Aralia en el corazón: trabajos críticos en su honor - Mayuli Morales Faedo - E-Book

Aralia en el corazón: trabajos críticos en su honor E-Book

Mayuli Morales Faedo

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Beschreibung

Aralia en el corazón se ofrece como un volumen de homenaje a la profesora, ensayista, narradora y poeta cubano-mexicana Aralia López González (La Coruña, 1934-Ciudad de México, 2018), que reúne diversos textos: los trabajos críticos de diversas perspectivas que privilegian temas como el exilio, las escritoras, el ensayo, la crítica literaria latinoamericana; los dedicados a su fundacional ejercicio crítico feminista y a la creación del hoy taller Diana Morán; los acercamientos a su obra de ficción; un aparte de memorias y, finalmente, cierran el libro tres trabajos críticos de Aralia, representativos de ejes recurrentes de su ejercicio crítico y docente: la teoría, la narrativa mexicana y las escritoras. Cada uno de los artículos, incluidos los que abordan la narrativa o la poesía de Aralia, tratan obras o aspectos de las mismas que no habían sido investigados por la crítica. Los lectores hallarán aquí indagaciones en la obra crítica, poética, narrativa y ensayística de Gabriela Mistral, Martí, Silvia Mistral, Gómez de la Serna, Fina García Marruz, Antonio Candido, Alfonso Reyes, Juan J. Saer, Augusto Monterroso, Valeria Luiselli, Verónica Gerber, Fernando del Paso, Dulce María Loynaz, y la propia Aralia López González.

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A través de nuestras publicaciones se ofrece un canal de difusión para las investigaciones que se elaboran al interior de las universidades e ­instituciones de educación superior del país, partiendo de la convicción de que dicho quehacer intelectual se completa cuando se comparten sus resultados con la colectividad, al contribuir a que haya un intercambio de ideas que ayude a construir una sociedad madura, mediante una discusión informada.

Con la colección Pública ensayo presentamos una serie de estudios y reflexiones de investigadores y académicos en torno a escritores fundamentales para la cultura hispanoamericana, con los cuales se actualizan las obras de dichos autores y se ofrecen ideas inteligentes y novedosas para su interpretación y lectura.

Los derechos exclusivos de la edición quedan reservados para todos los países de habla hispana.

Prohibida la reproducción parcial o total, por cualquier medio conocido o por conocerse, sin el consentimiento por escrito de su legítimo titular de derechos.

Este libro ha sido dictaminado positivamente por pares académicos ciegos y externos a través del Consejo Editorial de Ciencias Sociales y Humanidades de la UAM-I, se privilegia con el aval de la institución coeditora.

Aralia en el corazón.Trabajos críticos en su honor

Primera edición impresa: julio de 2023

Edición ePub: enero 2024

D. R. © 2023, Mayuli Morales Faedo

D. R. © 2023, Bonilla

Distribución y Edición, S.A. de C.V.

Hermenegildo Galeana #116,

Barrio del Niño Jesús,

Tlalpan, 14080, Ciudad de México

[email protected]

www.bonillaartigaseditores.com

D. R. © 2023,

Universidad Autónoma Metropolitana

Prolongación Canal de Miramontes 3855,

Ex Hacienda San Juan de Dios, Tlalpan,

14387, Ciudad de México, México

Unidad Iztapalapa

Consejo Editorial de la División de Ciencias Sociales y Humanidades

Av. Ferrocarril San Rafael Atlixco, núm. 186,

Leyes de Reforma Primera Sección, Iztapalapa,

09310, Ciudad de México, México

Coordinación editorial:

Bonilla Artigas Editores

Cuidado de la edición:

Nicolás Mutchinick Babinsky

Diseño de portada: d.c.g. Jocelyn G. Medina

Diseño editorial: d.c.g. Saúl Marcos Castillejos

Realización ePub: javierelo

Bonilla Artigas Editores

ISBN: 978-607-8956-19-7 (impreso)

ISBN: 978-607-8956-20-3 (ePub)

ISBN: 978-607-8956-21-0 (pdf)

UAM-Iztapalapa

ISBN: 978-607-28-2934-3 (impreso)

ISBN: 978-607-28-2935-0 (ePub)

ISBN: 978-607-28-2936-7 (pdf)

Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

Hecho en México

Contenido

Aralia en el corazón. Palabras introductorias para un homenaje

Mayuli Morales Faedo

trabajos críticos en su honor

“Y cuando lo nombro…”: Gabriela Mistral lee a José Martí

Osmar Sánchez Aguilera

El pasado de un arraigo: Madréporas de Silvia Mistral

César A. Núñez

El lugar de Ramón Gómez de la Serna en Segrel. Notas acerca de una revista de la Segunda Generación del Exilio

Pablo Muñoz Covarrubias

Fina García Marruz, una crítica incondicionada a la controversia: “si es para vivir tan poco/ ¿de qué sirve saber tanto?”

Claudia Maribel Domínguez Miranda

Tradición y renovación del ensayo hispanoamericano: poéticas de ruptura

Alfonso Macedo Rodríguez

El sistema literario de Antonio Candido: fundamento teórico de la crítica literaria latinoamericana

Carlos González Muñiz

Fundaciones críticas

De los trazos de una historia literaria a la configuración teórico-crítica de la escritura de mujeres: apuntes sobre la trayectoria crítica de Aralia López González

Mayuli Morales Faedo

El taller Diana Morán y la fundación de la crítica literaria feminista en México: una experiencia de sororidad

Ana Rosa Domenella Amadio

Lecturas de sus ficciones

Dolor y humor: de ausencias y rememoraciones en Novela para una carta

Laura Cázares H.

Sema o las voces, búsquedas teóricas de Aralia López González

Luzelena Gutiérrez de Velasco Romo

Huellas para encontrar a Aralia

Luz Elena Zamudio Rodríguez

De memorias, homenajes y fragmentos discursivos

Eternamente, Aralia…

Efrén Ortiz

Aralia ingresa a la academia de investigación científica (1993) Una larga pasión por el lenguaje y la investigación

Ana Rosa Domenella Amadio

Aralia en el corazón

Mayuli Morales Faedo

Unos textos críticos de Aralia López González

Justificación teórica: fundamentos feministas para la crítica literaria

Aralia López González

Una obra clave en la narrativa mexicana: José Trigo

Aralia López González

La otra orilla del Edén: Jardín, novela de Dulce María Loynaz

Aralia López González

Colaboradores

Sobre la coordinadora

Aralia en el corazón. Palabras introductorias para un homenaje

Mayuli Morales Faedo

“¡Lo que la literatura tiene de prodigioso es que trabaja con el alma!” exclama Aralia en una entrevista con Ana Rosa Domenella en ocasión de su entrada a la Academia Mexicana de Ciencias en 1993. Y ‘trabajo’ es una especie de sustantivo/verbo que se reitera en su crítica, bien porque la literatura es resultado del trabajo, bien porque ella misma realiza un trabajo. En un memorable artículo sobre José Martí –de fecha cercana a la referida entrevista– que titula “Su José Martí: “En los ojos la imagen va”,1 Aralia destaca esa doble condición de la literatura martiana como instancia productiva y, a la vez, productora en el ámbito social, cualidad vinculada a su valor y su función:

Descubrir, revelar, compartir y construir esa relación de identidad y sus sentidos históricos y existenciales, son las tareas del ojo humano en correspondencia con el ojo cósmico: el sol –juez y parte- surtidor de luz y calor para construir la vida, para edificar la gran casa de la humanidad con el amor y el verso entendidos en Martí como trabajo, como servicio y cuidado, como conciencia de justicia y armonía universales, objetivos que justifican el combate en el espacio todavía imperfecto de la “naturaleza social”. (“Su José Martí”, p. 32)

Destacable resulta la valoración del verso como trabajo en Martí, autor con una lectura crítica de su obra escindida entre la tendencia por parte de sus críticos a privilegiar su poesía sobre su acción política, o su acción política sobre su poesía. Esa polaridad de las lecturas refleja además la tensión entre el campo literario autónomo y el heterónomo, contrarios que Aralia disuelve con una articulación integradora, capaz de recuperar en una síntesis productiva una polaridad ficticia al devolver a la poesía su capacidad de acción, de incidencia social a través de la revelación de lo oculto, lo posible y lo olvidado.

