Annotated: La melancolía de los contribuyentes: Crónicas de ciudadanos y oficina - Jenaro Prieto - E-Book

Annotated: La melancolía de los contribuyentes: Crónicas de ciudadanos y oficina E-Book

Jenaro Prieto

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Beschreibung

El extenso período durante el cual Jenaro Prieto publicó sus crónicas en El Diario Ilustrado, entre 1913 y 1946, da cuenta de los inicios de una nueva urbanidad. Las oficinas y la rutina, la política y el servicio público, permearon su mirada y, con una escritura ácida y mordaz, construyó un imaginario de la ciudad y los ciudadanos no sólo como documento histórico, sino que lleno de la expresión viva de la época: el horror ante los cambios vertiginosos de inicios del siglo XX y la caricatura de la oposición.

La melancolía de los contribuyentes no sólo recoge algunas de las crónicas ya antologadas en los libros Pluma en ristre (1925), Con sordina (1930), Humo de pipa (1955) y Antología humorística (1973); sino que incluye textos previos, publicados desde 1916, que muestran a un cronista temprano, además de otras columnas que no fueron incluidas en ninguna recopilación.

* * *


Jenaro Prieto (1889 - 1946)  dedicó su vida a El Diario Ilustrado, periódico en el que publicó sus crónicas y algunas de sus ilustraciones. Perteneciente a una familia conservadora, él nunca dejó de serlo. Estudió leyes y su tesis, “El hipnotismo ante el derecho”, anunciaba su carácter lúdico y curioso. Entre 1932 y 1938 fue Diputado por el Partido Conservador, pero no fue ahí, sino en sus crónicas donde se hizo conocido. Desde esa tribuna expresó y desarrolló ampliamente su punto de vista en asuntos políticos, legislativos, sociales y culturales, con mucha ironía y humor. Casi siempre estaba en contra de todo. Defendió la libre expresión y como muchos otros periodistas de la época fue objeto de censura, asunto que no impidió que dijera lo que pensara, estuviera en contra de quien fuera, hasta casi el final de sus días.

 

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El extenso período durante el cual Jenaro Prieto publicó sus crónicas en El Diario Ilustrado, entre 1913 y 1946, da cuenta de los inicios de una nueva urbanidad. Las oficinas y la rutina, la política y el servicio público, permearon su mirada y, con una escritura ácida y mordaz, construyó un imaginario de la ciudad y los ciudadanos no sólo como documento histórico, sino que lleno de la expresión viva de la época: el horror ante los cambios vertiginosos de inicios del siglo XX y la caricatura de la oposición.

La melancolía de los contribuyentes no sólo recoge algunas de las crónicas ya antologadas en los libros Pluma en ristre (1925), Con sordina (1930), Humo de pipa (1955) y Antología humorística (1973); sino que incluye textos previos, publicados desde 1916, que muestran a un cronista temprano, además de otras columnas que no fueron incluidas en ninguna recopilación.

Jenaro Prieto

La melancolía de los contribuyentes: Crónicas de ciudadanos y oficina

Edición de Claudia Darrigrandi

La Pollera Ediciones

www.lapollera.cl

Índice
Prólogo
Nota editorial
Franqueza
Buen vecino
Oficinas que evolucionan
El nuevo edificio de la biblioteca
Hay razones
Reportaje extraño
Otro artículo fósil
El inglés equivocado
La gran tenida
¡Lo que faltaba!
Sentimentalismo
Política viril
Un manuscrito
La viruela artificial
Habla el mono de Voronoff
Renovando valores: nuestro programa
Prolongación de la vida
La bofetada científica
Humo de pipa…
De la carne al bronce
La voz olvidada
Enfermos porfiados
Un título de abogado
La cachimba
¿Quién ha besado al loro?
Acordémonos del cerro
La felicidad en el zoo
La ciudad del automóvil
El mes de las contribuciones
La vaca
Un visitante curioso
Purismo
Padres de familia
Un cuadro auténtico
El hombre-periódico
El pesimista contento
En tontilandia
Pantalones
¿Tan tontos somos?
En el bar
El estado cocinero
Lenguaje de moda
Lo que no haré
El discurso único
Cuenta pendiente
¡Pobre socialismo!
En tontilandia
Otro plan de economías
En tontilandia
De estatua a pila
Jornada única plural
Turismo visual
La heráldica y el crédito
Meditación optimista
En tontilandia
Supresión de la locura

