Más allá del deseo - Kay Thorpe - E-Book

Más allá del deseo E-Book

Kay Thorpe

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Beschreibung

Erin se enamoró de Nick Carson nada más verlo. Sabía que él también la deseaba, aunque opinara que los sentimientos de ella no fueran más allá de la pura atracción física. Pero si quince años de diferencia eran un obstáculo insuperable para él, no lo eran para Erin. Aunque Nick asegurase que le gustaban las mujeres mayores y con más experiencia, ella estaba decidida a conseguir sus propósitos. Después de todo, era el tipo de hombre con el que siempre había soñado.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización

de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 1999 Kay Thorpe

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Más allá del deseo, n.º 1052- junio 2022

Título original: Virgin Mistress

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1105-667-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Me temo que es así —observó el abogado con pena—. La casa está hipotecada y lo demás es muy poco.

—Pues buscaré un trabajo —declaró Erin—. ¡Saldremos adelante!

—Con diecinueve años y sin ninguna cualificación especial, te será difícil encontrar un trabajo que os permita vivir desahogadamente a ti y a tu hermana —fue la respuesta—. Es una suerte que haya conseguido saber dónde está tu tío. Él…

—El tío de Samantha —interrumpió Erin—. Yo soy hija adoptada.

—Para la ley es lo mismo. Es como si fueras de la familia y estoy seguro de que Carson pensará de la misma manera.

Si Nicholas Carson se pareciera a su hermano, reflexionó Erin, seguro que no querría hacerse responsable ni de ella ni de Sam. Al fin y al cabo, Samantha era de su propia sangre, pero ella ni siquiera eso. Aunque también era cierto que Erin no necesitaba que nadie se hiciera cargo de ella.

El señor Gordon tenía razón, sin embargo. Tenía que rendirse a la evidencia. Incluso aunque encontrara un trabajo, había pocas posibilidades de que ganara suficiente para vivir las dos. La idea de separarse de su hermanastra era horrible, pero la salud de Sam tenía que estar por encima de cualquier otra consideración. Y aunque su tío se hubiera negado a saber nada de su hermano en los últimos años, quizá no rehusara cuidar de Sam, que era lo más importante.

John Gordon observó a la chica y no pudo evitar admirar su fortaleza. Era una joven normal, había pensado nada más verla. De cabello largo y rubio, rostro sin maquillaje y cuerpo delgado, sus enormes ojos azules contradecían esa impresión al expresar una fuerza de carácter increíble para su edad.

—No creo que tengáis que dejar la casa inmediatamente —añadió, concentrándose de nuevo en el tema a tratar—, pero cuanto antes empecéis a solucionar todo, mejor. Quizá sea más fácil llamar a una empresa de las que se dedican a calcular el precio de los muebles que vais a dejar, aunque seguramente el señor Carson quiera mirar él mismo las cosas. Vendrá a finales de semana.

Cuando su tío llegara, ella tendría que haber decidido ya lo que iba a hacer. Y lo primero era buscar un lugar donde vivir.

Aunque la muerte de su padrastro había sido inesperada, no sentía ningún vacío especial. Nunca estuvieron muy unidos y, desde la muerte de su madre, el alejamiento había sido aún mayor. Y no porque él hubiera sido más atento con su propia hija. En realidad, David Carson no había aceptado la responsabilidad de cuidar de ninguna de las dos.

—¿Cómo consiguió encontrar al señor Carson? —preguntó ella con curiosidad—. Lo único que yo sabía era que mi padrastro y él llevaban años sin verse.

—La galería donde se exhiben sus obras me puso en contacto con su agente, y éste le dijo que me llamara. Desgraciadamente, cuando lo hizo, ya era demasiado tarde y no pudo asistir al funeral.

—No creo que le importara mucho asistir o no —murmuró Erin, tratando de ser objetiva—. Es muy conocido, ¿no es así?

—Así es. Yo no estoy muy metido en el mundo del arte, pero sé que su obra es muy considerada entre los entendidos. Y además, es todavía muy joven.

