mujeres que estaba bailando. Aunque ella le estaba dando la espalda, era más alta que la media, y su cabeza de tono rubio rojizo la distinguía de las demás. Su elegancia tendría que haberle granjeado un mejor compañero de baile que el hombre de mediana edad que intentaba guiarla torpemente entre la gente. Cuando se giraron, Niko le reconoció: Bruce Nixon, el esposo de la mujer que dirigía el comité del baile del centenario de Waipuna.

La música se detuvo, la pista empezó a vaciarse y el ruido se cambió a un murmullo de risas y charlas. La mirada de Niko seguía clavada en aquel cabello brillante. Se dio cuenta de que la mujer y su acompañante se dirigían hacia la señora Nixon, la única otra persona que había reconocido también. A pesar de su inesperada llegada a Waipuna unos días antes, ella le había seguido la pista y le había dado la bienvenida al lejano norte.

–Y como nuevo dueño de la granja Mana, le agradeceríamos mucho que pudiera venir a nuestro baile del centenario y que conozca a algunas personas del lugar –le había dicho con un tono que a Niko le recordó a su severa primera institutriz.

Había accedido a aguantar el posible aburrimiento de un baile de pueblo porque la compra de la granja ganadera había sido la comidilla de los medios nacionales, y con bastante crítica. El nuevo director que había nombrado también le había contado el descontento que causaba que hubiera otro dueño ausente que comprara un trozo de tierra agrícola grande en Nueva Zelanda.

Especialmente un dueño con su pasado. Hijo único de una aristócrata europea que se había enamorado locamente de un rudo neozelandés, Niko apenas recordaba sus primeros años en la granja de su padre, situada en Isla del Sur. Solo tenía cinco años cuando su madre huyó con él de regreso al palacio de su padre en San Mari, un pequeño principado europeo.

Así que era lógico que le consideraran un forastero. El hecho de que hubiera forjado un imperio por sí mismo en el comercio no iba a cortar mucho el hielo con los pragmáticos granjeros kiwis.

Con el tiempo descubrirían que no tenía nada que ver con el anterior dueño de la granja Mana, que no solo había exprimido la propiedad hasta el último céntimo, llevándola a la larga prácticamente a la ruina, por lo que se vio obligado a venderla. Además había nombrado un director inútil y corrupto.

El hecho de que Niko hubiera despedido a aquel hombre causaría sin duda más rumores.

La señora Nixon miró al otro lado del salón de baile, le vio y sonrió, haciéndole un gesto para que se acercara. Consciente de que al menos media docena de personas le estaban mirando abiertamente, Niko se dirigió hacia ella.

La pelirroja podría ser la hija de la señora Nixon, aunque no le parecía. Tanto la señora Nixon como su marido eran bajitos y más bien corpulentos, mientras que la joven era esbelta.

Niko entornó la mirada al ver el rostro de la pelirroja. Facciones finas y piel de marfil algo sonrojada por el ejercicio. El vestido de seda violeta revelaba sutilmente curvas suaves y largas piernas. No era guapa, pero había algo en ella que le hacía hervir la sangre. Tenía el cabello recogido de la cara en un moño bajo. La joven giró un poco la cabeza cuando Niko se acercó a ellos y mostró unos ojos algo caídos y una boca sensual de labios gruesos.

–¡Señor Radcliffe! Empezaba a pensar que no iba usted a venir –la señora Nixon sonrió al tenerle cerca.

–Siento llegar tarde –respondió él con tono suave–. Está claro que su baile es todo un éxito.

Ella sonrió todavía más.

–Espero que lo disfrute. Conoce a Bruce, mi marido, ¿verdad? –la señora Nixon continuó mientras ambos hombres se estrechaban la mano–. Y esta es Elana Grange, que nos ha ayudado mucho en la organización de esta noche, y también con la decoración. Es vecina nuestra puerta con puerta en Anchor Bay –la sonrisa que le dirigió la joven fue casi traviesa–. Elana, este es Niko Radcliffe, el nuevo dueño de la granja Mana.

–¿Qué tal, señor Radcliffe?

