El dragón blanco y otros personajes olvidados - Adolfo Córdova - E-Book

El dragón blanco y otros personajes olvidados E-Book

Adolfo Córdova

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Beschreibung

El dragón blanco y otros personajes olvidados retoma a los personajes secundarios de los clásicos infantiles para convertirlos en protagonistas de sus propias historias. Este proyecto fue ganador por unanimidad del Premio Bellas Artes de Cuento Infantil Juan de la Cabada 2015 y consta de seis cuentos cuyas historias tienen la carga de los textos originales pero, al mismo tiempo, mantienen una vida propia que permite que sean disfrutados aunque no se conozcan los textos de los que parten. El Rey Mono de El maravilloso Mago de Oz, el Gato de Cheshire de Alicia en el País de las Maravillas, el Rey Cisne de Los cisnes salvajes y otros personajes recorren los nuevos caminos que Córdova ha trazado, sin perder su identidad. Con apenas una novela publicada, el autor demuestra en esta obra su gran cercanía con la literatura infantil y un estilo potente y sagaz que atrapará a lectores de todas las edades. Las ilustraciones de Riki Blanco son reducidas en elementos pero de gran elegancia y expresividad.

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EL DRAGÓN BLANCO

Y OTROS PERSONAJES OLVIDADOS

Obra ganadora del Premio Bellas Artes de Cuento Infantil Juan de la Cabada Vera 2015 El jurado estuvo conformado por Verónica Murguía, Alfonso D´Aquino y Daniel Cantarell

Primera edición, 2016Primera edición electrónica, 2016

Este libro fue escrito con el apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes a través de su programa “Jóvenes Creadores” en su edición 2013-2014

© 2016, Adolfo Córdova, textos © 2016, Riki Blanco, ilustraciones

D. R. © 2016, Secretaría de Cultura del Estado de Campeche Calle 55, núm. 27, Centro Histórico; 02400 San Francisco de Campeche, Campeche

D. R. © 2016, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho Ajusco, 227; 14738 Ciudad de Méxicowww.fondodeculturaeconomica.com Comentarios: [email protected] Tel.: (55)5449-1871

Colección dirigida por Socorro Venegas Edición: Angélica Antonio Monroy Formación: Miguel Venegas Geffroy

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-4443-5 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

EL DRAGÓN BLANCO

Y OTROS PERSONAJES OLVIDADOS

TEXTO DE

ADOLFO CÓRDOVA

ILUSTRADO POR

RIKI BLANCO

Para mi padre, que anda a lomos del viento. J. A. C. S. (1948-2011). Y para todos los que esperan.

A. C.

A todos los hombres, mujeres y seres olvidados por la historia y la sociedad.

R. B.

Tú no sabes nada de mí si no has leído un libro llamado Las aventuras de Tom Sawyer; pero eso no tiene importancia.

MARK TWAIN, Las aventuras de Huckleberry Finn

Su destino habría de llevarlo por otros caminos totalmente insospechados. Sin embargo, ésa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión.

MICHAEL ENDE, La historia interminable

SIEMPRE ME INTRIGARON LAS HISTORIAS POSIBLES DE LOS PERSONAJES secundarios. Ellos no encuentran el tesoro, no muerden la manzana encantada ni se asoman al pozo de los deseos. Sus vidas, más abiertas, nos permiten imaginar los pasados y destinos que queramos. Como no son los héroes, pueden permanecer medio día con la frente pegada al piso, invertir horas y horas en preparar una cena invisible o explorar cimas nevadas sin ningún otro objetivo que alimentar su asombro.

Este libro es un homenaje a todos ellos, los secundarios, los personajes olvidados, y en particular al genio de los escritores que inventaron al alado Rey Mono, a la Hermosa Niña de Pelo Turquesa, al Gato de Cheshire, a los niños perdidos, al Rey Cisne y a Fújur, el dragón blanco de la suerte. Crearon para ellos momentos fugaces pero tan verdaderos que, movido por mi fascinación, quise extenderlos.

