Boda de confianza - Emma Darcy - E-Book
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Emma Darcy

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Beschreibung

La proposición de un millonario... Empezar a trabajar para la poderosa familia King sería un aliciente para que Hannah O'Neill consiguiera dejar atrás los traumas del pasado. Pero ya en la primera reunión con Antonio King, su nuevo jefe, Hannah se vio envuelta en un difícil conflicto causado por la tremenda atracción sexual que surgió entre ellos nada más verse... Tony estaba teniendo verdaderos problemas para no mezclar los negocios con el placer. Sin embargo, cuando se descubrió el pasado de Hannah y amenazó con apartarla de su lado, en él surgió un apasionado instinto de protección que lo llevó a encontrar una solución tremendamente impulsiva: ¡el matrimonio!

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2002 Emma Darcy

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Boda de confianza, n.º 1387 - septiembre 2015

Título original: The Bridal Bargain

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español 2003

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-6856-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Día D! Hannah O’Neill se bajó de la cama del albergue juvenil en el que estaba alojada, reunió todos sus objetos de aseo, junto con la ropa y los zapatos que se pondría, y corrió a las duchas comunitarias. Tenía que ofrecer su mejor aspecto aquella mañana ya que tenía una entrevista para un trabajo que se moría por conseguir. Si no la contrataban siempre había otros empleos de los que echar mano, y ciertamente su situación financiera exigía que encontrara algo pronto, pero desde luego no se presentaría nada como aquello: chef en un catamarán de lujo que hacía excursiones a la Gran Barrera de Coral.

Solo esperaba que quien quiera que fuera a entrevistarla no hubiera comprobado cada detalle del apartado de «experiencia previa» de su brillante currículum. Tampoco era que hubiera mentido en él. Los pinches de cocina ayudaban a veces a los chefs, así que, en cierto sentido, podía decirse que había sido «ayudante de chef». Y, por otra parte, una tienda de comida rápida en la que se vendía pescado frito con patatas bien podía considerarse una marisquería… Bueno, más o menos.

¿Qué importancia tenía eso realmente? Lo único que necesitaba era una oportunidad para poder demostrar lo que valía. Además, por suerte, Hannah era una de esas personas capaces de convencer a la gente de que podía hacer cualquier cosa. No tenía que hacer nada especial, solo mostrarse tal y como era: activa, dispuesta, segura de sí misma, extravertida, tolerante, alegre y flexible.

Esas mismas cualidades la habían ayudado a encontrar trabajo cada vez que su bolsillo comenzaba a vaciarse en los dos últimos años, que había pasado viajando a lo largo y ancho del territorio australiano. Solo le quedaba por explorar la costa Este. Había ido desde el Top End hasta Cooktown, siguiendo después hacia el sur, cruzando Bloomfield Track, hasta llegar a Cape Tribulation. Su siguiente parada sería en Port Douglas, donde tenía intención de permanecer durante la temporada alta, de mayo a noviembre, si conseguía un trabajo allí… Aquel trabajo, si tenía suerte.

Mientras se duchaba y se lavaba el cabello, Hannah se deleitó recordando los maravillosos días que había pasado en Cape Tribulation, haciendo senderismo por la increíble selva Daintree, tan antigua como las llanuras de Kimberley, y la playa de Myall, una de las más hermosas del mundo, con su fina arena blanca y aguas de color turquesa.

Le daba pena tener que marcharse, pero no podía vivir del aire. Además, sin duda, Port Douglas y la Gran Barrera serían una fantástica nueva aventura. Claro que también era hora de volver a contactar con su familia para hacerles saber que seguía con vida. No era que fueran gente que se preocupara demasiado, ya que los O’Neill eran muy independientes, pero siempre era agradable charlar con ellos y ponerse al día sobre los cotilleos de los parientes.

Sobre todo, sería interesante averiguar si el infiel Flynn seguía felizmente casado con su ex mejor amiga, por quien había dejado a Hannah tirada en el altar.

Ya habían pasado dos años, así que el periodo de luna de miel seguramente habría tocado a su fin, pensó Hannah con malevolencia. Aquello de «olvidar y seguir adelante» era más fácil de decir que de hacer. Desde luego ella había seguido adelante, o más bien se había ido lejos y más lejos, y más lejos aún, pero seguía sin poder perdonarlo.

