Atracción mortal - Wendy Hernández - E-Book

Atracción mortal E-Book

Wendy Hernández

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Beschreibung

Max Wilson ingresó a la universidad Varsity y su llegada despertó inmediatamente la intriga de las jóvenes estudiantes. La belleza masculina que posee provocó que las chicas a su alrededor se derritieran con tan sólo verlo. El problema era que tenía una actitud fría y cortante hacia los demás. Ninguna chica, ni siquiera las populares, ha llamado su atención. Su relación con sus compañeros de clase es distante y eso se debe a lo que oculta. No habla con nadie a excepción de su compañero de deportes, Jordan. Han transcurrido varios días de su llegada y lo que ha ganado en ese tiempo ha sido miedo y pavor por parte de los estudiantes. Siempre dará a conocer su disgusto o enojo con cualquier persona de forma física o verbal. Todas esas chicas que estuvieron al inicio de su llegada detrás de él, ahora lo evitan a toda costa para no ser humilladas. Lo mismo es con los chicos. Emily Brown, una estudiante aparentemente común, se va adentrando a un mundo que ni ella misma imaginó. De tantas chicas que hay en su clase, es ella la que tiene que pasar por una serie de situaciones que la ponen en peligro. Su vida está llena de secretos y, lamentablemente, de decepciones que la ligan con el misterioso chico. No creas todo lo que lees o escuchas; en esta historia tendrás que estar atenta a cada situación, porque puedes llegar a confundirte sobre quién es quién. Más adelante puedes necesitar volver al principio y es ahí donde te darás cuenta de que… las apariencias engañan.

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Veröffentlichungsjahr: 2017

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Publicado por:

www.novacasaeditorial.com

[email protected]

© 2015, Wendy HM

© 2017, de esta edición: Nova Casa Editorial

Editor

Joan Adell i Lavé

Coordinación

Tiago Casquinha

Fotografia de portada

© Marcus J. Ranum

Portada

Vasco Lopes

Maquetación

María Alejandra Domínguez

Primera edición: Noviembre 2017

ISBN: 978-84-17142-25-4

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917021970/932720447).

Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
EPÍLOGO

Max Wilson ingresó a la Universidad Varsity y su llegada despertó inmediatamente la intriga de las jóvenes estudiantes. La belleza masculina que posee provocó que las chicas a su alrededor se derritieran con tan solo verlo. El problema era que tenía una actitud fría y cortante hacia los demás.

Ninguna chica, ni siquiera las populares, ha llamado su atención. Su relación con sus compañeros de clase es distante y eso se debe a lo que oculta. No habla con nadie a excepción de su compañero de deportes, Jordan. Han transcurrido varios días de su llegada y lo que ha ganado en ese tiempo ha sido miedo y pavor por parte de los estudiantes.

Siempre dará a conocer su disgusto o enojo con cualquier persona de forma física o verbal. Todas esas chicas que estuvieron al inicio de su llegada detrás de él, ahora lo evitan a toda costa para no ser humilladas. Lo mismo es con los chicos.

Emily Brown, una estudiante aparentemente común, se va adentrando a un mundo que ni ella misma imaginó. De tantas chicas que hay en su clase, es ella la que tiene que pasar por una serie de situaciones que la ponen en peligro. Su vida está llena de secretos y, lamentablemente, de decepciones que la ligan con el misterioso chico.

P

No creas todo lo que lees o escuchas; en esta historia tendrás que estar atenta a cada situación porque puedes llegar a confundirte sobre quién es quién. Más adelante puedes necesitar volver al principio y es ahí en donde te darás cuenta de que... las apariencias engañan.

Desperté la mañana del lunes con el estruendo de golpes que amenazaban con taladrarme los oídos. Alexander, mi hermano, era la persona que tocaba la puerta como siempre lo hacía antes de irnos a la universidad. Estaba acostumbrada a levantarme con el ruido de sus nudillos contra la madera.

Casi podía recordar a papá y mamá venir a despertarme cuando era pequeña. Pero desafortunadamente ellos no vivían con nosotros. Ambos se habían mudado el día en que ingresamos a la universidad, justo después de que la abuela falleciera. Papá nos dijo que era hora de volvernos independientes y arreglar nuestros propios asuntos. Yo tenía pensado conseguir un departamento para comenzar una vida aparte, pero Alexander no estuvo de acuerdo.

Al final, decidimos quedarnos en casa juntos.

Alexander tenía veinte años —dos años mayor que yo—, pero su comportamiento era de una persona de treinta. Aunque tenía que admitirlo, era un hermano responsable, se encargaba de los gastos de la casa y de cualquier inconveniente. Según él, yo debía preocuparme solamente por los estudios y por volver a casa temprano. Decía que, con mis dieciocho años, yo aún no tenía la experiencia para enfrentarme a la vida.

Me molestaba que pensara eso de mí.

Sí, era tímida e insegura, pero también tenía mi carácter. Él, en cambio, era extrovertido, sociable y arrogante. No entendía cómo su novia Karen lo soportaba la mayor parte del tiempo en las clases.

—No dejaré de tocar hasta que abras la puerta —lo escuché decir desde el otro lado.

Gimiendo de pereza, me levanté de la cama y luego de arrastrar los pies por la habitación, logré girar el pomo.

—Ya estoy despierta —me tallé los ojos y aún somnolienta, lo vi en el umbral con un aura impaciente.

—Tienes media hora —señaló el reloj de su muñeca y se dio la vuelta, dejando un aroma a perfume y jabón.

Rodeé los ojos y cerré la puerta mientras soltaba un bostezo. Me estiré y di unos cuantos pasos antes de dejarme caer en la cama de nuevo. Odiaba levantarme temprano como cualquier persona y odiaba el hábito que tenía mi hermano para venir a despertarme. Me ponía de mal humor.

Luego de cinco minutos, me levanté a regañadientes y ordené las sábanas. El teléfono comenzó a sonar y me incliné a la mesita de noche. Era una llamada de Alexander. Sabía que solo lo hacía para apresurarme. Cogí un atuendo de ropa del armario y me dirigí al cuarto de baño.

Veinte minutos después, salí de la ducha y me vestí en tiempo récord. Me colgué la mochila en un hombro y tomé la caja de materiales que el profesor de laboratorio había encargado.

No iba a tener tiempo para desayunar, eso era un hecho. Dejé salir un suspiro y me advertí mentalmente que la próxima vez me levantaría temprano.

Alexander estaba en el sofá de la sala, tecleando el teléfono y moviendo el pie. Cuando me miró, rápidamente lo guardó en sus bolsillos y me quitó la caja que sujetaba torpemente entre las manos.

