Así me tiemble la voz - Catalina Acosta - E-Book

Así me tiemble la voz E-Book

Catalina Acosta

0,0

Beschreibung

Así me tiemble la voz relata la historia de una pérdida doble padecida por Laura, protagonista y narradora central: la inicial de su madre biológica, cuando aún era muy niña y carecía de herramientas para entenderla y aceptarla, y la de la Tierra, proyección no por simbólica de la primera, menos real y dolorosa, puesto que ya en su vida adulta de profesional de la ciencia, Laura sabe inevitable tal muerte. De las dos se siente culpable. Si el primer desencuentro con la vida, muerte de la madre autoritaria, es un drama privado, aunque tocado por el universal de la muerte, la segunda extinción, la planetaria, es obra diaria y sistemática de la humanidad contra la madre tierra. Este es el eje que construye la unidad de estos cuentos. A su vez, la eficacia y contemporaneidad de sus llamativos recursos técnicos y estilísticos, obtienen el agrado e interés del lector moderno.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 193

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Acosta Acosta, Marta Catalina

Así me tiemble la voz / Marta Catalina Acosta Acosta ; prólogo Jairo Morales Henao ; edición Marcel René Gutiérrez – Medellin : Editorial Eafit, 2023 164 p. ; 21 cm. -- (Letra x Letra. Cuento).

ISBN: 978-958-720-855-9

ISBN: 978-958-720-856-6 (versión EPUB)

1. Cuento colombiano – Siglo XX. 2. Literatura colombiana – Siglo XX. 3. Muerte en la literatura. I. Morales Henao, Jairo, pról. II. Gutiérrez, Marcel René, ed. III. Tit. IV. Serie

C863 cd 23 ed.

A185

Universidad EAFIT - Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas

Así me tiemble la voz

Primera edición: agosto de 2023

©   Marta Catalina Acosta Acosta

©   Editorial EAFIT

Carrera 49 No.7 Sur-50

Tel. 604 261 95 23, Medellín

https://editorial.eafit.edu.co/index.php/editorial

Correo electrónico: [email protected]

ISBN: 978-958-720-855-9

ISBN: 978-958-720-856-6 (versión EPUB)

Edición: Marcel René Gutiérrez

Diseño y diagramación: Margarita Rosa Ochoa Gaviria

Imagen de carátula: www.freepik.es

Universidad EAFIT | Vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad: Decreto Número 759, del 6 de mayo de 1971, de la Presidencia de la República de Colombia. Reconocimiento personería jurídica: Número 75, del 28 de junio de 1960, expedida por la Gobernación de Antioquia. Acreditada institucionalmente por el Ministerio de Educación Nacional hasta el 2026, mediante Resolución 2158, emitida el 13 de febrero de 2018

Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita de la editorial

Editado en Medellín, Colombia

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

Contenido

Santificar las fiestas

Y punto

El Ovejo

Diez minutos

Así me tiemble la voz

Un jardín para Ruth

Contra la corriente

De la humildad y otros insectos

Pecado

Promesa

A mi mamá

Santificar las fiestas

Hoy es domingo, el día del Señor, hay que descansar, y yo con todo lo que tengo para mañana. Después de misa es como si fuera lunes, me imagino, porque mi mamá empieza a preguntar por lo que hay que llevar a la escuela y nos ponemos a hacer tareas. Mi papá me dice que no estudie tanto, pero los domingos es como estudiar en cámara lenta. El día del Señor debería ser el sábado, así yo descansaría de verdad.

Mi papá nos da dos mil pesos por ayudar los domingos. A mí me toca sacudir, “lo más fácil”, dice Tata. Empiezo por los libros que hay en la pieza de mi mamá porque, según ella, están muy empolvados. En el último, encuentro un horario que escribí el año pasado, no sé cómo llegó ahí: de siete a siete y media, el desayuno; de siete y media a faltando un cuarto para las ocho, lavarse los dientes; de faltando un cuarto hasta las ocho, organizar el uniforme... Me dan ganas de ir al baño. Eso no está en el horario. Paso por el estudio donde están mis hermanas. Ellas ya terminaron lo que les tocaba. Yo le hice el desayuno a mi mamá a ver si comía, el huevo con el tomate sin cáscara como lo hacían en el hotel de Buga cuando fuimos adonde el Señor Milagroso. Puse el fogón en bajo para que no se fuera a quemar y por eso me cogió la tarde.