Sin embargo, no era un día para recuerdos amargos, se dijo, era un día para mirar hacia delante, y eso era lo que iba a hacer. El pasado ya se había marchado, no podía eliminar el borrón que Jodie y Flynn habían dejado en el libro de su vida, pero había disfrutado de un buen número de días soleados y brillantes desde entonces. Y, si conseguía ese trabajo en el catamarán Duquesa, se sentiría no ya como una duquesa, sino como una reina.

Tras salir de la ducha, se enfundó unos vaqueros, y se puso un top de punto sin mangas, con franjas horizontales de varios colores, que dejaba al descubierto el estómago, y resaltaba el atractivo moreno que había adquirido y el verde de sus ojos.

Siempre le llevaba una eternidad secarse el cabello, largo, rubio y muy rizado, así que, después, no se molestó en tratar de domarlo. El viaje a Port Douglas por carretera sería bastante largo, y ya tendría tiempo de hacerse una trenza antes de la entrevista, a las tres de la tarde.

Tras asegurarse de que había guardado todo en la mochila, Hannah se despidió de los amigos que había hecho en el albergue y se dirigió al Boardwalk Café, para desayunar algo y, con un poco de suerte, encontrar a alguien que fuera de camino para llevarla. La gente de la zona solía ser bastante amable y les gustaba escuchar sus historias acerca de los sitios que había visitado.

«Hoy va a ser un gran día», se dijo con optimismo, y una sonrisa en los labios.

 

 

Rosita salió con el teléfono inalámbrico en la mano, yendo junto a la fuente de la columnata, donde Isabella Valeri estaba desayunando.

–Señora, es Antonio, llama preguntando por usted –anunció el ama de llaves.

Aunque el día anterior Isabella había celebrado su octogésimo cumpleaños, no se sentía como una mujer de ochenta años. Cierto que su cabello era blanco, y que su piel estaba arrugada, pero estaba sentada muy tiesa, y sus ojos oscuros no perdían detalle de lo que acontecía a su alrededor.

Rosita, que llevaba cuidándola desde hacía veinte años, le había rogado que permaneciese ese día en su habitación, pero Isabella siempre replicaba que ya tendría tiempo de descansar cuando estuviese muerta. Había asuntos importantes que debía atender.

Antonio, su segundo nieto, de treinta y dos años, seguía siendo el adolescente despreocupado que había crecido junto a ella. Tenía que conseguir que sentara la cabeza, y el tiempo era su mayor enemigo. Si la estaba llamando, sería sin duda porque necesitaba ayuda, como siempre.

–Gracias, Rosita –dijo sonriendo a su vieja amiga y confidente. Puso el teléfono junto a su oído–. ¿Qué problema tienes, Antonio?

–Nonna, necesito tu ayuda.

–¿Cómo no, querido? –respondió ella con una sonrisa sarcástica.

–Estoy en Cape Tribulation y hay cierto contratiempo en la plantación de té, así que tendré que ocuparme de ello, pero iba a entrevistar a tres personas hoy para el puesto de chef en el Duquesa y…

–¿Y quieres que yo lo haga por ti y escoja al mejor candidato? –inquirió Isabella suspicaz. Al otro lado de la línea escuchó un suspiro de alivio.

–¿Lo harías por mí? Llamaré a la oficina del puerto deportivo y les diré que te las manden a nuestra residencia castillo. Son tres mujeres jóvenes y…

¡Espléndido!, pensó Isabella, alguna podría ser una posible esposa para Antonio. Si estaban dispuestas a trabajar la mayor parte del día en un barco, podrían congeniar muy bien con él, ya que era un verdadero enamorado del mar.

–…y por sus currículums, que también haré que te envíen, parece que cuentan con años de experiencia. En fin, como sabes lo que busco es a alguien que tenga un buen repertorio de platos de pescado, porque esa será la especialidad a bordo. Confío en tu criterio, nonna.

Su abuela sonrió. Si de algo se vanagloriaba, era de su buen ojo para los cocineros. Todos los que había elegido para su servicio habían resultado magníficos, y la compañía de catering de la boda de su nieto mayor, Alessandro, también escogida por ella, había obtenido una aceptación tremenda entre los invitados.

–Puedes dejar este asunto en mis manos, Antonio, quédate tranquilo.

