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Tras haber perdido toda su creatividad, Eden Montgomery tenía las esperanzas puestas en aquella cita con Alec Ramsey, no sólo para inspirarla en su trabajo, sino también en su vida personal. Un hombre como Alec, guapísimo y seguro de sí mismo, era exactamente lo que ella necesitaba para ponerse en marcha... y dejarse llevar en una aventura llena de deseo y pasión. Eden y Alec creían tenerlo todo bajo control: no pasarían demasiado tiempo juntos ni se implicarían emocionalmente en aquella relación. Pero las increíbles fantasías sexuales que compartían no tardarían en hacer añicos todos sus planes…
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Seitenzahl: 234
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
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Planta 18
28036 Madrid
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© 2004 Lori Wilde
© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Bajo control, Elit nº 445 - febrero 2025
Título original: Packed With Pleasure
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410745780
Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
—¿Esposas forradas de terciopelo rojo?
—Sí.
—¿Vendas de seda?
—Sí, aquí están.
—¿Pantys-liguero, color carmesí?
—También.
—¿Aceite para masajes con olor a canela?
—Sí.
—¿Cámara de vídeo y cassettes para grabar?
—Sí, está todo.
—¿Suficientes preservativos?
A oír aquella pregunta, Eden Montgomery chasqueó la lengua y miró con disgusto a su menuda ayudante de cabello escarlata.
—Ashley, soy una profesional. Por supuesto que he incluido preservativos.
—Sólo quiero evitarte problemas —se defendió.
—¿Problemas? —preguntó, arqueando una ceja—. ¿Qué tipo de problemas?
Ashley carraspeó.
—Bueno, no he querido decir nada porque se trata de un pedido urgente, pero ¿no has caído en la cuenta de que hace un par de meses creaste una cesta exactamente igual a ésta? Creo que entonces la llamaste Seducción roja.
Eden miró a su ayudante con incredulidad, pero le bastó echar un simple vistazo a la cesta para comprobar que Ashley tenía razón. Por desgracia, la cesta era idéntica a la que había preparado para el cuadragésimo quinto cumpleaños de un famoso actor de Broadway. Hasta el papel bermellón que había utilizado para adornarla era igual.
—No la mires de ese modo. Repetir una creación no es ninguna tragedia, aunque anuncies las cestas diciendo que todas son únicas. Lo digo en serio, Eden. Además, ¿quién lo va a saber?
—Yo.
Eden comenzó inmediatamente a desmantelar la cesta y a dejar su contenido sobre la encimera. Su reputación dependía del respeto que tuvieran a su palabra y no quería que la acusaran de hacer publicidad engañosa.
—Te recuerdo que no tenemos tiempo para cambiarlo todo. El cliente vendrá a recoger la cesta esta tarde.
—Me da igual.
—¿Y qué piensas hacer ahora?
—Todavía no lo sé —respondió Eden mientras miraba la cesta.
—Debes admitir que estás algo desconcentrada desde hace un mes —comentó Ashley—. Necesitas unas buenas y largas vacaciones.
Eden pensó que su estado no se debía a un simple problema de falta de concentración. En realidad, se sentía estancada.
Era la propietaria de una pequeña boutique de Manhattan, llamada Wickedly Wonderful, que estaba especializada en cestas de productos eróticos para ocasiones especiales como lunas de miel y aniversarios. Su negocio dependía íntegramente de la fuerza de su creatividad, y por desgracia, parecía haberla abandonado.
Se sentía bloqueada, atascada, atrapada contra una pared imaginaria, sin ideas originales.
Ya no se divertía.
Intentó animarse y se dijo que podía hacerlo, pero no era tan fácil. Ni siquiera recordaba cuándo había dejado de interesarse realmente por su trabajo. Ashley tenía razón al afirmar que no era la misma desde hacía un mes, pero no sabía por qué.
Dos años atrás, un trágico accidente la había animado a especializarse en productos eróticos. Antes de aquello tenía una tienda de regalos y se dedicaba a preparar típicas cestas de regalos para fiestas, aunque los beneficios apenas daban para sobrevivir.