De venida entro al estudio y aprovecho para sacudir. Me quedo un rato mirando los muñequitos. Limpio encima del televisor. Que no les tape, me dicen. Mejor voy a lavar el trapo y a estudiar. Es preferible hacer tareas en semana que no hay tantas caricaturas en la tele.

Llevo los cuadernos y los libros para la mesa del comedor, necesito apoyar en algo y además así no oigo a Bugs Bunny. Faltan los colores, la cartulina, unas revistas y el diccionario. Voy por un vaso de leche. Abro la cartulina sobre la mesa. Volteo a coger el lápiz y sin querer boto la leche. Solo se mojó una esquina, pero de todas formas tengo que pararme, traer la trapeadora y agradecer que nadie vio; eso es lo bueno del comedor.

Busco periódicos viejos en la pieza de Aracelly. Quiero pegar un recorte que tape el mojado y también necesito imágenes para representar a la Virgen, pero las modelos están muy pintadas y así es difícil que se parezcan; además, miran de frente y la Virgen casi siempre tiene los ojos hacia arriba o hacia abajo; debe ser porque uno sin pecado original no mira a nadie. No he terminado con la primera revista cuando mi papá me pide que corra las cosas porque ya trajo el pollo.

Yo organizo el mantel mientras mis hermanas van por los platos. Mi mamá pasa para el baño y me recuerda los patines, porque el aparato donde cuelgan la droga suena parecido. De venida se sienta, pero solo nos acompaña. A mí me tocó comerme el desayuno que le hice porque ella no pudo, me gustó mucho como me quedó el huevo, la clave está en poner el fogón en bajo. Mi hermana corre la bolita para detener las gotas, y cambiar el suero amarillo que le ponen; ella sabe mucho de eso porque está estudiando medicina. Saca la aguja de una bolsa y la mete en la otra, mueve la bolita y empiezan a caer las gotas; me gusta mirarlas sobre todo cuando las ponen despacio y empiezan a temblar antes de zafarse.

En el almuerzo hablan de la tragedia del Challenger y de que “esos americanos son unos verracos”. No entiendo por qué si todos somos americanos, en las películas solo ellos lo son. También mencionan una plata que hay que pagarle a Aracelly y yo me acuerdo de que mi papá no me ha pagado, pero no digo nada porque casi que ni sacudí. Me huele a leche, miro el mantel y me tranquilizo. Sin que nadie la vea, Tata me hace caras porque le toca lavar los platos.

“Después de comer ni un sobre leer”, dice mi papá y se va a hacer la siesta. Yo no soy capaz de dormir de día, nunca he podido, aunque me gustaría porque me da sueño. Según el horario, luego de almorzar tengo media hora para hacer la digestión. Claro que en semana salgo para la escuela y en el carro la voy haciendo.

Mi hermana mayor se va para el estudio con mi mamá, y yo voy con ellas. Ya no hay muñequitos, sino policías, pero también me gustan. ¡La cartelera!... Mejor hago la tarea de español porque no necesito apoyarme en una mesa. Voy al comedor por el libro, el cuaderno y la carterita, me acomodo en el sofá como armando una oficina, con el cuaderno sobre un cojín. En la televisión se está besando el detective con la muchacha. Leo el primer punto del taller, necesito ir por el diccionario que dejé en el comedor y aprovecho para tomar algo de agua. Vuelvo, mi otra hermana está en mi puesto, le pido permiso y mi mamá me dice que no la moleste. Me da rabia, pero sé que no le puedo decir nada. Mi mamá quiere mucho a mi hermana y le gustaría que yo fuera como ella, me lo ha dicho varias veces: sea como Tata que no se preocupa por nada, sea como Tata que no se le va la falda por el ruedo. Yo nunca he entendido qué es eso, pero ella debe saber porque antes cosía.