–Gracias, nonna. Te veré esta tarde.

 

 

–Ha hecho bien viniendo temprano, señorita O’Neill –le dijo la recepcionista–, porque el señor King ha tenido que atender un imprevisto y me ha dado orden de que la envíe a usted a su residencia, King’s Castle. La señora King la entrevistará personalmente.

–De acuerdo –sonrió Hannah–. ¿Podría indicarme el camino?

–¿Es que no conoce King’s Castle? –inquirió la recepcionista mirándola sorprendida.

–Pues… noo… –contestó Hannah insegura. «¿Acaso debería?», se preguntó extrañada –. He llegado a Port Douglas hace solo un par de horas –explicó encogiéndose de hombros.

–Ya veo. Bien, pues tiene que tomar la calle Wharf y subir la colina. No tiene pérdida.

¡Un castillo de verdad! Hannah no podía dar crédito a sus ojos cuando llegó allí quince minutos más tarde. Había pensado que el nombre, King’s Castle, era solo un nombre rimbombante, pero allí estaba, ante sus ojos, un edificio impresionante con su torreón, muy medieval, aunque la elegante columnata frente a la residencia bien podía haber sido llevada desde Roma.

Era realmente magnífica, y el marco en el que estaba erigida, frente a las costas de North Queensland, ciertamente sublime, pero también era bastante imponente.

A Hannah le picó inmediatamente la curiosidad. ¿Qué clase de personas vivirían allí? Para poder mantenerla tan cuidada, se dijo paseando la vista por la vasta extensión de césped en apariencia recién cortado y los exuberantes jardines tropicales, debían ser inmensamente ricos.

Y seguramente la casa también contaría con una historia interesante. Tal vez podría conseguir que la señora King le hablara un poco de ella. A la gente le gustaba hablar de sí misma, y cuanto menos se centrasen en su currículum, mejor, pensó Hannah.

Le sorprendió ver a una mujer anciana sentada en la columnata. Parecía muy relajada, sentada en una mesa frente a una elaborada fuente de piedra. Junto a ella había un carrito con una jarra de zumo, otra con agua, un plato de galletas y tres vasos. A medida que se acercaba a ella, Hannah advirtió que la mujer la estaba sometiendo a un minucioso escrutinio, como no se le pasó por alto tampoco su aire aristocrático, el vestido de seda negro y el broche de ópalo que llevaba en el cuello.

Hannah había esperado que la señora King fuera una mujer más joven, pero, al ver a aquella mujer, no tuvo ninguna duda de que debía ser la dueña de la casa y tuvo la sensación de que, a pesar de la edad, debía tener aún la mente muy lúcida. Sentía como si estuviese tomando nota de cada pequeño rizo que invariablemente escapaba de la trenza que se había hecho, y de la limpieza de las uñas de los dedos de sus pies, que sobresalían de las sandalias.

De pronto Hannah recordó su estómago al aire y se recriminó por no haberse puesto una falda larga en vez de los vaqueros. Tratando de retener un mínimo de dignidad a pesar de todo, se mantuvo erguida, con la cabeza bien alta, y sonrió a la anciana.

–¿Hannah O’Neill? –inquirió la mujer con una expresión de divertida sorpresa en el rostro.

–Esa soy yo –contestó Hannah queriendo resultar simpática. La mujer asintió con la cabeza y sonrió.

–Yo soy Isabella Valeri King.

Un nombre largo, probablemente indicativo de un linaje importante, se dijo Hannah.

–Encantada de conocerla, señora King.

–Siéntese, por favor, y tome lo que quiera –dijo la anciana señalando el carrito.

Hannah se alegró de poder ocultar su estómago desnudo tras la mesa. Se sentía bastante incómoda, como quien, al llegar a una fiesta vestido de trapillo, se da cuenta de que en la invitación ponía «ropa de etiqueta». Claro que tampoco esperaba encontrarse a una mujer vestida como una condesa en un clima tropical como aquel.

Se sirvió un vaso de zumo, consiguiendo no derramar ni una gota a pesar del nerviosismo que le causaba la mirada atenta de la mujer sobre ella.

–La lista de lugares en los que ha trabajado es muy impresionante, señorita O’Neill –fue el primer comentario–. ¿Ha estado viajando sola por Australia?

