Bajo el sol italiano - Lucy Gordon - E-Book
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Bajo el sol italiano E-Book

Lucy Gordon

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Beschreibung

Si él se lo permitía, aquella mujer podría cambiarle la vida… El mundo la veía como una mujer sofisticada, deslumbrante y famosa... hasta que su marido le fue infiel y se divorció de ella. Entonces, Angel Clannan se alegró de volver a ser una persona anónima, alguien que se moría de ganas de empezar su nueva vida en Villa Tazzini, en la costa de Amalfi... A nadie le importaba más aquella casa que a Vittorio Tazzini, por eso le rompía el corazón que fueran a vendérsela a alguien como Angel. Aunque cuando conociera a la verdadera Angel, ésa a la que ella misma había olvidado, no tardaría en cambiar de opinión.

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Seitenzahl: 202

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2006 Lucy Gordon. Todos los derechos reservados.

BAJO EL SOL ITALIANO, Nº 2090 - Noviembre 2013

Título original: Married Under the Italian Sun

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2007

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3885-7

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

Damas y caballeros, una vez más con ustedes el concurso de preguntas y respuestas, Una estrella en mi equipo, su programa favorito. Donde, como siempre, los famosos los ayudarán a conseguir premios estupendos.

Sentada tras el escenario del estudio, Angel rogó que aquel parloteo acabara cuanto antes. Más aun, que todo ese estúpido negocio llegara a su fin, así como su matrimonio.

Nina, su secretaria personal, la miró con aprobación.

–Estás perfecta.

Desde luego que sí. Angel siempre estaba perfecta. Era su oficio. Con su larga melena rubia, sus grandes ojos azul oscuro, la esbelta figura enfundada en un ceñido traje dorado y las rutilantes joyas, ciertamente estaba perfecta.

–Y a continuación, la espléndida dama que esperáis con impaciencia.

«No con la impaciencia con que yo espero que esto acabe pronto», pensó con ironía, esforzándose por mantener el buen humor.

–La que todos deseamos ver...

«Sí, y más aún desde que mi marido cubrió con mi cara las portadas de los medios de comunicación intentando conseguir un divorcio barato. No te preocupes. Sonríe», pensó Angel.

Una rápida mirada al espejo y su último paseo hacia las luces que le hacían guiños y las cámaras que la atormentaban. Era como un paseo a la guillotina.

–Y aquí la tenemos. La preciosa, la fabulosa... ¡Angel!

La joven avanzó sobre los altísimos tacones al tiempo que extendía las manos y saludaba al presentador con fingido éxtasis.

Antes del comienzo del programa, se había reunido con los concursantes, el señor y la señora Strobes.

–Sentimos mucho lo de su divorcio. Es horrible la forma en que la apartó de su vida –había comentado la señora Strobes.

–El divorcio fue una decisión mutua –se había apresurado a replicar ella.

¿Pero de qué servía defenderse cuando Joe paseaba a su nueva conquista por todas las salas de fiestas y espectáculos públicos?

El público esperaba con una impaciente y morbosa curiosidad su aparición, así que ella saludó con una reverencia y una radiante sonrisa. Aunque casi podía oír sus comentarios.

–Una chica muy sexy... Está buenísima.

Eso era lo que su marido siempre había deseado. Para él había sido una chica muy sexy durante los ocho años que había durado el matrimonio.

Entonces Angel volvió a hacer lo que siempre se esperaba de ella. Tenía que ayudar a su equipo actuando como la rubia tonta mediante gestos repetidos, como llevarse los dedos a los labios en un gesto de ingenua ignorancia y de vez en cuando dejar escapar su característica risita infantil.

Cuando al fin concluyó el estúpido concurso, Angel se precipitó fuera del plató.

Nina la esperaba en la calle con el motor del coche en marcha para arrancarla cuanto antes de la curiosidad del público.

Nina la había acompañado esos ocho años en calidad de secretaria personal, doncella, recadera y, sobre todo, buena amiga. Un poco menor que Angel, era una joven sencilla, sincera y divertida.

–Bueno, por fin todo ha terminado –comentó al oír el suspiro de alivio de su amiga–. Con un poco de suerte ya no volverás a trabajar en esto.

