Bajo la superficie - Jessica Hart - E-Book

Bajo la superficie E-Book

JESSICA HART

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Quizá su empeño en huir de los sentimientos los condujera directos al amor... Patrick Farr estaba más que satisfecho con su vida de soltero, siempre rodeado de mujeres bellas. ¡Ojalá pudiera convencerlas de que el matrimonio no figuraba entre sus planes! Sólo había una manera de demostrarles que jamás se casaría por amor... Louisa Dennison era capaz de mantener la calma en cualquier situación; de hecho, era la ayudante perfecta. También era una madre soltera con dos hijos muy difíciles. Así que cuando Patrick le pidió que se casara con él, su respuesta fue un no rotundo... ¿O quizá no fuera así? Lou no era uno de los bombones de Patrick, pero su ofrecimiento podía ser la solución a todos sus problemas...

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 165

Veröffentlichungsjahr: 2017

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2005 Jessica Hart

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Bajo la superficie, n.º 2003 - agosto 2017

Título original: Contracted: Corporate Wife

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-081-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

LOUISA Dennison salió del ascensor tan puntual como siempre.

Patrick la miraba desde el vestíbulo con cierta irritación. ¿Aquella mujer no podía llegar cinco minutos tarde?

Allí estaba, con su traje de chaqueta gris, la falda justo por encima de la rodilla, ni un pelo fuera de su sitio. Era una mujer discreta, sensata, educada, el epítome de la perfecta secretaria ejecutiva.

Patrick sabía que estaba siendo irracional. Había tenido suerte de heredar una secretaria tan eficiente al hacerse cargo de Schola Systems.

Lou, su nombre era lo único corto y relajado en aquella mujer, era una secretaria modelo: puntual, seria, profesional. Nunca la había visto cotilleando con otros empleados, ni haciendo llamadas personales. No mostraba interés alguno en su vida privada, de modo que Patrick nunca le preguntaba por la suya.

No, no podía tener una secretaria mejor.

Aunque a veces le gustaría que cometiera un error, un pequeño error para demostrar que era humana.

Pero nunca había pasado.

La verdad era que la encontraba un poco demasiado perfecta y eso lo molestaba. Si alguien tenía que ser perfecto en aquella empresa, ése era él. Su reputación como ejecutivo despiadado hacía que mucha gente temblara al verlo entrar en un despacho.

Pero Lou Dennison no. Lou clavaba en él sus ojos oscuros con total indiferencia… y a veces con cierta ironía. Y eso lo sacaba de quicio. Además, ella no era nada especial, se decía a sí mismo, con cierto resentimiento. Era atractiva, sí, pero debía de tener al menos cuarenta y cinco años y tenía arruguitas alrededor de los ojos.

Y a él nunca le habían gustado las mujeres como ella. Le gustaban más femeninas, más alegres. Y más jóvenes.

–No llego tarde, ¿verdad? –preguntó Lou al ver su expresión. Y Patrick sintió el deseo de mirar el reloj y anunciar que había llegado… quince segundos tarde.

–No, claro que no.

Se recordó a sí mismo que no era culpa de Lou que la tormenta hubiera obligado a cerrar las carreteras, las estaciones de tren y el aeropuerto. Tampoco era culpa suya que él prefiriese cenar con cualquier otra persona. No le había quedado más remedio que preguntarle si quería cenar con él ya que los dos estaban atrapados allí, pero esperaba que la cena fuera rápida y que, después, cada uno se fuera por su lado.

Patrick señaló la puerta del restaurante.

–¿Quieres que entremos ya o prefieres tomar algo en el bar?

Lo había preguntado con una expresión tan indiferente que a Lou no le quedó la menor duda: Patrick Farr tenía tan pocas ganas como ella. Debería elegir el restaurante para que aquello pasara rápido, pero no le apetecía.

Aquél estaba siendo un día muy largo. Había empezado con una llamada urgente a las cinco de la mañana que la obligó a sacar a sus dos hijos de la cama antes de lo normal. Luego, un retraso en el metro y un viaje en tren con Patrick Farr. Era la primera vez que viajaban juntos para firmar un contrato. Aunque ella no entendía por qué era necesaria su presencia, Patrick había insistido.

