Bajo el sol de Santorini - Rebecca Raisin - E-Book

Bajo el sol de Santorini E-Book

Rebecca Raisin

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Beschreibung

Tras perder su trabajo como asesora editorial, Evie, una romántica empedernida, necesita empezar de cero. Así que cuando se entera de que su excéntrica abuela Floretta acaba de abrir una pequeña librería en Santorini, no duda en ir a visitarla. Pero la vida en la isla no es tan idílica como parece. Su abuela tiene problemas con su casero y este amenaza con quitarle la librería. Y cuando Floretta le pide a Evie que finja una cita con Georgios, el increíblemente atractivo nieto griego de su casero, para mantener a la familia de su lado, ella acepta a regañadientes.  Mientras el sol se pone en las vacaciones griegas de Evie, ¿podrá salvar la librería… y enamorarse a través de unas citas falsas?

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Seitenzahl: 490

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Portadilla

Créditos

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

www.harpercollinsiberica.com

 

Bajo el sol de Santorini

Título original: Summer at the Santorini Bookshop

© 2024, Rebecca Raisin

© 2025, para esta edición HarperCollins Ibérica, S. A.

Publicado por HarperCollins Publishers Limited, UK

© De la traducción del inglés, Rosana Jiménez Arribas

 

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

Esta edición ha sido publicada con autorización de HarperCollins Publishers Limited, UK.

Sin limitar los derechos exclusivos del autor, editor y colaboradores de esta publicación, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta publicación para entrenar tecnologías de inteligencia artificial (IA).

HarperCollins Ibérica S. A. puede ejercer sus derechos bajo el Artículo 4 (3) de la Directiva (UE) 2019/790 sobre los derechos de autor en el mercado único digital y prohíbe expresamente el uso de esta publicación para actividades de minería de textos y datos.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos comerciales, hechos o situaciones son pura coincidencia.

 

Diseño de cubierta: Anna Sikorska

Imagen de cubierta: Shutterstock.com

 

I.S.B.N.: 9788410643529

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

 

 

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Una carta de Rebecca Raisin

Agradecimientos

Dedicatoria

 

 

 

 

 

Para Joan y Zorba Radis.

Por aquellos días mágicos en Fremantle en los que todo parecía posible y siempre había una aventura en el horizonte.

Esos momentos permanecerán para siempre en mi corazón.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

La voz del nuevo director ejecutivo de Hollywood Films, Hank Johnson, es inconfundible. Más que hablar, lo que hace es gruñir o, si tienes mala suerte, ladra y grita como si fuera un militar que da órdenes a sus tropas desganadas. Mi cubículo está al otro lado del recibidor de su despacho, y juraría que incluso el suelo vibra al ritmo de las recriminaciones políticamente incorrectas que lleva gritándole al personal desde que llegó ayer.

No voy a mentir: tiemblo de miedo. No me gustan las confrontaciones, sobre todo cuando tengo que enfrentarme a un calvo de dos metros de altura al que no parece importarle que este tipo de comportamiento haya pasado de moda en la década de los 2000.

Tenemos derechos, maldita sea. Pero no voy a ser yo quien se lo diga.

Esto es Hollywood. También conocido como «Hollyweird». Un universo en sí mismo.

Hace un año conseguí el trabajo perfecto de scout literaria; toda una hazaña que yo, una persona discreta, logré conseguir en Tinseltown después de pasar una década en varias editoriales de Nueva York.

Aquí paso la mayor parte del tiempo leyendo manuscritos con la esperanza de encontrar la comedia romántica perfecta para adaptarla a la gran pantalla. Es el sueño de cualquier bibliófilo, pero, como siempre, son las personas que me rodean las que le quitan el lustre.

Hay tantas personalidades importantes en el mundo del espectáculo que resulta abrumador para alguien como yo, que prefiere la comodidad de la palabra escrita a, por ejemplo, las conversaciones reales con seres humanos de carne y hueso. Sin embargo, como me apasiona encontrar esos tesoros escondidos que son los libros, los cuales, sin alzar la voz, guardan en su interior el mensaje más bonito y una historia que merece la pena compartir, aquí sigo.

El trabajo iba viento en popa hasta que mi fabuloso jefe de la vieja escuela de Hollywood, Gene, anunció que había vendido la empresa.

Entonces entra en escena, por la izquierda, Hank.

Un pedante malhablado que se pasó el primer día diciéndonos qué inútiles somos todos y que se avecinan grandes cambios devastadores para nosotros. ¡Ay! Para una persona como yo, que padece ansiedad y es, en el mejor de los casos, socialmente torpe, este tipo de amenazas ha sido suficiente para hundirme. Mi yo más crítico ya es un experto en el diálogo interno negativo, así que no necesita para nada criticarme más.

Pero ¿de verdad somos inútiles? ¿Soy unainútil? No dejo de darle vueltas a esto desde ayer. No necesito demasiada ayuda para perderme en este tipo de dudas y quedarme estancada. Lo único que me saca de estos bucles es leer. Con la nariz metida en un libro, el mundo real se desvanece, y lo mejor de todo es que es mi trabajo.

—¡EVA!

Las paredes internas tiemblan al mismo ritmo que mis manos. Penelope, una de sus asistentes personales, asoma la cabeza por la puerta con expresión angustiada:

—Es a ti, Evie. Te llama.

—Claro.

Por supuesto que sabía que era a mí, pero, en momentos de mucho estrés, me desconecto y finjo ser invisible. Supongo que este mecanismo de defensa no va a funcionar con Hank Johnson.

Penelope lanza una mirada de preocupación por encima del hombro, como si Hank fuera a aparecer detrás de ella.

—Quiere verte en su oficina, hace cinco minutos.

—Ya voy, ya voy. —Recojo mis propuestas, sin saber muy bien qué llevarme.

—No te preocupes por eso. ¡Date prisa! —dice Penelope.

Me apresuro, casi corro, y trato de que el miedo no se me refleje en el rostro. No ayuda que todos me miren con lástima. ¿Saben algo que yo no? Siento una abrumadora sensación de fatalidad inminente, que podría ser mi ansiedad o una premonición de lo que está por venir. Es difícil de explicar.

Ante las relucientes puertas dobles, me tomo un momento para recomponerme. Me meto detrás de la oreja un mechón de pelo que siempre se me escapa y…

—¿Dónde demonios está?

Con el corazón a mil, llamo a la puerta.

—Señor, señor Johnson, soy yo, Evie. ¡Hola! —Miro tímidamente por la puerta.

—¡No tengo todo el día, Eva! ¡Entra y cierra la puerta!

Su atronadora voz me provoca dolor de cabeza, pero paso y me siento en la silla que hay frente a su enorme escritorio, junto las manos para que no note que me tiemblan de lo nerviosa que estoy.

—Bien, veamos. —Se pone las gafas para leer una hoja de papel—. Scout literaria, ¿no? Una de las tres que contrató Hollywood Films.

—Sí, señor. Yo…

Hank levanta su rechoncha mano para indicarme que deje de hablar. Por mí, perfecto.

—Vale, llevas aquí un año. Te has mudado desde Nueva York. Ya tienes dos películas en marcha. Comedias románticas. —Y, con eso, deja caer el papel como si le hubiera ofendido profundamente—. Bueno, como podrás imaginar, Eva…

—Me llamo Evie.

—No me interrumpas.

¿A qué siglo me he trasladado?

Se recuesta en la silla con un crujido y coloca las manos sobre la ancha extensión de su generosa barriga.

