Arriésgate - Molly Mcadams - E-Book

Arriésgate E-Book

Molly McAdams

0,0
5,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Su primer año fuera de casa estaba siendo casi perfecto, pero el fin de semana en el que se entregó a la pasión lo cambiaría todo. A sus dieciocho años, Harper había crecido bajo la disciplina de su padre, marine de profesión. Decidida a vivir la vida a su manera y a experimentar cosas de las que solo había oído hablar a los marines de la unidad de su padre, se marchó a estudiar a la Universidad de San Diego. Gracias a su nueva compañera de habitación, Harper conoció un mundo de fiestas, chicos guapos, familia y emociones. Pero se encontró en una encrucijada al enamorarse con rapidez de su nuevo novio, Brandon, y de Chase, el hermano de su compañera de piso. Pese a su aspecto y a su pasado peligroso, ambos adoraban a Harper y habrían hecho cualquier cosa por ella, incluso dar un paso atrás si así ella era feliz. "McAdams te mantiene enganchada hasta el final del libro. Tiene una manera exquisita de escribir y detallarte todo de una manera armoniosa que te quedas enganchado. Muchas veces, me paraba a despegar la vista del libro y me costaba horrores reconocer en que momento del día me encontraba." Domadores de palabras

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 676

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2012 Molly Jester

© 2015, para esta edición HarperCollins Ibérica, S.A.

Título español: Arriésgate

Título original: Taking Chances

Publicado por HarperCollins Publishers LLC, New York, U.S.A.

 

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

Esta edición ha sido publicada con autorización de HarperCollins Publishers LLC, New York, U.S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos comerciales, hechos o situaciones son pura coincidencia.

Traductor: Carlos Ramos Malavé

Diseño de cubierta: Stephanie Moon

Imágenes de cubierta: 1001nights/iStockphoto

 

ISBN: 978-84-16502-26-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Agradecimientos

Capítulo 1

 

No podía dejar de sonreír mientras contemplaba mi dormitorio por última vez. Iba a hacerlo, por fin iba a vivir mi vida como a mí me apeteciera vivirla. Había crecido sola con mi padre, y le quería, pero no sabía ser padre. Lo único que parecía dominar era la palabra «no». Prometo que no estoy siendo la típica adolescente quejica, que hasta ahí llegaban nuestras conversaciones. Siempre está detrás de mí, apenas me habla y siempre espera que sea perfecta. Tampoco es que pueda extrañarme su manera de ser, porque lleva en los Marines desde que terminó el instituto, y al parecer se le da bastante bien. Los chicos que pasaban por sus unidades le respetaban y él siempre estaba orgulloso de ellos. Yo me había educado en casa y, como consecuencia, acabé yendo con él a trabajar todos los días y estudiando en su despacho. Enseguida aprendí que, si no entendía algo, era mejor no preguntar. Solía mirarme con una ceja levantada, suspiraba y después seguía con lo que fuera que estuviera haciendo. Se suponía que yo debía haber terminado cuando él empezaba los entrenamientos por las mañanas, de manera que pudiera salir con él, pero aun así no decía una sola palabra. La única interacción que tuve realmente fue con sus marines. Si alguien me preguntaba, yo respondía sin dudar que me había criado un puñado de infantes de marina inmaduros a los que adoraba, no mi padre.

Y ahora, después de dieciocho años luchando por lograr una perfección que, a ojos de mi padre, no podía alcanzarse, por fin iba a liberarme, disfrutar de mi experiencia universitaria, fuera cual fuera, y con suerte averiguar quién era yo. Podría haber ido a una universidad de aquí, pero decir que mi padre era estricto habría sido quedarme muy corta, y deseaba experimentar cosas que sabía que jamás podría experimentar si me quedaba aquí.

—¿Estás segura de querer hacer esto, Harper? Hay facultades excelentes en Carolina del Norte.

Yo lo miré directamente a los ojos.

—Estoy cien por cien segura, señor, de que esto es lo que necesito hacer —¿he mencionado que solo me permite llamarle «señor»?

—Bueno —miró a través de mi ventana—, las cosas serán diferentes aquí —se dio la vuelta y salió de la habitación.

Y eso era todo lo que iba a decir. Para ser sincera, era una de las conversaciones más largas que habíamos tenido en meses. Cuatro frases. Era sorprendente que pudiera hablarles a sus chicos durante todo el día, pero, cuando empezábamos a hablar entre nosotros, tardaba pocos minutos en abandonar la habitación.

Vibró mi móvil y volví a sonreír. A mis «hermanos» no les hacía ilusión que me fuese a California. Desde anoche no paraban de llamarme y de enviarme mensajes al móvil y al Facebook rogándome que no me fuera. Ahora que era mayor y me acercaba más a su edad, los chicos ya no intentaban educarme; me veían como a su hermana o a una amiga y me enseñaban todo lo que necesitaba saber en lo relativo a otros chicos como ellos. Siempre me hacía gracia que la mayoría prefiriera pasar tiempo conmigo en vez de alejarse de la base cuando tenían permiso, pero creo que les gustaba que no fuera una de esas chicas que intentaban desesperadamente llamar su atención. No era que no les gustara ese tipo de atención, pero al parecer yo era una agradable excepción a las mujeres con las que trataban habitualmente.

 

J. Carter:

¡NO ME ABANDONES! Voy a volverme loco sin tu compañía.

 

Yo:

Seguro que no te pasará nada, Carter. Prokowski y Sanders parecen estar pasándolo peor que la mayoría… puedes consolarte con ellos ;) O siempre puedes aceptar la oferta de alguna de las guarras de la base. Seguro que ellas te hacen mejor compañía que yo.

 

J. Carter:

Creo que me entra herpes solo de pensar en ellas.

 

Yo:

Jajaja! Tengo que irme. Mi padre ha terminado de meter mis maletas en el coche.

 

J. Carter:

Te echaré mucho de menos, Harper. Diviértete, no te olvides de mí.

 

Yo:

Nunca.

 

Jason Carter tenía veinte años y llevaba como un año en la unidad de mi padre. Nos habíamos hecho amigos muy rápido. Era mi mejor amigo y, si yo estaba en la base cuando tenían permiso, siempre era uno de los que optaban por pasar tiempo conmigo en vez de ir a buscar mujeres con sus otros amigos. Siempre me entristecía cuando uno de los chicos era trasladado a otra base o unidad, o cuando terminaba su tiempo con los Marines. Pero estoy bastante segura de que moriría de pena si Carter se marchara, así que no me sorprendía que aquella fuese la sexta vez en una hora que me pedía que no le abandonara. No podría haberlo expresado mejor, yo también le echaría mucho de menos. Contemplé una última vez la casa en la que me había criado antes de reunirme con mi padre en el coche. Esa casa era algo que sin duda no echaría de menos.

Casi doce horas, dos coches y dos aviones más tarde estaba de pie en la habitación de la residencia de la Universidad Estatal de San Diego. Mi nueva compañera de habitación todavía no había llegado, pero, según los correos que habíamos estado enviándonos durante las últimas semanas, vivía cerca y se mudaría en unos días. Elegí mi lado de la habitación y me apresuré a instalarme antes de darme una ducha y meterme en la cama. Miré el teléfono, vi que eran casi las dos de la mañana y gruñí. Si estuviera en casa, ya estaría en la base con mi padre. Había sido un largo día de viaje y de hacer y deshacer maletas, y utilicé la poca energía que me quedaba para acurrucarme bajo la colcha y quedarme dormida.

 

 

—¿Harper? ¡Haaaaarperrrrrrr! ¡Despierta!

Abrí los ojos lo justo para ver una cara sonriente delante de mí. Me incorporé de golpe y eché los brazos hacia delante, mi cuerpo ya estaba en tensión.