Pero entonces sucedieron dos cosas. Primero, un buen día un cliente habitual le pidió que le preparara una cesta erótica para la luna de miel de su hermana. Y acto seguido, se incendió el edificio donde vivía Eden.
Eden había conseguido salir indemne, e incluso salvó la vida de su vecina, la anciana señora Grant, a escapar de las llamas. Sin embargo, volvió a entrar para ayudar al resto de los vecinos y un techo se derrumbó sobre ella, atrapándola. Los bomberos llegaron justo a tiempo de evitar que muriera asfixiada. Pero no llegaron a tiempo de evitarle varias quemaduras de tercer grado.
Al recordar lo sucedido, cerró los ojos. Aquella noche había cambiado su vida para siempre.
De forma inconsciente se llevó una mano a la tripa.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Ashley, al notar su gesto de preocupación—. ¿Quieres que hablemos?
—No, no, gracias.
Eden no se sintió muy cómoda con la posibilidad de confesar sus emociones a su ayudante. Normalmente era ella quien ofrecía sus hombros a los demás para que llorasen.
—¿Tiene algo que ver con el incendio?
Su jefa la miró con cierta sorpresa. Ashley podía dar la falsa impresión de ser superficial por su temperamento desenfadado, pero era mucho más perceptiva que la mayoría de las personas que conocía.
—¿Por qué dices eso?
—Porque te entristeces cada vez que piensas en aquel incendio.
Eden apartó la mano de su vientre. El verano anterior había pasado por el quirófano y las cicatrices provocadas por las quemaduras se notaban mucho menos ahora. Se dijo que no tenía motivos para preocuparse de aquel modo, que debía dejar de dar vueltas a lo sucedido. Pero no resultaba tan fácil porque, a fin de cuentas, las quemaduras estaban directamente relacionadas con su pérdida de creatividad.
Después del incendio, un importante periódico de la ciudad había publicado una columna sobre ella donde se afirmaba que era una heroína. A Eden no le gustó demasiado el calificativo, y mucho menos la atención del público, porque se había limitado a hacer lo que habría hecho cualquiera en semejantes circunstancias.
Sin embargo, la intervención de la prensa había resultado muy rentable para ella. Un reportero y un fotógrafo pasaron por el edificio incendiado para cubrir el suceso y vieron el encargo especial que había realizado Eden. Al reportero le encantó y escribió en su artículo que Eden era una especie de Renoir de las cestas eróticas.
Tras la publicación del texto, el teléfono de Eden no dejó de sonar. Comenzaron a hacerle multitud de pedidos y hasta decidió cambiar el nombre de la tienda, de Hildy's Hideway a Wickedly Wonderful, porque resultaba mucho más atractivo.
Naturalmente, sus problemas financieros desaparecieron de inmediato. Pero se sentía como si estuviera engañando a todo el mundo. Por mucho que vendiera productos eróticos, ella no tenía ningún tipo de experiencia personal sobre las aventuras sexuales que creaba en sus cestas. Era simple imaginación.
Decidida a borrar aquella sensación, estudió todos los libros y manuales de erotismo que pudo encontrar, desde el Kamasutra a la Historia de O. Y sus conocimientos recientemente adquiridos, combinados con su licenciatura en Historia del arte, estimularon su producción.
Durante un tiempo le había parecido divertido. Se dedicaba en cuerpo y alma a su trabajo y de paso podía explorar, aunque fuera teóricamente, las fantasías que nunca había experimentado.
Hasta entonces, Eden sólo había tenido un amante: Harry Jackson, un viejo amigo de la universidad que siempre le había caído bien pero que no la excitaba en exceso. Cuando tenía veinte años, Eden pensó que ya era demasiado mayor para ser virgen y decidió hacer algo para solventar el problema. Fue una decisión intelectual, nada apasionada, y el resultado se atuvo a ese criterio.
Eden siempre había sido algo tímida en cuestiones emocionales y no se sentía cómoda con la entrega que implicaba el amor apasionado. Además, su falta de experiencia la llevaba a juzgar negativamente a su madre, quien cambiaba de amante con cierta frecuencia, y a no querer ser como ella.