—Ahora que yo estoy al mando, vamos a adoptar un enfoque más racional. Las comedias románticas han tenido su momento, pero ese ya ha pasado. Vamos a centrarnos en las películas de superhéroes, que es donde está la pasta. A partir de ahora, tu puesto es prescindible, Eva.

Me quedo boquiabierta. ¡Esto no puede estar pasando!

—¿Prescindible? Señor, es que hemos visto la rentabilidad de las comedias románticas y traerlas…

—No hay nada que discutir.

Floto dentro de mí misma preguntándome cómo puedo convencerlo de que amo este trabajo y me esfuerzo mucho en él. Reúno todo mi valor para luchar por esas historias en las que creo.

—Señor Johnson, entiendo que está tomando esta decisión basándose únicamente en las cifras; no obstante, si me permite presentarle una propuesta que he estado…

—No es necesario. Ya está decidido.

Miro la grapadora que hay sobre su escritorio y fantaseo brevemente con graparle los labios para poder terminar al menos una maldita frase, pero prevalece el sentido común.

—¡Estas historias son importantes! Por supuesto que las películas de superhéroes serán éxitos de taquilla; sin embargo, el romance no ha muerto, señor. ¡Ni mucho menos! Todas y cada una de las comedias románticas que ha producido Hollywood Films han sido rentables.

—Despeja tu escritorio y deja tu pase de seguridad. —La saliva le sale disparada de la boca.

¿Así sin más?

—Ah, antes de irme…, el despido ¿viene acompañado de algún tipo de indemnización económica? —Al menos eso podría mantener a raya a los acreedores mientras me consumo por dentro por haber perdido el trabajo de mis sueños.

—Hemos prescindido de ti. No es un despido. Las palabras importan. Tú más que nadie deberías saberlo.

—Pero eso no es…

En ese momento, Penelope vuelve a aparecer, con el rostro crispado.

—No pasa nada —me susurra mientras me saca, en mi estado casi catatónico, del despacho y me devuelve a mi diminuto cubículo.

—¿Me han despedido? —digo con los ojos vidriosos.

—Han prescindido de ti.

¡Esa maldita palabra! Es tan hiriente, como si mis habilidades fueran tan básicas que mi trabajo simplemente se hubiera secado y desaparecido, ¡puf, se acabó!

—¿Está despidiendo a todo el mundo?

—Por ahora solo a ti —me responde con un ligero movimiento de cabeza.

—Vale.

—Pero solo es media mañana. Seguro que pronto nos echarán a muchos.

—Es un pequeño consuelo, Pen.

Me obligo a pensar. ¿Hay alguna forma de salvar este trabajo, aunque el horrible Hank sea el jefe? Siento que debo proteger los manuscritos que esperan pacientemente en mi escritorio y en mi bandeja de entrada. Yo soy su voz. ¿Qué va a pasar ahora con ellos?

Penelope me dedica una sonrisa esperanzada.

—Es mejor así, en serio. ¿Te imaginas trabajar para ese bruto? Ni todo el cabernet sauvignon de Napa sería suficiente para soportar este estrés.

Este sector, como es bien sabido, no es para las personas que padecen del corazón.

Exhalo.

—Esta iba a ser mi gran oportunidad. ¡Me lo dijo Gene! Me prometió que, si dejaba mi pequeña burbuja literaria de Nueva York y me mudaba a las brillantes luces de Hollywood, mi carrera crecería de forma exponencial.

Gene y yo nos conocimos cuando edité sus memorias. El libro se convirtió en un éxito mundial con lectores deseosos de echar un vistazo entre bastidores a Hollywood. Me aseguró que yo tenía buen ojo para las historias cautivadoras y poco después me ofreció el puesto de scout literaria.

—Gene vendió la empresa, Evie. No podemos quedarnos aquí lamentándonos por su decisión.

—¿No podemos?

Se me da bien lamentarme. De hecho, puedo pasarme días, hasta semanas, sin superarlo. Puedo obsesionarme hasta que se cuela en mis sueños, preguntándome cuándo se torció todo.

Penelope me dedica una sonrisa maternal.

—Me va a dar mucha pena que te marches, Evie. Eres la mejor scoutliteraria que hemos tenido nunca. ¡Gracias a ti, ya hay dos películas en proceso! —Me dedica una sonrisa alentadora—. ¡Encontrarás un trabajo mejor que este! Solo tienes que salir ahí fuera y hacer contactos. —«Hacer contactos», una expresión tan de moda en este negocio—. Luce esa sonrisa deslumbrante que tienes. Ilumina el lugar.

No me imagino iluminando ningún lugar. Soy demasiado discreta para hacerlo. De hecho, en los eventos de trabajo, atiendo las peticiones de bebidas como si esperasen que fuese a hacer de camarera. Penelope dice que es porque me arrastro en lugar de caminar con elegancia. Yo me quedo ahí parada, incómoda, mientras mis compañeros hacen una entrada digna de la alfombra roja. ¿Es por eso por lo que hoy he sido el chivo expiatorio? Tienen que recortar gastos, así que están haciendo limpieza con los más callados, con los que creen que no van a armar jaleo.

—Me quedo con los personajes de ficción, gracias. ¿Acaso no consiste mi trabajo en encontrar libros para convertirlos en películas? ¿Por qué tiene que entrar la «gente» en la ecuación? —Ahí radica la raíz de todos mis problemas, en la gente.

Penelope suspira y me da una palmadita en el hombro.

—Así es la vida, querida. ¿Qué vas a hacer ahora?

—Esa es la pregunta del millón.

Me da un cálido abrazo, que le permito porque ahora soy prescindible y estoy en mi peor momento.

Después de recoger mis cosas, pienso en cómo redactar un mensaje en el que se lo cuente a mi madre. Mi hermana, que lo tiene todo, nunca se ve envuelta en desastres como este. Posy es una ambiciosa cantante y actriz, además de una conocida celebridad de Broadway. ¿Mi madre me comparará en secreto con ella y pensará que no estoy a su altura? Ay, no hay manera de que tenga un respiro, haga lo que haga. Al final, opto por un mensaje conciso, porque llorar en el trabajo llamaría la atención, y prefiero evitarlo.

«Hola, mamá. Ya no soy scout literaria de novelas románticas de Hollywood Films. Besos y abrazos».

Cuando estoy sacando mi bambú de la suerte (¿quizá no le hablo lo suficiente?) del edificio, me suena el teléfono.

«Querida, ¡cuánto lo siento! Estoy fuera por trabajo con un caso, pero mañana estaré en casa. Entonces podemos hablar por videollamada. Ánimo. Te quiere, tu madre. Besos y abrazos».

Ahogaré mis penas con un espresso frappuccino, que me mantendrá despierta toda la noche para poder contar todas las veces que he fracasado. Y, cuando mi madre llegue mañana a su casa, llamaré por videollamada a mi equipo de apoyo; eso es lo que haré. Mi madre me colmará de amor y compasión sabiendo que esto es solo un tropiezo… Posy resaltará mis defectos y me dirá dónde me equivoqué exactamente.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Al día siguiente, aparece en la pantalla una imagen borrosa y anaranjada, como la superficie de Venus. Mi madre sostiene el teléfono junto a la oreja, aunque es una videollamada. En serio, esta mujer no aprenderá jamás. Aun así, continúo y les cuento las últimas novedades de las Crónicas de Evie.