—¡Eh, eh! ¡Soy yo, Breanna!

—¿Es que quieres morir? ¡No hagas eso! —debería alegrarse de que yo pensara que seguía soñando, porque crecer con mi padre significaba estar siempre a la defensiva cuando me despertaba.

Ella se rio y se sentó al borde de la cama.

—Perdona, llevo cinco minutos intentando despertarte.

Qué raro, normalmente tenía el sueño muy ligero.

—Pensé que no venías hasta el domingo.

—Bueno, técnicamente es así, todas mis cosas siguen en casa… —señaló hacia la otra mitad de la habitación, aún sin objetos—, pero mi hermano y sus amigos dan una fiesta esta noche y quería preguntarte si te apetecería ir.

Lo más cerca que yo había estado de una fiesta era gracias a las historias que contaban los chicos en la base. Intenté que no se me notara la emoción y me encogí de hombros con indiferencia.

—Claro, ¿cuándo es?

—No empieza hasta las nueve o así, así que todavía nos quedan unas horas. ¿Quieres ir a cenar algo?

—¿Cenar? Pero, ¿qué hora es? —agarré el teléfono y ni siquiera me fijé en la hora, solo vi las veinte llamadas perdidas de mi padre—. Mierda, tengo que llamar a mi padre. Pero después me arreglo y salimos.

Breanna no se apartó de mi cama, así que decidí dejar que se quedara allí, porque estaba segura de que, cuando le oyese gritar, se marcharía. Vi la hora justo antes de pulsar el botón de llamada y me quedé con la boca abierta. Había dormido durante casi dieciséis horas, mi padre iba a matarme. Como era de esperar, respondió al primer tono y empezó con un sermón de desaprobación por no haberle avisado de que había llegado a California sana y salva y por no contestar al teléfono, después dijo que había sido una mala idea dejarme ir allí. Murmuré mis disculpas en los momentos apropiados e intenté ignorar a Breanna, que se reía de la conversación. Puede que casi no habláramos, pero, cuando mi padre se enfadaba, no era algo que pudiera tomarse a la ligera.

—Oh, Dios mío, ya es hora de volar del nido, ¿no te parece?

Yo suspiré aliviada porque hubiese terminado la conversación.

—Sí, bueno, soy lo único que le queda.

—¿Y tu madre?

—Murió.

Se llevó la mano a la boca y abrió mucho los ojos.

—¡Lo siento mucho! ¡No tenía ni idea!

—No te preocupes —le dije quitándole importancia con la mano—, no llegué a conocerla.

Ella se limitó a asentir.

—Pero conozco a mi padre y es la primera vez que me alejo de él, y creo que está preocupado. Ahora que sabe que estoy viva, probablemente no vuelva a saber de él hasta dentro de mucho tiempo.

Breanna seguía callada. Era lo que pasaba siempre que le decía a alguien que mi madre había muerto. En vez de repetirle que no se preocupara por ello, me levanté y me vestí para la fiesta. Por suerte mi melena caoba y espesa era lisa, así que no tardé mucho tiempo en estar lista. Agarré el bolso, me di la vuelta y vi la cara de horror de Breanna.

—¿Qué?

—¿Eso es lo que vas a ponerte?

Me encogí de hombros. Miré los vaqueros cortos y la camiseta de infantería negra y dorada que llevaba.

—Sí.

—Ah, no —se puso a rebuscar en mi armario—. Vale, tú y yo tenemos una XS las dos. ¿Cuánto mides?

—Uno cincuenta y cinco —sí, lo sé, soy muy bajita.

—Un poco más baja que yo… mmm. Vale, venga, vamos a mi casa para que te cambies.

—¿Es que voy mal así?

Arqueó una de sus cejas perfectamente perfiladas y entornó sus ojos azules.

—Digamos que voy a tirar todo tu armario a la basura y a llevarte de compras mañana, porque obviamente esta noche no tenemos tiempo. Y supongo que también tendremos que buscar algo de maquillaje.

Yo asentí. Para ser sincera, nunca había pensado que necesitara maquillaje. No digo que sea realmente atractiva o algo así, solo que nunca me había parecido necesario. Tenía un cutis terso, unos ojos grandes y grises y unas pestañas oscuras y largas. Siempre había pensado que cualquier otra cosa habría sido demasiado. Además, estoy segura de que a mi padre le habría dado un ataque si alguna vez me hubiera comprado maquillaje.

Compramos unos sándwiches de camino y, antes de darme cuenta, ya estaba maquillada y Breanna estaba mostrándome diferentes atuendos. Se decantó por una minifalda vaquera rasgada y desgastada que no creía que fuese a taparme el culo y una camiseta negra de tirantes.

—Vale, ponte esto. ¡Y no mires aún!

—¿No tienes algo para ponerme encima de la camiseta interior?

—¿Camiseta interior? ¡Esa es la camiseta! —me miró como si estuviese loca antes de entrar al cuarto de baño.

Por suerte, la camiseta de tirantes era bastante larga y me permitió bajarme la falda lo suficiente para que no se me viese el culo, pero estoy segura de que nunca en toda mi vida había estado tan poco vestida fuera de mi cuarto de baño. Si Breanna era cinco centímetros más alta que yo, ¿cómo diablos se las apañaba para ponerse algo así?

—Ohh. ¡Mucho mejor!

—¿Estás segura? Siento como si fuera desnuda —seguía intentando tirar de la falda hacia abajo.

—¡Ja! No, estás sexy, te lo prometo —me dio la vuelta hasta que me quedé mirando al espejo.

—Joder —mi padre me mataría, pero admito que creo que me gustaba. Como había imaginado, la falda apenas me tapaba nada y era imposible no tener escote con esa camiseta. Creo que tengo un pecho bonito, pero, cuando la mayoría de camisetas que tienes son de la tienda de ropa militar de la base, pues nunca hay mucha oportunidad de ver algo. Me volví para verme el culo y sonreí un poco antes de mirar de nuevo hacia delante—. Dios mío, ¡mírame los ojos!

—Lo sé, ¿no te encantan?

—Eres un genio, Breanna —observé mis párpados pintados y las pestañas con rímel, que hacían que mis ojos parecieran nubes oscuras de tormenta.

—Bueno, es bastante fácil cuando la modelo tiene tu cara y tu cuerpo. ¿Te importa prestarme tus ojos y tus labios por esta noche?

Me reí, pero seguía asombrada por ni nuevo reflejo.

—Tengo que decir que nunca había llevado puesto algo así, y es la primera vez que me pongo maquillaje.

—¿Hablas en serio? —parecía horrorizada.

—Mi padre es marine. Ni siquiera he tocado el maquillaje nunca. Dios, si ni siquiera he ido a un centro comercial —me reí al ver su expresión de horror.

—Supongo que eso significa que no te importará que te lleve de compras mañana.

—Si puedes ponerme así para una simple fiesta, te permitiría elegir toda mi ropa.

Breanna dio un grito, empezó a dar palmas y se dio la vuelta para recoger su bolso.

—¡Sí! Vale, vamos a enrollarnos con un par de tíos.

Dejé de andar y la miré con los ojos muy abiertos. No sé hablar con un chico normal, mucho menos enrollarme con él.

—No es que sea una experta con el sexo opuesto. Nunca he tenido novio ni nada de eso.

—¿Qué?

—¿Qué parte de tener un padre marine no has entendido? Creo que nunca he hablado con un chico que no fuera marine.

—Vale, tiempo muerto. ¿Estás hablando en serio? ¿Te han besado alguna vez? —se quedó con la boca abierta al ver que yo apretaba los labios—. Oh, cariño, te prometo que al menos eso estará solucionado al terminar la noche.

Me ardían las mejillas mientras la seguía hacia su resplandeciente coche, regalo de graduación.