Erin pensó que quizá para él sí, pero para ella treinta y cuatro años eran la mitad de la vida. Entonces, pensó que los diez años de diferencia entre los hermanos bien podría haber sido la causa de su alejamiento. Nicholas no debía ser mucho mayor que ella cuando se marchó a vivir por su cuenta. Erin no sabía mucho de por qué dejó a su familia, salvo que había tenido que ver con algún asunto de dinero. No le sorprendía. El dinero siempre había jugado un papel importante en la vida de Nicholas, igual que lo había hecho en la de su padrastro. Estaba segura de que el ataque al corazón que había acabado con él estaba relacionado con que se hubiera arruinado recientemente.

—¿Usted cree que Barbados va a ser un lugar adecuado para que se críe una chica de catorce años? Quiero decir, que no sé si hay colegio ni nada.

—Los colegios de la isla son tan buenos como los de cualquier otro lugar —contestó John Gordon—. Por otro lado, el señor Carson quizá piense que un internado sea la mejor solución. Después de todo, a su edad, y estando soltero, no creo que esté dispuesto a hacerse cargo de una muchacha de catorce años. Ni siquiera sé si él vive en Barbados permanentemente. Pero todo eso lo tendrá que decidir él cuando venga. Estoy seguro de que hará lo mejor para todos.

Erin deseó poder estar igual de segura. A Sam le horrorizaría meterse en un internado. Aunque para ella tampoco iba a ser agradable tener que irse a vivir a miles de kilómetros, rodeada de desconocidos. Pero era mejor no seguir especulando hasta no ver a su tío.

Debido al tráfico, llegó con un retraso de diez minutos a buscar a su hermana, que, afortunadamente, la estaba esperando. Samantha era capaz de hacer autostop antes de tomar un autobús hasta su casa.

Como Erin, se parecía mucho a su madre. Tenía el cabello rubio, recogido en una coleta, y los ojos de un color azul intenso, dentro de un rostro en el que comenzaban a intuirse unas elegantes facciones. Erin había hecho lo posible por que su hermanastra no notara la falta de cariño paternal, pero, por propia experiencia, sabía que eso era casi imposible.

—¡Creí que no ibas a llegar nunca! —se quejó la muchachita alegremente, subiéndose al coche—. ¿Qué dijo el señor Gordon?

—Nada que no hubiéramos podido solucionar nosotras —comentó Erin con resignación—. Lo hemos perdido todo, Sam. La casa, el dinero… todo.

—Bueno, papá nunca nos dio dinero, así que eso no va a cambiar mucho las cosas —respondió Sam sin inmutarse—. Melanie dice que el gobierno le da a su madre el dinero que necesitan para vivir y que incluso les paga la casa. Podríamos hacer lo mismo nosotras, ¿no crees?

—No creo que nuestra situación sea igual —murmuró—. De cualquier manera, tendremos que esperar a ver qué es lo que piensa tu tío cuando llegue. Legalmente, él va a ser tu tutor a partir de ahora y eso quiere decir que tendremos que hacer lo que él diga.

—¡No necesito ningún tutor! Tú siempre me has cuidado, ¿por qué no vas a poder seguir haciéndolo?

—No tengo los medios para ello —explicó. Luego, dio un suspiro—, y tu tío sí.

—Si tiene tanto dinero, ¿por qué no nos compra una casa nueva?

—Creo que el asunto es algo más complicado que el tener una casa. ¿Qué te parece si pasamos por Halson’s y nos tomamos unos bollos de chocolate?

—¿Podemos permitírnoslo? —preguntó la muchacha, con los ojos brillantes.

—No deberíamos, pero, ¿qué más da? ¡Vivamos el presente!

Compraron seis bollos y los devoraron nada más llegar a la casa, que pronto dejaría de ser su hogar. Una casa de cinco habitaciones en aquella zona debía valer mucho, recapacitó Erin mientras lavaba las tazas del té con el que habían acompañado los bollos. Si era suficiente o no para pagar las deudas de su padrastro, era una cuestión aparte. Además, no era asunto suyo, afortunadamente. Tenía otras cosas de las que preocuparse.