Al final, la reunión salió como esperaban, pero había sido agotadora y Lou estaba deseando volver a casa para darse un largo baño caliente… sin los niños llamando a la puerta del baño para preguntar qué había de cena o dónde estaban los vaqueros rotos que necesitaban «ahora mismo».

Pero estaba atrapada en un hotel con su jefe, en Newcastle. Condenados a cenar juntos. Y para eso necesitaba una copa.

–Sí, me apetece tomar algo antes –dijo por fin, desafiante. Como esperaba, Patrick hizo una mueca. Él era un hombre acostumbrado a salirse con la suya… especialmente con las mujeres si los rumores eran ciertos. Y, sin duda, esperaba que ella le siguiera la corriente como todos los demás.

Pues no iba a hacerlo. Si no quería tomar algo con ella no debería haber preguntado.

–Entonces, vamos al bar –dijo su jefe por fin, sin ningún entusiasmo.

Le daba igual. En los tres meses que llevaba dirigiendo Schola Systems, Patrick Farr había dejado claro que no le interesaba su secretaria. Porque no era joven y guapa, naturalmente. A ella no le importaba en absoluto, pero en aquel momento no estaban trabajando y no iba a dejar que le dijera lo que tenía que hacer.

El bar era peor de lo que Patrick había imaginado. Cuando se enteraron de que no había trenes para volver a Londres y que tanto las carreteras como el aeropuerto estaban cerrados, no quedaban habitaciones libres en ningún hotel decente, de modo que tuvieron que conformarse con uno de segunda categoría.

Hacía tiempo que no se alojaba en un sitio tan provinciano, pensó, mirando alrededor con cara de disgusto. Estaba tan oscuro que prácticamente tenían que ir buscando una mesa a tientas y eso lo puso de peor humor.

–¿Qué quieres tomar? –preguntó, haciéndole una seña al camarero. Aunque no estaba seguro de que lo hubiera visto con tan poca luz.

–Una copa de champán estaría bien –contestó ella.

Patrick se quedó sorprendido. No esperaba que le gustase el champán. La imaginaba bebiendo algo mucho más normal, como un vaso de agua mineral o una copa de vino.

Lou levantó una ceja.

–¿Te parece extravagante?

Era lo mínimo después de un día como aquél. Además, Patrick Farr podía pagar un camión entero de champán sin que eso representara un problema.

–No, claro que no.

–Hemos firmado el contrato –le recordó Lou–. Deberíamos celebrarlo.

–Sí, por supuesto –murmuró él.

El camarero se había abierto paso hasta su mesa y Patrick pidió una botella de champán.

–Muy bien, señor.

Relajada en su silla, Lou miraba alrededor, aparentemente cómoda con el silencio, mientras esperaban que volviera el camarero. No se parecía nada a las mujeres con las que él solía salir, pensó Patrick. A él le gustaban las mujeres más alegres, dispuestas a pasar un buen rato.

Ariel, por ejemplo. Ariel era una chica muy divertida que hablaba por los codos. Siempre intentando animarlo, cautivarlo, hacer que lo pasara bien.

Al contrario que Lou, que lo miraba con un brillo de burla en los ojos. ¿Qué habría que hacer para impresionar a una mujer como ella? Alguien debía de haberla impresionado alguna vez. No llevaba alianza, pero todos la llamaban «señora Dennison». Divorciada, sin duda. Su marido seguramente no estuvo a la altura.

Incómodo, Patrick empezó a golpear la mesa con un posavasos, intentando no mirar al reloj. Aunque con tan poca luz seguramente no vería la hora. Iba a ser una noche muy larga, pensó.

Lou pensaba lo mismo. La ponía nerviosa ver a Patrick golpeando la mesa con el posavasos. Tom hacía cosas parecidas cuando quería ponerse molesto y estuvo a punto de decirle que parase de inmediato.

Pero Tom era su hijo, un niño de once años. Patrick Farr era su jefe, un hombre de cuarenta y tantos. Y ella no podía perder el trabajo.

¿Dónde estaba el champán? El camarero debía de estar pisando las uvas en alguna parte. No podía tardar tanto en meter una botella de champán en un cubo de hielo y encontrar un par de copas…

¡Ah, por fin!