Así, el don y su producto no suponen gratuidad, sino servicio, cuidado, porque la poesía es un instrumento de comunicación-revelación del sentido –los sentidos- de la vida y del trabajo humanos. El quehacer estético es también constitutivo de la construcción de lo humano en el mundo, en el universo, de acuerdo con la concepción de Martí; y no únicamente un quehacer formal y subjetivo, porque hacer poesía permite ampliar las fronteras del sentido y de la representación de la realidad de los hombres y mujeres cuyo contexto específico es la cultura. (“Su José Martí”, p. 33)

Importa destacar la función ideológica de la poesía para Martí rescatada como transmisora de sentidos y cuidadora de la constitución de los seres humanos, pues parece coincidir con la de la autora del artículo, quien en algún momento se refiere al poeta como un miembro más de su familia, asociado a la memoria de su infancia. Esa función de la poesía, desde luego, no se realiza en un espacio neutro, sino en un campo de luchas contra “la deshumanización de lo humano que”, a juicio de Aralia, “se dedicará toda su vida a reparar mediante su acción revolucionaria y su enorme producción de escritura, monumental obra curadora, restauradora, hacedora de humanidad, buscando esa consonancia con la armonía del “espacio azul” en el cual la contingencia del horror no está registrada” (“Su José Martí”, p. 44).

En 2004, en el homenaje a Yvette Jiménez de Báez, fundadora del Seminario de Narrativa Mexicana en El Colegio de México y asesora de su tesis doctoral, Aralia reafirma en su ponencia –ejercicio de metacrítica sobre el libro de Yvette, Juan Rulfo, del páramo a la esperanza (1990)–, su perspectiva crítica coherente con una concepción de la literatura que privilegia la función cognitiva y productora de sentidos de la obra, dando primacía a la experiencia lectora:

Reconozco la legitimidad de las pretensiones científicas de las teorías y modelos contemporáneos de análisis y crítica literarios, pero creo también que en la literatura seguimos trabajando a partir de lo particular y en el ámbito de los valores, por lo que no podemos olvidar la importancia de la interpretación de carácter subjetivo, a modo de organización de la experiencia individual y social de la lectura textual, lo cual a veces entra en conflicto con las deslumbrantes exhibiciones formales de las técnicas y métodos de análisis.2

Como pocos críticos, ella tuvo la habilidad de fusionar el mayor rigor con una experiencia sensible del hecho literario y del conocimiento que transmitía en sus análisis y sus configuraciones de sentido. Así, en el artículo referido, Martí se le aparece en la cotidianidad de la vida, a través de un poema hecho canción o a través de un recuerdo de su infancia. Me parece importante señalar esta exposición de su yo crítico, que es más propia del ensayo y que habla también de una madurez en la comprensión de las funciones de la literatura y de la crítica. Todo su trabajo en el ámbito de la interpretación crítica de la escritura de mujeres y en el esclarecimiento de los aspectos metodológicos de la misma pasa por estas estrategias y es muestra de una acción transformadora de la historia literaria y cultural, de la conciencia y la mentalidad social, que inició con su tesis de maestría en la Universidad de Puerto Rico con la voluntad de estructurar el proceso de la narrativa de escritoras latinoamericanas en el siglo xx, y que se enriquecerá con un intenso trabajo de construcción de sentido, labor imprescindible para volver sobre los retos de otra historia literaria.

Aralia inicia sus búsquedas en un momento en que la crítica literaria latinoamericana se proponía rescatar y sistematizar el corpus continental. Ese proceso, estrechamente vinculado a la consolidación de la identidad sociocultural y política también continental, se desarrolló entre dos ejes fundamentales: los métodos de ascendencia formalista y estructuralista y la tendencia sociológica fincada en una postura ideológico-política más explícita. Sin embargo, entre esos críticos no se advierte una preocupación por la lectura como espacio de construcción de sentido en su aspecto individual y como conciencia colectiva. Esa conciencia parece llegarle a Aralia de una experiencia y sensibilidad propias y de una crítica feminista que ha cuestionado los paradigmas habituales de lectura poniendo de relieve el carácter relativo e histórico de los valores y la historia literarios.

El amor en su profundo contenido ético, la literatura y su lectura como salvación, en tanto frutos de un trabajo de acción transformadora, son aspectos esenciales de la relación de Aralia con la creación literaria como lectora, crítica y escritora. Por eso, el título Aralia en el corazón. Trabajos críticos en su honor quiere significar ese lugar donde la habitó la literatura, la política y la utopía.

Los artículos críticos, historias y memorias reunidos en este libro tienen el propósito de homenajear, celebrar, recordar la labor intelectual, magisterial y humana de Aralia López González, cubana nacida en La Coruña en 1934 y fallecida en la Ciudad de México, en 2018. Todos ellos por separado y como conjunto son un gesto de reciprocidad amorosa, de ahí ese título que los reúne, de afirmación de su presencia. Cada uno de ellos toca una arista de sus experiencias y sus preocupaciones humanas e intelectuales. España, Latinoamérica, México, Cuba, el exilio, las escritoras, el ensayo –género que le fascinaba–, la crítica y la teoría literaria latinoamericanas, y sus propias fundaciones críticas y de ficción han sido convocados aquí. Por la diversidad de temas, perspectivas y acercamientos, este libro se estructura iniciando con los estudios críticos en su honor, para luego hacer dos calas históricas en dos de sus actos de fundación: el hoy Taller “Diana Morán” y la construcción de una trayectoria crítica feminista. Finalmente, se reúnen tres acercamientos a su obra de ficción seguidos de una memoria/ testimonio de su magisterio en el Posgrado en Teoría literaria, una semblanza biográfico-crítica y fragmentos de la entrevista que le hiciera Ana Rosa Domenella con motivo de su entrada a la Academia Mexicana de Ciencias. Cierran este homenaje tres textos representativos de la obra crítica de Aralia López González.

Trabajos críticos en su honor

Los estudios en su honor inician, siguiendo un criterio cronológico, con el artículo “Y cuando digo su nombre”: Gabriela Mistral lee a José Martí”. Osmar Sánchez Aguilera, su autor, reconstruye en él, junto con la historia de la recepción del intelectual cubano por parte de la chilena, algunos puntos claves de las redes intelectuales que ésta supo tejer en Cuba, a partir de su interés por Martí, incluso desde antes de su primera visita en julio de 1922. Con ese propósito el estudioso recorre los ensayos, conferencias, artículos y cartas en que se concentran las reflexiones o referencias a la obra y figura de José Martí (uno de los escritores más queridos de Aralia López González) en la obra de Gabriela Mistral desde 1920 hasta 1953, tema poco frecuentado en la bibliografía martiana. Todo ese corpus le permite rastrear el proceso de la fuerte y sostenida impronta que José Martí llegó a ejercer sobre la muy influyente intelectual chilena (“el maestro americano más ostensible de mi obra”), cuyo hito fundacional puede documentarse en una carta a Federico Henríquez y Carvajal de 1920.

