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Julia 1030 El cazador de recompensas Kane Slater había buscado refugio en la cabaña solitaria de Josie McCoy después de recibir un disparo del fugitivo al que estaba persiguiendo. Aun así, Kane no estaba dispuesto a sucumbir a los dulces cuidados de su enfermera, ni siquiera cuando Josie le dijo cómo podía recompensarla por haberle salvado la vida… Porque los hombres decentes decididos a conservar su soltería no tonteaban con mujeres sin experiencia. Pero, ¿cómo iba a convencer a los cuatro hombres McCoy de que no había seducido a su preciosa Josie? Porque sólo iban a dejarle marchar si se casaba con ella...
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Seitenzahl: 219
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos 8B
Planta 18
28036 Madrid
© 1999 Sandra Steffen
© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Atrapado por una mujer, JULIA 1030 - agosto 2023
Título original: THE BOUNTY HUNTER'S BRIDe
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788411801379
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Si te ha gustado este libro…
HABÍA dolor… oscuridad… nieve. Kane Slater no recordaba desde cuándo su vida había consistido en aquellas tres únicas realidades. ¿Una hora? ¿Cuatro? ¿Diez? ¿Alguna vez había habido algo más? Sabía que el cielo estaba arriba, así que de ahí debía provenir la nieve y la oscuridad. El dolor, en cambio, provenía de todas direcciones: del azote del viento en su rostro, del hormigueo de frío que sentía en los pies y del malestar agudo que le atravesaba el hombro.
Había perseguido a hombres por montañas más altas que aquéllas, con ventiscas peores, pero en esas ocasiones no había estado congelándose, ni sangrando, ni perdido. Inspirando lo más posible sin mover el hombro ni un milímetro, sacó un pie de la gruesa capa de nieve y dio un paso vacilante, y después otro.
Dolor… oscuridad… nieve. Dolor… oscuridad… nieve. Y una luz amarilla oscilante.
¿Una luz amarilla? Inspiró tan profundamente, que se llevó la mano al brazo de dolor y casi se desmayó. Con más cuidado, hizo un esfuerzo para ver a través de la nieve cegadora. En lo alto de la siguiente loma escarpada había una luz oscilante. Tal vez pudiera llegar allí antes de morir. O tal vez estuviera ya muerto y estaba teniendo una de esas experiencias extracorpóreas en las que uno se siente atraído por una luz. No era probable. Tenía una idea bastante clara de a dónde iba a ir cuando muriera, y no era hacia arriba.
Nunca había pensado llegar a viejo, pero Señor, tampoco quería desangrarse hasta morir en una insignificante montaña de Tennessee. Cerró los ojos. Como la luz seguía allí cuando los volvió a abrir, se concentró en dar un paso adelante.
Maldita ventisca. Maldito cansancio. Maldita montaña de tres al cuarto.
Josie McCoy dejó de tararear el tiempo suficiente para abrir la puerta de la estufa y añadir dos trozos más de leña a los ya encendidos. El fuego chisporroteaba y las llamas se alzaban ondulantes, como un ser vivo que consumiera madera a cambio de calor. Cerró la puerta y echó el cierre antes de dar media vuelta en aquella vieja cabaña de cazadores situada en los montes Blue Ridge. El viento azotaba la única ventana de la vivienda.
—Sabes que la madre Naturaleza está haciendo esto por despecho —dijo en voz alta y, como no había nadie más a quien hablar, se lo dijo a sí misma. Seguramente su padre y sus hermanos se estarían riendo de buena gana a su costa—. Adelante, reíd —dijo como si pudieran oírla desde la base de la montaña.
