Autobiografía. Contra Apión. - Flavio Josefo - E-Book

Autobiografía. Contra Apión. E-Book

Flavio Josefo

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Flavio Josefo justifica en su Autobiografía su ingreso en el bando romano tras la revuelta de los judíos. Por su conocimiento y descripción de ambos, ofrece una muy interesante valoración comparada. Josefo (c. 37-38-Roma, 101), historiador judío fariseo, nació unos treinta y cinco años antes de que los romanos destruyeran Jerusalén: en el año 66 estalló la Gran Revuelta Judía, y Josefo fue nombrado comandante en jefe de Galilea. Fue hecho prisionero, pero Vespasiano (a quien el primero pronosticó, con acierto, que él y su hijo Tito llegarían a emperadores) lo liberó, a raíz de lo cual devino Flavio Josefo. Al lado del Estado Mayor romano, pudo observar el resto de una guerra cuya enorme importancia entendió de inmediato. A su término (70) viajó a Roma, donde permanecería desde el 71 hasta su muerte. Fue manumitido y percibió la ciudadanía romana y una pensión anual que le permitió consagrarse a componer la historia de la guerra judía y otras obras. Su Autobiografía está en gran medida dedicada a justificar su paso al bando romano. Este texto breve da algunas noticias de tipo personal –genealogía, educación, primer viaje a Roma, reacción frente a la revuelta judía, relaciones con los emperadores de la dinastía Flavia...–, pero sobre todo se centra en su actuación en Galilea como delegado del gobierno de Jerusalén, para defenderse de ciertos reproches y acusaciones. Sobre la antigüedad de los judíos, aparecida en Roma hacia 93/94 d.C., aspira a ser una historia general del pueblo judío desde la creación del mundo hasta la gran rebelión contra Roma (66 d.C.), que el propio Flavio José narró casi veinte años después en La guerra de los judíos (también en Biblioteca Clásica Gredos). También conocida por el título de Contra Apión (un filólogo alejandrino), constituye una encendida defensa de la religión y las costumbres judías.

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Seitenzahl: 426

Veröffentlichungsjahr: 2016

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BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 189

Asesor para la sección griega: CARLOS GARCÍA GUAL .

Según las normas de la B. C. G., la traducción de este volumen ha sido revisada por PALOMA ORTIZ .

© EDITORIAL GREDOS, S. A. U., 2008

López de Hoyos, 141, 28002 Madrid.

www.editorialgredos.com

REF. GEBO292

ISBN 9788424932213.

INTRODUCCIÓN GENERAL

I. VIDA DE JOSEFO

1. Contexto histórico

Desde el 31 a. C., o quizá más particularmente desde el 27, Roma y sus dominios estaban gobernados por un príncipe. Fue Octavio Augusto el artífice de la transición del régimen republicano al monárquico y en él se inicia la dinastía Julio-Claudia que pervivirá hasta la muerte de Nerón, ya en plena guerra judaica. Unos cien años por junto son los que suman los reinados de los emperadores julio-claudios. El segundo de ellos, tras Augusto, fue Tiberio, bajo cuyo reinado tuvieron lugar los más transcendentales proceso y ejecución de la historia, precisamente en Palestina: los de Jesús de Nazaret. Los judíos le tuvieron por blasfemo, los romanos por agitador social. Josefo, nuestro autor, no fue contemporáneo de Jesús por pocos años, pues nació al inicio del reinado del príncipe siguiente, Calígula. La vida de nuestro personaje coincidió con los mandatos de este emperador, de Claudio, de Nerón, de Vespasiano1 , de Tito, de Domiciano y… no sabemos más. Las dinastías Julio-Claudia y Flavia, por lo tanto. El gobierno directo de Roma en Palestina, salvo el régimen especial de algunos territorios, lo atendían prefectos o procuradores desde el año 6 d. C. El más famoso de todos ellos, Poncio Pilato, había sido removido en el año 36, muy poco antes de que Josefo viniera al mundo2 .

Los avatares de la política de Tiberio y Calígula, a veces muy antijudía, así como los excesos de Pilato en su decenio de gobierno debieron de ser bien conocidos por el Josefo niño en memoria familiar, aunque no fuera en principio el entorno de nuestro autor demasiado proclive, bien al contrario, a una enemiga activa contra los dominadores romanos. Lo que personalmente pudo conocer un Josefo en uso de razón fue el período plácido de Claudio y luego el ya un poco más problemático de Nerón. En tiempos de este emperador estalló la guerra judaica, y por finta del destino fueron los dos generales —padre e hijo, Vespasiano y Tito— que dirigieron las operaciones del ejército romano en Palestina quienes sucesivamente ocuparían el trono del Imperio3 . Josefo, como veremos, fue primero enemigo de Roma y luego su aliado; y la guerra acabó en derrota judía: destruido el Templo; el Sanedrín y los sacerdocios, carentes de autoridad y de sentido; Palestina bajo dominación de guerra; no pocas de sus gentes, prisioneras, desterradas o muertas; fiscalidad especial pesando sobre los judíos por el hecho de serlo… Esto y lo anterior es lo que Josefo conoce y vive; y el desastre es una de las cosas sobre las que nuestro autor escribe, intentando justificar siempre su extraño itinerario personal. Porque el dirigente judío de Jerusalén acabó sus días plácidamente protegido por los domeñadores y esclavizadores de su pueblo. Algunos particulares aparecerán con cierto pormenor en las páginas que siguen.

2. Familia y formación

Nació Josefo en el primer año del reinado de Gayo César4 , es decir, Calígula, por lo tanto en 37 ó 38 d. C. No nos consta dónde, aunque es posible que ocurriera en Jerusalén. Su padre era Matías, de casta sacerdotal, lo que hace muy probable la residencia familiar en la ciudad del Templo. Por otra parte, nos dice el propio autor que tras sus andanzas adolescentes en búsqueda de su identidad religiosa volvió «a la ciudad»5 , lo que no se puede interpretar como no sea en referencia a Jerusalén. Si en la capital de Judea tuvo su lugar de residencia como niño y joven y en ella es lo más probable que ejerciera funciones su padre, probablemente ese fue el lugar de su nacimiento. Josefo se refiere con orgullo a sus raíces familiares por padre y madre. La familia paterna era presumiblemente saducea y pretendía gloriosos entronques primordiales; la materna estaba de cerca vinculada con la casa de los Asmoneos, que había dado sumos sacerdotes y monarcas al pueblo de Israel en época relativamente reciente6 . Hace Josefo breve reconstrucción genealógica de la rama paterna, basándose, según nos dice, en los registros públicos para salir al paso de versiones calumniosas que rebajaban su linaje7 . Y, aunque una de las notas características del quehacer de nuestro autor es la vanidad que destilan sus escritos y avisados especialistas han podido señalar posibles debilidades en el montaje genealógico8 , podemos aceptar como hecho cierto la nobleza hierocrática de sus dos costados familiares, por cuanto que no hay ninguna razón que nos lleve a la afirmación de lo contrario.