A pesar de todo, su relación con Harry podría haber sido algo más interesante si él no hubiera sido, también, virgen. En tales circunstancias, el encuentro amoroso estaba condenado a no ser precisamente una fiesta de fuegos artificiales. Pero tuvo algo bueno: los dos sabían lo que querían, ninguno salió herido y ambos consiguieron sus objetivos.
Ahora, mucho tiempo después, volvía a sentirse culpable y deprimida por no saber nada de sexo. Era una profesional y no permitía que las cuestiones personales obstaculizaran su trabajo, pero era demasiado consciente de su situación aunque había hecho todo lo necesario para que su limitada experiencia permaneciera totalmente en secreto. Al fin y al cabo, suponía que nadie querría comprar cestas eróticas a una diseñadora cuya vida sexual era inexistente.
De nuevo, intentó reaccionar y salir del bucle emocional en el que había caído, pero no podía. Se sentía vacía, sin ideas.
Cerró los ojos e intentó imaginar a un hombre atractivo, pero no vio nada.
Se concentró un poco más y decidió pensar en algún actor particularmente sexy, pero no sirvió de mucho: no encontraba nada que la excitara, nada que la animara a seguir trabajando.
Aquello sólo sirvió para empeorar su estado. No era tan inconsciente como para no darse cuenta de que el simple hecho de no ser capaz de imaginar a un hombre atractivo era un excelente ejemplo de la vacuidad de su vida.
Asustada, se preguntó qué pasaría si no conseguía salir de aquel atolladero, si no volvía a sentirse deseada, si el negocio se hundía y perdía la tienda que había sido propiedad de su abuela Hildy durante cuarenta años, antes de que ella la heredara.
Ya se veía en la calle, durmiendo entre cartones, cuando hizo un último esfuerzo por reaccionar y abrió los ojos.
—No te dejes llevar por la preocupación, Eden —dijo entonces Ashley—. Venga, vamos a arreglar esa cesta… Podemos sustituir las objetos rojos por otros de color negro y cambiarle el nombre a la creación.
—Pero el cliente los quería rojos…
—Entonces, sólo haremos unos cuantos cambios. Para empezar, podemos envolver la cesta con una pieza de satén y remplazar las esposas por cuerdas. Y luego, propongo que sustituyamos el aceite para masajes por braguitas comestibles.
—Ésa no es la idea que tenía…
—No sé cuál era la idea que tenías, pero es lo mejor que podemos hacer si no quieres que repitamos la misma cesta.
—Tienes razón, es verdad. Lo haremos a tu modo.
Las dos mujeres trabajaron en silencio durante unos minutos, mientras reorganizaban la cesta. Pero en un determinado momento, Ashley preguntó:
—¿Seguro que no quieres hablar?
Eden agradeció el interés de su ayudante y amiga, aunque no estaba segura de querer contarle sus secretos. Ashley era más joven que ella, pero sospechaba que su experiencia sexual era muy superior y que seguramente le habría dado algún consejo alocado y apasionado, como que se acostara con algún desconocido.
En realidad, Eden lo había intentado. Unas semanas antes había decidido recobrar su feminidad y aceptó el ofrecimiento de Josh Cameron, un tipo al que acababa de conocer. Pero la experiencia no pudo ser más catastrófica. En cuanto se desnudaron y Cameron vio sus cicatrices, se marchó corriendo sin hacer el amor con ella.
Aquello, por supuesto, no había mejorado la confianza de Eden en sí misma.
—¿Sabes por qué creo que tienes ese aspecto tan triste? —preguntó Ashley.
Eden respondió sin prestarle demasiada atención, mientras envolvía la cesta con satén rojo.
—No, no lo sé.
—Porque necesitas un buen revolcón.
—¡Ashley! —protestó ella.
—No te enfades conmigo. Y deja de amenazarme con ese vibrador con forma de hombre que tienes en la mano… Lo digo en serio, Eden. Creo que tus cestas no son demasiado imaginativas últimamente porque necesitas un poco de inspiración.