Prólogo

Claudia Darrigrandi Navarro

Algo de dandi tuvo Jenaro Prieto Letelier (1889-1946). Un dandi de escritorio, de oficina, de diatribas periódicas, que firmaba con la letra P., de Prieto, práctica común entre los periodistas de las primeras décadas de siglo XX que publicaban en las páginas del contenido editorial. En cada una de sus crónicas publicadas entre 1913 y 1946, la mayoría de las veces en la página editorial de El Diario Ilustrado (1902-1970), y que durante los gobiernos del Frente Popular se publicaron bajo la sección “Al pasar”, cultivó un estilo singular anclado en su crítica mordaz e irónica. Un estilo quizás jocoso para sus cercanos, incómodo para algunos de sus lectores, irritante para sus rivales políticos y, probablemente, muy poco gratificante para sus lectoras. El dandismo es un gesto disruptivo que, en algunas de sus manifestaciones, se resiste a cambios y a procesos democratizadores; en otras, rechaza la vulgaridad de la masa y tiende al conservadurismo con gestos aristocratizantes. Es una postura frente al mundo, en la que la singularidad del dandi se construye con y en oposición a ese mundo: “Nunca se ha podido confirmar de una manera más efectiva la verdad del dicho: el ridículo mata. Jenaro Prieto, con el tono paradojal de su fina sátira, le cortó el vuelo a muchos buitres del presupuesto, detuvo muchas iniciativas desgraciadas de los gobiernos, destruyó muchos proyectos desatinados y descabezó a numerosos figurones del pim-pam-pum político”, se señala en “Caricaturistas y escritores festivos de El Diario Ilustrado en sus cincuenta años”, publicado en la edición homenaje del 31 de marzo de 1952 de dicho periódico (50;53). Sin embargo, a pesar de ridiculizar a muchas personas e ideas, hay consenso también en que, tras bambalinas, fuera de la trinchera de la prensa, primaba su bondad.

El dandi forja su excentricidad desde una comunidad en la que es admirado, respetado y, a veces, temido. El dandi se acerca y se aleja, marca distancia e impone un estilo único que, en el caso de Prieto, se construye a partir de la ironía, la burla, la sátira política, y de su pipa y su barba, estos últimos rasgos muy destacados en las ilustraciones de su persona que circulan en la prensa de inicios de siglo. Porte y estilo de escritura fueron elementos fundamentales del engranaje que le dio forma al cronista. Así, en ese espacio fronterizo entre el cariño y la rivalidad, lo presenta Joaquín Edwards Bello en la primera edición de sus crónicas, Pluma en ristre (1925): “Yo no sé cómo hago este pequeño prólogo para sus crónicas, puesto que muchas veces disparaba dardos desde su bosque pánido [sic] contra el templete donde están mis propios ídolos. Pero es que Prieto es además compañero” (VII). En otro momento posterior, al escribir la reseña de su libro póstumo La casa vieja (1957), publicada en la revista En Viaje en agosto de 1956, Olga Arriata, también se refiere él con matices que transitan por el reconocimiento de su bondad y su destreza en el manejo del recurso de la ironía: “Condiciones ambas [la bondad y la ironía] que hacían inclinarse ante él, incluso sus enemigos políticos. Y tenemos que decir ‘enemigos políticos’, porque de otros no pudo tenerlos” (39). Sin embargo, la lectura de ese libro también le hace pensar en la existencia de un Prieto otro, un Prieto no cronista, “aún no amargado”. Ese sello distintivo fue reconocido en vida y póstumamente. Esa singularidad hizo a Prieto uno de los colaboradores más apreciados y admirados por sus compañeros de El Diario Ilustrado, según se manifiesta en el artículo que rinde homenaje a los “caricaturistas y humoristas” que colaboraron con el periódico durante en la primera mitad del siglo XX. En este artículo el cronista es reconocido como una figura irremplazable: “En el periodismo, de puertas adentro, se suele decir que nadie es indispensable en un diario y que todos son substituibles […]. Sin embargo, hay excepciones. Muy contadas; pero existen. Jenaro Prieto ha sido una de ellas” (53).

Prieto fue un abogado que no supo hallarse en su profesión formalmente. Fue diputado por el Partido Conservador entre 1932 y 1936, durante el segundo gobierno de Arturo Alessandri Palma, sin embargo, no fueron los espacios especialmente asignados para el ejercicio de la gestión pública en los que destacó. Sus prácticas republicanas las llevó a la prensa. Fue una trinchera, como señala en su carta de renuncia forzosa por su estado de salud, escrita al director del diario, Luis A. Silva, el día antes de morir: “Cuando cada mañana al leer el diario se ve a los viejos colegas ocupar su puesto de combate con el mismo brío que veinte años antes; la ausencia de la fila, por forzada que sea, parece una deserción” (s/p).

