Antes que los labios - Miguel Espejo - E-Book

Antes que los labios E-Book

Miguel Espejo

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Beschreibung

Un hombre viejo camina en Siracusa. Entre fatigado y exultante sube las gradas del teatro que albergó a Esquilo y presenció la fundación de la tragedia impregnándose apenas de ese ardiente azul del cielo y del mar. Absurdamente piensa, piensa en la filosofía, en su tentación funesta, aunque en parte risueño. Revive las conocidas peripecias de Platón cuando disfrazado tuvo que huir de la furia del tirano después de haberle ofrecido sus consejos y servicios para el buen gobierno de la ciudad que lo había acogido como a un ateniense en tránsito al borde de la Magna Grecia. Rememora de este lugar su historia y sus esquivas formas. Piensa en el día de 1934 en que el mayor filósofo, cabizbajo, regresó a su cátedra, tras renunciar al rectorado para escuchar atónito la interpelación de la boca de un colega: "¿Volviendo de Siracusa, profesor Heidegger?". El poder ejerce su influjo de mareas, el sello de la luna mientras el sofista expulsa de su mundo a los poetas custodios de palabras que no valen ni un denario para consagrar el destierro nel mezzo del cammin di nostra vita y delinear las celdas de los prisioneros de la gran caverna. ¿Este ser que ahora escucha a través de la oreja de Dionisio el susurro del horror, el eterno retorno de lo mismo será idéntico al que en su juventud aprendía en el Timeo la curiosa nostalgia por convertirse en amuleto, en la máscara de oro en el esclavo de cualquier arbitrariedad reinante? En medio de extravíos no alcanza a distinguir el Valle de los Templos al balbuciente Empédocles antes de arrojarse al Etna. Mira las columnas de Hércules por la ventana del través y desconcertado no sabe qué hace tan lejos de Samarra donde alguien a escondidas ya le dio una cita.

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Seitenzahl: 91

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Miguel Espejo

Antes que los labios

ColecciónEl Auradirigida por Eduardo Álvarez Tuñón y Mario Sampaolesi

Espejo, Miguel

Antes que los labios / Miguel Espejo. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2016.

Libro digital, EPUB - (El aura / Sampaolesi, Mario; Alvarez Tuñón, Eduardo)

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-599-474-4

1. Poesía Argentina. I. Título.

CDD A861

©Libros del Zorzal, 2016

Buenos Aires, Argentina

Printed in Argentina

Hecho el depósito que previene la Ley 11.723

Para sugerencias o comentarios acerca del contenido de este libro, escríbanos a: <[email protected]>

Asimismo, puede consultar nuestra página web:

<www.delzorzal.com>

Índice

i Plegarias nonatas | 6

Mucho antes que Atocha tocara los labios para musitar una plegaria | 7

La flor de las maravillas | 12

Ch’utillos en Potosí | 14

Siempre hubo amores | 16

Quevedo esplendor y ruina | 19

Teoría de la relatividad | 22

Formas de la vida religiosa | 24

Estructuras de parentesco | 26

La representación del mundo | 31

La escuela de las mujeres | 37

Juana Azurduy en el alto | 40

A los noventa | 43

Algunas muertes | 46

El eterno retorno | 51

Memorial de Tepotzotlán | 54

Inventario de un año breve | 58

iiCapitis diminutio | 61

El tambor de los excesos | 62

Música en el Teatro Colón | 65

A ver quién se atreve | 68

Sobre la imposibilidad de escribir | 70

ADN | 72

El fin de la queja | 75

Cézanne en la muerte de su madre | 77

De la naturaleza del amor | 80

La mejor manera | 82

A puertas cerradas | 86

Yom Kippur | 90

Paul Valery | 92

¿No va más? | 93

En camino | 95

Mi fracaso en la lucha por el poder | 97

Mi loca geografía | 99

Capitis diminutio | 101

Del sentimiento trágico | 104

Elegía por un centenario | 106

Desde África | 108

¿Qué será de su vida? | 111

Hybris | 114

En Siracusa | 116

i Plegarias nonatas

Yo no soy yo.Soy esteque va a mi lado sin yo verlo, que, a veces, voy a ver,y que, a veces olvido.