Voy hacia mi escritorio, que queda ahí mismo, lo abro y veo lo desorganizado que está. Me pongo a separar las cosas según su ubicación. Saco la muñeca que hice con las medias de la escuela, para mi mamá, mientras estaba hospitalizada; la sacudo y voy a guardarla en el escaparate, sentadita en el talón y con las piernas cruzadas, que para eso las tiene bien largas.

En esa operación le fue muy mal, si cierro los ojos vuelvo a ver el hueco que le quedó en la cara, aunque ya casi no se le nota. Lo peor fue el aparato pequeño para fotos transparentes que funciona con baterías. Un domingo que también me tocó sacudir, lo encontré en un cajón del escritorio de mi papá. Seguramente el médico las tomó, parecía un libro de medicina de los de mi hermana, además de la frente sin piel, pude ver el tumor.

Sigo organizando el escritorio y encuentro unas imágenes para la cartelera que había recortado desde el jueves, pero que ya no me gustan, y un moño que hacía tiempo no veía; trato de ponérmelo, me estiro el pelo, no me alcanza. Yo me lo quiero dejar crecer. Cada que lo tengo medio largo mi mamá me lleva a motilar. Mis primas sí lo tienen largo. Mi mamá dice que no puedo ser como Sandra porque es antojada y creída.

Veo un Cristo que dibujé cuando estaba en segundo, desde eso he pintado otros dos, me gusta mucho dibujar Cristos. Siempre les hago un pajarito montado en la cruz como si fuera el Espíritu Santo y a este hasta le puse a María llorando, pero se le cayó el letrero que le hice con las palabras de la Semana Santa. Voy por el colbón y aprovecho para pegarlo más cerca de la boca, quiero que de verdad parezca diciendo: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Sigo armando grupos con las distintas cosas que encuentro para después llevarlas a su lugar. Miro el reloj rojo. Ya casi nos vamos para la iglesia y de las tareas, nada.

En cinco minutos salimos y todavía no me he lavado los dientes. Los tengo así desde el almuerzo; me imagino que esas cosas sí se pueden hacer: comer, lavarse los dientes; lo que no se puede es trabajar, y como yo no trabajo, pues puedo hacer tareas. El próximo fin de semana las voy a hacer desde el sábado.

Que me cambie la camisa y los zapatos, ah, y que lleve el saco porque allá hace mucho frío. No siempre me gusta hacerle caso a mi mamá, pero sé que ella tiene razón, ella no se equivoca, por eso no le podemos contestar y le tenemos que hacer caso.

Mientras vamos, mis hermanas hablan de algo que no entiendo, tal vez sea porque ellas ya están muy grandes y todo lo escriben con lapicero. Yo empecé a usarlo este año, claro que no en todos los cuadernos, en el de matemáticas todavía no me dejan. San Juan y san Lucas seguramente hubieran usado muy bien el lapicero porque aunque trato de poner atención cuando los leen, siempre me pierdo como si hablaran mis hermanas. Ellas son muy distintas, Tata me habla a lápiz y jugamos, pero me toca rogarle un rato para que lo haga. La otra, la mayor, se parece a mi mamá; le entiendo cuando son cosas que hay que hacer y casi nada es divertido. Llegamos, como la vez pasada, no hay donde parquear. Mi papá deja el carro un poco más lejos. Adentro nos toca repartidos: mis hermanas, atrás; mi papá y yo, adelante.