El Diario Ilustrado fue un periódico de circulación masiva y que marcó, junto con El Mercurio de Santiago (1900) y La Nación (1917), un cambio radical en la historia de la prensa chilena de inicios de siglo XX. Fue el primer periódico en incorporar el fotograbado, por lo que pudo destacar rápidamente por sus componentes visuales y, para la época, modernos; estos recursos tecnológicos solo se iban a manifestar, paralelamente, en las revistas. En Valparaíso, en 1902, aparecía Sucesos cuyas páginas en gran medida se diagramaban en torno a estas reproducciones y unos años más tarde, en 1905, la revista Zig-Zag entraba al sistema de diarios y revistas con nueva tecnología e impresiones a color. El Diario Ilustrado, si bien en un inicio comenzó como un periódico comercial, no partidista, orientado a la información, a las noticias y a la actualidad, con un discurso vinculado a los procesos modernizadores del cambio de siglo, en 1920 su línea editorial cambió sustancialmente al ser comprado por la Sociedad Periodística de Chile compuesta por un grupo de hombres conservadores y católicos. Este giro editorial, de todos modos, no significó problema alguno para Prieto que ideológicamente se ubicaba en esas filas. En este diario, que ocupó un lugar central en la modernización de la prensa y en el debate público, Prieto tuvo su comunidad.

En los albores del siglo XX, la oficina (un espacio que hoy se encuentra en peligro de extinción), empezó a tener un lugar privilegiado en el desarrollo de la administración pública, en las áreas de servicios y en ciertas profesiones. Las crónicas de Prieto están muy vinculadas a la experiencia laboral profesional que se dio en ese espacio que se apropió de la cotidianidad urbana. Es necesario destacar que la ciudad de Prieto, en muchas ocasiones, es una ciudad “puertas adentro”. La oficina fue casi un segundo hogar para muchos empleados y empleadas, al menos, por la cantidad de tiempo que pasaban allí. El Diario Ilustrado, como otras grandes empresas periodísticas del período, concibieron la importancia de tener los espacios adecuados donde albergar a todos quienes colaboraban en la producción del diario. El periódico tuvo cuatro residencias, dos en Agustinas, una en Moneda y otra en Morandé. El imponente edificio de Moneda, esquina Morandé (donde hoy se encuentra la Intendencia de Santiago), fue construido especialmente para ser la casa del diario a inicios de la década de 1910 y fue habitado con esos fines hasta 1928, cuando fue vendido al gobierno, asunto que Prieto tematiza en la crónica “Sin nosotros”, una de las incluidas en esta selección.

Si la prensa comercial a inicios de siglo XX se presentaba como espacio discursivo moderno y necesario, las dependencias de estos periódicos también lo eran. En un artículo dedicado a dar cuenta de la Sociedad Periodística de Chile y su relación con El Diario Ilustrado, parte también de la edición homenaje a los cincuenta años del impreso, se señala: “Aquí, en esta casa [haciendo referencia al edificio de Moneda], el personal dispone de todas las comodidades que puede ofrecer un diario moderno” (69). En sus dependencias no solo tenían espacios asignados para las prensas y las oficinas de avisos, tesorería, redacción, administración y dirección, entre otras unidades básicas para su funcionamiento adecuado, también contaban con casino, biblioteca y una zona para la radio. Desde las primeras décadas del siglo XX la prensa periódica contó no solo con medios impresos, sino también con radios, convirtiéndose en verdaderas empresas mediáticas y articulando, de esta forma, un sistema de comunicaciones complejo; Jenaro Prieto también daba charlas en las radios, como muchos otros periodistas, por lo tanto, sus ideas, no solo circulaban en papel. En un momento de crisis económica El Diario Ilustrado ofreció a su audiencia que, con el pago de la suscripción, pudieran acceder a la biblioteca del diario que recibía ejemplares de la prensa nacional y extranjera. Si bien ese plan de suscripción no prosperó, revela la forma en que se entendían algunas funciones de la prensa que, por distintos medios, intentaba estrechar los lazos con su audiencia, generando espacios de encuentro.

