Antonio Ordóñez, torero - Marino Gómez-Santos - E-Book

Antonio Ordóñez, torero E-Book

Marino Gómez-Santos

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Beschreibung

Antonio Ordóñez, torero es un libro sobre la vida y la personalidad del gran maestro rondeño, escrito por el periodista y escritor Marino Gómez-Santos contando con el testimonio y colaboración del propio Ordóñez y de quienes compartieron con él los primeros años de su carrera profesional. Redactor por entonces del diario Pueblo, donde llevaba a cabo la exitosa serie «Pequeña historia de grandes personajes», Gómez-Santos fue publicando entre el 6 y el 11 de julio de 1959 un reportaje de seis entregas bajo el epígrafe «Antonio Ordóñez cuenta su vida», realizado a través de diversas conversaciones con el afamado diestro en plena temporada taurina, ya en la habitación de hotel en las horas previas a una corrida de toros, en el coche durante sus desplazamientos o en la intimidad de su hogar. En muchas ocasiones, con la presencia añadida de Ernest Hemingway, amigo personal de Ordóñez y que aquel verano daría comienzo a la redacción de El verano sangriento. Años después, tras la primera retirada del diestro en 1962, Marino Gómez-Santos concebiría la idea de elaborar un libro que recogiese la inmediatez de aquellos testimonios junto a la mirada retrospectiva, la biografía del torero en su conjunto y una reflexión de fondo acerca del mundo de los toros. Una obra, por tanto, de gran interés y que, inédita hasta hoy, se publica ahora íntegra junto con los artículos originales aparecidos en Pueblo.

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Marino Gómez-Santos

Antonio

Ordóñez,

torero

Edición y notas de José Miguel González Soriano

Introducción de Carlos Abella Martín

© Herederos de Marino Gómez-Santos

©Edición: José Miguel González Soriano

©Introducción: Carlos Abella Martín

© 2023. Editorial Renacimiento

www.editorialrenacimiento.com

polígono nave expo, 17 • 41907 valencina de la concepción (sevilla)

tel.: (+34) 955998232 •[email protected]

Documentación gráfica: Manuel Durán Blázquez, Archivo Arjona, Archivo Marino Gómez-Santos (con fotografías de Cano, Cuevas, Chapresto, Arjona, Santos Yubero y Vidal), Archivo Martín y Archivo Grupo Renacimiento

Imagen de cubierta: Ernest Hemingway y Antonio Ordóñez por Loomis Dean, 1960

Diseño y maquetación: Equipo Renacimiento

Frontis: Marino Gómez-Santos entrevistando a Antonio Ordóñez

isbn ebook: 978-84-19791-64-1

INTRODUCCIÓN

por Carlos Abella Martín

Alo largo de mi vida he conocido a muchos escritores, tanto por la relación de mi padre Rafael Abella con el mundo editorial como por mi propia andadura y en verdad quiero subrayar que el conocimiento de Marino Gómez-Santos ha sido uno de los que más me ha enriquecido, por su cercanía humana, su capacidad de transmitir su curiosidad por tantas facetas del saber así como su admiración por personalidades tan relevantes y ejempla­res. Conversar con él era aprender, compartir un plato en una de las muchas tabernas de mantel a cuadros azules o rojos era, gracias a su relato, una manera edificante de transportarte al laboratorio de Severo Ochoa o de Francisco Grande Covián, al estudio de Sebastián Miranda, a una de las mesas del Café Gijón con César González-Ruano, al despacho de Sabino Fernández Campo o del presidente Leopoldo Calvo-Sotelo y a la tertulia donde Domingo Ortega evocaba sus triunfos en los ruedos de la mano de Domingo Dominguín. Se aprendía tanto de esos personajes como de él, porque la narración de sus conversaciones con el doctor Gregorio Marañón en el Cigarral de Toledo o con Camilo José Cela en su casa de la calle Ríos Rosas, te trasladaban inmediatamente a una España que aportaba al clima cultural distinción, curiosidad, sabiduría, afán de mejora y de búsqueda de la excelencia literaria, y ello era así porque Marino, dada su categoría humana, supo acercarse a ellos ­llevado de la admiración, con la sencillez del que sabe escuchar, compartir secretos, guardar silencios, sugerir con discreción, y por ello ha sido amigo de todos ellos, condición y categoría muy difícil de obtener cuando se trata de relevantes escritores, de sabios, de personalidades de la cultura, el espectáculo, los toros, o el mundo social.

En los últimos quince años de su vida, Marino Gómez-Santos me distinguió con su afecto, compartiendo las brillantes ­vivencias de sus grandes momentos literarios y también la tristeza de la ingratitud editorial, el progresivo olvido de quienes encuentran más relevante que una presentadora de televisión sea biógrafa de una eminencia o un bufón televisivo de una princesa consorte, y eso le dolía, sobre todo a él que había dado a conocer en España la vida en el exilio de la Reina Victoria Eugenia y de un sabio como ­Severo Ochoa, la exuberancia de doña Concha Piquer y la sensibilidad de una joven escritora como Natalia Figueroa.

Solíamos hablar mucho por teléfono para compartir esas vicisitudes y creo que él encontraba en mí esa compartida admiración por episodios y personajes, y también en almuerzos, «mano a mano» o en compañía de nuestro común amigo Antonio Álvarez Barrios, en lugares sencillos donde, en la sobremesa, evocar el turbio pasado de Ruano, la ironía toledana de Domingo Ortega, la pasión del Dr. Castroviejo, o desmontar las fantasías sexuales de Sarita Montiel.

Él siguió también mis aventuras literarias y de ese trato entre un maestro y un alumno, surgió una relación de amistad que se truncó con su muerte, en uno de los primeros días del mes de diciembre de 2020. De ese afecto surgió el que siento por su hijo Marino, con el que colaboro gustoso en que se conozca su legado y su extensa y rica producción literaria, se respete su memoria, y que en Madrid haya un reconocimiento institucional en su lugar de residencia y que hoy vea la luz este libro, en el que una vez más Marino Gómez-Santos se acerca al fascinante mundo de los toros, en el que ya en su día dejó su huella literaria en libros tan interesantes como El Cordobés y su gente (Madrid, Escelicer, 1965), El Viti y su carácter (Madrid, Escelicer, 1965) y Mi ruedo ibérico (Madrid, Espasa-Calpe, 1991).