Carta a los Corintios... Entonces los Corintios no tenían que ir a misa porque se las mandaban como una carta a la casa. Y ahora por qué no hacen lo mismo. Claro que mi mamá la vio por televisión y no tuvo que venir. Me perdí. ¿Será pecado ir a misa y no escuchar? Tengo que anotarlo para el día de la confesión, aunque eso no es tan grave, es peor todo lo que pienso. No debería haber pecados de pensamiento, así yo no me tendría que ir para el infierno. En un mes voy a hacer la primera comunión y ni siquiera me toca aprenderme los mandamientos, ya me los sé. Mis compañeritos están yendo los sábados por la tarde a la iglesia para prepararse. Aracelly dice que es mejor así, que para qué quiero estudiar más. Ella dice que yo estudio mucho, que ella hizo hasta segundo, que mi mamá es muy buena porque me explica y que la mamá de ella solo sabía firmarse.

Yo no he preguntado por qué no puedo hacer la primera comunión con mis amiguitas. A mi mamá no le gusta, ella piensa que preguntar es de grandes. Un sacerdote aceptó lo de la primera comunión conmigo sola. Nadie contradice a mi mamá.

Ya casi nos toca pararnos. Voy a poner atención: “... por la voluntad de Dios, y el hermano Timoteo, saludan a la Iglesia de Dios”. “No se mueve la hoja de un árbol sin la voluntad de Dios”. Y entonces... al diablo Dios le da permiso. Si fuera como mi mamá no se lo daría. El diablo, la marca de la bestia, el 666, ojalá nunca hubiera visto esa película. El niño tenía la marca en la cabeza, pero a mí me tusaron el año pasado y no tenía sino piojos. ¿Será que está por dentro? ¿En una tripa? Seis más seis da doce, los doce apóstoles, falta el otro seis. “El que conozca el secreto de la bestia es el hijo del diablo”. Aracelly dice que yo me voy a ir para el cielo porque rezo mucho, pero yo sé que si sigo pensando tantas cosas me voy a ir para el infierno. Me gusta rezar antes de dormir. Si me muero dormida, después de rezar, tal vez me vaya para el cielo. A veces me tranquilizo creyendo que Dios sabe que yo no quiero pensar esas cosas. Menos mal los pensamientos no se oyen, por eso es que hay que pensar antes de hablar. Yo quisiera pensar antes de pensar. Qué tan bueno sería detener el pensamiento cerrando la boca.

Toca pararnos, hasta las viejitas lo hacen ¿Por qué hay tantas viejitas en misa? Es la parte donde más se ven. Mi abuela, que no puede con las rodillas, también se para. Cuando me quedo amaneciendo allá, vamos a misa, pero por la mañana. Ella cree que si uno se muere con el escapulario puesto no puede irse para el infierno, por eso yo no me lo quito.

Tan rápido y ya sentados, claro que el evangelio es lo más cortico y esta vez me lo perdí del todo; ojalá Jesús haya dicho que Dios entiende mi desatención porque “de los niños es el reino de los cielos”. Quiero saber hasta los cuántos años son esos niños. Yo me siento muy distinta a cuando tenía cinco que fue cuando empecé a ver mi edad en el reloj rojo. El uno, un señor serio y flaco. El dos, un niño gordo, pero no tanto como el ocho que ya es un muchacho. El tres y el siete, dos señoras amigas. El cinco es lindo y joven como el cuatro, pero sale con el seis y el nueve.

De rodillas. Sigue la elevación de la hostia. La profesora nos dijo que es el acto más sagrado de la misa, por eso hay que arrodillarse, es mejor no mirar algo tan grande. Este es el peor momento para... No más, pensemos en otra cosa.

De pies, nuevamente, ya pasó lo peor. Lo pensé otra vez. ¡Perdón, perdóname, Dios mío! El padre me está mirando. Cantemos, cantemos: Nada me faltará si me llevas tú. “Una canción vale más que mil oraciones”. Me tengo que quitar el saco, qué calor, me palpita la cabeza, el padre ya me descubrió, mejor no lo miro. “Por los ojos se ve el alma”, qué tal que venga y me ponga una hostia en la frente como en la película de Drácula. Menos mal que mi mamá no vino porque se pondría a pelear con él. Claro que si la hostia me quema, hasta a ella le tocaría darle la razón. Nadie contradice a mi mamá. Ella no tiene pelo en la cabeza, se parece a esos extraterrestres que saben más que todos porque manejan platillos voladores. La mesa está ya lista, la copa se desborda... “Una canción vale más que mil oraciones”.