Recibió nuestro personaje educación en consonancia con su condición de vástago de familia sacerdotal9 . Él mismo nos dice al respecto que hizo el correspondiente aprendizaje junto con su hermano Matías y que destacó por sus generosas dotes intelectuales10 . Sin duda no estaba ausente de esta educación el aprendizaje de la lengua griega11 . A poco de salido de la infancia, por los catorce años según él mismo concreta, recién superada la edad de su Bat Mitzvá12 , destacaba ya Josefo entre los doctores por sus notables conocimientos sobre la Ley y las cosas de Israel. Pero, tal vez contra lo que se podía esperar y violentando los deseos de su familia, inició, muy joven todavía, a los quince o dieciséis años, una andadura de búsqueda religiosa que le llevó fuera de casa e incluso de la ciudad. Quiso conocer las tres sectas judías y tuvo experiencia de las tres. Dado que su familia era presumiblemente saducea, supongo que buscó círculos fariseos y esenios lejos de Jerusalén. Ninguna de las tres sectas satisfizo al despierto e inquieto jovenzuelo, que acabó por seguir a un santón del desierto —al estilo de lo que había sido el Bautista evangélico—, que se llamaba Bano. Con él estuvo tres años, pero le dejó, cuando frisaba ya los diecinueve años, por tanto entre 56 y 57, para volver a Jerusalén decantado ya hacia el grupo de los fariseos. Si anduvo fuera desde más o menos los dieciséis a los diecinueve años y fue discípulo de Bano durante un trienio, su previo ensayo de las sectas, aunque penoso, debió de ser muy rápido. Compara Josefo a los fariseos con los estoicos del mundo griego13 , lo que me impulsa a suponer que la opción final del personaje, al margen de las razones intelectuales que le movieran hacia el rabinismo, pudo basarse en el aprecio del rigor moderado que era propio del fariseísmo. No es posible descartar, de todos modos, que la elección la efectuara nuestro hombre más que por convencimiento, por puro cálculo14 . Si, como es probable, la familia de Josefo era saducea, la elección última del joven vástago sacerdotal debió de ser duro trago para los suyos, en una época en la que todavía el saduceísmo era celoso de su ser y su papel y no había iniciado el declive y desdibujo que poco después le llevaría al descrédito y la desaparición.

3. Dirigente en Jerusalén

Si por la opción antedicha tuvo problemas en su círculo familiar y demás entorno, Josefo no lo dice, desde luego lo superó pronto, porque a no muchos años de su regreso a Jerusalén y su paso al fariseísmo le vemos representando papeles religioso-políticos de relevancia. El primer matrimonio, ocasión para institucionalizar sus aires de independencia, hubo de facilitar las cosas dentro de la familia; la capacidad de acomodación contribuiría a evitar roces con las altas esferas saduceas. Podemos deducir que Josefo contrajo nupcias a poco de la vuelta a Jerusalén del hecho de la temprana asunción de estado por los judíos de la época, puesto que eran normales en el varón las bodas a partir de dieciocho años, según indicios rabínicos expresos, y de un detalle que muy perspicazmente destaca la especialista francesa Hadas-Lebel: en un concreto paso de la Guerra leemos que la esposa y la familia del autor estaban prisioneras en la Jerusalén asediada15 . Como no puede tratarse todavía de la mujer que le entregó Vespasiano, debemos concluir que hubo un enlace matrimonial anterior, en principio sin hijos16 , situable en la edad aproximada en que normalmente se casaban los jóvenes judíos situados.

Ignoramos cuáles fueron los menesteres desempeñados por Josefo en sus años de juventud adulta, aunque sin duda se trató de altas funciones relacionadas con el servicio del Templo, cual correspondía a su casta sacerdotal. De Josefo echan mano las autoridades judías para una misión en Roma, cuando los problemas del prefecto Félix con algunos importantes sacerdotes. Ese viaje, cuya finalidad era sacar de prisión a los detenidos por el gobernador y luego enviados a la capital del Imperio, tuvo lugar en tiempos de Nerón, quizá en el año 63 ó en el 64, a los veintiséis de edad del futuro escritor17 . Josefo presenta como propia y personal la iniciativa de tal viaje, pero encaja en el talante del personaje la magnificación de sí mismo y parece poco probable que la gestión particular de un muy joven sacerdote judío de la perdida Palestina tuviera la virtud de abrir las puertas de la corte imperial y lograr la liberación de los presos, aunque fuera por la intermediación de algunos afortunados lazos de amistad cuyo estrechamiento le deparó el viaje18 . Aunque Josefo lo cele, tal vez llevara misión oficial del Sanedrín jerosolimitano. Conocemos algún que otro caso de este tipo de embajadas, cual es el caso de la que el mismo Josefo narra en el último libro de Antigüedades19 y otras a que se hace referencia en el relato de la guerra judaica. La aludida de Antigüedades , embajada institucional sin duda, tuvo lugar en una circunstancia remotamente similar producida por una dura arremetida del gobernador Festo, y aunque por lo general los autores tienden a negarlo o lo ponen en duda20 , ha tentado a veces la consideración de que Josefo se refiere en la Autobiografía al mismo acontecimiento de Antigüedades , confundiendo a los sucesivos gobernadores Félix y Festo21 . Si esta identificación estuviera en lo cierto, habría una razón de más para afirmar que el memorialista ha convertido en personal lo que fuera misión oficial judía.

Si el Sanedrín encomendó a Josefo la responsabilidad de abogar en Roma por los sacerdotes, fuera solo o acompañado, en este último caso fuera o no la cabeza de la embajada, es porque se le consideraba con la suficiente habilidad y el requerido bagaje instrumental como para que la misión tuviera unos mínimos de posible eficacia. Debía de ser brillante, negociador y capaz de hacerse entender. Incluso cabría decir que tal vez tuviera el joven sacerdote fariseo una cierta popularidad a distancia entre los judíos de la comunidad romana. Es claro que éstos, peregrinos a Jerusalén con frecuencia, tenían conocimiento bastante sobre lo que ocurría en los aledaños del Templo y sobre las personalidades de la hierocracia de la ciudad davídica. No en latín, lo más seguro, pero es innegable que Josefo se manejaba en griego. Aunque no lo diga en sus anotaciones autobiográficas, debió de comenzar su aprendizaje todavía niño, como ha quedado señalado páginas atrás. La lengua helénica era la generalmente utilizada en la parte oriental del Imperio Romano. Todas las personas de cierta cultura con pretensiones de modernidad y las llamadas a una vida de relaciones adquirían en Oriente, cuando no era su lengua materna, el conocimiento siquiera instrumental del griego. En griego funcionaban los dominadores romanos en las regiones mediterráneo-orientales y asiáticas. Para un israelita, además, la helénica era la lengua primera de muchos judíos de la dispersión, lo que la hacía más importante aún que para cualquier otro asiático semítico-hablante22 . Josefo, pues, hablaba griego ya en la época, lo que no desmiente el que años después necesitara ayuda para redactar en aceptable griego la versión helénica de su Guerra . Todos sabemos que no es la misma posesión de una lengua la requerida para hacerse entender bien y para escribir correctamente.