—Muchas gracias por darme tu opinión. La tendré en cuenta.
—Conozco a cierto pintor especializado en desnudos que podría ser perfecto para ti. De hecho, estoy segura de que os llevaríais bien.
—Puedo buscarme mis propios amantes, Ashley.
—Si tú lo dices… Llevo diez meses trabajando contigo y no te he visto con ningún hombre. Te pasas la vida en un mundo de fantasías, pero nunca las vives. Y en esas condiciones, no me extraña que estés perdiendo el interés por todo.
—Aprecio mucho tu preocupación, pero mi vida amorosa es asunto exclusivamente mío. Y ahora, si no te importa, me gustaría que cambiáramos de conversación.
Ashley se encogió de hombros.
—Está bien, como quieras.
En aquel momento sonó la campanilla de la puerta del local y apareció una mujer de rasgos afilados y ropa atrevida y elegante.
Era Jayne Lockerbee, la clienta preferida de Eden.
En cuanto la vio, se sintió mejor. La pelirroja, de avanzada edad, era una ferviente defensora de la necesidad de disfrutar del sexo y de hablar y discutir libremente sobre el asunto. De hecho, disfrutaba provocando y asustando a sus conservadores parientes y amigos con las cestas de Eden.
—¡Hola, Jayne! —exclamó Ashley con el habitual desparpajo que tanto envidiaba su jefa.
—Hola, Ash. ¿Cómo va todo? —preguntó la mujer, sonriendo.
—Bien. Y tú, ¿cómo estás?
—Tan sexy como siempre —respondió Jayne—. Precisamente he venido por eso. Necesito una cesta muy especial para conmemorar mi trigésimo aniversario de bodas.
—¿En serio? Vaya, eso sí que es una ocasión especial… Llevar casada treinta años con la misma persona y seguir disfrutando del sexo no es tan común —comentó Ashley.
—Tal vez no, pero en nuestro caso es tan apasionante como el primer día. Te aseguro que no hay nada tan excitante como la experiencia —comentó Jayne—. En cuanto a la cesta, se me ha ocurrido que podría ser algo relativo a Tarzán y Jane, por ejemplo… ¿Podrías crear algo para mí a partir de esa idea, Eden?
—Claro que podemos —respondió Ashley—. Eden está ocupada ahora mismo con otro encargo, pero puedo hacerlo yo si os parece bien.
Normalmente era Eden quien se encargaba de gestionar todos los asuntos relativos a las cestas, pero Ashley conocía los gustos de Jayne y quería ayudar a Eden a salir del paso. Su clienta no tenía por qué saber que estaba deprimida y sin ganas de trabajar.
—Excelente idea —dijo Eden.
Los ojos de Ashley se iluminaron. Sabía que contaba con la confianza de Eden, pero nunca hasta entonces le había dado tanta libertad.
—¿En serio? —preguntó Ashley.
—Claro que sí —respondió Eden—. Seguro que a Jayne no le importa que te encargues tú esta vez. ¿Verdad?
—Por supuesto que no me importa. Además, sería una ocasión perfecta para que Ashley me ponga al día de sus aventuras sexuales —sugirió maliciosamente la mujer—. Todavía no he olvidado lo que significa ser tan joven…
El comentario de Jayne preocupó aún más a Eden. Por lo visto, su clienta consideraba que la única joven presente era Ashley; y dado que apenas la sacaba unos pocos años, eso no la dejaba en muy buen lugar.
—Precisamente acabamos de recibir unos taparrabos de imitación de piel de leopardo —dijo Ashley.
—Suena muy prometedor…
—Ven conmigo y te los enseñaré.
Ashley acompañó a Jayne al almacén de la tienda, momento que Eden aprovechó para volver a concentrarse en la cesta que estaba preparando.
Más desconsolada que nunca, se preguntó qué se sentiría al mantener una relación durante treinta años, como Jayne, y seguir disfrutando del sexo. En aquel momento estaba casi segura de que nunca conseguiría tener nada parecido.