—¡Despedida! —grita mi hermana Posy—. ¿Has vuelto a hacerte la invisible? Te he dicho mil veces que piensan que estás holgazaneandocuando te comportas así.

Qué exagerada.

—¿Mil veces, Posy?

Me cuesta integrarme en entornos nuevos. Sobre todo, porque no me gusta charlar con la gente en la máquina del café. Evito a las personas, lo que en un entorno laboral puede malinterpretarse.

—No sabes trabajar en equipo, Evie.

¿Por qué no puedo trabajar en un equipo de una sola persona? Para empezar, es mucho más eficiente.

—Mamá, ponte el teléfono delante de la cara cuando hables, por favor. ¡Si no nos ves, no te vemos! —Posy la regaña desde detrás de su ordenador portátil.

Mi hermana y yo nos peleamos desde pequeñas porque Posy es mandona y tiene opiniones muy firmes, pero no me lo tomo como algo personal; ella es una de esas personas que se comen el mundo, mientras que yo prefiero pasar desapercibida.

Pienso. ¿Cómo explicar mejor este último despido?

—Bueno, no me han despedido exactamente. Me…

—¡Ah, ahíestáis! —dice mi madre como siempre que nos llama por videollamada, como si vernos en la pantalla fuera una maravilla a la que nunca se acostumbrará.

—Hola, mamá —le digo, saludándola con la mano—. Como te…

—Este despido podría tener un lado positivo —se apresura a decir Posy, interrumpiéndome—. ¡Evie puede ayudarnos con el fiasco de la abuela! ¡Podemos tener a alguien en Santorini y averiguar qué está pasando realmentecon esa loca!

¿Santorini?

—¡Ya te lo he dicho, no me han despedido! Han prescindido de mí. ¡Es diferente! —De verdad, ¿es que no me escuchan?—. Y la abuela no está loca. Es… un espíritu libre.

Me ignoran y siguen hablando al mismo tiempo, como si yo no estuviera. Normalmente, eso me viene muy bien, pero hoy no, porque necesito un poco de consuelo a la antigua usanza. Continúan hablando sin parar de las muchas veces que la descarriada de la abuela se ha metido en líos y de que estavez ha ido demasiado lejos. ¿Qué me he perdido? Es cierto que he estado evitando los chats familiares, aunque solo porque tengo libros que leer y es, o era,mi trabajo. Y mi familia es dramática, por decirlo de una manera suave: siempre hay alguna conspiración que resolver y me resulta un poco monótono.

—¡Basta! —grito, llamando su atención. No soy de las que gritan—. ¿De qué fiasco de la abuela estáis hablando? Creía que estaba de crucero por las islas griegas.

Mi madre suspira.

—Sí, hasta que bajó del barco en Santorini hace un mes, se enamoró de un lugareño, se casócon él y se hizo cargo de su negocio, o alguna tontería por el estilo.

—¿La abuela se ha casado? ¡Otra vez!

Cuento mentalmente. ¿Este marido es el octavo o el noveno? El último, Henry, desapareció en un barco en circunstancias sospechosas. Antes de él estaba Zhang Chen, un rico inversor y aficionado a la escalada en hielo. Murió de forma prematura mientras se hacía un selfi y cayó hacia atrás en una grieta porque no había enganchado el arnés. Todos nos quedamos aliviados cuando la abuela dejó la escalada en hielo después de eso. Era peligrosísimo, sobre todo a una edad tan avanzada como la suya.

—Sí, se ha casado. ¡Por novena vez! Y… —Posy hace un gesto con las manos—. ¡Y, además, la han arrestado! —Los ojos le brillan con el escándalo—. Pero no el mismo día.

Me quedo sin aliento.

—¡¿Qué?! ¿Por qué la han arrestado? —¿Encontraron a Henry en el fondo del mar de la China Meridional?

Mi madre se frota la cara como si el recuerdo le doliera. La abuela sí que es una rebelde.

—Esta mañana temprano la han detenido por alterar el orden público, pero la han dejado en libertad con una advertencia. Al parecer, tuvo una discusión con el casero, y ya sabes cómo es la abuela. ¿Para qué hablar si puede gritarpara hacerse entender? Ahora se han puesto órdenes de alejamiento el uno al otro, así que no sé cómo van a seguir con el negocio…

—Tienes que rescatarla de sí misma, Evie. Está en un país extranjero. Dios sabe con quién estará casada o qué está pasando en realidad —me suplica Posy—. Sé que crees que la abuela es una mujer impulsiva, vivaz y llena de energía, pero, en realidad, se está volviendo un poco chiflada. Tienes que hacerla entrar en razón y traerla a casa.

—¡Estamos hablando de la abuela! —digo—. No hay forma de convencerla si no quiere venir.

Mi madre acerca un ojo a la pantalla, lo cual es realmente aterrador.

—Usa tus artimañas.

—¿Qué artimañas? —exclama Posy—. Evie no es muy persuasiva que se diga. Probablemente estará allí una semana antes de reunir el valor para anunciar su llegada.

Pongo los ojos en blanco.

—¿Y qué? A diferencia de ti, Posy, no a todos nos gusta ser el centro de atención.

Pertenezco a una familia de extrovertidos que siempre quieren destacar. Por una vez, quise tener éxito. Ellos lo consiguen sin esfuerzo. Posy está en Broadway y tiene un ego a la altura. Mi padre es un famoso abogado especializado en divorcios que se encarga de las separaciones de famosos. Y se supone que mi madre está semijubilada, aunque tendremos que arrancarle el bloc de notas de las frías manos antes de que deje de litigar. Su bufete es su vida.

—Bien, no te gusta ser el centro de atención, así que, teniendo eso en cuenta, tendrás que ser ferozcon mayúsculas cuando llegues a la isla. Convence a la abuela de que deje de hacer tonterías —dice Posy—. No queremos que tenga otra discusión con el casero. Las cárceles griegas no son ninguna broma.

Cuánto amor y compasión recibo por la pérdida del trabajo de mis sueños. No tengo tiempo para rescatar a la abuela, que sé que no necesitaque nadie la rescate, a no ser que sea de su propia familia. Tengo que encontrar otro trabajo y rápido. Los apartamentos sin habitación[1] en Los Ángeles no son baratos. Y los trabajos de scout literario son casi imposibles de encontrar. Sin embargo, ahora me veo obligada a emprender una misión humanitaria. Esto es típico de mi familia y de nuestra dinámica.

—No puedo ir a Santorini. Tengo una vida aquí, ya lo sabes. —Vale, es mentira, pero lo estoy intentando (si eso incluye leer sobre personajes de ficción con complejas relaciones sentimentales)—. La abuela es una mujer formidable. No entiendo por qué insistes en entrometerte así en su vida.

—Por favor. Te pagaré el vuelo. Es lo menos que puedo hacer —dice mi madre—. La abuela es demasiado mayor para andar corriendo de acá para allá por una librería bañada por el sol, atendiendo a turistas. Ya sabes cómo tiene las rodillas.

Espera, ¿qué?

—¿Una librería?

—¡No te disperses, Evie! —dice Posy, con exasperación en la voz—. El nuevo marido de la abuela tiene una pequeña librería en lo alto de un acantilado, y al parecer ella ha pasado el último mes renovándola. Imagínatela subida a una escalera pintando. Está a un paso de caerse y romperse la cadera, o, peor aún, ¡la cabeza! Aunque supongo que eso podría hacerla entrar en razón…

Vaya, vaya, vaya. Quizá podría renunciar al alquiler de mi apartamento, que es carísimo, y quedarme con la abuela una temporada. Hay lugares peores en los que pasar el tiempo que una librería bañada por el sol en un acantilado de una isla griega mientras decido qué hacer con mi futuro laboral.