J. R. J.

Mucho antes que Atocha tocara los labios para musitar una plegaria

1

mucho antes que Atocha tocara los labios para musitar una plegaria

mucho antes

de la feroz determinación del caminante

marcando pasos en rumbo incierto

dedos transformados en cirios

me encontraba entre Lisboa y Salamanca

todavía lejos de lumbres

desgarradoras

junto a emigrantes portugueses

fervorosos en tránsito

junto a aquellos otros del pasado

rumbo a Santiago

ignotos y esperanzados

haciendo su peregrinación

al alma propia

a diversas ciudades

masticando el chirrido de sus nombres

München, Frankfurt, Hamburgo

o la beneplácita Berlín

(que no esperaba aún la caída de su muro

pero sí sus llamas en tiempos remotos)

gente de sabor a tierra

compartiendo conmigo el ronroneo del tren

una noche estrellada

y la resignación con que a veces el hombre

urde sus viajes

y acepta su destino entre los rieles

“Un rey y un poeta aceptan su destino. Un político lo busca” dijo

Borges

un día más lejano todavía

con la mirada vaga de sus ojos ciegos

y el resplandor oracular de sus palabras.

Nada estaba dicho

sin embargo entre esas sendas

áureas

férreas

volátiles en su desandar

caminodecaminos

poseedoras de un fin

que no está en ninguna parte

y que no termino de adivinar

yo pensaba larga y perdidamente en la maravilla del transiberiano

en Moscú

en sus cuatro estaciones

en sus campanarios bizantinos

en aquel adolescente que huyera de sus padres por la ventana

y me parecía imposible que este yo sin yo

también viajara por esas vías

que terminan en Vladivostov o en la lejana Pekín

(o Beijin, según el gusto)

pensaba en los trenes que nos llevan y nos devuelven

a los sitios que ya nunca más serán los mismos

semejantes al nacimiento

al transcurso de la vida

a la muerte interminable

como esos barcos fantasmales

desdibujados en el horizonte

dejando tras de sí estelas siempre delebles

2

mucho antes que Atocha se transformara en llaga

y tocara los rostros humeantes

tratando de descifrar el balbuceo del idiota

me encontraba yendo y huyendo de Barcelona

para continuar a Lyon

y hablar sobre el exilio a gente afín

que desventuras aparte

había gozado los beneficios de otros feudos

de otros lares

gente

vibrátil

trémula

eréctil

que había sentido a su pobre patria con nostalgia

aunque sobre todo con la distancia

que confiere la duda

pórticos puertos peligros desfiladeros y estaciones

una distancia que literalmente no tiene precio

por estos rieles pensaba yo

han circulado emigrantes y exiliados

viajeros de todo calibre

construyendo su pedacito ibérico

en Nueva York México o Buenos Aires

aunque rumiaba también

sobre el misterio del movimiento y la quietud

y que no es necesario partir

para encontrar la desolación y el esplendor del destierro

entre Lisboa y Salamanca

entre emigrantes portugueses

que soñaban con riquezas germanas

al igual que antaño los hunos codiciaron Roma

conocí un italiano que añoraba el fascismo

y que intentaba convencerme de la fealdad esencial de Buenos Aires

hay algo allá

argüí para contradecirlo

que no tiene ninguna gran ciudad

pensó un momento y respondió alborozado

con su sonrisa de fascista

realmente emocionado por su descubrimiento

el cielo

exclamó

sabiéndose vencedor de esa humilde adivinanza

un hombre acostumbrado a viajar en diversos trenes

llevando como bagaje su añoranza por el Duce

de cualquier forma

al llegar a Salamanca

adonde iba de prestado

huí de él como de la peste

había compartido conmigo

sí conmigo

algunas pocas palabras

el ronroneo del tren

el viaje a ninguna parte

pues hasta una bella ciudad

puede convertirse en el lugar de un no lugar

había compartido conmigo

una circunstancia

y después de veinte años

seguía estando allí

en mi memoria

su gesto cansado y hasta idílico:

“Ud. no comprende, me decía, no hay en el mundo nada mejor

que el fascismo.”

gente así (gris y anodina en su semblanza)

es la que celebra los muertos de Atocha

pasajeros desconocidos que brindan por Guernica

y festejan los cadáveres de las Torres Gemelas

los cadáveres de Londres y de Buenos Aires

y el triunfo de la muerte que describe

desde el Prado

desde Bagdad

el Viejo Brueghel

La flor de las maravillas

a Ana Pelegrín. Inmemoriam.

escojo al azar, al azar escojo

una página cualquiera, monjita a la fuerza, dicen por ahí

y me topo con una tarde de verano o de invierno

en que me sacaron a paseo, en andrajos y a la rastra

y al dar vuelta a la esquina de un murallón alucinante

había un convento abierto, donde me metí

a la boca del sediento

va a parar la fuente

y para el ávido juglar

el retablo erige su función

hasta que el ataúd estalla

entre palos de ciegos caminantes

¿cómo saberlo? ¿cómo imaginarlo siquiera?