El aullido del viento fue la única respuesta. Josie miró por la ventana y sonrió, porque era respuesta suficiente. J. D., el hermano más próximo a ella en edad, había afirmado que no aguantaría más de dos semanas sin nadie con quien hablar. ¡Ja! Ellos no aguantarían más de dos semanas sin nadie que les hiciera la comida, les lavara la ropa y les levantara los pies para poder barrer un poco la casa. Tal vez fueran montañeses, pero gracias a la antena parabólica que habían instalado en el tejado de la casa, el siglo veinte había llegado a Hawk Hollow, Tennessee. Y con él, la liberación de la mujer. Eso era lo que Josie estaba haciendo. Liberándose de esos ingratos que eran sus familiares más próximos.
—¡Hombres! —balbució—. Siempre mascando tabaco y mesándose las barbas y arrastrando las botas. ¿Quién los necesita?
Cerró los ojos y se pasó los dedos por el rostro, hundiéndolos en sus cabellos y bajándolos hasta el cuello de la camisa de franela que llevaba puesta y, lentamente, hasta la cintura. No todos los hombres eran como su padre y sus hermanos mayores. Seguro que ahí fuera había algún hombre alto y garboso y agraciado. Y sexy. Abrió un solo ojo y contempló la cama. Señor, sí, tendría que ser sexy.
Oyó el crepitar de la leña y se sobresaltó. Contempló el montón cada vez menos numeroso de troncos apilados junto a la estufa y enseguida decidió ir a por más. Afortunadamente, había llenado la leñera de fuera horas antes en previsión de la fría noche. Se preparó para recibir el azote del viento y quitó el pestillo. La puerta se abrió de par en par con tanta fuerza, que golpeó la pared. Josie se estremeció, pero no por el viento. Había un hombre en el umbral, un hombre corpulento. No tuvo tiempo de gritar. Ni siquiera tuvo tiempo de sujetarlo antes de que cayera al suelo, inconsciente o muerto, no podía saberlo.
Empujó con todas sus fuerzas para apartarle las piernas y así poder cerrar la puerta. El hombre gimió, y por primera vez, Josie vio que su camisa estaba empapada de sangre. De rodillas, se inclinó sobre él y le colocó una mano en el pecho para ver si respiraba. Su pecho se elevó suavemente bajo la palma de su mano. Cuando por fin lo miró a la cara, tenía los ojos abiertos y la estaba mirando.
—¿Quién es usted? —susurró.
—Slater. Kane. Slater —dijo de forma entrecortada, y luego se desmayó ante sus ojos.
—¿Qué debo hacer con usted, Slater Kane Slater?
Levantó la solapa manchada de su chaqueta de piel de oveja. Tragó saliva y cerró los ojos por un momento, tratando de reprimir las náuseas. Como se había criado con cuatro hermanos mayores, había visto bastante sangre a lo largo de los años, pero era la primera vez en la vida que veía una herida que atravesara todo un hombro.
—Señor —murmuró después de tomar un paño deshilachado de la mesa y presionarlo a ambos lados de la herida—. He venido aquí huyendo de los hombres y lo último que necesito es que un tipo se desangre en el suelo de mi cabaña.
—Huellas. Nieve. Huyó.
Habló con voz áspera y ronca y de forma tan inesperada que Josie se echó hacia atrás de sorpresa. Luego el hombre luchó contra la mano que estaba presionada sobre el paño manchado de sangre, como si en algún rincón de su mente confusa pensara que todavía corría peligro, se puso de rodillas y trató de levantarse.
Josie se puso en pie más lentamente. Si los ojos del extraño no la hubieran taladrado, habría dado un gran paso hacia atrás. Era alto. Incluso herido era formidable. Tenía la cara de un fugitivo, una barba de cuatro o cinco días y la piel curtida. Llevaba el pelo aplastado; limpio, seguramente sería castaño claro. Sus ojos eran del mismo color, pero en aquellos momentos, parecían los ojos de un loco. Midiendo la distancia entre él y el rincón donde guardaba su escopeta, Josie le dijo:
—Espero que esa mirada que tiene se deba al dolor y a la sangre perdida, y no a que sea un lunático. No será un fugitivo o un asesino o un violador, ¿verdad? Aunque dudo que ni siquiera un lunático pueda hacer mucho daño en su estado —la expresión de desconcierto que cruzó el rostro del extraño no fue una sorpresa para Josie. Todos los hombres la miraban así de tanto en cuando—. ¿Y bien? ¿Lo es?