En esta ocasión, Marino nos aproxima la figura de un torero legendario y de dinastía como Antonio Ordóñez, con el que compartió muchos de los más apasionantes momentos de aquel verano sangriento –en palabras de Ernest Hemingway– en el que el gran torero de Ronda se enfrentó a la poderosa personalidad de su cuñado Luis Miguel Dominguín. De su cercanía en esos días hay testimonio gráfico en este libro, y en él se aprecia la sinceridad con la que Ordóñez aborda episodios de su vida profesional y nos descubre la difícil vida de un torero, expuesto cada tarde de corrida al miedo y la incertidumbre.

Por algunas razones, que no conocemos, el autor dejó ­aparcado este libro en su inicial redacción en 1959 y en su conclusión y reescritura en 1963, y ha sido su hijo quien lo encontró en el maravilloso orden de su despacho, y con mucho placer he colaborado en que la bibliografía, extensa y variada sobre Antonio Ordóñez, se vea enriquecida por este libro que aúna narración histórica con testimonio íntimo y personal de uno de los diestros más atractivos de la historia del toreo, del que ofrezco a continuación una introducción a su legendaria figura.

Antonio Ordóñez:

la sublimación estilística

Antonio ordóñez es una de las más importantes figuras del toreo y desde luego de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, por su plenitud artística, la rotundidad de su personalidad taurina y su capacidad de aunar arte y valor.

Antonio Ordóñez Araujo era el tercero de los hijos toreros de Cayetano Ordóñez y Aguilera, Niño de la Palma. Nacido en Ronda el 16 de fe­brero de 1932, pronto se decide a seguir los pasos taurinos de su padre y de sus dos hermanos mayores, Cayetano y Juan, y los aficionados empiezan a oír maravillas de este nuevo hijo del Niño de la Palma. Y es que, en efecto, desde sus primeros festejos sin caballos en 1948, la gente del toro se fija en su apostura y en su pura concepción del toreo. Debuta sin caballos en la riojana plaza de Haro, el domingo 4 de julio de 1948, anunciándose como Niño de la Palma IV, pues ya era matador de toros su hermano mayor Cayetano, que sí usó el apodo familiar, y novillero su hermano Juan, que pronto estaría a sus órdenes como subalterno de confianza. Los dos peque­ños, Alfonso y Pepe, se sumarán años después.

Antonio se presentó en Madrid el jueves 6 de octubre de 1949, alternando con el diestro cordobés Calerito y con Jerónimo Pimentel, sin que ocurriera nada extraordinario. Una semana más tarde, el 12 de octubre, lo hizo en La Maestranza, alternando con Frasquito y Juan Posada. En este primer año de novillero toreó sesenta y cinco novilladas. El 12 y el 19 de marzo de 1950 volvió a torear en Las Ventas y en su segunda actuación consiguió cortar una oreja al quinto de la tarde, de la ganadería de Carlos Núñez. Pero este éxito quedó eclipsado por la sensacional tarde de Manolo Vázquez el siguiente 4 de junio, en la que el hermano menor de Pepe Luis entusiasmará a los madrileños, lo que motivó que la empresa les repitiera juntos una semana y también en esta ocasión fue Manolo Vázquez quien volvió a estar muy bien, hasta el extremo de cortar las dos orejas a cada novillo. Frente a esta apoteosis, Antonio Ordóñez acreditó su arte y su valor, y en esta segunda temporada de novillero actúa en cuarenta y nueve novilladas y aunque se le reconocen sus grandes valores ha faltado un éxito grande en Madrid o en Sevilla para tomar la alternativa con un poco más de fuerza. Al término de la misma, Marcial Lalanda que había llevado la carrera de novillero de Antonio Ordóñez y de Manolo Vázquez, opta por dedicarse en exclusiva al sevillano, creyendo ver en él, sin duda, mayores posibilidades.

Pero el 20 de mayo de 1951 los aficionados de Madrid se estremecen con el «faenón» de Ordóñez a un novillo encastado de Santa Coloma, y el corte de tres orejas rubrica la primera página importante de las muchas que el de Ronda escribirá en esta plaza. Al día siguiente volvió a torear, resultando herido con un puntazo corrido en el muslo derecho. Habiendo toreado trece novilladas desde principio de temporada y considerando que su triunfo en el mes de mayo era el empujón final para tomar la alternativa, acepta el ofrecimiento de la empresa madrileña de que esta se produzca en Las Ventas el 28 de junio de 1951, con motivo de la corrida a beneficio del Montepío de la Policía. El toro de la ceremonia se llamaba Bravío y pertenecía a la ganadería salmantina de Galache. Fue su padrino Julio Aparicio y el testigo Litri. Ordóñez vistió un ­precioso terno celeste y oro y aunque tuvo detalles de su clase, el éxito de la corrida fue para Litri. Y la verdad es quecomo la tarde no le fue propicia, el panorama no se presentaba muy feliz; por ello, su hermano Juan de la Palma fue a ver a D. Domingo Dominguín para pedirle que ayudara a su hermano, en cuyas posibilidades creía firmemente.

Ordóñez, un miembro más de la familia Dominguín

Yasífue como Ordóñez entró en el círculo de la familia Dominguín. Dominguín padre lo apadrina buscando el amparo de su hijo Luis Miguel que manda en el toreo, hasta el punto de que desde su alternativa a final de temporada le firma cuarenta corridas de toros, veinte de las cuales encuadrado en los carteles de su hijo Luis Miguel y alternando con el otro torero de la «casa», el gran Rafael Ortega. Entre esos festejos destaca su retorno a la plaza de Sevilla el día de San Miguel para ratificar su éxito de novillero –por fin obtenido el 23 de abril del año anterior ante un novillo de Guardiola Soto– acompañado de dos buenos toreros mexicanos, Luis Procuna –que sufrió una cornada grave– y Juan Silveti.