—Resérvame un billete, mamá. Iré a ver qué está pasando.

[1] Los zero-bedroom apartments son apartamentos sin habitaciones, estudios, lofts, etc., sin división de los espacios y en los que a veces los muebles son plegables y se pueden ocultar a la vista, todo ello para ocupar el mínimo espacio posible. (Todas las notas son del editor).

Capítulo 3

 

 

 

 

 

Llego a Santorini habiendo perdido la noción del tiempo, con la cabeza confusa por las prisas de última hora para hacer las maletas, dejar mi vida de Los Ángeles y coger el avión. Estoy muy nerviosa, pero espero calmarme cuando vea a mi abuela en persona.

Con la maleta en la mano, descubro a un conductor que sostiene un cartel con mi nombre: mi madre al rescate, planificando mi viaje con precisión militar. Muy útil cuando no eres una viajera muy aventurera, como yo.

Cuando se da cuenta de que no hablo griego, me hace señas para que lo siga. Encontramos el coche y nos ponemos en marcha. No hay tiempo para contemplar el paisaje, porque vamos a la velocidad de la luz y todo se vuelve un borrón supersónico.

El conductor no habla mucho, lo cual probablemente sea bueno, porque voy agarrada con fuerza mientras toma cada curva como si fuera un piloto de rally, sin apartar la vista del azur del mar y sin mirar la carretera. Me imagino mi muerte inminente, lanzándome a lo kamikaze en el azul profundo mientras el coche explota, porque mi fallecimiento no sería cinematográfico sin algún tipo de bola de fuego. Y, si voy a morir joven, mejor que sea de una forma espectacular.

Pasamos una señal que anuncia la llegada al pueblo tradicional de Megalochori. Al menos, eso espero que dijera el letrero, ya que pasamos a toda velocidad. Lo que he averiguado en mi apresurada investigación sobre la última elección de residencia de mi abuela es que Megalochori se encuentra en el suroeste de la isla, a unos siete kilómetros de Firá, la capital de Santorini. Es una región vinícola, lo que podría ser útil tras este viaje de pesadilla en coche.

Después de lo que parece una eternidad, se detiene, con la grava crujiendo y el polvo levantándose. Sin importarme llevar vaqueros blancos, cojo la maleta y me echo a tierra, al suelo volcánico, nunca tan feliz de ver tierra bajo mis pies como en este momento.

—¡Gracias, Afrodita! ¡Perséfone! ¡Artemisa! ¡Todas las diosas! ¡Estoy viva! —La tensión me abandona el cuerpo con un suspiro.

No es frecuente tener una segunda oportunidad en la vida, y haber llegado aquí sana y salva es una gran descarga de adrenalina después de ese viaje tan angustioso.

Sin despedirse, el conductor se levanta sobre dos ruedas y se aleja quemando llanta de vuelta al lugar donde se fabrican las pesadillas.

Me levanto y me palpo, emocionada de que todos los miembros de mi cuerpo estén donde deben. La autocomprobación de mi integridad física se ve interrumpida por un coro de dos voces muy animadas. Su acalorada discusión suena incongruente en un lugar donde los acantilados rocosos se precipitan hacia el impresionante azul del mar Egeo.

Me dirijo hacia el lugar de donde viene el ruido y reconozco la voz estridente de la abuela, que grita palabras en griego que suenan como balas. ¿Cuándo ha aprendido la abuela otro idioma? Es una mujer de muchos talentos, eso no se puede negar. La muy astuta probablemente lo haya aprendido sin ninguna dificultad en el último mes.

Junto a un edificio de un blanco deslumbrante, la veo, vestida fabulosamente con un caftán colorido, maquillada y con joyas ostentosas. Es extravagante, como un ave del paraíso; por eso todo el mundo se agolpa a su alrededor.

De modo inexplicable, el chico más joven que está frente a ella no parece estar bajo su hechizo. Qué curioso. De hecho, a juzgar por la forma en que gesticula y se frota la cara, parece irritado de verdad, como si ella le hubiera sacado de quicio.

Una idea cruza mi mente. «¡Por favor, que no sea su marido y que esto no sea una pelea de enamorados!». Debe de tener mi edad, o ser un poco mayor tan solo, y sería muy injusto que esta mujer de ochenta y tres años atrajera a alguien como él, cuando yo ni siquiera consigo que los novios de mis libros se comprometan.

La abuela vuelve a tomar el control de la conversación y se pone furiosa. No soy experta en el idioma griego, pero una parte de mí se pregunta si se está inventando algunas palabras. ¿Son palabras reales o solo una mezcla de letras enfadadas para confundirlo? ¿He mencionado que puede ser muy astuta cuando quiere? Aun así, es mi abuela y debo protegerla a toda costa. Me viene a la mente el consejo de Posy: «Sé feroz con mayúsculas».

Aunque la confrontación no es lo mío, me han enviado a una misión y soy una camarada firme. Si quieres ferocidad, la tendrás, aunque me tiemblen las rodillas mientras lo hago. Pero ¿cómo se lo transmito al señor que se frota la cara si no hablo su idioma?

¿Pongo una cara feroz, gruño, o lo empujo en el pecho con las dos manos? No, tendría tan mala suerte que se caería por el acantilado y acabaría hecho un charco de sangre, con los miembros destrozados, y luego tendríamos que esconder el cadáver. No vale la pena.

Opto por la estrategia de gritarle, con las manos en las caderas.

—¡Disculpe!¿Cómo se atreve a hablarle así a esta anciana? ¡Debería avergonzarse!

Se vuelve hacia mí; la confusión se apodera de su rostro antes de esbozar una lenta sonrisa. ¿No ha entendido lo que quería decir por la rapidez con la que se lo he dicho? Abro mucho mis ojos azules y trato de transmitirle ferocidad, pero no consigo que aflore. Su aspecto de dios griego y sus ojos seductores y expresivos me desarman. Si es el marido de la abuela, le ha tocado el gordo, a la muy afortunada.

Sinceramente, todos sus maridos han sido guapísimos. Bueno, excepto mi propio abuelo, el marido número uno, que tuvo la mala suerte de nacer con una cara que parecía haber tenido un altercado con una olla de sopa caliente. Según la abuela, era un hombre achaparrado y cuadrado, sin un solo hueso sano en todo el cuerpo. No puedo decirlo con certeza, ya que nunca lo conocí. Por desgracia, murió joven, tras una confusión con el anticongelante.

—¡Evie! ¿Qué demonios…? —dice la abuela, y suaviza el rostro mientras me abraza—. ¿Supongo que la policía de la diversión se ha enterado del arresto y te ha enviado para cumplir su misión?

—Así es —le confirmo—. Saben todo lo del crucero, el matrimonio relámpago, algo sobre caerte de una escalera y romperte la cadera, y un largo etcétera. Casualmente, me despidieron, ¡así que aquí estoy!

La abuela me aprieta los hombros.

—Siento lo de tu trabajo, cariño, pero no siento que estés aquí.

El dios griego carraspea, probablemente preparándose para volver a gritar. Casi me había olvidado de él. Ni siquiera le ha pedido disculpas a ella todavía.

—Déjame un momento con Georgios, que está empeñado en robarme el brillo de recién casada.

—¿Georgios es tu…?