Lou sonrió cuando el camarero se materializó entre las sombras y Patrick dejó de golpear la mesa con el posavasos. Nunca la había visto sonreír así.

Nunca le había sonreído así a él.

Lou sonreía, sí, pero sólo de forma amable. Una sonrisa que pegaba con su traje gris y su impecable aspecto profesional. No la sonrisa alegre que le dedicaba al camarero, una sonrisa que iluminaba su cara y la hacía parecer atractiva y cercana. De hecho, la clase de mujer con la que uno querría compartir una botella de champán.

Patrick la observó con renovado interés mientras el camarero, con estudiada lentitud, abría la botella y servía las copas.

El chico estaba intentando impresionarla, pensó. ¿Por qué?

Cualquiera diría que Lou era una voluptuosa chica de veinte años y no una mujer que casi podría ser su madre. Justo lo que le hacía falta, un camarero con fijación por la «señora Robinson».

–Gracias –dijo Lou, con otra sonrisa completamente innecesaria.

–Menos mal que se ha ido –murmuró Patrick cuando el camarero desapareció–. Casi temía que quisiera tomar una copa con nosotros. Me sorprende que no se haya sentado.

–Era un chico muy agradable –dijo Lou.

–No me digas que te gustan los chicos jóvenes.

–No… aunque eso no es asunto tuyo.

Esa respuesta lo dejó helado. Normalmente, ella era muy discreta.

–¿No te parece que sería un poco inapropiado?

Lou tomó un sorbo de champán.

–Le dijo la sartén al cazo.

–¿Qué quieres decir con eso?

–Tengo entendido que tú sales con chicas muy jóvenes.

Patrick se quedó atónito.

–¿Y cómo sabes eso?

–He visto fotografías tuyas en las revistas. Siempre sales con una rubia del brazo y todas tienen poco más de veinte años.

Eso era cierto. Pero Patrick no veía por qué iba a disculparse.

–Me gustan las mujeres guapas. Sobre todo las mujeres guapas y jóvenes que no están obsesionadas por casarse.

Pánico al compromiso, pensó Lou, irónica. Qué típico. Ella conocía bien a ese tipo de hombre. Lawrie tampoco quería saber nada de compromisos pero, al menos, era encantador. Patrick ni siquiera tenía eso.

Era un hombre atractivo, sí. Unos cuarenta y siete o cuarenta y ocho años. Alto, de hombros anchos, con facciones fuertes, masculinas. Pelo castaño oscuro y ojos claros, verdes o grises, no estaba segura. Pero su frialdad, su arrogancia, le restaban encanto.

Aunque le daba igual que fuera atractivo o no. Una mujer empezaba a ser invisible a partir de los cuarenta años, particularmente para hombres como él. Y Lou había pasado de los cuarenta.

–No sabía que te interesara mi vida privada –dijo Patrick entonces, irritado.

–No me interesa. No tiene nada que ver conmigo.

–Pues pareces saber muchas cosas.

–No. Lo que pasa es que las chicas del departamento administrativo han estado pasando algunas revistas para que sepamos quién dirige la empresa ahora. Te hiciste cargo de Schola Systems hace tres meses y lo único que conocemos de ti es tu reputación.

–¿Y qué reputación es ésa?

–¿No lo sabes?

–Me gustaría saber cuál es tu punto de vista.

–Pues… –Lou tomó un sorbo de champán–. Hemos oído que eres despiadado en los negocios, que tienes mucho éxito, que eres un adicto al trabajo y un poco playboy. ¿Es una descripción justa?

–Me gusta eso de que tengo mucho éxito –sonrió Patrick–. En cuanto al resto… sí, bueno, trabajo mucho. Sé lo que quiero y cómo conseguirlo. No estoy interesado en aceptar algo que no me interesa. Si la gente piensa que eso es ser despiadado, es su problema.

–¿Y lo de playboy?

Él hizo un gesto con la mano.

–La gente siempre dice eso cuando eres rico y no estás casado. Yo disfruto de la compañía de una mujer guapa, claro, y conozco a muchas en las fiestas a las que me invitan, pero me interesa más trabajar que viajar en yate o tirar mi dinero en algún casino… o lo que sea que hace un playboy.

–Ya veo. Entonces, le diré a las chicas del departamento administrativo que eres más bien aburrido.