La Casa Dominguín cuida su carrera, y en 1952 suma setenta y cuatro corridas de toros, obteniendo un gran éxito en una de las tres tardes en las que toreó en la feria de Sevilla, el 24 de abril, pues corta dos orejas, alternando con Manolo González y José María Martorell. El día de San Isidro corta también dos orejas en Madrid, la tarde de la confirmación del mexicano Manuel Capetillo, y resulta herido en la corrida de la Beneficencia, con una cornada de diez centímetros en el muslo derecho, de pronóstico grave; cornada que inicia un largo tributo de sangre que se repetirá casi con puntualidad anual. Culmina su primera temporada completa de matador de toros, interviniendo en Sevilla en la clásica corrida de la Cruz Roja y obteniendo un gran éxito, con corte de dos orejas y compartiendo una tarde memorable con Luis Miguel Dominguín, que cortó tres, y Rafael Ortega, que obtuvo su primer rabo en La Maestranza. En esta temporada fueron cuarenta y dos las tardes que alternó con Luis Miguel, entre España, Francia, Portugal y América, lo que acredita la buena gestión que de su carrera está realizando la Casa Dominguín.

El 30 de noviembre de 1952 confirmó su alternativa en la plaza México, de manos del gran Silverio Pérez, en presencia de José María Martorell. Los toros fueron de Torrecilla y el de confirmación se llamó Cantinero, pero fue al sexto –de nombre Aceitunero– al que Ordóñez hizo una buena faena y le cortó la oreja. Repitió el 7 de diciembre, junto a Jesús Córdoba, que fue herido de gravedad, y Juan Silveti, y dio una vuelta al ruedo en el tercero. Y ya en 1953 intervino en la corrida del 18 de enero, de nuevo junto a Juan Silveti y el bravo Rafael Llorente, que confirmaba su alternativa, pero sin obtener el triunfo que todos y sobre todo él mismo esperaban.

En 1953 sufrió dos graves cornadas: la primera en la Feria de Sevilla, en su primera tarde de la temporada, resultando con una herida en la región glútea izquierda; la segunda en Valladolid, el 21 de septiembre, en el muslo derecho. Los percances ya citados motivaron que el número de corridas toreadas disminuyera a cuarenta y siete, no habiendo toreado en Madrid, pese a estar anunciado; y sí haciéndolo en esas fechas de mayo en Córdoba y Nimes. En 1954 no toreó en la feria de Sevilla y tampoco toreó en Madrid, concluyendo la temporada con cuarenta y nueve corridas. En 1955 solo intervino en cuatro corridas de toros, la primera en Castellón el 13 de marzo, donde por cierto un toro de Miura le hirió muy gravemente en el muslo derecho, reapareciendo, pese a ello, un mes después en la feria de Sevilla, donde actuó los días 18 –cortó una oreja–, 20 –corrida de Miura– y 21, con César Girón, el portugués Paco Mendes y su hermano Pepe. Pero, tras su paso por la Feria de Abril, Antonio tuvo que hacer el servicio militar en Barcelona, ya casado con la hija de D. Domingo Dominguín, Carmina Dominguín; y no se vistió de luces el resto de la temporada. No era la primera vez que se enfrentaba a los toros de la divisa verde y negra, pues ya protagonizó ese gesto en las corridas de San Fermín de 1954, alternando con Rafael Ortega y Carlos Corpas, y en 1956 y 1957 lo repetiría en Sevilla.

Ordóñez ingresa en la Casa Camará y deja a los Dominguín

En 1956, Ordóñez tomó una decisión que marcará su vida personal y profesional, al dejar la Casa Dominguín, afirmando en unas declaraciones a la revista El Ruedo estar descontento con el trato administrativo y económico que en estos años le han ­ofrecido su suegro y cuñados, lo que produce honda consternación a su mujer y a sus hasta entonces apoderados, que creen haber acertado en el enfoque de su carrera profesional.1 Los Dominguín tardarán en olvidar cómo Ordóñez les dejó «plantados» después de lo que habían hecho por él –sobre todo después de la retirada de Luis Miguel en 1953– y cómo se ha puesto en manos de la Casa Camará sin previo aviso. En esta temporada torea sesenta y cinco corridas, con cuatro tardes en Sevilla y éxito el 18 de abril con toros de Sánchez Cobaleda y el 19 con los de Núñez; vuelve a Las Ventas después de tres temporadas ausente y torea tres corridas, una de ellas la del Montepío de Toreros, «mano a mano» con Antonio Bienvenida y en la que resulta de nuevo herido gravemente en el muslo derecho. En las corridas de San Mateo en Logroño vuelve a ser herido, con un puntazo en el escroto, y al terminar la temporada vuelve a viajar a México donde, entre la capital y los Estados, torea nueve corridas de toros. En El Toreo, el 7 de diciembre tiene su mejor tarde, inmortalizando al toro Cascabel, faena que siempre es evocada por los grandes aficionados mexicanos a la hora de recordar su paso por el toreo mexicano. Pero como en su anterior visita, en la Plaza México no tuvo suerte y apenas pudieron apreciar detalles de su gran clase en las dos tardes que toreó, el 6 y el 20 de enero de 1957: en esta última, alternando con Juan Silveti y Alfredo Leal. Concluyó su estancia en México el 5 de febrero de 1957 en Guadalajara, junto a Joselito Huerta y Eliseo Gómez El Charro. Pocos días después, en plena temporada de Venezuela, resulta herido en Maracay, sufriendo una cornada en el muslo izquierdo de pronóstico menos grave, que no le impidió torear en Bogotá el 10 de marzo con Pepe Cáceres y Jaime Ostos.

En 1957 baja su número de contratos a cuarenta y ocho y no está bien en las cuatro tardes que torea en la feria de Sevilla –incluida la de Miura–; de nuevo no torea en San Isidro, circunstancia que es atribuible a su falta de entendimiento con la empresa y que le distanciará durante algunos años de muchos aficionados madrileños que se vieron privados de su arte. Es a final de temporada cuando resurge esplendoroso en Sevilla, la tarde de San Miguel, cortando una oreja de cada uno de los toros de Juan Pedro Domecq, en festejo que quedó «mano a mano» con Rafael Ortega, que también cortó dos orejas, por cogida del hermano pequeño del de Ronda, Pepe.