—El nieto de mi casero, Yannis. Lo han enviado en lugar de Yannis, ya que ahora tenemos prohibido cruzarnos después de todo el lío por alterar el orden público. Georgios me trae un mensaje de Yannis, que dice que he convertido su vida en un patín. ¿Te lo puedes creer?

—No, ¿qué significa eso?

Me hace un gesto para que me aleje.

—Oh, los griegos tienen unas expresiones increíbles. Es como decir que he convertido su vida en un infierno. Y, al parecer, le he roto los nervios; es decir, le he irritado. En fin, coge tus cosas y sigue el camino de guijarros. Verás una pequeña villa cicládica para invitados en la parte de atrás. Instálate, que yo voy enseguida.

—Vale. —Miro de reojo a Georgios, sin estar segura de poder confiar en él cerca de mi abuela. Sí, claro, ella no es precisamente tímida, pero nunca se sabe cómo está la tensión arterial de una persona, y mi abuela no es ninguna jovencita que se diga—. Si estás segura… —le hago un gesto con el pulgar al chico— de que no va a volver a molestarte.

Él suspira hondo, como si yo estuviera poniendo a prueba su paciencia.

—Solo estoy transmitiendo un mensaje de mi abuelo —dice en un inglés perfecto. Con acento americano. ¡Interesante!—. Sinceramente, preferiría estar en cualquier otro sitio, así que, en cuanto resolvamos el problema, me iré. —Se vuelve hacia la abuela y le dice algo muy deprisa en griego, a lo que ella responde con un gesto negativo.

Es fascinante verlo pasar de un idioma a otro con tanta facilidad. ¿Por qué la abuela no habla inglés? Quizá está tratando de integrarse, de ser respetuosa y aprender el idioma local. Hay algo en este chico que me resulta muy familiar, pero no consigo identificarlo. ¡Ah, ya lo tengo! Georgios es el arquetipo del hombre alto, moreno y guapo, con sus rasgos simétricos bronceados y su físico atlético.

He creado el protagonista masculino perfecto para una comedia romántica. Debo de estar echando de menos mi trabajo. Séque echo de menos mi trabajo. ¿Cómo no voy a pensar en héroes apuestos cuando tengo a este espécimen delante de mí, en una pose de poder con un impresionante fondo azul y la brisa salada del mar acariciándome la piel? Es la misma sensación de cosquilleo que tengo cuando descubro un libro con potencial. Una especie de mareo embriagador que grita: «¡Este es el bueno!».

Sin embargo, ese tipo de pensamiento es estrictamente para el mundo de la ficción, y esto es la realidad, así que le lanzo una última mirada fulminante por si acaso, para que entienda que no nos vamos a dejar intimidar. En lugar de devolverme la mirada, que es lo que se supone que hay que hacer en estos casos, él sonríe, con los ojos brillantes de alegría. ¿Está intentando provocarme? ¿Es una táctica de intimidación? Sea cual sea su intención, debo hacer todo lo posible por parecer imperturbable cuando en realidad me ha alterado bastante.

—Georgios. Voy a deshacer las maletas, pero, por si no lo sabes, tengo un oído muy agudo y experiencia de primera mano en hacer desaparecer cosas. Tú ya me entiendes. —Vale, no la tengo, pero suena bastante amenazador y ese es el personaje que quiero interpretar.

Me dedica una sonrisa irritante que podría interpretarse como un toque de locura. Quizá no sea material para una comedia romántica después de todo. Es más probable que sea el espía sexi que traiciona a su novia espía sexi a pesar de que ella lo ama de verdad, y aunque no sea prudente hacerlo. Ella pronto lo aprende por las malas cuando su paracaídas no se abre…

Georgios tiene la audacia de saludarme, lo cual esbastante propio de un espía. Debo mantener la cabeza fría aquí, en la soleada Santorini.

Beso la mejilla mullida de la abuela y me alejo con paso firme, concentrándome en echar los hombros hacia atrás para parecer que tengo la fuerza necesaria para levantar un peso muerto sin sudar ni una gota. He de admitir que me siento emocionada por haber encajado tan bien una confrontación como esta. Posy estaría orgullosa.

Recojo mi maleta y busco la villa de invitados. Es preciosa, con el techo en forma de cúpula y las paredes curvas, como si hubiera brotado de forma natural en la tierra volcánica. Es independiente de la casa principal y tiene unas vistas impresionantes al mar. Deshago el equipaje y pienso darme una ducha rápida para despojarme del largo viaje.

Cuando veo mi reflejo en el espejo del baño, gimo. Tengo la nariz ennegrecida de cuando besé la tierra volcánica. ¡Por eso Georgios sonreía como un loco! ¿Por qué no me lo ha dicho la abuela? ¡Gr…! Pero ¿qué más da? No es que me importe Georgios. Espero que no siga apareciendo por aquí después de haberle dejado tan claras mis intenciones.

Estoy desesperada por conocer la librería, pero, con la intensidad de recoger mi apartamento y luego ir corriendo a tomar trenes, aviones y coches, el cansancio me ha alcanzado. Cada minuto que pasa ralentiza mis sinapsis y me empieza a entrar sueño.

En la mesita de noche hay una tarjeta con un código wifi. Me dejo caer en la cama y tecleo los números en el móvil. Solo tardo un instante en darme cuenta de mi error, en cuanto los mensajes empiezan a sonar sin parar. La policía de la diversión quiere saber cómo voy. Echo un vistazo a los numerosos mensajes y paso al último, el de mi madre.

«¿Has llegado ya a casa de la abuela? No consigo localizaros ni a ti ni a tu chófer. Si estás bien, ¿por qué no has llamado? Si no es así, lo siento y haré todo lo posible por encontrarte si te han secuestrado. ¿Cómo está la abuela? ¿Has conseguido hacerla entrar en razón? Besos y abrazos. Mamá».

La abuela no me ha llegado a decir de qué iba su discusión con Georgios. Cada vez siento más curiosidad.

«Estoy viva y bien, pero no gracias al conductor, que cree que ir a la velocidad de la luz es demasiado lento. Por desgracia, sigo aquí, y la abuela también. La he visto en persona y está tan fabulosa como siempre. Ahora estoy adaptándome al desfase horario. Y al desfase de vida. La abuela está feliz y bien de salud. Besos y abrazos. Evie».

No tiene sentido preocupar a mi madre y al resto de la familia por la visita de Georgios hasta que tenga más detalles. Una vez que la abuela me lo explique, podré decidir qué decirles. Se comportan de forma un poco exagerada cuando se trata de las aventuras de la abuela. Esta mujer lleva un estilo de vida tan extravagante y despreocupado que una parte de mí se pregunta si no estarán intentando cortarle las alas porque no encaja en su molde.

Respiro hondo y salgo a la calle, donde veo a la abuela, que viene hacia mí con el rostro adusto.

—¿Qué ha sido todo eso? —le pregunto—. ¿Por qué se mete esa familia con una mujer indefensa como tú?

—¡Indefensa! —Al oír eso, se ríe como una bruja, lo que la hace parecer todo lo contrario a indefensa—. Me han subido el alquiler después de las reformas y me niego a pagarlo; eso es todo, cariño. Supongo que, como acabo de bajar del crucero, piensan que soy un blanco fácil.

¡Esos malditos chupópteros! Estoy indignada.

—¿Te quieren subir el alquiler después de quefuiste tú quien hizo todas las reformas y quien las pagó? ¿Cómo puede ser eso justo después de que has mejorado su propiedad?

