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Julián está enamorado de Ana. Escribe "Ana" en el pizarrón, en su mano sudada, en la corteza de un árbol, en su cuaderno de español. Ana, Ana, Ana en todos los tamaños. Ana en todas partes. Ella es la protagonista de sus cuentos, la defensora de los sapos y de las causas justas. Como el amor lo voltea todo, él quiere ir a la escuela, pero sólo para verla, y desea que terminen las vacaciones para verla otra vez. El problema es que Julián no puede confesarle su amor porque, en el recreo, cuando ella está cerca, las pirañas-cuervo devoran sus intestinos. Además, Ana es un año mayor, ¿y si se ríe de él o si le dice que no? Un día un suceso inesperado los pone en el mismo camino.
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Seitenzahl: 144
Veröffentlichungsjahr: 2024
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ilustrado por PEPA ILUSTRADORA
Primera edición, 2023 [Primera edición en libro electrónico, 2024]
Distribución mundial
© 2023, Adolfo Córdova, texto Adolfo Córdova concluyó este libro en una residencia artística de la Fundación de Cornelia Funke en Volterra © 2023, María José Mesías, Pepa Ilustradora, ilustraciones
D. R. © 2023, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho Ajusco, 227; 14110 Ciudad de México
Comentarios: [email protected] Tel.: 55-5449-1871
Colección dirigida por Horacio de la Rosa Edición: Susana Figueroa León
Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos correspondientes.
ISBN 978-607-16-8117-1 (rústico)ISBN 978-607-16-8209-3 (ePub)ISBN 978-607-16-8220-8 (mobi)
Hecho en México - Made in Mexico
Eso que entra como un tren por las orejas
Calamares gigantes y dragones en grutas desconocidas
Palabras que te ponen de cabeza
El recreo interminable y la Primera Guerra Mundial de la Sala de Maestros
Como un idiota profesional
La mano pegajosa
Ella dijo “cómplices”, y yo pensé…
Busco huellas de hadas y me hago la estrella de rock
Tardes en el jardín prehistórico
La verdad sobre La Sirenita y la muerte del Grillo Parlante
Éste es el plan
Cuentos de amor para Ana
Peor que un ataque de calabazas gigantes
Para la niña detrás del árbol
El silencio de todo lo que termina
Una y otra y otra y otra vez
Ana, mil veces Ana y Julián para siempre
ANA EN OTRAS PARTES
Test ¿Estás enamoradx?
Estar enamoradx es…
Quiero agradecer, quiero agradecer…
Para ti, Ana Ana Ana Mariela, dragón de infinitos nombres, formas, lugares e historias, en todas partes,en muchas vidas y hasta la última página.
A. C.
Para Danny, porque seguiremosencontrándonos en el espacio infinitoentre mis colores y tu música… en todas partes.
P. I.
Santiago sentía que le pasaban cosas, cosas de esas que pasan por adentro. Para empezar, no podía dejar de mirar a Teresita, como si tuviese los ojos pegados a la cara de ella. Y, además, sentía que todo le corría a lo loco por el cuerpo. El corazón le batía como una ametralladora. Las palmas de las manos se le iban poniendo rojas y calientes. Le zumbaban los oídos. Le latían los labios (…). Teresita levantó sus ojos de laurel salvaje y lo miró a Santiago. Y después le sonrió (y a Santiago se le inundó el cuerpo con una especie de leche tibia) y él también sonrió. Le sonrió a Teresita una sonrisa de veras grande. Y bueno, ya está, ahí empezó la historia. Graciela Montes,Historia de un amor exagerado
Estar enamorado es tener retortijones, siempre pensar en la persona que te gusta y sentir vértigo en los dedos de las manos y de los pies. Cóbari Córdova Servín, 11 años
El amor es el país de la imaginación. Sarai Reyes, 12 años.Sólo apto para mí misma
Supe que estaba enamorado porque empecé a escribir:
Ana, Ana, Ana.
En una esquina del pizarrón, chiquitito, Ana. Con tinta azul, en mi mano sudada, Ana. En la corteza de un árbol, con la navaja de mi papá, Ana.
De todos tamaños: ANA, Ana, Ana, ANA.
Ana fosforescente, Ana con acuarelas, Ana con lápiz para borrar y escribir y borrar y escribir y borrar y escribir Ana otra vez.
Otra vez: Ana, de colores, en la servilleta, en el periódico, en la caja de pizza: Ana deslizándose con sus tres letras en cualquier superficie.