 

 

—¡Eh, Bree!

—Hola, Drew —Breanna abrazó al chico que abrió la puerta, que ya parecía ebrio—. Drew, esta es mi nueva compañera de habitación, Harper. Harper, este es Drew.

—Encantada de conocerte —murmuré. Antes de darme cuenta de lo que estaba ocurriendo, me levantó del suelo para darme un fuerte abrazo. Solté un grito ahogado, pero me abstuve de darle una patada.

—Siempre es un placer tener carne fresca por aquí —dijo él, y me guiñó un ojo antes de dejarme en el suelo.

—¡Tranquilo, tigre, que a ella no se la toca! —Breanna puso una cara de falso odio y le clavó un dedo en el pecho.

—Ahh, venga, Bree, no seas aguafiestas.

Yo levanté una ceja y lo miré con una sonrisa. Ni siquiera era atractivo y llevaba en la mano una muñeca hinchable.

—No. A ninguno de los que viven en esta casa se le permite tocarla. Sé cómo sois. Así que pórtate bien, ¿quieres?

Drew masculló algo y se alejó para rellenarse el vaso de plástico. Breanna se inclinó para susurrarme al oído.

—No voy a mentirte y a decirte que no son todos así. Prácticamente todos los tíos que viven en esta casa son tan malos como él, y casi todos los que vendrán esta noche también. Te diré con quién estás a salvo y con quién no.

—Gracias, Bree —le dije con una sonrisa—. Te debo una —aunque tampoco la necesitaba para que me dijera que me mantuviese alejada de chicos como él. Mi padre me permitía relacionarme con los marines no solo porque eran como los hermanos que nunca tuve, sino porque sabía que yo nunca me enamoraría de alguien que hablaba así delante de una chica.

—Qué tontería —respondió Breanna—. ¿Quieres una cerveza?

Dije que sí y la acompañé hasta un grupo que había cerca de uno de los barriles. Tras hacerme con un vaso y beberme la mitad de un trago para acabar cuanto antes con aquel sabor tan asqueroso, la seguí hasta el jardín de atrás para conocer a más gente. No recuerdo casi ningún nombre, pero sé que me llevó varias veces de un sitio a otro y que todos los chicos a los que conocía se quedaban mirándome con la boca abierta. Bree me aseguró que era porque estaba guapa, pero yo ya había empezado a preguntarme por qué no me habría puesto una sudadera y unos vaqueros. Breanna parecía sentirse a gusto cuando los chicos la tocaban y la miraban, y yo no entendía cómo lo hacía. Ya no me sentía guapa, me sentía justo como había dicho Drew. Como si fuera carne. Iba por la segunda cerveza de la noche cuando Bree y algunos más me arrastraron hasta la pista de baile.

Nunca en mi vida me había sentido tan fuera de lugar. Ver como aquella gente se metía mano hacía que me ardieran las mejillas, intenté seguir el ritmo de Bree, pero acabé tropezando de un lado a otro mientras la gente se frotaba contra mí. Giré la cabeza para mirar a la última persona con la que me había chocado y me encontré con unos ojos azules preciosos que me miraban con odio. Me fijé en el resto de la escena y me di cuenta de que me había interpuesto entre él y una rubia pechugona con la que estaba magreándose, así que me alejé lo más rápido posible. Señalé hacia la cocina cuando Bree intentó detenerme, me abrí paso entre la marea de cuerpos pegados y salí del salón.

—¿Qué pasa, Harper?

Me di la vuelta y vi a Drew de pie junto a mí.

—Eh, nada. Es que tenía que salir de ahí —dije señalando por encima de mi hombro.

—¿No te gusta bailar?

¿A eso lo llaman bailar?

—No es lo mío.

Drew colocó los brazos a ambos lados de mi cuerpo, me acorraló contra la encimera y pegó su cuerpo al mío.

—¿Y hay alguna cosa que te interese?

Tú no.

—¿Dónde está el cuarto de baño?

Nada más preguntarlo, un grupo de chicos comenzó a gritar y me di la vuelta para ver a qué venía tanto escándalo. Casi se me salieron los ojos de las cuencas al darme cuenta. El mismo chico con el que acababa de chocarme en la pista de baile estaba ahora bebiendo chupitos de la boca de una chica, deslizando la lengua y los labios por su cuello y su pecho entre chupito y chupito. Al espolvorearle más sal encima, me di cuenta de por qué estaba lamiéndola. Después del tercero, me miró directamente a los ojos y guiñó un ojo antes de llevarse el cuarto vaso a la boca. Negué con la cabeza y ni siquiera esperé a que Drew respondiera, me fui sola a buscar el cuarto de baño. Tras abrir dos puertas y encontrarme a parejas manteniendo relaciones sexuales, empecé a preguntar a más gente dónde encontrar el baño. Cuando entré, eché el pestillo a la puerta e intenté calmarme. Tal vez hubiera oído las historias asquerosas que mis hermanos me contaban cuando era pequeña, pero oírlo y verlo en persona eran dos cosas bien distintas.

Me quedé en el cuarto de baño hasta que la gente empezó a golpear la puerta y salí corriendo por los pasillos intentando no mirar hacia las puertas de las otras habitaciones que ya había abierto. Al doblar una esquina me choqué contra un torso ancho y musculoso y estuve a punto de caerme de culo antes de que él me agarrara.

—Lo siento mucho, pero… —cerré la boca al levantar la mirada y ver de nuevo aquellos ojos azules.

Me sonrió y por un momento me distrajeron sus dientes blancos y sus labios carnosos. Cuando ladeó la cabeza, pude ver que me reconocía y después me dirigió una mirada sexy. A juzgar por cómo se me aceleró el corazón, estaba segura de que había perfeccionado esa mirada hacía años.

—¿Y quién eres tú?

Parpadeé, aparté la mirada de su boca e intenté rodearlo, pero él no me soltaba.

—¿Qué, eres demasiado buena para decírmelo?

Pensé en las dos chicas con las que le había visto y, por primera vez desde que me chocara con él, advertí que había una nueva rubia rodeándole la cintura. Vaya, tres chicas en media hora.

—Eso parece —respondí con una ceja levantada.

La rubia y él resoplaron. Después de soltarme, se cruzó de brazos y me dejó ver sus músculos y los tatuajes que asomaban por debajo de ambas mangas. Tal vez su postura hubiera resultado amenazadora de no haber sido por el desconcierto de su cara.

—¿Disculpa, princesa?

Entorné los párpados e intenté seguir mi camino.

—Eso es, disculpa.

Me dejó pasar y regresé fuera, donde la mayoría de actividades me daba ganas de cerrar los ojos y darme la vuelta. Bree dijo que estaríamos allí toda la noche y, sé que suena infantil, pero lo único que yo quería hacer era esconderme. Encontré un par de sillas en un rincón oscuro del jardín y me dejé caer en una de ellas. Es evidente que nunca seré una gran admiradora de las fiestas. Saqué el teléfono y escribí a Carter.

 

Yo:

Bueno… No sé por qué a los tíos os gustan tanto las fiestas.

 

J. Carter:

¿Estás en una?

 

Yo:

Sí.

 

J. Carter:

¿Estás bebiendo?

 

Yo:

Un poco.

 

J Carter:

… por favor, ten cuidado. Sé mejor que nadie que puedes cuidarte sola, pero nunca antes habías bebido alcohol. No dejes que nadie te dé una copa y tampoco sueltes la tuya nunca.

 

Yo:

Vale, mamá.

 

J. Carter:

Hablo en serio, Rojita. Ten cuidado.

 

Sonreí al leer el apodo que usaba conmigo. Era conocida por ruborizarme.

 

Yo:

Lo haré. Ya te echo de menos.

 

J. Carter:

Lo mismo digo. Nadie ha salido este fin de semana. Estamos todos demasiado tristes sabiendo que te has ido.