Adolfo Córdova

El nacimiento del alado Rey Mono

El fruto era como un pequeño sol. Si es que era un fruto. El mono lo arrancó de la última rama del árbol. Era suave como el pelaje de una cría y frío como un manantial de montaña. Tenía el tamaño de una naranja y un aroma dulce, pero brillaba como una estrella amarillenta.

El mono lo miraba sin parpadear.

Si hubo alaridos, advertencias, parloteos de otras criaturas, no los oyó. Sólo veía el fruto que ardía sin arder, que se acunaba en sus manos sin quemarlas, que encandilaba sus ojos sin cegarlos. Un fruto, tal vez más diamante que sol, más mineral que luz; con vetas como diminutos ríos, tan cristalinos, que debían calmar toda el hambre, toda la sed, todos los deseos que llenaban de saliva la boca del mono.

Tenía que morderlo. Quería comérselo.

No podría morderlo. Lo quería entero.

Iba a devorarlo.

Cuando lo acercó a su boca y lo olfateó, sus pupilas se dilataron tanto que cubrieron todo el interior de sus ojos.

Cuando se lo tragó, sintió que lo invadía la delicia del néctar de una fruta madura, la picazón del calor del mediodía, la gelidez del viento en las cimas. Su pelaje negro comenzó a brillar y adquirió una negrura azulosa. De cuervo. Dos halos anaranjados iluminaron el fino iris de sus ojos, que parecieron dos soles eclipsados.

Y empezó a gritar.

Los otros monos no sabían si aquellos gritos eran de placer o de agonía. El mono saltó de una rama a otra, quiso reunirse con ellos, pero cuando vieron su pelaje resplandeciente y los eclipses en sus ojos, lo desconocieron y huyeron.

Sintió que le enterraban algo en el lomo.

Giró.

No había nadie detrás.

Otro desgarramiento debajo del hombro.

Giró.

Nada. Estaba solo.

Nadie lo hería. Era otro efecto del fruto, del sol, del diamante, de la esfera de fuego que se había tragado.

Sus huesos se torcieron, escuchó tronidos y estiramientos, pero sólo le dolía el dorso en dos heridas gemelas, dos grietas, dos llagas: dos alas negras que iban creciendo de su lomo, húmedas; más grandes que sus brazos y piernas, tan negras y azulosas como su pelaje.

Y pudo agitarlas, como agitaba los brazos.

Y sintió que eran fuertes, como su cola prensil.

Y cuando dio un salto, ya no cayó nunca.

El primer mono alado de la tierra.

Inmediatamente oyeron un intenso parloteo, acompañado de un gran batir de alas. Era la bandada de los Monos Alados que acudía a la llamada.

El Alado Rey Mono hizo una profunda reverencia ante Dorothy y preguntó:

—¿Qué ordenas?

—Deseamos ir a la Ciudad Esmeralda —dijo la niña.

L. FRANK BAUM, El maravilloso Mago de Oz, 1900

La Hermosa Niña de Pelo Turquesa

A su paso, los guerreros se convierten en árboles.

Suelo adentro, los dedos de los pies atraviesan los cueros del calzado y se estiran sedientos, como raíces, a las profundidades de la tierra.

Cielo arriba, los brazos se alargan y se unen al follaje de antiguos cabellos. Las pálidas pieles van tornándose morenas y duras. Un solo tronco son las piernas. Las costillas se ramifican hacia la luz. Y el corazón de resina empieza a bombear una sangre fría, transparente.

Los guerreros se miran con horror; hombres plantados, casi árboles por completo.

Antes de que el encantamiento los ensordezca para siempre, algunos escuchan los gritos de sus compañeros en la retaguardia. Es la niña que sigue avanzando.

A su paso, el viento hace remolinos, se alzan los caballos, el polvo se quiebra. Los hombres no entienden, no saben de quién defenderse, por dónde seguir. Basta que ella los roce. Y luego, nada más.