De cuatro pisos, el edificio de “El Diario”, como en tono familiar y cariñoso lo llamaban sus colaboradores, incluso tenía habitaciones para ser ocupadas por los empleados que no tenían familia. En ese sentido, fueron espacios laborales, habitacionales (por lo tanto, cuando se refieren a la prensa como una casa para sus redactores, en algunos casos, no es solamente una metáfora) y también de sociabilidad. En el artículo “El casino del diario”, publicado en la edición conmemorativa de El Diario Ilustrado, se destaca el papel que tuvo ese espacio para el encuentro social, donde se realizaban partidas de dominó que podían prolongarse toda una noche e incluso hasta entrada la mañana siguiente: “Como ningún casino de periódico, el del nuestro ha sido el centro de reunión obligado de periodistas de todos los diarios de Santiago, de hombres de todas las tendencias políticas y escritores y diplomáticos, muchos de los cuales terminaban ante sus mesas y enfrascados en interesantes partidas de dominó, las veladas iniciadas muchas horas antes en la sala del director. La violencia de las luchas políticas alejó del Casino del diario a algunos de sus habituales concurrentes; otros, diplomáticos, fueron llamados por sus Gobiernos a mejores destinos; y algunos más, todavía, emprendieron el camino del silencio definitivo” (116). Además de enfatizar la importancia de la oficina, y el trabajo, esta cita da cuenta de estos espacios como gestores de comunidades, en los que por algunos momentos los enfrentamientos políticos que circulaban en las páginas del impreso entraban en pausa. La “oficina” fue una condición de posibilidad para formar comunidad, ya sea entre quienes trabajan para el medio, como también entre el medio y su audiencia. Era también un mundo mayoritariamente masculino, especialmente si consideramos a quienes trabajaban regularmente y tenían un espacio físico donde desempeñar sus funciones. Al ver las fotografías de los equipos de trabajo de El Diario Ilustrado, las mujeres están casi totalmente ausentes, a excepción del Casino, en el que colaboraba Mónica Mújica, una de las hijas del encargado, Juan Mujica, y de Rosita Hiriart, responsable de la sección social, por lo menos, hasta los años cincuenta. No obstante, entre sus páginas, las voces femeniles tenían algunos espacios.

“Durante 34 años, Jenaro Prieto escribió en este diario que fue su sola casa”, se señala en el reportaje dedicado a los ilustradores, caricaturistas, columnistas y cronistas (“festivos”). En ese número conmemorativo de los cincuenta años de El Diario Ilustrado, Prieto ocupa un lugar especial y su trabajo es reconocido en más de una oportunidad. Es mencionado entre los “escritores festivos” y, en ese reportaje, se le dedica un apartado exclusivo. Entre otros textos, se publica una crónica inédita, “Supresión de la locura”, que fue censurada en su momento y que se incluye en esta antología. Como sea, habría que señalar que Prieto también colaboró en Topaze, revista de sátira política creada por Jorge Coke Délano, con quien compartía también en “El Diario”. Más allá de la exclusividad que el cronista mantuvo con dicho medio, el comentario transmite lo representativo que fue su escritura y su figura de las ideas y misión del periódico. Desde otro lugar, también se apunta, probablemente, a señalar que Prieto no trabajó para ningún diario que fuera considerado competencia para El Diario Ilustrado, como lo pudo ser El Mercurio (1900) o Las Últimas Noticias (1902) y hace manifiesta la valoración que se tenía de su “fidelidad diarística”. La movilidad de escritores, escritoras y periodistas era bastante frecuente durante las primeras décadas del siglo pasado, pocos hacían toda su carrera en un solo periódico. En contraste a Prieto, muchos de los colaboradores de “El Diario”, también trabajaban, o lo hicieron antes o después de su participación en El Diario Ilustrado, para las revistas Sucesos (1902-1932), Zig-Zag (1905-1964), Sin Sal (1907-1912), Corre Vuela (1908–1927), El Peneca (1908-1960), Selecta (1909-1912), Pacífico Magazine (1913-1921), Topaze (1931-1970), y los diarios La Nación (1917-2010) y Las Últimas Noticias. En ese sentido, es necesario entender los diarios y las revistas como un sistema por el cual circularon, en más de un medio, hombres y mujeres de letras, situación que se vio potenciada porque en muchas ocasiones sus escrituras no eran remuneradas. Trabajar en más de un medio, sea diario o revista, de caricaturistas, humoristas, cronistas, etc., era una constante en esas décadas en las que la prensa comercial continuaba en un proceso de modernización, profesionalización, iniciado a finales del siglo XIX. Además, la prensa respondió activamente al contexto político y social, que hasta inicios de los años treinta fue bastante inestable, con cambios en líneas editoriales y con la creación de nuevos impresos si así lo ameritaba la contingencia. La permanencia de Prieto en “El Diario” y su estilo, lo instalaron como uno de los favoritos de las primeras décadas de circulación del periódico. En Prensa y periodismo en Chile (1812-1956), Raúl Silva Castro señala que “con Prieto, gracias a la singularidad de su talento, todos los anteriores ensayos [se refiere a otros colaboradores] fueron superados. Prieto era más humorista que [Carlos Luis] Hübner y su intención política era mucho más acentuada, firme y perseverante que la de Díaz Garcés” (370). Quizás ese arraigo a “El Diario”, la competencia entre los periódicos para convocar a la mayor lectoría posible y el humorismo que dominaba en el debate político explica las burlas constantes con las que Prieto se refería a El Mercurio, Las Últimas Noticias, La Nación y La Hora (1935-1951), este último periódico con su aparición impuso ideológicamente un contrapeso a la prensa que pertenecía a los grupos de derecha, conservadores o liberales. Y ese es otro rasgo de la “época” que transmiten las crónicas de Prieto, ese debate político abierto, expuesto, realmente dialógico, en el que se reconoce al contrincante a través del debate y, por su puesto, también por medio de la burla. Una burla anclada en las diferencias políticas, en las ideas y en el ejercicio de la política. Desde otro punto, esa red de la que son parte sus crónicas, en las que se conectan personas, debates y medios también se hace manifiesta en la edición de Pluma en ristre (1925) que se conserva en el repositorio del sitio Memoria Chilena de la Biblioteca Nacional. Ese ejemplar tiene una dedicatoria a José Miguel Echeñique, colaborador también de El Diario Ilustrado, en la que Prieto lo reconoce como padre espiritual de sus escritos.