de bruces caíste en paternales trampas de colegios y monasterios

cursabas, junto a mi hermana, los estudios de la adolescencia

entre monjas con olor a monjes

entre curas con olor a monjas

e imborrables actos de presencia

no había investigación de retahílas por ese entonces

ni de romances, ni el Menéndez Pidal estaba a la vista

y menos todavía Acción Educativa

pero ya existía el simple amor a las palabras en su rojo carmesí

el juego de decires en las veleidades de los dioses

y la cesación del lenguaje en el juego enamorado

retruécanos, cervantinas, licencias y recreos

vendrían al compás del desconcierto de tu vientre

hijo próximo y lejano como toda maravilla

carne y entraña, carne de la carne extraña,

mientras el viejo Bruegel se esmeraba

en sus rondas de niños y en sus triunfos de muerte

con modestia empecinada me hiciste comprender

que también detrás del fin están los juegos

los duendes perdidos de tu tierra natal (donde esto escribo)

los derviches y las gratuitas caravanas de los narradores de cuentos

o el repelón, los caballicos de la corte o cualquier maniobra

donde caemos al suelo del derecho y del revés

así caí por tu casa de Frigiliana, a tientas y en préstamo

para contemplar desde allí un mar de seda envolviendo a Nerja

sintiendo bajo los pies el temblor de fósiles fenicios, sin entender

por qué tus ojos ancestrales entreveían a Humahuaca en ese

pueblo blanco

garabatos de cierta chispa de inmensidad en bares y callejuelas

sintiendo, al igual que tú, la fuerza viva del desplazamiento

ahora escojo al azar alguna palabra de tu dedicatoria

la encrucijada de los caminos, la crisis de la cápsula de Glisson

los polvorientos senderos del viento y de ninguna parte

el hueso de alguna tímida poesía, sibilante

que atravesando rondas, romanceros y murmullos

horadó el esquivo silencio de tu propio cuerpo

Ch’utillos en Potosí

Una mula duraba nueve meses, se nos dijo, o algo así, en la Casa

de la Moneda.

Un hombre un poco menos.

Había una especie de brindis en esa atroz revelación.

Demos vuelta el asunto, porque es evidente

en el sano lenguaje de la poesía

y de lo que va más allá de ella

que las mulas siempre tienen razón.

en lo que al hombre concierne.

Él las hizo.

De atrás y adelante. O del costado.

Según se mire

la cosmogonía española es

para qué negarlo

diferente

a la de los dioses andinos.

Yo simplemente tiritaba de frío

sin emitir opinión

a esas alturas donde uno no tiene ganas de pensar en Neruda,

ni en Macchu-Pichu (la intertextualidad no es sino una broma:

nadie escribe sin un padre encima)

ni en el pobre Vallejo, ni en todas sus consideraciones

sobre dormir en las cuerdas de París.

Hasta dormir se puede

en tugurios de sonámbulo

pero no en el frío

disperso a medianoche

por las circunstancias

de un ambiente festivo.

Ahí vi danzar en mangas de camisa

a muchachos embriagados

por su lujuria

y por su inocencia

de celebración insensata.

Yo miraba asombrado la fuerza pura de sus cortas vidas

porque aún ahora nadie vive mucho por allí.

Miraba

mientras aquel

hociqueaba su esplendor

indiferente al frío

sin resguardo de ángeles cuzqueños

-o al menos así lo creía yo.

Insensato siempre

incluso en los Andes

admirando la energía de los demás

intentando a cada paso

poder vislumbrar

la danza sin fin

la gracia plena de esa fiesta

consagrada a ignorar

a sabiendas

la plenitud de la muerte.

Lección que no había pensado

aprender en Potosí.

Siempre hubo amores

Cuando comenzó a corroerme la poesía

camino inmodificable hacia mi propia estupidez

introducción permanente

a no sé qué hallazgos indeterminados

quise hablar sobre el amor

pero no pude.

Siempre hubo amores

aún en la tensión desgarradora que experimenté a los cinco años

entre mi madre y una criada que era una especie de niñera o de

media hermana mayor

balbuceando su orfandad por no saber qué lugar ocupaba en el

mundo

especialmente ese día en que, desobediente, fue arrastrada de los

cabellos

por mi madre

de pronto

transformada en Gorgona

echando chispas mientras emulaba a las Furias

apagada ahora y a punto de tocar la tierra

con sus dedos quietos.

Tal vez aprendí

de ella

de la criada

que nunca hay para uno

un lugar en el mundo.

Siempre hubo amores

no maestras inalcanzables

no sublimaciones

una vecinita concreta que me ofrendó su tajo

como una herida por la que se pudiera espiar la advenediza vida

o alumnas palpitantes de segundo grado