La temporada de 1958 marca una notoria recuperación en el número de contratos, pues culmina con setenta y ocho, en tercer lugar del escalafón tras Gregorio Sánchez y Chamaco. Corta dos orejas en Sevilla el 6 de abril –Domingo de Resurrección–, la ­tarde en que le da la alternativa a Rafael Jiménez Chicuelo, en presencia de Manolo Vázquez; y repite los trofeos en la feria, el 20 de abril, alternando con Rafael Ortega y Jaime Ostos, con toros de Antonio Pérez. Vuelve a la Feria de San Isidro y el 19 de mayo un toro de Carlos Núñez le produce una contu­sión abdominal y un puntazo corrido, de pronóstico reservado, lo que no le impide hacer el paseíllo al día siguiente y el día 23, «mano a mano» con Julio Aparicio, cortando una oreja del cuarto de la tarde y dando la vuelta al ruedo en el sexto. El 26 de mayo torea con Luis Miguel y el mexicano Guillermo Carvajal en Nimes, cortando cuatro orejas y dos rabos. Torea cuatro corridas en Pamplona, con gran éxito en la celebrada el 10 de julio. También torea cuatro corridas en Málaga y en una de ellas, el 7 de agosto, un toro de Álvaro Domecq le produce una contusión en el hipocondrio derecho, que no le impide estar el 9 de agosto en Manzanares. En la feria de San Sebastián torea tres corridas de toros y en la del 14 de agosto brinda su primer toro al general Franco, jefe del Estado, y el segundo de la ganadería de Carlos Núñez a la Emperatriz Soraya, que después de una gran faena le hiere provocándole una cornada en la cara posterior del muslo izquierdo, pese a lo cual y como será habitual en su trayectoria, permanece en el ruedo para acabar con su enemigo y pasear la oreja con la que ha sido premiado. Es el percance número siete de su carrera y por él perdió ocho corridas en el mes de agosto, reapareciendo el 28 de agosto en Linares. El 31 de agosto torea en Dax con Jaime Ostos y Luis Segura y al primer toro –brindado al ministro de Asuntos Exteriores Fernando María Castiella– le corta las dos orejas y otras dos del cuarto. El 14 de septiembre obtiene el Catavino de Oro en Jerez de la Frontera después de realizar una gran faena al toro Compuesto de la ganadería de Benítez Cubero, del que le conceden las dos orejas. La temporada concluye de forma triunfal el 12 de octubre en Barcelona, alternando con Chamaco y Victoriano Valencia, y aunque es herido de nuevo con un puntazo en la ingle y una contusión en la mano derecha por el toro Bailador de Baltasar Ibán, corta las dos orejas y el rabo de sus dos enemigos; pero por este nuevo percance perdió las dos corridas que tenía contratadas en la Feria del Pilar de Zaragoza. El 16 de noviembre tuve la fortuna de presenciar su actuación en el festival que todos los años ­organizaba D. Pedro Balañá y en el que además de Antonio Ordóñez intervinieron Antonio Bienvenida, Mario Cabré, Julio Aparicio, Chamaco, Fermín Murillo, Victoriano Valencia y Diego Puerta. Este último, al que veía por primera vez, me impresionó por su valor y alegría.

«El verano sangriento»

Desde su alternativa, Antonio Ordóñez se había situado en una envidiable posición en el escalafón de matadores de toros, aunque sus discrepancias le han hecho estar ausente en cuatro de los cinco San Isidro celebrados y en alguna Feria de Sevilla. Pese a las múltiples cornadas sufridas –seis en siete temporadas–, su valor no se ha resentido y su arte y personalidad no ha dejado de crecer. Como torero ha evolucionado, manteniendo su personalidad y concepción propias, y ha dejado de banderillear, suerte que solo interpretó en los primeros años de matador de toros. Con el capote es majestuoso, con la muleta hondo y puro y con el estoque un consumado espada.

En el verano de 1958, en el lecho de muerte, Domingo Dominguín insta a su hijo Luis Miguel y a sus hermanos a propiciar el retorno de Antonio Ordóñez a la armonía familiar y es César Jalón, Clarito, testigo privilegiado de este período y de otros tantos –en parte por su estrecha vinculación con Camará–, quien en sus excelentes Memorias ofrece su versión, revelando que Ordóñez se presentó una tarde de abril de 1959 en el despacho de su cuñado Dominguito–como siempre se llamó a Domingo Dominguín– «a instar su reingreso en el clan; a pedirle que le apodere».2 Se ­cumplirá así el deseo póstumo del jefe del clan de que toreen juntos los dos cuñados, y la rivalidad entre Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez urdida y planificada por Domingo Dominguín en los despachos fue real en los ruedos.

Para celebrar el retorno de Ordóñez a la casa familiar, después de haber dejado a Camará, Domingo Dominguín, y su hermano Pepe planifican la temporada para que Luis Miguel y Antonio Ordóñez toreen juntos varias corridas y alguna «mano a mano». Por lo pronto, Ordóñez interviene con éxito en tres corridas de la feria de Sevilla, y también torea otras tres en San Isidro: el día 14 de mayo, con Julio Aparicio y confirmación de Victoriano Valencia; el 16 con este último y confirmación de Juan Jiménez El Trianero, con toros de Pablo Romero, primera corrida que vi por televisión en mi vida; y finalmente el 21 con Manolo Vázquez y Gregorio Sánchez, con corte de orejas la primera y última tardes. Luis Miguel no toreó en ambas ferias.

La competencia entre ambos toreros se desarrolló en los siguientes escenarios. Su primera tarde juntos fue en el coso de Zaragoza, el 27 de junio, con un testigo de excepción y lujo, pues se trataba del reaparecido Pepe Luis Vázquez, que acababa de estar muy inspirado en sus dos últimas actuaciones en la Feria de San Isidro. Dos días después, el 29 de junio, con toros de Sepúlveda, se volvieron a encontrar en Barcelona y el testigo fue Antonio Bienvenida. El 12 de julio se vieron las caras en el Puerto de Santa María, y como en Zaragoza, los toros fueron de Benítez Cubero y el testigo, el local Juan García Mondeño. Dos semanas tardaron en volver a encontrarse, pues no torearon juntos hasta el 26 de julio en Tudela, con Jaime Ostos y toros de la empresa Martínez Elizondo. El quinto cartel se produjo el 28 de julio en Valencia, con toros de Samuel Hermanos –tan queridos por Luis Miguel– y el toledano Gregorio Sánchez de tercer espada. El 30 de julio se produce el primer «mano a mano» en Valencia, y en él cae herido de mucha gravedad Luis Miguel Dominguín, que sin estar recuperado de la cornada se vio obligado a reaparecer por los compromisos con su hermano y con su responsabilidad; y así la séptima confrontación se produjo en la Malagueta el 14 de agosto, tarde clamorosa en la que los dos toreros estuvieron muy bien. La octava coincidencia tuvo lugar en Bayona, el 15 de agosto, y la novena en Ciudad Real, el 17 de agosto, las tres «mano a mano»; la décima y última se produjo el 21 de agosto, en plena feria de Bilbao, con Jaime Ostos de compañero y toros portugueses de Palha y en ella Luis Miguel volvió a ser herido de mucha gravedad. Este combate a diez asaltos se saldó con el triunfo de Antonio Ordóñez, que alcanza en esta temporada la plenitud de su personalidad y de su arte y valor.