En la línea del exilio, César Andrés Núñez nos ofrece en su artículo “El pasado de un arraigo: Madréporas de Silvia Mistral” un hallazgo precioso, al rescatar un texto desconocido de la escritora española Hortensia Blanch Pita. El poemario Madréporas, publicado en 1944 por la Editorial Minerva, gira en torno a la experiencia de la maternidad, proyectando esa vivencia como una posibilidad de enriquecimiento y afirmación identitaria en la experiencia dolorosa del exilio. Núñez hace una lectura exhaustiva del poemario, así como de los comentarios esencialistas suscitados por su publicación, para recrear su sentido en un contexto histórico marcado por la pérdida –el exilio-, que se resignifica con la experiencia trascendente de dar vida en la emigración. Como destaca el crítico, la maternidad le permite reconfigurar su identidad y releer su vida, pero además establecer un vínculo de raíz con la tierra del refugio, pues si ella no, la hija es mexicana. Uno de los aspectos más significativos de esa identidad poética y materna es el seudónimo de la escritora (Silvia), el nombre de la hija por quien renacerá en el exilio. En palabras del crítico: “La existencia de una hija propone una suerte de nueva nacionalidad, en la que la voz narrativa busca también identificarse”. Hay que destacar, además, la revisión bibliográfica y el trabajo hemerográfico que sustentan este artículo.

En esa misma temática del exilio, Muñoz Covarrubias explora en “El lugar de Ramón Gómez de la Serna en Segrel. Notas acerca de una revista del exilio” las relaciones de los jóvenes de la Segunda Generación del Exilio español, su participación en la fundación “no definitiva” de la revista Segrel en 1951 –de la que sólo salieron dos números–, su lugar conflictivo entre las posturas ideológicas del exilio y la única colaboración que, con el cuento “El santo de piedra”, tuvo Gómez de la Serna en ella, y para cuya comprensión se ofrecen algunas claves de lectura. Muñoz Covarrubias reconstruirá los avatares de la generación y la propia revista en el contexto de un exilio polarizado, del que se evade la tirantez ideológica convocando un pasado cultural capaz de aunarlos, con una notable presencia en los dos números de la revista. La revisión de una amplia bibliografía le permite reconstruir el complejo campo literario que, como descendientes de refugiados españoles –todavía no mexicanizados–, les tocó vivir.

El artículo de Claudia Maribel Domínguez Miranda convoca a dos escritoras, Fina García Marruz en su ensayo de 1973 sobre sor Juana, para explorar por qué la obra ensayística de Fina no ha sido estudiada, ni suficientemente reconocida. Domínguez Miranda revisa los más recientes argumentos de la crítica, especialmente de la feminista, para articular diversas interpretaciones de estas ausencias. Para entender el lugar de Fina (del grupo Orígenes) en un campo literario marcado por un contexto polémico y polarizado (el de la Revolución cubana), recurre a un ensayo sobre una figura central del Virreinato inserto en un tema también polémico, el de la interpretación religiosa, tanto a los efectos de la crítica de Sor Juana como del campo literario cubano. El ensayo es el género menos trabajado en general de las escritoras y, en particular, de Fina, acaso por la manera en que entra en tensión con la perspectiva canónica de la ensayística nacional y continental. La elección del ensayo sobre Sor Juana le permite a Domínguez Miranda revelar las estrategias críticas de Fina desde una posición fiel al contexto de la monja.

Siguiendo la línea de ese género discursivo, Alfonso Macedo Rodríguez en el artículo “Tradición y renovación del ensayo hispanoamericano: Poéticas de ruptura” recorre algunas estaciones de un eje del ensayo hispanoamericano -si bien destacado para el caso de algunos autores- fuera de la línea canónica que ha estructurado su historiografía: el ensayo de identidad. Se trata de lo que señala como un proceso de renovación del género que se advierte desde la década de 1930, marcado por una tendencia a la hibridación que “puede rastrearse [en] una serie de cambios temáticos y formales que anticipan nuevos rumbos”, de los que su trabajo va a privilegiar los momentos en que el texto ensayístico “se acerca a otros géneros y disciplinas para mantener el diálogo con la tradición y generar nuevos momentos de ruptura estética y social”. Su recorrido abarca desde Gabriela Mistral, Alfonso Reyes, Macedonio Fernández y J. L. Borges hasta Augusto Monterroso, para cerrar con dos escritoras contemporáneas: Valeria Luiselli y Verónica Gerber, quienes se aventuran en el ensayo con un mayor nivel de experimentación e hibridez.

Finalmente, cierra este homenaje de estudios críticos generales un tema central en las preocupaciones más distintivas de Aralia: la crítica y la teoría literaria latinoamericanas. Carlos González Muñiz en el artículo “El sistema literario de Antonio Candido: fundamento teórico de la crítica literaria latinoamericana” recupera las aportaciones del crítico y teórico brasileño al proceso de consolidación y sistematización de la crítica literaria latinoamericana durante las décadas de 1960 y 1970. González Muñiz destaca el papel que desempeñó el teórico brasileño como fundador de un proyecto crítico continental, al que integró conceptos provenientes de disciplinas como la antropología, que luego fructificarían en pensadores como Ángel Rama y Antonio Cornejo Polar. Pero su aporte fundamental consistió en la introducción del concepto de sistema para pensar un corpus literario y su proceso con la publicación de La formación de la literatura brasileña. Momentos decisivos en fecha tan temprana para Latinoamérica como 1958. El propósito de González Muñiz es reconstruir y analizar, a partir de los aportes de Candido, el proceso de formación teórico y crítico literario continental que permitirá la sistematización de la literatura latinoamericana.

Fundaciones críticas

Bajo el eje “Fundaciones” aparecen dos trabajos referidos más directamente a la actividad intelectual de Aralia López González: el primero se dedica a reflexionar sobre sus aportaciones fundamentales a la teoría y la crítica literaria feminista mexicana y latinoamericana, de la que se puede considerar pionera; el segundo, a la creación, desarrollo y aportes del hoy Taller de teoría y crítica “Diana Morán”, fundado en 1984 por Aralia López González con el objetivo de recuperar, analizar e historiar la producción de las escritoras.

En “De los trazos de una historia literaria a la configuración teórico-crítica de la escritura de mujeres: Apuntes sobre la trayectoria crítica de Aralia López González”, Mayuli Morales Faedo indaga en las estrategias críticas y las principales aportaciones de tres de sus libros: De la intimidad a la acción. La narrativa de escritoras latinoamericanas y su desarrollo (1985), La espiral parece un círculo (1989) y la introducción teórico-crítica al libro colectivo Sin imágenes falsas, sin falsos espejos. Narradoras mexicanas del siglo XX (1995). En De la intimidad a la acción… se analiza la propuesta metodológica de articulación del proceso histórico de las escritoras del siglo xx a partir de sus núcleos temáticos y con un criterio evolutivo. En La espiral parece un círculo la perspectiva se desplaza a los procesos interpretativos tomando como objeto de análisis la obra de Rosario Castellanos, e intentando cerrar la fisura entre lo formal inmanente y lo sociológico al concebir la obra creadora como una actividad social y el producto de un trabajo. Por último, la introducción al libro colectivo Sin imágenes falsas, sin falsos espejos articula una fundamentación teórico-feminista sin abandonar la perspectiva y la conciencia latinoamericanistas, pero situando en primer plano el concepto de género y su incidencia en las estructuras de valor que conforman el hecho y el campo literarios.

En “El Taller Diana Morán y la fundación de la crítica literaria feminista en México: Una experiencia de sororidad” Ana Rosa Domenella Amadio recupera la trayectoria de la fundación y desarrollo del Taller de Narrativa Femenina Mexicana como una experiencia de trabajo en equipo que permitió avanzar en el rescate de obras y autoras, así como la exploración de propuestas interpretativas para leer a las escritoras y la discusión crítica en torno a las nuevas propuestas teórico-feministas y sus lecturas desde Latinoamérica. El texto es, sobre todo, un testimonio de sus inicios y los caminos críticos y temáticos recorridos en el rescate y análisis de las escritoras mexicanas, latinoamericanas, hasta la reconstrucción de un canon a través de sus desbordamientos.