Ella levanta las manos.

—No te preocupes, cariño. No dejaré que me extorsionen. Han elegido a la persona equivocada. Si creen que van a sacarme un euro más, están muy equivocados.

Niego con la cabeza.

—¿Dónde está tu amado?

—Konstantine. —Suspira—. Bueno, es una larga historia. Te traigo un ouzo y lo hablamos.

Me meto bajo las mantas mientras espero a que vuelva la abuela. Me doy una palmadita imaginaria en la espalda por haber sobrevivido al caos de las últimas veinticuatro horas sinque me entrase ningún ataque de pánico y sin pastillas. Algo es algo; es un avance.

Capítulo 4

 

 

 

 

 

A la mañana siguiente, me levanto temprano y con energía renovada tras un largo sueño. Voy a la villa principal y busco a la abuela, aunque no hay ni rastro de ella ni de Konstantine. Anoche no tuvimos la gran charla que habíamos planeado porque me quedé dormida y ella debió de dejarme dormir, ya que me tapó con la manta hasta la barbilla y apagó la luz.

La casa de la abuela es fresca y está decorada de forma impecable, con un estilo maximalista. Al igual que ella, es colorida y acogedora, con todo tipo de objetos extraños y extravagantes expuestos. No está aquí, así que vuelvo a salir para buscar la librería. Quizá se haya adelantado en la jornada laboral. Espero que haya café. Mataría por una taza, y un desayuno tampoco estaría mal.

La puerta de la librería está abierta y cruje al empujarla, dándome la bienvenida. Dentro hace un frescor delicioso al pisar las baldosas de mosaico azul. Las paredes son de color amarillo abeja y contrastan muy bien con los arcos de piedra blanca que separan cada habitación. Las buganvillas de color rosa fucsia se cuelan por las ventanas abiertas, como si intentaran escapar del calor del exterior.

Lo más llamativo son los propios libros. La abuela los tiene ordenados por colores, como un arcoíris que va del rojo al naranja, el amarillo, el verde, el azul, el índigo y el violeta. El impacto visual, atrevido y brillante, se complementa con la vista del mar infinito que se divisa fuera. Sillas de mimbre con forma de pavo real y alfombras rugosas salpican la estancia, esperando a que llegue algún lector. Hay una hamaca de rayas verde menta y blancas que se balancea con la brisa junto a una ventana, susurrando mi nombre.

Un escalón conduce a una hermosa puerta verde azulada descolorida con una intrincada verja de hierro forjado tan delicada que casi parece encaje. Intento abrirla, pero está cerrada con llave.

—¡Querida! Por fin te encuentro —dice la abuela, sobresaltándome.

—Me has dado un susto de muerte. —Me giro y la veo vestida con un brillante vestido blanco que resplandece a la luz del sol. Lleva unas gafas de sol con forma de ojo de gato y un sombrero de ala ancha.

—Lo siento, cariño. Acabo de volver de mi paseo matutino por la playa de la Caldera. —Se quita el sombrero—. Tengo que ver a un hombre por un perro, así que hoy vas a tener que encargarte tú de la librería. El código de la caja registradora es 1111. La nevera de mi casa está llena, sírvete lo que quieras. Diviértete, cariño. Nos vemos esta noche para tomar cócteles al atardecer, ¿vale? Eres un tesoro.

Se dispone a marcharse, pero la sujeto del codo antes de que pueda escapar.

—Espera, espera, espera. ¿Tienes que ver a un hombre por un perro? ¿Dónde está Konstantine? ¿No puede encargarse él? —El pánico se apodera de mí.

—No, ahora mismo no está. Tengo muchas cosas que hacer en este momento, y hay unos detalles que tengo que solucionar. Cuida el fuerte. Vuelvo en un santiamén.

Mi ansiedad aumenta: tratar con la gente es una cosa, pero hacerlo en un idioma extranjero es otra muy distinta.

—¡Abuela, espera! No hablo ni una palabra de griego.

—Usa una aplicación de traducción. —Pone los ojos en blanco—. En serio, Evie, no seas tan pesada. Tengo mucho que hacer y cuento contigo para que me eches una mano. Te prometo que luego te lo contaré todo.

Cuando me hace sentir culpable, sé que ahí hay gato encerrado.

—Dímelo ahora. —Me cruzo de brazos y la miro de una forma que lo dice todo.

La abuela mira el reloj y suspira.

—Está bien. Pero no le digas nada de esto a tu madre. ¿Vale?

—Siempre que no sea ilegal.

Me responde con silencio.

—¿Abuela?

—¡Por supuesto que no!

Humm. No me lo creo, pero lo dejo pasar. ¿Qué problemas puede tener una anciana de ochenta y tres años?

—Solo tengo algunos problemas, pero nada que requiera ayuda. Y no quiero que toda la policía de la diversión venga a escoltarme de vuelta a un lugar más seguro, así que tienes que mantenerlo en secreto.

—Si mamá se entera… —y ella es mejor investigadora que el FBI, por lo que es muy probable que lo haga—, tendré que darle explicaciones sobre por qué te he encubierto. Ya sabes que me ha enviado aquí para recabar información.

—Cariño, tienes que aprender a manejar mejor a tu madre. Es tu único punto débil.

—Es verdad. Es la forma en que indaga pacientemente en cada pequeño detalle y hace esas largas pausas que una persona se apresura a llenar… Es intimidante.

—Es una habilidad que ha perfeccionado con los años. En resumen: mi casero, Yannis, le ha alquilado la propiedad, incluida la librería y un bar, a mi marido Konstantine durante años. La cutre zona de copas atraía a algunos lugareños que se emborrachaban con cerveza barata y jugaban a las cartas. La librería nunca funcionó bien porque Konstantine la había abandonado. Cuando nos casamos, decidí renovarla.

La abuela y sus proyectos. La han llevado a muchas aventuras por todo el mundo y siempre le dan nuevas energías.

—Sigue —le digo mientras se deja caer en un taburete.

—Después de la reforma, reabrimos la librería, la llenamos de libros nuevos, en inglés y griego, pero seguía sin arrancar. El anticuado bar cerró y los jugadores de póquer se marcharon. Esa zona también necesitaba un cambio de imagen, una nueva dirección. Una idea única que atrajera a la gente.

—Tiene sentido.

—Este pueblo está un poco apartado, lo cual es una lástima porque las vistas son incomparables. ¡Y entonces se me ocurrió una idea genial que me golpeó como un rayo! —Se tapa la boca al darse cuenta de lo que ha dicho—. Ay, Dios mío. Que en paz descanse. Ludwig era… —Sus palabras se apagan mientras lucha con sus recuerdos.

El sexto marido de la abuela, Ludwig, abandonó este mundo tras ser alcanzado por un rayo. El hombre quedó tan carbonizado que ni siquiera pudieron utilizar sus dientes para identificar el cadáver. Los investigadores cerraron el caso, considerándolo un trágico accidente por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado.

—… un auténtico imbécil.

Resoplo.

—Lo sé, lo sé. No se debe hablar mal de los muertos, pero esquivó a la Parca tantas veces que no me sorprendió que finalmente lo encontrara. Ludwig tuvo todo tipo de accidentes, desde aquel episodio con los frenos defectuosos hasta la catástrofe del buceo. Y no te olvides de la vez en que estuvo a punto de perder la oreja por las palas del rotor de un helicóptero. Y la lista sigue…

—Nada de eso salió en la investigación.

