Arrebato de pasión - Kay Thorpe - E-Book
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Arrebato de pasión E-Book

Kay Thorpe

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Beschreibung

Se encontró en la cama con un desconocido. Durante unas vacaciones en Mallorca y, al despertar de un increíble sueño erótico, Jessica se encontró en la cama con un desconocido. Zac Prescott estaba tan sorprendido como ella porque había acabado allí por accidente... aunque también era cierto que le encantaba lo que había encontrado a su lado. Aunque Jess le pidió que se marchara, en realidad se moría de ganas de seguir disfrutando de aquella dulce cercanía... Cuando volvieron a verse, la atracción fue aún mayor... ¡Y Zac no dudó en hacerle una increíble proposición! Necesitaba a alguien que se hiciera pasar por su prometida para poder presentársela a su familia…

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Kay Thorpe

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Arrebato de pasión, n.º 1392 - abril 2017

Título original: Mistress to a Bachelor

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9685-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Tan ligero como el roce de unas alas de mariposa, el beso en el cuello despertó a Jessica. Instintivamente, se acercó al cuerpo duro del hombre cuando empezó a explorar íntimamente su cuerpo, provocando en ella un deseo abrumador.

Paul buscó su boca para besarla como nunca. Rodeando sus hombros con los brazos, Jessica se dejó llevar, excitada por los poderosos músculos…

¿Desde cuándo Paul tenía aquellos músculos?, pensó entonces, despertando del todo.

De repente, asustada, saltó en la cama.

–¿Quién eres? –exclamó.

–Yo podría hacerte la misma pregunta –respondió él, más intrigado que sorprendido–. ¿Dónde está Leonie?

Jessica respiró profundamente. Era un extraño para ella, pero no para su prima.

–No está aquí.

El hombre alargó la mano para encender la lamparita y Jessica se mordió los labios al ver el ancho torso cubierto de fino vello oscuro.

–Ya lo veo –dijo, burlón–. Pero eso no explica qué haces en su apartamento.

–Yo podría decir lo mismo –replicó Jessica.

Pero era evidente lo que hacía en el apartamento de Leonie.

Debería haber sabido que no era Paul al apretarse contra aquel cuerpo tan musculoso. Paul nunca la había excitado de esa forma.

Cuando vio que los ojos grises se deslizaban descaradamente por su cuerpo, tomó el quimono que estaba sobre una silla y se cubrió con él, ignorando la expresión burlona del hombre.

–Leonie me ha dejado su apartamento durante unos días. Como evidentemente tú tienes una llave, deberías saber que no está en Mallorca.

–Leonie y yo no tenemos ningún acuerdo. Al pasar por delante del edificio vi su coche y pensé que estaría en casa.

–Te agradecería mucho que te fueras ahora mismo –dijo Jessica entonces, sin mirarlo–. Y dame la llave. Si Leonie quiere volver a dártela, lo hará cuando vuelva.

–Sí, claro –sonrió él, apartando las sábanas–. Mi ropa está sobre la silla –añadió, al ver su expresión horrorizada.

–Esperaré en el salón.

Jessica salió del dormitorio y cerró la puerta, nerviosa. Había estado a punto de ofrecerse con abandono a un desconocido… Considerando lo que la hacía sentir con sus caricias y la evidente excitación masculina, el tipo se había portado con cierta consideración.

Al ver su imagen en el espejo del pasillo hizo una mueca. Con los desordenados rizos color caoba y la cara brillante por la crema de noche, era más bien lógico que el extraño se hubiera apartado.

Lo que no entendía era que Leonie hubiese olvidado decirle que alguien más tenía la llave del apartamento…

Le resultaba muy difícil creer que hubiera olvidado a un hombre como el que estaba en el dormitorio en aquel momento.

Era la una de la mañana, de modo que solo había dormido una hora. ¿En qué cama dormiría Paul aquella noche? En la suya propia, seguro que no.