 

Yo:

Lo dudo. Probablemente estés teniendo una cita ahora mismo, olvidándote de mí.

 

Estuvimos escribiéndonos durante horas y me di cuenta de que mucha gente se había marchado ya cuando Breanna me encontró.

—¡Harper! ¿Qué estás haciendo aquí tú sola? Llevo mucho tiempo buscándote.

—Perdona, creo que esto no se me da tan bien como a ti.

Resopló y se dejó caer en la silla junto a mí.

—Te acostumbrarás. Cuando conozcas a más gente te lo pasarás bien. ¿Has hablado con alguien?

Negué con la cabeza.

—Después de dejarte, solo me he encontrado con Drew y con otro tío.

—Había muchos tíos aquí. ¿Me estás diciendo que solo has visto a dos en las últimas horas?

—No es eso. Simplemente… destacaba, imagino —no solo porque me había llamado con un apodo con el que había vivido y que había detestado toda mi vida, sino porque era el chico más atractivo que había visto nunca. Tenía esa típica apariencia de chico malo que le favorecía, y por desgracia lo sabía.

—¿De verdad? ¿Y quién es ese chico misterioso?

—Al parecer no es tan misterioso —dije riéndome—. Le he visto con tres chicas diferentes en treinta minutos. Y además era un poco imbécil —no exactamente, pero no me gustaba su actitud chulesca.

—¡Parece justo mi tipo de chico!

La miré sorprendida.

—¡Estoy de broma, Harper! Dios, es divertidísimo tomarte el pelo. Bueno, no es que yo no haya estado metiéndome mano con algunos chicos, pero al menos ha sido a lo largo de cuatro horas —se rio, se puso en pie y me ofreció la mano—. Vamos, casi todos se han ido ya.

—¿Vamos a volver a la residencia?

—¡Pero qué dices! Nunca conduzco si he bebido alcohol en las últimas tres horas. Es una norma.

—Entonces, ¿adónde vamos?

—Bueno, primero vamos a ir a buscar a mi hermano y nos quedaremos en su habitación.

—¿Qué? ¡No! No pienso dormir en su habitación.

—Relájate, Harp. Solo estaremos tú y yo. Siempre me quedo en su habitación después de las fiestas —tiró de mí por el jardín hacia la puerta de atrás.

Yo gruñí e intenté seguirle el ritmo, pero estuve a punto de perder las sandalias por el camino.

—¡Sííííí! ¡Bree y carne fresca se quedan a dormir esta noche! —Breanna corrió hacia donde estaba Drew con otro chico al que no reconocí sirviendo chupitos y sonriendo mientras me miraban el pecho.

—Vaya, vaya, pero si es la princesa.

Tensé el cuerpo y fruncí el ceño al verle acercarse. Entorné los párpados y fingí una sonrisa.

—Casi no te reconozco sin una zorra pegada a ti.

Drew y el otro chico se carcajearon.

Él se acercó a mi oído y susurró:

—¿Te gustaría cambiar eso? Esta noche todavía no he llegado a mi límite.

Dios, ¿por qué tenía que estar tan bueno? Mi cuerpo prácticamente vibraba con su cercanía. Me aparté y respondí con la expresión más inocente que pude.

—Oh, lo siento, pero no tengo ninguna ETS, así que no soy tu tipo.

Drew empezó a atragantarse y Breanna escupió su chupito por toda la barra. Recuperó el habla después de toser varias veces.

—Chase —dijo—, será mejor que te mantengas alejado de mi compañera de habitación. Yo les he dicho a los chicos que no se toca.

Dejé de mirar al chico y miré a Bree a los ojos.

—¿Lo conoces?

Todos empezaron a reírse salvo el chico que estaba de pie a mi lado. Él tenía las cejas arqueadas y la boca entreabierta. Supongo que las mujeres no solían rechazarlo.

—Bueno, eso creo, es mi hermano.

Oh, mierda. Sentí de inmediato el calor en las mejillas y di un paso atrás. Ahora que me lo había dicho, me daba cuenta de que debería haberlo sabido. Tenían el mismo pelo rubio, los mismos ojos azules y esa sonrisa seductora.

—Un momento, Harper, ¿este es el chico que dices que era imbécil?

Abrí mucho los ojos y miré al suelo.

—¿Has dicho que era un imbécil? —Chase se rio y se volvió hacia la barra—. Ella es la que acaba de decir que soy un promiscuo.

—¡No seas grosero con mis amigas, Chase! —Breanna se tomó otro chupito y le dio un puñetazo en el brazo, aunque dudo que lo notara.

Sin decir nada más, volví a salir al jardín y regresé a mi silla en el rincón oscuro. Allí me quedé hasta que apagaron la música. Por regla general, no permito que los chicos me mangoneen, pero me sentía fatal por haberle dicho eso al hermano de mi nueva compañera de habitación. Por no decir que en aquel momento estábamos en su casa e íbamos a quedarnos a dormir en su habitación. Me llevé las manos a la cara, apoyé los codos en las rodillas y gruñí. Tendría que haber mantenido la boca cerrada. En ese momento Chase se dejó caer en la silla contigua, como si supiera que estaba pensando en él. Aparté una mano y lo miré a los ojos.

—¿Te estás escondiendo? —ahí estaba otra vez aquella estúpida mirada sexy.

—¿Tan evidente es?

Contempló el jardín vacío y después volvió a mirarme.

—Un poco —estiró las piernas y se acomodó en la silla—. Dime, ¿qué hace una princesa como tú en mi fiesta?

Yo resoplé y tuve que morderme la lengua literalmente.

—No estoy segura de lo que quieres decir, pero me han invitado —me salió un poco más brusco de lo que pretendía, pero no pensaba disculparme por ello.

Su mueca desapareció y de pronto pareció enfadado.

—No tienes por qué estar invitada para venir a la fiesta, pero, por si no lo habías notado, no encajas aquí, princesa —dijo con desdén.

Me quedé con la boca abierta, pero después volví a cerrarla. Tenía razón, no encajaba. Pero, ¿en serio? Qué grosero. Al menos cuando me ponía maliciosa podía apreciarse el sarcasmo.

—Si tanto te asquea nuestra forma de ser, puedes quedarte en casa la próxima vez —se levantó deprisa y me dirigió otra mirada de odio antes de darse la vuelta.

Genial. Llevaba en California poco más de un día y las cosas iban de mal en peor.

—Chase —mi voz le detuvo—, lo siento mucho, eso no ha venido a cuento.

Se volvió para mirarme y ladeó la cabeza. Continué hablando al ver que seguía mirándome con una expresión de desconcierto.

—Me educaron para no achantarme delante de nadie, pero me he pasado. Así que lo siento. No te conozco, no debería juzgarte.

De pronto soltó una carcajada y vi que sonreía. Negó con la cabeza, seguía confuso, y también un poco asombrado, antes de alejarse rodeando la casa.

Iba a ser una noche muy larga. Si tuviera idea de dónde estábamos, intentaría regresar al campus andando.

—¡Haaaarrrpppeeerrr! —levanté la mirada y vi a Breanna salir dando tumbos por la puerta de atrás—. ¡Harper, ven aquí, los demás se han ido!

Cuando me acerqué, se enganchó a mi brazo con el suyo y me llevó hacia el salón.

—¿Has besado a alguien esta noche? —me preguntó, arqueó ambas cejas y pareció como si le costara trabajo mantenerlas así.

—No —murmuré.

El mismo chico que estaba tomando chupitos con ella cuando me marché gritó desde la cocina:

—¡Yo puedo ayudarte con eso!

Negué con la cabeza y me dispuse a responder, pero Bree volvió a hablar.

—No, no, no. Ya os lo he dicho, chicos. ¡No se toca!