–Sí, cuando llegue a Italia. ¡Amalfi, allá voy!

–Me gustaría acompañarte.

–A mí también me gustaría –respondió Angel con sinceridad–. Pero, incluso aunque pudiera permitírmelo, ya no necesitaré una secretaria. Pienso llevar una vida muy tranquila. Te echaré de menos, Nina.

–Joe me llamó para pedirme que volviera a trabajar para él. Dice que la «querida Merry» me necesita. ¡Merry, vaya tontería! Todos sabemos que su verdadero nombre es Meredith.

–Y el mío es Angela, pero permití que me lo cambiara en beneficio de su imagen.

–Le dije que había encontrado un nuevo empleo. Te confieso que no volvería a trabajar para un hombre estúpido y vulgar que se cree alguien porque le sobra el dinero. Hiciste bien en separarte de él. Y aunque no hayas conseguido una pensión alimenticia decente, al menos te has quedado con un palacio italiano.

–La villa Tazzini no es un palacio. De ser así, Merry no la habría rechazado. Joe la compró para ella y no le permitió verla personalmente porque quería darle una maravillosa sorpresa. El caso es que cuando supo que no era un auténtico palacio, sino una gran casa rural, la sorpresa no fue tan maravillosa.

–Se rumorea que a Joe le costó un millón.

–Un palacio habría costado por lo menos cinco millones. He oído decir que, cuando él le mostró el montón de fotografías de la villa, Merry las rompió en mil pedazos.

–Seguro que Freddy te lo contó –dijo Nina refiriéndose al secretario personal de Joe que, secretamente, siempre había tomado partido por Angel, como todos los que habían trabajado para ella.

–Sí, y además dijo que su lenguaje habría hecho enrojecer a un marinero.

–¿Y Joe le permite hablar así?

–No olvides que es una chica de veinte años y muy sexy. Pavonearse con ella estimula su ego.

–Aunque él sea un gordo de cuarenta y nueve años.

Angel se echó a reír.

–En realidad tiene cincuenta y dos, pero eso es un secreto. Bueno, el caso es que mientras pueda presumir de que ha conquistado a una joven como Merry, ella podrá hablar como le parezca. Cuando rechazó el regalo, Joe decidió cederme la villa. «Puedes quedarte con ella como finiquito del divorcio. O la tomas o la dejas», fueron sus palabras.

–¿Y eso fue todo?

–También me dio una modesta cantidad de dinero que tendré que administrar con cuidado. Servirá para cubrir mis gastos hasta la época de la recolección. Parte de la propiedad es un extenso huerto limonero, así que cuando venda la cosecha tendré suficiente dinero para mantenerme sin mayores problemas.

–Con todo, podrías haber peleado por conseguir una suma de dinero más equitativa. Con los millones que tiene ese hombre, me parece que el divorcio le salió muy barato.

–Lo sé, aunque eso habría significado que los litigios legales contra su ejército de abogados me habrían mantenido atada a él durante años, así que acepté lo que me ofreció porque, sencillamente, estaba muy cansada. Después de todo, Italia me encanta.

Años atrás, Angel había proyectado estudiar Arte en la universidad y luego especializarse en Italia. Incluso había aprendido el idioma. Pero el sueño se había esfumado cuando su querido abuelo cayó enfermo y necesitó sus cuidados.

Y en ese momento le parecía que al fin se cumpliría el sueño de vivir en Italia, aunque no en Roma ni en Florencia, centros del arte. Su nuevo hogar estaría en una villa de la costa de Amalfi, con sus acantilados que caían a pico en el mar.

En todo caso, cualquier cosa valdría la pena con tal de cuidar al anciano que le había ofrecido un hogar tras el fallecimiento de sus padres cuando era una niña de apenas ocho años. Hacía cinco años que no se habían visto, así que eran extraños el uno para el otro.

–Hola, me llamo Sam –había dicho el anciano cuando al fin se reunieron.

Y desde entonces sólo había sido Sam para ella.

Habían llevado una vida de constante lucha contra la pobreza, aunque suavizada por el amor entrañable que se profesaban.

