Asumir lo efímero de la existencia - Viktor Frankl - E-Book

Asumir lo efímero de la existencia E-Book

Viktor Frankl

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Beschreibung

Después de sobrevivir a los campos de concentración en la Segunda Guerra Mundial, la finitud y el sufrimiento fueron un constante asunto de preocupación existencial y filosófica para Viktor Frankl. En la célebre conferencia recogida en este volumen, pronunciada en 1984 en Dornbirn (Austria), el lector se enfrenta a algunos de los grandes interrogantes que todo ser humano se ha hecho alguna vez: el sentido de nuestra vida, cómo manejar el dolor, por qué ayudar (o no) a nuestros semejantes, el transcurrir de la existencia y el envejecimiento y, sobre todo, cómo asumir nuestro inevitable final. Si "la muerte es solo un punto final de un continuo decir adiós", resulta urgente aprender a despedirse. Más aún en una sociedad y una época en las que se impone el valor de lo que no caduca, de lo que permanece inalterable frente al paso del tiempo: de lo que nunca muere. Este breve texto inédito muestra el costado más humano de Viktor Frankl y nos invita a ocuparnos de la muerte como un horizonte que, lejos de paralizarnos, ha de servir para hacer crecer nuestras posibilidades de ser.

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Viktor Frankl

Asumir lo efímerode la existencia

Traducción deManuel Cuesta

Herder

Conferencia pronunciada por Viktor Frankl, el 23 de octubre de 1984 en Dornbirn. Fue transcrita y editada por Franz Vesely en abril de 2022.

Título original: Bewältigung der Vergänglichkeit

Traducción: Manuel Cuesta

Diseño de la cubierta: Gabriel Nunes

Edición digital: José Toribio Barba

© 2022, Herederos de Viktor Frankl

© 2022, Herder Editorial, S. L., Barcelona

ISBN EPUB: 978-84-254-4975-8

1.ª edición digital, 2022

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com).

Herder

www.herdereditorial.com

Doctor Köb, señoras y señores:

Les doy las gracias por su amable recibimiento y quisiera empezar señalando que hoy no vamos a ocuparnos de cómo lidiar adecuadamente con el pasado, sino con lo pasajero. Es decir, que no vamos a hablar de la superación del pasado –ni siquiera de la del propio pasado–, sino de cómo el ser humano está en condiciones de asumir lo efímero de su existencia, lo efímero de la vida, o sea, de cómo puede hacerse a esa condición efímera y asimilar que la vida humana es esencialmente pasajera. Vamos a hablar, más exactamente, de cómo el ser humano llega al punto de poder decirle «Sí» a la vida a pesar del carácter efí­­mero de esta: de cómo logra darle a la vida una respuesta afirmativa a pesar de su propia condición mortal.

Pues bien, ante la muerte, la vida ha de ser dejada atrás. Pero no podemos olvidar que la propia vida es un continuo morir, un continuo morirse de algo de lo cual –o de alguien de quien– nos hemos encariñado. Podríamos decir que la vida del hombre es un continuo decir adiós. Y no solo en el sentido de las capacidades de trabajar y disfrutar –los dos grandes objetivos que Freud marcó a su teoría y a su terapia, el psicoanálisis–, sino que también debemos ocuparnos de la capacidad que el ser humano tiene de sufrir. La muerte es solo un punto final del adiós constante, de ese proceso continuo que, de algún modo, consiste en ir muriéndose. Y en el fondo la pregunta reside en si precisamente esa condición efímera, esa condición mortal, no hace a la vida, con efectos retroactivos –es decir, lejos aún del momento final y de su consecución–, simplemente indigna de ser vivida, si no la priva de su valor o de su sentido, si no le quita y le arrebata todo el sentido. Esa es la primera pregunta que debemos hacernos. Y yo quisiera partir de la tesis de que no es solo que la muerte no pueda quitarle el sentido a la vida, sino que, de hecho, le da un sentido.

Imaginémonos por un momento qué ocurriría, cómo sería la vida, si no hubiese muerte. Imaginémonos que pudiéramos postergar absolutamente cualquier cosa, y que pudiéramos aplazararlo todo infinitamente. Nada tendríamos que hacer ni resolver hoy o mañana. Todo podría suceder exactamente igual dentro de una semana, de un mes, de un año, de un decenio, de cien o de mil años. Únicamente ante la muerte, solamente bajo la presión de la finitud, de la finitud temporal de la existencia humana, puede tener sentido actuar. Y no solo actuar, sino también vivir. Y no solo vivir, sino también amar y también cualquier cosa que se nos imponga soportar y sufrir valerosamente.

Quizá entiendan ustedes ahora cómo es que la logoterapia, esta corriente de la psicoterapia, establezca, desde un espíritu filosófico –por ejemplo, en la tradición de Immanuel Kant–, un imperativo categórico, es decir, una máxima, un precepto de actuación y conducta. Y ese imperativo, esa exhortación, dice así: «Vive como si vivieras por segunda vez y como si la primera vez lo hubieras hecho tan mal como estás a punto de hacerlo ahora».1

¿Entendemos lo que eso significa? ¿En­tendemos qué clase de llamamiento es a la conciencia de la responsabilidad, una de las bases esenciales de la existencia humana? ¿Qué formidable y potente llamamiento supone esto, exhortar a que nos esmeremos por sacar de la situación que sea el mejor sentido posible, a que intentemos hacer realidad la posibilidad de sentido de cada situación desde el espíritu de la responsabilidad? Y eso quiere decir, entre otras cosas, dar un volantazo –incluso en el último momento– en vista del peligro de hacer algo tan mal que un día podríamos lamentar... pero no enmendar nunca.

Esto rige también en situaciones banales. Voy a poner un ejemplo personal para ilustrar qué quiere decir esto en la práctica, en el día a día. Hace muchos años, un amigo me mandó a su hijo: «Sincérate con el tío Viktor», le dijo –el tío Viktor me llamaban–, «sincérate con él». El muchacho corría peligro de enredarse en el mundo de la droga, de acabar metiéndose en una banda de delincuentes. La situación era realmente peligrosa. Ahora bien, ¿qué debía hacer yo con el muchacho? Yo no soy ningún preceptor, o sabe Dios qué. ¿Qué se supone que le debía decir yo? Me limité a decirle, de manera completamente improvisada, lo siguiente: «Tú sabes por qué has venido. ¿Qué debo decirte yo? Lo único que te puedo decir es que pienses en que dentro de cinco, diez o veinte años tendrás dos posibilidades: o bien te dirás a ti mismo “¿Te acuerdas de aquella vez que fuiste a ver al tío Viktor y reflexionaste un poco sobre tu vida? Qué bien que en el último momento frenaras en seco, en lugar de seguir dirigiéndote hacia tal o cual cosa”. O bien te dirás dentro de diez o veinte años: “Menudo idiota fui aquella vez que visité al tío Viktor. Él me señaló las distintas posibilidades, me puso ante los ojos la encrucijada, la bifurcación..., y yo, mentecato, me dejé llevar por la inercia”. Esas dos posibilidades tienes ante ti. Lo único que quiero es que pienses en ello».

Es complicado decir qué es causa y qué es consecuencia. Si aquello tuvo en él un efecto por lo menos catalizador, puramente desencadenante –como en un proceso químico–, o si le entró por un oído y le salió por el otro. Todo eso es complicado de decir.

Hay un misterio teológico que siempre me ha fascinado. Me refiero al concepto de mysterium iniquitatis,