Borís Godunov - Aleksander Pushkin - E-Book

Borís Godunov E-Book

Aleksander Pushkin

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Beschreibung

Borís Godunov es, sin duda, la más perfecta y brillante de las obras dramáticas de Pushkin, cuya publicación supuso el fin del clasicismo vigente y transformó radicalmente el teatro en Rusia. Concebida durante uno de sus repetidos destierros, Pushkin fue consciente de que sería rechaza y la guardó consigo hasta que finalmente vio la luz, censurada, en 1831. Como su autor esperaba, fue criticada e incomprendida, pero pronto el realismo de Borís Godunov alcanzó el reconocimiento que merecía hasta el punto de ser definida por Máximo Gorki como "el mejor drama histórico ruso" o inspirar la gran ópera de Mussorgski. Borís Godunov retrata con una belleza y profundidad inusitadas la sociedad medieval de la Rusia de finales del siglo xv y principios del xvi a través de la figura del zar que le da nombre.

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Akal / BÁSICA DE BOLSILLO / 268

Aleksánder Pushkin

Borís Godunov

Traducción: Rocío Martínez Torres

Diseño de portada

Sergio Ramírez

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original

Борис Г одунов

© Ediciones Akal, S. A., 2012

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-3756-9

Introducción

Borís Godunov es, sin duda, la más perfecta y brillante de las obras dramáticas de Aleksánder Serguéievich Pushkin. Es el novedoso resultado de años de estudio sobre el arte teatral que, aun sabiendo que no sería comprendido por la mayoría, llenó de orgullo al poeta. Así lo reflejaba el autor, una vez concluida su obra, en una carta de 1829:

Aunque en general soy bastante indiferente al éxito o a la derrota de mis obras, confieso que el fracaso de BorísGodunov me afectará, y estoy casi seguro de este. […] Como Montaigne, puedo decir de mi obra: C’est une oeuvre de bonne foi. Escrita por mí en la más estricta soledad (sin exposición alguna a influencias externas), lejos del mundo enfriador, fruto de concienzudos estudios y de un trabajo constante, esta tragedia me ha ofrecido todo aquello con lo que un escritor se permite deleitarse: la viva inspiración, la propia convicción de haber empleado todos mis esfuerzos, y finalmente la aprobación de un pequeño grupo de elegidos. Mi tragedia es ya conocida prácticamente por todos aquellos cuya opinión valoro.

Efectivamente, Borís Godunov fue aplaudida por unos y criticada por muchos; su publicación no tuvo lugar hasta cinco años después de su aparición, víctima de la censura que, lejos de comprender su importancia, la tachó de soez por el lenguaje de sus personajes, y se empeñaba en transformarla en una simple novela de aventuras. Sin embargo, desde el momento en el que Pushkin presentó su obra, el teatro ruso comenzó a transformarse, siguiendo la senda realista y social que el poeta había marcado.

Una suerte paralela a la de la obra corrió la vida de su creador. Pushkin, poeta, dramaturgo, novelista y crítico de genialidad imparable, vivió siempre bajo el control de una estricta censura que, sin embargo, no logró impedir su inmortalidad.

El fenómeno Pushkin

Son muchas las cosas que se pueden decir de este genial escritor. Es, sin duda, el poeta más admirado por el pueblo ruso y sorprende gratamente la devoción que se siente por él, incluso hoy en día. Pushkin fue mucho más que un poeta romántico; fue un innovador, precursor del Realismo y creador del lenguaje literario ruso, y un gran pensador que, a través de la literatura, reflejó a la perfección su Rusia natal. Por ello no es de extrañar que su legado esté presente en el día a día de todos los rusos –¡cuántas Liudmilas no habrá en recuerdo a su poema Ruslán y Liudmila!–. Sus obras comparten espacio con los objetos cotidianos en cada hogar; sus cuentos y poemas infantiles son las lecturas y canciones de cuna más populares; sus grandes obras son estudiadas en colegios y universidades; no hay pueblo o ciudad que no tenga un edificio en su honor, y los aniversarios de su muerte y nacimiento se celebran con el mismo fervor año tras año.

El fenómeno Pushkin ha sobrevivido a su muerte, pero también fue muy intenso durante su corta vida. Para comprender su alcance, debemos estudiarlo en el conjunto de su obra, su vida y su época. Eso es lo que he tratado de hacer con esta breve introducción.