Cuando Sam enfermó, Angel se dedicó a cuidarlo. Entonces tenía un novio muy apuesto, cuyo atractivo la había impresionado y estaba loca por él. Sin embargo, Angel rompió las relaciones cuando Gavin le dejó muy claro que Sam no tenía cabida en sus vidas.

Con la esperanza de ganar un poco de dinero, había participado en una selección de postulantes para animar un programa televisivo y había obtenido un puesto. Así fue como conoció a Joe Clannan, uno de los principales accionistas de la empresa productora que financiaba el programa. Era un hombre acaudalado, mucho mayor que ella y, cuando le propuso matrimonio, la joven aceptó por el bien de Sam.

Sin embargo, Joe sólo veía en ella una esposa joven y sexy, una especie de trofeo. Como Angela era un nombre muy provinciano para él, se lo cambió por Angel, mucho más sexy según su criterio.

Durante esos años, Joe la llevó a todos los estrenos cinematográficos, a elegantes fiestas, a la inauguración de todos los restaurantes de última moda y Angel siempre aparecía con las últimas creaciones de los modistos más renombrados, y siempre cubierta de finísimas joyas.

El propósito era mostrar al mundo que un hombre tan vulgar como Joe Clannan tenía una esposa que todos los hombres envidiaban.

Angel lo complacía en todo, agradecida de que Sam llevara una vida tranquila y cómoda bajo sus cuidados, ayudado por dos enfermeros. A menudo, el abuelo olvidaba quién era la joven, pero parecía feliz y eso era todo lo que importaba.

Así fue como Angel se convirtió en una celebridad menor, famosa por ser famosa, por aparecer en programas de concursos televisivos batiendo las pestañas, riendo como una chica ingenua... En fin, haciendo todo lo que podía para que su marido pudiera presumir de ella.

Pero cuando se quedó embarazada, Joe se mostró tal cual era. Ya tenía dos hijos mayores de un matrimonio anterior y no deseaba que su mujer perdiera su espléndida figura. Una vez sugirió que «no había necesidad de tenerlo». Ese comentario provocó una horrible discusión entre ellos. Por primera vez, Angel se mostró firme en algo y él no volvió a tocar el tema. Y todo por nada, porque dos días más tarde ella sufrió un aborto espontáneo.

Durante las semanas de honda depresión que siguieron, Angel se convirtió en «un verdadero aburrimiento», según palabras de su marido. Entonces se lió con una joven de veinte años, porque consideró que con veintiocho, Angel había dejado atrás sus mejores años.

Angel siempre había sabido que, bajo su buen talante, se ocultaba un hombre que podía ser muy desagradable. Y tuvo buena prueba de ello durante los trámites del divorcio, cuando Joe la despidió de su casa junto con el abuelo y una escasa cantidad de dinero.

A ella no le importaba el dinero. Si no hubiera sido por Sam se habría contentado sólo con alejarse definitivamente de Joe.

Tras haber disfrutado de la fastuosa mansión en el corazón del West End de Londres, en la actualidad vivía en una pequeña casa en la periferia de la ciudad con espacio apenas suficiente para Sam, ella y los dos sanitarios. La había alquilado por poco tiempo, porque en unas cuantas semanas más podría disponer de Villa Tazzini.

La noche anterior a su viaje a Italia, Angel entró en la habitación del abuelo.

–Mañana me marcho a Italia.

–¿Por qué te marchas?

–Cariño, ya te lo dije. Voy a ver la casa donde vamos a vivir. Es la propiedad que Joe me cedió durante el divorcio.

–¿Quién es Joe?

–Mi ex marido.

Sam frunció el ceño.

–¿Y qué fue de Gavin?

–Cortamos las relaciones, pero eso ya no importa. Vamos a tener una casa nueva en Italia. Mira las fotos que te he traído. Te reunirás conmigo lo antes posible.

El anciano la miró con esa sonrisa cálida y cariñosa que ella tanto amaba.

–¿Por qué te vas?

Vittorio Tazzini estaba junto a la ventana mirando a la calle mientras esperaba la llegada de su amigo. Tan pronto vio a Bruno, se apresuró a abrir la puerta y casi lo arrastró al interior.