Y en esta temporada, ocurrió lo que ningún protagonista podía prever: atraído por este duelo en la cumbre, Hemingway se presentó en España con una exclusiva periodística firmada con la prestigiosa revista norteamericana Life, y provisto de su siempre aventurera pluma se dispuso a relatar la competencia entre los dos toreros con su obsesión heroica de la vida y de la historia del toreo con el impactante título de «El verano sangriento», en razón de que el escritor fue testigo directo de los percances que ya he descrito de Luis Miguel en Valencia y en Bilbao y de los que sufrió su admirado Antonio Ordóñez, el 30 de mayo en Aranjuez, herido con una grave cornada en el glúteo después de un adorno con el que culminaba una extraordinaria faena y el 1 de agosto, en Palma de Mallorca, esta vez de pronóstico menos grave, en el muslo derecho. No era normal que en tan poco tiempo dos toreros de su nivel padecieran tan repetidos percances.

Hemingway le compra las fotos de la competencia entre los cuñados al fotógrafo Emilio Cuevas (Cuevitas) y publica por entregas a Life «El verano sangriento» (The Dangerous Summer), en donde, a la rivalidad entre los dos toreros añade comentarios de dudoso gusto y de escaso conocimiento taurino sobre ­Manolete, al que achaca todo tipo de «trucos» y adoba todo el texto de su protagonismo, que él mismo se concede en la rivalidad y en la amistad con Antonio Ordóñez, al que trata como si fuera su protector, su apoderado y hasta su cuidador; y en este sentido es especialmente ilustrativa de esta enfermiza obsesión por el torero de Ronda el episodio en el que Hemingway relata cómo es él quien cura al torero de su herida de Aranjuez, mientras descansa en la finca La Cónsula en Churriana, propiedad de su amigo Bill Davis. Al mismo tiempo, Hemingway se venga de la poca adulación que le ha dispensado Luis Miguel, convirtiéndole en el «malo» de esta película. Clarito en sus Memorias se rebela contra las mentiras y patrañas que el premio Nobel ha vertido contra Manolete.3

Antonio Ordóñez toreó cincuenta y dos corridas de toros en la temporada de 1959 y gracias a Hemingway se convirtió –como lo había hecho casi treinta años antes con su padre– en un héroe moderno, y concedió a su nombre un aura extraordinaria. Ordóñez entró con más fuerza en las imborrables páginas de la historia de la tauromaquia –también de la literatura–, y obtuvo un gran beneficio del impacto que su competencia con Luis Miguel produjo en el mundo del toreo.

Primera retirada en 1962

Ambos toreros siguieron toreando juntos en la temporada americana: la primera de ellas «mano a mano» en Cali el 3 de enero y en otras cinco plazas colombianas. A su regreso, volvieron a torear juntos pero no en España; sí lo hicieron cinco veces en Francia, la primera el 3 de julio en Arles. Al margen de su rivalidad con Luis Miguel, Antonio Ordóñez toreó de nuevo en la Feria de Sevilla y en San Isidro tuvo una gran actuación al cortar dos orejas al toro Bilbilarga, de la ganadería de Atanasio Fernández, en faena brindada al entonces Príncipe de España, D. Juan Carlos, que motivó que Gregorio Corrochano titulara su crónica en Blanco y Negro con un hermoso «Faena de Príncipe». Esa tarde confirmaba su alternativa Juan García Mondeño,y llovió tan torrencialmente, que se suspendió la corrida en el tercer toro. Por segunda vez en su vida torea la corrida de la Beneficencia, el 8 de junio, y cortó otras dos orejas al cuarto de la tarde, del hierro de Samuel Flores. A final de temporada concede la alternativa en Ronda a un joven novillero de Jerez, Rafael de Paula, que inspirará tanta literatura como el propio Antonio Ordóñez. Durante la temporada española intervino en cincuenta y seis corridas de toros y durante el invierno viajó a Perú, en cuya capital, Lima, el 30 de octubre, sufrió una grave cornada en el escroto.

En 1961 no hace nada relevante en la Feria de Sevilla ni tampoco en la de San Isidro y vuelve a ser herido de gravedad en el escroto en la feria de Málaga, por un toro de Pablo Romero, una de sus ganaderías preferidas. También en Málaga, pero ya concluida la temporada, sufre, el 8 de diciembre, una fractura de peroné, interviniendo en un festival. Concluye la temporada con sesenta y una corridas de toros.

En 1962 torea cincuenta y dos corridas de toros, pero sufre tres nuevos percances que van a determinar su primera retirada. No torea en la feria de Sevilla y el 29 de abril fue herido gravemente en Tijuana por un toro de José Julián Llaguno, que le produjo una herida con cuatro trayectorias en el muslo derecho, de la que tuvo que ser operado en Madrid el 12 de mayo, por lo que de nuevo estuvo ausente de la Feria de San Isidro. Por ello, empezó la temporada en Barcelona en el mes de junio, y el 14 de septiembre, en Salamanca, resulta herido de nuevo en el muslo derecho con dos cornadas inferidas por un toro de Pepe Luis Vázquez. Reapareció en Beziers el 7 de octubre, en España actúa en Guadalajara el 14 y a continuación viajó a América, y el 18 de noviembre de 1962, en la plaza de toros de Lima, decidió retirarse, cortándole la coleta el ganadero y empresario peruano Fernando Graña.

El último Ordóñez

Ordóñez solo permaneció alejado de los ruedos dos años completos. Su retirada coincidió con la irrupción avasalladora de El Cordobésy enestos dos años de ausencia, fueron Paco Camino, Diego Puerta y Santiago Martín El Viti, quienes se convirtieron en la alternativa real del «ciclón» de Palma del Río, pero los aficionados soñaban con que el gran torero de Ronda regresara a los ruedos para competir con el torero que había convulsionado las plazas con sus toscas –si bien espectaculares– maneras. Pero, aunque Ordóñez reaparecerá en 1965, nunca toreará con El Cordobés, insólita anomalía histórica basada en argumentos de índole económica. Y por ello, en todo el periodo de dominio de El Cordobés, tuvieron que ser Paco Camino, El Viti y Diego Puerta los que hicieran frente al torero que había revolucionado el toreo, concitando el interés de los públicos y de quienes se aproximan al mundo del toro no guiados por su conocimiento, sino por la curiosidad social.