Las crónicas de Jenaro Prieto fueron una vía más, como las caricaturas de Jorge “Coke” Délano, entre los trabajos de otros “caricaturistas y escritores festivos” de El Diario Ilustrado en las que el “humorista”, como era reconocido por sus compañeros, manifestó su oposición a los gobiernos y dictaduras de Arturo Alessandri Palma, Emiliano Figueroa, Juan Esteban Montero y Carlos Ibáñez del Campo y cualquier otra gestión gubernamental que no le pareciera pertinente, justa, eficiente y lógica, acorde a su ideario político (má allá de su conservadurismo, muchas veces es difícil saber cuál es). Algunos de los directores y redactores de “El Diario”, al igual que Prieto, pertenecieron a la Cámara Baja y sufrieron de hostigamiento y persecución política, como es el caso de Rafael Luis Gumucio y Santiago Labarca, durante el gobierno de Emiliano Figueroa, cuando Carlos Ibáñez del Campo, cumpliendo funciones de Ministro (de Defensa y de Interior) tuvo amplias facultades y poder de intervención. En este sentido, la crítica de Prieto no fue aislada, el cronista no escribió solo, sino que representó los ideales de la línea editorial de El Diario Ilustrado.

Su escritura periodística se enfoca en varios ámbitos de la vida cotidiana que, en su mayoría, están vinculadas a la res publica, a la “cosa pública”, a lo que sería de interés público, de lo que “se está hablando” y a la administración estatal. Gabriela Ruedlinger, en sus tesis “Observar y reírse en Tontilandia: el humor periodístico y novelesco de Jenaro Prieto” (2015), destaca que mientras otros columnistas o cronistas abordan los temas del momento en la página editorial de forma sesuda, Prieto ironiza, se burla y tras el velo del humor, señala su punto de vista. Prieto muestra el absurdo de algunas decisiones políticas, de la burocracia, de las nuevas costumbres o de hábitos propios de la idiosincrasia de chilenos y chilenas: “En Tontilandia las letras protestadas dan el número exacto de la población. No hay ciudadano que no tenga alguna”. En cuanto a las decisiones políticas y a la burocracia, a inicios de siglo XX, el combate contra la viruela no escapó de estas prácticas que Prieto ironiza en su crónica “La viruela artificial”, hasta llevarlo al límite del absurdo al exponer las confusiones desatadas por la implementación de la vacuna contra la viruela y la exigencia de los certificados de vacunación para circular libremente por la ciudad (cien años después, al parecer, no estamos tan lejos de una situación similar). El trabajo sin sentido, que Chaplin inmortalizó en el cine con su película Tiempos modernos en el ámbito industrial, Prieto lo trasladó a la oficina: “Fulano: ponga en orden esas cartas; clasifíquelas por orden alfabético y échelas en seguida a la basura”. Y él mismo se autofiguró como una máquina productora de artículos alimentada por el humo de su pipa.