En ese momento se abrió la puerta del dormitorio. El desconocido llevaba un traje gris y una camisa negra. Debía tener unos treinta años, pensó, intentando no recordar su torso desnudo.

–Parece que te debo una disculpa. Supongo que debería haberme dado cuenta.

–Una mujer se parece a otra en la oscuridad –replicó Jessica, sarcástica.

–Solo cuando tienen un cuerpo parecido. Leonie y tú podríais ser gemelas.

Estaba riéndose de ella, seguro.

–La llave, por favor.

–Sí, claro –dijo él, dejando la llave sobre una mesita–. Y ya que nos hemos conocido, ¿qué tal una copa antes de despedirnos? –añadió, con muy poca vergüenza.

–Supongo que estás acostumbrado a que las mujeres hagan lo que tú quieras… pero yo quiero que te vayas. Ya sabes dónde está la puerta.

–Me llamo Zac Prescott –replicó él, sin moverse–. ¿Y tú?

–Mi nombre da igual. Y me da lo mismo quién seas. ¿Vas a marcharte o tengo que llamar a la policía?

El hombre sonrió de una forma tan sensual que Jessica sintió un escalofrío.

–¿Y de qué vas a acusarme? No te he hecho nada.

Podría habérselo hecho, pensó Jessica, si no se hubiera despertado. Y la emoción que experimentó al pensar aquello fue pesadumbre, más que remordimiento.

–Si yo no me hubiera dado cuenta de que no eras quien pensaba, te habrías dado cuenta tú.

–Es posible. Pero no sé si habría tenido fuerza de voluntad como para detenerme. Quien quiera que fuese el hombre con el que me has confundido, es un afortunado. Eres una chica muy excitante.

Jessica se puso como un tomate.

–Supongo que eso para ti es normal.

–No creas, depende. Tú… –sonriendo, el hombre señaló la puerta–. Creo que tienes razón. No quiero molestarte más.

Jessica se apartó para que pudiera pasar. Y se quedó completamente sorprendida cuando él la tomó por la cintura para darle un beso en los labios.

–Una boca imposible de resistir. Que duermas bien, ojazos.

Se había ido antes de que Jessica pudiera replicar. Atónita, se llevó la mano a la boca. Seguía sintiendo el roce de los labios masculinos, el roce de su barba, la presión de su cuerpo. Su partida había dejado en ella un absurdo vacío.

Deseo, nada más, se dijo a sí misma, disgustada. La atracción física que sentía por él era innegable. Y debía estarle agradecida por no haberse aprovechado de la situación. La experiencia podría haber sido increíble, pero se habría sentido avergonzada toda la vida.

Como no podía dormir, se hizo un café y salió a la terraza. El mar brillaba como plata bajo la luz de la luna, el único signo de vida una luz en medio del mar, un barco que se dirigía al puerto de Palma, probablemente.

Un mes más tarde empezaría a hacer calor, pero en aquel momento el aire fresco era como un bálsamo para su piel. Podía quedarse allí todo el tiempo que quisiera, le había dicho Leonie.

Y Jessica aprovechó la oportunidad. Estar sola era lo que necesitaba. Mirando hacia atrás, le parecía ridículo haber pensado que Paul era capaz de un compromiso. Los hombres no cambian tan fácilmente.

Pero eso era el pasado, se dijo. Cuando volviese a Inglaterra empezaría una nueva vida. Tenía suficiente dinero ahorrado como para aguantar hasta que encontrase un trabajo y un apartamento. No pensaba aprovecharse de la generosidad de Leonie.

Volvió a la cama e intentó dormir, pero le resultaba imposible. El aroma masculino en las sábanas le recordaba cosas que no quería recordar. Aquellas manos masculinas no habían dejado nada sin explorar… hasta que se dio cuenta de que no era Paul.

Zac Prescott. Su prima nunca lo había mencionado. Pero Leonie vivía la vida a su manera, sin dar explicaciones a nadie.

Una actitud, pensó Jessica, que ella debería aprender.