Patrick se quedó sorprendido por el comentario, pero cuando la miró a los ojos vio que en ellos había un brillo de burla.

Aquélla era una Lou nueva y no sabía cómo tratarla. Lou Dennison siempre había sido el epítome de la perfecta secretaria ejecutiva: discreta, atenta, profesional. Pero nunca la había visto como una mujer.

Y ahora, de repente, era como si la viera por primera vez. Le brillaban los ojos y había una franqueza en ella, un humor, que no había visto antes. Y empezaba a sentirse interesado. O, al menos, curioso.

No sabía nada de su secretaria, pensó entonces. La imaginaba viviendo en un apartamento perfectamente organizado, pero la verdad era que nunca había pensado en ella fuera de la oficina. ¿Qué hacía, con quién saldría? ¿Cómo era?

Debería saber algo sobre ella. Al fin y al cabo, llevaba tres meses siendo su secretaria. Aunque, por supuesto, habían estado muy ocupados intentando levantar la empresa y Lou no era precisamente fácil de conocer. Nunca había intentado que su relación fuera más informal… ¿o quizá él se había sentido intimidado?

Patrick movió los hombros, incómodo. Debería haber hecho un esfuerzo. Después de todo, trabajaban juntos todos los días.

Pero la verdad era que estaba acostumbrado a que las mujeres tontearan con él y Lou Dennison jamás haría eso.

Por otro lado, ¿qué sabía él? Quizá había llegado el momento de conocerla mejor.

–Bueno, ¿y tú? ¿Tú también tienes una reputación?

Ella lo miró, sorprendida. Ah, eso era mejor que la ironía o la indiferencia, pensó Patrick.

–Espero que no.

–Yo había oído hablar de ti antes de llegar a Schola Systems. Me habían dicho que eras tú quien llevaba la empresa, no Bill Sheeran.

–Eso no es verdad.

–No te preocupes, no lo creí. Si tú hubieras llevado la empresa no habrías dejado que se arruinara. Eres demasiado competente.

¿Competente? Eso no sonaba muy emocionante, pensó Lou.

–¿Eso es lo que la gente piensa de mí?

Su copa estaba vacía y Patrick volvió a llenarla.

–Competente, eficiente, práctica… sí, todo eso.

–No queda más remedio que ser práctica cuando tienes que criar sola a tus hijos –suspiró Lou, sin percatarse de que él la miraba, sorprendido–. Cuando tienes que pagar el alquiler, hacerte cargo de todas las facturas y organizar una operación logística cada día para despertarlos, comprobar que hacen los deberes, que no llegan tarde al colegio…

–¿Tienes hijos? –exclamo Patrick.

No lo podía creer. Los niños eran el caos. Una mujer con hijos siempre llegaba tarde a todas partes, siempre tenía que pedir horas libres… ¿o no?

–Sólo son dos. Grace tiene catorce años y Tom once.

–No sabía que tuvieras hijos.

–Porque nunca me has preguntado. Y, la verdad, no pensé que te interesaría en absoluto mi vida privada.

No estaba interesado, pensó Patrick. Pero podía haberle dicho algo.

–¿Por qué los mantienes en secreto?

–¡No los mantengo en secreto! –contestó ella, ofendida–. Tengo una fotografía de mis hijos sobre la mesa del despacho. Si estás interesado te la enseñaré mañana.

–No hace falta, te creo. Pero he tenido secretarias que eran madres y siempre tenían que pedir horas libres para solucionar alguna crisis. Después de la última vez, juré que no volvería a contratar una secretaria que tuviera hijos.

–Ah, ya veo que eres un hombre muy familiar.

Patrick arrugó el ceño al percatarse del sarcasmo.

–No tengo nada en contra de la vida familiar. Depende de cada uno lo de formar una familia, pero no veo por qué tengo que adaptar mi vida por culpa de los hijos de otros. Una vez tuve una secretaria cuyos hijos acabaron dirigiendo el horario de la oficina. En medio de una reunión o de una negociación difícil, Carol estaba poniéndose el abrigo porque tenía que ir a buscarlos al colegio.

–A veces pasan esas cosas. Especialmente cuando los niños son pequeños. Los míos ya saben cuidar de sí mismos, pero si se pusieran enfermos, me temo que también yo tendría que ponerme el abrigo.

