Ante un cálido norte - José Luis Rivas - E-Book

Ante un cálido norte E-Book

José Luis Rivas

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Beschreibung

Poeta de aire clásico entre sus contemporáneos, José Luis Rivas es dueño de una de las voces más significativas de la poesía mexicana reciente, referencia de punta en su generación y lazo de continuidad en la larga tradición de calidad en la escritura veracruzana, que ya sola alcanza la estatura de una literatura nacional. Ante un cálido norte compone el grueso de los trabajos poéticos -obras y traducciones- que Rivas emprendió en el tránsito entre nuestros dos siglos.

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José Luis Rivas (Tuxpan, 1950) ha consagrado por entero su obra a la escritura de poesía. Estudió filosofía y letras en la UNAM, fue becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes de 1989 a 1990 e ingresó al Sistema Nacional de Creadores en 1994. Ha obtenido los premios Carlos Pellicer (1982), Aguascalientes (1986), Xavier Villaurrutia (1990) y Ramón López Velarde (1996). Entre los autores que ha traducido se encuentran T. S. Eliot, Michel Tournier, J. M. G. Le Clézio, Georges Schéhadé, Saint-John Perse, Jules Supervielle, Joseph Brodsky, Les Murray y Derek Walcott. El FCE prepara asimismo su traducción de la obra poética de Aimé Césaire. Ante un cálido norte recopila la mayor parte de sus trabajos poéticos de los últimos doce años.

LETRAS MEXICANAS

Ante un cálido norte

JOSÉ LUIS RIVAS

Ante un cálido norte

 

Primera edición, 2006Primera edición electrónica, 2013

En la portada: Sin título, fotografía de Silvia González de León

Fotografía del autor: Ednodio Quintero

D. R. © 2006, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-1688-3

Hecho en México - Made in Mexico

SUMARIO

Luz de mar abierto (1992)

Estuario (1996)

Río (1998)

Por mor del mar (2002)

Libro de faros

LUZ DE MAR ABIERTO(1992)

Para Albertina, Juan y María

 

Crecí en la mar, y la pobreza me fue fastuosa; luego perdí la mar y entonces todos los lujos me parecieron grises, la miseria intolerable. Espero desde entonces. Espero los navíos que regresan, la casa de las aguas, el día claro.

ALBERT CAMUS

• A cielo abierto

A Toni y Carlos López Beltrán

Depuis un nombre incalculable de générations,

la mémoire me précede dans mong sang.

C’est elle, un soir, qui prit la forme du désir…

GIL JOUANARD

CANCIÓN

De cada hatajo se alzaba un morro masticando frescas hojas de alfalfa.

Un hombre amarró su montura al horcón del cercado. Cardos del monte cundían su capote. Y era de jipijapa su sombrero.

Tiras ternísimas de palmilla bendita, colgadas en el dintel, daban la bienvenida al viento.

“Oh Visitante que lías tu cigarrillo de hoja…”

Y se abre al punto el relato, esperado como en trance.

“Denle al entrar un pocillo humeante y un abrazo, que del incendio de la finca nada sabe todavía.”

“Trae un centenario en la faja. Relumbrante. Para la que habría sido su mujer, si él tan sólo se hubiera empeñado un poco.”

“Por su diente dorado hay que figurarse su gozo a cielo abierto.”

Afuera, encarnada encía, el horno resplandece. Muy cerca, yacen esparcidas ramas de lastimado ocote.

“Ah, aquella noche, lluvia de estrellamares, noche de arboledas recorridas en su frescor y en su murmullo.”

“Su despejada frente dice por demás.”

“Entra ya, anciano. Nunca, mientras yo viva, los goznes de esta casa apretarán los dientes para rechinar a tu paso.”

Y el quinqué, espabilado, parpadea en un rincón del corredor.

Afuera, hacia las hojas altas de un ojite, se alzan morros suplicantes…

PALMASOLA

A Octavio Paz

I

Viajo en un bote de canalete, vestido con pantalones de color caqui, guayabera y sombrero panamá.

Viajo por la mañana, muy temprano, cuando el taclobo del alba abre sus valvas gigantescas chirreando como una garrucha: ¡y las gaviotas se ceban en la mancha de manjúa de la ribera!