“La paz sea contigo”. Menos mal no tengo a nadie sentado al lado derecho, solo me toca darle la mano a mi papá. No quiero mirar a nadie, no quiero que nadie me vea. “De pies”, la bendición final y mientras cae sobre mí trato de no pensar en nada malo, pero lo vuelvo a hacer. Perdón. No sentí que me quemara. ¡Gracias, Dios mío! O tal vez fue que a todos les cayó la bendición menos a mí. Ya nos tenemos que ir, me voy a poner el saco.

En el carro me sacuden, es mi hermana, la regañona:

—¿Que qué tareas tiene?

—La de español y la de ciencias... ah, y la cartelera de religión.

Lo peor es que me dé por pensar eso en mi primera comunión mientras tengo la hostia en la boca y luego en el esófago, el estómago. ¿En qué momento el cuerpo de Cristo se digiere por completo? Pero antes me tengo que confesar, aunque no hay ningún mandamiento que diga no insultar a Dios; el más parecido es no jurar su santo nombre en vano, y eso no se puede hacer mentalmente. Y ¿si no es pecado?, y ¿si Dios sabe que es algo que yo no quiero y por eso no aparece en los mandamientos?

Llegamos a la casa y ahí está la pareja esa que a veces me lleva a la escuela, la del grupo de oración; que porque es domingo quieren seguir rezando; mejor, porque así ni cuenta se dan de que no he hecho las tareas. Ella antes no iba a esas cosas. Empezó a ir después de la última operación, la de la cinta en la cara que decía “No tocar”, la de las fotos.

Tata me llama y me acomoda al frente de mi mamá que está con ellos en la sala; ahora sí, sin vasos de leche, a hacer las tareas mientras mi otra hermana calienta las arepas para comer con quesito. Hubiera podido hacer esto desde ayer, claro que la semana pasada empecé a buscar las láminas para la cartelera y ninguna me sirvió. Hoy a esta hora casi todas me parecen buenas. Mientras recorto una modelo de perfume que parece dentro de una nube como si fuera derechito para el cielo, oigo al amigo de mi mamá decir que los demonios blasfeman. ¿Qué será eso? Mejor no pregunto para no ser metida a grande. Busco el diccionario, pero no lo tengo aquí, lo dejé en el estudio, algo que no me pasa cuando me acomodo con todo; pero si me paro me preguntan para dónde voy, mejor sigamos, mañana busco, después de todo hoy es domingo y hay que descansar; pero qué va, voy a aprovechar y les pregunto de una vez: “¿Qué es blasfemar?”.

Suena el teléfono, Tata contesta. Es mi tía, pero mi mamá no puede pasar. Ella dice que la llama para lo mismo: Sandra va perdiendo el año y está muy preocupada. ¡Las tareas! No las he hecho. Yo no quiero perder el año. Aprovecho que en el cuaderno de religión hemos copiado poco y parto en dos la hoja de la mitad. Escribo la palabra para buscarla después. Doblo la hoja y la guardo en el cuaderno de tareas.

Hasta bueno que mi mamá no pudo pasar, porque siempre hablan de lo mismo, de que la hija de tal es muy buena estudiante y de que la otra, no tanto; claro que de vez en cuando habla de cosas distintas, pero lo hace tan pasito que no se oye.

“Papi”, oigo que grita Tata. Mi mamá está muy mareada y quiere que la lleven al hospital. Mi otra hermana sale de la cocina. Todos ayudan a bajar a mi mamá, menos Tata y yo; la última en salir es mi hermana con lo que logró empacar. En la puerta se encuentran con Aracelly que acaba de llegar. Me asomo por la ventana y veo mientras se la llevan, pero despacio, porque a ella le duele que corran; detrás va el carro de la pareja esa, la del grupo de oración.