—Nunca he estado en la cárcel. No soy ni un asesino ni un violador —dijo el hombre, y empezó a balancearse.
Como sería mucho más fácil manejarlo de pie, Josie se pegó a su costado y le rodeó la cintura con el brazo. Se tambaleó bajo su peso.
—Cuánto pesas —le dijo. El brazo del hombre cayó sin fuerza delante de Josie y le rozó el pecho con el dorso de la mano.
—No tienes mucha delantera, ¿verdad?
Josie bufó con orgullo herido. Lentamente, con torpeza, echó a andar hacia la cama que estaba junto a la pared opuesta. Cuando estaba a punto de llegar masculló:
—Un caballero nunca habría dicho eso.
El hombre cayó sobre el viejo colchón y maldijo entre dientes. Se miraron a los ojos, y Josie vio cómo tragaba saliva. Creyó que lo hacía para reprimir la necesidad de gritar de dolor, pero en cambio, dijo con voz grave y trémula:
—Sería un error tomarme por un caballero.
Con los ojos cerrados, volvió a quedarse inconsciente.
—Esto sólo podía pasarme a mí. Cuando por fin tengo a un hombre interesante en mi cama, está medio muerto y sólo Dios sabe de qué lado de la ley está.
Preguntándose qué diablos estaría haciendo en una noche como aquélla, trató de decidir qué hacer. La sangre fresca que empapaba su camisa la indujo a actuar. No importaba qué estuviera haciendo, la cuestión era salvarlo.
Empezó a ocuparse de su hombro. Después de aplicar otro paño limpio en el orificio que sólo podía ser resultado de un disparo, tomó las tijeras. Al oír que gemía en sueños, le dijo:
—Lo sé, lo sé. Aguanta unos minutos más hasta que te quite esta ropa sucia.
Con manos temblorosas le cortó la chaqueta y la camisa de la zona herida y luego le quitó cuidadosamente las prendas mojadas. Ver el pecho desnudo de un hombre no era nada nuevo para ella. Sus hermanos vagaban por la casa con el torso desnudo gran parte del verano. Los hermanos McCoy eran fuertes pero delgados, y velludos como monos. El torso de Kane Slater era amplio y distaba de ser velludo, y los músculos de su abdomen se marcaban de forma interesante hasta desaparecer bajo la cintura de sus vaqueros desteñidos.
—Eres todo un fortachón, ¿verdad? Bueno, me alegro, porque no creo que un hombre débil pudiera haber llegado tan lejos. No sé si fue tu buena suerte o fue cosa del Señor, pero creo que me ha tocado a mí ayudarte a salir de ésta —Josie dudaba de que pudiera oírla, pero hablar le tranquilizaba los nervios—. Sí, ya verás lo bien que te vas a sentir cuando te quite esta ropa mojada.
Tardó cinco minutos en quitarle las botas empapadas y otros cinco en quitarle los vaqueros. A continuación vaciló un momento, sin saber cómo quitarle la ropa interior sin herir su orgullo.
Cerró los ojos con fuerza, metió los dedos bajo la banda elástica y tiró. La prenda salió sin muchos problemas. Por alguna razón, se quedó sin aliento y sintió un hormigueo en el bajo vientre. Si lo hubiera notado un poco más arriba, habría dicho que era hambre. Y lo era, pero de una clase que no había sentido nunca antes.
El extraño gimió otra vez. Dejando caer la última prenda al suelo de madera, Josie murmuró.