Suspiró y se dijo que algunas personas tenían suerte con el amor. Pero ella no se encontraba en esa categoría.
Sin embargo, Eden intentó convencerse de que la falta de amor no implicaba que no pudiera disfrutar de relaciones sexuales sin complicaciones, tal y como hacía su madre. A fin de cuentas, lo estaba deseando. Lo necesitaba por razones puramente personales y lo necesitaba por razones, incluso, profesionales; era la mejor forma de adquirir experiencia, que más tarde podría aplicar a sus creaciones.
Ahora estaba convencida de que su actitud pacata y cauta hacia el sexo había durado demasiado tiempo. La falta de experiencia la hacía sentirse un fraude, cuestión que explicaba, en gran medida, su repentina falta de inspiración.
Además, sabía perfectamente que el hecho de que Josh fuera un cretino no significaba que todos los hombres lo fueran y se asustaran al ver sus cicatrices. En alguna parte había hombres sensibles e inteligentes que sabían tratar a una mujer.
El simple hecho de pensar en un amante de tales características bastó para que sintiera una profunda nostalgia. Necesitaba acostarse con alguien, dar un paso adelante y comenzar a arriesgarse un poco; pero, lamentablemente, en su vida no había ningún candidato al puesto.
Cuando terminó de preparar la cesta, la dejó a un lado y alzó la cabeza para mirar la calle. El ambiente estaba cargado, como si estuviera a punto de llover, y el viento arrastraba las hojas caídas de los árboles.
Era una típica, enigmática y densa tarde de principios de otoño, cargada de electricidad. La clase de tardes que siempre la habían excitado y que la hacían soñar con las múltiples posibilidades de un encuentro con un atractivo desconocido.
Fue entonces cuando lo vio.
Avanzaba por la acera con absoluta seguridad, como si se sintiera el dueño del mundo y todo girara a su alrededor.
Eden contuvo la respiración durante unos segundos y sintió un escalofrío.
Era un hombre impresionante. Alto, fuerte, delgado, de cabello oscuro y ligeramente largo, lo que contribuía a darle una imagen rebelde a pesar de su elegante traje. Su rostro era atractivo, de rasgos clásicos; su boca, extremadamente tentadora; y sus ojos, grises, parecían contener una energía sin límites.
Era la clase de hombre que habría atraído físicamente a cualquier mujer, y por supuesto, Eden no fue una excepción. Bien al contrario, sintió que las piernas se le doblaban y su imaginación se llenó, automáticamente, con escenas de amor.
Aquella reacción la sorprendió. Unos segundos antes se estaba lamentando por su estado y prácticamente se había creído incapaz de provocarse una simple fantasía sexual. Y sin embargo, el mundo había cambiado de repente.
Se imaginó a sí misma haciendo el amor con aquel hombre en una cabaña en mitad de los bosques. Imaginó sus sudorosos cuerpos en el suelo de una colina de Bora Bora. Se vio, claramente, haciéndole el amor en Islandia ante un fuego encendido.
Cualquier imagen, cualquier situación, parecía posible. Él sería un pirata y ella sería su cautiva. Él sería un peligroso pistolero y ella una tímida maestra que había ido a dar clases a su ciudad. Casi podía sentir el sabor de su piel y su olor, casi podía oír cómo pronunciaba su nombre, Eden.
Fue algo increíble.
Sorprendida y excitada, se llevó una mano al cuello e intentó recobrar el aliento. La magia que había creído perdida, la energía que había desaparecido de su existencia, había regresado.
Pero nunca habría imaginado lo que pasó después: el hombre siguió avanzando, se detuvo ante el establecimiento, la miró a través de la cristalera y entró.
Alec Ramsey comprobó la dirección del Soho que había apuntado en un papel y miró el letrero de la tienda. Era Wickedly Wonderful, el establecimiento que le había recomendado Sarah, su hermana mayor.
Alzó la cabeza y avanzó hacia la puerta, pero en ese momento vio a la mujer que había en el interior y se quedó helado.