–Bueno, no completamente sola. He hecho amigos aquí y allá, así que a veces iba acompañada. Es algo muy de agradecer en los viajes largos.

–Y también más seguro para una mujer soltera, imagino. ¿O tal vez está usted comprometida?

–No –sonrió Hannah encogiéndose de hombros–, sigo esperando a mi príncipe azul.

–¿Con vistas a casarse?

Aquella indirecta tan directa dejó a Hannah aturdida un buen rato.

–Hum… Bueno, sí, al fin y al cabo para eso buscamos todas a un príncipe azul, ¿no es así? –respondió. Nunca había pensado que el matrimonio no era más que un convencionalismo de cara a la galería, pero no le pareció que aquella mujer estuviera a favor de las parejas de hecho–. Claro que por desgracia es difícil encontrar uno en nuestros días –continuó. Por alguna razón se sintió impelida a explicar por qué había sido incapaz hasta la fecha de dar con el suyo–. En el fondo no se trata solo de que sea el hombre adecuado para mí, sino también de que yo sea la mujer adecuada para él y… –¿estaba hablando demasiado?–. En fin –concluyó suspirando–, el caso es que aquí me tiene, a mis veintiséis años, parece ser que ese momento no ha llegado todavía.

–Es cierto que esas cosas no se pueden forzar –reconvino la mujer asintiendo con la cabeza–. Como dice usted, tiene que darse una conjunción de circunstancias propicias.

Hannah se apuntó un tanto.

–Me gustaría que me hablara de su familia, señorita O’Neill. Por su apellido debe ser usted de origen irlandés, ¿me equivoco?

–Sí, así es –contestó ella riéndose–. Irlandesa por los cuatro costados. El apellido de mi madre es Ryan. Soy la quinta de nueve hermanos.

–¿Nueve? Una familia muy numerosa, algo muy inusual hoy en día.

–Lo sé. A la mayoría de la gente le sorprende, y algunos incluso lo desaprueban, porque dicen que es procrear como conejos, pero yo me siento muy afortunada de haber crecido en el seno de una familia numerosa. Nos llevamos muy bien, y siempre nos apoyamos los unos a los otros.

–¿Y no los ha echado de menos en este viaje tan largo que está haciendo? –preguntó Isabella curiosa.

–Bueno, lo cierto es que nos educaron para ser bastante independientes, pero nos mantenemos en contacto todo el tiempo.

La anciana asintió. Parecía satisfecha con el apego familiar de Hannah.

–¿Y le gustaría tener hijos si algún día llega a casarse? –le preguntó. Hannah se quedó un poco extrañada, porque no veía qué importancia podía tener aquello para ser cocinera en un barco, pero tuvo la sensación de que para la mujer sí la tenía.

–Oh, sí, me gustaría tener al menos cuatro –contestó con sinceridad–, en el caso de que logre encontrar un marido antes de que se me haya pasado el tiempo, y de que lo convenza de que los tengamos… –concluyó irónica.

–Bueno, tal vez lo que necesite sea permanecer un poco de tiempo en un mismo lugar, señorita O’Neill –apuntó Isabella–. ¿Cuánto tiempo piensa quedarse en Port Douglas?

–Pues en principio todo el tiempo que dure el trabajo, señora King –respondió Hannah al punto. ¿Habría sonado como si ya sintiese que había conseguido el puesto? A la señora King, sin embargo, pareció gustarle aquella muestra de confianza en sí misma, porque le dirigió una cálida sonrisa.

–Veo en su currículum que estuvo usted trabajando en el Complejo Turístico Natural King en Kimberley –comentó Isabella. De pronto Hannah cayó en la cuenta: «Complejo Turístico NaturalKing»… ¿Sería aquella otra rama de esa ilustre familia?–. ¿Qué le pareció?

–Fue una experiencia fantástica –aseguró Hannah con verdadero entusiasmo. No había necesidad de fingir, había sido un privilegio trabajar allí–. El lugar era increíble, y fue magnífico poder trabajar codo con codo con el cocinero jefe, Roberto –añadió cruzando los dedos por debajo de la mesa–. Nadie prepara el barramundi tan bien como él. Una auténtica delicia. Creo que no he probado un pescado más sabroso en mi vida. Cuando los…

–¿Y usted aprendió a prepararlo a su manera?