Sus recursos aparte, trabajaron a favor de Josefo como embajador de Jerusalén en Roma circunstancias favorables cuales la vitalidad del núcleo judío de Roma, algún encuentro afortunado durante el camino, que le facilitó el acceso extraoficial, el difuso ambiente judiófilo que se respiraba en la Urbe, las altas relaciones de los sucesivos Herodes Agripa y las veleidades y exotismos de la emperatriz Popea. La misión logró lo fundamental de sus objetivos. Fuera o no el presidente de la embajada, Josefo debió de regresar a Jerusalén con su prestigio recrecido, aunque unas circunstancias políticas cada vez más preocupantes, que abocarían a la rebelión y crudelísima guerra, no permitieron a nuestro hombre sacar de su éxito el partido esperable, de haber sido más normal la situación de Palestina. Ignoramos cuánto pudo dilatarse la estancia de Josefo en Roma y cuándo exactamente volvió a Jerusalén. Pudo ser en el 64 ó 65, a la vuelta de la esquina del estallido bélico en cualquier caso. El enrarecimiento de las relaciones entre Roma y los judíos palestinenses no era lo que más podía ilusionar a quien venía deslumbrado de la capital del Imperio, de la Corte y de sus fáciles andanzas por los salones palaciegos. No era el estado de ánimo del joven embajador exitoso el más propio para desear la ruptura de hostilidades con los dominadores. Y, sin embargo, tuvo que afrontar la irreversible situación y amoldarse a ella.

4. Contra Roma

Aunque, cual ha quedado dicho, Josefo era personalmente contrario a cualquier clase de ruptura de hostilidades entre los judíos y los romanos, el imparable estallido revolucionario23 le puso necesariamente en la alternativa de tomar partido, y lo hizo por los suyos. Josefo era dirigente de judíos y, en guerra los judíos, nuestro hombre asumió sus correspondientes responsabilidades. Ello no quiere decir que no intentara todo, aunque inútilmente, desde la plataforma de su popularidad, para aquietar a sus paisanos y evitar lo que podía acabar en desastre, que no en balde Roma era la invencible gran potencia del mundo conocido. El autor nos habla en la Autobiografía de sus esfuerzos y de sus razones, así como del escaso éxito de sus iniciativas ante los partidarios de la revuelta24 , y una y otra vez va a llamar bandidos a los más decididos revolucionarios25 . No hay razones para pensar que tengamos en esto una más de las autojustificaciones de Josefo. Es verdad que, entregado a Roma cuando escribe, pudo tener necesidad de compensar, pretextando resistencias iniciales, el haber sido dirigente militar destacado al frente de los judíos sublevados; y cabe que las razones que dice haber esgrimido entonces puedan responder a un análisis posterior, a hechos pasados. Quizás haya algo de esto, pero tal cosa no quita que fuera cierta la inicial actitud contraria del personaje a la aventura de provocar una guerra que no podía dejar de ser trágica. Téngase en cuenta que acababa de pasearse con éxito por las salas romanas en las que se cocía el poder y que volvía más deslumbrado y halagado que molesto y resentido. El fracaso a la hora de convencer a los suyos, sazonado con una cierta dosis de miedo a que le tuvieran por connivente con el dominador26 , le hizo plegarse y asumir lo que viniera. La cara siniestra del Imperio, el gobernador Floro, pudo facilitar la resignación de Josefo ante una guerra que no quería y temía, y su traición a los influyentes amigos que dejara en Roma, al rey Agripa II, que movió tropas contra los insurrectos, y al sumo sacerdote Ananías, asesinado por los radicales alzados.

Lo que vino y asumió nuestro personaje fue el gobierno y el mando militar supremo de Galilea, en los que no le escasearon las dificultades. La guerra había comenzado mal, por un conato de enfrentamiento civil entre los insurrectos. Un zelota, de bien conocidas raíces revolucionarias, de nombre Menahem, había dado con los suyos un eficaz golpe de mano en la fortaleza de Masada, arrebatándosela a la guarnición romana, y había hecho acto de presencia en Jerusalén sin disimular sus pretensiones reales. El dirigente sublevado de la ciudad santa, Eleazar, se deshizo del atrevido y ambicioso personaje27 . Estos gérmenes de desunión y la euforia enloquecida de los éxitos iniciales acabarían marcando el sino de la guerra28 . Josefo advirtió sin duda la falta de sentido de la realidad que derrochaban sus paisanos. El poder supremo que ejercía sobre la administración independiente y las tropas de Galilea le tenía atrapado. Enemigo declarado, ahora, de Roma, con difícil marcha atrás, distaba mucho de ver horizonte claro y de estar convencido de su propia causa.

Josefo hizo lo que pudo: unificar, organizar, administrar, subvenir y aprestarse a la defensa, porque un levantamiento independentista contra Roma debía abocar necesariamente a una guerra defensiva. Sus esfuerzos, de todos modos, no le liberaron de la sospecha de los más radicales, sin duda porque nuestro personaje no había conseguido hacer olvidar las reticencias de antes y ocultar las dudas del momento. Además tuvo gestos concretos que podían presentarle como claudicante y traidor a la causa. De hecho, queda muy pronto abierto un abismo de incomprensión entre el gobernador y el líder radical zelota Juan de Giscala, lo que comporta nuevas fisuras en el bando de los insurrectos29 . El de Giscala y Josefo quedan pendientes en sus querellas de la actitud que asuman las autoridades de Jerusalén. Envían éstas, con misión de investigar, a un fariseo llamado Jonatán, a quien Josefo, que no carecía de partidarios, recibe con desplantes. Parapetado en la fortaleza de Jotapata, nuestro personaje aparenta estar decidido a seguir su propia guerra al margen de zancadillas provenientes de su mismo bando, no sin dejar de anotarse significados éxitos y sensibles fracasos en una circunstancia particular cada vez más ambigua, que al final no se sabe si combate contra Roma, a favor o en contra de Agripa, o a sus propios compañeros de sublevación. Quizás está luchando sólo por la paz interior, ante la incomprensión de quienes le tienen por blando e irresoluto30 . Cuando Roma pone al correoso general Vespasiano al frente de las operaciones y éste hace acto de presencia con sus tropas en la Palestina del norte, Josefo se encuentra metido entre dos guerras: la intestina, complicada, y la que lleva contra Roma, ahora convertida en auténticas palabras mayores31 . Y, tras la resolución del asedio de Jotapata por los romanos, acabado en derrota para Josefo, nuestro personaje encuentra la para él más beneficiosa salida: pasarse descaradamente al enemigo.