—Vamos, Bree, ¿de qué vas?

Ella se inclinó para susurrar teatralmente.

—Porque es pura. Completamente pura.

Yo me quedé con la boca abierta y le agarré la muñeca cuando fue a ponerme un dedo en los labios.

—¡Breanna!

Apartó la mano y se llevó el dedo a sus propios labios.

—¡Shhh! ¡Harper, no se lo cuentes!

Un poco tarde para eso. Me sentía totalmente avergonzada. Quería enfadarme con ella, pero apenas se tenía en pie y dudaba que fuese a acordarse al día siguiente. Levanté la mirada y vi a cuatro chicos allí de pie, mirándome con los ojos muy abiertos antes de empezar a reírse. Quería que alguien me matara. Ya. No, primero quería salir de allí. Después, que alguien me matara.

Uno de los chicos que no me habían presentado estaba secándose las lágrimas de los ojos.

—¡Dios mío, princesa! ¿Es verdad?

Me encantaba ver que todos habían empezado a usar mi apodo favorito. ¿Acaso llevaba escrito en la frente que me gustaba que me pusieran apodos? Ni siquiera pude responder, tenía la garganta cerrada y pensaba que iba a ponerme a llorar por primera vez en años. Le solté el brazo a Breanna y me dirigí en línea recta hacia la puerta de entrada, decidida a volver andando al campus. Me detuve al darme cuenta de que Chase estaba bloqueando el pasillo que daba a la puerta, y era el único que no se reía. En su lugar, tenía los labios muy apretados y le lanzaba puñales a su hermana con la mirada.

—Por favor, apártate.

Él me agarró por los hombros y me condujo de nuevo hacia el salón. ¿Qué estaba haciendo? Clavé los talones en la moqueta e intenté avanzar en la otra dirección.

—¡No me toques! —murmuré.

—Confía en mí —me gruñó al oído, y pasamos por delante de los demás, que seguían riéndose de la broma de Bree.

Cuando llegamos a un pasillo en el que no había estado esa noche, uno de los chicos gritó desde la cocina:

—¡Parece que Chase te va a solucionar ese problema, princesa! —eso hizo que todos se carcajearan de nuevo.

Chase se detuvo durante un segundo, maldijo en voz baja y siguió avanzando conmigo. Cuando llegamos al final del pasillo, se detuvo frente a una puerta y sacó una llave para abrirla antes de meterme dentro. Cuando se encendió la luz, parpadeé y me di cuenta de que estábamos en un dormitorio. Me quedé con la boca abierta e intenté zafarme de nuevo. Si al menos pudiera darme un poco la vuelta, podría tumbarlo en el suelo en cuestión de segundos. Pero me tenía agarrada con fuerza y no podía moverme ni un centímetro.

—¡No! ¡Suéltame!

—¡No hasta que no dejes de intentar pegarme!

Paré, pero me mantuve en tensión y él esperó casi un minuto antes de soltarme los brazos. Cuando lo hizo, me volví hacia él y empecé a retroceder.

—Cálmate, princesa —suspiró, no parecía muy interesado—. No voy a hacerte nada.

—Me gustaría que dejaras de llamarme así —dije con los dientes apretados.

Él puso los ojos en blanco, se acercó a un cajón y, después de lanzarme unos pantalones de baloncesto, volvió hacia la puerta.

—Póntelos. Enseguida vuelvo.

—¿Por qué?

—¿Querías dormir con esa falda? —se mordió el labio inferior y se quedó mirándome las piernas—. Te juro que a mí no me importa, pero supongo que estarías incómoda.

—Breanna me ha dicho que esta noche dormiría en una habitación con ella y, si eso no va a pasar, prefiero volver a la residencia.

—Puedo asegurarte que ella dormirá en el cuarto de baño. Te daré un minuto para que te cambies y luego vuelvo.

—No pienso dormir contigo aquí.

—Mira, estás muy buena, así que solo por eso van a ir detrás de ti. Pero, si a eso le sumas las pocas palabras que has dicho, que me demuestran lo sarcástica y dulce que eres, la combinación que resulta es muy tentadora. Confía en mí cuando te digo que van a querer cambiar lo que acaban de descubrir sobre ti. Así que, si no te importa, preferiría asegurarme de que eso no pase.

Cerró de un portazo y, menos de tres segundos más tarde, oí que les gritaba a los otros chicos de la cocina y que le decía a Breanna que esa noche se las apañase sola. Yo estaba allí de pie, con sus pantalones de baloncesto y la camiseta de tirantes de Bree, cuando volvió a entrar y cerró la puerta con llave.

—Eso ha sido muy grosero, es tu hermana. Ella también debería dormir aquí.

Me miró con incredulidad.

—¿Hablas en serio? ¿Vas a defenderla después de revelar una cosa así?

Me encogí de hombros y coloqué la falda en una silla sin dejar de darle la espalda para que no viera que habían vuelto a sonrojárseme las mejillas.

—Está borracha. Estoy segura de que no se ha dado cuenta.

—Eso no es excusa —su voz sonaba suave mientras retiraba las sábanas—. Vamos, Harper, métete en la cama.

Su manera de pronunciar mi nombre me provocó un escalofrío por todo el cuerpo y tuve que hacer un esfuerzo por no quedarme mirando su torso desnudo mientras se metía en la cama. Se me aceleró el corazón solo con mirar de reojo aquel torso esculpido y aquellos abdominales firmes. Cuando apagó la luz, sentí que la cama se hundía bajo su peso y me incorporé de golpe.

—¿Qué estás haciendo?

—¿A qué te refieres?

—¡No puedes meterte aquí conmigo!

—Es mi cama —dijo él riéndose—, creo que puedo hacer lo que quiera.

Sé que no podía verme, pero le miré con odio de todos modos. Me destapé, agarré una almohada y me tumbé en el suelo.

—Vuelve a la cama, princesa.

Resoplé al oír mi apodo, pero no dije nada. Sentía sus ojos clavados en mi espalda y, después de lo que me pareció una eternidad, le oí suspirar y la cama crujió. Quería pedirle una manta, pero era demasiado testaruda para hacerlo. Acto seguido noté que me levantaba por los aires.

—¡Dios mío! ¡Bájame!

Me tiró sobre la cama y se me echó encima.

—¡Chase, no!

—Cálmate, me quedaré en mi lado. Podemos hasta poner una almohada entre medias si así te sientes mejor —oí que se reía.

Murmuré y me arrastré hasta el extremo de la cama. Obviamente nunca había estado con un chico en la cama y el hecho de que estuviera a pocos centímetros hacía que todo mi cuerpo temblara.

—Te juro que, si me tocas, me pondré en plan Lorena Bobbitt.

No tardó en darse cuenta de a qué me refería. Se tapó la cara con una almohada para amortiguar las carcajadas.

—¡Dios mío, princesa! ¡Eres mi nueva chica favorita!

—No era una broma.

Su cuerpo todavía temblaba con las risas silenciosas cuando se acercó y deslizó los dedos por mi brazo.

—Uno de estos días acabarás rogándome para que te toque.

No supe si mi siguiente escalofrío fue de placer o de asco, pero aun así le gruñí y le aparté la mano.

—Hablo en serio, Chase. No soy como esas chicas con las que te he visto esta noche.

—Eso es quedarse corto —volvió hacia su lado de la cama y suspiró—. Duerme un poco, princesa, te veré por la mañana.