Oyen un último crujido antes de que una capa de corteza se extienda sobre sus orejas.

Árboles.

El hada, la Hermosa Niña de Pelo Turquesa, sonríe. Armaduras y yelmos son por fin carcasas dignas. Serán refugio, nido, leña, alimento. Los hombres vivirán más de lo que dura una guerra.

Atardece. Algunos caballos galopan libres entre las primeras sombras que dan las hojas tiernas. Varias espadas duermen entre la hojarasca. Lleva el viento centenares de gritos en ecos siniestros.

Más tarde, la noche truena.

Y una tormenta baña el bosque nuevo.

Pero no siempre fue así.

***

La Hermosa Niña de Pelo Turquesa abre los ojos por primera vez. Está tendida sobre un pastizal. Escucha un llanto, se levanta y lo encuentra. No es la hierba que llora, es un recién nacido. Ya el rocío se secó sobre su frente y su cuerpo luce amoratado. Ella lo arrulla, él deja de llorar. Busca a la madre, al padre, la casa. Nada. No hay nadie alrededor.

La niña es un hada, nació con el llanto del niño, y ha de cuidarlo siempre, para que no se asome a los abismos, para que no resbale al río, para que no coma bayas escarlata.

De pronto, una agitación entre la hierba. La niña gira, teme. Lo sabe… tarde. Los lobos anuncian su presencia apenas una respiración antes de lanzarse sobre sus presas. Devoran al niño y al hada, que muere, igual que el pequeño, justo después de haber nacido.

La maleza ondea con suavidad y en silencio.

Un hilo de viento levanta los restos de la niña-hada y la teje otra vez con la forma de una loba. Su pelaje es color turquesa y sus ojos, blancos.

Antes de dar el primer paso, el hada-loba olfatea la sangre del niño, lame la tierra enrojecida y hace brotar un enebro. Luego rodea el retoño de árbol, lo arrulla con un aullido y se va.

Mientras el enebro crece y crece, ella se interna en el bosque, sin despertar a nadie.

Una luna albina brilla en el centro de la noche.

Durante mucho tiempo vaga el hada como loba. No tiene una manada. No duerme.

Busca en los huecos de los troncos, en cualquier manchón de hierba, cerca de hogueras extinguidas. Hasta que una noche, por fin, encuentra a otro niño. Es otro hijo abandonado, está muerto.

La loba lame la piel del pequeño y al instante lo hace echar raíces.

Tarde escucha al cazador. Una flecha la sorprende entonces, atraviesa su pelaje azul turquesa.

Junto a la loba muerta, brota un alerce.

Un hilo de viento levanta a la loba, la desteje y la teje otra vez, de plumas negras y blancas, y la corona azul turquesa. Un pájaro.

Vuela el hada convertida en carpintero imperial.

Y cuando el cazador, arrepentido, busca al hijo que ha abandonado en el bosque, no encuentra su cuerpo entre la hierba ni el rastro de la loba que ha flechado.

En su lugar, mira alzarse un alerce del que ya brotan flores rosáceas. Y escucha el toc-toc del picoteo de un hermoso pájaro con la corona azul turquesa.

Durante mucho tiempo vuela el hada como carpintero imperial. No duerme. Talla con su pico rostros de niños sobre los troncos. Mira hacia abajo al volar.

Busca.

Una mañana, todavía sin luz, oye un quejido. Vuela rápido a su encuentro y descubre a una niña pelirroja tirada en una alfombra de hojas enmohecidas. Tiene unos seis años.

La llevaron más allá del corazón del bosque y ahí la dejaron. Caminaron mucho sus padres. Tal vez ella les pidió que volvieran y ellos le dijeron “sólo un poco más”, y al llegar la noche y el sueño la habrán visto quedarse dormida. Quizás hasta le habrán dado un beso de despedida antes de abandonarla.