Afortunadamente, no volvería a ver a aquel hombre. La idea de enfrentarse con aquellos ojos grises le daba escalofríos.

Por fin se quedó dormida y despertó a las siete, con los primeros rayos del sol entrando por la ventana. Desayunar en la terraza era un lujo del que no se cansaría nunca. A la luz del día, el paisaje de la isla era espectacular.

Además de un par de viajes a Palma, había utilizado poco el coche de alquiler. Pero solo le quedaban unos días para volver a Inglaterra y le apetecía ir de excursión. Tardaría algún tiempo en poder tomarse otras vacaciones.

Salió del apartamento a las diez para ir a Valldemosa.

Como no era temporada alta había pocos turistas y Jessica se tomó su tiempo, deteniéndose cada vez que quería fotografiar algo. Llegó a Valldemosa a la una y decidió comer allí.

La guía de la isla le daba cuatro estrellas al hotel Mirador. Caro, por supuesto, pero qué demonios… Se merecía algún lujo.

Situado en una colina sobre un huerto de naranjos y limoneros, con paredes blancas casi ocultas por buganvillas y rosas, el hotel era una preciosidad. Jessica aparcó el jeep, atravesó el vestíbulo de mármol y salió a una enorme terraza desde la que se divisaba casi toda la isla.

Solo tres de las más de doce mesas estaban sin ocupar y eligió una desde la que podía observar el paisaje. Aquello era vida, se dijo.

Estaba leyendo el menú cuando notó que alguien la miraba fijamente. Y cuando levantó la cabeza se quedó helada. Allí estaba el hombre al que había pensado no volver a ver.

Zac Prescott sonrió.

–Apareces donde menos se espera.

–No sabía que estuvieras aquí –replicó ella, irritada.

–Ya imagino que, de saberlo, no habrías venido. Pero ya que estás aquí… ¿puedo sentarme contigo?

Jessica vaciló un momento, sin saber si mandarlo a paseo o aceptar por cortesía.

–Muy bien –dijo por fin.

–Estoy en desventaja. Tú sabes mi nombre, pero yo no sé el tuyo.

–Jessica Saunders.

–¿Suelen llamarte Jess?

–No si valoras en algo tu vida.

Zac sonrió de nuevo.

–Muy bien, nada de Jess –dijo, estudiando su rostro en detalle: ojos verdes, nariz pequeña, labios generosos–. Yo diría que eres más joven que Leonie. ¿Veinticinco?

–Casi –contestó Jessica–. ¿Y tú?

–Treinta y tres. ¿Qué relación tienes con Leonie?

–¿Por qué quieres saberlo?

–Por simple curiosidad. Pero no tienes que contestar.

No había razón para mantenerlo en secreto.

–Somos primas.

–¿Os dedicáis a lo mismo?

–Me temo que no. Yo soy una humilde secretaria.

–Secretaria, es posible. Humilde… lo dudo.

El camarero llegó entonces para tomar nota.

–Tú primero.

–Una bandeja de pescado. Ah, y una botella de Perrier.

Zac miró el menú y después pidió una ensalada y un plato típico de la casa. Su cabello oscuro brillaba bajo la luz del sol. Estaba bronceado, de modo que debía pasar gran parte del tiempo en climas cálidos.

Con vaqueros y camiseta blanca no ejercía menos impacto en sus sentidos; la manga corta destacaba sus bíceps de tal forma que Jessica tuvo que apartar la mirada. La noche anterior aquellos brazos la habían rodeado, esos dedos la habían acariciado… Se alegraba de llevar gafas oscuras. Sentir lo que sentía era una cosa, revelarla otra muy diferente.

–¿Pasas mucho tiempo aquí?

–De vez en cuando. ¿Es la primera vez que vienes a Palma?

Jessica asintió.

–Es muy diferente de lo que esperaba.

–¿Pensabas que estaría lleno de turistas?

–Más o menos.

–Hay muchos en Magaluf, pero este lugar es demasiado escarpado para los turistas. Prefieren la playa.