—¿Qué diablos es esto? —frunció el ceño, inspeccionando lo que había dentro.

—Materiales para el laboratorio —dije tomando su mochila.

Salimos de casa y ambos subimos a la camioneta.

—Me alegra no estar en esa clase —dijo cuando comenzó a conducir.

No le tomé importancia, simplemente me digné a mirar por la ventana. El cielo estaba tornado de un color gris opaco. El panorama era algo extraño debido a que la mayor parte de los días eran soleados, pero llegué a la conclusión de que era algo normal e insignificante.

P

El estacionamiento de la universidad estaba invadido de autos y estudiantes. El ambiente era un poco sofocante e irritante como todos los inicios de semana. Después de un par de vueltas, Alexander localizó un lugar donde aparcar. Bajé de la camioneta y miré a mi alrededor con la esperanza de encontrar a Kim o Claire, aunque seguramente ya estaban dentro del edificio.

—Te ayudaré con esto —dijo Alexander, tomando la caja de nuevo.

Caminamos por el asfalto y mi hermano saludó a algunos de sus amigos. Cuando escuché el ruido amortiguado de una moto, miré sobre mi hombro. Había reconocido ese sonido durante estos días. Max Wilson era el único que conducía un vehículo tan intimidante y escandaloso. Lo vi bajar de la moto y comenzó a caminar dando pasos sólidos y firmes. Era evidente que le molestaba integrarse con sus compañeros, ninguno de ellos le dirigía la palabra por miedo a ser ignorado o insultado. La persona con la que se relacionaba durante las clases o en las horas de descanso era Jordan, otro chico serio y reservado.

Desde que ingresó a la universidad, las chicas no dejaban de hablar sobre lo atractivo y sexi que era. Sin embargo, dejaron de intentar entablar una conversación con él, ya que bastó un par de horas para que todos nos diéramos cuenta de su actitud fría y distante.

Max se acercó y me miró por un pequeño instante mientras se ajustaba la chaqueta negra de cuero. Inmediatamente aparté la mirada y cuando me esquivó pude percibir un aroma embriagante a especias. Algunos lo observaron disimuladamente mientras avanzaba a la entrada del edificio. Ninguno se enfrentaba a él por miedo a salir perjudicado. Los primeros días se involucró en varias peleas con los chicos que se arriesgaban a contradecirlo, lo que fue suficiente para que los demás se quedaran mudos y se apartaran cada vez que estaba alrededor.

El timbre de entrada me sacó de mi ensoñación y apresuré a Alexander por los pasillos hasta llegar al salón de Bioquímica. Le agradecí a mi hermano por la ayuda y se despidió dándome un beso en la frente.

—Te veo en la salida —lo escuché decir cuando salió trotando en dirección a su clase.

Luego de que entré al laboratorio, saludé a algunos compañeros y dejé caer la caja de materiales en la mesa de aluminio. Mientras sacaba el cuaderno de apuntes y el bolígrafo de la mochila, escuché la voz chillona de Kim al fondo del salón. Me giré y sonreí entusiasmada cuando se levantó de su silla. Probablemente venía a contarme lo relevante del fin de semana. Lamentablemente, el profesor Robert llegó y le llamó la atención.

—A su lugar, señorita, la clase ya va a comenzar.

Renegó por lo bajo y volvió a su asiento desganadamente. Me volví a mi lugar al mismo tiempo que mi compañero de mesa se sentaba a mi lado.

—¿Qué tal, Emily?

Dejé salir un suspiro totalmente audible y lo miré forzando una sonrisa.

—Hola, Lein —tenía que destacar que él era el chico más flojo de la clase. No hacía nada durante las prácticas. Se pasaba perdiendo el tiempo haciendo otras cosas, dibujaba garabatos en el cuaderno, revisaba discretamente su teléfono o simplemente se quedaba ahí esperando a que dieran el timbre. Y el resultado era que estaba obligada a realizar todo el trabajo. De ninguna manera iba a permitir una mala calificación por su culpa.

—Buenos días, jóvenes —el profesor dejó caer el deteriorado portafolio sobre el escritorio y sacó sus enormes gafas de aumento.

Algunos respondieron las mismas palabras y otros, incluyéndome, susurramos. La primera clase de la mañana era la más aburrida de todo el día. Era tentador tomar una pequeña siesta y recuperar algunas horas de sueño interrumpidas, pero eso era imposible porque los ojos del profesor Robert se mantenían atentos en cada uno de nosotros.

—Bien, veo que todos trajeron los materiales que les pedí. Empezaremos con el proyecto de reacción de los hidrocarburos —sacó un rotulador y empezó a escribir formulas y ecuaciones en la pizarra—. Lein estaba entretenido hablando con el compañero de atrás, así que anoté el procedimiento.

Luego que el profesor entregara solventes en cada mesa, avisó que lleváramos a cabo el experimento. Comencé a ponerme a cargo, inicié sacando los recipientes de vidrio de la caja y agregando las sustancias correspondientes. Las reacciones que obtuve fueron variadas. Algunas se quedaban igual y otras cambiaban de color casi mágicamente. Era interesante.

—Es mi turno —avisó Lein sin ninguna emoción. Ignorándolo, anoté los resultados que coincidían con los de la pizarra y seguí diluyendo los líquidos del recipiente—. Quiero intentarlo.

Respiré profundamente al necesitar paciencia y dije entre dientes: espera un momento.

Su insistencia no me molestaba demasiado porque ya estaba acostumbrada, pero sí me irritaba demasiado cada vez que pretendía estar interesado en los trabajos cuando estaba por finalizarlos. Era su manera de hacerme creer que estaba colaborando en algo sabiendo que su ayuda era innecesaria.

—Puedo hacer eso por ti —se inclinó hacia a mí con la intención de arrebatarme el recipiente y me rehusé. Los conflictos no eran lo mío, prefería encontrar la manera de solucionarlo sin llegar a ser agresiva. Mis amables protestas fueron rechazadas y continuó intentando quitarme lo que tenía en las manos.

—Basta, Lein —estaba por empujarlo, pero alcanzó el recipiente y cuando hice un movimiento en falso, lo soltó bruscamente—. Mierda.

Ambos dejamos de forcejear cuando el frasco se desplomó en pedazos de vidrio sobre el suelo y durante unos segundos hubo un silencio adormecedor en el laboratorio. El profesor dejó de escribir en la pizarra, y cuando las miradas de los demás se posaron en nuestra mesa, contuve la respiración deseando tener algún tipo de poder para revertir la vergonzosa escena. Los murmullos y risitas de mis compañeros solo aumentaron el ardor que se había apoderado de mis mejillas.

Estúpido Lein.