Lecturas de sus ficciones

La tercera parte de este libro reúne tres asedios críticos a la obra literaria de Aralia cuyas perspectivas se funden con la memoria de las vivencias de sus autoras. Entre todas compartieron diversas experiencias intelectuales como el Doctorado en El Colegio de México, el Seminario de Narrativa Mexicana, el Taller “Diana Morán”, congresos sobre escritoras, libros colectivos, la vida laboral, la amistad, “los pesares y alegrías” (parafraseando un título de uno de los libros colectivos del Taller), etcétera.

En “Dolor y humor: de ausencias y rememoraciones en Novela para una carta”, Laura Cázares elige una obra difícil, que toma como asunto una dura experiencia de la vida de Aralia López González, para destacar su carácter peculiar e híbrido como novela. El análisis se centra fundamentalmente en revelar las estrategias que transvasan lo real en la ficción: el dolor y el humor, el yo autoral y el personaje, la creación y el pensamiento académico, la primera persona y la tercera persona. A través de ciertos símbolos, Laura Cázares halla la lectura literaria de una vida; y a través del dolor de la experiencia, el humor como elemento que diluye, que descentra y muestra el absurdo. De esta manera, la ficción transforma la narración de la vida en una configuración ficticia que permite una mirada desde el distanciamiento.

En “Sema o las voces, búsquedas teóricas de Aralia López González”, Luzelena Gutiérrez de Velasco se desplaza a la memoria, al testimonio, para reconstruir el espacio en el que nace la novela Sema, especie de alegoría teórica, juego intelectual que se dramatiza desde la ficción misma. Ese espacio era el Doctorado de El Colegio de México, al que Aralia llegó con una tesis de maestría de la Universidad de Puerto Rico sobre la narrativa de escritoras latinoamericanas del siglo XX, texto pionero que, como bien apunta Gutiérrez de Velasco, fue la semilla fecunda que daría origen al hoy Taller “Diana Morán”. Allí, en El Colegio de México, “fraguó la escritura de un libro críptico que, como un bálsamo, equilibraba la exigencia de los cursos, los apremios de la vida interior y los pesares causados por la separación de los hijos y los desencuentros amorosos”, escritura que comparte con sus compañeras del Doctorado y que ahora representa “un regreso a Aralia López y a los conflictos que enfrentamos las mujeres en los años setenta, una reconstrucción del azaroso camino hacia el sentido”. Luzelena explora los problemas de la significación que encarna Sema –partícula mínima del significado– en la novela y su sufrimiento frente a su negación por el lenguaje, el sentido y la teoría.

Con “Huellas para encontrar a Aralia”, Luz Elena Zamudio incursiona en la poesía con una mirada cargada de una emoción consciente de la pérdida ya definitiva de alguna posibilidad de comunicación con la autora. Junto con Gutiérrez de Velasco, reconoce que la sabiduría de Aralia trasciende lo intelectual, es vital. Y para conocerla un poco más abrevará en su poesía, el género más confesional, más propicio a la empatía, como para recuperar una conversación pendiente, y un pequeño ensayo –“En Cuba no se ha perdido el fuego”–, sobre una visita de la poeta a La Habana le abrirá el camino. De las diversas reflexiones suscitadas por el recorrido de sus calles y su memoria, Luz Elena destaca el amor como el eje temático que las estructura; ese capital afectivo que, en su apreciación, sostiene a los cubanos y a su proyecto. Esa concepción se revela en la poesía de Aralia que trata del amor y su pérdida en el drama que padeció con sus hijos, pues el mismo capital afectivo la sostendrá a ella y a su esperanza de recuperarlos. Fusiona así Luz Elena en su análisis lo público y lo privado, atravesado por el amor como motor de acción de lo personal y lo social y de un anhelo de utopía.

De memorias, homenajes y fragmentos discursivos

Efrén Ortiz rememora en “Eternamente Aralia” su experiencia de primer alumno del Doctorado en Teoría literaria fundado por Aralia en la uam-Iztapalapa, muy en especial el proceso alrededor de la discusión, lectura y defensa de su tesis. Con su recuerdo nos convoca a visitar un tiempo de creación colectiva, pleno de intenso trabajo y entusiasmo en los inicios del Doctorado en el que coincidieron otros actores como Nara Araujo, Lillian von der Walde, Helena Beristáin y Evodio Escalante.

“Aralia ingresa a la Academia de Investigación Científica” es un fragmento de la entrevista que le hiciera Ana Rosa Domenella, su colega de la uam-Iztapalapa, en 1993, año en que Aralia fue elegida miembro de la Academia de Ciencias, la primera correspondiente a la disciplina literaria. En estos fragmentos se hallan interesantes datos y observaciones acerca de su vida, de su camino hacia la literatura, del potencial que apreciaba en ella. Nos devuelve también una representación de su palabra, lo que es decir, de su presencia.

Cierra los homenajes una semblanza biográfico-crítica que da título al libro: “Aralia en el corazón”, leída por su autora en octubre de 2019 en el homenaje a los profesores jubilados en la uam-Iztapalapa, cuando ya Aralia no se encontraba entre nosotros. Se recupera en ella la trayectoria de la profesora e investigadora en la uam-Iztapalapa, con algunas de sus estrategias y aportes más importantes, reveladores unas y otros de su enorme sabiduría como docente e investigadora.

Unos textos críticos de Aralia

Para cerrar este homenaje y para recordar sus aportes a la reflexión teórica y la crítica literaria, reunimos una pequeña muestra de los trabajos de Aralia López González. El primero, “Justificación teórica: Fundamentos feministas para la crítica literaria”, introducción al libro colectivo Sin imágenes falsas, sin falsos espejos. Narradoras mexicanas del siglo XX, es un ensayo esencial para comprender y leer la escritura de mujeres, la crítica y el pensamiento feminista desde una perspectiva histórica general y latinoamericanista. En él, Aralia responde a los diversos cuestionamientos que en aquellos años suscitaba la crítica feminista en la academia con una articulación histórica y la problematización de diversos aspectos como el valor literario, la escritura femenina, el sistema sexo/género como principio de la significación, etcétera.

El segundo ensayo seleccionado para este pequeño corpus es “Una obra clave en la narrativa mexicana: José Trigo”,3 representativo de sus diversos asedios críticos a la narrativa mexicana, terreno en que realizó importantes contribuciones. Miguel G. Rodríguez Lozano en su trabajo sobre la recepción de la novela de Fernando del Paso, destaca que

El trabajo de López González aporta juicios que no se habían dado con anterioridad, y en ocasiones llega a oponerse radicalmente a lo escrito por la crítica de los años precedentes. De lo dicho por esta investigadora cabe destacar lo referente al lenguaje, la historia y la relación de ésta con José Trigo. […] Analizando también a los narradores y a algunos de los personajes, López González da un giro a las interpretaciones que se habían hecho en torno a José Trigo.4

“La otra orilla del Edén: Jardín, novela de Dulce María Loynaz”5 cierra esta brevísima muestra con un agudo ejercicio de crítica literaria que reúne la perspectiva psicoanalítica, el mito, los símbolos, la otredad desde las propuestas de una estética matriarcal. De este modo, Aralia interpreta la complejidad de una novela como Jardín, que la crítica había subvalorado, en la tensión entre una estructura ancestral y una moderna, destacando además su escritura entre 1928 y 1935, su pertenencia al corpus de la novela lírica, sus referencias políticas y su lectura crítica de una modernidad marcada por la guerra.