No era éste, el de pasarse a Roma, designio preconcebido de Josefo, quien, una vez abiertas las hostilidades, pese a sus reticencias iniciales, seguramente pensó siempre llegar hasta el final, incluso cuando comenzó a tener problemas con facciones de los suyos, como se desprende de la enconada y ocurrente defensa que hizo de Jotapata contra los sitiadores romanos y de su intento, poco gallardo, de esconderse en una cisterna cuando las cosas estaban perdidas32 . Fue una vez descubierto, cuando se las arregló para hacerse perdonar y sentar las bases de una amistad con el vencedor que sería de por vida. Quien tiene la intención de echarse en manos del enemigo no lo exaspera como hizo Josefo con los romanos en la defensa de Jotapata. Pese a las dificultades múltiples, entre las que la falta de agua no era la menor, Josefo, con denuedo e inteligencia, hizo lo posible por poner difíciles las cosas a los romanos. Los defensores se emplearon a fondo y los atacantes hubieron de hacer lo mismo. Josefo nos habla de la dureza de un asedio del que ahora comenzamos a tener apoyatura arqueológica significativa33 . Sólo muy al final pretendió el personaje romper el cerco so pretexto de conseguir ayuda exterior, lo que a la postre no le permitieron hacer las circunstancias. Buscaba sin duda su propia seguridad, pero no entre los romanos, como lo prueba el hecho de que pretendiera zafarse de ellos, inútilmente, procurándose un escondite. Su cambio de bando fue una finta in extremis tan oportuna como habilidosa, de efectos duraderos ulteriores como es bien sabido34 . Labor por la que no estuvo Josefo fue la del suicidio, solución por la que optaron tantos de los suyos.

5. A favor de Roma

No pocos soldados de Roma habrían degollado con gusto a aquel cabecilla rebelde, tan buscado, que tras denodada y sangrienta resistencia al asedio había querido escapar metiéndose en la cisterna. No faltaron de hecho quienes intentaron sofocarle con fuego en su escondite, aunque Vespasiano no lo permitió35 . Se estableció entonces una curiosa negociación entre los vencedores de arriba y el escondido de abajo, los primeros deseosos de obtener la rendición y entrega del rebelde y el segundo procurando salir del trance con las mejores expectativas posibles, aunque el panorama no se le presentaba en absoluto halagüeño. Los dos primeros intermediarios fracasaron. Sólo cuando Vespasiano llevó las conversaciones a través del tribuno Nicanor, un conocido y amigo de Josefo36 , éste se dejó convencer. Quienes con él estaban, sin embargo, no le permitieron que se entregara. Y éste es el momento de un episodio que no se sabría decir si es histórico o ficción del propio personaje: la rueda de suicidios. La cuarentena de judíos copados junto con Josefo se dispusieron a morir por la espada de un compañero por riguroso turno hasta que no quedara más que uno, quien se daría muerte a sí mismo. Josefo se las arregló para ocupar el puesto que le permitiera llegar al final de lo ronda y, contra lo previsto por todos salvo él, mantenerse vivo37 . Sea o no cierta la argucia inteligente del futuro historiador, Josefo no se suicidó sino que acabó cautivo de los romanos. O no le pareció incompatible salvar el honor y a un tiempo la vida o prefirió la vida al honor. Cuando tantos de sus subordinados se daban muerte, Josefo hizo cuanto pudo por vivir.

En aquellas poco favorables circunstancias surgieron las bases para una amistad, que sería larga, entre Vespasiano y su hijo Tito y el prisionero judío. Éste era joven, ilustrado y menos bárbaro de lo que los romanos pudieron suponer; no en balde había sido embajador de su pueblo en la propia Roma. Su conversación debía de ser agradable y excepcionalmente inteligente. Su juego mental y su simpatía, entre la adulación y el ocultismo profético, le facilitaron las cosas ante el general vencedor. Llegó Josefo a anunciar a Vespasiano y a Tito que ocuparían el solio imperial, lo que muy poco después sería rigurosamente cierto38 . El cautivo, aun sin dejar de serlo, pasó insensiblemente a protegido. En Cesarea, la capital romana de Palestina elegida como cuartel general por Vespasiano, estuvo Josefo durante meses, entre la enemiga romana y las deferencias del general. Vespasiano llegó incluso a proporcionarle una cautiva por esposa; probablemente sea éste el segundo matrimonio del personaje, que luego contraería tres más. Aunque la mujer era a no dudarlo judía, las circunstancias hacían de estas bodas, si algún carácter oficial tuvieron, algo bastante en pugna con las tradiciones religiosas de Israel39 ; pero Josefo no estaba entonces para frenarse ante minucias. Su cautiverio, en fin, fue llevadero y en él iría poniendo los cimientos para el inicial relato, en arameo, sobre la guerra de su pueblo contra Roma. Seguramente le llegaba suficiente información de la marcha de los acontecimientos: los triunfos romanos, las escisiones civiles entre los judíos, el próximo e inevitable fin del propio conflicto.

Dos acontecimientos supusieron cambio de suerte para el prisionero —ya iba para dos años— de Cesarea: la reducción de la guerra a Jerusalén y a algunos bastiones del sur y, tras la muerte de Nerón y la consiguiente breve guerra civil entre pretendientes, la accesión de Vespasiano al principado del Imperio. Se cumplía la predicción de Josefo, quizá más por influencia de la predicción que por capacidad de prognosis de nuestro personaje. Vespasiano fue, como otros proclamados de la guerra civil, elegido y apoyado por sus propias tropas. Las palabras de Josefo pudieron haber sido el determinante. Su protector era, en cualquier caso, dueño del Imperio, y su amigo Tito, príncipe heredero y general en jefe responsable de los asuntos de Palestina. Lo menos que podía venirle de ello a Josefo era la libertad. Josefo viajó con el nuevo emperador hasta Alejandría y en el camino le dejó —o murió— la mujer de Cesarea que recibiera de su protector. En la gran ciudad egipcia contrajo el futuro escritor nuevas nupcias40 . La campaña contra Jerusalén y los demás bastiones de la resistencia, Masada es el más significativo, supuso la inminencia del final de una larga guerra de cuatro años y para Josefo la ocasión de volver a su ciudad, aunque en compañía de los enemigos y trabajando en favor de ellos; como negociador para conseguir la rendición judía, su lema es que Dios está ahora del lado romano41 . Le tocó incluso en suerte resultar herido por un proyectil lanzado desde la muralla por los defensores, para regocijo y alegría de los que le consideraban traidor42 . Dentro de las defensas, tal vez sin que los detalles llegaran hasta el exterior, una creciente división interna43 ponía a los familiares de Josefo en la más extrema dificultad. Cada vez más decidido prorromano, aunque en el ejército de Tito había muchos que desconfiaban del obsequioso judío, entró en Jerusalén como vencedor sobre su propio pueblo y no tuvo más remedio que, acabada la campaña, marchar a Roma en compañía del príncipe triunfador. Lo que los horrores de la guerra y los excesos romanos habían hecho e hicieron padecer a los judíos fue asumido por Josefo entre la indiferencia y alguna que otra lágrima. Se conforma con salvar la vida y lograr la libertad de algunos judíos, entre ellos su propio hermano, y con el obsequio por Tito de algunos libros sagrados salvados de la destrucción44 . Ni siquiera la destrucción del Templo fue razón suficiente para que nuestro personaje se desviara de su amigo romano. Más le afectaron los holocaustos voluntarios, al estilo de Sagunto o de Numancia. Ni héroes ni desesperados sin salida; para Josefo eran criminales, sólo porque no habían hecho lo que él.