Lo fulminé con la mirada, queriendo quitarle la sonrisa burlona del rostro. El profesor llegó hasta nosotros y se cruzó de brazos mientras observaba el suelo.

—¿Qué sucedió aquí? —preguntó con indignación. Me contuve en decirle que era bastante obvio, pero debía referirse a quién era el responsable.

No me sorprendió cuando Lein se quedó callado, solamente me observó insinuando que él no diría nada.

—Lo siento —comencé—, es culpa de...

—Consigue algo para limpiar este desorden —ordenó en tono molesto.

Miré a Lein y se encogió de hombros. El cínico se concentró en revisar los resultados que había escrito en mi cuaderno de apuntes.

—Está bien —refunfuñé, levantándome del asiento y poniendo los ojos en blanco.

Luego de salir del aula siendo observada, dejé salir un suspiro. No soportaba ser el centro de atención, menos aun cuando se trataba de una situación embarazosa. Comencé a caminar por los pasillos vacíos en busca de un conserje. Solo tenía que limpiar y aguantar los pocos minutos que quedaban de clase. Simple.

Recorrí todo el edificio de la universidad y me tomó un tiempo encontrar el cuarto de limpieza que estaba al final de las escaleras que llevaban al segundo piso. El chirrido metálico de la puerta hizo un sonido espeluznante cuando la abrí. Permanecí cerca de la puerta y llamé al hombre de mantenimiento. Volví a llamarlo al no obtener respuesta. Tal vez estaba en otra parte, pero aquí se encontraba lo que necesitaba.

Bajé unos cuantos escalones y confirmé que me encontraba en el sótano. El lugar era frío y tenebroso. La luz del exterior no lograba entrar por la rendija superior de la pared. Una lámpara encendida estaba encima de un viejo escritorio permitiéndome no estar a oscuras. Caminé a paso lento y me dirigí a los estantes oxidados. Tomé la escoba y un par de trapos. Con esto bastaría.

Cerré el estante y me detuve en seco cuando escuché una respiración unos metros detrás de mí. Los vellos de mi nuca se crisparon y quise convencerme que el hombre de mantenimiento había regresado. Pasé saliva y me volví con lentitud. No creía en fantasmas y ese tipo de supersticiones, pero no pude evitar soltar un grito agudo cuando vi a alguien recargado en la pared. Asustada y aturdida, retrocedí hasta que choqué con el estante.

La mirada penetrante del chico se encontró con la mía y el aire dejó de entrar en mis pulmones. ¿Max? No podía comprender qué hacía aquí, aislado y callado cuando debía estar en clases. Sus ojos oscuros, como un profundo abismo, tenían un brillo escalofriante, pero a pesar de eso comprendí el interés de las chicas. Su cabello negro estaba peinado en ligeras puntas y algunos mechones estaban desordenados. Entre las penumbras, pude notar que tenía una mandíbula cincelada y un rostro que era de admirar. Sus labios rellenos sostenían un cigarrillo con delicadeza y firmeza. Era alto, atlético y delgado. Me di cuenta de que no tenía la chaqueta, llevaba una camiseta gris que se apegaba disimuladamente contra su torso y podía asegurar que había músculos firmes por debajo.

—¿Qué diablos me ves?

Su voz áspera y llena de masculinidad me sobresaltó, el corazón se me aceleró y comencé a tener problemas para mantener mi respiración estable. Frunció el ceño, esperando una respuesta y tiró el cigarrillo bruscamente al suelo mientras un humo espeso salía de sus labios.

Tomé aire, protegiéndome con la escoba y los trapos en el pecho.

—Lo... lo siento, yo no... —tartamudeé, sintiendo el estómago encogido.

—Fuera de aquí —advirtió fríamente, señalando la puerta con la barbilla.

¿Cuál era su maldito problema? Quería decirle que no iba a quedarme y que relajara su actitud, pero sabiendo que estábamos solos en el sótano de la universidad, salí de ahí y retomé mi camino por los pasillos.

Era la primera vez que cruzaba palabras con él. Yo no era de esas personas que juzgaban a los demás por su apariencia. Una parte de mí pensó que todos los rumores y especulaciones de su cortante personalidad eran falsos. Supongo que me había equivocado con respecto a ello.

Traté de olvidar ese intenso y pequeño percance cuando llegué al salón. El profesor me miró por un segundo antes de seguir explicando algo relacionado con la asignatura. En silencio, limpié el desorden y soporté algunas miradas de reojo de mis compañeros, incluso de Lein, quien se había tomado la molestia de terminar el trabajo.

El timbre sonó y dejé de visualizar la mirada de Max en mi mente. Todos recogieron sus cosas mientras el profesor nos recordaba lo que necesitaríamos para la próxima clase. Miré los trapos y la escoba mordiéndome la mejilla interna. Decidí detener a Lein y le pedí que dejara las cosas de vuelta al sótano. Aceptó con un asentimiento enfurruñado y sentí el alivio en mi cuerpo. Todavía seguía abrumada como para volver ahí.

P

En la hora del almuerzo estaba en la cafetería con Kim y Claire. Consideré contarles lo que me había sucedido con Max, pero realmente no había pasado nada interesante, así que omití decirlo.

—Reprobé Biología —Claire suspiró tristemente mientras ponía la bandeja de comida en la mesa.

—Yo estoy peor, reprobé dos asignaturas —la calmó Kim, dándole un sorbo a su Coca-Cola.

—Si hubieran estudiado no estarían quejándose —dije, sentándome frente a ellas.

Yo no había reprobado ninguna. Debía reconocer que era dedicada en ese aspecto. No tenía las mejores notas, pero mantenía un promedio considerable.

Ignoraron mi consejo porque sabían que tenía razón y empezaron hablar sobre los castigos de sus padres. Kim probablemente se quedaría sin salidas los fines de semana y a Claire le quitarían su pequeño y viejo Volkswagen rojo. Ambas llegaron a la conclusión que por el momento no le mencionarían nada a sus padres.

Jugando con la papa frita en la salsa de tomate, miré sobre mi hombro. La cafetería estaba llena como era de esperarse, pero mis ojos buscaron la mesa de la esquina en donde encontré a Max conversando con Jordan.

Pensé en la posibilidad de que le estaba contando sobre mí… O tal vez no. Sacudí la cabeza, ¿en qué estaba pensando?, yo era un cero a la izquierda para él. Me volví hacia Kim y Claire, quienes seguían lamentándose. Permanecí escuchándolas los primeros segundos, pero el instinto me delató y miré nuevamente sobre mi hombro.

—Emily —la voz de Claire sonó con cierto temor.