Aracelly llega con las arepas, las pone a un lado para que yo no tenga que quitar las cosas y se va a dormir porque madruga mucho. Tata trae la sobremesa y luego de comer me ayuda con la cartelera. No me tocó rogarle. Suena el teléfono, es mi papá a decir que se demoran, que mi mamá se va a quedar amaneciendo, que mi prima, la gordita, va a quedarse con ella. Mi mamá no deja que mis hermanas amanezcan en el hospital. Me imagino que es como otras veces que dura cuatro o cinco días y después vuelve a la casa.

Hoy es lunes, van a ser las siete de la mañana. Recuerdo el horario porque casi nunca me levanto tan temprano ni tengo la oportunidad de cumplirlo. Tata me despertó, pero no sé por qué, luego me dice que vamos para el hospital, que me ponga cualquier cosa que no nos demoramos. Ella ya maneja. En el camino veo todo cerrado, bueno, no todo, las cosas ricas están cerradas, la tienda de helados, las maquinitas. En el carro no hablamos y yo pienso que es otro día en el que no voy a poder cumplir con el horario.

El hospital queda muy lejos y seguramente nos vamos a demorar, debí haber traído el cuaderno de español y el de ciencias porque ayer solo alcanzamos a terminar la cartelera de religión y no tengo más tiempo para las tareas que debí hacer desde el sábado o, mejor, desde la semana pasada. Mientras parquea en reversa, girando la cabeza y sin mirarme, Tata me dice:

—Mi papá llamó a avisar que mi mamá se murió.

—¿Se durmió?

—Se mu-rió. –Voltea hacia mí, pero baja los ojos al decirlo.

Me pongo a llorar, me siento mal porque Tata no llora y lo que Tata hace siempre es mejor que lo que yo hago. En la sala de espera están mis tías, mi papá y unas primas. Mi tía Nora me dice que no llore, que mi mamá está en el cielo. Siento que no tengo nada por dentro, solo se me estremecen los ojos, pero no puedo seguir llorando porque “las hijas de Doña Carmen no dan que hacer”. Mi papá me lleva a verla. Yo no quiero, pero él insiste. La veo en la cama, como dormida, no soy capaz de tocarla, solo la miro. Le quiero pedir perdón por haber abierto la llave el día que se mojó y le dio pulmonía, y por otro día en que la miré feo, pero no digo nada porque la esposa de un tío está ahí y mi papá también. Salgo, ya no son los ojos, sino la garganta, pero me queda el consuelo de que no lloré, de que fui obediente.

Voy a la sala de espera, nadie dice nada y yo tampoco. Me siento frente a la oficina de las enfermeras, desde donde alcanzo a ver que ya son las ocho y cuarto. Al lado del reloj, un Cristo da siempre la misma hora. “Ahora y en la hora de nuestra muerte, amén”, y después no hay más tiempo, el tiempo se acaba. Imagino que Jesús marca los minutos con un brazo extendido y las horas con el otro doblado; tal vez no se mueva porque la hora de la muerte es una sola. Según la cruz, Jesús murió faltando un cuarto para las tres o a las nueve y cuarto, depende del brazo que se doble, pero creo que las crucifixiones eran por la tarde para que la gente pudiera ir a ver. Y, ¿mi mamá a qué horas se murió? Mi tía Nora se ofrece a llevarme a donde mi abuelita para que desayune y esté con Sandra y Paola, mientras el entierro y el velorio.

Mi abuela vive por aquí cerquita, en el centro. Quiero preguntar muchas cosas. Aprovecho que no sé si a mi tía eso le choca.

—¿De qué se murió?

—De cáncer.

—¿En dónde?

—Le empezó en la cara y se le regó a los pulmones.

—¿Y a qué horas se murió?

—Esta mañana a las cuatro y media.

Menos mal no fue faltando un cuarto para las tres como... ¡Cáncer! Pero si eso sale en la televisión y es muy peligroso. Yo le pregunté una vez por la enfermedad y me dijo que eran tumores, será que es lo mismo. Mi mamá no dice mentiras, o no decía, pero también dijo que el año entrante iba a estar bien, que Dios todo lo puede.