–¿Lo tienes? –preguntó con ansiedad.

–Vittorio, amigo mío, no estoy seguro de que esto sea lo mejor para ti. Estás obsesionado y eso no es nada bueno.

–¡Obsesionado! Desde luego que sí. Dos hombres me han engañado. El primero fue uno que yo consideraba un amigo hasta que me robó y luego desapareció obligándome a vender mi casa para pagar sus deudas. Sus deudas, Bruno, porque me persuadió para que le sirviera de aval. El otro fue Joseph Clannan, que se aprovechó de mi desesperación para bajar el precio de la propiedad a una cantidad casi ridícula. Tuve que venderle la villa por mucho menos de lo que verdaderamente vale porque necesitaba el dinero con urgencia. Si hubiera podido obtener un precio justo, mi futuro sería más halagüeño. No me habría quedado sin un céntimo, obligado a vivir en una chabola como ésta –dijo al tiempo que echaba una mirada a la habitación, bastante modesta.

Bruno lo miró con compasión, aunque se cuidó de ocultarla. Ambos tenían treinta y dos años y eran amigos desde los tiempos del colegio. Nadie conocía tan bien como él al violento y rencoroso Vittorio. Nadie lo comprendía mejor y temía más por él que Bruno, su amable camarada. En ese momento contemplaba silenciosamente a Vittorio que, como un animal enjaulado, paseaba su alta y delgada figura de arriba abajo por la pequeña habitación tras haber disfrutado toda su vida de los amplios espacios de Villa Tazzini. Tarde o temprano ese animal se volvería loco.

Vittorio no era un hombre apuesto. Su rostro era demasiado severo, las mejillas demasiado hundidas, los ojos demasiado intensos. La nariz era irregular, como si alguna vez se la hubiera roto. La boca, amplia y de firmes líneas, sugería una naturaleza inflexible; una boca que podía odiar o amar con igual intensidad, incapaz de perdonar una falta, ya fuera de un amigo o de un enemigo.

Incluso Bruno, su mejor amigo, le tenía un poco de miedo y temía por el que se cruzara en su camino.

–¿No podrías olvidar a ese hombre por un momento? –rogó.

–¿Cómo podría olvidarlo? La verdad es que casi me robó la villa. ¿Y sabes por qué? Para impresionar a una mujer. Para regalarle mi hogar sin grandes costos para él.

–Eso tú no lo sabes –objetó Bruno.

–Sí que lo sé. Mientras le enseñaba la casa no paraba de decir: «A mi bella dama le encantará este lugar». Todo por una mujer. Así que ahora quiero conocerla. Dijiste que tus amigos ingleses podrían enviarte algo. ¿Lo tienes o no?

–Sí –dijo Bruno a regañadientes, al tiempo que abría un paquete–. Éste es el vídeo de un programa televisivo. Lo emitieron la semana pasada y mis amigos lo grabaron para mí. Pero me gustaría que lo dejaras, Vittorio. Puedes odiar al hombre si te apetece pero, ¿por qué culparla a ella?

–¿Crees que es posible separarlos? ¿Crees que no conozco a esa clase de mujer que coloca un precio en la puerta de su habitación y lo sube cada vez más? Todos las conocemos. Dame ese vídeo.

Vittorio lo metió en un reproductor que había en un rincón de la habitación, llenó dos copas de vino y luego se sentaron en un sofá.

–Y aquí la tenemos. La preciosa, fabulosa... ¡Angel!

Vittorio no apartó la mirada de la bellísima rubia de largos cabellos, exquisito maquillaje y una boca con un gesto muy sexy, vestida con un ceñido vestido dorado y resplandecientes joyas.

–Putana –murmuró.

–No te pases, Vittorio –protestó Bruno.

–¿Crees que un anillo de bodas oculta su condición?

–Puede que ya no lo lleve. Mis amigos me contaron que se rumoreaba un posible divorcio.

–¿Así que pidió mi casa como un regalo por la separación? ¿Se supone que debo sentirme mejor?

En ese momento, Angel dejó escapar su risita tonta y luego se llevó melindrosamente los dedos a los labios.