Aparté la vista y me enderecé. La miré interrogante, pero Kim fue la que habló antes que ella.

—Deja de mirarlo —dijo con una pizca de súplica y preocupación.

—¿A quién? —pregunté, aparentando indiferencia.

—Si Max se da cuenta de que lo estás mirando te arrepentirás de haberlo hecho —susurró Claire.

—Estaba buscando a mi hermano —me justifiqué, encogiéndome de hombros y llevándome la papa frita a la boca.

—Alexander está en la mesa de atrás —dijo Kim, lanzándome una mirada escéptica.

—Con su novia Karen —aclaró Claire un poco dolida.

Suspiré tristemente porque sabía que ella había estado enamorada de mi hermano desde que lo conoció. Tuve que quitarle esas ilusiones de salir con él porque ya tenía novia. Aún podía recordar su rostro decepcionado, pero terminó conformándose con ser la amiga de su hermana.

Kim comenzó a molestarla con respecto a sus celos y tomé la oportunidad para volver a mirar a Max. Sabía que estaba actuando como una boba, pero sentía curiosidad por él. Era intrigante cómo resaltaba entre los demás. No solo porque era apuesto, sino porque tenía esa vibra misteriosa e hipnotizante que me atraía.

Cuando atrapó mi mirada supe que me había quedado observándolo más de lo usual. Me estremecí como si tuviera algún poder sobre mí, sin olvidar mencionar que había algo inexplicable en sus ojos. Parecía que no estaba siendo él mismo, como si estuviera imitando una personalidad que no le pertenecía.

Su mandíbula se apretó como si hubiera descubierto alguna pista que no debía saber. Desvié la mirada hacia mis amigas y traté de terminar la comida sabiendo que había perdido el apetito.

—Hoy se veía mejor que ayer —comentó Kim y me di cuenta de que estaba hablando del profesor Andrew—. Llevaba un traje gris y puedo apostar que hace pesas después de clases.

Rodeé los ojos. Ese era uno de los muchos comentarios que nuestro profesor de Economía tenía que soportar. Era un hombre cerca de los cuarenta años y el más joven de todos. Se convirtió en el amor imposible de Kim desde que se presentó, no le importaba que tuviera una esposa y tres hijos, ella seguía suspirando con anhelo cada vez que hablaba de él.

—Dime, por favor, que también te derrites cuando se acerca a entregarte el examen —dijo, pestañeándome los ojos teatralmente.

—La verdad no —alcé un hombro y le di un sorbo a mi bebida—. Más bien me preocupo por el resultado de la calificación.

Claire rio y Kim se quejó.

—No eres buena dando opiniones.

—Como tú eres una experta —me arriesgué a saber su punto de vista—, ¿qué opinas de Max Wilson?

Hizo una pequeña pausa.

—Es extremadamente y aterradoramente atractivo —lo miró por un instante antes de continuar—. Lástima que su actitud echa todo a perder.

—¿Atractivo? —replicó Claire, haciendo una mueca—. Quiero decir, sí lo es, pero a mí me da miedo. Su mirada me asusta.

No podía negarlo del todo. Algo realmente inquietante debía estar ocultando para mantenerse distante.

—¿Qué piensas tú de él? —me preguntó Kim, arqueando las cejas.

Al principio dudé qué decir, pero cuando estaba por responder escuché una voz ronca e imponente detrás de mí.

—¿Tienes algún problema?

Me tensé, reconociendo el tono que carecía de amabilidad. Kim y Claire miraron sobre mi hombro con sorpresa, las expresiones aterrorizadas de sus rostros y de los demás fueron suficientes para dejarme nerviosa.

El único que podía causar este tipo de atención era Max.

De un segundo a otro la cafetería se volvió silenciosa. Todos, incluso las cocineras, dejaron de hacer su trabajo. Me senté rígidamente y me giré hacia a él. Su mandíbula estaba contraída y sus labios estaban apretados en una línea recta.

—¿Disculpa? —pregunté cautelosamente.

—¿Acaso estás sorda? —exclamó, sus puños formándose a los costados.

Escuché el movimiento de una silla a unos metros de la mesa y por el rabillo del ojo vi a Alexander ponerse de pie.

—No le hables así a mi hermana.

Max lo miró con enojo por haberlo interrumpido.

—Mi asunto es con ella —respondió entre dientes.

—Los problemas que tengas con ella —caminó hasta ponerse frente a él y comencé asustarme—, los arreglas conmigo.

—Alexander, no hagas esto —susurré, con la esperanza de no crear una discusión.

Max respiró profundamente, poniendo toda su atención ahora en mi hermano.

—Más vale que le digas a tu hermanita que deje de mirarme como una mujerzuela... —sus palabras fueron abruptamente reemplazadas por el golpe que Alexander le propinó en la boca.

La tensión de alrededor fue cada vez más palpable. Sin embargo, Max se incorporó y se pasó el dorso de la mano en el labio inferior para limpiar las gotas de sangre que brotaban de esa zona. Gruñendo de ira, se lanzó sobre él y empezó a golpearlo en el estómago. La reacción de Alexander fue un sonido sordo antes de que cayera de rodillas al suelo.

Con el corazón acelerado me dirigí hacia a él. Claire y Kim me detuvieron sujetándome de los hombros mientras los demás murmuraban y miraban lo sucedido. Era lo único que eran capaces de hacer porque estaba segura de que nadie se atrevería a acercarse. Había quedado claro desde un inicio que me tendría que mantener alejada de él o de lo contrario tenía que atenerme a las consecuencias. Y mi hermano era el que estaba sufriendo esas consecuencias por protegerme.

Max siguió atacándolo sin importarle los gritos que emitía para que se detuviera. Las lágrimas resbalaron por mis mejillas al observar a Alexander quejándose y tratando de cubrirse de las agresiones. El pecho me dolió tanto que temí sofocarme. No podía verlo sufrir. La impotencia y la ira fluyeron en mi interior y con la bilis en la garganta me zafé de los brazos de mis amigas.

—¡Déjalo en paz! —lo empujé, apartándolo de Alexander.

Max quedó desprevenido por un instante, seguramente porque no pensó que interviniera, y luego me miró con advertencia.

—Fuera de mi camino o si no te golpearé.

El terror me invadió, pero la adrenalina sobresalió.

—No te atreverías —dije, sintiéndome insegura por dentro.

—¿Me estás retando? —sonrió irónicamente mientras sacudía la cabeza—. Eres débil, como todas las personas de aquí. Podría tenerte en el suelo con tan solo un golpe igual que a tu hermano.

