Aventura amorosa - Kelly Hunter - E-Book

Aventura amorosa E-Book

KELLY HUNTER

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Beschreibung

Él era el hombre perfecto para una Aventura amorosa. Charlotte Greenstone no tenía tiempo para los hombres, de modo que se inventó uno muy conveniente que, sin embargo, guardaba un parecido altamente inconveniente con el atractivo Greyson Tyler. Para proteger su humillante mentirijilla, Charlotte tuvo que rogarle a Grey que se hiciera pasar por su prometido. Cuando vio las impresionantes curvas de Charlotte, Grey no se pudo resistir a la tentación de hacer su propia y extravagante propuesta: Él fingiría ser su prometido con la condición de que los dos pudieran disfrutar de todos los beneficios de ser pareja.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2011 Kelly Hunter

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Aventura amorosa, n.º 349 - julio 2022

Título original: With This Fling…

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-047-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

CHARLOTTE Greenstone estaba pasando otra noche de vigilia junto a su madrina moribunda. La habitación del hospital había visto décadas de enfermedades y fallecimientos, pero Aurora Herschoval no se dejaba dominar por la tristeza; prefería recordar los buenos momentos de su vida, y hasta especulaba de forma bastante irónica sobre su incineración y sobre la posibilidad de que hubiera algo después de la muerte.

Pero aquella no había sido una de las mejores noches de su madrina. Le habían puesto morfina por el dolor y se había mostrado muy preocupada por el futuro de su ahijada. A Charlotte no le faltaban posesiones materiales, pero la preocupación de Aurora no carecía de fundamento en lo referente a la familia, a los amigos, a la cantidad de personas con las que podía contar cuando necesitara compañía y apoyo.

Charlotte sabía que su madrina tenía razón. Y se le había ocurrido la solución perfecta: un amante ficticio, hecho a su medida.

Un hombre muy apuesto.

Un hombre deliciosamente honorable.

Un hombre modesto pero con éxito.

Y en último lugar, aunque no en el menos importante, un hombre ausente.

Hasta entonces, su amante ficticio le había proporcionado muchas horas de diversión en la cama. Además, también había servido para tranquilizar a Aurora, porque su madrina pensaba que Thaddeus Jeremiah Gilbert Tyler era real y que cuidaría de ella cuando ya no estuviera a su lado.

Charlotte había creado todo un personaje. Un australiano con dinero, muy parecido a Sean Connery de joven, que recorría el mundo en una cruzada particular en favor de la ecología y de distintos proyectos de carácter humanitario. Sus compañeros de trabajo lo llamaban Tyler; su madre lo llamaba T.J.; su padre, simplemente hijo y ella, Gil.

Por si eso fuera poco, Charlotte se había tomado la molesta de añadir que Gil era hijo único. Como ella misma.

Y Aurora se lo había creído.

Sin embargo, su plan tuvo un fallo importante. Cuando Aurora le preguntó sobre su paradero, Charlotte respondió que en ese momento estaba en Papúa Nueva Guinea y que no tenía forma de comunicarse con ella, aunque había conseguido enviarle un mensaje a través de un indígena de la zona. En el supuesto mensaje, le decía que la amaba con locura y que ardía en deseos de conocer a Aurora porque había oído hablar mucho de sus éxitos como profesional, como coleccionista y como madrina de la propia Charlotte.

A su ahijada no le sorprendió que Aurora Herschoval quisiera conocer a Gil. La excéntrica mujer que se había convertido en la única familia de Charlotte desde el fallecimiento de sus progenitores, tenía tendencia a confundir a Gil con el padre de Charlotte. Y la confusión no se debía a la morfina que le inyectaban, sino al hecho de que su amante ficticio tenía muchas características de su difunto padre.

Definitivamente, no se podía negar que Thaddeus Jeremiah Gilbert Tyler era un personaje muy interesante. Un personaje que también rendía homenaje a Indiana Jones, el capitán Kirk y un par de piratas de la literatura.