El cronista se opone, en muchas ocasiones, a nuevos movimientos, ideas, y prácticas, como el feminismo, el divorcio o la enseñanza del box; se mofa del uso de anglicismos, de la aparición de nuevas expresiones, excusas y costumbres. Denuncia la censura, de la que, como ya hemos mencionado, El Diario Ilustrado y sus colaboradores también fueron objeto. Critica a figuras públicas, con énfasis en las que pertenecían al gobierno de turno que, probablemente, no satisfacía sus expectativas. Aunque muchas veces su ironía está orientada a personas a quienes identifica con nombre y/o apellido, o al mencionar los cargos que ejercen, con la creación de la serie de crónicas bajo el rótulo de “Tontilandia” dirige sus dardos al país completo. Gesto similar es el que ocurre en su crónica “La bofetada científica” que, a raíz de las consecuencias que puede producir el boxeo, Prieto aprovecha de hacer una crítica transversal a toda la sociedad chilena: “Pero en este país hay demasiado, inconscientes, desde el Gobierno a los particulares, para que haya interés en aumentarlos”.

La ciudad, en Prieto, aparece con un rostro nuevo, diferente al que nos legó la crónica modernista. Si por un lado, aparece la ciudad puertas adentro con la oficina como espacio central, como lugar de enunciación; por otro, el espacio público urbano adquiere otros matices. No es Prieto el que está detrás de los reportajes sobre los barrios de Santiago en El Diario Ilustrado o de los reclamos por el descuido de la Alameda y sus árboles, aunque en más de una ocasión sí se manifestó en desacuerdo con la construcción de rascacielos, como muchos otros cronistas de la ciudad y las estatuas en la vía pública fueron uno de sus objetos urbanos favoritos. Si los modernistas admiraban la nueva ciudad que se desplegaba ante sus ojos, Prieto señala el defecto del Cerro Santa Lucía, de la construcción del nuevo edificio de la Biblioteca, entre otros. Un rasgo importante de la cotidianidad de Prieto es su vínculo con el centro cívico de la ciudad. Prieto en tanto periodista fue oficinista, en tanto Diputado, fue un servidor público. Circuló por un espacio de la ciudad en que el Estado, lo público, empezó a hacerse visible e imponente por medio de la infraestructura y planificación urbana. Y sus crónicas dan cuenta de ese ser ciudadano que se reformuló en la Constitución de 1925. La experiencia de la ciudad que destaca en su escritura es la del ciudadano que es parte de un engranaje burocrático en el que este sujeto cobra un protagonismo inédito hasta la fecha, en desmedro de la figura del paseante urbano, hito de la crónica urbana finisecular. Prieto transitó diariamente por el corazón de ese “nuevo” centro cívico de la ciudad, que en los años treinta fue articulado, tras varios ensayos, por el proyecto “Barrio Cívico” de Karl Brunner y que fue comunicado por El Diario Ilustrado a inicios de esa década. Esa ciudad plasmada de institucionalidad, de Estado, fue el escenario cotidiano por el cual Prieto transitó, literal y metafóricamente hablando.

A pesar de lo anterior, no podríamos decir que Prieto es un cronista urbano. Hay cronistas debatientes, cronistas contendientes, beligerantes, que recuerdan, la prensa de barricada característica del siglo XIX. Y Prieto es uno de ellos porque en sus crónicas se manifiesta una retórica del desacuerdo, de la oposición. Prieto no expresa con lo que realmente está a favor, tampoco articula propuestas que crucen el umbral de la ironía; he ahí otro gesto dandi. Sus crónicas incomodan, desagradan, pero también fascinan, como fuerzas centrífugas y centrípetas. Algo de esa dualidad está en el lema “Hágame la cruz y llegaré al congreso” que Prieto utilizó para su campaña por diputado; mientras en una de las crónicas de ese período señala: “No puedo decirles lo que voy a hacer, porque eso compromete demasiado y elimina el factor curiosidad, única fuerza con que cuento para triunfar en la campaña. […] En cambio, puedo decirles lo que no voy a hacer”. Al cultivar esa individualidad, esa singularidad, el dandi construye una audiencia necesaria para su dandismo, lo que lo acerca a una cultura del espectáculo; sus lectores y lectoras que siguieron sus publicaciones se convirtieron también en sus espectadores. Sembrar la duda, la sospecha, el misterio, todas estrategias para mantener a sus seguidores alertas: “¡Yo no he hecho nada, absolutamente nada, señores asambleístas!”.