El viejo marinero de punta en blanco, que me aguarda en el muelle herrumbrado fumando un habano es un hombre prieto de ojos garzos. Hace mucho que desoye el llamado de la mar alta, de cuya tentación se preserva atendiendo con celo, río arriba, una finca de pomarrosas.

Y ante el collar de llantas que ciñe los pilotes del embarcadero, el bote vira apenas y huele como un huerto sólo poblado de palos de humo,

esos navíos a palo seco que emergen al final del invierno, luego de semanas de neblina y de norte, aparejados de flamantes hojas…

II

Espernancada en el umbral de su jacal al rayar el alba, una india ribereña hurga bajo la uña de su pie descalzo con una espina de limonero para desencovar de ella una sañuda nigua, evitando que se esparzan sus malsanos huevecillos.

En una cuadra del batey, la yegua acostumbrada a la plétora por su larga convivencia con el macho, embiste con ardimiento al caballerango que la ha desapareado, mientras a la sombra de un mante, la maleona ve a la otra fértil bestia y resopla recordando los espasmos de sus muy lejanas cruzas. Bufa, envolviéndose la cabeza con su propio vaho.

A orillas del estero, antes de la temporada de aguas, una cuadrilla de peones ensombrerados levantan mixta defensa del muelle, armada con gaviones, corazas y espigas de cabeza.

III

A la entrada del tendejón de otate, los bejucos del cahuayote cuelgan de la reja del zaguán, vislumbrando su sino de guindas o conservas en el altar de los muertos.

Y al grito de los gansos se embrolla el mitote de la chachalaca, porque entre los pollitos corretea atolondrado un dominico recién salido del cascarón. Fue incubado, en la misma nidada, por la más aspaventera guajolota, y da traspiés por todo el solar sin que consiga remedar el copioso piar de sus hermanos de crianza

ante el escándalo de la totola madre, que no entiende cómo aquel escuálido pajarillo puede despreciar el payantle que se zampan, sin un solo rezongo, sus otras crías…

LA INCESANTE LABRANZA, MAR ADENTRO COMENZADA, revienta al cabo su cachón rotundo contra la socavada costa brava, ganando nuevamente para el haber de las aguas

el tramo que la avanzada del manglar le había ido invadiendo con sigilosa internada en el estuario,

pues allí donde en otro tiempo la mar a sus anchas campeaba, la tierra explaya ahora su solar.

En medio de un canal, dos pescadores pulsan a sedal y caña el brío y la astucia de un espléndido jurel.

• Fragmentos de un paraíso

Le spectacle de la mer a été certains jours d’une monstruosite telle

qu’il a ébranlé tous les courages et tous les sang-froid.

JEAN GIONO

ROMPE LA MAREJADA

en el ancón: el trueno

asorda la resaca.

Para los Goldin

–¡HASTA MÁS VER!–

grita el viento de paso

al niño que lo acecha

hincado en lo más alto

del castillo de proa,

calando sus prismáticos.

LA MARESOTA

A Rafael Alberti

La alta mar es honda,

y de verde en verde

la echamos de ver

aunque esté de frente

Pues la mar es otra

desde que la vemos:

mar por fuera, playa;

mar adentro, piélago.

CONTRA LA AZUL PIZARRA

la luz en su bonanza

dibuja otro velero…

ESCARAMUJO

Caracolillo de mar,

¿cómo bordas bajo el agua

–la piedra del arrecife

y la quilla de mi barca?

Caracolillo de mar,

¿cómo bordas bajo el agua?

SUBE DE PUNTO EL AZUL DE ULTRAMAR:

vuelan desde la borda dos fulmares…

DETRÁS DEL MONTE,

ya en picada, rabea

el papalote…

¡SILENCIO! EL MAR NO MIENTE:

Da la cara al rompiente

y prosigue su cuento

con los labios del viento.

