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¿Quién no se ha sentido perdido alguna vez? Aún roto, seguí caminando es un viaje de 33 relatos, reflexiones y verdades simples que llegan directo al alma. Está escrito para que lo leas cuando no te animás a hablar, cuando no sabés por dónde seguir o cuando simplemente necesitás un poco de luz. Porque a veces, lo único que hace falta es que alguien te recuerde que valés mucho más de lo que creés y que aún estás a tiempo de volver a empezar, de brillar, de ser vos. Este libro es para vos, que te caíste mil veces y aun así decidís seguir. Para vos, que te sentís invisible, que dudás de tu valor o que simplemente necesitás que alguien te recuerde que todavía se puede.
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Seitenzahl: 95
Veröffentlichungsjahr: 2025
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FB Aún roto, seguí caminando : 33 relatos y reflexiones para no rendirse / FB. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-6880-9
1. Autoayuda. I. Título. CDD 158.1
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Autor: Roberto Adrián Ballestero (FB)
A los que no se valoran
La trampa de compararse
El que camina solo, pero no vacío
Para los que se creen más que otros
Cuando no podés más... pero igual seguís
A los que se sienten olvidados
Para los que tienen miedo a volver a empezar
A los que aman en silencio
A los que siempre están para todos
Para cuando sentís que no te entienden
A los que esperan respuestas que no llegan
A los que perdieron a alguien
Para los que ya no creen en el amor
A los que se animaron a cambiar
A los que sienten que dan más de lo que reciben
Para los que están cansados de empezar de nuevo
A los que viven esperando el momento perfecto
Para los que cargan culpas viejas
A los que sienten que nadie los necesita
Y sobre todo… sos irremplazable. Para los que viven pensando en el "y si…"
A los que extrañan sin decirlo
Ser buena persona te tiene que llenar a vos, no a los demás
A los que sienten que ya no brillan
Para los que se sienten invisibles
A los que no saben pedir ayuda
A los que callan lo que sienten
A los que le cerraron el corazón
Para los que están cansados de ser fuertes
A los que se sienten rotos por dentro
Para los que sienten que no tienen rumbo
A vos, que llegaste hasta acá
El poder de seguir adelante
“A mi abuela, Teresa Adriana Sánchez,
que partió de este mundo pero nunca de mi corazón.
Su amor me enseñó a resistir en los días grises y su presencia invisible
me acompaña en cada paso de mi vida.
Y a Dios,
que en cada caída me levantó, en cada silencio me habló,
y en cada página me recordó que aún roto,
se puede seguir caminando.”
A veces no es que no tengas valor… es que te lo olvidaste.
Te mirás al espejo y no ves tu esencia. Ves una versión distorsionada por todo lo que otros dijeron de vos, por los errores que cometiste, por las veces que te fallaron, por los días en que sentiste que no importabas. Ves lo que te hicieron creer: que no sos suficiente, que no estás a la altura, que sos reemplazable.
Pero lo que no sabés —o lo que te cuesta aceptar— es que todo lo que viviste no te hizo menos: te hizo más fuerte, más real, más humano.
No sos tus errores. No sos lo que te dijeron en esos días donde nadie te abrazó. No sos ese rechazo, ni esa crítica, ni esa comparación injusta. Sos lo que hiciste cuando todo dolía y aun así te levantaste. Sos esa palabra que diste sin esperar nada. Sos esa mirada que sostuvo a otro cuando vos también estabas a punto de caer. Sos la mano que diste cuando no tenías ni la tuya firme.
Y eso, aunque no lo veas, te convierte en alguien valioso.
Mirate con más amor. No desde el juicio, no desde el reproche… desde la compasión. Porque si pudieras verte con los ojos de alguien que sí te quiere bien, llorarías. No de tristeza, sino de alivio. De darte cuenta que valés más de lo que pensás, y que no necesitás cambiar para ser aceptado. Necesitás aceptarte para no seguir cambiando por cualquiera.
Pensá un segundo: ¿cuántas veces te miraste deseando ser otro? ¿Cuántas veces ocultaste lo que sos para encajar en un molde que te quedaba chico? ¿Cuántas veces callaste tus emociones por miedo a parecer débil, a molestar, a perder?
¿Y cuántas veces te salvaste sin que nadie lo sepa? ¿Cuántas veces te abrazaste en silencio porque no había quien lo hiciera? ¿Cuántas veces hiciste que otros sonrían cuando vos tenías el alma partida?
Todo eso sos. Y eso no lo ve cualquiera, pero vos lo tenés que reconocer.
El reflejo que no mirás no es porque no esté. Es porque te acostumbraste a esquivarlo. Porque no te gusta lo que te recuerda. Porque te habla de todo lo que diste, de todo lo que aguantaste, de todo lo que sos capaz de amar, incluso cuando no te aman igual.
Pero llegó el momento de dejar de evitarte. De dejar de buscar la validación en otros. De dejar de castigarte por no ser perfecto. Porque nadie lo es. Y vos no necesitás serlo para merecer respeto, amor, calma.
Cada cicatriz que llevás tiene una historia. Cada marca, cada herida, cada grieta… son pruebas de que pasaste por tormentas, pero no te rendiste. Sos como esas casas viejas que resistieron terremotos. Tal vez no tienen las paredes más lisas, ni las ventanas más nuevas, pero están de pie. Y siguen siendo hogar.
Y vos también.
Te fuiste olvidando de todo eso por el ruido del mundo, por las voces que lastiman, por los silencios que duelen. Pero yo estoy acá para recordártelo.