Cómo no iba a extrañar su vitalidad, su sed de experiencias nuevas, su valentía, su pasión y el simple placer de su compañía, que le había ofrecido durante tantas noches. Gil era tan maravilloso que hasta había conseguido aplacar su dolor ante la desgracia que estaba a punto de ocurrir.

 

 

Aurora falleció cuando estaba previsto, dos meses después de que le diagnosticaran el cáncer; como le había dicho el médico.

Pero esta vez, el recuerdo de Gilbert no sirvió para refrenar las lágrimas de Charlotte. Lloró de puro alivio porque la muerte había puesto fin a los dolores de Aurora, y lloró de pura angustia porque Aurora había sido una madre y una amiga para ella.

Simplemente, lloró.

Naturalmente, Gilbert no pudo llegar a tiempo de conocer a la madrina de su amante. Estaba tan ansioso de verla que atajó por un territorio peligroso, donde quiso evitar el secuestro de unas jóvenes y murió en el intento. Las autoridades tenían pocas esperanzas de recuperar sus restos mortales. Se rumoreaba que se lo habían comido unos caníbales.

El fallecimiento de Gil fue un golpe duro para Charlotte. Y aunque todo en él fuera ficticio, también se ganó sus lágrimas.

Se las ganó de verdad.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

QUÉ estás haciendo aquí, Charlotte?

La expresión de sorpresa del profesor Harold Mead no encajó bien con su tono paternal y tranquilizador. Pero en el profesor Mead había muchas cosas extrañas; por ejemplo, su visión personal de la historia del antiguo Egipto o su versión de la jornada laboral, que ascendía a setenta horas semanales.

Sin embargo, a Charlotte le extrañó que se sorprendiera. Ciertamente, eran las siete y media de la mañana de un lunes y ella nunca llegaba tan pronto; pero tenía todo el derecho del mundo a estar allí.

—¿Charlotte? —repitió.

—He venido a trabajar. O al menos, es la intención que tenía —respondió al fin—. ¿Hay algo malo en eso?

—No, en absoluto, pero no te esperábamos hoy. Como ayer enterraron a tu madrina, supusimos que te tomarías unas vacaciones para recuperarte.

Ella asintió. El profesor había tenido el detalle de asistir al entierro, aunque apenas conocía a Aurora.

—Supongo que fue una buena ceremonia —dijo con suavidad—. La celebración final de una vida bien vivida… Gracias por asistir.

—No hay de qué. Pero si necesitas unos días libres…

—No —dijo con rapidez—. Si es posible, preferiría quedarme. Me encuentro bien.

Charlotte le dedicó una sonrisa que pretendía ser tranquilizadora, pero el profesor frunció el ceño. La conocía demasiado bien.

—En serio, estoy perfectamente —insistió—. Además, prefiero trabajar. Creo haber encontrado una pista sobre los fragmentos de cerámica que se encontraron en el yacimiento de Loess.

—Eso puede esperar. O se lo puedes pasar a otra persona… tal vez, al doctor Carlysle. ¿Sabes si está en el yacimiento? El doctor Steadfellow habla muy bien de él.

—Y yo estoy segura de que es un gran profesional, pero prefiero hacerlo yo.

El yacimiento de Loess era un descubrimiento de Charlotte y de su difunta madrina. De hecho, sólo habían permitido que Steadfellow se hiciera cargo con la condición de que ella formara parte del equipo de investigación. Pero el buen doctor se olvidó del acuerdo en cuanto Carlysle se unió al equipo.

—Harold, sé que Steadfellow y Carlysle pretenden quedarse con la investigación del yacimiento. Sé que son profesionales altamente cualificados, pero ésa no es la cuestión… habíamos acordado que yo participaría. Y me están apartando.