El ejercicio crítico literario e historiográfico de Aralia, al igual que (y como parte de) su labor docente se caracterizó por dar la primacía a su función formadora de valores y transformadora de la realidad de los sujetos y de la sociedad en general. En consecución de estos propósitos, otorgaba la mayor importancia a la comprensión del texto, a su construcción de sentido y de conocimiento. Nunca ejerció una crítica mutilante o censuradora de las obras, sino que las hizo hablar para reintegrarlas a la lógica cultural de su época. Sus lecturas de las escritoras, de la narrativa mexicana en general, del ensayo latinoamericano, de Martí, nos convocan siempre al futuro.

Notas de la introducción

1] Este trabajo fue leído en el I Coloquio Internacional Transdisciplinario “José Martí frente al siglo XXI: poética y política”, celebrado en la UAM-Iztapalapa en septiembre de 1994, y publicado en el libro José Martí: poética y política, México, UAM-Iztapalapa/ Centro de Estudios Martianos, 1997, pp. 31-55.

2] Aralia López González, “El orden materno y la memoria en la escritura de Juan Rulfo”, en Ana Rosa Domenella, Edith Negrín y Luzelena Gutiérrez de Velasco, Entre la tradición y el canon: homenaje a Yvette Jiménez de Báez, México, El Colegio de México, 2009, p. 61.

3] Se publicó en Signos. Anuario de Humanidades (UAM-Iztapalapa) 1 (1990): pp. 233-264.

4] Miguel G. Rodríguez Lozano. “José Trigo y la crítica literaria”, Revista de Literatura Mexicana, vol. 5, núm. 2 (1994), p. 492.

5] Se publicó por primera vez en Yvette Jiménez de Báez. Varia lingüística y literaria: 50 años del CELL. LiteraturaS. XIX y XX, México, El Colegio de México, 1997.

 

trabajos críticos en su honor

“Y cuando lo nombro…”: Gabriela Mistral lee a José Martí

Osmar Sánchez Aguilera

A mi entrañable Aralia, Aralé, Azalea, la reunidora a perpetuidad de cuentecitas de patria; todavía bajo el influjo de su distintiva y fina hospitalidad

En los más de treinta años que van de 1920 a 1953 Gabriela Mistral desarrolló una labor de estudio y divulgación de la obra de José Martí solo comparable, entre escritores hispanoamericanos de su renombre, a la desplegada por Rubén Darío durante casi treinta años a partir de mediados de la década de 1880. Impactados y hasta deslumbrados por la novedad y la necesidad de esa obra en las circunstancias de Hispanoamérica, ambos dedicaron un considerable número de intervenciones escritas y orales a compartir sus hallazgos y a persuadir sobre los beneficios de su conocimiento en la actualidad desde la que realizaron sus lecturas cada uno de ellos. Labor esa que debía traducirse de inmediato en la expansión de ese gran interés por el escritor cubano entre las redes de interlocutores de la escritora chilena por un lado y del escritor nicaragüense por el otro.

Como sería de prever, esa continuidad entre Darío (1867-1916) y Mistral (1889-1957) en cuanto al sumo interés y la labor divulgativa en torno a la obra de Martí que ambos compartieron no excluye diferencias, a veces muy considerables, entre sus respectivas lecturas (posicionamientos, preferencias, énfasis, omisiones), ya desde el hecho de que esa labor en el caso de Gabriela Mistral comenzara en su actividad como maestra de niñas de primaria, mientras que en el caso de Rubén Darío se concentrara en su escritura. (Claro que un testimonio como el de Juan Ramón Jiménez impediría desconocer el impacto de la comunicación oral también en el caso del escritor nicaragüense).1 Dato no menos relevante para entender esas bifurcaciones de lecturas e imágenes en torno a un mismo escritor lo aporta la contemporaneidad entre el nicaragüense y el cubano: Darío (nacido en 1867) pudo todavía conversar con Martí (nacido en 1853) y hasta verlo dando un discurso (Nueva York, 24 de mayo de 1893). Mistral, por su parte, lamentó esa imposibilidad como una de las grandes pérdidas de su propia vida: “Yo llegué tarde a su fiesta y una de mis pérdidas de este mundo será siempre la de no haber escuchado el habla de Martí”,2 declararía ella hacia 1931; o, como prefirió dejarlo hacia mediados de 1940: “Yo llegué tarde a su fiesta y una de las pérdidas de este mundo será siempre la de no haber escuchado a Martí”.3 Ese de las versiones textuales es un tema que requiere desarrollo aparte, por su frecuencia y su importancia en la prosa mistraliana.

Muy conocida la renuencia de Darío (antes de 1898, sobre todo) con respecto a la consagración del cubano a la actividad política, Mistral, en cambio, entendió pronto que esa dedicación era ineludible en las circunstancias en que vivió Martí, quien para ella “es sobre todo un poeta, que puesto en el mundo en una hora de dura necesidad, aceptó ser conductor de hombres, gacetillero, profesor, etc., pero que de nacer en una Cuba adulta y sin urgencias, se hubiese quedado en el hombre de canto mayor y menor, de canto absoluto”.4 Más inclinado hacia la obra poética (versal) del cubano el autor de Prosas profanas, la autora de Lagar lo estuvo tal vez más hacia su prosa en general; pero, aun en territorio más ceñido a la poesía, Mistral desde sus primeros contactos con la obra de José Martí se mostró tan interesada por los Versos Sencillos como llegó a estarlo Darío por un proyecto apenas reconocible en alguna alusión de Mistral: Versos libres. Ciertamente, su conocimiento de ese corpus en 1913, con motivo de su primera edición, lo llevará a reconocer a su par cubano en la senda plena de la modernidad como poeta y a atribuirle la condición de precursor con respecto al modernismo.5

Sin embargo, como sería también de prever en una relación entre escritores de generaciones distintas marcada por el sostenido aprecio del más joven luego de la admiración primera, Mistral no fue impermeable al punto de vista de “El Maestro” (como se refirió a veces a su colega nicaragüense) sobre la consagración de Martí en cuerpo y alma a la obtención de la independencia política de Cuba. Un par de pasajes tomados de un artículo suyo de 1930 bastará para cerciorarse de la ascendencia del punto de vista dariano (en particular, el concentrado en su conmovedor obituario para La Nación del 1º de junio de 1895, recogido luego en Los Raros) sobre el de la futura Premio Nobel: “Su pasión de Cuba parecía cosa de carne, imperativo y amarre de carne que no se puede cortar. Sin perdonarle la santa insensatez con que fue a meterse al matadero, yo suelo entenderlo en el apego mío del trópico”.6

Inevitable reparar ahí en el sintagma, muy llamativo de suyo por sus resonancias internas, “santa insensatez”, debido a la convergencia en él de la aceptación y la condena de su emisora respecto de la absorbente consagración política martiana; y, asimismo, en el sustantivo “matadero”, en especial si ha sido usado para designar una guerra de carácter bastante sacro todavía en el imaginario colectivo de aquellas fechas como la de las independencias nacionales.

Más explícita es la ascendencia dariana en el siguiente pasaje, ya no por la mención del autor evocado, sino por su recuperación del contraste establecido por éste en 1895 entre la amplitud del radio de aplicación al que alcanzaban los dones de Martí (“americanidad”) y la estrechez del radio de aplicación en que los habría consumado (“antillismo”):

Muchas veces, dando y dando vueltas a la suerte imbécil que nos hizo perder a nuestro Martí –bellota de Rubén, no olvidarlo–, yo he pensado en que un viaje a la Argentina le hubiese salvado para la lengua, que era su única patrona legítima. La estimación fuerte de los extraños le apuntara mejor el contorno de su personalidad; él se habría visto; él habría entendido que su divino encargo era de americanidad y no de enteco antillismo.7

“Suerte imbécil” la que habría llevado a morir joven y sin el pleno despliegue de toda su envergadura intelectual a quien era portador de un “divino encargo”. Interesante no sólo con respecto a Martí, sino, sobre todo, a Mistral misma es la atribución a la lengua (española) del único patronazgo legítimo sobre los dones creativos del cubano, en detrimento de la patria al uso. En cuanto al contraste esbozado entre “antillismo” y “americanidad”, la muy influyente maestra chilena no parece haber reparado por entonces en la organicidad de la relación entre esos dos ámbitos en el pensamiento y en la praxis de José Martí.