Ambas pasaron la tarde relajadamente viendo la televisión. Samantha se marchó a la cama hacia las diez y, lo más extraño, es que no hubo que obligarla. Erin se quedó dando vueltas a todos sus problemas, sin encontrar ninguna solución. Como solía decir una de sus heroínas favoritas, mañana será otro día, decidió finalmente. Después de ocho horas de sueño, vería todo de distinta manera.

Pero como muchas veces ocurre, al meterse en la cama, se despabiló de repente. Con la idea de que una taza de chocolate caliente la ayudaría, se puso la bata sobre su camisón corto de algodón, y bajó a la cocina.

Había empezado a llover, y se quedó unos segundos mirando a través de la ventana. Sería bueno para el jardín, pensó, que estaba siendo sometido a una inusual sequía veraniega. Aunque aquello dejaría de ser problema suyo en breve.

Cuando ya tenía el pie en el último escalón, oyó el motor de un coche y el sonido de las ruedas sobre la arena. Las luces de los faros penetraron a través del cristal de la puerta de la calle cuando el coche aparcó frente a la casa.

Hubo un corto silencio. Luego, se oyeron voces y, finalmente, alguien pulsó el timbre con un vigor innecesario en opinión de Erin. Sólo podía ser una persona. Sólo esperaban a una persona en particular, aunque no tan pronto.

Erin dejó la taza de chocolate sobre una mesa del vestíbulo y fue a abrir la puerta. Antes puso la mano en el cerrojo y observó la silueta que se veía a través del cristal. La persona que había afuera era un hombre, no había duda, pero no podía asegurar nada más.

—¿Quién es?

—Nick Carson —fue la respuesta inmediata—. Abre, ¿quieres? Me estoy empapando.

Erin estuvo a punto de contestarle que era normal que la lluvia mojara a las personas, pero no lo dijo. No era momento para mostrarse ingeniosa. Terminó de abrir el cerrojo, giró la llave y abrió de mala gana la puerta al hombre en cuyas manos estaba el futuro de Sam.

El hombre hizo una señal al taxista para que se fuera, antes de entrar en la casa. Luego, depositó la maleta en el suelo. Erin cerró la puerta de nuevo y se apoyó en ella mientras observaba la altura y corpulencia de aquel hombre. Era dos o tres centímetros más alto que su padrastro, que ya era alto de por sí, y se le parecía únicamente en los ojos de color gris y el cabello oscuro. Tenía aspecto de tener un carácter muy fuerte, pensó Erin al mirarlo a los ojos.

—Me imagino que tú tienes algo más de catorce años —fue el comentario del hombre, al tiempo que la observaba de arriba abajo—. ¿Quién eres tú exactamente?

—Soy la hermanastra de Samantha —contestó—. ¿No te dijo nada el señor Gordon de mí?

—No hemos hablado mucho —replicó secamente—. Lo único que me dijo fue que mi hermano había muerto, dejando en la ruina a una hija de catorce años. ¿Hermanastra has dicho?

—Mi madre se casó con tu hermano cuando yo tenía cuatro años. Sam nació un año después.

El hombre observó el brillo de su piel, la suave curva de su boca y su melena lisa y rubia.

—Pues yo te habría echado más bien unos dieciséis años, en vez de diecinueve. ¿Sueles pasearte por la casa en camisón?

—Sólo por la noche —contestó, sabiendo que el camisón no revelaba más que lo que habría dejado ver un vestido de falda corta—. Afortunadamente, había bajado a tomar una taza de chocolate, si no estaría ya dormida.

—En tal caso tendría que haberte despertado —replicó con un movimiento brusco—. Es evidente que hay muchas cosas que no me han contado. ¿Podemos seguir hablando en un lugar más cómodo? Llevo casi todo el día de viaje.

—Si estás cansado, podemos dejarlo para mañana —sugirió Erin.

—No, hablaremos ahora de todo —afirmó con decisión—. Necesito saber lo que se espera de mí.

—Yo no espero nada —le aseguró—. Sé cuidar de mí misma —de repente, la muchacha se quedó pensativa—. ¿Quieres cenar algo?

—Ya cené en el avión —aseguró mientras reparaba en la taza de chocolate—. Será mejor que te lo bebas antes de que se enfríe.