El viaje a Roma se hizo por el Sinaí en dirección a Alejandría, para embarcar desde allí hacia las costas itálicas. En la gran ciudad grecoegipcia reencontró, tras el final de la guerra, a la que desde poco antes era su nueva mujer, conforme más arriba se dijo. El salto a Italia lo hicieron los casados en el séquito de Tito. En Roma les esperaba la celebración del triunfo del Imperio sobre Israel, sus pretensiones políticas y sus tradiciones religiosas, y la concesión a nuestro personaje de la ciudadanía romana45 , lo que comportó para él en adelante el gentilicio de Flavius , el nomen del Emperador, su protector. Josefo llevaba la carga de sus azares y sus remordimientos, de las incomprensiones y de sus nostalgias; y la esperanza de una nueva, plácida y prometedora vida a la sombra del Emperador y de su hijo, heredero a su vez del Imperio.

6. Últimos años

Los años postreros, oscuros, de la vida de Josefo no son los de su provecta y ya decrépita ancianidad. En principio podemos decir que Josefo tocó la vejez, pero no la vivió. En rigor, los últimos años de nuestro autor son los de su madurez. Inicia su retiro en Roma, dejando atrás definitivamente la Palestina de su juventud y de sus azares, a los treinta y tres años de edad, que no es precisamente el momento de retiro de un anciano. Bajo la cobertura, amistad y mecenazgo de Vespasiano y su casa46 , dedicó los decenios que le quedaban de vida a narrar los hechos de que había sido testigo y a divulgar y ensalzar las tradiciones de Israel. Es ahora cuando escribe sus obras, probablemente en este orden: la Guerra de los judíos , las Antigüedades judaicas , la Autobiografía y el Contra Apión . Vive tranquilo, beneficiado sin duda del régimen económico reservado por los emperadores flavios a los intelectuales merecedores de subvención pública. El conflicto lo tiene en su casa y en su corazón. Sabemos que los problemas domésticos le llevan al divorcio de su mujer, que no es la primera, la joven judía de que se separara con tristeza cuando el estallido de la revuelta, sino la que ha tomado en Alejandría. Y el problema interno es el que desgarra al dislocado: depende de Roma y tuvo un decidido pasado antirromano; combatió con la revolución y abandonó a sus correligionarios; es judío y está entre paganos; fue vencido y está con el vencedor, de espaldas a los suyos; añora su tierra y su tradición, pero está en el exilio, aunque dorado exilio, olvidado y despreciado de los suyos. Es un patriota judío bajo patronazgo romano, la gran paradoja47 . Todo Josefo se explica por dos necesidades internamente sentidas: la de autojustificarse siempre y por todo y la de seguir apegado, con más fuerza si cabe, a las tradiciones de Israel.

La esposa alejandrina, de la que se divorcia, le deja un hijo, Hircano, nacido el año cuarto del reinado de Vespasiano48 , es decir, en el año 73 ó 74; otros dos niños no lograron sobrevivir. Ignoramos cuáles pudieron ser las causas profundas de la ruptura. Su mujer era, desde luego, también judía, y de esta condición compartida, pero tal vez entendida diversamente, pudieron venir las dificultades. Cuanto se ha dicho de que sería pagana y disentirían en lo tocante a la educación del único vástago es pura lucubración sin fundamento. Josefo se limita a manifestar inconformidad con su conducta49 . Prueba nuestro hombre nueva aventura matrimonial, ahora con una cretense, de la que dice que estaba dotada de envidiables prendas y pertenecía a familia de abolengo50 . Esta unión le dio dos hijos más, Justo y Simónides Agripa, más jóvenes respectivamente que el hermano mayor en tres y cinco años.

Las contradicciones del desplazado no generaron problemas capaces de provocar cambio en el trato con la casa imperial. Josefo siguió fiel a la amistad y benevolencia de Vespasiano y nada varió cuando accedió al trono Tito, el príncipe amigo, y más tarde Domiciano. Los emperadores Flavios mantuvieron al sacerdote escritor judío y hasta le desembarazaron de enemigos correligionarios. Domiciano en concreto le hizo honor de concesiones fiscales muy generosas. Mientras tanto iba nuestro autor redactando y publicando sus obras. Tras la salida de Antigüedades y luego de Contra Apión , tiempos ya de Domiciano, perdemos del todo la pista a nuestro personaje y los proyectos literarios que por entonces anuncia51 no se convirtieron en realidad o, si alguno lo hizo, se perdió sin dejar rastro. Es muy probable que sobreviviera al segundo de los hijos de Vespasiano y que conociera por tanto el efímero y benéfico reinado de Nerva, que supone un cambio de Roma al respecto de los judíos domeñados; ni siquiera se puede descartar que su muerte tuviera lugar en los primeros años del imperio de Trajano frisando la sesentena. En rigor habría que asumir el laconismo de Hadas-Lebel: «Après 95, sa trace se perd»52 . El final de Josefo se produjo oculto en una nube de la historia.

II. OBRA DE JOSEFO

1. «Guerra de los judíos »

Es ésta la primera obra escrita por Josefo, si no tenemos por independiente de la redacción griega conservada la versión original aramea publicada con anterioridad. El mismo autor, al comienzo de la Guerra escrita en griego, nos informa de la existencia del previo texto arameo y de las ayudas que precisó para una aceptable traslación a la lengua helénica. Dirigidas a diferentes tipos de lectores, una y otra de las versiones hubieron de tener matices distintos, aunque el grueso de la información recogida y su presentación fuera coincidente. Es el texto griego el conservado y de él dependen las versiones antiguas testimoniadas. La Guerra está compuesta en siete libros de desigual extensión, que los editores articulan en capítulos y parágrafos asimismo desiguales numéricamente hablando. El libro I, el más largo, consta de treinta y tres capítulos y seiscientos setenta y tres parágrafos; el de menor longitud es el penúltimo, el libro VI, de cuatrocientos dos parágrafos en diez capítulos. El título con que el propio autor se refiere a esta obra en otros escritos, es el de Perì toû Ioudaikoû polémou53 , a saber, Acerca de la guerra judaica , aunque la tradición indirecta le atribuya denominaciones distintas54 , los editores desde Niese hayan preferido titular Historia de la guerra judaica contra los romanos , siguiendo a un solo manuscrito, el Parisinus gr . 1425 (P), normalmente se la conozca simplemente como la Guerra de los judíos .