¿Y si Ana me diera un beso? ¿Y si yo besara a Ana?
En la pared detrás del librero, Ana. Con marcador en mi almohada, Ana. En una pata de la mesa de la cocina, Ana.
Planas de Anas en la última hoja de mi cuaderno de Español. Rebelión de Anas en las páginas del libro de Historia. Persecuciones de Anas por laberintos de renglones y espacios entre una oración y otra, entre una palabra y otra. Ana escabulléndose a la siguiente página.
Ana. Saltando al vacío después de los puntos, surfeando en diagonales de acentos, colgando arriesgadamente de las comas.
Ana, la de 6º “A” (de Ana), un año más grande que yo. Voy al baño a media clase para mirar de reojo su salón, la busco en el recreo. Todo el día, Ana, a toda hora.
Y en la noche sueño que escribo “Ana” con mis crayones viejos, en lugares que no recuerdo.
Me pone de cabeza: . Se lee igual al revés: anA. Me quedan cortas las mayúsculas: ¡AAAANAAAA! Ana, mil veces Ana, para siempre.
En mi cabeza, como un sombrero de magia, haciéndome pensar en palomas y conejos y dragones… y en besarla.
Pero Ana no tenía idea de quién era yo.
Todos te dicen que ser niño es fantástico. Sí, como jugar, pero tampoco es tan fácil: no puedes jugar absolutamente siempre ni para toda la eternidad y a cada rato te recuerdan que no te mandas solo.
A veces creo que es mejor ser grande. Y no lo digo como cuando uno de tus primitos de tres años se enoja si le dices “¡Hola, bebé!”, porque ÉL-YA-ES-GRANDE. Qué tierno, sí, ya eres grande. ¡No! Hablo de crecer crecer, realmente, sin pañales ni carriolas. Dejar de babear sin control y empezar a babear controladamente por la niña o el niño que te gusta (oh, sí, el amor). Mucho más que soltar el biberón, entrar a la primaria y escribir por primera vez tu nombre.
Crecer crecer, ser un hombre.
Tal vez suene tierno para los adultos que yo diga eso (igual que suenan tiernos los primitos de tres años cuando dicen que ya no son bebés), pero cuando dejas de oler a burbujas de coco y un nuevo y asqueroso olor a sudor se desprende de tu cuerpo, se esfuma la ternura y nadie te quiere cerca.
Sí, un hombre… o bueno, un puberto o pubertito, como dice mi mamá.
No fue el mal olor ni uno que otro pelito más largo lo que me hizo saber que ya era oficialmente un puberto. No.
Fue Ana.
Toda esta historia y las vueltas que me dio la cabeza. Ana, Ana, Ana.
Me pasó eso fantástico que los adultos no te dicen nunca que te pasará (tramposos). La mejor parte de crecer. Eso que te entra como un tren por las orejas y te va recorriendo todas las vías del cuerpo y hace un escándalo. Eso que parece tan increíble como jugar absolutamente siempre para absolutamente toda la eternidad o más: enamorarse.
Y lo más extraordinario: ¡ir con gusto a la escuela!
Enamorarse es lo único que voltea el orden habitual de las cosas: quieres ir a la escuela (¡para verla!), y que no haya vacaciones (¡para seguir viéndola!).
Inexplicable.
Es la mejor estrategia para llegar a tiempo, para ser el último en irse, para no faltar ni enfermo.
Los maestros deberían felicitarnos cuando nos enamoramos o hasta dejarlo de tarea: “Para mañana preparen una exposición con cuadro sinóptico de quien les haga babear controladamente”. O motivar a los novios en el mismo salón: “La pareja que saque diez en Matemáticas tiene media hora más de recreo el viernes”, “Quienes sean pareja pueden resolver el examen juntos”.
Pero Ana iba en otro salón y en otro grado, y mis maestros no estaban tan locamente enamorados como yo.
Para sentirme cerca de ella, anotaba su nombre en mis brazos y en mi ropa. Imaginaba todas las historias que podríamos vivir juntos porque la veía en todas partes, y Ana se transformaba en todo: una dragona o un hada, hasta el autobús o una planta, la actriz en el cine y al mismo tiempo la chica junto a mí pasándome las palomitas. Ana dentro y fuera de las pantallas, en todo lo que me venía a la mente.