—Charlotte, sé razonable. Todo el mundo sabe que el descubrimiento fue tuyo. Nadie pone en duda tus derechos sobre el proyecto, pero ¿crees que éste es un momento oportuno para desafiar a tus colegas? Además, cabe la posibilidad de que sólo pretendan ayudarte; a fin de cuentas, saben que lo estás pasando mal.

Charlotte oyó las palabras del profesor e hizo un esfuerzo por creerlo a él y por creer que Steadfellow honraría su palabra y que reconocería su contribución al descubrimiento, pero no estaba segura. No podía pensar con claridad. Llevaba demasiadas noches sin dormir. La muerte de Aurora la había afectado mucho.

—Hablaré con Steadfellow. Y sobre Carlysle… bueno, ya se nos ocurrirá algo.

Mead sonrió.

—Excelente. Sabía que sabrías ser generosa en este asunto. Ya has publicado tres veces más que la mayoría de los arqueólogos a tu edad; estoy seguro de que uno de estos días te ofrecerán un contrato fijo.

—¿Aunque me consideren una enchufada?

—Charlotte… sé que tu madrina te ayudó mucho con sus contactos en el mundo de la arqueología; sé que el apellido de tu familia tiene peso en nuestro sector y también sé que las empresas privadas no habrían sido tan generosas con nosotros sin la intervención de Aurora. Pero tienes que cambiar de actitud. Tu madrina ha muerto y habrá gente que te observe con atención para saber si tus contactos han desaparecido con ella.

El profesor respiró hondo y la miró a los ojos antes de continuar.

—Eres una pieza esencial en este departamento, pero espero que aceptes el consejo de un viejo… perder el yacimiento de Loess sería el menor de tus problemas. Deberías considerar la posibilidad de dedicar una temporada al trabajo de campo y renovar tus contactos en persona. Si yo estuviera en tu lugar y quisiera volver a estar dentro del juego, saldría de esta oficina y regresaría a las excavaciones. Tu posición sería entonces inexpugnable.

Como Charlotte no dijo nada, Mead añadió:

—Pero si no lo deseas lo suficiente…

Charlotte callaba precisamente por eso, porque ya no sabía si lo deseaba lo suficiente. Y Mead estaba al tanto de sus dudas.

—Sé que no eres de las que hablan de su vida privada con sus compañeros de trabajo, pero me han contado lo que le pasó a tu novio. Es horrible.

Charlotte tuvo que hacer un esfuerzo para no quedarse boquiabierta. Aquello no tenía sentido; se suponía que Thaddeus Jeremiah Gilbert Tyler era un personaje ficticio que sólo existía en su mente y en la mente de la difunta Aurora.

—¿Qué te lo han contado? ¿Quién? ¿Cómo… ?

—Una de las enfermeras del hospital está casada con Thomas, del departamento de estadística. Cuando se enteró, nos lo contó a nosotros.

—Ah…

Charlotte se maldijo por haber cometido el error de dar muerte a su personaje en lugar de haber inventado una ruptura o cualquier otra cosa menos llamativa, que no hubiera despertado el interés de nadie.

Pero ya no tenía remedio.

—Con Aurora sabías que se iba a morir y tuviste la oportunidad de prepararte; pero lo de tu novio… No sé qué decir, Charlotte. Es algo verdaderamente terrible. Si necesitas descansar un poco, lo entenderemos de sobra.

—Gracias.

La voz de Charlotte sonó tan quebrada que el profesor retrocedió de repente, como si tuviera miedo de que rompiera a llorar. Pero no fue el único que se espantó ante esa perspectiva. Charlotte estaba tan sorprendida como él.

Lenta, muy lentamente, recobró la compostura. Echó los hombros hacia atrás, alzó la barbilla, sonrió y se recordó que era una Greenstone; todo lo que Aurora le había enseñado y dicho mil veces a lo largo de los años.

—Gracias, Harold. Agradezco sinceramente tu preocupación y tus consejos. Los agradezco de verdad, pero prefiero volver al trabajo.