Muy sugestivo, en cambio, resulta el dato de la posibilidad de un viaje de Martí a Argentina: según Mistral esa salida de su itinerario habitual habría podido salvar al escritor cubano del desenlace que tuvo finalmente su vida. No sé si ella estaba al tanto de la historicidad de ese dato, o si se debió sólo a una intuición suya, pues es cierto que Martí había sido invitado a Buenos Aires por la directiva de La Nación en las mismas fechas en que Domingo Faustino Sarmiento exhortara en carta pública a Paul Groussac a traducir un artículo martiano al francés, preocupado porque “todas las grandezas que Martí, nuestro representante de la lengua castellana, ha sentido, acogido y descripto van a quedar en Buenos Aires, y pasar como ráfaga perfumada de una hora, para dar lugar a nuestro aire de saladero, de pantano, de mugre política y de cólera morbus […]”.8 (Muy significativo el efecto benefactor que el patriarca cultural argentino le atribuye a la prosa de José Martí sobre el ambiente cultural porteño/argentino, asociado ahí con la atmósfera de un matadero, cuando se conoce que años más tarde la muy admiradora de ambos Gabriela Mistral va a reconocerle un efecto semejante a la presencia misma (vida y no sólo obra) del prócer escritor cubano en la memoria colectiva hispanoamericana).

No sería difícil conjeturar que esa estancia en Buenos Aires habría introducido una estimable variación en el destino del pensador y líder cubano, pero antes habría que salvar la resistencia que cuesta imaginarlo fuera de su radio de actividades habituales en esas fechas. No hay que olvidar que esa es la época del retraimiento político de Martí luego de su ruptura con el Plan independentista liderado por los muy acreditados generales de la guerra grande cubana (1868-1878) Máximo Gómez y Antonio Maceo, por lo que no se ve nada viable esa posible salida casi que de paseo por parte de quien está más empeñado que nunca en demostrar a sus compatriotas que su desacuerdo con ese Plan pudo atribuirse a todo menos a la falta de la disposición sacrificial indisociable del patriotismo. Quien en 1882 y 1883 había abundado en explicaciones de disculpa por la publicación de su Ismaelillo ante los amigos a los que les envió ejemplares de ese poemario no iba a correr el riesgo de ser malinterpretado por los muchos compatriotas del exilio a quienes pareció inconcebible, cuando no ofensivo, que un incipiente líder civil se permitiera disentir de los más prestigiosos líderes del movimiento independentista cubano. Similar tesitura mostrará años después su decisión de recibir a Rubén Darío en el mismo espacio donde él se disponía a tener una especie de rendición de cuentas como líder con independentistas cubanos del exilio, en vez de apartar tiempo y lugar más adecuados para una reunión a solas de ellos dos en su condición de intelectuales y escritores.

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Pero no es de los nexos entre Darío y Martí, asunto siempre tentador, de lo que quisiera ocuparme en estas notas, sino, como lo anuncia su título, del interés de Gabriela Mistral por la obra y vida de José Martí en el lapso que va de 1920 a 1953, aproximadamente, propósito en el cual ayudan mucho varias de las compilaciones de la obra en prosa de la escritora chilena que han abundado en lo que va del siglo xxi, como, por ejemplo, Toda Gabriela Mistral en Repertorio Americano (i y ii, 2011), Gabriela Mistral. Escritos políticos (2005), Antología de poesía y prosa de Gabriela Mistral (2007), Gabriela Mistral. La herida abierta(2010) y, particularmente, el compendio de calas mistralianas en la obra de Martí reunidas por Jaime Quezada bajo el título La lengua de Martí y otros motivos cubanos (2017). Entrecruzando información recabada en ellos, más en algunos de los epistolarios, iré reconstruyendo y comentando las principales marcas de ese interés de Mistral por la obra martiana. Cuando se conoce que andaban por 27 los “volúmenes con exclusiva prosa mistraliana” editados entre 1957 y 2007, y por 20 los epistolarios de ella reunidos en ese mismo lapso,9 se entiende que no pueda aspirarse, con sólo aquel reducido corpus, a agotar el muestrario de tales marcas.

Aun así, puede adelantarse que entre 1920, cuando ella acredita su ya madura familiarización con el legado martiano en carta a Federico Henríquez y Carvajal, y 1953, cuando inaugura el principal evento internacional por el centenario del natalicio de José Martí, pocos pensadores hispanoamericanos parecen haber atraído y movido con tanto fervor a Gabriela Mistral como el escritor cubano, “la gran veneración lírica de su madurez”, como le llama Juan Loveluck,10 aunque no haya sido solamente lírica, como se encargará de precisarlo años después el propio investigador chileno ya desde el título de otro estudio suyo: “Estirpe martiana de la prosa de Gabriela Mistral” (1980).11

Precursora en esa senda es la frase con que ella le agradece en esa carta a Henríquez y Carvajal el afecto y el celo con que este ha cuidado la obra martiana: “como si se tratase de mi padre”.12 Significativa esa especie de transferencia de la función paterna hacia Martí, a quien todavía en un romance eneasilábico de casi veinte años después llamará “padre mío”.13 A no dudarlo, en el lapso de 1920 a 1953 José Martí no ha de haber contado con un divulgador más intenso e influyente que Gabriela Mistral; ni Gabriela Mistral con un escritor hispanoamericano al que admire más que a José Martí.

Muy ilustrativa al respecto es una carta de 1938 al estudioso cubano Félix Lizaso por la preocupación que manifiesta ante la sola posibilidad de que la obra de Martí no sea bien conocida en su isla natal:

Me duele –ojalá Ud. exagere– eso de que no se conoce bien a Martí en la isla. […] Había que hacer publicar capítulos del libro en Rev. del Sur [sic], Atenea en Chile, Nosotros en Bs. Aires, etc. Porque Uds. distribuyen mal sus libros y es preciso que su “operación” sobre Martí, tan feliz y tan eficaz, sea bien aprovechada por nuestra gente.14

Es posible que Lizaso exagere, y a la vez esté ofreciendo un testimonio preciso. Que exagere porque como buen conocedor de esa obra entiende que sus compatriotas no se benefician de ella en proporción al potencial de ella. Y su testimonio es a la vez preciso en su confianza en que una mayor conexión consciente con la obra y el ejemplo de Martí ayudaría a superar el estado de cosas tan desfavorable por entonces dentro de esa nación.

Por su parte, a Mistral, convencida de los beneficios que entraña para América Latina la difusión de la obra martiana en todo el continente, le desconcierta que esa obra pudiera no ser (bastante) conocida en donde se supondría no sólo que le conozcan más y primero, sino también que Martí contara con “un escudero”15 en cada ciudadano suyo: Cuba. Desde luego, “escudero” cada nuevo ciudadano-lector suyo para un Martí caballero andante, si es que no Don Quijote en específico.