Frunce el ceño.

—¿Qué investigación, cariño? —La abuela hace un gesto con la mano para alejar los recuerdos de su sexto marido—. Olvídalo, él ya está en un lugar mejor.

—Sí, supongo. —La pobre abuela no podía prever que le fuera a caer un rayo, o nunca le habría enviado al bosque a buscar setas.

—He preparado este lugar para convertirlo en una especie de club exclusivo… —Mueve una ceja con aire pícaro—. Los socios pueden pagar una cuota y utilizar las instalaciones y relacionarse con otras personas afines. Estoy esperando a que unos operarios terminen unas cosas y luego ya estaremos listos para celebrar la fiesta de inauguración.

¡Oh, no, otra vez no!

—¿Es esa una forma de hablar en código para referirse a fiestas sexuales? —Estoy en alerta máxima. Es un antro de perversión. Una habitación roja. Un boudoir de bondage. No me extraña que mi abuela no quiera que mi madre se entere: se escandalizaría. Yo ya estoyescandalizada.

—Por el amor de Dios, Evie, no es una fiesta de pervertidos ni nada por el estilo que se esté imaginando esa cabeza tuya. Eso fue unavez en los años setenta. Dos veces, si cuento aquella… Da igual. Ni siquiera habías nacido entonces, así que no sé por qué te sorprende tanto.

Me sonrojo hasta la raíz del pelo y desearía poder teletransportarme. La abuela niega con la cabeza como si yo fuera una mojigata.

—Es que soy más de monogamia, eso es todo.

—De verdad, Evie, a veces eres tan sensata que me mata.

—¿Gracias? —Sinceramente, es muy difícil de manejar.

—Detrás de estas bonitas puertas se esconde un paraíso literario llamado Epeolatry, que significa «adoración de las palabras». Una biblioteca nocturna, por decirlo de alguna manera, que ofrece cócteles literarios, jazz suave y un auténtico tesoro de material de lectura, desde los clásicos hasta la actualidad. Te lo enseño.

Pasamos del brillante caleidoscopio de colores al dramatismo de la estética académica oscura. El sitio se parece a una biblioteca gótica de antaño, con sus estanterías de caoba repletas de libros de tapa dura. Hay sofás de cuero oscuro y sillones de terciopelo verde esmeralda con embellecimiento dorado.

Las cortinas drapeadas tapan la luz del sol, lo que le da a la habitación un aire misterioso y melancólico. Es decadente y lujoso. Bustos de piedra descansan sobre pedestales, y me inclino para leer las placas doradas que anuncian los nombres de famosos autores griegos. Hay pequeños rincones que conducen a pasillos llenos de intriga. Las ornamentadas lámparas de araña dan a la habitación una iluminación cálida y difusa. La decoración es impresionante, como si cada detalle hubiera sido escogido minuciosamente. Hay una zona de bar, con taburetes de felpa alineados en fila.

—Abuela, esto es increíble. Es como retroceder en el tiempo y visitar otra época. —La decadente época del jazz de los locos años veinte.

—¿A que sí? Me he gastado una fortuna para conseguir este resultado. Por eso necesito más tiempo para demostrar que vale la pena.

—¿Por eso Yannis quiere subir el alquiler? —¿Acaso se puede hacer eso?

Juega con sus pendientes tintineantes, un gesto sutil que hace cuando se prepara para mentir. ¿Cómo no me he dado cuenta antes? La culpa la tiene el desfase horario, el desfase vital que me atrapó al llegar.

Mientras espero a que se decida, me pregunto qué elegirá, la verdad o una mentira descarada.

—Supongo que sí. —Se sonroja y se encoge de hombros—. Yannis cree que estoy forrada, pero, como imaginarás, este nivel de excelencia no es barato. Y todose vuelve el doble de caro cuando vives en una isla y necesitas que te envíen las cosas desde el continente.

Me invade una sensación de desasosiego.

—Abuela, ¿has invertido los ahorros de toda tu vida en este lugar? ¿O lo ha financiado tu marido?

Baja la mirada. «Oh, no». Mi madre se va a poner furiosa si se entera de esto. Sin embargo, es el dinero de la abuela, así que ella tiene todo el derecho del mundo a gastarlo como quiera. Bueno, supongo que técnicamente es la culminación de sus herencias y pólizas de seguro de vida de ocho maridos, pero eso nunca ha salido en una conversación, lo cual tal vez sea mejor. Que Dios los tenga en su gloria.

—¿Qué está pasando realmente, abuela? ¿Por qué Yannis y su nieto Georgios te están presionando tanto? No me vengas con el cuento de que te han subido el alquiler. No me lo trago.

Deja de hacer de pobre anciana en un santiamén.

—Está bien, está bien. Te he mentido. El problema es queno he pagado el alquiler. No me queda dinero. He intentado explicarles que necesito unos meses para recuperarme económicamente y que les pagaré con intereses. Pero ¿me lo van a aceptar? ¡No!

Suspiro hondo.

—Esto no es propio de ti. ¿Cómo no has calculado bien el presupuesto para las reformas y el alquiler? —La abuela es muy sensata con sus finanzas. No es un error que suela cometer.

¿Tiene razón Posy y la abuela se está volviendo más olvidadiza? Se me encoge el corazón al pensarlo.

La cara de la abuela se ensombrece.

—Hice un presupuesto, pero la cosa se me fue de las manos y, antes de que me diera cuenta, me lo había fundido todo.

—Y tu marido, ¿qué hay de él? —Me asalta un pensamiento terrible—. ¿Ha muerto? ¿Ya?

Ella se ríe con desdén.

—¡Por Dios!, ¡qué va a estar muerto!

—Bueno, históricamente hablando…

—Está en una plataforma petrolífera, ¿vale? Estamos pasando apuros económicos, así que pensamos que unos ingresos fijos nos ayudarían a salir adelante.

—¿En una plataforma petrolífera? ¿Cuántos años tiene?

—Setenta.

La miro fijamente.

—Sesenta.

Inclino la cabeza.

—Vale, tiene cincuenta.

En realidad, no debería sorprenderme.

—Vale. —¿Cómo voy a salir de este lío? Mi madre esperará un informe detallado y coherente y tendré que redactarlo con cuidado, dando pistas, pero sin revelar nada—. No te van a meter en la cárcel por no pagar el alquiler, ¿verdad?

Desvía la mirada como si no supiera muy bien qué responder.

—Yannis me ha amenazado con eso. Dice que fue al colegio con el jefe de la Policía de Grecia o alguna tontería por el estilo. Pero yo huelo cuándo alguien se tira un farol a kilómetros de distancia.

Me tapo la cara con las manos.

—¿Y si no es un farol? ¿Qué pasa entonces?

—No te preocupes, ¡tengo un nuevo plan! Uno que me dará algo de tiempo y los mantendrá alejados. Te lo cuento luego cuando nos tomemos unos cócteles. —Me da un beso y se marcha.

Nada de esto está bien. ¿Cuánto dinero habrá invertido la abuela en este lugar? ¿Cuánto cuestan los muebles elegantes? Quizá se lo haya gastado todo en libros. Por supuesto que Epeolatry es un paraíso para los amantes de la literatura, pero la abuela siempre se deja un colchón económico por si se mete en un lío.

En la puerta, la abuela se da la vuelta.

—Ah, y una advertencia: si aparece Georgios, mantente alerta. No dejes que husmee. Es probable que se lleve mis objetos más preciados como garantía.