Capítulo 2

 

Abrí los ojos de golpe a la mañana siguiente cuando sentí que algo me apretaba. Miré hacia abajo, vi los tatuajes en el antebrazo musculoso que me rodeaba la cintura y solté un grito ahogado al recordar que había pasado la noche en la cama de Chase. Me zafé de su brazo y me levanté de la cama con tanta rapidez que la cabeza me dio vueltas. Se me aceleró de nuevo el corazón al ver el cuerpo de Chase sin camiseta. Sus tatuajes se expandían por sus hombros y, por alguna razón, deseé recorrerlos con los dedos y extender las manos sobre ese pecho y esos abdominales tan bien definidos. Dios, aquel hombre estaba buenísimo.

Chase se incorporó blasfemando hasta darse cuenta de quién era yo.

—¡Dios, princesa! Casi me da un ataque al corazón. Pensé que estaba aquí con una chica —volvió a dejarse caer sobre la almohada y se pasó las manos por la cara.

Eso me devolvió a la realidad.

—¿Chase?

—¿Mmm?

—Siento que no te hayas dado cuenta, pero soy una chica.

Se quitó las manos de la cara, me miró con el ceño fruncido y después recorrió mi cuerpo lentamente con la mirada. Tenía las mejillas encendidas para cuando volvió a mirarme a la cara.

—Me di cuenta anoche, confía en mí —mi cara de interrogación debió de provocar el resto de su respuesta—. Quería decir que pensaba que había permitido a una chica pasar la noche conmigo.

—¿Eh…?

—Alguien con quien me había acostado, princesa. Pensé que me había tirado a una tía y le había permitido quedarse aquí.

—Ah.

Resopló.

—Perdona, ¿eso es demasiado para tus oídos de mojigata?

—No, pero no entiendo por qué iba a ser eso algo malo.

Suspiró profundamente, se incorporó sobre uno de sus codos y me miró directamente a los ojos.

—A las chicas a las que me tiro no se les permite venir a mi habitación, y mucho menos quedarse a dormir. Este es el único lugar que es mío y no pienso compartirlo con ellas.

—¿Así que te acuestas con mujeres y después las obligas a marcharse? —ni siquiera quería preguntarle dónde se acostaba con ellas.

—No, me follo a mujeres… y después las obligo a marcharse.

Negué con la cabeza y me dirigí hacia la puerta.

—Eres un cerdo.

Soltó una carcajada irónica y me vio marcharme.

Cuando salí al salón, vi a Breanna sentada a la mesa de la cocina con uno de los chicos de la casa. En cuanto me vieron, dejaron de hablar. Pensaba que no podía sentirme todavía más incómoda.

Bree me miró avergonzada, se levantó de la silla y me arrastró hacia el salón.

—Harper, lo siento mucho. Brad me lo ha contado todo —se le quebró la voz al final de la frase—. Te juro que nunca haría nada intencionado para avergonzarte. Sé que acabamos de conocernos, pero estaba deseando vivir contigo y no puedo creer que te haya hecho daño nada más conocerte.

—En serio, no importa. He oído historias suficientes y suponía que no sabías lo que hacías.

—¡Sí que importa! Deberías odiarme.

Asentí y miré hacia Brad, que estaba sonriéndome.

—Bueno, no pienso volver a ver a ninguno de estos chicos nunca más, así que no tiene sentido hacerte sufrir —le sonreía e intenté quitarle importancia a la situación.

Aunque aún me sentía humillada, nunca había sido rencorosa y no pensaba empezar ahora. Había ido a comenzar una nueva vida allí y, aunque pareciese haber retrocedido cinco pasos, seguía decidida a hacer de aquella mi mejor experiencia. Con o sin momento embarazoso, tampoco es que tuviera muchas opciones allí. O dejaba que aquello me afectara y me escondía de la gente o mantenía la cabeza bien alta y seguía hacia delante.

Bree aún parecía disgustada y empezaba a sentirme incómoda.

—Bueno, al menos la gente no cree que soy una puta.

Eso hizo que sonriera y después soltara una suave carcajada.

—Eres de las que ven el vaso medio lleno, ¿verdad?

—Desde luego.

Me dio un fuerte abrazo antes de volver a su taza de café y dijo:

—Al menos deja que te compre un nuevo conjunto.

—¡Ja! No te detendré. Pero, ¿estás segura de poder hacer eso hoy? Pensaba que no tendrías cuerpo para nada después de lo de anoche.

—Cariño, siempre tengo cuerpo para ir de compras. Ve a cambiarte. Yo estaré lista cuando tú lo estés.

Volví a la habitación de Chase y la encontré vacía. Me quité sus pantalones de baloncesto y me apresuré a volver a ponerme la falda de Bree. Antes de poder subírmela, se abrió la puerta y entró Chase.

—Es una auténtica pena que no permitas a nadie ver ese cuerpecito tan sexy.

Me puse roja como un tomate, me subí la falda y me volví para mirarlo.

—Cálmate, no tienes nada que no haya visto antes —ladeó la cabeza y levantó una ceja, que desapareció bajo su pelo rubio revuelto—. No digo que no me gustaría ver el tuyo.

—Que te jodan —lo rodeé y me dirigí hacia la puerta.

—¿Eso es una invitación?

—Ni de lejos.

Me agarró de la muñeca, tiró de mí contra su pecho y me acarició la mandíbula con la nariz.

—Cualquier día de estos, princesa, te lo prometo.

Me di la vuelta para mirarlo con odio una vez más.

—Nunca estaría tan desesperada como para desearte —vale, eso era mentira; se me había acelerado la respiración solo con sentir su cuerpo cincelado pegado al mío.

—Ya lo veremos —respondió él con una sonrisa perezosa y sexy.

 

 

Breanna y yo estábamos tumbadas en nuestras camas en la residencia después de seis horas de compras en un centro comercial al aire libre. Como había prometido, le dejé escoger toda mi ropa y me pagó uno de los conjuntos. Ahora que habíamos acabado, me arrepentía de haberme gastado tanto dinero, pero me había comprado quince camisetas diferentes, cuatro pares de vaqueros, un par de pantalones cortos y faldas, tres vestidos sexys, pero muy monos y cinco pares de zapatos. Después nos fuimos a Victoria’s Secret, donde no paré de sonrojarme mientras ella elegía mis bragas, sujetadores y pijamas. Nuestro último destino del día fue Sephora, donde compramos mi propio arsenal de maquillaje después de que Bree jurara enseñarme a usarlo. Y, para haber comprado todas esas cosas, creo que no estaba del todo mal. Lo único que mi padre me había permitido hacer cuando era pequeña había sido trabajar en una de las tiendas de ropa de la base. Normalmente a los niños de mi edad no se les permitía, pero todos sabían cuál era nuestra situación, así que empecé a trabajar allí cuando tenía doce años y ahorré cada centavo.

—Estoy agotada.

—¡Pero ha merecido la pena! Ahora por fin estás preparada para la universidad.

Al mirar las bolsas de basura donde habíamos metido casi toda mi ropa vieja me reí y dejé caer la cabeza sobre la almohada.

—Creo que tienes razón.

—Ahora solo tenemos que conseguir que te sientas cómoda estando con chicos monos y ya está. ¿Cuál es tu tipo?

«Tu hermano», pensé.

—Eh, creo que no tengo un tipo concreto.

—Entonces, ¿no tienes preferencias? ¿Color de pelo, de ojos, de piel? ¿Atlético, friki, músico?

Surfista robusto, con el pelo rubio y revuelto, unos ojos increíblemente azules, el cuerpo cubierto de tatuajes y la sonrisa más sexy que haya visto jamás. Uno de esos, por favor.

—No, ninguna. Tendremos que empezar desde cero.

Solo pensar en sus tatuajes hizo que me mordiera el labio y fantaseara de nuevo con recorrerlos con los dedos. Era justo el tipo de chico que mi padre no soportaría, así que, claro, me sentía atraída hacia él.

—Eh, Bree.

—¿Sí?

—Hay una cosa que llevo tiempo queriendo… ¿Sabes qué? No importa.