Hinterhauser, en su libro Figura y mitos del fin de siglo (1980), señala que cada época, cada contexto, tiene sus propios dandis y que esta figura suele aparecer en momentos de crisis sociales –o de cierta situación social– que provoca el ennui y la rebeldía. Esta rebeldía en Prieto se manifiesta en su crítica constante a los gobiernos, la infraestructura de la ciudad, y a los hábitos y costumbres de sus conciudadanos: “Nadie fustigaba con mayor ingenio y sutileza, jugando a veces con los conceptos, los errores administrativos, los atropellos a las libertades públicas o las teorías estéticas descabelladas”, se indica en “Caricaturistas y escritores festivos de El Diario Ilustrado en sus cincuenta años” (53). Desde la lectura de las crónicas de Prieto, la crisis que atraviesa el país se hace manifiesta en varios sentidos: la crisis política (un Alessandri Palma ineficaz y la interrupción de su mandato, sucesión de una serie de ensayos políticos fracasados, la emergencia y consolidación de un Ibáñez dictador) es la más evidente y explícita. A eso se suma la crisis económica del año 29, el avance del fascismo en Europa, entre otras situaciones referidos a cambios sociales y culturales que para Prieto eran para también de la crisis.

En sus crónicas no es muy frecuente la referencia explícita de su experiencia en la Cámara de Diputados, no obstante, toda su escritura periodística está informada por el actuar de los gobiernos o dictaduras de turno y por la administración del Estado. El vocabulario legislativo, la jerga burocrática, se hace presente de forma evidente: “Lo encontré ayer casi al anochecer, en la calle Verborrea esquina de Legislación”, dice en una de sus crónicas sobre Tontilandia. En ese sentido, sus crónicas están nutridas por un “quehacer” legislativo, por la cultura política, del funcionamiento público y, por su puesto, del ser ciudadano. Las burlas son constantes y cuando el cronista ha perdido la paciencia, en traje de turista visita “Tontilandia”, país-isla, cuya capital es Cretinópolis, para hablar de Chile de una forma, a veces, descarnada: “Hay interés público en que no se agote la raza de los hombres de letras, porque, ya que en Tontilandia no hay inteligentes, que, por lo menos, haya intelectuales”. Tontilandia apareció de forma recurrente entre junio y octubre de 1928 y, probablemente, fue una estrategia para sortear la censura durante la dictadura de Ibáñez. Luego, en años posteriores, esporádicamente, con visa de turista, Prieto revisita esta isla, por lo que es frecuente encontrarse con crónicas simplemente tituladas “En Tontilandia”.

Prieto apunta con el dedo el error de otros u otras, a sus rivales los llama por su nombre, o los refiere señalando el cargo público que ocupan, de tal modo que para quienes seguían sus crónicas periódicamente debió haber sido muy fácil entenderlas o identificar a los numerosos personajes que circulan por sus ellas. Desde otro punto de vista, sus comentarios sobre los proyectos de ley o nuevas reglamentaciones son, a veces tan agudos y detallados que, a pesar de los juegos de lógica y absurdo, visibiliza otra forma, distante a nuestros tiempos quizás, del debate político. Esos rasgos y detalles de su escritura son un desafío para quienes las leemos hoy. No obstante, hay muchas razones para releer sus crónicas casi cien años después; por un lado, su estilo, la ironía y el sarcasmo, todavía sacan carcajadas entre quienes las leemos; por otro lado, son un interesante documento del siglo XX chileno sea desde el punto de vista de la historia política, la social y la cultural. Leer a Prieto hoy, permite entender, en parte, de dónde vienen algunas ideas que dominaron varias décadas del corto siglo XX y parte del siglo XXI. Con sus crónicas nos adentramos en una nueva cotidianidad urbana y civil que, a su vez, construyó otra imagen de la ciudad, marcando una distancia importante con la que forjó el imaginario finisecular.