No sos invisible. No sos frágil. Sos humano. Y en tu humanidad está tu grandeza.
Así que, por favor, volvé a mirarte. Pero no con los ojos que te juzgan, sino con los que te entienden. Volvé a nombrarte con amor, a reconocerte en tus logros, en tus intentos, en tus ganas de seguir incluso cuando todo pesa.
Porque tu reflejo no es tu enemigo. Es tu historia. Y si aprendés a mirarla sin vergüenza, sin culpa, sin odio… vas a entender que siempre fuiste suficiente. Que nunca estuviste tan perdido como pensabas. Que siempre hubo algo en vos que valía la pena. Incluso en tus peores días.
Y eso, querido reflejo, es todo lo que necesitás saber para volver a empezar.
A veces te mirás al espejo y no ves lo que sos… ves lo que otros te hicieron creer. Y eso duele.
Duele porque uno nace sin culpas, sin etiquetas, sin miedos. Pero con el tiempo, empezás a escuchar voces que no son tuyas. Voces que te dicen que no sos lo bastante lindo, que no hablás como deberías, que no servís para ciertas cosas, que otros siempre lo hacen mejor. Y si esas voces vienen de personas importantes en tu vida, te las creés. Y ahí empieza el verdadero problema: no cuando te lo dicen, sino cuando vos te lo repetís.
Porque el peor enemigo no es quien te subestima… es cuando vos empezás a subestimarte también.
Te convencieron de que no eras suficiente, de que no ibas a poder, de que no valías tanto. Y vos, en tu necesidad de ser querido, de encajar, de que no te dejen, empezaste a adaptarte. A callarte. A achicarte. A convertirte en una versión cómoda para los demás, pero cada vez más lejana a la verdadera.
Y un día, sin darte cuenta, te olvidaste de quién eras.
Pero hoy estás leyendo esto. Y eso dice mucho.
Significa que, aunque estés cansado, roto o confundido, todavía tenés una chispa que no se apagó. Una parte de vos que quiere salir, respirar, gritar: “¡Yo también valgo!”. Porque lo sabés, aunque a veces lo niegues. Porque lo sentís, aunque muchas veces te calles.
Te digo algo: no te define tu pasado. No te define lo que te dijeron, ni las veces que te rechazaron, ni los errores que cometiste por no conocerte. Te define lo que superaste. Te define esa capacidad de levantarte cuando nadie te dio la mano. Te define el hecho de estar acá, intentando, sintiendo, buscando entenderte.
Sos más fuerte de lo que creés. Mucho más.
Pero el primer paso para cambiar tu historia es empezar a mirarte con otros ojos. No con los ojos de quienes te hirieron, sino con los tuyos… esos que se están animando a abrirse de nuevo.
No esperes que los demás te valoren para empezar a valorarte vos. Porque si vivís esperando la aprobación externa, vas a depender toda la vida de gente que ni siquiera se aprueba a sí misma.
Empezá a reconocerte. A hablarte bien. A tratarte con la misma ternura con la que tratás a los demás. Preguntate: ¿Por qué me perdono tan fácil cuando se trata de otros, pero conmigo soy tan cruel? ¿Por qué tengo tanto amor para dar, menos para mí?
Cuando entiendas lo que valés, no vas a permitir que nadie te trate como si fueras menos. No vas a aceptar migajas, ni relaciones a medias, ni trabajos donde te explotan, ni amistades donde te sentís invisible.
Porque el que se valora, se cuida. El que se valora, se aleja de lo que lo lastima. El que se valora, ya no necesita mendigar amor, ni atención, ni respeto.
Y ojo: valorarte no es creerte más que nadie. Es entender que tu historia tiene sentido. Que tus heridas no te hacen débil, sino sabio. Que tu sensibilidad no es un defecto. Que tu forma de ser está bien, aunque no sea para todos.
Valorarte es animarte a decir “no” sin sentir culpa. Es dejar de justificar lo que sentís. Es permitirte llorar sin juzgarte. Es darte cuenta de que no tenés que demostrarle nada a nadie para merecer estar en paz.
Y aunque haya días en los que vuelvas a dudar, volvé a leerte. Volvé a abrazarte. Volvé a prometerte que no vas a abandonarte nunca más.
Porque hay una versión de vos mismo que está esperando que te animes a recuperarlo. Y ese día va a llegar.
El día en que te mires al espejo y en lugar de ver defectos, empieces a ver cicatrices que hablan de lucha. Que en vez de repetir lo que otros te dijeron, empieces a contarte nuevas verdades. Que en lugar de querer cambiar para agradar, empieces a ser más vos.
Ese día no vas a necesitar gritarle al mundo que valés. Lo vas a sentir. Lo vas a vivir.
Y cuando eso pase, te lo juro… ya nada ni nadie te va a volver a hacer dudar de tu valor.
Siempre alguien va a tener más.
Más plata, más suerte, más amor, más éxito. Más amigos, más viajes, más reconocimiento. Más sonrisas publicadas, más abrazos mostrados, más aplausos que suenan fuerte.
Pero también hay personas que darían todo por tener lo que vos tenés.
Tu fuerza. Tu historia. Tu capacidad de seguir adelante cuando todo parecía apagarse. Tus ganas de levantarte, aunque nadie te lo pida. Tu forma de dar, aun cuando a vos no te dan. Tu manera de sanar en silencio, sin rencor, sin venganza, sin escándalos.
Y eso no lo ves… porque estás mirando hacia el costado.