Y empecé a querer competir en carreras por Ana (aunque ella no me viera), y quise aprender a tocar la guitarra para cantarle una canción bonita (aunque ella no me oyera), y resolver algún enigma mundial para revelárselo (aunque ni ella ni nadie en el mundo lo supiera), y trabajar para regalarle una cámara de fotos antigua (aunque sólo ella y nadie más en mi mundo entendiera cómo diablos se usan).
Quería decirle de alguna forma lo que no sabía cómo decirle de frente. ¡Hablarle a la persona de tus sueños puede ser terrible! (como un examen sorpresa); confesarle que te gusta, ¡una tortura! (como esperar la calificación del examen y sospechar que ahora sí no pasas). Tan sólo imaginar acercarme y decírselo me daba un retortijón que me hacía desear reaparecer en un universo paralelo, (¡pero en el baño!).
¿Maripositas en el estómago? Ni una sola.
A menos que las famosas maripositas fueran una mutación de piraña y cuervo. ¡Me dolía tanto la panza que creía que me iba a reventar! Y me sudaban tanto las manos que parecía que tenía el superpoder de sacar chorros de sudor por los dedos (el peor superpoder de la historia).
Sí. Enamorarte también te pone nervioso. Y te confunde.
Como el otro domingo que cerré los ojos antes de dar el primer lengüetazo a mi helado de chocolate y de pronto los abrí porque me acordé que ya venía el lunes. Y primero me puse triste porque acababa el fin de semana, pero luego feliz porque vería a Ana en la escuela, pero luego otra vez triste porque ella no sabía que yo existía, y luego feliz de sólo pensar que un día fuera mi novia, y luego triste porque seguro había otros que querían ser sus novios y se atreverían a decírselo antes que yo (si es que yo me atrevía alguna vez), y luego feliz porque nunca la había visto de la mano de nadie, y luego triste porque soy más chico que ella y si me acercaba tal vez creería que estaba perdido y buscaba mi salón, y luego feliz porque a lo mejor había algo que podía inventar para declararle mi amor, y luego triste porque no tenía mucho tiempo y no se me ocurría qué hacer (¡necesitaba un plan!), y ella pasaría a la secundaria plagada de mutantes malignos y no la vería nunca más. Y luego feliz de recordar que era domingo y que íbamos a ir al cine y luego triste… y pegajoso y como un idiota profesional con todo el helado de chocolate escurrido por los dedos y el brazo.
Enamorarse.
Quedarte como estatua de parque y que se te derrita el helado (un poquito más y me caía caca de paloma). Emocionarte cuando ya va a empezar la película y luego mordisquearte las uñas cuando se abre la puerta con ese escalofriante silencio y sabes que detrás hay algo sin cabeza o con una cabeza hinchada, llena de granos y cicatrices, que cuando abra la boca vomitará termitas de ojos rojos que se te meterán por la nariz y te devorarán por dentro.
Sí, enamorarse es una mezcla de ilusión, terror y nervios. ¿Maripositas? ¡No! ¡Pirañas-cuervo, al ataque!
Para remediar todo ese revoltijo de emociones y que Ana supiera que existía, no correría carreras ni aprendería a tocar la guitarra ni poncharía balones, como hizo mi hermano cuando le dieron el balonazo en la cara a la niña aquella que le gustaba y que nunca lo peló (mi hermano lloró tres días con sus noches, parecía diluvio). No. Tampoco le mandaría un papelito con alguien ni empezaría a dejarle peluches anónimos de corazón. Me armaría de valor.
Imaginé que me acercaba a Ana en un recreo y se lo decía de frente, delante de sus amigas (todas más grandes que yo), con las manos sudadas y las pirañas-cuervo devorando mis intestinos. Así, ya, simple y sencillo… como tartamudo: “A-a-ana, dada, dana, nala, lana, nana, enana”. ¡Aaaah! ¡Y salía corriendo!
¿A quién quería engañar? ¡Ni en mi imaginación podía decírselo de frente!
Era fácil escribir su nombre en todas partes, pero no podía pronunciarlo. Ni siquiera saludarla: “Hola, Ana”. No. Así que seguí escribiendo.
Ana, Ana, Ana. Escribí su nombre en muchas historias. Era lo que me salía solito, sin pensar, lo único que mantenía en las vías al tren que me había entrado por las orejas cuando me enamoré, cuando dejé de ser un niño y me convertí en ese puberto más pequeño que Ana.
Sabía que el tren y las historias me llevarían a alguna parte, todavía no sabía adónde, esperaba que fuera cerca de ella. De Ana, mil veces Ana, para siempre.