Por otra parte, Ordóñez volvió para estar en activo siete temporadas, en las que no rehusó su compromiso de primera figura, compitió con los más jóvenes intérpretes del toreo clásico y su reaparición tuvo lugar el 18 de abril de 1965 en Málaga y con él alternaron Carlos Corbacho y José Fuentes y el rejoneador Fermín Bohórquez. Pero no hubo acuerdo con la empresa de Sevilla y en Madrid solo hizo el paseíllo el 30 de mayo, para confirmar la alternativa a José Fuentes, lidiando una corrida de Pablo Romero, y cortándole las dos orejas al toro Comilón, lidiado en cuarto lugar.

En 1965 toreó cuarenta y ocho corridas y en 1966 cuarenta y cuatro corridas, no interviniendo ni en la Feria de Abril de Sevilla ni en la de San Isidro, pero sí en las ferias de Valencia, Burgos, Pam­plona –tres tardes–, Málaga –otras tres–, Gijón, San Sebastián y Bilbao, concluyendo en Logroño el 25 de septiembre. ­Viajó a América en noviembre, interviniendo los días 21, 22 y 23 de octubre, en tres corridas organizadas en Houston (Texas) y en las ferias de Lima y Quito. En 1967 intervino solo en treinta y cuatro corridas, registrándose la novedad de que tras su arranque en Castellón el 26 de febrero, con Litri y El Viti, toreó dos tardes en la Feria de Abril de Sevilla, con éxito importante, pues la primera tarde –20 de abril– cortó una oreja a uno de los toros de Benítez Cubero que le correspondieron, y también triunfó en la segunda, celebrada el 22 de abril con un toro de Urquijo. No había toreado en la Maestranza desde el 19 de abril de 1961, seis años atrás. Pero de nuevo se ausentó de Madrid y solo toreó una corrida en Francia, en Dax, el 20 de agosto. Como anécdota histórica, hay que señalar que el 27 de agosto lidió en Cuenca toros de una entonces desconocida ganadería, Victorino Martín, circunstancia que ocurrió por primera y última vez.

En 1968 se vistió de luces setenta tardes; en Sevilla triunfará con un toro del Marqués de Domecq, y en San Isidro tuvo el gesto de anunciarse en tres corridas. Con los toros de Urquijo, el 14 de mayo, corta una oreja, alternando con Miguel Mateo Miguelín y actuando de padrino de la confirmación de Manolo Cortés. El 17 de mayo torea toros del Conde de la Corte –cuyos toros quinto y sexto fueron premiados con la vuelta al ruedo–, y corta otra oreja; y finalmente, el 22 de mayo lidia toros del Marqués de Domecq, a uno de cuyos espectaculares ejemplares le cortó las dos orejas.

A los treinta y seis años y dieciocho temporadas en activo, Antonio Ordóñez se muestra en plenitud de facultades y en posesión de un acreditado dominio de su profesión. Es un maestro apreciado por todos los aficionados que le consideran el mejor torero de este tiempo, pero desde este año se ve obligado a llevar un corsé ortopédico que le permite superar los problemas dorsales y lumbares que le aquejan como consecuencia de un percance.

En 1969, temporada en la que se produce la famosa «guerrilla» de El Cordobés y Palomo Linares –de manos de los hermanos Lozano–, toreó cincuenta y una corridas, de las cuales tres en Sevilla, en las que corta dos orejas, que serán sus últimos trofeos en la Maestranza ya que el 18 de abril es su último paseíllo como torero en ese ruedo, alternando con el mexicano Alfredo Leal y Curro Romero, con toros de Fermín Bohórquez. Vuelve a estar ausente de Madrid, frustrando de nuevo a los madrileños, después de su gran éxito del año anterior. En el mes de marzo toreó en México junto a Alfredo Leal y un entonces jovencísimo Eloy Cavazos.

En 1970 ya solo torea veintiocho corridas, pues se resiente de la operación en el tobillo izquierdo que le ha sido practicada como consecuencia de la fractura padecida en 1961, pero aun así, sin comparecer en las dos plazas principales, hace una temporada con algún «mano a mano» con Paco Camino en Badajoz, Toledo y Almería y un toro le hiere en Linares el 30 de agosto, de carácter menos grave. En el invierno viajó a Venezuela.

Retirada en 1971

En 1971, con la mente puesta ya en la retirada, se acrecientan sus problemas articulares, pero aun así, en la que va a ser su última temporada en activo, vuelve a Madrid para matar una sola corrida de toros, el 25 de mayo, alternando con Paco Camino y Curro Rivera en la lidia de seis toros del Duque de Pinohermoso, al cuarto de los cuales –de nombre Costillita– le corta una oreja, que será la última de las diecisiete cosechadas en el ruedo de Madrid como matador de toros; pero a cambio de una seria voltereta que, en opinión del escritor José Luis Suárez-Guanes, «desbarata su futuro, aunque sea a largo plazo», ya que sufrió contusiones en la región cervical, que le ocasionaron posteriores molestias. Manuel Chopera, como en 1970, para contrarrestar a El Cordobés y a Palomo ha decidido organizar la temporada de Camino –que el año pasado se había consagrado en Madrid lidiando en solitario seis toros en la Corrida de la Beneficencia– con varios «mano a mano» con Ordóñez, pero después de la cogida de Madrid, Ordóñez está muy mermado de facultades y por ello en Pamplona la bronca es de las que hacen época; y como se resiente de sus maltrechas articulaciones, el 12 de agosto, en San Sebastián, y sin previo aviso decide retirarse, brindando su último toro a su apoderado José María Jardón, empresario también de la plaza de toros de Madrid. En su último año en activo toreó veintisiete corridas de toros, la mayoría con Paco Camino.