Esta obra de Josefo narra la historia de los judíos de Palestina desde Antíoco IV Epífanes, rey helenístico de Siria, y las guerras de los Macabeos, hasta la guerra en que sucumbieron los últimos focos de resistencia contra Roma, la fortaleza de Masada el más importante, una vez producidas la caída y destrucción de Jerusalén ante el asedio de Tito; es decir, entre aproximadamente 170 a. C. y 73 d. C. No es preciso decir que la mayor parte del relato, cinco de los siete libros, se ocupa de la primera guerra judaica desde que estalla en tiempos de Nerón hasta su definitiva resolución. En sus párrafos introductorios ensaya el autor un esquema bastante prolijo de su obra para orientación del lector que, si se va a ver, refleja sólo muy parcialmente lo que es el contenido real de cada libro y de sus partes55 . O el cálamo le llevó a veces luego por otros caminos, o adelanta un sumario seleccionado, siendo esto último lo más probable.

Podemos resumir el contenido de este escrito josefeo de la siguiente manera: el libro I se abre con las advertencias introductorias de rigor, objeto e intención y el antedicho sumario, y repasa los acontecimientos palestinenses desde el atentado de Antíoco IV sobre Jerusalén y el Templo hasta la muerte de Herodes el Grande, pasando por las guerras macabeas y la sucesión tempestuosa de la serie de monarcas asmoneos. Se detiene, pues, por el año 4 a. C. El libro II parte del advenimiento de Arquelao y toca el cambio fundamental que en el gobierno y administración de Palestina se produce a la caída de éste en el año 6 d. C., las relaciones de Roma con los tetrarcas y la actuación de los prefectos romanos hasta los tiempos de Nerón, señalando la inquietud judía y las concreciones liberacionistas de los grupos más extremados, los zelotas, desde Judas el Galileo hasta Juan de Giscala, contemporáneo riguroso y enemigo político del autor. Una vez resumida la historia inmediatamente precedente y presentadas las causas remotas y próximas del conflicto, viene el corto libro III a presentar el estallido propiamente hablando de la guerra: Vespasiano al frente de las tropas de Roma, Josefo con la responsabilidad de Galilea, el asedio de Jotapata y la entrega de Josefo al vencedor y el anuncio al general de su accesión futura al trono imperial, así como la paulatina pérdida de la mayor parte de Galilea. El libro IV arranca de la caída total de esta región septentrional palestinense y se interrumpe en el momento en que Tito avanza hacia Jerusalén; a lo largo de los capítulos van apareciendo las actuaciones desesperadas de los zelotas y su caudillo Juan de Giscala, con la consiguiente división dentro del bando judío, y se hace referencia a la muerte de Nerón, la breve guerra civil romana y la proclamación de Vespasiano como emperador. En el libro V tenemos la primera parte de la guerra de Jerusalén; en él quedan descritos la ciudad, la situación política, militar y social de los sitiados, muy delicada, y el ejército romano sitiador, así como las medidas adoptadas, las primeras escaramuzas y el papel que correspondió desempeñar al propio Josefo. El desarrollo definitivo de la defensa y del asedio, hasta la toma de Jerusalén por los romanos, es el contenido del libro VI; pasan por sus capítulos las dificultades de los sitiados, el asalto a las murallas y la entrada de Tito en Jerusalén, cerrándose, a modo de apéndice, con una breve relación sobre las veces y circunstancias en que Jerusalén fue capturada a lo largo de la historia. El libro último, el VII, redondea el relato de la caída de Jerusalén mediante la descripción de las circunstancias que inmediatamente la siguen, especialmente la destrucción de la Ciudad Santa y del Templo, y del tratamiento dispensado a los vencidos, y continúa presentando las operaciones del ejército imperial contra los últimos bastiones de resistencia, en especial Masada, a cuya heroica defensa y drástica resolución final dedica pluralidad de parágrafos56 , no sin referencias a algunos sobresaltos en comunidades judías norteafricanas. Un breve epílogo al final de este libro VII viene a ser el cierre conclusivo de toda la obra, en el que hace protesta de puntualidad y verdad y se somete al juicio de los lectores.

La Guerra es formalmente un clásico relato de historia, más en particular el de un conflicto, atenido sin duda conscientemente al estilo marcado por los autores antiguos, especialmente por Tucídides y por Polibio. El gran historiador ateniense del siglo V a. C. le proporcionaba un cumplido modelo por dos básicas razones: por su indiscutible saber hacer y por narrar una guerra no sólo contemporánea sino incluso vivida en parte activamente por el propio autor desde unas responsabilidades militares de gran relieve. Polibio, historiador corintio del siglo II a. C., podía ofrecer a Josefo una imagen como de espejo, porque también él había luchado contra los romanos, había pasado a la Urbe una vez vencido su pueblo y había establecido lazos de amistad con los más conspicuos de los vencedores. Josefo, sin embargo, no puede sustraerse de sus propios fantasmas. Polibio no pretendió ser el compositor de un relato de guerra, notable diferencia. De Tucídides, el profundo y casi imparcial gran historiador ático de la guerra del Peloponeso, nuestro escritor judío queda, desde luego, a considerable distancia. Tres son, en resumidas cuentas, los objetivos de Josefo, los tres imperiosos: primero, agradar a sus protectores; segundo, contribuir a evitar algún otro levantamiento de compatriotas de la diáspora, y tercero, desde luego no el menor de sus afanes, ensalzarse y autojustificarse. Esta obra fue un acto de servicio de Josefo a sus protectores, pero no desdeñó su autor la ocasión del mayor beneficio personal posible.

No se puede establecer con seguridad la fecha de composición y publicación de la Guerra de los judíos . Es probable que Josefo echara las bases a su relato en la cautividad de Cesarea y se convierte ya en cosa segura que tomaba notas en el campamento romano ante Jerusalén57 y que, nada más llegado a Roma, comenzó a escribir de modo sistemático para justificar el mecenazgo que disfrutaba del Emperador. Como más arriba se dijo, comenzó por redactar en arameo. No sabemos cuándo pudo salir al público esta versión original; a no dudarlo, unos cuantos años antes que la griega. Para verter a la lengua helénica, tuvo Josefo dificultades y necesitó ayuda de colaboradores varios; pero el borrador en griego, sobre el que trabajarían sus ayudantes, tuvo que componerlo él, cosa que le llevaría bastante tiempo. Tanto se demoró la salida definitiva de la Guerra , que en el momento de su aparición ya circulaba algún que otro relato del enconado conflicto, muy poco del gusto de nuestro autor58 . Parece que la publicación del texto griego se produjo al final ya del imperio de Vespasiano59 , entre 75 y 79 d. C. Fecha post quam es la de 75, pues en este año se produjo la erección del Templum Pacis , que aparece mencionada ya en el texto de Josefo60 . Fecha ante quam , la de la muerte del primer emperador Flavio, pues es seguro que Vespasiano conoció el texto61 . A lo más, cabría decir que Vespasiano pudo tener copia con anterioridad a la publicación propiamente hablando; ésta, en cualquier caso, hubo de tener lugar antes de 81, año de la muerte prematura de Tito.