Bree se puso de rodillas sobre la cama y empezó a dar botes.

—¡No, no! Ahora tienes que contármelo. ¿Qué es lo que quieres hacer?

—Bueno, muchas cosas. Pero probablemente sea mala idea hacerlas todas a la vez. Debería dosificarlas y pensar más en ellas.

—Soy toda oídos, Harper.

Suspiré y me acurruqué contra la pared.

—Quiero hacerme un par de piercings.

—Pff, pensé que ibas a contarme algo más jugoso —era lógico que no le emocionara, al fin y al cabo llevaba cuatro piercings en cada oreja.

La miré con el ceño fruncido.

—¡De acuerdo, de acuerdo! ¿Qué piercings quieres?

—No sé cómo se llaman. Pero aquí y aquí —me señalé con el dedo el labio superior y la oreja.

—¡Oh, qué monos! El del labio se llama Monroe y el de la oreja es un tragus. ¡De hecho yo también quiero hacerme uno en el labio! ¿Quieres que vayamos juntas un día de estos?

Miré hacia abajo antes de mirarla de reojo.

—¿Y crees que podríamos ir ahora? Llevo dieciocho años sin poder hacer lo que me apetece y estoy un poco impaciente.

—Harper, creo que vamos a ser muy buenas amigas —sin decir una palabra más, se levantó de la cama y se dirigió hacia la puerta. Supuse que eso significaba que nos íbamos.

Me alegré mucho de que ella conociera la zona, porque condujo directa hasta una tienda de tatuajes y, tras charlar con el tío de los piercings, nos llevó a su sala a escoger los pendientes antes de que pudiera plantearme que aquello podría ser una mala idea. Para mi sorpresa, no me puse nerviosa hasta que estuve sentada en la silla y él estaba haciéndome las marcas con el rotulador.

—Oh, Dios mío, Breanna, necesito tu mano.

Ella se rio y se acercó a mí.

—No te rías, tú eres la siguiente —con eso se calló.

—De acuerdo, toma aire —dijo el tío—. Y échalo lentamente —tras terminar de ponerme el de la oreja, abrió otro paquete y se puso con el del labio—. Toma aire otra vez… y échalo.

Me lloraban los ojos, pero por suerte ya había terminado. Me miré en el espejo y sonreí. Me encantaban.

—¡Dios, te quedan perfectos! ¡Ahora estoy deseando hacerme los míos! —Bree también había decidido hacerse el tragus para que ambas nos hiciéramos dos piercings, pero el de la tienda y ella habían acordado que, en su boca, le quedaría mejor el labio inferior.

Pasados diez minutos ya tenía los suyos. Hice que se comiera sus palabras cuando me agarró la mano en el último momento y apretó hasta que pensé que iba a cortarme la circulación para siempre. Pagamos al tipo, corrimos hasta su coche y nos miramos en los espejos retrovisores antes de marcharnos.

—¿A tus padres les importará?

—¿Qué? Para nada. ¿Has visto a mi hermano? Les encantan sus tatuajes, así que esto no les importará. Además, estoy segura de que no lograría que se enfadaran conmigo ni aunque lo intentara —se rio—. Déjame adivinar, tu papi se va a cabrear mucho.

—¡Ja! Sí, estoy casi segura de que intentará arrancármelos. ¡Es una suerte que no vaya a volver a casa hasta dentro de diez meses!

—¿Diez meses? ¿Y qué me dices de las vacaciones de Navidad?

Me encogí de hombros.

—Me quedaré aquí. Tampoco sería muy distinto a estar allí. No pasamos mucho tiempo juntos si estamos en la misma casa.

—Vaya, Harper, debiste de tener una infancia muy deprimente, ¿verdad?

—En realidad no. Quiero decir que es lo único que he conocido. Pensaba que era lo normal hasta hace unas semanas, cuando tú y yo empezamos a escribirnos —creo que tengo que dejar de hablar de mi pasado, porque la gente siempre parece deprimirse—. Bueno… ¿cenamos?

Sonrió y se giró para mirarme.

—Me has leído el pensamiento. Vamos a por unas hamburguesas. Y luego podemos quedarnos en mi casa esta noche. Mañana llevaremos mis cosas a la residencia.

Capítulo 3

 

Después de la sesión de orientación la semana siguiente, las clases habían empezado el pasado lunes y la primera semana había transcurrido volando. A Breanna y a mí nos encantaban nuestros profesores y, por suerte, no parecían demasiado estrictos. Yo no había vuelto a ver a ninguno de los chicos de la casa de Chase, pero eso era por mi culpa, porque había estado evitándolos hasta aquel día. Bree siempre comía con ellos y, aunque yo había puesto excusas los primeros tres días, ya estaba harta de comer sola en mi habitación. Jamás lo admitiría en voz alta, pero, después de que Bree se marchara a su primera clase esa mañana, me había cambiado de ropa tres veces y había empleado bastante tiempo en maquillarme. Mi cuerpo temblaba con la idea de ver a Chase y todavía tenía que pasar una clase entera. Por suerte solo tenía una aquel día y además era la última de la semana. Justo cuando terminó la clase, recibí un mensaje de mi compañera de habitación asegurándose de que iría a comer con ellos porque ya me había reservado un asiento. No tenía escapatoria.

—¡Eh! ¿Qué pasa, princesa?

—¡Princesa! ¿Dónde has estado toda mi vida?

Me contuve el gruñido, sonreí y me dejé caer en el asiento junto a Bree. Intenté que no se me notara la decepción al ver que Chase no estaba allí. Nada más maldecirme a mí misma por pasar tanto tiempo arreglándome aquel día, dos manos aparecieron a ambos lados de mi plato y sentí un torso firme pegado a la espalda y el aliento cálido en mi oído.

—¿Estabas escondiéndote de mí, mojigata? —se rio al notar que me estremecía.

—¿Por qué? ¿Me echabas de menos?

—Claro. Eres mi favorita, ¿recuerdas? —me frotó el cuello con la nariz y estuve a punto de derretirme allí mismo.

Suspiré con dramatismo y me aparté de su embriagadora presencia.

—Lamento decir que tú no eres mi favorito.

—¿Estás segura? —me puso un dedo en el brazo, donde se me había puesto la piel de gallina.

—¡Chase! Deja de molestarla y siéntate.

Miré a Breanna y parpadeé al recordar que estábamos en una mesa con un grupo de gente. Chase se sentó a varios asientos de distancia y yo agradecí poder pensar de nuevo con claridad. Miré a mi alrededor y vi a los cuatro compañeros de piso de Chase, a dos chicas que sabía que eran las novias de Brad y de Derek y a otra chica a la que no había visto antes y que me miraba con un odio no disimulado. Tras dirigirle una mirada oscura, seguí haciendo inventario del resto de la mesa. Al otro lado de Chase había dos chicos que había visto en la fiesta, pero no sabía cómo se llamaban, y delante de ellos unos ojos grises que me miraban sonrientes. Agaché la cabeza para mirar mi ensalada y conté hasta cinco antes de volver a mirarlo y ver que estaba hablando con Chase. Levanté la cabeza un poco más para poder ver mejor, me fijé en su pelo rapado, en su sonrisa cálida y en el hoyuelo que apareció en su mejilla derecha al carcajearse. Era ligeramente más corpulento que Chase y, a juzgar por cómo se le pegaba la camiseta al pecho y a los hombros, tenía un cuerpo bien definido. Dios, y yo que pensaba que Chase era el tío más atractivo que había visto jamás. Aquel chico era… simplemente ¡guau!

—¿Ves algo que te guste? —Bree se inclinó hacia mí para ver hacia dónde estaba mirando.

—¿Qué? No.

—Aha, por eso no paras de morderte el labio. Te está mirando otra vez.