La leyenda crece

Desde ese día, retirado de los toros, se dedicó con gran acierto al desarrollo de su ganadería, encaste Conde de la Corte, y a organizar e intervenir en la tradicional corrida goyesca de Ronda, festejo que de su mano es hoy una de las citas obligadas y más prestigiosas del calendario taurino. Pero en 1979, cuando nadie lo esperaba decide reaparecer para dar la alternativa en Jerez a Juan Antonio Ruiz Espartaco, un joven torero al que apoderan los hermanos Lozano, con Rafael de Paula de tercer espada. Con una enorme ilusión viajé a Jerez con Ignacio Aguirre y otros amigos para ver su retorno, pero la corrida fue suspendida –oficialmente– por el fuerte viento de Levante que azotaba la zona, aunque se comentó que fue porque la corrida prevista, creo recordar que de Fermín Bohórquez, no había pasado el reconocimiento. No entendimos el que, si esta fue la razón, por qué no se trajo otra corrida de toros de las muchas fincas cercanas.

No satisfecho con esa intentona y después de torear la Goyesca de 1980, «mano a mano» con su yerno Francisco Rivera Paquirri, llevó a cabo una efímera reaparición en 1981 consistente en actuar en dos corridas de toros: la primera en Palma de Mallorca, el 16 de agosto, alternando con Joaquín Bernadó y Manolo Cortés; y al día siguiente en Ciudad Real, con José María Manzanares y Niño de la Capea. El gran torero de Ronda apenas pudo hacer el paseíllo al ritmo de los dos toreros con los que actuaba, a los que en el patio de cuadrillas había pedido hacerlo despacio. Las repetidas operaciones sufridas en la cadera le impedían desenvolverse con la soltura necesaria ante los toros y Ordóñez, en un último gesto de inteligencia, optó por retirarse definitivamente. Su nombre estaba en la historia del toreo.

Juicio final:

¿quién ha sido Antonio Ordóñez?

Quiero ofrecer algunos testimonios de los muchos ofrecidos por escritores y críticos, como el del gran escritor mexicano Pepe Alameda: «El gran torero de Ronda ha sido una cumbre del toreo a la verónica. Ninguno más hondo y puro... la amplitud generosa de la verónica adquiría en su capote la más plena vitalidad». Por su ­parte, José María de Cossío, en la biografía que ofrece de él en su famoso tratado Los toros, resume: «Toreando es la naturalidad misma. Nada violento, forzado o superfluo hay en su estilo». Para la Historia del toreo de Néstor Luján: «La calidad de su toreo, raramente habrá sido superada ni aún por la depuradísima generación de los Gitanillo de Triana, Cagancho, o Victoriano de la Serna... con la capa, to­rean­do a la verónica, Antonio Ordóñez anula a los mejores... con la mu­leta, Ordóñez ha sido un maestro de difícil facilidad. Posiblemente, con Manolete y Silverio Pérez, el que ha poseído el más emocionante temple [...] Para nuestro gusto, lo mejor de Ordóñez está en su verónica y en su pase de pecho... Desde la muerte de Manolete no había aparecido en los ruedos ibéricos un torero de tanta y tan aquilatada maestría». Un profesional de la categoría de Antonio Bienvenida reconocía en cierta ocasión: «Yo creo que a la verónica es el que ha toreado mejor».4

El aficionado Ignacio Aguirre, que fue gran amigo suyo –y al que Ordóñez llamaba Cachorro– escribía en la revista 6 Toros 6, con motivo del cuarenta aniversario de su alternativa: «Fue más perfecto con la mano derecha que con la izquierda, pero el abanico de su repertorio –molinetes, afarolados, pases de la firma– fue sorprendente», acabando por reconocer que «fue un magnífico estoqueador. Ejecutaba el volapié con la pureza de un Cagancho y mató recibiendo muchos toros a lo largo de su vida. El lunar de la estocada caída, “en su rincón”, fue recurso fácil de última hora». Para el gran crítico taurino Ignacio Álvarez Vara, Barquerito,«el ordoñismo es una religión». Antonio Abad Ojuel, Don Antonio, en su espléndido análisis de la tauromaquia de Ordóñez, escribió unas frases que hoy resultan casi proféticas: «De él nunca se podrá escribir sobre el afeminamiento del toreo moderno. Su presencia en la plaza tuvo siempre un aire viril, en el toreo marmóreo, hermoso». El propio Antonio Ordóñez parece dar la razón a cuantos testimonios hemos ofrecido para definir su personalidad, al confesar a François Zumbiehl en su libro El torero y su sombra: «Es que yo considero que he sido más importante con el capote que con la muleta. He toreado muchísimos más los toros con el capote. Los que podrían decirte eso son los matadores de mi época».5

Balance estadístico

Antonio Ordóñez estuvo en activo diecinueve temporadas como matador de toros (1951-1962 y de 1965 a 1971) y tres de novillero, de 1948 a 1951. En Sevilla toreó treinta y nueve corridas de toros en doce ferias de abril, aunque también hizo el paseíllo en dos o tres corridas de San Miguel. Cortó veintitrés orejas. Tuvo el gesto de matar la corrida de Miura en los años 1955, 1956 y 1957, aunque sin éxito. En cuanto a Madrid, en esas diecinueve temporadas intervino en veintisiete corridas, de las cuales veintiuna fueron en San Isidro. Toreó dos corridas de la Beneficencia, los años 1952 y 1960, una de la Prensa en 1958 y una del Montepío de Toreros en 1956. Cortó diecisiete orejas, y once de ellas fueron en San Isidro. También resultó herido cuatro veces: en 1952, 1956, 1958 y 1971. Salió a hombros cinco tardes. Y para concluir, una última curiosidad: en 1961 debutó como ganadero en Pamplona, y como ya había hecho en otras ocasiones, corrió su propio encierro. El ganadero Ordóñez supo acreditar sus buenas condiciones, y tras haber cuidado del encaste Murube de los Urquijo, optó por seguir el encaste Atanasio Fernández–Conde de la Corte, obteniendo con él significativos éxitos en Madrid y otras plazas.

Honores

En 1995, el Gobierno francés concedió a Antonio Ordóñez la más grande de sus distinciones, la Legión de Honor; y en enero de 1997 la ministra de Educación y Cultura del Gobierno español, ­Esperanza Aguirre, concedió a Ordóñez la Medalla de Oro de las Bellas ­Artes, siendo el primer torero al que se le otorgaba tal honor y que le fue impuesta por Su Majestad el Rey en un acto solemne en el mes de junio de ese mismo año. Antonio Ordóñez ya estaba enfermo cuando recibió la condecoración. Murió el 19 de diciembre de 1998 en Sevilla, en su casa de la calle Iris. La capilla ardiente se dispuso en el Ayuntamiento de Sevilla y el funeral fue oficiado en la capilla de la Esperanza de Triana. El féretro recorrió las calles de Sevilla y pasó por delante de la Maestranza y el Puente de Triana. Parte de sus cenizas fueron esparcidas en la puerta de chiqueros de la plaza de ­toros de Ronda y el resto, meses después en la Camarga francesa, tierra que amó profundamente. Tenía sesenta y seis años.