 

 

Si Charlotte pensó que su conversación con Mead había resultado incómoda, se equivocó; a decir verdad, casi resultó agradable en comparación con la actitud de sus compañeros de trabajo, que la bombardearon con condolencias y palabras de pésame que, en muchos casos, ni siquiera sentían.

En cuanto pudo, se encerró en su despacho e intentó trabajar. Pero ni siquiera veía la pantalla del ordenador. Su sentimiento de pérdida era tan intenso y tan doloroso que no lograba concentrarse. Incluso pensó que debía resucitar a Gil e inventar después que la había abandonado o que ella lo había abandonado a él.

—¿Cómo te va? —preguntó una voz desde la puerta.

Era Millie, una buena amiga. Una amiga que merecía algo mejor que una historia completamente falsa.

—Tirando —respondió con una sonrisa débil—. Puedo asumir las condolencias por la muerte de Aurora, pero las de Gil me superan.

Millie se acercó y se sentó en el borde de la mesa.

—Bueno, ten en cuenta que la gente siente curiosidad… ¿Desde cuándo nos conocemos? ¿Desde hace dos años? Somos amigas, trabajamos juntas y no me habías dicho nada de ese hombre. Ni siquiera insinuaste que te hubieras comprometido. De hecho, no llevas anillo de compromiso.

—No era un asunto muy serio —respondió—. No era serio en absoluto.

—¿Cuánto tiempo llevabas con él?

—Una temporada. Gil era muy independiente, un aventurero… —afirmó, dejándose llevar por sus ensoñaciones—. Un hombre apasionado, lleno de vida, paciente…

—Y sexy.

—Sí, también.

Ella asintió.

—Empiezo a comprender que te gustara.

Charlotte sonrió con ironía.

—Bueno, ya da igual. Ha terminado.

—Qué extraño. Por tu forma de hablar, cualquiera diría que te sientes más aliviada que triste por su desaparición.

Charlotte decidió que debía cambiar de estrategia. Nadie entendería que sobrellevara tan bien la muerte del hombre que teóricamente había sido su novio.

—No, ni mucho menos.

—¿Tienes alguna fotografía suya?

—¿Cómo?

—Una fotografía. De tu prometido.

—Ah, sí, creo que tengo una en algún sitio… —mintió—. Pero no te preocupes por mí, Millie. Estoy bien. Digamos que exageré mi interés hacia Gil para que Aurora se sintiera mejor.

—Ah, comprendo… pero fuera como fuera vuestra relación, deberías concentrarte en los buenos tiempos que pasasteis juntos y olvidar el resto. Además, es natural que estés enfadada con él. A fin de cuentas, fue tan estúpido como para terminar de plato de unos caníbales. Debería haber sido más cuidadoso.

—No, no tengo derecho a estar enfadada. Es que han pasado tantas cosas últimamente…

—Lo sé. Y no deberías estar aquí. ¿Por qué no te marchas unos días de vacaciones, Charlotte? Ve a la playa, alquila una casa y descansa un poco. Concédete la oportunidad de llorar la pérdida de Aurora y de Gil.

Charlotte sacudió la cabeza.

—No puedo.

—¿Por qué no?

—Porque necesito seguir ocupada. Porque necesito estar con gente, con las personas que conozco… aunque crean que soy una niña mimada que consiguió este trabajo por enchufe y que carece de las habilidades y de la inteligencia necesarias para ser arqueóloga.

—¿Quién ha dicho eso? —bramó Millie—. ¿Ha sido Mead? Maldito mal nacido…

Charlotte se sintió obligada a defender al profesor.

—No, Mead no ha dicho eso en absoluto. A decir verdad, ha sido extraordinariamente amable conmigo.

—No lo ha dicho, pero lo ha insinuado; ¿verdad? Lo conozco muy bien.

—Él no ha insinuado nada. Me temo que soy yo quien lo insinúa. Me siento muy insegura, Millie —le confesó—. Sólo sé que hoy necesito sentirme parte de una comunidad y que esta comunidad es la única que conozco. ¿Te parece extraño?