—Eres una mujer perversa, Josie McCoy. Este hombre acaba de perder mucha sangre y en lo único en lo que puedes pensar es en los cambios que se están produciendo en tu vientre —lo cubrió con una manta que había puesto a calentar junto a la estufa y Kane Slater suspiró—. ¿Lo ves? —murmuró—. Estás mejor sin la ropa mojada, ¿verdad? Me temo que he echado a perder tu camisa y tu chaqueta, pero todo lo demás ha salido sin problemas. Y no tardé más de lo absolutamente necesario.
Observó el contorno de su cuerpo cubierto por la colcha y luego en el montón de ropa del suelo pensando que, mientras que no tuviera que jurarlo sobre la Biblia, no le pasaría nada.
Durante las horas siguientes veló al herido, hablándole en voz suave y tranquilizadora. Al menos, a ella le tranquilizaba. La herida había dejado de sangrar y, aunque no tenía muy buen color en el rostro, su respiración era regular y parecía estar descansando confortablemente. Una vez cada hora le llevaba un vaso de agua fresca de manantial a los labios y Kane bebía repetidas veces antes de volver a quedarse profundamente dormido.
De vez en cuando, hablaba en sueños, pero Josie no podía entender qué decía. Pasada la medianoche, sus balbuceos empezaron a cobrar sentido. Josie escurrió un paño de agua caliente y se sentó al borde de la cama. Apoyó una mano en su almohada para sostenerse y deslizó el paño caliente por su rostro con movimientos largos y suaves.
—Brisas cálidas —murmuró Kane—. Cielos amplios. Es Montana, madre. Me alegro de estar en casa.
—Montana —susurró Josie—. Tu hogar. Duerme ahora, Kane. Calla. Duerme.
Le acercó la mano al rostro, suspirando como si sus roces fueran todo lo que necesitara y casi sintió que el corazón le daba un pequeño vuelco.
Un poco confusa, se puso en pie. Apartó el paño de su rostro, pero no pudo apartar la vista de él. Tenía las pestañas largas, las cejas gruesas y rectas y de color castaño claro. La nariz era recta y ancha, como el resto de sus rasgos. Dormido parecía menos formidable pero no menos complejo. Josie trató de achacar el ritmo alterado de su corazón a la melancolía que había detectado en sus palabras. Tal vez hubiera funcionado de no ser porque el hormigueo del vientre había vuelto con mayor intensidad.
—De modo que así es como se siente uno cuando se enamora —dijo llevándose una mano al corazón y otra al estómago. Tenía gracia, ya había renunciado a la perspectiva del amor, diciéndose que se conformaría con una atracción sincera. No había imaginado que las dos emociones pudieran estar tan relacionadas—. Kane, cariño, parece que éste es tu destino. Seguramente vas a querer recompensarme por haberte salvado la vida. Pues hoy es tu día de suerte, porque sé exactamente qué puedes hacer para saldar tu deuda.
Sorprendió su propia sonrisa en el reflejo del cristal de la ventana y se dispuso a acostarse. Calentó más agua, se puso un camisón grueso y calcetines de lana. Por último, antes de ocuparse del fuego y ver cómo estaba Kane una vez más, se acomodó sobre el banco de madera, que había acolchado con varias mantas, y cerró los ojos.
El viento seguía ululando, pero con más suavidad. Podía oír el crepitar del fuego y la respiración rítmica de Kane Slater. Kane Slater. Le gustaba cómo sonaba su nombre, pero se preguntó de qué clase de hombre se habría enamorado. Después de todo, no conocía a muchos que vagaran en mitad de una ventisca con un disparo en el hombro. Había dicho que no era un caballero, e incluso la había insultado por no tener curvas.
Su instinto le decía que no podía enamorarse de un hombre malvado, pero era la primera vez que estaba enamorada, ¿cómo podía estar segura? Bueno, no importaba. Sabía que era fuerte y brusco y que estaba herido. Se cubrió con la manta áspera hasta el cuello y suspiró. Luego cerró los ojos, confiando en que Kane Slater tuviera una faceta más amable.
—¿Dónde diablos está mi ropa?