Escuché a Alexander gemir de dolor y el coraje se apoderó de mis venas. Cuando menos pensé mi pequeño puño se conectó directamente a su ojo. Sentí que el tiempo se detenía. Los demás soltaron un grito ahogado, impactados por mi reacción. Y para no mentir, yo también estaba sorprendida. Fue algo inesperado, pero sinceramente se lo merecía.

El cuerpo de Max se quedó estático asimilando lo ocurrido. Cuando se convenció de que lo había enfrentado, se acercó a mí bruscamente de tal modo que quedamos de frente. Su altura me intimidó mientras percibía su respiración agitada en mi rostro. Sus ojos brillaron de una manera aterradora y me pregunté si sería capaz de golpearme.

—¡Wilson! —la voz del director resonó por toda la cafetería—. ¡A mi oficina ahora!

Max me observó por unos momentos que me parecieron eternos. Estaba realmente asustada, pero permanecí firme hasta que finalmente se apartó. Tomé la oportunidad para agacharme al lado de Alexander, quien seguía quejándose por lo bajo.

—¿Qué mierda están mirando? —dijo Max antes de salir de la cafetería en compañía del director.

Los inútiles de mis compañeros se levantaron de sus lugares y se acercaron a nosotros. Quería gritarles que eran unos cobardes. ¿Cómo pudieron no hacer nada? Me parecía absurdo que se dejaran manipular por un chico raro.

—No te muevas —le dije a Alexander cuando comenzó a toser—, vas a estar bien.

Sus amigos lo ayudaron a por lo menos sentarse y su novia, Karen, se arrodilló mientras sollozaba. La campana sonó dando por terminado el descanso y el espectáculo. A nuestra coordinadora le avisaron lo que había pasado, por lo que nos dio el permiso de irnos a casa para que un médico atendiera a Alexander. Kim y Claire me acompañaron a ir por mis cosas al salón, cuando me despedí de ellas lo hice secamente. Estaba molesta con todos lo que no hicieron absolutamente nada.

Mientras Alexander estaba esperándome con su novia en la camioneta, guardé algunos libros en el casillero. Las clases habían reiniciado y los pasillos estaban vacíos. Medité los acontecimientos anteriores, pero no encontré una razón lógica para que Max golpeara a mi hermano cruelmente por haberme defendido.

Guiándome solamente por su actitud violenta, ajusté la mochila en mis hombros y me dirigí a la puerta del edificio. Cuando pasé por la oficina del director, la puerta se abrió. Max salió acompañado de un oficial y me miró con la misma intensidad de antes. Me estremecí y apresuré el paso. Tenía que calmarme, no podía hacer nada con un agente del Gobierno presente. Cuando estuve a punto de salir al exterior, volteé hacia los pasillos solamente para confirmar que seguía observándome como si estuviera planeando su siguiente ataque.

Habían pasado dos días desde el incidente en la cafetería. Lo sucedido aún se murmuraba en los pasillos y en el salón de clases. Se volvió el tema más interesante de lo que llevaba la semana. Me irritaba escucharlos, porque la confrontación pudo haber sido evitada. También tuve que soportar las constantes miradas y susurros. Seguían preguntándose de dónde había sacado el valor para golpear a Max. Tal vez debieron estar en mi lugar para comprenderlo.

Pero no me sentía halagada por mi acto de valentía. Estaba nerviosa de que en cualquier momento él apareciera para terminar lo que no pudo hacer. Alexander quería comenzar una nueva pelea al día siguiente, pero le supliqué que no lo hiciera. Complicaría las cosas y los resultados podrían ser peores. Accedió no muy convencido, pero dijo que si volvía a molestarme tendría que hacer algo al respecto.

Dejé de mirar a Max y lo evitaba en los pasillos. Hasta ahora había funcionado. Pero mientras cerraba mi casillero me di cuenta de que faltaba una clase para ir a casa y recordé que compartía Literatura con él. El miedo me crispó a flor de piel y mis amigas se percataron de ello.

—Te ves nerviosa —dijo Kim cuando nos desplazamos por los pasillos.

—Lo estoy —afirmé, mordiéndome el labio.

—Tal vez no asista a clase —Claire intentó tranquilizarme.

Fruncí los labios, sabía perfectamente que asistiría. Era la oportunidad perfecta para cobrarse lo que le hice a él y a su reputación.

—Eso espero.

Llegamos al aula y me despedí de ellas. Me sentí un tanto desprotegida cuando las vi marcharse. Estúpidos horarios. Mi única esperanza era que los próximos cuarenta y cinco minutos transcurrieran con rapidez.

Con los hombros tensos, tomé lugar en la butaca que estaba cerca de la puerta. Así cuando dieran el timbre podría salir antes que cualquiera. Inspeccioné a mi alrededor y me calmé un poco cuando no vi a Max.

Tal vez Claire tenía razón.

El profesor llegó y mis compañeros se instalaron en sus asientos. En cuestión de segundos comenzó la clase e intenté prestar atención a su explicación acerca de seres que eran comunes con los humanos, pero que tenían diferentes maneras de vida. Estaba escribiendo cada palabra importante sobre el tema, cuando dos personas aparecieron en la puerta interrumpiendo la clase. El profesor dejó de explicar y mi corazón palpitó nerviosamente cuando vi a Max junto al director.

—Profesor Waters, el joven Wilson tuvo que llegar tarde por cuestiones personales.

—Oh, no hay problema —hizo un ademán restándole importancia y caminó hacia a ellos.

Me puse alerta cuando Max entró. Sabía que no haría nada para lastimarme, pero me sentí vulnerable cuando el profesor salió del salón y cerró la puerta detrás de él para conversar con el director Levinson acerca de su comportamiento.

Sus ojos oscuros me atravesaron cuando me miró, tragué el nudo que tenía en la garganta y pretendí estar escribiendo. Pasó a mi lado y se detuvo al dar un par de pasos.

—Quítate.

Contuve la respiración y cautelosamente miré sobre mi hombro. Le hablaba al chico que estaba sentado detrás de mí. Sin protestar, Brad recogió su mochila y se levantó alejándose al fondo. Miré nuevamente mis notas mientras sentía cómo Max se acomodaba en la butaca. Esto estaba poniéndose cada vez peor y por alguna razón mis manos comenzaron a temblar. Cabía la posibilidad de que me clavara el bolígrafo en la espalda o algo parecido.

Bien, no tenía por qué ser tan paranoica, pero cualquier cosa se podría esperar de él.

El profesor regresó a retomar la explicación y me sentí un poco más cómoda. Me forcé a ignorar su presencia detrás de mí, pero fue imposible. Lo sentía inclinarse hacia adelante y su respiración rozaba en mi cuello, enviándome un escalofrío. No sabía qué hacer. Podía cambiarme de lugar, pero eso llamaría demasiado la atención, así que preferí esperar a que terminara la clase.