Tenía una voz fría, igual que la mano que le tendió. Le permitió sostenerla en la suya durante un breve instante y enseguida la retiró. Durante un momento, la inicial atención de Niko dio pie a una sensación mucho más primaria, una respuesta física incontrolable y rápida que le sobresaltó. Elana Grange irradiaba un sutil encanto provocativo que le excitó de un modo que nunca antes había experimentado.

Sin embargo, percibió contradicciones. Los ojos verde oscuro ribeteados de un tono dorado le daban un aire exótico, pero carecían del aire coqueto que veía con frecuencia en los ojos de las mujeres. Y aunque su boca insinuaba pasión, había algo en la elevación de la barbilla que indicaba reserva y control.

Algo que, por supuesto, podía ser deliberado. Algunas experiencias amargas en la juventud le habían llevado a captar varios métodos de provocación femenina. Si Elana Grange esperaba que se sintiera intrigado por su indiferencia, estaba muy equivocada. Niko había aprendido a lidiar con mujeres que le veían como un desafío, o como una vía hacia las ventajas sociales y económicas.

Su sofisticada apariencia no pegaba nada con la deteriorada choza en la que vivía, situada justo a las puertas de la granja Mana. Niko se había fijado en ella desde el helicóptero cuando llegó a Mana, y dio por hecho que aquel lugar estaba en ruinas. A juzgar por el estado del tejado, el dueño iba a tener que enfrentarse a una reparación muy costosa muy pronto.

La señora Nixon dijo con entusiasmo:

–Me alegro mucho de que haya podido venir esta noche, señor Radcliffe. ¿O debería llamarle conde?

–No. Mi nombre es Niko.

Una media sonrisa curvó la suave boca de Elana Grange, dándole un aire de misterio que provocó otra respuesta carnal en Niko.

La señora Nixon sonrió.

–Muy bien. Niko –miró a la mujer que tenía al lado–. Elana se estaba preguntando por qué has elegido la granja Mana, que está casi abandonada.

Elana se sonrojó ligeramente. Seguramente estaría avergonzada, pensó Niko con cinismo, pero la respuesta que le iba a dar sin duda circularía por todo el distrito. Así que le dijo la verdad.

 

 

–Pasé los primeros años de mi vida en una granja de la Isla del Sur, y también estaba allí en vacaciones. Siento afecto por Nueva Zelanda y su increíble paisaje. En cuanto a Mana… necesita ser rescatada.

 

 

Un comentario interesante e inesperado, pensó Elana. Sin embargo, el hecho de que hubiera comprado tanto ganado y la granja había causado mucho revuelo, y seguramente él era consciente de que no todos los comentarios eran favorables. Fingir cariño por el país podía ser un modo de aligerar aquello.

El conde tenía una voz interesante si te gustaban los hombres con voz grave y cierto tono seco. Sabía dar la mano perfectamente, lo bastante fuerte para mostrar dominación pero sin causar dolor. Cuando le soltó la mano, Elana tuvo que hacer un esfuerzo para no rascarse la palma disimuladamente contra el costado.

Nada más ver el arrogante corte de su mandíbula se puso instintivamente a la defensiva. Y la implacable mirada de sus ojos azules como el hielo había reforzado su deseo de protegerse. Era muy poco probable que llegara a hacerse amiga alguna vez del nuevo dueño de la granja Mana.

Sin embargo, el cuerpo le bullía con una sensual excitación. El conde Niko Radcliffe tenía un cuerpo delgado, carismático y musculoso enfatizado por anchos hombros y era muy alto. Llevaba el esmoquin con una confianza intimidatoria como ella no había visto nunca antes.

«Cálmate», le dijo Elana a su saltarín corazón. Los hombres guapos no eran tan poco comunes, y había visto suficientes fotos de Niko en los medios de comunicación como para saber qué esperar.