«Una actuación perfecta», pensó Vittorio. Un gesto aparentemente fatuo, aunque calculado para desafiar el control de un hombre. Porque hasta él sintió que un escalofrío le recorría la columna y eso aumentó su ira.

Bruno contemplaba la impecable belleza de Angel.

–Tal vez sea todo lo que dices, pero puedes apreciar por qué...

–¡Oh, sí! –exclamó Vittorio con desprecio–. ¡Ya se puede ver por qué! –añadió al tiempo que apretaba la copa con tanta fuerza que el cristal se rompió sin que él se diera cuenta.

Sus ojos estaban fijos en la pantalla, en la hermosa y provocativa mujer que reía despreocupadamente.

El viaje comenzó con el vuelo a Nápoles. Habría sido muy sencillo llamar a la villa desde el aeropuerto y pedir que alguien la fuera a recoger, pero a Angel le pareció una buena idea llegar inesperadamente y ver la casa tal y como era en un día cualquiera.

Muy pronto se arrepintió de su impulso. La independencia estaba muy bien con poco equipaje. Pero el viaje se convirtió en una empresa realmente agotadora cuando tuvo que cargar con todas sus pertenencias hasta conseguir un taxi, luego descargar en la estación de ferrocarril, volver a cargar el equipaje en el tren que la llevó a Sorrento y luego subir al autobús que la dejaría en Amalfi. Cuando tomó el último taxi para llegar a la villa, estaba realmente exhausta.

Pero de inmediato olvidó el cansancio cuando tuvo la primera visión de la imponente costa de Amalfi con sus altísimos acantilados que se hundían en el mar.

–¡Qué altura tan impresionante! –exclamó maravillada–. ¿Y cómo es que esos pueblecitos que cuelgan de las laderas no se deslizan al agua?

–Dice la leyenda que están protegidos por Hércules, el gran héroe mitológico –le informó el taxista.

«Sí, sería fácil de creer», pensó Angel.

–¿Y la villa Tazzini también está enclavada en una ladera?

–Se encuentra en la cima de un acantilado, aunque el huerto limonero está dispuesto en gradas y cubre una de las laderas para aprovechar al máximo el calor del sol.

–¿Son buenos los limones?

–Los mejores. Los productores del limoncello siempre compiten por comprar los limones de la villa Tazzini.

–¿Qué es el limoncello?

–Un licor de limón y aguardiente, un regalo de los dioses.

«Así que hay mercado para el producto», pensó Angel con alivio.

–Allí está el huerto –anunció el conductor cuando doblaban por una curva–. Y ésas son las flores de los limoneros.

Angel dejó escapar una exclamación ahogada al contemplar la sorprendente belleza de los capullos blancos que, desde la cima del acantilado, caían como una cascada por la ladera bajo la luz del sol.

Cuando se acercaban a la villa sacó un espejito del bolso. Había decidido que los días de frivolidad habían quedado atrás y que en el futuro no se preocuparía tanto por su aspecto. Pero quería que su primera entrada fuera perfecta, así que se retocó el maquillaje.

El taxista abrió unas enormes verjas de hierro que no estaban cerradas del todo y accedieron al camino de entrada. En unos cuantos minutos, Angel pudo contemplar la villa.

Como le había dicho a Nina, no era un palacio sino una gran casa rural, aunque de líneas impresionantes.

Construida en piedra de un suave color gris, tenía tres plantas. Una escalera conducía a la segunda planta desde el exterior, donde una terraza cubierta se extendía a lo largo del edificio.

Adosadas a las paredes, había pequeñas fuentes decoradas con animales de piedra perfectamente esculpidos.

Tres amplios escalones conducían a una gran puerta partida, abierta en ese momento. Angel entró seguida del taxista, cargado con las maletas. El vestíbulo era muy amplio, aunque le pareció extrañamente hogareño, incluso hasta acogedor. El suelo estaba cubierto de baldosas rojas que conducían a un corredor con arcos que parecía invitarla a que se internara en él. Para su sorpresa, Angel de inmediato se sintió bienvenida en esa casa.