Tampoco sería arriesgado notar que a ese interés por Martí debe Cuba el interés de Mistral por ella. En otras palabras, no fue Cuba la que la llevó a interesarse por Martí, sino el conocimiento de Martí el que la llevó a interesarse por Cuba. Cifras tal vez de esa postura pueden leerse en una despedida epistolar de 1938 en la que ella se reconoce “cubana en Martí”;16 y en otra carta, de octubre de 1952, cuando afirma que Cuba “está entre los pueblos que más amo a causa de lo que le debo a su escritor fundamental”.17 Pero acaso más ilustrativas sean unas palabras de ella como parte de la declaración con que agradeció el té de homenaje organizado para ella en un hotel de la Habana el 15 de julio de 1922, o sea, durante su primera estancia en ese país: “En Martí me había sido anticipada Cuba, como en el viento marino se anticipan los aromas de la tierra todavía lejana”.18

Constancias de ese interés afectivo y no sólo intelectual fueron, además de esa escala de julio de 1922 en su viaje hacia México, las visitas de 1931, 1938 y 1953…, si es que no hubo otra a inicios de 1954, según lo ha sostenido Elizabeth Horan con base en una entrevista suya a la profesora que habría acompañado entonces a Gabriela Mistral,19 respaldada a su vez por datos que ofrece la propia escritora en su epistolario con Victoria Ocampo. Así, por ejemplo, el 29 de diciembre de 1953, ella le comunica a su colega y amiga argentina: “debo salir a Cuba por dos cosas: primero, el invierno, que para mí es duro siempre en este país [Estados Unidos]; segundo, porque debo ir a dar dos conferencias sobre mi país”.20 Y más adelante, en la misma carta: “salgo para Cuba por no tener que hacer por segunda vez croniquilla, otras doscientas y tantas”.21 Sin embargo, en otra carta suya de ese mismo epistolario fechada en agosto de 1955 vuelve a hablar de una inminente salida a Cuba que no llega a concretarse, pero lo curioso es que no haga referencia alguna a esa presunta visita del año previo: “Parece que yo debo salir hacia Cuba. Acaba de ocurrir allí una barbaridad, pero debo ir”.22 Y poco después: “Iba a ir a Cuba y vino la barbaridad que sabes. Iría a Canadá, pero, repito, el frío es allí cosa respetable para mi reuma”.23 ¿Ese presunto viaje de 1954 habría quedado en proyecto, o habría que atribuirlo a una falla de la memoria de la escritora?

Fuera de dudas sí debería estar que, contrario a lo que se ha afirmado a veces,24 desde mucho antes de su primera estancia en Cuba, en julio de 1922, como escala en su viaje a México (“Empiezo en Cuba mi acción de gracias hacia México”, dirá ella en ese homenaje habanero), la escritora y maestra chilena no sólo estaba familiarizada con la obra de Martí, sino que había cubierto ya el ciclo que han recorrido tantos otros lectores de esa obra: para entonces era una devota suya. Así permite constatarlo su referida carta a Federico Henríquez y Carvajal de finales de 1920:

vea usted: hoy mismo yo había hablado de José Martí en mi clase de castellano del 6º año de humanidades. Hablando a mis alumnas de los grandes prosistas americanos, les decía: “Yo estimo mucho a Rodó y a Montalvo; pero a Martí lo venero, le tengo una admiración penetrada de ternura, y cuando lo nombro es algo más que cuatro sílabas lo que digo”.25

Y como si esa especie de profesión de fe no hubiera sido suficiente, a seguidas vuelve a mencionarlo, ahora como uno de “los artistas que más han influido en mi vida [y] no solamente en mi pequeña obra”.26 Se entenderá que para respaldar una conclusión semejante no basta ni siquiera un año de trato asiduo con la obra del autor al que se refiere. Así, pues, habría que remontar a la primera mitad de 1919, cuando menos, el inicio de esa familiarización tan honda que Gabriela Mistral llegó a tener con la obra de José Martí. Apegados a la periodización de la obra en prosa de la escritora chilena que realiza Barcia (2010), habría que decir que el interés de ella por el cubano, si bien rinde sus frutos mejores en la segunda de esas etapas (1922-1934), comprende también la primera (a través de su labor docente) y la última.

Antes, ya no de su primera estancia en México, sino también de su escala de entonces en la Habana, Mistral había incluido a su colega cubano entre los intelectuales representativos de América Latina cuya divulgación considera prioritaria en los programas escolares de la región:

Maestro: enseña en tu clase el sueño de Bolívar, el vidente primero. Clávalo en el alma de tus discípulos, con agudo garfio de convencimiento. Divulga la América, su Bello, su Sarmiento, su Lastarria, su Martí. No seas un ebrio de Europa, un embriagado de lo lejano, por lejano extraño, y además caduco, de hermosa caduquez fatal.27

José Martí va a quedar como sinónimo de hispanoamericanismo y unidad hispanoamericana, en la saga de Bolívar, ya desde entonces. Tal vez fue esa la primera ancla de su admiración por su colega cubano. Defensora muy convencida ella de esa unidad, se entiende su identificación con el prócer escritor, la cual, como ha podido verse, viene respaldada por motivos que desbordan lo ideológico-político.

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Acostumbrados a la consulta de ediciones muy accesibles del escritor cubano en obras completas, en antologías organizadas por temas, por épocas o por géneros discursivos, y anotadas, críticas o facsimilares, lo mismo en versión impresa que digital, no solemos detenernos a pensar en las ediciones de la obra martiana que pudieron servir de base al conocimiento de esta durante las dos o tres primeras décadas del siglo xx, cuando sólo existían unas pocas e incompletas ediciones de sus obras, uno que otro esbozo biográfico, y no muchas antologías. “Hasta los años treinta, las editoriales cubanas no veían la necesidad de publicar los textos de Martí, dado el escaso interés manifestado por el público lector”, ha observado Ette,28 en consonancia con el testimonio antes comentado de Lizaso. Por eso resulta de tanto interés el apunte de Mistral en su carta a Henríquez y Carvajal sobre los títulos que propiciaron su contacto con el universo de Martí: “Solamente le conocía su Flor y lava y sus Estados Unidos. Las niñas de tres liceos en que he enseñado se saben aquella maravilla de la Rosa blanca, de Los héroes, fragmentos del Ismaelillo y Los zapaticos de rosa”.29

A juzgar por los títulos que menciona, fueron antologías las que le sirvieron de base para empezar a familiarizarse con José Martí. (Por su parte, Rubén Darío, además de escucharlo, pudo leerlo de inmediato en ediciones de periódicos durante sus estancias en Chile y en Argentina, e incluso en algunos de los volúmenes de sus primeras “obras completas” preparadas por Gonzalo de Quesada y Aróstegui). La titulada Flor y lava (discursos, juicios, correspondencias, etc). había sido publicada en París por la Sociedad de Ediciones Literarias y Artísticas. En el caso de Estados Unidos, lo más probable es que se tratase de una selección de textos nucleados por el tema que anuncia el título.30 Los textos sueltos podría haberlos conocido en Flor y lava, o en el “librito” de Versos (“hallazgo precioso”) encontrado tiempo después de esa antología “en un puesto de libros viejos”.31 A mayor precariedad en las vías de acceso a la obra de Martí, mayor hay que suponer el interés de cualquier lector por conocerla.

“La rosa blanca” y “Los héroes”, como más se conocen los poemas xxxix y xlv, respectivamente, de Versos sencillos (1891), van a permanecer entre sus favoritos, según permite concluirlo su reaparición en la antología (de) Lecturas para mujeres (1924) preparada por la maestra y escritora chilena durante su estancia en México. Por el contrario, “Los zapaticos de rosa”, de La Edad de Oro (1889), ya no será el texto que represente a esa revista en 1924. Y por lo que respecta a Ismaelillo (1882), llama la atención que ninguno de los poemas, si no completos, en fragmentos, haya encontrado sitio en una sección como “Hogar”, de Lecturas para mujeres: más allá de la extensión característica de esos poemas, o del considerable número de entradas con que cuenta Martí en esa antología, es evidente que a Mistral no le acomodó para sus propósitos –o acaso más bien para el destinatario ideal de la antología– la imagen del hogar derivable de ese poemario, representado siempre desde la perspectiva de un padre tan amoroso con su hijo como reservado con la esposa-madre ausente.32 De los dos acápites de “Hogar” –sección, por cierto, para la que Mistral reclama cualquier originalidad de su antología– algún fragmento de Ismaelillo pudo haber en el titulado “Maternidad”, y dentro de éste en “Mimos del hijo”. Sin embargo, ningún rastro queda ahí de ese librito.