El bramido de Kane despertó a Josie tan bruscamente que tardó unos momentos en ver con claridad. Se incorporó en el banco y miró por la ventana. No era de extrañar que estuviera un poco aturdida. El cielo empezaba a teñirse de gris, lo que significaba que sólo había dormido unas tres horas desde que se tumbara en el banco.
—Te he hecho una pregunta, maldita sea.
Hacía frío y el fuego apenas daba calor. «Lo primero es lo primero», se dijo Josie con convicción, y se puso en pie para ocuparse de la estufa pensando que la faceta más amable de Kane Slater, si tenía una, requeriría cierto esfuerzo en descubrir.
Su faceta brusca, en cambio, estaba a la vista. Se había incorporado en la cama y la miraba con ojos centelleantes de furia mientras la herida volvía a sangrar y a manchar la venda que había cambiado horas antes. Josie se echó una manta sobre los hombros a modo de chal, se puso en jarras y le devolvió la mirada iracunda.
—La ropa que pude salvar está a remojo en un cubo de agua. Si te estás quieto, tal vez podamos conseguir que la herida deje de sangrar otra vez. Pero si quieres, puedes moverte y desmayarte otra vez. Como prefieras.
Kane se sostuvo el brazo derecho y se quedó inmóvil. Tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no replicar. Aquella mosquita muerta que se miraba la uña del dedo pulgar le había gritado sin pestañear. Manteniéndola en su línea de visión se dejó caer sobre las almohadas y apretó los dientes de dolor.
Haciendo todo lo posible para pensar en algo que no fuera aquel dolor, observó a la mujer. ¿O era todavía una niña? Una mujer, concluyó, aunque era difícil saberlo con aquella manta. Tenía el pelo rubio revuelto y unos ojos grises y simples demasiado grandes para su rostro estrecho. Se preguntó cómo estaría vestida. Ya puestos, se preguntó cómo estaría desnuda. Un recuerdo vago surgió en su mente. Se miró el dorso de la mano y luego contempló la leve curva de su pecho.
—¿Vives aquí? —le preguntó.
Josie movió la cabeza y el pelo cayó sobre sus ojos.
—Vivo al pie de la montaña, en un pequeño pueblo llamado Hawk Hollow. He venido aquí para estar sola. Tienes suerte de que mi padre y mis hermanos sean unos machistas.
Kane no pudo seguir su lógica. No entendía qué tenían que ver su padre y sus hermanos con él, pero suponía que tenía razón en una cosa: había tenido suerte de encontrar aquella cabaña caliente y de que alguien lo hubiera metido en la cama y lo hubiera puesto lo más cómodo posible. Aunque detestaba reconocerlo, tenía suerte de seguir vivo.
Contemplando sus hombros estrechos y el cuerpo delgado que se ocultaba bajo el camisón de franela, le dijo:
—Debes de ser más fuerte de lo que pareces si has conseguido desnudar a un hombre de mi tamaño.
—Eres grande, Kane, de eso no hay duda. Y tienes razón. Soy más fuerte de lo que parezco.
Su sonrisa lo cegó. No se dio cuenta de que había cerrado los ojos hasta que no intentó abrirlos otra vez.
—No pasa nada, Kane —susurró, poniéndole una mano en el hombro sano—. Relájate. Eso es. Descansa y piensa en las cosas que te gustan.
Tenía la mano cálida y delgada y sorprendentemente suave. Le gustaba el roce de su piel y el sonido de su voz, y la forma en que pronunciaba su nombre.
—Me temo que estoy en desventaja —murmuró Kane mientras lo envolvía la oscuridad.
—¿Qué desventaja? —susurró.
—Me has visto desnudo y yo ni siquiera sé tu nombre.
—Supongo que vamos a tener que equilibrar un poco la balanza, ¿verdad?