Jessica miró el paisaje de nuevo.

–Es una maravilla. Ahora entiendo que Leonie comprase un apartamento aquí. Aunque últimamente lo usa poco.

–El precio del éxito –sonrió Zac–. ¿Cuánto tiempo piensas quedarte?

–Llevo aquí una semana. Me quedan solo dos días.

–¿Y eso es tiempo suficiente para solucionar las cosas?

–¿Para solucionar qué?

–Estás huyendo de algo. ¿Podría ser el hombre con quien me confundiste anoche?

Jessica intentó mantener la compostura.

–Me parece que eso no es asunto tuyo.

–No, es verdad. Pero intuyo que no me equivoco. Resultó ser un canalla, ¿no?

–¿Hay otro tipo de hombre?

Zac se encogió de hombros.

–No juzgues toda la caja por una manzana podrida. Prueba con otro.

–¿Se te ocurre alguien? –preguntó Jessica.

–Yo no te diría que no.

La tentación era irresistible. Pero aunque no fuese el amante de su prima, acostarse con un hombre solo por deseo no era algo a lo que ella estuviera acostumbrada.

–¿Desde cuándo conoces a Leonie?

–Nos conocimos hace un par de años, aunque nos vemos poco y siempre casi por casualidad. Anoche vine de Palma para darle una sorpresa.

–Siento que te llevases una desilusión.

–No fue una desilusión, todo lo contrario. Me habría gustado seguir. Eres tan…

–¡No lo digas! ¡Olvídalo!

Zac soltó una carcajada.

–Difícil, pero lo intentaré.

La llegada del camarero con los platos interrumpió la incómoda conversación durante unos minutos. La selección de pescados era exquisita… pero por aquel precio tenía que serlo.

–¿A qué te dedicas?

–Trabajo en una cadena hotelera. Estoy aquí para decidir si merece la pena añadir este sitio a nuestro catálogo de hoteles.

–¿La decisión depende de tu opinión?

–Es un factor.

Jessica miró alrededor.

–Este es un sitio precioso, pero yo diría que demasiado caro para el turista habitual.

–Lo es –asintió Zac, mirándola con renovado interés–. ¿Conoces el negocio hotelero?

–Mis padres tenían un hotel en Cotswolds.

–¿Tenían?

–Se divorciaron hace tres años.

–¿Y tú te fuiste a vivir con Leonie a Londres?

–No, me fui después de… –Jessica no terminó la frase–. ¿Quieres recomendarme?

–Es posible. A riesgo de que vuelvas a decirme que no es asunto mío, ¿tienes trabajo ahora mismo?

–¿Por qué quieres saberlo?

–Podría ofrecerte un puesto.

–¿Sueles ofrecer puestos de trabajo a los desconocidos?

–No.

–Entonces, ¿por qué a mí?

–Porque eres la prima de Leonie y yo necesito una secretaria lo antes posible –contestó él mirando el reloj–. Lo siento, pero debo irme. Hablaremos de los detalles esta noche, durante la cena.

Se levantó con movimientos premeditados, un metro ochenta de hombre que podría encender la sangre de cualquier mujer.

–Iré a buscarte a las ocho.

Se alejó, de nuevo, antes de que Jessica pudiera replicar. Aunque tampoco hubiera sabido qué decir. La oferta había sido por completo inesperada.

E intrigante, debía admitir. ¿Por qué aquel hombre le había ofrecido un puesto de trabajo?

Escuchar lo que tenía que decir durante la cena no la comprometía a nada, pensó. Y, además, así no cenaría sola. Sin embargo, una vocecita le advertía que tuviera cuidado con aquel hombre que aceleraba su pulso y que dejaba claro que la encontraba muy atractiva.

El camarero sacudió la cabeza cuando pidió la factura. El señor Prescott se había encargado, le dijo.

Pasó el resto de la tarde de excursión por Mallorca, sobre todo por las zonas más antiguas, donde no solían acudir los turistas.