Tras pagar al taxista, rehusó su ofrecimiento de cargar el equipaje al interior. Quería estar a solas para disfrutar sus primeros minutos en ese lugar encantador.

Desde el vestíbulo arrancaba una escalera de piedra con barandillas de hierro. Angel empezó a subir lentamente, como si se moviera en un sueño. A mitad de camino se detuvo para mirar por una ventana y descubrió que la casa estaba situada muy cerca del acantilado y que miraba directamente al mar. Desde allí pudo observar el agua increíblemente azul que brillaba bajo la claridad del cielo. La ventana estaba abierta, así que Angel se quedó un momento respirando el aire puro y escuchando el silencio.

¿Cuándo había sido la última vez que había estado sumida en el silencio? ¿Cuándo había disfrutado de tanta paz y serena alegría en su bulliciosa vida?

Luego continuó su ascensión. Tras el calor del exterior, la frescura de la casa, protegida por sus gruesas paredes de piedra, era una bendición. Angel llegó a un amplio rellano que conducía a un pasillo con muchas puertas. La puerta partida de una de ellas atrajo su atención. Sin duda sería el dormitorio principal, que se reservaría para ella.

Ansiosa por ver la habitación, Angel empujó ambas puertas y entró.

Durante un momento no distinguió casi nada porque las contraventanas de madera que protegían las tres ventanas estaban casi cerradas. Entonces un leve resplandor se filtró por una de ellas y vio a un hombre de pie que miraba hacia fuera por una ranura.

Al principio sólo pudo distinguir que era alto y delgado pero, a medida que sus ojos se acostumbraban a la penumbra, observó que llevaba unos vaqueros viejos, una raída camisa de tela vaquera y unos zapatos gastados.

«Posiblemente sea el jardinero pero, ¿qué hace aquí?», pensó.

–Hola.

Él se volvió al instante.

–¿Quién es usted? –ambos preguntaron al unísono en italiano.

Angel se echó a reír.

–Lo siento, es culpa mía por no haber avisado de que llegaba hoy.

Él abrió las contraventanas de par en par, así que la luz entró a raudales y le dio de lleno a Angel, que en ese momento se acercaba a él.

–Soy la nueva propietaria de la villa.

–La Signora Clannan.

Angel había vuelto a utilizar su nombre de soltera, pero dejó pasar el detalle por el momento.

–Así es. Sin duda me estaba esperando.

–Sí, todos sabíamos que vendría, aunque ignorábamos la fecha exacta. Seguro que se guardó el detalle para pillarnos desprevenidos. Muy astuta. ¿Quién sabe qué podría descubrir, verdad?

Angel, que ya lo veía mucho mejor, pensó que nunca había conocido a un hombre de aspecto tan duro e inflexible. No sólo su rostro expresaba severidad y cautela, sino también su alta figura angulosa y su actitud, con los brazos cruzados defensivamente sobre el pecho, como si quisiera advertir al mundo que guardara las distancias.

–Nunca ha sido mi intención sorprender a nadie –dijo intentando mantener su buen humor–. Fue una decisión que tomé impulsivamente.

–¿Y no pudo haber llamado por teléfono desde el aeropuerto con el fin de que Berta se preparara para su llegada? Ella es el ama de llaves, una mujer leal y trabajadora. Merece algo mejor.

El leve remordimiento de Angel se vio superado por una ola de indignación. ¿Cómo se arrogaba el derecho a hablarle de esa manera?

–Mire, supongo que usted forma parte del personal de mi casa, así que ahora mismo quiero dejarle claro que no me hable de esa manera si quiere continuar a mi servicio.

–¿Sí? Entonces tengo mucha suerte de no trabajar para usted, porque me echaría a temblar.

–Basta de impertinencias. Si no es uno de mis empleados, ¿qué está haciendo en esta habitación en la que claramente no tiene derecho a estar?

A Angel le pareció que se ponía más pálido y que la mueca de la boca se volvía más sardónica.

–Es verdad. No tengo derecho. Nunca más.

–¿Qué quiere decir?

–Me llamo Vittorio Tazzini. Hasta hace poco, propietario de esta villa.

Capítulo 2

Usted? –la palabra se le escapó en un tono poco lisonjero.