Sus ojos se abrieron por sí solos. Algo que no debía agitarse en un moribundo se agitó en la entrepierna de Kane. Clavó sus ojos en ella mientras lo arropaba con la colcha. Sosteniendo su mirada, la joven le dijo:
—Me llamo Josie McCoy. Y no creerías que me iba a desnudar aquí mismo, ¿verdad?
Kane cerró los ojos, preguntándose en qué momento se habrían hecho transparentes sus pensamientos.
—No puedes culpar a un hombre por sentirse decepcionado.
—Señor. Quiero decir, Kane. Me habría decepcionado que no te sintieras decepcionado.
Se le estaba nublando la mente y tenía dificultades para concentrarse. Por si acaso no volvía a despertarse, le dijo:
—No sé si me has salvado la vida o has hecho mi muerte más cómoda, pero te debo una de todas formas.
—No voy a dejar que te mueras, Kane. Y no te preocupes. Estoy decidida a dejar que me recompenses. Tal vez podamos hacer un pequeño trueque. Pero ya hablaremos cuando estés más fuerte.
¿Trueque?, pensó Kane, deslizándose a aquel lugar oscuro y cálido donde no existía el dolor. Imágenes, eróticas y caprichosas, cruzaron por su mente. Tal vez estuviera soñando. No, Kane Slater no soñaba nunca.
Algo le decía que no se estaba muriendo, y tenía que darle las gracias a Josie McCoy. Era evidente que había más en ella de lo que parecía a primera vista.
—¿De verdad eres un cazador de recompensas?
Kane hizo lo posible para contener un gruñido. No asintió por temor a que la navaja que Josie tenía en la mano le lastimara gravemente la cara. No porque le importara tener una cicatriz, sino porque no quería más dolor.
—Sí —gruñó cuando le apartó la navaja de la piel—. Eso es lo que he dicho.
—¿Por qué?
—¿Cómo que por qué? —con los dientes apretados, se mantuvo inmóvil mientras la cuchilla pasaba junto al borde de su mandíbula. Limpiando la navaja en un cazo de agua caliente, Josie dijo:
—¿Por qué un hombre que asegura sentir una devoción imperecedera por las grandes mesetas y las montañas majestuosas de Montana vaga por la noche por lugares desconocidos? Desenfundas la pistola, echas abajo puertas y te pierdes en montañas, que dices que no son realmente montañas, durante una ventisca y Dios sabe qué más. Mi padre siempre dice que todo el mundo tiene una razón para hacer lo que hace. Créeme, no habla por hablar. ¿Por qué?
La navaja había dado tres pases más sobre el rostro de Kane antes de que dedujera a qué se refería. En aquella ocasión no pudo contener el gruñido. Hacía dos noches se había preguntado fugazmente si había mucho más en Josie McCoy de lo que parecía. Lo había, y lo estaba volviendo loco. Cuando no estaba cantando, hablaba, y cuando hablaba, no dejaba de hacer preguntas. Las hacía mientras echaba leña al fuego, mientras calentaba algo en un cazo o mientras le daba sopa caliente y té azucarado. Kane aborrecía el té azucarado. Aborrecía su charla y sus canciones. Pero sobre todo, aborrecía contestar preguntas.
Pero sabía que no debía morder la mano que lo alimentaba. El hombro todavía le dolía horrores, pero la herida empezaba a cerrarse. Era demasiado pronto para saber si había sufrido daño algún nervio, pero al menos la bala no le había roto una arteria principal. Aun así, había perdido mucha sangre e iba a pasar algún tiempo antes de que recuperara las fuerzas.
—¿Tienes a gente muerta de preocupación por ti? —le preguntó.
—¿Gente?
—Ya sabes. Una esposa, hijos, padres.
La navaja aterrizó en el cazo de agua con un sonoro chapoteo. Kane echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.
—No —le dijo—. Ni esposa ni hijos ni padres. Karl Kennedy, el jefe de la ACLF , la Agencia para el Cumplimiento de la Libertad bajo Fianza, estará preguntándose si estoy vivo o muerto, pero ya se lo ha preguntado otras veces y no se preocupará mucho hasta pasadas una o dos semanas.