OLOLIUHQUI

Zarpa un velero desde el corredor de la casa de las aguas…

El hombre de bigote renegrido, ojos de ostión, tirantes a rayas y sombrero empenachado toca la pandereta. Y el oso pardo danza por el cuarteado callejón de piedra, que en su último tramo se precipita de bruces en el río…

Los niños bailan, tejiendo su alborozo. Primero encierran en su angosto corro al hombre y al oso; y sin soltarse nunca de la mano, dilatan luego cuanto pueden la multicolor corola de su abrazo.

De lo alto del árbol mondo bajan los hombres pájaros. Atados de los pies, con la cabeza emplumada, trazan al desovillarse círculos cada vez más holgados.

En el tope del mástil un indio golpea con una mano el tamborín, y con la otra sostiene, pegada a los labios, una flauta de carrizo.

Y sobre las aguas del río, ensangrentado con flores de flamboyán, cruza una recta aleta de marrajo…

ELOGE(SAINT-JOHN PERSE)

¡Oh basta! ¡Si siguen hablando

de recalar, prefiero decirles:

me arrojaré por la borda ante sus propios ojos.

La vela emite una palabra áspera y cae otra vez. ¿Qué hacer?

El perro se echa al agua y le da la vuelta al Arca.

¡Ceder! como la escota.

… Suelten la chalupa

o no lo hagan, o decidan, al menos,

que nos bañemos… Eso también me gusta

… Toda la intimidad del agua vuelve a soñar en silencio

en las comarcas de la vela.

¡Vamos! es una bella historia la que entonces se compone.

–¡Oh espondeo del silencio prolongado en sus largas!

… Y yo que les hablaba, no sé de nada tan fuerte ni tan desnudo

como, de un lado a otro del barco, con sus rizos como pestañas

y costeándonos, nuestro límite

la gran vela irritable color de cerebro.

… ¡Hechos, fiestas de la frente y fiestas de la nuca!…

¡Y esos clamores, y esos silencios! y esas albricias

en viaje y esos mensajes por mareas, ¡oh libaciones del día!…

y la presencia de la vela, gran alma que pena, la extraña vela,

allí, y cálidamente revelada, como la presencia

de una mejilla… ¡Oh

bocanadas ¡…Habito ciertamente la garganta de un dios.

• Pecios

HERPE

I

El viento y las porfiadas matas de barrón fueron alineando con el tiempo una caravana de enormes gibas de arena que contienden por la noche con la pleamar…

Como trago malaguas, anémonas y ortigas marinas, casi soy inmune a toda ponzoña.

Cangrejo guarecido en hueros caparazones, poco a poco me acomodo en mi nueva morada: el inerte casco de un erizo de mar

II

Chapoteo a solas en una marisma. Soy un mascarón de proa ganado por el escaramujo, un farero ciego: Nadie.

Allá, adonde apenas llega mi cansada vista, pasan en convoy silencioso los buques que prefieren abastarse en puertos resguardados, no en calas espectrales como ésta.

No soy el mismo hombre de antes. El tiempo me ha traído (¡como si lo que me faltara fuera algún achaque!) la terrible malacia: esta implacable gula que me obliga a devorar las reliquias que el mar barre a las costas: ámbar gris y amarillo, piedra múcar, corazas de pejediablos y restos de cascos naufragados…

Después de un temporal, un soplo limpio barre la playa, sólo tajado a veces por el vuelo de algún rabihorcado. Dejo entonces mi gruta para hincarme en el ancón desierto.

Soy un raquero demente que arma sobre la arena un rompecabezas. ¿El mapa de uno de sus corsos? ¿El estupro de una nínfula ahogada?

III

Siento que el reúma se lleva a pique mi trajinada osamenta. Sólo la espuma de la mar unta con su salada costra un poco de alivio a mis llagas.

Soy un hombre uncido a la mar, como un amante a la sombra de su placer fugado. Y la mar bate en mis sienes, insomne, incesante, como en un dique.

El cuerpo de los viejos es más sensible a ciertas cosas… ¿Pero a quién le importa el paso de las grullas antes de una borrasca? ¿O que, la víspera de un temblor de tierra, ciertas emanaciones ennegrezcan la platería, aun aquella que estaba guardada en las alacenas?

CORSARIO DE DOS BAJELES

Para Antonio Eyzaguirre

Heaven knows who will have the running of me up!