Minutos antes de que concluyera, guardé las cosas en la mochila. Al sonar el timbre de salida, escapé del salón como si hubiera estado presa. Una vez en los pasillos, logré respirar con normalidad. Estaba contando los pasos que me faltaban para atravesar las puertas del edificio, cuando una mano se apoderó de mi brazo.

—Nos vemos más tarde.

Pensé que estaba imaginándome la voz de Max, pero luego estuve consciente de que era él quien me sujetaba del brazo. Me paralicé sin poder articular una palabra y lo vi salir, perdiéndose entre las personas que no se dieron cuenta de su amenaza.

Me detuve, reflexionando su advertencia. La jornada escolar había terminado y, por lo tanto, no había manera de verlo más tarde.

A menos que hubiera planeado algo.

Una corriente de aire helado me puso los pelos de punta y obligué a mis pies moverse hacia el estacionamiento. Debía decírselo a Alexander, pero sabía que lo alteraría. Durante el trayecto a casa me quedé en silencio mientras formulaba las posibles respuestas de su encuentro…

Pero ninguna de ellas fue agradable.

No podía ignorar la inquietud que sentía. La intriga y la duda me frustraban. El susurro de Max seguía en mi memoria y la melodía de su voz no daba señales de desaparecer. Removí el espagueti en el tenedor sin tener ánimo de comer. Kim me había llamado y tuve que inventar excusas para declinar su invitación de ir de compras. Decidí no salir el día de hoy para prevenir cualquier encuentro, además de que tenía tarea por hacer.

—¿Estás bien?

Parpadeé, despejando mis pensamientos y miré a Alexander.

—Sí —dije, tratando de esbozar una media sonrisa.

—¿Has visto a Max de nuevo? —preguntó luego de un silencio.

Hice una pausa mientras recordaba el cosquilleo de su respiración en la nuca.

—Estuvo en mi clase de Literatura.

Frunció el ceño, posiblemente sospechando.

—¿Te molestó o algo?

—No —me limité a decir, dándole un sorbo a mi bebida.

Asintió y se dispuso a comer. Me sentía culpable por no contarle la verdad, pero era lo mejor. No quería otra confrontación.

Luego de cambiar el tema y terminar la conversación, entré a mi habitación y me puse a terminar el cuestionario de Literatura con la esperanza de olvidar a Max de mi mente. Las horas pasaron hasta que anocheció. Estaba preparándome algo para cenar cuando Alexander salió de su habitación y cogió las llaves del mostrador.

—¿A dónde vas? —hice la pregunta de siempre, sabiendo que estaba acostumbrada a que él se fuera por la noche. No daba una respuesta clara cada vez que le preguntaba porque siempre decía lo mismo, pero era fácil adivinar que iría con Karen.

—Regreso antes de la medianoche. —Me dio un beso en la frente y se marchó.

Como decía, siempre daba la misma respuesta.

Luego de cenar, lavé los platos y salí de la cocina. Iba cruzando por la sala cuando escuché el timbre de la casa. Me detuve y me giré hacia la puerta. Al principio pensé que sería Alexander, pero hacía unos minutos que se había ido. La respuesta más cercana que tuve fue Max. El terror se expandió a través de mi sistema. No podía ser él, no quería creer que cumpliría su promesa de verme nuevamente.

Volvieron a tocar la puerta como cualquier persona normal lo haría. Si fuera Max sería un poco más violento y agresivo. Así que reuní la valentía necesaria para abrirla. Un breve viento me golpeó el rostro y asomé la cabeza. Esperaba ver algún vago o niño huyendo, pero las calles estaban desiertas. Con el ceño fruncido, cerré la puerta y le puse el cerrojo. Para evitar entrar en pánico, me duché y me recosté en la cama. Estaba escuchando música con los audífonos, pero no pasó mucho tiempo cuando caí rendida en un profundo sueño:

Mi cuerpo se sentía fuera de sí, como si no tuviera poder alguno para controlarlo. Abrí los ojos de golpe al sentir una extraña sensación de desesperación. Estaba en el suelo de una carretera oscura y vacía. Con las piernas temblorosas, me levanté. Mi entorno parecía tranquilo e indefenso, sin embargo, sabía que era producto de mi imaginación. El aire fresco pegó la tela del extraño vestido a mi cuerpo y comencé a caminar sin rumbo fijo sintiendo ligeras piedrecillas debajo de mis pies descalzos.

¿Por qué estaba teniendo este sueño sin sentido?

A unos cuantos metros, localicé una mansión en medio de la pradera. La luna proyectaba contra ella mostrando el silencio a su alrededor. Como soy curiosa, me fui acercando. En el trayecto, una luz en el interior del segundo piso se encendió. Entrecerré los ojos, amplificando la vista y una sombra apareció detrás de una enorme ventana. Inmediatamente reconocí a Max, su mirada estaba enfocada hacia el cielo y lo imité. Nubes negras y relámpagos espléndidos comenzaron a formarse. Lo miré de nuevo, y en ese momento nuestras miradas se reunieron. Había algo en su mirada, como si su presencia se tratara de un usurpador. Era confuso.

Conforme pasaron los segundos, su expresión se volvió dura y aterradora. Mi pulso comenzó acelerarse y giré sobre mis talones, intentado perder la conexión. De repente, un dolor sofocante en el pecho me detuvo. Se sentía como si alguien estuviera oprimiéndome los pulmones con fuerza. Irónicamente, llevé una mano al pecho y traté de disminuir la horrible punzada. Cada vez se me hacía más difícil respirar. Era insoportable.

Comencé a sentirme frágil y débil. Con una queja, me arrodillé en la carretera. Poco después, levanté la mirada. Max estaba frente a mí vistiendo un traje negro. Su mirada fija seguía agonizando la mía y el dolor no se detenía.

—Mantente alejada de mí —susurró, inclinándose para acariciar mi mejilla.

Me desperté, el sudor me bañaba el rostro y el cuello. Me senté en la cama, adaptándome a la oscuridad de la habitación y aspiré bocanadas de aire. Agradecí que hubiera sido un sueño a pesar de que había parecido tan real. Sacudí la cabeza despejando esa pesadilla y miré el reloj digital cuya hora marcaba las tres y media de la mañana mientras me preguntaba en silencio… ¿esto es a lo que Max se refería cuando dijo que me vería más tarde?

Luego de haber despertado en la madrugada a causa de esa rara pesadilla, me costó trabajo poder conciliar el sueño de nuevo, pero gracias a que Alexander me levantó a tiempo pude llegar a la universidad sin retrasos.