Millie sonrió con afecto.

—Ni mucho menos, Charlotte. Pero no te preocupes por eso; tendrás la comunidad que necesitas.

 

 

Millie Peters era una mujer de buen corazón. Durante el resto del día, hizo todo lo que estuvo en su mano para asegurarse de que Charlotte no se quedara sola. Al salir de trabajar, la mitad del departamento de arqueología se fue con ella al cine; y a la noche siguiente, Millie y su última conquista, Derek, la invitaron a cenar en un restaurante de la zona.

Derek, que trabajaba como constructor, había estudiado Geología e Historia en la universidad y ahora estaba estudiando Arqueología. Cuando entraron en el restaurante, Charlotte se acercó a la barra para pedir las bebidas y Derek y Millie se sentaron a una mesa.

—Creo que voy a pedir una chuleta de cerdo —dijo él.

—Si yo estuviera en tu lugar, me lo pensaría dos veces —dijo Millie—. Desde que esos indígenas se comieron al novio de Charlotte, no dejo de pensar en lo que se dice…

—¿A qué te refieres?

—A que la carne humana sabe a cerdo.

Derek miró a Millie con horror.

—Está bien. Entonces, tomaré pato.

—Buena elección. Deberías pedirlo estofado.

—¿Estofado? Sabes que lo prefiero asado —comentó con extrañeza—. Ah, ahora lo entiendo. No quieres que lo pida asado porque crees que esa tribu asó al tal Gil antes de comérselo. Pero es una tontería, Millie… además, es posible que lo cocieran.

—Tienes razón —murmuró—. Entonces, pide verduras.

Charlotte llegó a la mesa en ese momento. Aunque su amiga no lo imaginaba, había oído su conversación.

—¿Millie?

—¿Sí?

—Deja que el pobre Derek pida cerdo. Te aseguro que no me parecerá una metáfora de la muerte de Gil.

Derek la miró con humor y dijo:

—Sabía que tenías más sentido común que Millie.

Millie le dio un golpe con la carta del restaurante, molesta.

—¿Cómo era? —continuó Derek—. Tu prometido.

—Bueno, tenía una personalidad difícil de definir… pero si tuviera que resumir su carácter, diría que era muy apañado.

—¿Apañado? ¿En el sentido de que sabía arreglar enchufes? —ironizó Millie.

—Sí, supongo que habría sido capaz.

—Como todo el mundo —intervino Derek.

—No, no todo el mundo sabe hacer esas cosas.

—Y supongo que Gil también sería tan modesto como Derek —dijo Millie.

—¿Qué insinúas? Yo puedo ser muy modesto…

—No lo dudo en absoluto —comentó Charlotte, mientras miraba su camiseta desgastada y su pelo revuelto—. Gil también vestía como tú… era algo rústico y bastante informal. Siempre estaba preparado para cualquier cosa que pudiera surgir.

—La elegancia en el vestir está sobrevalorada —observó Derek—. Lo que importa es lo que está debajo de la ropa. Y ni tú ni nadie me vais a convencer de lo contrario.

—Ni te voy a convencer ni lo intentaría. Pero ya que mencionas lo que está debajo de la ropa, Gil tenía un cuerpo magnífico —bromeó Charlotte.

—A diferencia de otros —declaró Millie.

—Eh, nadie es perfecto —protestó Derek—. Sobre todo, a ojos de una mujer… Una mujer decidida y con motivos, tiene la habilidad de conseguir que las mejores virtudes de un hombre parezcan defectos. Y la mayoría de las veces, sus motivos pueden ser una cosa y su contraria.

—Vaya, vaya… —murmuró Charlotte—, por lo visto, has sufrido algún desengaño amoroso. Venga, cuéntanoslo.

—Nunca.

—Seguro que su madre fue demasiado crítica con él —se burló Millie.