Erin atravesó la alfombra con los pies desnudos para agarrar la taza. No solía llevar zapatos en la casa y mucho menos zapatillas, pero en ese momento lo lamentó. Los niños iban descalzos, no los adultos. No le extrañaba que aquel hombre la hubiera tomado por una chica más joven.

Luego, pasaron al salón, que parecía desnudo, privado de todos los objetos de valor que en él había. Nick Carson no hizo ningún comentario, aunque su expresión fue suficientemente clara. Erin encendió un par de lámparas y apagó la luz del techo para suavizar la iluminación. Luego, se acurrucó en una silla como hacía normalmente. Su tío político se sentó en el sofá.

Iba vestido de manera más bien informal, notó Erin, aunque no como un artista bohemio. Los pantalones marrones oscuros y la chaqueta de color más claro eran de corte más bien clásico.

—¿Qué piensas hacer exactamente con Sam? —preguntó sin preámbulos.

El modo directo de hacer la pregunta hizo que el hombre levantara una ceja.

—No parece que seas muy tímida, ¿verdad?

—Así es, y estoy orgullosa de ello —replicó ella—. Además, me preocupa el futuro de ella.

—¿Y qué me dices de ti?

—Como te he dicho, sé cuidar de mí misma.

—¿Quiere eso decir que ya tienes planes hechos?

—Nada en particular todavía.

—¿Tienes ahorros?

—No —tuvo que admitir de mala gana—. Pero siempre puedo ponerme a trabajar.

—¿Haciendo qué exactamente?

—Cuidando niños, por ejemplo —improvisó, incapaz de pensar en otra cosa—. Sí, trabajaré de niñera —repitió.

—¿Sin ningún título o experiencia?

Ambos se miraron a los ojos durante unos segundos.

—Tengo bastante experiencia cuidando a Sam.

—Hay bastante diferencia entre tener que cuidar de vez en cuando a tu hermana y cuidar a un bebé todo el día —señaló Nick—. Además, tú no eres más que una niña.

—Eso no importa. Sé que puedo hacerlo.

—Muy bien —contestó él, divertido—. ¿Está Samantha tan segura de sí misma como tú?

Erin hizo un esfuerzo por mantener un tono tranquilo.

—Ambas sabemos defendernos, si es a lo que te refieres. Y todavía no me has dicho lo que vas a hacer con ella.

—Es difícil que tome una decisión tan rápidamente. Como te he dicho, hay muchas cosas que necesito saber antes. Por ejemplo, sobre tu madre, ¿qué…?

—Se mató en un accidente de avión hace unos años —interrumpió Erin sin ninguna emoción—. Iba con su amante, que era quien pilotaba el avión. Yo dejé entonces la escuela para cuidar de la casa.

—¿Fue idea tuya o de mi hermano?

La muchacha alzó sus estrechos hombros brevemente.

—No había muchas alternativas.

—Mi hermano podría haber contratado a un ama de llaves y dejarte que completaras tu educación.

—Eso hubiera costado dinero. De todas maneras, a mí no me gustaba la idea de que una desconocida se hiciera cargo de la casa.

Y estuvo a punto de añadir que seguía sin gustarle.

—Por lo menos, yo soy pariente vuestro —dijo, como si leyera sus pensamientos—. Y además, a mí tampoco me hace muy feliz cuidar de vosotras. Me sorprendió que David me llamara como pariente más allegado.

—Tenía que llamar a alguien, supongo, y tú eras nuestro único familiar.

Erin se quedó callada unos minutos, preguntándose si sería todavía demasiado pronto para decir en voz alta lo que se le había ocurrido después de estar pensando toda la tarde. Antes o después tendría que hacerlo, decidió, aunque un poco de sutileza no estaría mal.

—Entiendo lo difícil que debe ser para ti llevarte a Sam a vivir contigo… Quiero decir que sé que tú eres un hombre soltero e independiente.

Los ojos grises del hombre adquirieron una expresión interrogante.

—¿Por qué estás tan segura de que vivo solo?

—El señor Gordon me dijo que no estabas casado.