No pipe to those halyards. –But aren´t it all sham?

A blur’s in my eyes; it is dreaming that I am.

HERMAN MELVILLE

I

Es una sola herida abierta la mar después del corso, aún más que durante la marea roja:

hervor de tiburones descuartizando un rorcual embarrancado entre dos restingas,

rubro caldo nocturno hirviendo sin espuma, para la sed del cormorán y el rabijunco,

chirridos de gaviotas cebándose en los restos de redada que los pescadores devuelven a las aguas por tal de que no se empobrezca su chinchorro.

Es una herida roja la mar luego del corso, vista desde un peñón cortado a tajo, o desde la escondida caleta donde tiñosas y piqueros tejen sus nidos en medio de un mixto olor a toronjil y espliego…

“Cuando la mar se embravece en las alturas se cierne el ave de las tempestades…”

II

Cuando yo navegaba

me decían Don Garfio.

No sabía de leyes,

pues la primera de ellas

que olvidé es la de Dios.

Así que fui brutal

como nadie lo fue.

Arrumaba en mi buque

ensenadas enteras,

tal si de inmensos cofres

se tratara. Las naos

que incendié formarían

otra hilera de costas.

Lingotes a granel

atestaban el arca

toda que era la nave

de mi ciego delirio;

libras arrebatadas

y joyas y mujeres

fueron calor y yelo

a mis yacentes flancos.

Me arrojaron un día,

desnudo, al calabozo.

El arrepentimiento

no sube al labio mío

y ya baja la soga.

Mucho a la mar herida,

la Parca que me espera

sin duda se parece.

Antes he sido suyo

y no he de abandonarla.

¡Iza la cuerda, hermano!

MACABIT

A Enrique Molina

A veces, al borrarse las sombras de la noche, o la más cerrada brumazón, los marinos avistan algún cadáver flotando en las aguas de la mar alta

sobre el que cierne un remolino de hambrientas meaucas,

y, como en una danza prevenida,

todos los tripulantes, hasta el propio grumete, se asoman por encima de la borda para mirarlo…

A un golpe de vista, el vigía en su gavia sabe que la mar es una amante y un espejo. (La llaga, corroída, supura entonces silenciosamente y cada marinero se afirma en su entereza.)

Inclinado ante el libro que recoge las incidencias de la travesía, el oficial de máquinas escoge de la guardia algunos trozos que desea conservar,

y sin duda le concede un lugar aparte y un tratamiento acorde al formidable pez vela cuya fuga en la mar alta acaba a grandes, descompuestos saltos sobre la cubierta.

BILLY CON GRILLETES(HERMAN MELVILLE)

Piadoso el capellán que entra en Bahía Sola

y postrado de hinojos reza ahora

por gente como yo, Billy Budd. Pero ¡vean!:

cruza la porta un rayo de luna, roza el sable

del guarda, vira… ¡y cede su plata a este rincón!;

luz que el alba postrer de Billy extinguirá.

Harán de mí, mañana, un motón de penol,

una perla guindando del cabo de una verga

cual arete que diera a Mary la de Bristol.

No será suspendida mi condena, ¡ay!, yo sí.

¡Ay! ¡ay!, todo se iza: seré izado mañana

muy temprano, del puente a la punta del mástil.

Con la panza vacía; no, eso no va a pasarme:

me darán al partir un trozo de galleta.

Me arrimará un amigo la copa del estribo,

el rostro vuelto para no ver cabria ni amarra.

¡Sabe Dios quién tendrá por encarguito izarme!

Falta pipa a esa driza… ¿será todo una farsa?

Mi vista se emborrona, y entre sueños, soy yo.

¿Un hachazo a mi estacha, y esto se irá al garete?

Llama al grog el tambor… ¿Billy se enterará?

Donald ha prometido asistirme en cubierta;

estrecharé una mano amiga antes de hundirme.

(No, estaré muerto entonces, ahora que lo pienso.)

Me acuerdo del galés Taff cuando se fue a pique.

Y sus mejillas eran dos botones de rosa.

Me liarán con el coy antes de echarme al piélago.