—¿Dormiste bien? Estás muy pálida, hermanita. —Había dicho antes de que nos fuéramos. No quise preocuparlo y, en su lugar, respondí que me había desvelado por terminar la tarea.

En clase de física tenía unas ganas inmensas de golpear la cabeza contra la pared. Conseguir el valor del exponente x no me importaba en absoluto. Habían pasado varios minutos mientras anotaba lo que había en la pizarra, cuando Jordan apareció en la puerta.

—Disculpe profesora, el director solicita la presencia de Emily Brown en su oficina —dijo, entregándole un papel que daba credibilidad a sus palabras.

Ella asintió y me dio permiso de salir. Sin tener la mínima idea, me levanté de mi lugar con el ceño fruncido mientras mis compañeros me miraban con intriga.

Jordan me esperaba con las manos ocultas en los bolsillos y, en silencio, avanzamos por los pasillos.

¿Por qué de tantos estudiantes en Varsity tuvo que ser exactamente el amigo de Max quien me sacara de clase?

Jordan era reservado y distante. Desde el primer día fue discreto con respecto a sus amistades. Y desde que Max ingresó, ellos se convirtieron prácticamente en hermanos, lo cual llamó la atención de las chicas. No las culpaba. Jordan tenía el cabello castaño, ojos grises y un cuerpo delgado con hombros y espalda estrecha. Lo miré de reojo y localicé el piercing en su ceja izquierda que lo hacía ver interesante. Me pregunté cómo era su amistad entre él y Max. ¿Serían ambos agresivos con todo el mundo que intentara relacionarse con ellos?

Dejé de cuestionarme cuando me descubrió mirándolo. Sonrió, y yo volví la vista al frente con el rubor en mis mejillas. Estar a su lado me hizo recordar que había sido llamada por el director Levinson. ¿Para qué razón necesitaba estar en su oficina? El único problema en el que había estado involucrada fue la discusión con Max, pero no tenía sentido hablar sobre ello cuando había pasado tres días del incidente.

Cruzamos los pasillos y me di cuenta de que estábamos dirigiéndonos hacia el patio trasero de la cafetería. Me detuve abruptamente y me tensé. La oficina estaba enseguida del salón de Artes, y ahora mismo nos encontrábamos en el lado opuesto de esa dirección.

—Sígueme —ordenó suavemente cuando dejé de caminar.

— ¿En dónde está el director? —pregunté, abrazándome a mí misma como señal de nerviosismo.

—En su oficina —respondió con tranquilidad.

Con eso confirmé que había mentido.

— ¿Y a dónde vamos?

—Afuera.

Pasé saliva y di un paso atrás.

—No tengo nada que hacer afuera. Y si me disculpas, me voy a clase.

Retrocedí, y en el instante que di la vuelta me sujetó del brazo.

—Acompáñame —susurró entre dientes.

Medité rápidamente que tenía la opción de gritar, pero eso lo alertaría a callarme y llevarme contra mi voluntad. Además, estábamos solos y eso era una ventaja para él.

—Está bien —respondí, manteniendo la voz firme.

Aflojó su agarre y me soltó con un asentimiento. Me dio la espalda y aproveché la oportunidad para girar sobre mis talones y huir. Salí de la cafetería y corrí por los pasillos como si estuviera siendo perseguida. Con la respiración agitada y los nervios de punta, regresé al salón. Tomé asiento, manteniéndome en calma y segura. La profesora Leyva no sospechó nada y continuó revisando apuntes. Kim, por otro lado, me miró confundida y preocupada seguramente preguntándose qué me pasaba.

En el almuerzo Kim y yo nos reunimos con Claire en la cafetería. Hasta el momento ella no ha presionado sobre Jordan. Algo de lo que estaba agradecida porque aún seguía asimilando lo ocurrido.

—Les tengo una noticia —dijo Claire cuando llegamos a la mesa.

— ¿Cómo le haces para conseguir chismes tan rápido? —se burló Kim mientras le daba una mordida a su manzana.

—Tengo mis contactos, querida —se defendió, con una sonrisa llena de orgullo.

—Bien, ¿cuál es la noticia? —pregunté.

—Me acabo de enterar que ingresará un nuevo estudiante —dijo alegremente.

¿Otro? Con Max era suficiente, pensé.

— ¿En serio? Espero que sea una chica —comentó Kim—, así podemos integrarla en nuestro círculo.

Claire negó la cabeza.

—Siento decepcionarte, pero es un chico.

Una vez más, me repetí mentalmente: ¿Otro? Con Max era suficiente.

— ¿Cómo lo sabes? —exigí antes de probar mi sándwich de queso.

—Me ofendes, Emily —contestó con cierta arrogancia—. Como había dicho, tengo mis contactos.

—Imagino que escuchaste alguna conversación ajena —dije, sabiendo que a ella le encantaba agrupar información de los demás.

—Algo así, pero les aseguro que mis fuentes son efectivas.

—Solo es cuestión de esperar hasta el lunes para conocerlo —aclaró Kim, jugando con la pajilla de su limonada.

—Esperemos que no sea como Max —comenté, sintiendo un estremecimiento. Lo menos que necesitaba en estos momentos era otro chico problema.

—Si tiene la misma actitud —dijo Claire—, no dudará en unirse con él junto con Jordan y se convertirán en los tres fantásticos.

Kim frunció el ceño.

— ¿No son los cinco fantásticos?

Rodeé los ojos conteniéndome a decir que eran cuatro, y sin tener precaución de lo que hacía, miré a Max y Jordan desde la mesa de la esquina. Me era extraño ver a Max después de haberlo visto en mi pesadilla. Había sido tan real que me llenaba de dudas. Era ridículo pensar que él podía aparecer en mis sueños. Con respecto a Jordan, estaba indecisa. Pensé que me molestaría por no haberlo seguido afuera de la cafetería, sin embargo, se limitó a actuar como si nada hubiera sucedido. En conclusión, ambos eran extraños.

Mientras los observaba vi a Jordan inclinarse sobre la mesa y le dijo algo a Max, quien a su vez, miró sobre su hombro hasta que nuestros ojos se conectaron.

—Iré a pedirle los apuntes de Historia a Marlen. —Me volví al escuchar la voz de Claire y se levantó con una sonrisa—, y de paso saludo a Alexander.

— ¿Qué hiciste ahora?

Dejé de mirar por donde Claire se había marchado y miré el rostro preocupado de Kim.

— ¿A qué te refieres?

—Jordan y Max te están mirando.

Mastiqué el trozo de bocado y pasé saliva.

— ¿En serio? —Mi cuerpo se tensó mientras me removía en mi lugar.