Como mencioné sucintamente unas páginas atrás, las crónicas de Prieto hacen visible al Estado que, a inicios de la década de los veinte, se encuentra en franca expansión. Concordamos con Cecilia García-Huidobro cuando en su libro Tics de los chilenos. Vicios y virtudes nacionales según nuestros grandes cronistas (1998), indica que en las crónicas de Prieto destacan las oficinas, los empleados, las leyes, los partidos políticos, los senadores, el Estado, entre otros. Acompaña esta presencia del Estado, la importancia de la oficina en la vida cotidiana, como se mencionó al inicio de este prólogo, y también la figura del empleado público: “Todos, cual más cual menos, llevamos en el fondo del alma un empleado público”, dice el cronista. Empleados y empleadas –públicos o no–, junto con el proletariado, son los nuevos grupos sociales que inciden significativamente en las campañas políticas y programas gubernamentales. Si bien los sectores proletarios son bastante invisibles en las crónicas de Prieto, la naciente clase media, bajo de el rostro de empleados y empleadas, no. El convertirse en empleado se abría como unas de las mejores posibilidades para quienes deseaban ascender socialmente, “(…) me pienso meter a empleado público […]. Es la única manera de estar bien alojado y tener una renta razonable”. El ser empleado implicaba también pertencer a una institución, ser parte de una comunidad. Es posible también relacionar esta naciente clase media con una visibilización de lo que significa ser ciudadano. Prieto configura un mapa de deberes, más que de derechos, de un aparato burocrático que declara a “mayo [como] el mes de las contribuciones” y al individuo como contribuyente. Y junto a este se introduce también a la figura del “padre de familia”, que aparece de forma constante en sus crónicas y que, apremiado por deudas, encuentra en ese rol el argumento, o excusa perfecta, para inspirar clemencia , justificar acciones o conseguir favores y beneficios.

No menos importante, cuando identificamos la recurrencia de ciertos temas, como el desgobierno, los ensayos del Doctor Voronoff (Serge Voronoff, 1866-1951), científico francés que experimentó con el trasplante de tejido testicular de monos en hombres con el objetivo de mejorar sus funciones reproductivas, o la reiterada presencia de ciertas figuras como Alessandri, o la cita frecuente de otros medios de comunicación, se evidencia el carácter dialógico de las crónicas de Prieto. Sus crónicas siempre están respondiendo a los temas de actualidad; temas que también circulaban en otras secciones o registros del periódico donde publicaba sus crónicas. Cuando no hay nada que comentar, se lamenta, al igual que lo hacían los cronistas modernistas, porque de algo había que escribir y si ese evento escaseaba, los modernistas aprovechaban “sin querer queriendo” dejar que “la loca de la casa” se apropiara de la crónica. En el caso de Prieto, sin embargo, es diferente. La ausencia de eventos o acontecimientos se traduce en la falta de desaciertos de los gobiernos: “La vida está insoportable. Hace dos meses que el Gobierno no hace ningún disparate de consideración”. En consecuencia, la escritura de Prieto, se caracteriza por sus atributos dialógicos no solo con su potencial público lector y con los otros medios de prensa, sino también por la incorporación de numerosas figuras públicas, se genera un contrapunto entre la escritura del cronista imbuido en su contexto en oposición al trabajo ineficaz e inútil del burócrata, del Diputado que “pintaba monos”.

Las crónicas de Prieto cierran el siglo XIX con el fin de la crisis del parlamentarismo y dan paso al siglo XX. Este nuevo siglo trajo nuevos actores políticos y sociales, nuevos espacios para la cotidianidad urbana y una reconfiguración, aunque con grandes tropiezos y resistencias, de los roles y relaciones de género, entre otros cambios, por su puesto. Es así como, desde una perspectiva política, estas crónicas transitan de la crisis de gobernabilidad y la dictadura hasta la ascensión de los gobiernos radicales del Frente Popular que, si bien no contarían con la aprobación de Prieto, se traduce en el fin de una sensación de crisis que parecía permanente. Desde el ámbito social y cultural, estas crónicas revelan una experiencia urbana que dominó todo el siglo XX y que hoy, desde el siglo XXI, ha perdido vigencia. La ciudad que habitó Prieto está en desaparición sino ya extinta. Otra ciudad, otras formas de debatir, asociadas a prácticas de sociabilidad y a una cultura en torno a la prensa impresa, de la que hoy queda muy poco y que, como las oficinas, vemos desaparecer más rápido de lo que quisiéramos. Sus crónicas también hablan de otra forma de relacionarse con lo público, sea material o inmaterial. Nuevas relaciones laborales, la movilidad social y la omnipresencia del Estado fraguaron la emergencia y protagonismo de los habitantes de la ciudad en su faceta de empleados, ciudadanos, contribuyentes y padres de familia. En ese contexto de cambio, el cronista cargado de gestos dandis, con su pipa y en su oficina, escribió sobre todo aquello con lo que estaba en contra, sin importarle molestar o incomodar a quien lo leyese. Manifestó su desacuerdo e hizo visible de forma permanente todo aquello que le parecía absurdo y que estaba presente en decisiones políticas, debates públicos y prácticas cotidianas.