Carlos Abella Martín

Escritor e historiador

SOBRE ESTA EDICIÓN

La presente edición reproduce el original mecanoescrito que,bajo el título «Antonio Ordóñez, torero», se conservabaguardado en el archivo personal de Marino Gómez-Santos en su domici­lio madrileño, dentro de una carpeta de gomas de cartón color azul con una etiqueta blanca en la que está escrito a mano: «Antonio Ordóñez. Original». Fue hallado por su hijo Marino –sin que este tuviera conocimiento de su existencia– en medio de su labor de catalogación del legado paterno, tras su reciente fallecimiento en diciembre del año 2020. Se trata de una copia del texto en papel con marca de agua Galgo Parchemín formato folio de 80 g/m2, corregida a mano por su autor, con numerosas tachaduras y enmiendas; y en su última página aparece fechada su redacción original, en el mes de mayo de 1963 en Madrid; es decir, un año después de producirse la primera retirada de los ruedos del diestro de Ronda, circunstancia que –sin duda– debió propiciar la idea, dada su oportunidad, por parte de Gómez-Santos de elaborar la biografía humana y profesional de Ordóñez, una vez parecía concluida su trayectoria en los ruedos. El mecanoescrito conservado consta en total de 183 hojas numeradas, escritas en el recto, más dos hojas iniciales sin numerar; la primera con el título de la obra: «ANTONIO ORDÓÑEZ, TORERO (con doce ilustraciones de la DUQUESA DE ALBA)»6 y otra con una dedicatoria: «A Ignacio Angulo García-Ogara, seguidor entusiasta de Ordóñez, que hizo cuatro viajes a América para verle torear». Una nota del propio autor escrita a lápiz en la segunda hoja indica que la última revisión del mismo tuvo lugar en 2009. Igualmente se hallaban en el archivo una serie de fotografías seleccionadas, adquiridas o localizadas por el propio Marino, para la documentación gráfica de este libro cuando se publicara; y que en su mayoría hemos podido incluir asimismo en la presente edición.

La transcripción del texto se ha llevado a cabo respetando cuida­do­­samente tanto su redacción original como aquellas enmiendas se­ñaladas por Marino Gómez-Santos sobre la copia mecanoescri­ta, sol­ventando –como es lógico– los casos evidentes de errata, faltas or­­tográficas o alguna otra enmienda menor en los signos de pun­tua­ción o en la distribución de los párrafos, procurando así la ­mejor lectura posible del texto sin modificar en ningún caso su contenido esencial o las características de su estilo. A pie de página hemos inser­tado determinadas notas señalando las referencias bibliográficas precisas de aquellas fuentes de consulta que el autor cita a lo largo de la obra, tan­to literarias como periodísticas, así como alguna información adi­cio­nal sobre un determinado contenido y allí donde pudieran ayudar al lector a situar mejor algún suceso o nombre pro­pio en el contexto de la época.

Seguidamente, en esta edición hemos recogido asimismo las seis entregas del reportaje que, dentro de la sección «Pequeña historia de grandes personajes», Marino Gómez-Santos fue publicando bajo el epígrafe «Antonio Ordóñez cuenta su vida» entre el 6 y el 11 de julio de 1959 en el diario Pueblo, basándonos en la colección existente de esta cabecera dentro de la Hemeroteca Nacional de la BNE. En el en­cabezamiento de cada artículo se cita su procedencia periodística originaria. Se incluyen en el presente volumen por constituir un documento cuya lectura resulta en buena medida complementaria a la de la monografía preparada posteriormente por Marino, al tratarse en parte del origen de la misma y, a la vez, presentar la inmediatez pro­pia de la actualidad que demandaba su aparición en un medio dia­rio, como el mismo autor se encargaba de resaltar en su entrega inicial. Por tal motivo, el reportaje incluye una serie de informaciones y detalles concretos que después Gómez-Santos no incluiría en su semblanza retrospectiva, de carácter general y global, sobre la figura del diestro. Comprobar cuáles son los pasajes que utiliza de nuevo, las modificaciones que efectúa en los mismos así como aquellos otros que, por el ­contrario, se excluyen al afrontar un tipo de escritura diferente para un ámbito distinto como el del libro, conforma un ejercicio de sumo interés para el lector atento y buen observador.

ANTONIO ORDÓÑEZ, TORERO

HAGO EL DESPEJO

En la primavera de 1959, la personalidad de Antonio Ordóñez como torero suscitó una gran expectación. Varias revistas europeas desplazaron a España enviados especiales para seguir al torero de Ronda en sus actuaciones por los ruedos ibéricos.

El director de un periódico madrileño quiso que siguiera a Ordóñez y que los reportajes apareciesen a toda página, durante una semana.7 Fue un viaje en el que abundaron las emociones que más pueden interesar a un escritor.

Las noches transcurrían en la carretera mientras el coche del torero corría entre campos y olivos, viñedos, cortijos y ­ganaderías. Las mañanas las pasábamos en la habitación del hotel, en medio de la inquietud que produce, inevitablemente, la ­corrida en que había de actuar por la tarde. El torero permanecía ­amodorrado en la cama, mientras llegaban sin cesar grupos de desconocidos para contemplarle, con pasmo elemental. Luego, el deslumbrante espectáculo de la plaza, pues cada tarde Ordóñez era paseado en apoteosis.

Y como para que no faltase nada a nuestra curiosidad expectante, presencié también aquella cogida terrible en la Plaza de Aranjuez, una tarde en que Ordóñez toreaba un toro de la ganadería de Barcial. Después le vi en los quirófanos y en la habitación soleada de la clínica. Más tarde, durante la convalecencia, en el campo apacible de su cortijo, donde pastan toros de su ganadería. Allí hablamos mucho de los entresijos de la profesión taurina. Más que diálogo fue un interrogatorio profundo al que le sometí, sin que casi nunca sus respuestas fueran elocuentes, aunque sí precisas y orientadoras.