—Soy huérfano. No llegué a conocer a mis padres. Me críe en una inclusa… y según la hermana Ramona, yo era el niño más feo del mundo.

—Eso explica muchas cosas —dijo Millie—. Aunque no explica cómo es posible que el niño más feo del mundo se convirtiera en un hombre tan atractivo. Bueno, si es que esos rasgos tan duros se pueden definir así.

—Gracias por el halago —dijo Derek.

—De nada.

Cuando pidieron la cena, Charlotte alzó su vaso y propuso un brindis.

—Por la maravillosa Aurora Herschoval —dijo—. Por la mejor madrina que una huérfana pudo tener.

—Y por Gil, ese hombre tan apañado —dijo Derek—. Porque en la otra vida, si es que la hay, demuestre tener más cerebro.

—¡Derek! —protestó Millie, horrorizada—. ¡No podemos brindar por eso!

—¿Por qué no? —preguntó Derek con expresión inocente—. Cariño, puede que fuera un hombre mañoso, atractivo, modesto y con el cuerpo del mismísimo Apolo, pero seamos sinceros… consiguió que se lo comieran.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

DURANTE las semanas siguientes, Charlotte se dedicó en cuerpo y alma al trabajo. Había considerado la posibilidad de dejar la oficina y volver al trabajo de campo, como había sugerido el profesor Harold Mead, pero no estaba segura de nada.

Sólo sabía que había heredado la fortuna de Aurora y su mansión del puerto de Sidney. Y que seguía atrapada en la historia ficticia de su amante muerto.

Se preguntó si sería demasiado tarde para confesar la verdad a Millie y al resto de sus compañeros. Pero no se atrevía. Una revelación como ésa, destrozaría su imagen profesional y personal. Se diría que era una niña mimada sin sentido de la responsabilidad; se diría que era una enchufada que había conseguido el puesto por los contactos de su madrina; incluso se diría que estaba loca.

—¡Charlotte!

Al oír la voz, se sobresaltó.

—¿Qué? ¿Cómo?

Era Millie.

—¿Qué ocurre? No me has oído entrar ni has oído que te llamaba.

—Lo siento… estaba pensando.

Millie frunció el ceño, preocupada. Tenía la impresión de que, últimamente, su amiga pensaba demasiado.

—¿Qué querías? —preguntó Charlotte.

Millie dudó un momento. Parecía incómoda.

—Cuando lo sepas, me vas a matar… —dijo con ansiedad.

—Oh, vaya.

—Sólo intentaba ayudarte.

—¿Ayudarme?

—Verás… envié un mensaje de correo electrónico al Research Institute de Papúa Nueva Guinea para ver si tenían una fotografía de Gil. Quería dártela para que te sintieras mejor; pensé que te gustaría tener algo tangible de él. Y como supuse que no me darían nada si firmaba con mi nombre, firmé con el tuyo.

Charlotte la miró con espanto.

—¿Y qué ha pasado?

—Una de las secretarias me respondió y me dijo que intentaría encontrarla. Después, preguntó si quería que la enviara a tu dirección de la universidad y yo dije que sí.

—¿Y?

—Que acaba de llegar una caja con membrete de Papúa Nueva Guinea. Sospecho que son los efectos personales de Gil.

Charlotte parpadeó.

—¿Sus efectos personales?

Millie asintió.

—Te prometo que sólo le pedí una fotografía; ni siquiera insinué que quisieras sus cosas… Además, no se me habría ocurrido. Supuse que Gil tendría familia y que se las enviarían a sus padres.

—Ya —dijo, atónita.

—Tú tienes la dirección de sus padres, ¿verdad?

—¿Cómo? Sí, sí, claro…

—¿Qué quieres que haga con la caja? ¿La subo a tu despacho o la llevo a tu coche? Ahora mismo está en la escalera de la planta baja.

Charlotte volvió a parpadear.

—Será mejor que le eche un vistazo.