—¿Se va a disgustar cuando sepa que tu fugitivo se ha escapado?
—No tanto como yo. No era sólo un fugitivo, ha intentado matarme. Aunque no podré demostrarlo.
—¿No llegaste a verlo?
—Sentí su presencia justo cuando la bala me atravesaba el hombro.
—Eso no tiene gracia —murmuró, más cerca de su oído de lo que habría esperado—. Toma. Ponte esto sobre la cara durante unos minutos.
Le puso una toalla caliente sobre la mano izquierda y lentamente se la acercó al rostro. El calor húmedo penetró en su piel y Kane emitió un gemido de satisfacción.
—Ah, Josie, si necesitas hacer algo cuando seas mayor, tal vez podrías volver a poner de moda el afeitado a navaja.
—¿Qué quieres decir cuando sea mayor? Ya lo soy. En Hawk Hollow me consideran una solterona.
Le quitó la toalla de la cara y Kane abrió los ojos, conteniendo un impulso poco frecuente por sonreír. Josie estaba inclinada sobre él, con sus ojos grises llameantes de furia y los labios entreabiertos de indignación. Tenía una personalidad equiparable a la de diez mujeres juntas, pero poco más. Su pelo de color rubio pálido estaba recogido en una coleta. Tenía la piel lisa y sin arrugas. Sin nada de maquillaje, parecía tener trece años.
—No eres lo bastante mayor para ser una solterona —le dijo, moviendo la cabeza.
—Tengo veintitrés años.
—¿En serio?
—Parezco más joven, lo sé. Creo que es porque soy delgada. Con la ropa empapada apenas paso de los cincuenta kilos —Kane alzó la ceja, haciéndole sentirse culpable—. Está bien, cuarenta y siete.
Kane no quería pensar en cómo estaría con la ropa empapada. No quería pensar en que era mayor de lo que parecía y que, por lo tanto, era mayor de edad. No quería pensar en lo próximos y solos que estaban y… Diablos.
—Josie —dijo con exasperación—. Las mujeres mienten demasiado sobre su peso.
—Puedo mentir sobre lo que quiera, pero es cierto que tengo veintitrés años. ¿Cuántos tienes tú?
Preguntas y más preguntas.
—Treinta y cuatro —dijo con tanta voz como paciencia.
—De modo que eres un cazador de recompensas de Montana y tienes treinta y cuatro años. Sin esposa, ni hijos ni padres. ¿Tienes algún hermano o hermana? —Kane apoyó la cabeza en el borde de la bañera y cerró los ojos. Tal vez si se quedara dormido dejaría de hablar—. ¿Y bien?
Tal vez no.
—Dos hermanos. Trace y Spence.
—¿Sólo dos? Yo tengo cuatro. Billy, James, Roy y J.D. Son la razón por la que vine aquí. Eso y que quería estar sola para pensar. ¿Alguna vez necesitas estar solo, Kane? Pero qué digo. Debes de tener mucho tiempo para pensar cuando no echas abajo puertas y cobras tus recompensas. ¿Qué más te gusta hacer? En Montana, me refiero. Espera un momento, vuelvo enseguida.
Se alejó a la cocina donde un cazo de agua empezaba a hervir. Kane agradeció el respiro. Todas aquellas preguntas le estaban haciendo sentirse desnudo. Pero claro, estaba desnudo.
Era un hombre adulto, pero había dormido como un bebé durante aquellos dos días. Detestaba sentirse débil e indefenso, pero hasta que no cicatrizara su herida y pudiera volver a usar el brazo derecho, estaba a merced de Josie. El afeitado y el baño habían sido idea suya. Era el primero en reconocer que lo agradecía, y en admitir que era un cascarrabias casi todo el tiempo. Era un recurso efectivo para mantener a la gente a distancia, pero a Josie no parecía importarle. Diablos, ni siquiera se había dado cuenta.