Pero las fotos no lograban transmitir su natural aire de autoridad que era más que físico, respaldado por aquella perturbadora sonrisa. Según los medios, dirigía sus numerosos intereses con una formidable combinación de inteligencia, determinación y crueldad. En la mente de Elana se formó la imagen de un rey guerrero de la antigüedad que gobernaba con auténtica fuerza de carácter. Química, decidió intentado enfriar su absurda reacción con ironía. Algunos hombres la tenían a espuertas. Y por muy peligrosamente atractivo que fuera, el magnetismo de Niko Radcliffe no tenía nada que ver con la sinceridad, la amabilidad ni con ninguna virtud. Aunque seguramente los multimillonarios de la realeza no necesitaran sinceridad ni amabilidad para atraer a algunas mujeres.

Avergonzada al instante por el curso de sus pensamientos, Elana los borró. Según la señora Nixon, una ávida lectora de las revistas del corazón, Niko escogía amantes conocidas por su belleza e inteligencia. La última era una bella aristócrata inglesa. Y en los círculos granjeros también tenía una buena reputación. Unas semanas atrás Elana había leído un artículo sobre cómo rescató al ganado de ovejas en la granja que había heredado de su padre. Invirtió mucho dinero talando los pinos salvajes que amenazaban con convertir la tierra en un bosque y eliminando a las cabras. Al parecer estaba decidido a acabar también con los conejos, aunque admitió que necesitaría un milagro para conseguirlo.

Elana se atrevió a levantar la vista. El pulso se le aceleró cuando sus ojos se encontraron. No podía imaginarse a aquel hombre, tan seguro de sí mismo con su esmoquin hecho a medida, disparando a las cabras o arrancando pinos pequeños. Pero seguro que tenía secuaces para hacer el trabajo duro. Esbozó una sonrisa indiferente en los labios y dijo con tono ligero:

–Bienvenido a las tierras del norte, señor Radcliffe.

–Niko –respondió él alzando las oscuras cejas con voz cortante.

Pero entonces sonrió. Elana se quedó impactada por la repentina tirantez que sintió en los nervios y en las articulaciones. ¡Aquella sonrisa era impresionante! Y sin duda él era consciente del impacto que provocaba.

–Felicidades por la decoración –continuó Niko–. Es preciosa.

Elana hizo un esfuerzo por controlar el subidón de adrenalina antes de decir:

–Gracias. Hemos trabajado con un comité excelente.

En aquel momento la banda tocó un acorde imperioso, y cuando disminuyeron las voces, el maestro de ceremonias, uno de los granjeros locales, habló en el micrófono para dar la bienvenida a los asistentes. Elana sintió algo demasiado parecido al alivio cuando el hombre que tenía al lado se giró para escuchar.

«Deja de portarte como una idiota», se dijo con firmeza. De acuerdo, el nuevo dueño de Mana tenía una presencia que atraía las miradas y toda la atención. Era definitivamente un macho alfa, inflexible, intolerante e intimidatorio. Como el padre de Elana. El tipo de hombre que despreciaba. Y temía…

El maestro de ceremonias anunció el siguiente baile, y el conde se giró hacia la señora Nixon con una propuesta que hizo que la mujer se sonrojara ligeramente.

–Es muy amable por tu parte, pero esta noche no puedo bailar. Ayer me torcí el tobillo.

Elana se dio cuenta horrorizada de que Niko tenía que pedirle bailar a ella por educación. Y así fue, se giró para mirarla con aquellos ojos de largas pestañas.

–¿Me concedes el placer?

«Di que no». Pero sería muy desagradable. Después de todo, solo era un baile… confiando en que su sonrisa ocultara su abrupta e injustificada reacción, Elana puso los dedos con cautela sobre su brazo extendido.

–Así que vives encima de Anchor Bay –dijo Niko cuando la banda empezó a tocar los primeros acordes.

No parecía particularmente interesado, así que ella respondió con el mismo desinterés.

–Sí.

–Desde allí puedes ver gran parte de la granja Mana. Enseguida notarás algunos cambios.

El tono decidido de su voz le congeló la sangre. Elana alzó la vista y sus miradas se entrecruzaron durante unos segundos. Parpadeó y bajó los ojos para protegerse del irónico desafío de sus ojos azul hielo.

–¿Te sorprende? –le preguntó Niko con voz suave.