Fue como si lo hubieran hechizado. La desconocida se había inclinado para dejar lo que parecía ser una cesta, y al hacerlo, le mostró la parte superior de su escote. Aquella visión fue suficiente para que sintiera un intenso calor a pesar de que las temperaturas habían descendido bastante.
Una ráfaga de viento arrastró una hoja rojiza que se encontraba sobre el toldo de un edificio cercano y la arrastró hasta el voladizo de la tienda. Justo entonces, la mujer levantó la cabeza y sus ojos se encontraron. Le pareció tan bella que no podía dejar de mirarla.
De repente, los latidos de su corazón se aceleraron. Y eso no era nada común en Alec; poseía un enorme aplomo y en general sólo reaccionaba de esa forma cuando hacía deporte.
El sol salió de entre las nubes e iluminó su cabello castaño y rizado, que llevaba recogido en una coleta. La mujer lucía una blusa de color turquesa, de mangas largas; le pareció muy romántica aunque no fuera precisamente la última moda y deseó pasar una mano por encima para sentir la suavidad de la tela.
Pero sobre todo, le habría gustado tocar lo que llevara debajo. Alec tenía cuatro hermanas que se pasaban la vida hablando de ropa, y por supuesto, conocía todos los nombres de todos los tipos de prendas que podían llevar las mujeres. Por esa razón, les estaba muy agradecido. Aunque fuera un conocimiento algo irrelevante, siempre le había servido con las mujeres con quienes salía: se quedaban impresionadas al observar que estaba muy informado en lo relativo a la moda.
Sin embargo, sus ojos fueron lo que más le gustó. Eran los ojos azules más deslumbrantes que había visto en toda su vida, y tuvo que hacer un verdadero esfuerzo por mantener la compostura.
La mujer apartó la mirada durante una milésima de segundo, para volver a mirarlo después. Alec se sintió tan descolocado y nervioso como un aspirante en una entrevista de trabajo.
Decidido a conocer a esa mujer en persona, empujó la puerta de la tienda. El sonido de una campanilla anunció inmediatamente su llegada, pero apenas le prestó atención; el establecimiento estaba lleno de objetos que habrían sorprendido a cualquiera, desde plumas de pavo real hasta máscaras de cuero, pasando por braguitas de todos los estilos, látigos, cadenas, vibradores, pinturas de sabores para el cuerpo y vídeos eróticos.
—¿Puedo ayudarte en algo?
Alec miró a la mujer de sus sueños. Llevaba una pequeña placa en la camisa donde se leía su nombre: Eden. Le pareció muy apropiado para el trabajo que tenía.
Aunque ella sonrió, Alec no se dejó engañar. Sabía que era tan consciente como él de la tensión erótica que había surgido entre los dos.
El impacto de su atractivo no era el que provocaba en general una mujer extremadamente bella, sino más bien una especie de cálido abrazo, de fuerte e invisible abrazo que lo rodeaba. La desconocida poseía una sensualidad que despertó algo primario y muy masculino en su interior, hasta el punto de que tuvo que carraspear para poder hablar.
—Necesito…
—¿Sí? —preguntó ella, arqueando una ceja.
Alec ni siquiera recordaba lo que necesitaba. Lo había olvidado todo, de repente. Y no podía hacer otra cosa que admirar aquellos labios, aquellas pestañas, aquellos ojos.
—Yo…
Se sintió completamente estúpido. Intentó recordar cuándo había sido la última vez que una mujer lo había dejado sin habla, pero no pudo. Probablemente era la primera vez que le sucedía.
—¿Quieres encargar una cesta?
Ella alzó una mano para apartarse de la cara un mechón de cabello. Llevaba varios brazaletes en la muñeca.
—Sí, sí, eso es.
—¿Para qué tipo de ocasión?
—Para una boda. Mi socio, que también es mi mejor amigo, se casa el primer sábado de noviembre.
—De modo que quieres una cesta de luna de miel…
—Sí —dijo él, asintiendo.
Alec empezaba a estar desesperado. No se podía decir que estuviera causándole una gran impresión con sus habilidades lingüísticas, así que hizo un nuevo esfuerzo y dijo lo primero que se le ocurrió para no parecer totalmente estúpido.