Chap, chap. ¿En qué charca andas, Ana? ¿Bajo cuál hoja te escondes de las gotas gigantes de lluvia? ¿Chapoteas conmigo?
Vamos a Roca Musgosa a jugar a los sapos encantados. Te haré una corona con un trébol de cuatro hojas y una capita con un pedazo de lirio.
O puedo recolectar orquídeas amarillas para hipnotizarnos con sus lunares, respirar su olor a vainilla y descansar un rato sobre sus pétalos.
Si prefieres algo más clásico, tengo un sube y baja que hice con una corteza de pino y una almendra.
Chap, chap, ¿dónde estás, Ana?
Hace rato que el cielo se puso violeta y gris, y tú desapareciste otra vez. Te había estado observando tomando el sol tras un zacatito, como tanto te gusta, hasta que me distrajo un trueno. ¡Truuuruj! Miré el cielo y al volver a ti, ya no estabas. ¡Tuj, tuj!
Va a llover. Tú amas el sol.
¿Dónde andas, rana?
Ana, Ana, chap, chap, ¿en qué mundo saltas?
Vamos a explorar pantanos juntos, a jugar a los sapos encantados bajo el chap, chap de la lluvia y a desencantarnos con un bes…
¡Truuruj tuuuuj! ¡Chaparrón!
No soy el que juega futbol en los recreos o el que espera detrás de la tiendita al niño que lo llamó “araña” para romperle la cara. Tampoco soy el que platica con los maestros en el segundo recreo o se queda en el salón para adelantar la tarea.
No soy el que le gusta a todas las niñas o el que puede pasar la tarea (porque la hizo), pero me llevo bien con todos. Me gustan los columpios y los sucesos inexplicables, andar en bici y buscar hadas, leer historias de aventuras y escribir. Y ya uso desodorante.
Me llamo Julián. Recién cumplí once años y estoy enamorado de una niña un año más grande que yo. Va en sexto. Se llama… bueno, ya saben cómo se llama.
Dice mi hermano que no me meta en problemas.
¿Cuáles problemas? Ana no es una fracción con distinto denominador ni una división mental con números decimales. Ana es emocionante como el desenlace de una leyenda de Español e impredecible como las películas de aliens que vemos cuando toca Ciencias Naturales. Ana.
Nunca hace lo mismo en los recreos. A veces es imposible saber dónde se mete. No es la niña que va de aquí para allá por el patio, de allá para acá de regreso, una y otra vez, como ola de mar. Ni vende pulseritas ni intercambia estampas, como Yatzi y Panchita, ni juega voleibol, como Sofi y Niko.
“Dime qué haces en el recreo y te diré quién eres”, afirma mi papá. Creo que Ana no será ni policía ni senadora ni vendedora de cosméticos ni escaladora de los Himalayas.
Una vez la llevaron a la dirección porque el chismoso de mi maestro, Margarito, la descubrió tomando fotos a escondidas. Al parecer, había captado qué hacían algunos maestros y maestras en el recreo (yo también me he preguntado dónde se meten mientras jugamos). Ana debía tener alma de detective, pero no lo entendieron, se quedaron una semana con su cámara vieja (de ésas que usan rollo y quién sabe dónde se consigan) y se la devolvieron sin rollo (creo que hay cosas misteriosas que es mejor no revelar… eso o que Ana había inmortalizado a algún maestro sacándose un moco).
Ana.
En otro recreo, empujó a un niño que intentó saltar sobre un sapo. El niño aplastasapos dio varias vueltas y voló como diez metros (exagerar es parte del enamoramiento, déjenme) antes de caer. SúperAna, Capitana Ana, ¡CapitAna!, le gritó que los sapos eran las criaturas más fascinantes de la Tierra (yo a veces me he sentido como un renacuajo, pero no sé si eso ayude) y le preguntó si tenía cerebro de mosquito (como para que se lo comiera el sapo, pensé que habría pensado Ana) o que cuál era su problema.
Cuando un montón de metiches se empezó a juntar a ver si se armaba la lucha libre, aproveché para acercarme más yo también (no por metiche, por enamorado), pero el aplastasapos era más inofensivo de lo que parecía: se levantó sobándose y salió corriendo. Ana, con el sapo rescatado en la mano, le gritó: “¡Ven!, ¡perdón por el empujón!”, pero el chamaco no volvió y Ana empezó un discurso sobre la importancia de respetar a los batracios, defender los derechos de todos los animales, no sólo de los perros, gatos y caballos, combatir la crueldad hacia todos los seres vivos…