La Rusia de Pushkin y sus zares

Aleksánder Serguéievich Pushkin vino al mundo en 1799 y murió, por desgracia, demasiado pronto, en 1837. Era una época en la que toda Europa estaba experimentando los importantes cambios que trajo consigo la Revolución industrial y las revoluciones sociales y políticas; sin embargo, Rusia permanecía ajena a todo ello, era aún un país gobernado autocráticamente por los zares, con un escaso y lento desarrollo industrial, con una economía basada en la agricultura, y cuya sociedad permanecía dividida en dos estratos sociales cuidadosamente delimitados: siervos y nobles. Los nobles, siendo la minoría, gozaban de todo el poder y de gran riqueza (sólo los gastos de la corte absorbían el 50 por 100 del presupuesto del Estado); mientras que la gran masa del pueblo –que según el censo de Rusia de 1812 ascendía a 36 de los 40 millones de la población–, integrada por soldados, campesinos y obreros, era un simple contribuyente esclavizado. El drama de la servidumbre radicaba no sólo en su pobreza, sino también en la indignidad de su estado, su ignorancia y su hundimiento espiritual y físico. En 1597, un decreto del zar Borís Godunov otorgó a los señores la administración de la residencia y del trabajo de los campesinos (que hasta entonces eran libres) y, desde ese momento, crecieron las obligaciones de los siervos hacia el señor. Surgieron diversas categorías de servidumbre: existían siervos domésticos, siervos sometidos a la corvea –trabajo no remunerado– o al pago de una renta (obrok), siervos militares, etc. Todos ellos podían ser sometidos a cualquier tipo de castigo, ser arrestados, deportados a Siberia, cambiados, vendidos o enviados al servicio militar –la recluta era considerada una condena a muerte en vida, pues duraba veinticinco años; iban adolescentes y volvían ancianos–. Tal era la situación que la riqueza y el poder de los nobles llegaron a calcularse según el número de siervos (almas, como eran llamados) que poseían. Por supuesto, la prepotencia nobiliaria, la servidumbre campesina y la falta de industria hacían imposible la existencia de burguesía.

Cuando Pushkin nació, ostentaba el poder el zar Pablo I (1754-1801), hijo de Catalina II la Grande (1729-1796), que gobernaba el país con una dura política represiva basada en unos anticuados ideales caballerescos. Era un zar idealista y generoso, a la par que cruel y vengativo, pero siempre de manera desmedida. A sus fieles les concedía siervos en números desorbitados, y los que no compartían sus ideas eran despedidos de sus cargos. Atacó duramente a la nobleza rusa, a la que consideraba corrupta, y, temiendo la influencia de la Revolución francesa y de la lucha contra el absolutismo, eliminó muchas de las reformas políticas liberales llevados a cabo por su madre; entre otras: cerró las imprentas privadas, impuso la censura cultural, castigó con el exilio interno e incluso prohibió los viajes al exterior. Sus medidas excéntricas e imprevisibles le crearon muchos enemigos, por lo que se organizó un complot en la corte para obligarle a abdicar. No obstante, su resistencia provocó su muerte.

La misma noche del asesinato, su hijo Alejandro I (1777-1825) fue proclamado nuevo zar; había participado en la conspiración contra su padre, convencido de que sólo se le obligaría a abdicar, pero el final trágico llenaría de remordimientos a Alejandro durante toda su vida. Su gobierno comenzó siendo reflejo de su educación ilustrada, que le llevó a abolir las restricciones sociales y culturales emprendidas por Pablo I: rea-brió las imprentas privadas, permitió la importación de libros extranjeros, reformó la universidad, abolió la tortura, otorgó a los plebeyos la posibilidad de adquirir tierras, creó la Duma y un Consejo de Estado, e incluso proyectó una Constitución para el país. Sin embargo, no logró la europeización de la sociedad ni el desarrollo de la burguesía, pues para ello era fundamental una emancipación de los siervos que no llegó a conceder. Sí la otorgó a los siervos de los países bálticos, creando un gran descontento en el pueblo ruso.

En el terreno internacional, Rusia logró una gran victoria contra Napoleón bajo su mando y se convirtió en la nueva potencia europea. Por otro lado, al hilo de estas guerras, una corriente de ideas liberales y revolucionarias penetraron en el país, sobre todo a través de los soldados que habían participado en ellas, y fueron gratamente recibidas por la rama liberal de la nobleza.