2. «Antigüedades de los judíos »

Es éste el más voluminoso de los escritos de Josefo. Estamos ante un extenso tratado en veinte volúmenes sobre la historia del pueblo de Israel desde los orígenes hasta empalmar con la parte inicial de la Guerra . Precisamente lo que hace aquí Josefo es tratar aquello que, por excesivamente remontado en el tiempo, le parecía fuera de lugar incluir como pórtico de su anterior obra62 : la vieja historia de los judíos, su origen como nación y sus avatares de siglos. La intención es clara: evidenciar la gran antigüedad de los israelitas, que es tanto así como demostrar su excelencia y nobleza. El título original es Ioudaikè archailogía , en traducción latina Antiquitates iudaicae , de donde deriva la manera usual por que se le conoce entre nosotros. Preciso es entender «arqueología» en el sentido primigenio del término: relato de la historia más remota63 . Así se aplica en referencia a los capítulos primeros de Tucídides y en el título del trabajo histórico de Dionisio de Halicarnaso: Romaikè archaiología . En este caso la designación ordinaria de la obra de Josefo responde a la pensada por el propio autor.

Los veinte libros de este largo escrito son de extensión diferente, aunque dentro de un cierto equilibrio general. Los editores organizan cada uno de ellos en un número variable de capítulos y parágrafos, que oscilan respectivamente entre los ocho y los veintidós y entre los doscientos sesenta y ocho y los cuatrocientos noventa y uno. El libro I se abre con un prólogo en el que el autor explica sus propósitos y sus razones, así como la básica dependencia bíblica de sus páginas, y entra en materia tocando las raíces de Israel —y de la humanidad toda— desde la creación hasta la muerte de Isaac. Completa el libro II la historia, ya iniciada, de los patriarcas, arrancando con la historia de Jacob y de sus hijos y llegando hasta la huida de Egipto y el paso del Mar Rojo. El libro III está dedicado al vagabundeo de Israel por el Sinaí, conducido por Moisés, hasta la llegada a las puertas de la tierra prometida. En el libro IV, que narra los primeros conatos de conquista en tierras aledañas, se cierra la historia de Moisés hasta su muerte. La conquista propiamente dicha es el contenido del libro V, dedicado a la historia de Josué y de los primeros jueces. El VI cierra el relato de la judicatura y le hace seguir el de la historia del primero de los monarcas, Saúl. La historia del rey David llena por completo el libro VII, mientras que el VIII se refiere a los hechos de Salomón y a la primera parte de las monarquías independientes de Israel y Judá, hasta la destrucción de Samaría por los asirios. El libro X sigue con el repaso de las presiones orientales en Palestina, ahora sobre el reino de Judá, e incluye la conquista de Jerusalén por los neobabilonios de Nabucodonosor y la cautividad en Babilonia. El período persa, hasta Alejandro Magno, es el objeto del libro XI, y en el XII se trata la historia helenística de Israel hasta las guerras macabeas. El libro XIII arranca después de la muerte de Judas Macabeo y acoge todo el período de la dinastía Asmonea hasta la muerte de Alejandro Janeo y sus inmediatas consecuencias. Continúa en el XIV la historia de los Asmoneos hasta las discordias romanas de la guerra civil, de las que sacará partido Herodes el Grande. Los libros XV, XVI y XVII completan la historia de Herodes hasta su muerte y sucesión por Arquelao. Arranca el XVIII refiriéndose a los gérmenes de los nuevos movimientos nacionalistas encabezados por Judas el Galileo y narra los acontecimientos de Judea, ya convertida en provincia romana, hasta el intento de profanar el Templo por parte de Gayo Calígula. El libro XIX completa la historia de la Palestina romana de tiempos de Calígula y continúa con el período de Claudio hasta la muerte de Agripa I, y el último, el XX, resume el período que va desde el gobierno de Agripa II y del prefecto Fado hasta las puertas de la primera guerra judaica contra los dominadores romanos.

Se trata de una magna obra que sintetiza toda la historia bíblica más los dos siglos previos a los momentos en que vivió Josefo. Bastante más de la mitad del escrito es una paráfrasis de los textos bíblicos, aunque altamente interpretativa, de tal manera que nuestro autor merece sin duda que se le tenga por exegeta de la Escritura64 . Los últimos libros aportan un caudal de información inapreciable. Lo que pretende Josefo, que no escribe para sus correligionarios sino para los gentiles —como ocurre con la versión griega de la Guerra —, es presentar a quienes no la conocen la historia de Israel, la antigüedad y la importancia del pueblo judío, así como la excelencia de su religiosidad y el aprecio por los romanos, salvo excepciones, de su secular tradición. Antigüedades es a un tiempo una historia y una apología65 . El judío afincado en Roma y protegido de romanos expresa en esta voluminosa obra cuáles son sus raíces y cómo éstas, del todo nobles, no son discordes con la sociedad del Imperio, sino que, bien al contrario, constituyen una indudable aportación de grandeza religiosa y humana. Incorpora nuestro autor una gran riqueza de haggadot o tradiciones judías entremezcladas con la síntesis histórica, que no en balde está escribiendo en momentos de auge de la compilación y reflexión rabínicas, en las que eran maestros los fariseos, y que fariseo de formación y ejercicio había sido él mismo en su juventud y primera madurez. Ello hace que esta obra exceda con mucho en interés de lo que pudo ser el originario designio de Josefo; pudo escribir para gentiles, pero resultó un caudal inagotable para los judíos. Indudablemente la composición histórica de los períodos helenístico y romano y el material interpretativo y tradicional aprovechado, sin olvidar las fuentes que utiliza y nosotros conocemos tan sólo a través66 , hacen de Antigüedades una fuente fundamental para la historia del judaísmo.