Abajo, a muchas brazas, hondo será mi sueño.

Ya lo siento llegar. Guardián, ¿estás allí?

Quítame estos grilletes y dame el mejor rumbo.

Tengo sueño, y las algas del cieno ya me enredan.

EL RECUERDO DE DÍAS CERNIDOS POR LA MAR: los blandos velámenes, el cielo en su opulencia, el viento airado,

caen de pronto en chubasco sobre la extensión de mis sueños, y al punto los deshojan…

El hijo del paraíso es quien más padece.

• Aguamoza

IMÁGENES, IMÁGENES…

A Guillermo Sheridan y Fabienne Bradu

I

… de ribera en ribera buscando y levantando ciertas aves.

Aquel pelícano, color de arrecife, que vuela en paralelo con los cactus más altos y ralos de su semejanza,

estrena la caleta descendiendo de pronto en picada para luego elevarse, poco a poco, aproado a la maralta.

El sol estría la caracola del ancón; y un políptico de breves playas interiores, que se comunican entre sí por sinuosos pasadizos, se abre un momento antes de ser engullido en medio de un fragor salvaje.

II

Ahora que el jurel se restriega en el cieno para desovar, y en el surco que traza se adivina un antiguo acuerdo de delicia,

el légamo del fondo es pegajoso y sabe del deseo en las riberas de bullentes ríos,

y en los estuarios donde la luz silba ahondando celeste cintra.

Ahora que se empeñan estas palabras, y la raíz prieta de los mangles, blanqueada por el guano, se baña voluptuosamente en las aguas de pleamar,

ahora que se empeñan estas palabras, antaño dichas a la luz sobre las aguas de creciente, o al pie del arrecife, entre el estruendo y el roción de mar…

Estas palabras-dichas que vuelven al silencio, al silencio que cava y no acierta a pronunciarlas cuando en eco repiten sus cuerpos idos ya, una vez que plantaron altas palmeras reales, tiernas luminarias consagradas a una añosa espera antes de cubrirse de primicias.

Estas palabras lenes como bejucos secos en la rama, cavados sordamente por voraces hormigas.

III

… de ribera en ribera buscando y levantando ciertas aves.

Pardea. Una marola surte en la anconada nutridos hervideros por los canales que practicó su furor.

En la ribera, el chistar de la salamanquesa remeda el llamado del jinete que azuza a su perro cuando comienzan a orillarlo las tentadoras sombras del camino…

IV

Siempre hubo sombrías natas sobre el légamo, una espuma parda sobre restingas y pozos abisales,

un aterciopelado manto sobre la piel de las márgenes, un como vello sedoso en el casco de los buques en viaje,

una hierba ligerísima que la mar cría en el paramento y los pilotes que flanquean los muelles,

una capa de limo en los glaucos nacimientos del agua moza,

una espuma azulverde en el cieno explayando las pardas potreradas donde pacen despaciosas lapas; o parasitando más oscuras plantas…

Siempre hubo extrañas algas de color violeta en la arena, junto a la huella de tu pie, oh Caminante, uncido a la mar como a una obsesión sagrada.

BRAZOS DE MAR

Todo enmudece. Tal vez sólo aprestándose a rayar… La mar sin una arruga semeja un cuévano del que colgaran mondas lucientes de piel de niño…

Delante de los bohíos hay una hilera de atarrayas que escurren todavía cuando un anciano sin dientes, ayudado de un tallo hueco de papayo, se pone a beber en su hamaca el agua de un coco.

Sólo destellos en viaje por la arena… Mueve el viento la mar rizando menudas olas mientras el vuelo abismado de un águila marina apunta el latir imperceptible del alba.

Todo enmudece. Tal vez sólo aprestándose a nombrar… La mar es lisa otra vez, como guijas centelleando al pie de una escarpa en las treguas del rompiente.

Preeminencia del milagro para sí mismo, porque a nosotros sólo nos es dable vivirlo como emanación de algo que a cielo abierto nos rehuye.

Tal vez la dicha de vivir llega siempre con eso que sabemos a hurto de nuestro anhelo.

¿Cómo prestar al sueño

alas

que no sean las tuyas,

mar

de mis brazos abiertos en el aire?