Elana hizo un esfuerzo por decir algo convencional, pero solo le salió:

–No. Me alegro. Ya era hora de que alguien le devolviera algo del orgullo perdido a Mana.

Niko frunció primero el ceño y luego asintió.

–Eso es precisamente lo que quiero hacer. No te preocupes, no te aburriré hablando de la granja. Bailemos.

Un escalofrío le recorrió a Elana la espina dorsal al acercarse más a él. Durante un instante sintió como si hubiera dado un paso prohibido hacia un mundo alternativo. Un mundo peligroso, pensó cuando empezaron a moverse juntos. Un mundo en el que no se aplicaban reglas. El corazón empezó a latirle con fuerza, sorprendiéndola, y abrió las fosas nasales al aspirar el aroma excitante y viril de Niko y sentir la fuerza de sus brazos aprisionándola.

¿Aprisionándola? Qué pensamiento tan ridículo. Pero el calor de la mano de Niko en su cintura estaba despertando una respuesta obvia. El vestido le pareció de pronto demasiado revelador, la seda violeta le resbalaba por la piel sensibilizada con un sensual masaje.

Por supuesto, Niko bailaba de maravilla. Estaba dispuesta a apostar que aquel cuerpo tan espléndido lo hacía todo bien, desde bailar a hacer el amor.

–¿Estás bien?

La voz de Niko la sobresaltó. Tuvo que tragar saliva antes de poder hablar, e incluso entonces sonó vacilante.

–Sí, muy bien –miró de reojo hacia los ojos entornados de Niko–. ¿Por qué lo preguntas?

–Pareces un poco tensa –respondió él con frialdad–. No suelo morder, y cuando lo hago no hace daño.

Elana sintió una oleada de calor que la recorrió de la punta de los pies a la coronilla. El instinto de cautela dio lugar a una sensación mucho más intensa. ¿Estaba ligando con ella? En cuanto aquel pensamiento le cruzó por la mente, lo rechazó. Por supuesto que no. Era imposible pensar que el conde Niko Radcliffe hiciera algo tan frívolo. Entonces, ¿la estaba poniendo a prueba? Si aquel era el caso, resultaba muy poco amable. Niko estaba tan fuera de lugar en Waipuna como lo estaría ella en los círculos sociales que él frecuentaba. Según la señora Nixon, las estrellas de cine se enamoraban de él… y seguramente alguna que otra princesa. Pero a Elana le daba igual, pensó intentando meter en vereda sus desbocados sentidos.

–Así que estás a salvo –continuó Niko.

El tono burlón de su voz hizo que ella estirara la columna vertebral.

–Siempre es bueno tener esa seguridad –respondió.

–¿Aunque no termines de creértelo?

Elana intentó pensar en alguna respuesta inocua que decirle, pero antes de que se le ocurriera algo Niko continuó hablando.

–No sé qué habrás oído de mí, pero no ataco a las mujeres.

 

 

En cuanto aquellas palabras salieron de su boca, Niko se preguntó por qué las había dicho. Pasaba más tiempo defendiéndose de las mujeres que tranquilizándolas respecto a su integridad. No se hacía ilusiones respecto a las razones que había tras aquel tipo de interés femenino. El dinero y el poder atraían mucho, y para cierto tipo de mujer era suficiente para seducir. Pero por alguna razón, la voz de Elana Grange le había tocado el nervio. De hecho, toda ella. Cuando les presentaron sintió sus dedos largos y finos y sin anillos, y durante un instante se preguntó qué sentiría al notarlos en la piel. Y cuando la tomó entre los brazos todo su cuerpo se tensó con una respuesta primitiva. Sin embargo, por muy elegante que pareciera, tenía la sensación de que Elana Grange no era lo suficientemente sofisticada para el tipo de relaciones que él buscaba. Sus historias, que no eran tantas como sugería la prensa, siempre habían sido entre dos personas que se gustaban y se deseaban y cuyas mentes encajaban. Valoraba la inteligencia tanto como el atractivo sexual. Y sus amantes siempre sabían de antemano que no estaba interesado en el matrimonio.