Componer Antigüedades debió de suponerle a Josefo un trabajo de bastantes años; un esfuerzo en solitario de manejo del material y luego una labor de equipo para conseguir un griego escrito de suficiente calidad. Los especialistas creen cosa segura que también tuvo ayudas aquí, del mismo corte de las confesadas para la Guerra . No faltan quienes, apreciando detalles y rastreando reminiscencias, pretenden identificar a algunos de los ayudantes de Josefo en la redacción última de Antigüedades , y así hablan convencionalmente del secretario tucidideo o del secretario sofocleo67 . La fecha de terminación de tan magno escrito de Josefo aparece expresamente en las líneas que le sirven de cierre. Dice el autor que coronó su obra cuando alcanzaba la edad de cincuenta y seis años y corría el año décimo tercero del reinado de Domiciano. Estas dos referencias cronológicas nos llevan hasta 94 d. C. Se introduce aquí, sin embargo, una cuestión que puede alterar todo lo referente a datación de la obra de Josefo excepto la Guerra: la de si hubo una o dos ediciones de Antigüedades y la conexa y consecuente de la fecha de publicación de los escritos menores, especialmente de la Autobiografía . Sin adelantar lo que se dirá en los apartados inmediatos, diremos aquí que una obra ya clásica de Laqueur, hace bastantes decenios68 , pretendió ver dos conclusiones de Antigüedades69 , una que sería la del año expresamente señalado, el 94, y otra que correspondería a la reedición de momentos posteriores. No pocos autores han seguido esta hipótesis, que ni está suficientemente fundamentada ni deja de tener alguna que otra dificultad. Quienes piensan que hubo una segunda salida de Antigüedades la sitúan en el salto de siglos, pasado el año 10070 ; quizá sea más prudente quedarse con la letra de nuestro autor y desechar la idea de las dos ediciones71 .

3. «Autobiografía »

Como ha señalado ajustadamente Momigliano, no ha legado la Antigüedad significativo caudal del género autobiográfico72 . A lo más, algunos discursos autodefensivos con referencias vitales propias, y reflexiones e introspecciones que de alguna suerte son desvelamientos del sí, como podrían ser los Pensamientos de Marco Aurelio y las Confesiones de San Agustín; o, sería posible añadir, algún relato de acontecimientos concretos vividos por el autor, pero narrados con aparente distanciamiento, como los de Julio César. La presentación del propio itinerario vital, completa, minuciosa y en primera persona, no es cosa que se dé. La Autobiografía de Josefo es, pues, un hápax literario en el mundo grecorromano. La importancia de esta excepción es grande, porque la personalidad de Josefo y su itinerario vital son fascinantes, y porque nuestro autor pertenece y se refiere a unos acontecimientos y a un mundo tan atractivo como complejo. A esto se añade, ya en otro plano, la gran significación psicológica del género, que nos va presentando fenómenos siempre ilustrativos cuales la reinterpretación de la propia niñez, la autopresentación como figura singular73 y el desvelamiento muchas veces inconsciente de la propia verdad interior; filtros e iluminación a un tiempo de la realidad personal y de contexto que es la referencia fundamental del autobiógrafo. Estamos pues, por varias razones, ante un opúsculo de subido interés.

Los editores presentan la Autobiografía , título que obviamente no se remonta al autor, como un solo libro organizado en setenta y seis capítulos y cuatrocientos treinta parágrafos. A lo largo de su texto va haciendo Josefo memoria selectiva y desigual de los avatares de su vida, arrancando de su nacimiento y su entronque familiar y acabando con la sucesión de Tito por su hermano Domiciano y los favores que la nueva pareja le dispensaron, al surco de lo que habían hecho los anteriores mandatarios de la dinastía Flavia. Es curioso que el autor antiguo cuya vida nos es mejor conocida, gracias a este texto, sea al mismo tiempo uno de los más enigmáticos en lo referente a sus últimos años, precisamente los no incluidos en el relato. La Autobiografía es, pues, fuente fundamental para el hombre Josefo, y dado que el hombre desempeñó destacado papel en su momento, también para la circunstancia histórica. Esta importancia que destaco no está reñida con la debilidad indiscutible de muchos pasajes del escrito. Por una parte, son claras las divergencias y aun contradicciones entre esta y otras obras del autor, en especial la Guerra; de otro lado, los tics egolátricos y patológicamente autojustificatorios tan patentes en este texto obligan ya, sin más, a desconfiar de ciertos extremos de lo que se afirma y apurar la crítica posible, aunque sólo sea por el próximo riesgo de hipérbole y de manipulación interesada. Josefo escribe presionado por su discutida conducta y, más particularmente, polemizando con un implacable contradictor que le ha salido, Justo de Tiberíade74 , autor de un relato de la guerra judaica que produjo a nuestro autor profunda indignación, no sólo por la presentación general de los hechos, sino también por alusiones concretas a su persona que le dejaban malparado. Quizá porque no lo pudo evitar, Josefo se rebajó a polemizar con Justo en unas páginas que, como bien dice Hadas-Lebel, no se puede decir que le favorecieran y favorezcan75 ; lo que no contradice el interés que encierran para nosotros, leídas con la crítica que requieren. Es el calor de la polémica y la debilidad de algunas piezas del universo político de Josefo lo que explica los aducidos contrastes entre lo que en Autobiografía afirma y lo escrito anteriormente en la Guerra .

No es fácil fijar el momento exacto en que Josefo compuso su Autobiografía , aunque es indiscutible que el escrito pertenece a los últimos decenios de la vida de su autor, es decir, a la etapa de residencia en Roma. La última referencia datable es la antedicha de la subida de Domiciano al trono del Imperio, que ocurrió en el año 81 d. C. Lo más probable es que la publicación del texto sea posterior a esa fecha, bien porque la redacción también lo sea, o porque, iniciada antes, pudiera quedar coronada después de ella. Es cierto, de todos modos, que la composición de este relato autobiográfico es posterior a la de la Guerra , texto éste que, cual ha quedado ya dicho, es el primero de los de Josefo, y no menos cierto es que circuló o desde el principio o desde muy pronto como apéndice de las Antigüedades; y, dado que el texto de Antigüedades ha hecho pensar a muchos, como vimos en el anterior apartado, que presenta dos conclusiones76 , correspondientes a dos redacciones distintas, no es arriesgado afirmar, bien al contrario, que, si la teoría de la doble redacción responde a los hechos, la Autobiografía quedó añadida a la segunda de las ediciones de la obra larga, pues líneas antes de la segunda conclusión anticipa el autor que va a proceder a decir algo sobre su linaje y sobre los hechos de su vida77 .

Los dos pretendidos cierres de Antigüedades enmarcan la presentación y explicación de la Autobiografía que se edita aneja, y el segundo lleva referencia cronológica muy precisa: el presente del Josefo que escribe está en el año decimotercero del reinado de Domiciano y en el cincuenta y seis de su propia edad. Estas dos concreciones temporales apuntan a 94 d. C. Suponiendo que el cierre segundo sea el más reciente, ¿es esa de 94 la fecha ante quam , o la post quam? Porque podría ser que de hecho no se esté anunciando el comienzo de su redacción, sino que la Autobiografía