–¿Y se supone que eso debe tranquilizarme?

–No, pero es la verdad. ¿Mis hijos van a ser un problema?

–No mientras no interfieran con tu trabajo.

–Si fuera así, habrías sabido de su existencia desde el principio. Pero eso no significa que no haya momentos en los que tenga que pedirte cierta flexibilidad.

–Ah, genial –suspiró él, sirviendo sendas copas de champán.

–Parece que no sabes que Schola Systems es una empresa famosa por su reglamentación a favor de las mujeres con hijos. Tuve suerte de encontrar trabajo allí cuando los míos eran pequeños y, especialmente, de tener un jefe tan comprensivo –explicó Lou–. Bill Sheeran era muy flexible cuando alguien tenía que atender a sus hijos por una razón u otra y así se ganó la lealtad de todo el mundo –añadió, con tono de advertencia–. Y si piensas hacerle la vida imposible a los que tengan familia podrías acabar sin empleados.

–No pienso hacerle la vida imposible a nadie –replicó Patrick, irritado.

No quería saber lo maravilloso que había sido Bill Sheeran. Desde luego, no lo fue tanto como para salvar la empresa. Lo de ser amistoso y flexible estaba bien, pero si Patrick no se hubiera hecho cargo de la empresa, esos empleados tan leales podrían estar en el paro. No tenía sentido ser flexible si al final dejabas a los empleados en la calle.

–Pero me habría gustado que me lo dijeras –añadió.

Lou no quería ponérselo fácil. Pero si jamás se había molestado en preguntarle qué tal el fin de semana…

–Si hubieras mostrado algún interés, lo habrías sabido.

–Pues ahora estoy mostrando interés. ¿Hay algo más que deba saber?

–¿Hay algo más que quieras saber?

–No llevas alianza –dijo Patrick.

–Estoy divorciada. ¿Por qué? –el champán debía de estar haciéndole efecto, pensó Lou–. No me digas que también tienes problemas con las mujeres divorciadas.

–No, claro que no. Yo también estoy divorciado.

–¿Ah, sí?

–¿Por qué te sorprende? No es precisamente raro estar divorciado. Tú lo sabrás mejor que nadie.

Cierto, pensó ella.

–Sí, es verdad. No sé por qué me sorprende. Pero la verdad es que no te imagino casado.

–Por eso estoy divorciado, supongo.

–¿Estuviste casado mucho tiempo?

–No, sólo un par de años… éramos muy jóvenes –Patrick se encogió de hombros–. Fue un error para los dos. Ésa será una noticia para las chicas del departamento de administración –añadió, sarcástico, sirviendo más champán.

–Se lo contaré en cuanto llegue a la oficina.

Patrick levantó la botella y miró el contenido con gesto de sorpresa.

–Casi nos la hemos bebido. ¿Quieres otra? Seguramente, tu enamorado está deseando encontrar una excusa para verte otra vez.

Lou levantó los ojos al cielo.

–Será mejor que vayamos a cenar.

El champán le había sentado muy bien. Demasiado bien, quizá. Estaba empezando a sentirse «demasiado» contenta, pensó, esperando poder llegar al restaurante sin tropezar o hacer algo embarazoso.

Una vez en el restaurante, tomó un trozo de pan con mantequilla. No era momento de pensar en la dieta. Necesitaba comer algo de inmediato.

Intentó concentrarse en la carta, pero Patrick la distraía. Había sido más fácil hablar con él de lo que esperaba. Aunque, claro, el champán ayudaba mucho. No se había mostrado brusco o impersonal, como solía. Era como si los dos hubieran bajado la guardia esa noche. Debía de ser porque estaban cansados y lejos de casa… y sí, por el champán.

No debería beber más, pensó, pero alguien le puso delante una copa de vino y le pareció una grosería decir que no.

–¿Y qué ha sido de tus niños esta noche? –preguntó Patrick–. ¿Están con su padre?

–No, Lawrie vive en Manchester –contestó ella, con cierta reserva–. Sabía que llegaría tarde a Londres, aunque funcionaran los trenes, así que se han quedado en casa de mi amiga Marisa. Les encanta quedarse en su casa porque les deja ver la televisión hasta las tantas y no los obliga a comer verdura.