De vuelta en el apartamento, estuvo una hora intentando decidir si debía llamar a Leonie. Por fin, la llamó a la oficina.

–Estaba a punto de marcharme. ¿Qué tal va todo?

–Bien –contestó Jessica–. Me encanta la isla… y he conocido a un amigo tuyo, Zac Prescott.

Al otro lado del hilo hubo un silencio.

–¿Dónde lo has conocido?

Jessica no quería contarle lo que había pasado por la noche, aunque seguramente Leonie lo encontraría divertido.

–En el hotel Mirador. Parece que trabaja para una cadena hotelera que quiere comprarlo.

–¿Trabajar? Cariño, él es la cadena hotelera. O, al menos, el mayor accionista. ¿Has oído hablar de Orbis?

–Sí, claro –contestó Jessica–. Pero no sabía que estuviesen abriendo mercados.

–Zac es la clase de empresario que se involucra personalmente. No le gusta nada estar en la oficina. Orbis es una de las empresas de Prescott, S.A.

–Me ha ofrecido un puesto de trabajo –dijo Jessica entonces.

–¿En serio? ¿Como secretaria?

–No estoy segura. Voy a cenar con él esta noche.

–No quiero desilusionarte, pero no pienses que va a ofrecerte la luna.

–Ya me lo imagino. Pero no hay razón para no aprovechar una buena cena, ¿no?

–Las técnicas de seducción de Zac son infalibles. No pierdas la cabeza.

–No tengo intención de perder la cabeza –le aseguró Jessica–. Especialmente con un hombre con el que tú llevas dos años manteniendo una aventura.

–Zac no pertenece a ninguna mujer –replicó Leonie, burlona–. Es un espíritu libre. Ten cuidado, solo te digo eso. Ya has sufrido suficiente con Paul.

Jessica colgó, pensativa. Paul estaba fuera de su vida. La oferta de Zac podría ser falsa, pero solo había una forma de enterarse.

 

 

Llegó a las ocho en punto, con unos pantalones de lino beige y una camisa marrón. En cuanto lo vio, Jessica tuvo el presentimiento de que estaba metiéndose en algo que podría lamentar.

Tomaron un aperitivo cerca de la catedral y cenaron en una terraza preciosa. La clientela era claramente adinerada. Aunque ella llevaba un bonito vestido de lino, parecía poca cosa comparado con los trajes de diseño que llevaban las mujeres.

Pero si Zac pensaba lo mismo, no lo demostraba. No intentaba disimular que la encontraba atractiva. Prácticamente estaban terminando de cenar y no había mencionado el trabajo, de modo que Leonie debía tener razón: aquella cena solo había sido una añagaza para verla otra vez.

Sus sentidos le decían que acostarse con él sería una experiencia inolvidable. La mayoría de las chicas de su edad veía la libertad sexual como algo natural. ¿Por qué iba a ser ella diferente?

Porque no era como las demás. Si Zac pensaba acostarse con ella, iba a llevarse una desilusión.

–He llamado a Leonie esta tarde y me ha dicho que eres uno de los accionistas de la empresa Prescott.

Zac sonrió.

–¿Y eso cambia algo?

–¿Quién dijo que el poder es un afrodisíaco?

–Kissinger –contestó él, con los ojos brillantes–. ¿Crees que tiene razón?

–Depende. Algunos hombres nacen con ello.

–Mientras otros se lo ganan a pulso. ¿O eso es la grandeza? ¿Estás intentando seducirme, Jessica?

–¿Yo? Eres tú el que me ha traído a cenar con la excusa de una oferta de trabajo.

–Tienes razón, en parte. Lo que quiero de ti es…

–Sea lo que sea, no tengo interés –lo interrumpió ella–. Puedes quedarte con Leonie.

–Leonie no está aquí. Y tampoco podría hacer el papel si estuviera.

–¿El papel? –repitió Jessica.

–Eso es –sonrió Zac–. Necesito una prometida.