—¿Y no podría vivir con una mujer sin estarlo?

Erin se mordió el labio, sintiéndose una perfecta estúpida. ¿Cómo podía haber sido tan ingenua? Hizo un esfuerzo para disimular su incomodidad y siguió hablando con voz impasible.

—¿Y tu compañera estará dispuesta a cuidar de una muchacha de catorce años?

—No he dicho que tenga ninguna compañera —replicó—. Todavía no he conocido a la mujer con la que pueda vivir todo el día.

—¡El problema será encontrar una mujer que quiera vivir contigo todo el día! —exclamó ella en un rapto de furia.

—Posiblemente lleves razón —agregó despacio—. Bueno, ¿qué me estabas diciendo?

Erin se calmó y lamentó haber perdido el control. Ese hombre tenía algo que la ponía nerviosa, pero tendría que calmarse si quería convencerlo de que ella podía cuidar de su sobrina.

—Lo siento. No debería haber hablado de ese modo.

—¿Por qué no? —preguntó—. Puedes decir lo que quieras, siempre que no sea una calumnia. Creo que estabas a punto de sugerir que pensara en la posibilidad de dejar a Samantha a tu cuidado, ¿no es así? Con una ayuda económica para ambas, claro.

—Para ella, no para mí. Y sólo hasta que yo pueda ganar suficiente dinero para las dos. Le gusta la escuela donde está y sería una lástima cambiarla. Podríamos alquilar un apartamento amueblado por el momento… Hay siempre anuncios en el periódico —sentada sobre sus piernas en la silla, Erin habló con entusiasmo—. Sería lo mejor para Sam. Y para ti también.

Cuando Nick habló, lo hizo con calculada frialdad, como si estuviera sopesando lo que ella acababa de decir.

—Creo que lo mejor será seguir discutiéndolo por la mañana, sin distracciones.

Erin se había olvidado por completo del modo en que iba vestida y le costó un poco entender el significado de sus palabras. Luego, bajó la mirada y se avergonzó al ver que el camisón se le había subido, revelando uno de sus delgados muslos.

—Veo que al menos ciertas cosas te dan vergüenza —dijo él, al ver que la muchacha se ruborizaba—. Estaba empezando a sorprenderme.

—Pues a mí lo que me sorprende es que te escandalices tanto por ver unas piernas desnudas… ¡especialmente cuando pertenecen a alguien a quien consideras casi una niña!

—La verdad es que a mí también me sorprende —Nick parecía de nuevo divertido—. No hay nada que te haga estar callada mucho tiempo, ¿verdad?

—No, a menos que sea importante —contestó, echándose un mechón de pelo hacia atrás—. Entonces, ¿qué te parece?

—¿El qué?

Erin dio un suspiro, sospechando que él quería provocarla.

—Lo que te acabo de proponer, por supuesto.

—Ah, tu plan para el futuro —el hombre hizo un gesto con la cabeza—. Me temo que no me parece bien.

—¿Por qué no? Si es por el dinero, te prometo que te lo devolveré en cuanto…

—No es por el dinero —su tono fue firme—. Simplemente, es que lo que me propones está bastante lejos de parecerme una solución adecuada al problema.

Erin lo miró sumisa. Allí sentado, con sus anchos hombros y su mandíbula cuadrada, ese hombre parecía la seguridad en persona.

—¿Y qué solución sería adecuada según tú?

—Hablaremos de ello por la mañana, después de que conozca a Samantha.

Se levantó ágilmente y la chaqueta abierta reveló unas caderas y cintura estrechas. Al observarlo, Erin notó una sensación extraña en la boca del estómago. No era tan tonta como para no darse cuenta de que él la atraía físicamente, pero la extrañó que alguien de la edad de Nicholas Carson la pudiera atraer. ¡Pero si podía ser su padre!

—Me acabo de dar cuenta de que no sé tu nombre —confesó el hombre.

—Erin —contestó—. Erin Grainger.

Las cejas del hombre formaron una línea continua.

—¿Quisiste conservar el apellido de tu padre?

—El de mi madre. No llegué a conocer a mi padre…

—David podía haberte adoptado.