Precisamente en Lecturas para mujeres puede documentarse la siguiente cala del interés mistraliano por la obra de Martí. La presencia de éste en esa antología bastante autobiográfica puede calificarse, cuando menos, de generosa. O, si se prefiere, excepcional. Aparte de la propia autora (y no sólo compiladora-prologuista) del libro, quien cuenta con más de 20 entradas textuales entre las casi 230 que lo conforman, sólo cuatro autores tienen siete o más: Rabindranth Tagore, José Enrique Rodó, Leopoldo Lugones…, y José Martí. Sin embargo, ese número de entradas no coincide con el número de textos incluidos del escritor cubano; primero, porque tres de las entradas están ocupadas por un mismo texto subdividido en tres partes; y luego, porque una sola entrada reúne fragmentos provenientes de varios textos. El subdividido es el titulado “Tres héroes”, artículo de La Edad de Oro que en Lecturas para mujeres ocupa tres lugares en el índice, identificados como “Hidalgo”, “Bolívar” y “San Martín”. Mientras que la entrada compuesta por un muestrario textual misceláneo es la titulada “Pensamientos de José Martí”, nombre de una especie de subgénero muy frecuente en los primeros años de la recepción martiana, acorde con el propósito de divulgación de esa obra entre amplios sectores, por lo que no es raro hallarla todavía.

De esa misma revista concebida y escrita por Martí para los niños (y niñas) de América se incluye también “El Padre Las Casas”, artículo al que unos años después ella se referirá como “semblanza casi sobrenatural”.33 Las otras entradas reservadas a la obra del gran pensador decolonial cubano están ocupadas por los dos poemas ya mencionados de Versos sencillos (xxxix y lxv), y por un fragmento del ensayo “El poeta Walt Whitman” (1887), identificado por el título “Valor de la poesía”. En total son ocho las entradas correspondientes a Martí en esa antología, todas concentradas en las secciones “México y la América española” (equivalente a la ii) y “Motivos espirituales” (la más amplia de todas, equivalente a la iv).

Pero aun ese dato numérico no basta para dar cuenta cabal del reconocimiento, cercano a lo excepcional, de que goza ahí la obra martiana: a eso habría que añadir la frase “recomendar todas las obras de José Martí” (o “recomendar toda la obra de Martí”) con que se acompañan 6 de esas entradas. No hay que olvidar, al respecto, que esa selección de textos preparada para estudiantes mexicanas de origen humilde inscritas en la Escuela-hogar “Gabriela Mistral” no es propiamente una antología de literatura hispanoamericana, sino más bien un cuaderno de trabajo para alumnas (y sus guías o maestras) que no van a tener en su programa académico otra relación más detenida con el arte del lenguaje.

Como si la autora de Lecturas para mujeres no hubiera quedado satisfecha con la porción de muestras textuales martianas que ha incluido, y a la vez sospechara que no debe desequilibrar el conjunto en función de un autor, ella se encarga de hacer esa recomendación una y otra vez, a modo de recordatorio para las destinatarias de ese cuaderno de trabajo: “recomendar todas las obras de José Martí” (o “recomendar toda la obra de Martí”). Muestra grande de confianza en el valor de la obra martiana es esa especie de cheque en blanco que supone recomendarla toda. (Desde luego, el corpus de “todas las obras de Martí” pensado por la escritora hacia mediados de la década de 1920 dista mucho del imaginable bajo ese mismo sintagma casi un siglo después).

Pero, aun con esas precauciones, una señal más respalda el carácter excepcional que alcanza ese reconocimiento: la ocupación de una de las casi 230 entradas de ese libro por un “Retrato de Martí” debido a alguien que lo trató en vida, el guatemalteco Domingo Estrada, escritor a quien corresponde el dictum “Un rato de conversación con él me instruía más que un año de lectura”.34

Entonces, ocho entradas propias, seis recomendaciones de su obra restante y una breve semblanza elaborada por un testigo de su tránsito vital respaldan el carácter excepcional del reconocimiento de que goza José Martí en esa selección de lecturas.

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En esa especie de escaparate de la obra en marcha de Gabriela Mistral que fue Repertorio Americano entre las décadas de 1920 y 1950, toda vez que publicaba no sólo las colaboraciones de ella concebidas expresamente para esa revista, sino también otras suyas (que eran las más) aparecidas ya en otros órganos de prensa, abundan referencias o alusiones a José Martí que permiten documentar la continuidad, el fortalecimiento y la naturalización del interés de la escritora chilena por el pensador cubano. Así, por ejemplo, en un artículo de 1927 sobre José Vasconcelos, dice de éste que “pinta con precisión y con una “martiana” ternura a la América como una novia”.35 Importa esa asociación temprana de Martí con la ternura que la lleva a distinguir como “martiana” un tipo o un matiz de ternura.36 Y en otro del mismo año llama a recordar “el periodismo educador de Sarmiento, de Rodó y de Martí, que fueron cátedras de dinamismo salvador”.37

Un modo distinto de asimilación del legado martiano es el que ilustra un artículo de 1928 sobresaliente por su enérgica defensa de Augusto César Sandino, en el que ella da muestras de haber incorporado a su propio bagaje expresivo el muy emblemático ensayo “Nuestra América” (1891), cuando sostiene que

el general Sandino carga sobre sus hombros vigorosos de hombre rústico, sobre su espalda viril de herrero o forjador, con la honra de todos nosotros. Gracias a él la derrota nicaragüense será un duelo y no una vergüenza; gracias a él, cuando la zancada de botas de siete leguas que es la norteamericana, vaya bajando hacia el Sur, los del Sur se acordarán […]”.38

En el enunciado “zancada de botas de siete leguas” resuena casi literalmente una memorable imagen situada al inicio de ese ensayo martiano: “los gigantes que llevan siete leguas en sus botas y le pueden poner la bota encima” (al “aldeano vanidoso”).39 Sobreentendida en ese ensayo “matriz de Martí a partir al cual [sic] Gabriela adhiere, como a una poética implícita de la prosa en varios planos”40 la asociación de los portadores de esas botas con la historia política estadounidense en relación con América Latina, Mistral pasa a ilustrarla con ese episodio histórico en el que el gobierno de Edgar Hoover había desplegado tropas militares suyas dentro de Nicaragua para combatir a un ciudadano rebelde de ese país…, por petición del gobierno nicaragüense.41

Aunque asordinado, de tan asimilado tal vez, en la memoria de ese fragmento resuena también uno de los pasajes más inspiradores de La Edad de Oro:

En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana.42

Nada sorprendente, a la luz del interés de la escritora por textos de La Edad de Oro desde sus primeros comentarios sobre Martí. Una señal más discreta de su asimilación de la obra martiana aflora en un artículo de 1928 sobre Manuel Ugarte en el que ella apela al binomio ‘rosa-ortiga’ para ilustrar los frutos más previsibles de la dedicación a la actividad política seria en Hispanoamérica, sobre todo entre intelectuales:

Los arcos de rosas se secan en cuanto el jefe acaba de pasarlos; en cambio, los recelos por el pequeño éxito, las desconfianzas, la ortiga, tan vital en nuestras tierras, de la malevolencia, que casi forma parte de nuestro suelo moral, duran en él y aumentan espontáneamente.43

Que su empleo de ese binomio resulte bastante libre, y que uno de sus términos aparezca modificado (“ortiga”, en vez de “oruga”, como todavía puede escucharse en versiones populares de ese poema) no impide remontar sus huellas hasta el poema tal vez más popular de Versos sencillos, el número xxxix