Con el paso del tiempo, la política del zar dio un fuerte giro que puso en su contra a un amplio sector de la sociedad: sus medidas liberalizadoras se recortaron, la nobleza partidaria de la tradición autócrata consiguió hacerse con el poder y la tendencia espiritual de la época influyó en el zar hasta tal punto que llegó a considerarse elegido por Dios para llevar a cabo una cruzada contra el ateísmo revolucionario y salvar así la cristiandad. A la vez, las ideas liberales se difundieron por todo el país con mayor virulencia a través de sociedades secretas que se habían ido organizando y que luchaban por la liberalización de los campesinos, el reparto de las tierras, un cambio en el sistema de gobierno y la aprobación de una Constitución.

En diciembre de 1825 sucedió a Alejandro su hermano Nicolás I (1796-1855). Este momento de cambio de poder fue aprovechado por un grupo de oficiales liberales del ejército ruso para llevar a cabo la llamada Revuelta Decembrista. El 26 de diciembre, 3.000 soldados se amotinaron en San Petersburgo frente al senado con la intención de reformar el régimen autocrático existente. Se mantuvieron inmóviles allí durante horas hasta que el ya proclamado zar Nicolás I cargó contra ellos con un grupo de soldados que los triplicaba en número. La revuelta fue fácil y cruelmente reprimida por el nuevo gobierno, que tensaría aún más las riendas del Estado. Nicolás I simboliza a la perfección el modelo de zar despótico; convencido de ser monarca por derecho divino, se encargó de perpetuar los privilegios de la aristocracia e impedir el avance del liberalismo; entre otras medidas, impuso una estricta censura, controles en la educación y en la edición de libros; ejerció una dura represión contra las nacionalidades no rusas del imperio y rechazó todo lo que venía de Occidente. Durante su reinado, se sucedieron las revueltas y las guerras con grandes derrotas, como la de la Guerra de Crimea, reflejo del escaso desarrollo industrial del país. Su política económica fue un fracaso y dejó el imperio endeudado. Nicolás convirtió a Rusia en una potencia de segundo orden.

El contexto social y literario del sigloxix. Pushkin, autor del Siglo de Oro

El papel de la juventud rusa en el siglo xix fue realmente importante en el desarrollo cultural y literario del país. Esta era numerosa en todas las capas de la población, y más o menos instruida (excepto la campesina, sumida en la incultura). La mentalidad de los jóvenes se empapó de las modernas ideas revolucionarias y liberales; la mayoría eran militares que habían participado en las campañas de Europa y habían vivido de cerca la Revolución liberal, pero también entre las capas de la alta sociedad. La educación afrancesada y la lectura de los autores de la Ilustración fueron la fuente de estos nuevos ideales. Su apasionado deseo de cambio los llevó a reunirse en sociedades clandestinas (la Sociedad del Norte y la Sociedad del Sur), donde se organizaron los planes para un nuevo gobierno y donde se gestó la Revuelta Decembrista.

El constante fluir de ideas no se detuvo a pesar de la censura y de las severas medidas de control del zar, y encontró su medio de propagación a través, no sólo de las revistas políticas, sino también de las literarias; ambas nacieron (y murieron) a un ritmo vertiginoso que hacía pensar que Rusia trataba a marchas forzadas de ponerse al nivel de la cultura europea: El mensajero de Europa (fundada por Karamzín), La estrella polar (de Releiev), El contemporáneo (de Pushkin), etc. La literatura y la poesía estaban a la orden del día, y también se hacían eco de las nuevas corrientes políticas y literarias. La particular situación de Rusia hizo que la palabra de los escritores se convirtiera en la voz del pueblo.