—No quiso. O por lo menos, nunca hizo el intento. Imagino que pensaba que ya había hecho suficiente casándose con mi madre.

—Supongo que sentiría algo por ella para hacerlo.

—Supongo —Erin se levantó bruscamente—. Voy a hacerte la cama. Como ya te he dicho, no te esperábamos antes del fin de semana. Tardaré unos minutos nada más.

—Subiré contigo. Este salón no es muy acogedor.

Erin no pudo contradecirle.

Condujo a Nick escaleras arriba hasta la habitación que había junto a la suya. En el descansillo, tuvo que pararse para sacar del armario sábanas limpias y una colcha.

—Me temo que aquí tampoco hay mucho más que lo esencial —se disculpó, abriendo la puerta del dormitorio—. No sabía si tú querrías revisar por ti mismo las cosas de tu hermano y dejé todo como estaba. Sus papeles personales están en la maleta que hay en esa esquina. Los muebles del despacho los llevé a una subasta.

—Siempre que haya un colchón en la cama… Mañana por la mañana echaré un vistazo a los documentos, pero el resto puede venderse o regalarse inmediatamente.

El hombre dejó en el suelo la bolsa de viaje. Erin comenzó a hacer la cama, notando que él la miraba con una sonrisa irónica en los labios.

—Soy capaz de ayudar a una mujer en una ocasión especial.

—Ahora soy una mujer, ¿verdad? ¡Eso se llama progresar deprisa!

—Se puede llamar así —replicó suavemente Nick—. Extiende la colcha y meteremos cada uno las esquinas de nuestro lado.

Erin obedeció y se enfadó ligeramente cuando él terminó antes que ella. Llevaba tres años sin ayuda y hacía las cosas de la casa a su manera, así que le molestó la intromisión de él. Es más, le molestaba su presencia allí. Podrían haberse arreglado sin su ayuda.

Dejando una de las esquinas sin meter, en un gesto que sabía infantil, Erin se puso derecha y le señaló el cuarto de baño.

—Encontrarás toallas en el armario. ¿Sabes que aparte de algunas minucias no va a quedarnos nada?

Nick inclinó la cabeza.

—Me doy cuenta. Mi hermano era único para poner todas sus energías en una cosa y cerrarse las demás puertas. Tuvo suerte de durar así tanto tiempo —el hombre hizo un gesto con los hombros como si lamentara haber hablado demasiado—. Empezaré a revisar todo por la mañana. Ahora mismo, lo único que quiero es tumbarme.

Erin vio que era casi media noche en el reloj de la mesilla. Debían haberlo considerado de poco valor para embargarlo. Pero ella no estaba suficientemente relajada como para dormir. Tenía demasiadas cosas en que pensar.

—Entonces, te dejo. Normalmente me levanto a las siete, pero no estás obligado a hacer tú lo mismo. En cuanto a Samantha —dijo, ya en la puerta—, ¿prefieres que no vaya mañana a la escuela y se quede en casa?

—Creo que sería una buena idea —asintió Nick—. Así podremos conocernos.

—Las dos te estamos muy agradecidas por haber venido para arreglar entre todos la situación —murmuró, dándose cuenta de que le convenía ser amable con él. Todavía no era imposible que cambiara de opinión respecto a su propuesta. Y más, después de conocer a Sam, que estaba lejos de ser la chiquilla encantadora que él seguramente se había imaginado—. Algunos hombres no lo habrían hecho.

—Tú sabes mucho de hombres, claro —dijo él, soltando una breve carcajada.

Erin hizo un esfuerzo para no contestar nada. Presentía que iba a tener que reprimirse bastante en los días siguientes.

—Me considero buena psicóloga —dijo finalmente—. Estoy segura de que tuviste una buena razón para separarte de mi padrastro. Te veré por la mañana —añadió, cerrando apresuradamente la puerta para que él no tuviera tiempo de responder.

Desde el rellano, vio abajo la taza de chocolate. Ya no estaría caliente, pensó, considerando brevemente la posibilidad de recalentarlo, pero dudaba que eso la ayudara a dormir.