Levanté la cabeza y vi que el chico misterioso me sonreía con suficiencia al mirarme a los ojos. Sentí que se me sonrojaban las mejillas y me obligué a volver a mirar a Bree.

—¿Cómo sabemos que no te está mirando a ti?

—¡Ja! Sabía que estabas mirándolo —sonrió y dio un enorme mordisco a su hamburguesa.

—Vaya, cuánta clase.

Bree intentó hablar con la boca llena.

—Estás celosa porque tú no te has pedido una.

Miré mi ensalada e hice una mueca. El estómago me daba tantas vueltas que no creía que pudiera comer nada.

—¿Sabes cómo se llama? —le susurré, pero, antes de que pudiera responder, nos interrumpió Drew.

—Bueno, princesa, ¿cómo es que no te hemos visto últimamente? Han pasado como dos semanas. Me siento tan poco querido…

Me reí y puse los ojos en blanco.

—Oh, lo siento. ¿Tu novia ya se ha deshinchado?

Toda la mesa se echó a reír y Derek le dio una palmada en la espalda mientras hacía esfuerzos para que no se le saliera la bebida por la boca y por la nariz. Un par de chicos empezaron a reírse de «Mindy, la muñeca» y yo me alegré de no ser el centro de atención.

Bree volvió a inclinarse hacia mí y susurró:

—Se llama Brandon, también vive con los chicos, pero no estaba en la fiesta.

—Entonces, ¿lo conoces bien? —deseaba mirarlo, pero no quería arriesgarme a que me pillara haciéndolo.

—En realidad no. Todavía está en tercero y el año pasado vivía en la residencia. Le he conocido esta semana durante la comida.

—¿Todavía en tercero? —pregunté confusa.

—Sí, el resto de los chicos están en cuarto.

—Ah —la miré y señalé con los ojos hacia Brandon—. ¿Hay algo entre tú y…?

Ella sonrió y me dio un codazo antes de sentarse erguida.

—Ya les tengo el ojo echado a otros dos chicos.

Asentí y recordé que durante toda la semana había estado hablando de unos chicos de nuestra residencia con los que compartía clase. Al oír mi nombre, levanté la mirada y vi el tenedor de Chase detenido a mitad de camino hacia su boca. Tenía la mandíbula apretada y miraba fijamente a Brandon, que estaba hablando con otro de los chicos sentados a su lado. Cuando terminó de matarlo con la mirada, Chase se fijó en mí y relajó la expresión. Asintió levemente y siguió comiendo.

—Hay fiesta esta noche, ¿venís, chicas?

Bree resopló.

—¿En serio, Zach? ¿Cuándo he faltado yo a una fiesta?

—¿Princesa?

Bree respondió por mí.

—Claro que irá —después me susurró—: No será como la primera. Probablemente no haya ni veinte personas. Las grandes fiestas las reservan para los viernes por la noche.

—De acuerdo —murmuré.

—Estoy deseando compartir cama contigo otra vez, mojigata.

Miré a Chase con los párpados entornados y sentí el calor en las mejillas. Estaba mirando a Brandon con la cabeza ladeada y una ceja levantada. Hasta yo advertí el desafío de su mirada.

—Gracias, pero preferiría compartir cama con la muñeca hinchable de Drew.

Se volvió para mirarme con odio y tuve que hacer un esfuerzo por aguantarle la mirada. ¿Era mala señal que lo único en lo que yo pudiera pensar fuese en cómo me sentiría si sus labios me besaran? Antes de que pudiera pensar demasiado en ello, la chica que me había estado mirando con odio antes rodeó la mesa, se sentó en su regazo y puso la boca en su cuello antes de recorrer su mandíbula con los labios. Él la agarró al instante de las caderas, pero no llegó a apartar los ojos de los míos.

—Yo estaría encantada de compartir cama contigo, Chase —su voz pueril me dio ganas de vomitar. Estoy segura de que yo ni siquiera hablaba así cuando tenía cinco años.

Después de que lo besara, miré hacia Brandon y vi que estaba observándome. No resultaba incómodo, pero no duró tanto como a mí me hubiera gustado, porque podría haberme quedado mirándolo durante horas. No estaba acostumbrada a sentir algo por un chico y ahora no podía parar de mirarlos a Chase y a él. Con uno sentía mariposas en el estómago y con el otro escalofríos ardientes. Estuve a punto de carcajearme cuando me di cuenta de lo estúpido que resultaba sentir algo por Chase, y su actual posición con la morena esa demostraba por qué. De Brandon, por otra parte, no sabía nada. Aparte de su risa, ni siquiera le había oído la voz. Dios, qué ridícula soy. Uno es un promiscuo y con el otro ni siquiera he hablado.

Me despedí de todos, recogí mi mochila y había comenzado a alejarme cuando una voz profunda y aterciopelada dijo mi nombre. No dejé de hablar, pero miré por encima del hombro y vi que Brandon rodeaba la mesa hacia mí y que Chase apartaba la cabeza de la morena mientras nos observaba; la chica simplemente continuó con su cuello.

Brandon comenzó a caminar a mi lado y me ofreció la mano.

—Todavía no nos conocemos. Soy Brandon Taylor.

Dios, aquella voz podría haberme hecho entrar en calor el día más frío del año.

—Harper Jackson, encantada de conocerte.

Sonrió al abrirme la puerta.

—Igualmente. Parece que conoces bien al resto de los chicos, aunque acabemos de conocernos. Dicen que eres la compañera de habitación de Bree.

—Eh, sí. Lo soy, pero en realidad no los conozco bien. Solo había hablado con ellos unos diez minutos antes de hoy.

—¿En serio? Entonces parece que causas una gran impresión en muy poco tiempo.

—Desde luego a ellos les causé impresión —murmuré.

Me miró confuso, pero yo negué con la cabeza para que dejara el tema. Dejamos de caminar cuando llegamos al camino que me conduciría a mí a la residencia y a él a su próxima clase. Me volví hacia él y me fijé en los vaqueros gastados pegados a sus caderas estrechas y en su camiseta negra ajustada antes de volver a mirarlo a la cara. No me había dado cuenta de lo alto que era mientras caminábamos, pero debía de sacarme al menos treinta centímetros. Su altura y su cuerpo musculoso me daban ganas de acurrucarme entre sus brazos, era como si fuese a encajar allí a la perfección. Me mordí el labio inferior y vi que sus ojos grises recorrían mi diminuta figura. No era como los demás chicos de la fiesta, que me miraban como si fuese algo que llevarse a la boca. Su mirada me hacía sentir guapa y me emocionaba que me prestara atención. ¿Me emocionaba que me prestara atención? Contrólate, Harper, lo acabas de conocer.

—Venga, mojigata, vamos —Chase me agarró del brazo y comenzó a tirar de mí.

—¡Chase, para! —me zafé y lo miré con rabia—. ¿Qué es lo que te pasa?

—Voy a llevaros a Bree y a ti a mi casa y tienes que hacer el equipaje para el fin de semana, así que vamos —volvió a agarrarme, pero yo le di un manotazo.

—¿Qué pasa el fin de semana?

—Vais a quedaros conmigo, así que haz la maleta.

Entorné los párpados y empecé a girarme hacia Brandon.

—Bien, espera un momento.

—Harper.

—Lárgate, Chase, te veré en la habitación en un minuto. Vete a buscar a Bree.

Se pegó más a mí, así que suspiré y le dirigí a Brandon una sonrisa patética.

—Lo siento, al parecer tengo que irme. ¿Te veré esta noche? —no sé por qué lo pregunté, ya que al fin y al cabo él vivía allí.

Una sonrisa sexy iluminó su cara cuando estiró la mano para rozarme el brazo.

—Nos veremos entonces —se despidió de Chase con un tenso movimiento de cabeza, se dio la vuelta y se marchó.