—Jordan ya volvió su atención al teléfono, pero Max sigue mirando —susurró, observando discretamente detrás de mí—. ¿Me dirás que sucedió cuando Jordan te sacó de clase?

Suspiré, negándome a mentir.

—Tenía la intención de llevarme afuera de la cafetería.

— ¿Para qué?

Eso era lo que yo me preguntaba.

—No tengo idea. —Me encogí de hombros.

—Vaya, eso es muy raro. —Se quedó pensativa—. Recuerda que en la última hora compartes clases de Artes con él, así que ten cuidado.

—Mierda —murmuré, queriendo golpearme la frente.

Podía faltar a la clase. Era la opción más viable que tenía, pero mis calificaciones en la asignatura eran bajas y no quería que mi promedio se viera afectada por esa razón. Básicamente, estaba obligada a asistir.

La campana ya había sonado. Kim y Claire decidieron acompañarme ya que el aula de Artes estaba a unos metros de su clase de Historia. Kim me recordó que nos veríamos en la salida antes de que ellas continuaran su camino por los pasillos.

Dadas las circunstancias, tenía pensado sentarme en la primera butaca que estaba cerca de la puerta, pero desgraciadamente ya estaba ocupada. Así que tuve que dirigirme a una de las mesas del fondo. Estaba tranquila mientras sacaba los apuntes, pero comencé a sentirme nerviosa cuando Jordan apareció. Ignoré su presencia y para ello me dispuse a dibujar garabatos en el cuaderno. Me di cuenta de que se había sentado en la butaca de al lado e intenté permanecer indiferente durante la clase.

El profesor nombró las nacionalidades de los pintores famosos y fue escribiéndolos en la pizarra seguido de una breve explicación. Iba anotando lo importante cuando tuve la sensación de estar siendo observada. No era necesario buscar al responsable porque sabía que se trataba de Jordan. Aún así quise comprobarlo.

Volteé la cabeza hacia a él y mi respiración se detuvo momentáneamente cuando confirmé que me miraba con atención. No rompí el lazo de nuestras miradas, sin embargo. Quería demostrarle que no me intimidaba, pese a que por dentro sentía un nudo de escalofríos. Además de que estaba enfocada en el color de sus ojos. Era una combinación entre un color gris y castaño, no estaba segura.

Después de unos minutos, me sobresalté cuando el profesor mencionó mi nombre.

— ¿Tiene algún problema, señorita Brown? —Su rostro se arrugó aún más al fruncir el ceño.

Genial. Ahora todos me miraban como bicho raro.

—No —dije, sintiendo el calor en mis mejillas—, lo siento.

—Ponga atención, entonces. —Siguió escribiendo en la pizarra, y por el rabillo del ojo vi a Jordan sonreír.

P

La vida de Leonardo da Vinci fue interrumpida por el timbre de salida y fue reemplazada por palabras de felicidad de mis compañeros. Los viernes eran como el día de celebración para todos.

—Claire me avisó que este fin de semana la pasará en casa de su abuela. —Kim apareció a mi lado al momento en que empecé a guardar los libros—. Así que no la veremos hasta el lunes.

—Entonces… —cerré el casillero y me volví hacia a ella—, ¿la noche de chicas se cancela?

—Lo dejaremos pendiente.

Suspiré y avanzamos por el pasillo tratando de sobrevivir a los estudiantes que se veían ansiosos por salir. Mientras encontraba un espacio para seguir mi camino, un hombro chocó con el mío y por poco se me caía la mochila.

—Perdón.

Escuché la voz de Jordan y antes de que pudiera reaccionar lo perdí de vista. Bueno, por lo menos se había disculpado. Kim ni siquiera se dio cuenta de su presencia ya que estaba ocupada apartando a los demás con protestas de: «mueve tu trasero y camina».

En el estacionamiento, llevé a Kim con Claire y me despedí de ellas. Alexander no estaba cuando llegué a la camioneta, por lo que decidí esperarlo recargándome en la puerta del pasajero. Para entretenerme, saqué los audífonos y me relajé escuchando My Immortal de Evanescence.Estaba empezando a tararearla, pero las palabras se quedaron en mi boca cuando a lo lejos encontré a Max montado en su Harley, mirándome fijamente. Encendió un cigarrillo y después de expulsar el humo, sonrió como si estuviera despidiéndose… pero despidiéndose de verdad.

Por la tarde, después leer y darme una ducha, fui a la cocina mientras olía a palomitas con mantequilla. Escuché el plop, plop, plop que provenía dentro del microondas, y encontré Alexander esperando a que se prepararan. Me fijé en el sixpack de cervezas de la mesa y me pregunté si saldría de casa.

—¿Esperas a alguien? —Abrí la puerta del congelador y saqué un manojo de uvas moradas.

—Unos amigos van a venir. —El microondas se detuvo y sacó la bolsa de palomitas para después colocarlas en un enorme tazón.

—¿Verán películas de amor? —Sonreí antes de comer la uva.

—Ja, ja, ja. —Rodó los ojos—. Hay partido de fútbol.

Arrugué la nariz.

—Aburrido.

Se encogió de hombros y tomó un puño de palomitas.

—¿No van a venir tus amigas a dormir como todos los viernes? —preguntó, con la boca llena.

Hice una mueca al ver el maíz siendo triturado por sus dientes.

—No. —Aparté la vista y guardé las uvas que tenía pensado comer. En la puerta de la nevera había una nota amarilla que indicaba los días en que mis padres podrían venir a visitarnos. El día de hoy estaba escrito—. ¿Mamá o papá han llamado?

Cuando tardó en contestar, me giré hacia él con una pizca de esperanza. Dudó por un momento antes de negar la cabeza.

—Mandaron un mensaje diciendo que no vendrían. —Había algo en su voz que no pude descubrir. Culpa, tal vez.

—Genial. —Solté un suspiro, demostrando la decepción.

Habían pasado semanas, casi meses desde la última vez que los había visto. Con frecuencia se aislaban inventando excusas. Solíamos salir algún lugar, o a veces nos quedábamos en casa y conversábamos diferentes trivialidades. Convivíamos como una familia, pero ahora rara vez se comunicaban. Y cuando lo hacían, era por un tiempo limitado a no más de quince minutos. Sabía que ya éramos universitarios y debíamos hacer las cosas por nuestra cuenta, pero un poco de atención de su parte no estaría mal.

P

Las próximas horas se convirtieron en un fastidio. Estaba en mi habitación intentando tomar una siesta para recuperar las horas perdidas de la pesadilla de anoche. Lograba descansar algunos minutos, pero luego los gritos de los amigos de Alexander me despertaban.