–Señora King, solo deme usted un barramundi fresco, y le prepararé una comida que no olvidará.

–Le tomo la palabra.

«Basta de hablar de comida», se dijo Hannah, tampoco era cuestión de tentar su suerte. Mejor volver al tema de la familia.

–¿Hay alguna relación entre su familia y los King de Kimberley?

–Ya lo creo que la hay –fue la orgullosa respuesta–. El hermano mayor de mi esposo, Edward, se estableció allí con su esposa y sus hijos.

–Y este castillo… ¿Lo construyó su marido?

–No, fue mi padre quien lo construyó. Hace tiempo se conocía como Villa Valeri, pero, tras la muerte de mi esposo, mi hijo se hizo cargo de las plantaciones, y la gente comenzó a llamarlo King’s Castle.

–¿Plantaciones? –repitió Hannah.

–En aquella época todo lo que rodeaba la casa eran plantaciones de caña de azúcar. Mire hacia la ensenada –dijo señalando detrás de Hannah. La joven se giró en su asiento. Vastas plantaciones se extendían aún desde los acantilados hasta las montañas–. Mi madre solía observar la quema desde el torreón, claro que hoy día ya no se hace así, se recoge la cosecha con unas máquinas especiales cuando aún está verde. Mi nieto Alessandro se encarga de esas plantaciones, mientras que su hermano Antonio se ocupa de las plantaciones de té que poseemos en Cape Tribulation y…

–¿Plantaciones de té? –interrumpió Hannah. Sí, lo cierto era que recordaba haberlas visto… ¿Hasta allí se extendían sus dominios?

–Sí, aunque me temo que le interesa mucho más este negocio de los catamaranes de recreo. No sabe lo orgulloso que está del Duquesa, su nueva embarcación.

Entonces él sería su jefe si conseguía el trabajo… Antonio, Alessandro… Parecía que había una fuerte influencia italiana en la familia. Tal vez por eso la señora King le daba tanta importancia al tema del matrimonio y los hijos.

–Bien, según veo, también ha trabajado usted en un barco en Fremantle, en el oeste de Australia –continuó Isabella. Hannah dio un respingo por dentro al sentir que se adentraba de nuevo en arenas movedizas.

–Sí –asintió–. Preparaba la comida en los cruceros de la compañía Sunset Cruises –si era que se podía llamar comida a las bebidas y aperitivos…

–Entonces, ¿está acostumbrada a trabajar en la cocina de un barco?

–Oh, sí, por supuesto.

–¿Se marea fácilmente?

–No, jamás me he mareado –contestó. En fin, bastaría con llevarse unas pastillas para los mareos por si acaso.

–Excelente. Mi tercer nieto, Matteo…, será mejor que sepa cuál es el terreno de cada uno, se ocupa de las plantaciones de frutas tropicales, y proveerá al Duquesa con una selección de ellas –la informó la señora King.

Tres jóvenes King, pensó Hannah, súbitamente interesada. ¿Estarían casados?

–¿Y ya tiene usted bisnietos, señora King?

La mujer asintió, sonriendo encantada.

–Un chico, Marco, hijo de Alessandro y su mujer, Gina, que ahora está embarazada esperando su segundo vástago.

–Vaya, la felicito –dijo Hannah de corazón.

–Gracias. Con mis otros dos nietos sin embargo no he tenido aún mucha suerte. Todavía no han encontrado a sus… princesas azules.

–No resulta fácil –dijo Hannah comprensiva.

–No, desde luego que no, querida, el amor es un don, un regalo de Dios… –murmuró la señora King. Y dirigió a Hannah una mirada de satisfacción que volvió a despertar su curiosidad. Sin embargo, antes de que esta pudiera preguntarle qué quería decir, el ruido de un helicóptero acercándose las hizo mirar hacia el cielo. La señora King volvió a lanzarle otra mirada, más satisfecha aún si eso era posible–. Debe ser Antonio, aterrizando en el helipuerto. Me dijo que vendría a reunirse con nosotras en cuanto pudiera –explicó.

A Hannah le dio un vuelco el corazón. La entrevista con la señora King estaba yendo tan bien que estaba segura de conseguir el trabajo, pero si tenía que enfrentarse también a su jefe y convencerlo…

Bien, al menos tenía a la matriarca de su parte, eso era un consuelo, pero no estaba segura de que fuera suficiente.