No sabía qué tipo de mente tenía Elana Grange, pero su aspecto era de ensueño y también su modo de bailar. Su elegancia insinuaba la promesa de un cuerpo sinuoso. Elana rompió el silencio entre ellos.

–Señor Radcliffe, corre el rumor de que tiene pensado dividir Mana en parcelas, venderlas y convertirlo en una urbanización privada…

–No –la interrumpió Niko–. Mi plan es que vuelva a ser la granja vital y productiva que debió ser en el pasado.

–¿Por qué? –preguntó Elana sin poder evitarlo.

Niko encogió sus anchos hombros.

–Odio el desperdicio. En San Mari cada acre de tierra es algo muy preciado que se cuida y se alimenta desde hace siglos con respeto. Todas las tierras agrícolas y de pastoreo deberían verse así –alteró un poco el tono de voz al terminar–. Y llámame Niko.

–Entonces tú debes llamarme Elana –dijo ella con la esperanza de que no se le notara la resistencia en el tono.

Un repentino cambio de dirección sobresaltó a Elana hasta que se dio cuenta de que Niko la estaba dirigiendo alrededor de una pareja que bailaba el charlestón en medio de la pista.

–Lo hacen muy bien –murmuró ella.

Apenas había pronunciado aquellas palabras cuando el joven perdió el paso y se precipitó hacia ellos.

 

 

El brazo de su compañero se puso tenso al instante, apretando a Elana contra su fuerza de acero de modo que se vio sujeta firmemente durante unos segundos contra los poderosos músculos de sus muslos. Una sensación intensa y sensual la dejó sin aliento.

«Concéntrate en el baile», le ordenó con firmeza a su desobediente cuerpo apartando una imagen erótica al rincón más lejano de su mente y tratando de cerrarle la puerta.

–Gracias –jadeó con la boca repentinamente seca.

–No ha sido nada –respondió Niko con tono frío y despreocupado.

Estaba claro que él no había pasado por la misma respuesta potente. De hecho había aflojado el brazo rápidamente, como si encontrara aquella repentina cercanía desagradable. Y entonces, para su sorpresa, Niko le preguntó:

–¿Eres la florista local?

Elana vaciló. Parecía bastante interesado, y eso le resultaba extraño. Tal vez fingir interés cuando uno estaba aburridísimo era otra habilidad que se aprendía en la corte principesca…

«De acuerdo, ahora céntrate en la charla banal», se dijo. «Ignora esos vibrantes segundos en los que estuviste apretada contra él y te sucedió algo extraño».

–Trabajo a tiempo parcial en la floristería de Waipuna –contestó con tono suave.

–¿Es lo que siempre habías querido? –le preguntó él como si estuviera interesado.

–No –Elana hizo una pausa de unos segundos antes de continuar–. Soy bibliotecaria y antes trabajaba en Auckland, pero hace un par de años una situación familiar me hizo regresar a Waipuna.

La situación familiar era un accidente que había matado a su padrastro y confinado a su madre a una silla de ruedas.

–Y decidiste quedarte aquí.

Elana alzó la vista y volvió a sentir uno de aquellos escalofríos al ver sus ojos azules.

–Sí –contestó en un tono ajeno incluso para ella.

–¿Y no hay biblioteca en Waipuna?

–Sí, pero la llevan voluntarios. No hay necesidad de una biblioteca profesional.

–Entiendo. ¿Y te gusta trabajar en la floristería?

Era imposible que le interesara la vida de una mujer de un pueblo perdido en las tierras salvajes de Nueva Zelanda. No hacía falta que Niko lo supiera, pero aunque amaba Waipuna echaba de menos el estímulo de su vida profesional en Auckland.

–Siempre me han fascinado las flores –dijo evadiendo el tema–. Mi madre era una gran jardinera y al parecer desde que yo empecé a andar la volvía loca porque empezaba a arrancarlas todas…

Se detuvo bruscamente. Las flores que a su madre le habían sido permitido cultivar.

–Antes de que terminaran de salir –concluyó.

Niko miró a su alrededor.