DEL DIARIO DEL VIEJO CAPITÁN

A Gerardo Deniz

I

Por cien florines

ajustamos el flete de la nave,

aunque bien no sabíamos

a qué destinarían en esa inmunda rada

nuestra preciosa carga de ova roja.

Pero con el dinero allí cobrado,

nos fue fácil viajar

de nuevo al cabo de Buena Esperanza

en busca de agapanto.

Así nos despedimos de escarpas verdinosas,

de un matadero de ganado rucio al pie de un río

–que en la tarde atraía marrajos al ancón,

donde eran invariables presas del arroaz–

y de meaucas chirreando sobre pringoso estero,

laguna adentro.

II

He aportado, lo sé, en casi todas las abras.

Entre nidos de mergos,

aun el más inasible risco fue mi proíz.

Nada me inquietó

tanto en mi andanza por los siete mares

como esos pescadores que transportan

a brazo, en angarillas, su botín

arrancado a la mar

como si se tratara de un enfermo.

COMO FLAMANTE NAVE

que merced a los buenos

auspicios de la vista

ahonda el horizonte

cuando la mar semeja

rampa bajo un bajel

al cielo destinado

y su henchido velamen

es domo de avidez

así mi amada Circe

para la obra viva

de mi astillero en llamas

al mediodía.

MAREA ROJA

A la memoria de Ramón López Velarde

I

La luna al norte de Aldebarán alumbra en el estuario

el canal de marea donde con ova y ajomates cierto pez teje su nido,

o lo fabrica al pie del muelle entresacando con su trompa finas fibras escuálidas de cáñamo

de la punta de una cuerda largo tiempo colgada dentro del agua.

A flote entre el carmenado vello de un brazo de mar, la noche al viento

entrecruza tenues crenchas de malaguas y dentada peineta de carey.

Pero en el encrespado ijar de la maralta un guiño glauco te señala.

Y apenas te entreveo, María, el roción siempre reacio a descaminarse de tus aguas, golpea mi mejilla.

Hay una letanía que roza las sucesivas crestas de la ola en su repliegue,

como vuelo de correimos presuroso siguiendo el norte del temporal.

En andarríos, el huidizo zarapito, el airón que sienta sus reales en la creciente, alzan a coro su responso:

Dios te salve, Marea,

Llena eres como la Luna,

Hija del mar y de la noche…

II

Una inquietud toda la noche,

una inquietud de lampos de luciérnaga cautiva en hoyosa calabaza a la entrada de un bohío de caleta,

una inquietud de amante noche adentro soñando en un lecho de grama a la intemperie,

una inquietud en vela a todo cielo la noche abierta, un trance de velámenes la noche entera en Puertoviejo hacia una muelle madrugada,

una inquietud que empurpura a su paso la arena de violadas sirtes,

trompa de tritón pregonando a todos los vientos el arribo de la plenamar con el claro de la luna: ¡sagrado menstruo sobre el ardor terreno!

Una inquietud latiente en la conca de núbiles manos, cual mar interno de buccino en su exilio tierra adentro,

una hilera de lampos alhajando el recorte de las almenas en el cerro de la atalaya,

o cintilando al filo de los diques junto a la barahúnda de las aguas,

o señalando el curvo despliegue de los arsenales donde se nubla la farola visitada por fúnebres alas…

¡una inquietud de esparrancada costa al olor de la estruación!

• La casa de las aguas

A Jaime Moreno Villarreal y Carmen Leñero

Aquel que nunca ha amado habrá de amar en la luz.

GIORGOS SEFERIS

And when the wind from place to place

Doth the unmooredcloud-galleons chase,

Your garden gloom and gleam again,

With leaping sun, with glancing rain.

R. L. STEVENSON

I

En el ojo del huracán

Tiraron la casa de la abuela porque la bonanza vino al cabo. Fue sin duda una concesión poder fincar con materiales más sólidos que la madera. Así favorecieron a tu padre, primer síndico del municipio.

Ahora el pescador ensaya nuevos cebos con los avisados sargos, esos peces de plata en forma de media luna, listados de obsidiana.