El hada-pájaro sabe que la niña no aguantará una noche más. Morirá, como los otros, perseguida por alguna bestia o por la neblina. Entonces, suplica a los espíritus del aire que la ayuden, que destejan y tejan con sus dedos de viento un encantamiento capaz de salvarla. A cambio, ella les promete buscar a los padres de la niña, vengarla.

Los espíritus aceptan. Le proponen que ella tome el lugar de la niña y que la niña vuele con sus alas de pájaro.

La mañana empieza a clarear.

Las bestias observan desde sus agujeros, escondidas entre las zarzas, agazapadas tras alguna roca.

La neblina se desvanece.

Un carpintero imperial vuela de vuelta a su árbol. El plumaje de su corona es rojo.

Una niña avanza decidida. El viento le teje tres trenzas en su pelo color turquesa.

Durante varios días, la Hermosa Niña de Pelo Turquesa recorre el bosque. Cuando finalmente llega a la casa de los padres, ellos fingen alegría al verla.

“Tiene los cabellos azules”, piensa la madre. “No está muerta”, piensa el padre. Pero ninguno extiende los brazos para recibirla. La niña tampoco; corre hacia ellos, pasa entre los dos, los roza y sigue corriendo.

Detrás de ella, un último grito y los cuerpos tiesos. Dos álamos se alzan con violencia y rompen el techo de paja.

Árboles.

Contarán su vida en siglos y en ramas quebradas por los rayos.

La niña-hada cumple su promesa, pero se queda un tiempo en la aldea. Mira de lejos a los niños, los cuida de sus padres. Hasta que un día escucha un relincho, un galope, una marcha de guerra. Se apresura y encuentra un ejército detenido en medio del campo.

Los soldados encienden sus antorchas, preparan la toma de la aldea. La niña-hada avanza. Un grito ordena ir al frente. Ella sigue avanzando. Ellos la ignoran, una huérfana más, tan pequeña, tan insignificante.

A su paso, el viento hace remolinos, se alzan los caballos, el polvo se quiebra. Los hombres no entienden. A ella le basta caminar entre los ejércitos para sembrar bosques en terrenos yermos.

Y es abundante su siembra.

Corre muchas veces. Va al encuentro de los bandos de un lado y del otro. A veces se ríe, ellos se horrorizan.

Árboles.

Luego de un tiempo los espíritus del aire, complacidos, recompensan a la niña y le tejen una casita blanca. Ahí vivirá muchos siglos, alejada de la gente, acompañada de animales que harán de la casa blanca madriguera, cueva, guarida.

Ningún hombre pudo nunca advertir a otro sobre esa poderosa hada de pelo turquesa. Los desaparecidos son leyenda. Sólo los niños que se pierden en los bosques del hada regresan a sus casas. Los que entran con arcos y flechas, con hachas o fusiles, no vuelven más. A veces ella es águila, loba, liebre, libélula, ha aprendido a transformarse, pero justo antes de tocarlos se convierte en niña otra vez. Basta un roce y su bosque se hace más denso. Luego descansa. Vive siglos y siglos en su casita blanca.

Hasta que, una noche, un rey sueña.

***

En medio de aquel bosque inmenso al que ya casi nadie entra, un rey sueña que busca a su padre, ese otro rey que nunca volvió de la guerra. Camina dando tumbos entre la espesura cuando descubre una casa blanca de la que sale una niña. El rey se esconde y observa a otro hombre que se acerca a la niña, está perdido, le pide ayuda. Ella toma su mano y el hombre empieza a crujir, a enramarse retorcidamente. Desde su escondite el rey empuña su escopeta. La niña voltea a verlo, tiene el pelo color turquesa. El rey despierta.

Todos aquellos ejércitos desaparecidos de los que hablan las leyendas… su propio padre… y los gritos siniestros que algunos juran oír en los lindes de ese bosque… Es ella. Esa hada los convierte en árboles.