—Mi hermana, Sarah Armstrong, se casó el pasado mes de abril. Alguien le regaló una de tus cestas y me comentó que había sido el regalo perfecto para su luna de miel.
—Ah, sí, lo recuerdo… Su marido se llama Zach, ¿verdad? Y supongo que quieres encargar algo parecido para tu amigo.
—Vaya, tienes una memoria magnífica…
—Es una virtud de todos los Montgomery que me he limitado a heredar —explicó—. Aunque de vez en cuando también puede ser una maldición.
Alec pensó que tenía razón. Había muchas cosas en su vida que habría preferido olvidar. Cosas como el infarto que se había llevado la vida de su padre y la pierna que se había roto tras sufrir un accidente en una carrera de motos.
Todavía no podía creer que hubiera sobrevivido a todo ello. Había llegado muy lejos a pesar de haber sido un niño muy problemático, que siempre se metía en problemas para llamar la atención de su padre. Se había convertido en el editor de una prestigiosa revista para hombres e incluso había logrado escapar de la pobreza y llegar a ser más rico de lo que nunca habría imaginado. Y todo se lo debía a su tío Mac y a su habilidad para afrontar sus miedos.
—Todas mis cestas son creaciones únicas, hechas a la medida de los clientes —continuó Eden—. ¿No podrías contarme algo más sobre tu amigo, algo que me sirva para realizarla?
Alec sonrió.
—Bueno, es todo un fanfarrón. O más bien lo era… Ha cambiado mucho desde que conoció a Jill.
—¿En qué sentido?
—No lo sé, ahora es distinto. Sonríe casi todo el tiempo y ya no quiere hacer las cosas que hacía antes.
—Así que sus prioridades han cambiado…
—En efecto —declaró con nostalgia.
Alec se alegraba de que Randy fuera feliz, pero echaba de menos sus correrías con él y sospechaba que su relación ya no iba a ser como antes.
—¿Y cómo es su prometida?
Esta vez, a Alec le costó responder. Se encontraba tan cerca de ella que podía sentir el calor de su cuerpo.
—Jill es un encanto. Una mujer tranquila… La verdad es que nunca habría pensado que pudiera ser su tipo.
—¿Y qué tipo de mujeres crees que le gustan?
—Randy es tan directo que siempre pensé que terminaría con alguien un poco más…
Alec dudó. No sabía cómo decirlo sin dar la impresión de que Jill le disgustaba, cosa que no era cierta. Siempre le había caído bien; era muy inteligente y delicada, aunque ligeramente tímida, pero no sabía por qué se había enamorado Randy de ella. A fin de cuentas había salido con mujeres mucho más refinadas, más atractivas, con más sentido de la aventura e indudablemente más bellas.
—¿Sí? —preguntó Eden.
—Pensé que elegiría a una mujer más brillante y agresiva —respondió al fin.
—Es decir, a una mujer como él.
—En efecto.
—Bueno, ya sabes lo que dicen: que los opuestos se atraen.
Sus miradas se volvieron a encontrar en aquel instante y Alec sintió la misma descarga eléctrica que había sentido en la calle. Además, la declaración de Eden no podía ser más irónica: una persona que se pasaba la vida entre objetos destinados al placer sexual debía de ser una persona tan aventurera como él. El suyo, por tanto, no era un caso de opuestos que se atraían. Era un caso de iguales.
—Sí, tienes razón. Pero sea como sea, mi querido amigo y su prometida juegan a algo bastante extraño. Han decidido no volver a hacer el amor hasta después de casados. Al parecer, es una especie de juego para demostrarse lo mucho que se quieren —declaró.
—Comprendo. Y lo que realmente te molesta no es su prometida, sino el simple hecho de que se case.
Alec la miró con sorpresa.
—¿Que me molesta? ¿Quién ha dicho que me molesta que se case?
—No lo has dicho, pero se nota. Te molesta porque perderás a un compañero de aventuras.
—¿Cómo?