—¿Cómo se supone que voy a defenderme? ¿Lo echo a patadas? Con la suerte que tengo siempre, acabaré en una cárcel griega.

—¡No, cariño! Mátalo con amabilidad. —Me hace un gesto con la mano mientras cierra la puerta al salir.

¿Cómo puede estar tan tranquila? ¿Será suficiente el lanzamiento de Epeolatry para mantener a raya a los lobos? Pienso en qué mensaje enviarle a mi madre para que me deje un poco tranquila.

«La librería Bibliotherapy es una maravilla. El bar-biblioteca Epeolatry, que abrirá pronto, es espectacular. La abuela tiene problemillas de dinero, ya que la librería está en una zona tranquila del pueblo, pero tiene un nuevo plan con el que me va a sorprender más adelante. Su marido Konstantine está fuera por trabajo, así que eso es una cosa menos de la que preocuparse. La abuela parece estar disfrutando de la vida en la isla, a pesar de algunos baches. Evie».

Qué lío, pero la abuela no parece preocupada, así que por ahora lo dejo estar.

¿Qué tiene que hacer una chica para conseguir algo de comida aquí?…

Capítulo 5

 

 

 

 

 

Como siempre, el universo me da lo que necesito, pero nunca como yo quiero. En cuanto mi estómago ha empezado a rugir en señal de protesta, aparece él, el dios griego, con nada menos que una caja de delicias recién horneadas que huelen de maravilla.

Se me hace la boca agua, aunque no puedo ni quiero ceder ante alguien como él. Recuerdo la advertencia de la abuela de que esté muy alerta, pero mi determinación se desmorona con cada paso que él da hacia mí. La culpa la tiene el hambre y lo rápido que ha salido de casa la abuela esta mañana. Tenía la esperanza de desayunar bajo el agradable sol matutino, con las suaves olas del mar rompiendo a lo lejos, mientras ella me ponía al día de lo que había sucedido exactamente desde que bajó del crucero. Por desgracia, ella desapareció, yo me muero de hambre y élestá aquí.

—Siento que ayer empezáramos con mal pie. —Georgios me dedica una cálida sonrisa que contradice su corazón traicionero.

He visto estas tácticas en novelas románticas mil veces. ¿De verdad cree que una sonrisa tan seductora va a funcionar? Pues conmigo no. Probablemente esté buscando objetos de valor que pueda vender para recuperar el dinero del alquiler. No lo culpo, pero lo haré porque mi abuela me lo pidió.

Finjo que no me interesa en absoluto y paso la página de mi libro, incapaz de concentrarme en lo que leo con él tan cerca y yo tan hambrienta.

Levanta la tapa y lo único que puedo hacer es no saltar y arrebatarle la caja. El dulce aroma de la canela y el sirope perfuma el aire templado. No debo ceder a la tentación.

—Mi abuela ha hecho loukoumades especialmente para ti y Floretta esta mañana. Lamentamos que las cosas se hayan complicado estos últimos días.

Arqueo una ceja y lo miro lentamente, con aire majestuoso, como hacen los gatos, demostrando así que no me ha impresionado en absoluto, cuando en realidad es todo lo contrario. Mi estómago tiene voluntad propia y me dice que me lance a por los dulces. ¡Al diablo con la moral!

—¿Y tu abuela sabe que regañaste a una anciana por unos cuantos euros? —¡Mírame, interpretando el papel de heroína indiferente! ¿Eso lo convierte a él en el héroe? «¡Esto no es una novela, Evie!».

—Bueno, no es exactamente…

Levanto una mano.

—La abuela me lo ha contado todo, así que te puedes ahorrar las explicaciones. Deja los loukoumades. No voy a rechazar un regalo que tu abuela ha hecho con tanto cariño. —¡Ojalá Posy pudiera verme ahora! Incluso ella tendría que reconocer a regañadientes que soy una fuerza a tener en cuenta.

Georgios me entrega la caja.

—Espera —dice, y sale corriendo hacia su coche.

El tiempo no espera a nadie, y estas bolitas de alegría del tamaño de un bocado aún están calientes. Me meto una en la boca y, desde luego, están que te mueres. Suaves como una almohada por dentro, crujientes y dulces por fuera. Georgios vuelve con dos cafés para llevar. Hay que reconocerle el mérito: se ha esforzado mucho. Ojalá pudiera ser más fuerte y despedirlo con una mirada gélida y un gesto de desprecio. Pero mi cuerpo ansía nutrientes, así que aquí estamos.

—¿Te gusta el café griego? —me pregunta mientras me pasa un vasito.

—¿Es descafeinado?

Georgios niega con la cabeza.

—Entonces sí. —Doy un sorbo.

Es más fuerte que el café de mi país y más espeso, como si no lo hubieran filtrado. Es una versión turbo y a mí, al menos, me encanta. No puedo evitar sentir que está intentando conquistarme. Y eso es un problema, porque intuyo que es una estratagema para ganarse mi confianza. Los de su clase no suelen cortejar a las de mi clase. No es que yo sea una mujer fea o un patito feo; es que somos diferentes. Él, con sus gafas de sol de diseño, su enorme ego y la forma en que espera que caiga rendida a sus pies, calzados con elegantes mocasines de piel. Y yo, un miembro de pleno derecho del País de los Romances, capaz de reconocer una trama a un kilómetro de distancia.

Me recuerdo a mí misma que se supone que debo «matarlo con amabilidad» mientras mantengo la guardia alta. En realidad, no me importa mirarlo durante el desayuno, al tiempo que averiguo qué intenciones tiene.

—Qué tranquilidad. —Señala la librería.

No ha entrado ni un solo cliente, aunque es temprano y supongo que los turistas pronto se adaptarán al tempo de la isla, y su ritmo se volverá lánguido a medida que se acomodan a sus vacaciones de verano.

—Exacto. ¿Por qué no le dais un respiro a mi abuela para que ponga en marcha el negocio, y pronto os devolverá el dinero con intereses? —Toda esta charla resulta difícil cuando los loukoumades piden a gritos ser devorados. Doy un delicado mordisco mientras espero su respuesta.

Se queda pensándolo.

—Lo entiendo; las cosas han sido muy duras para ella…

—Yo no diría tanto. La abuela se enfrenta a proyectos como este todo el tiempo. Vale, sí, la arrestan con bastante frecuencia; de ahí la necesidad de mudarse mucho ode volver corriendo a su base en Brooklyn, pero esa no es la cuestión. La cuestión es que, cuando tiene una visión, la lleva a cabo. Este pequeño pueblo de Santorini tiene suerte de tenerla. Sé que aún no lo ves, pero lo verás. Estoy totalmente convencida de que dará a conocer este tranquilo lugar.

Espero que no sea por otra investigación de asesinato, pero eso me lo guardo para mí.

Georgios frunce el ceño, como si no me creyera del todo. Lo entiendo. No conoce a la abuela y no sabe que ha logrado muchas hazañas en su extraordinaria vida.

—Es solo que mi abuelo tiene facturas que pagar. Floretta no puede pedirle que espere indefinidamente, y además ahora su marido se ha ido. ¿Y si este lugar nunca llega a funcionar? Entonces, ¿qué?

Cómo convencerlo de que la abuela nuncafracasa.

—Tendrás que creerme. Tiene un don para los negocios. Y sí, esta situación no es ideal y no es propia de ella…

Me interrumpe:

—Floretta no debería haber terminado las reformas si no puede pagar las facturas.