La anciana había dicho que no estaba casado. Hannah rogó fervientemente para que no se debiera a que fuera un hombre difícil de contentar. Con suerte sería uno de esos magnates preocupados solo por sus plantaciones y sus inversiones en bolsa y no sería difícil de manejar…

Capítulo 2

 

Una de las hojas de la enorme puerta de entrada al castillo se abrió, y por ella salió un hombre, que se dirigió a grandes pasos hacia donde estaban sentadas. Hannah sintió que se le contraía el estómago, y fue como si todos los nervios de su cuerpo se pusieran en alerta roja. Era una suerte que estuviera sentada, porque de repente las rodillas le flaqueaban. ¿Sería aquel Antonio King?

Las palabras alto, fuerte y guapo no parecían suficientes para describirlo. Parecía emanar de él una especie de intensa energía, que la joven hubiera calificado de electromagnética porque no conseguía despegar los ojos de él.

Llevaba puestos unos pantalones informales de color gris claro, y una camisa a rayas grises y blancas con las mangas enrolladas y el cuello abierto. No era Mister Universo, pero indudablemente era muy, muy masculino, y tenía la clase de físico atlético que hacía desear a cualquier mujer…

–Nonna… –dijo yendo hacia su abuela. Le dedicó una amplia sonrisa, mostrando unos dientes blanquísimos y rectos–. Gracias por el favor.

–No tiene importancia, Antonio –dijo su abuela levantándose.

Él la abrazó con cariño y besó su arrugada frente. Hannah, entretanto, estaba embelesada, admirando su ancha espalda, lo bien que le quedaban los pantalones, el brillante y espeso cabello negro, y la perfección de sus orejas. Flynn tenía orejas de soplillo y, mientras eran novios, cada vez que lo miraba, Hannah rogaba a los cielos para que sus hijos no salieran a él en eso. Bueno, al menos en ese sentido ya no tenía que preocuparse…

Al apartarse de su abuela, Antonio King se volvió hacia ella y, sonriendo, comenzó:

–¿Y esta señorita es…?

–Hannah O’Neill –lo informó su abuela–, la tercera candidata para el puesto de chef en el Duquesa.

–Encantado de conocerla. Yo soy Tony King –se presentó él dando un paso adelante y ofreciéndole la mano. Sus ojos grises se encontraron con los de ella, y fue como si hubiese una explosión nuclear en el interior de la joven.

 

 

Desde luego la chica no estaba nada mal, pensó Tony, no pudiendo evitar fijarse en sus curvas mientras ella se levantaba de la silla para estrecharle la mano. Además, parecía que la joven era consciente de ello y le gustaba exhibir sus encantos. Al menos así lo demostraban el pegado top, que dejaba entrever la bonita forma de sus senos, y los pantalones con la cinturilla en las caderas, dejando a la vista una cintura muy femenina y un delicioso ombligo con… ¿Era un tatuaje de una mariposa lo que lo rodeaba?

¿Tal vez se había vestido así a propósito de la entrevista pensando que la iba a entrevistar un hombre? Si era así, desde luego no le habría salido muy bien la jugada, su abuela le habría anotado un punto negativo a ese respecto. Seguramente su vestimenta no habría agradado en demasía a su abuela, pero a él le resultaba ciertamente excitante.

Tony sintió deseos de examinarla más de cerca, pero desde luego no sería muy apropiado. Ansiaba saber si su piel dorada era tan suave como parecía. Era una mujer en toda regla, no como esas modelos a las que se les marcaban los huesos.

Sintió una pequeña descarga de placer al tocar su mano, cálida y suave, con dedos finos y largos. Y, cuando ella le sonrió, se quedó momentáneamente transpuesto por los hoyuelos que se formaron en sus mejillas. Sabía cómo resultar adorable además.

Sus ojos verdes le recordaban a las lagunas de la selva y, aunque llevaba el rubio y rizado cabello en una trenza, era evidente que este se había resistido a permanecer ordenado, y encantadores bucles caían aquí y allá.

–Es un placer, señor King –dijo Hannah. Una voz bonita, y bastante musical.

–Llámame Tony –contestó él al punto sin pararse a pensar si no resultaba algo prematuro tutearse nada más haberse conocido y sin saber siquiera si iba a volver a verla.