En este contexto llegó a Rusia el Romanticismo, movimiento que supuso mucho más que una corriente literaria; se convirtió en una filosofía de vida en todos los rincones de Europa. Parecía el movimiento perfecto en esta época de revueltas, por lo que se transformó en el sentir de los revolucionarios: la libertad frente a la represión, el individualismo frente a la frialdad del raciocinio, la naturaleza como extensión de la persona y la exaltación del pueblo y la nacionalidad. Entre los rusos, causaban una gran admiración el Werther, las obras de Schiller, Walter Scott y Lord Byron, pero, al mismo tiempo, se descubría a Dante y a Shakespeare, cuyo genio eclipsaba al de numerosos grandes románticos. Muchas de las grandes figuras de la literatura rusa de esta época parecían estar esperando la entrada del nuevo movimiento y fueron preparando el camino: Karamzín (1766-1826), escritor, historiador y traductor, reformó la lengua literaria rusa e introdujo el Sentimentalismo; Vasili Zhukovski fue el primero en traducir a autores ingleses y alemanes; Feódor Tiútchev, entre otros grandes poetas, desarrolló la poesía romántica e introdujo el Simbolismo. Destacaron también el brillante fabulista en verso Iván Krylov, que introdujo el tono irónico en el lenguaje literario, y el dramaturgo Aleksánder Griboédov, considerado el padre de la comedia nacional rusa, en cuyos versos se aprecia un romanticismo latente y una mordaz crítica a la nobleza.

Rusia, que no se encontraba aún en el conjunto de la literatura europea, entró a formar parte del mismo en el siglo xix, su Siglo de Oro, y lo hizo con una fuerza inusitada. Las atormentadas y rompedoras obras de sus grandes escritores reflejan la complejidad de una sociedad sometida al despótico y represor régimen zarista, marcada por la miseria de sus campesinos sometidos como siervos a la nobleza, y muestran las ansias de reforma y libertad. Sin duda, Pushkin es el gran genio de esta época.

La vida de Pushkin

Su entorno familiar

Pushkin nació en el seno de una familia aristocrática; su padre, Serguéi Lvóvich, pertenecía a una de las familias con mayor abolengo de la nobleza rusa, cuyos antepasados conocidos se remontaban al siglo xi. Pushkin los retrató a menudo en su obra, destacando su espíritu rebelde y luchador; sin embargo, su padre no se distinguió por ninguna cualidad sobresaliente. Su madre, Nadezhda Osípovna, era nieta de Abraham Haníbal, el conocido africano de Pedro I el Grande. Este fue el hijo de un príncipe reinante del norte de Abisinia (Etiopía) que, tras ser capturado, terminó en la corte del zar ruso, donde recibió formación militar y en ingeniería, y llegó a obtener el cargo de gobernador de Tallin. De su bisabuelo, Pushkin heredó sus rasgos físicos, que no eran hermosos, pero tenían un gran atractivo, y no eran fáciles de olvidar: sus ojos grises, su tez morena, su pelo castaño ensortijado y sus labios prominentes.

Sumergidos en la relajación de la vida aristocrática, sus padres no prestaron mucha atención a la educación del pequeño Aleksánder ni a la de sus dos hermanos, Olga y Lev; únicamente insistían en dar a sus hijos una educación afrancesada siguiendo la costumbre de la época. Así, los tres se criaron ajenos a la atención directa de sus progenitores, siendo educados por sus nodrizas, parientes y maestros.

Pushkin, desde niño, destacó intelectualmente por su curiosidad y creatividad, y a ello contribuyó, en gran medida, el ambiente literario que se respiraba en su casa. Sus padres poseían una gran biblioteca en la que, por supuesto, no faltaban los clásicos ni las obras de los escritores franceses y filósofos de la Ilustración; aquellas fueron las primeras lecturas del jovencísimo Pushkin, y de allí salieron sus primeros autores favoritos: Rousseau, Voltaire, Parny, etc. Además, su tío, Vasily Lvóvich Pushkin, un reputado poeta de la época, en cuya casa eran frecuentes las visitas de escritores consagrados, como Karamzín o Zhukovski, le ayudó a descubrir su vocación. Por otro lado, gracias a su insaciable curiosidad, la cultura afrancesada que le rodeaba no impidió que otras influencias más valiosas lograran recalar en él. Estas venían de manos de su abuela materna, María Alekséievna, con quien frecuentemente pasaba largas temporadas, y de su niñera, Arina Rodiónovna, una humilde campesina que lo quería como a un hijo; de ellas recibía los mayores cuidados, y por ellas sintió Pushkin una devoción inmensa hasta el final de sus días. Ambas le enseñaron la lengua rusa y todo su folclore con los relatos de los cuentos y leyendas de su pueblo. Como cualquier niño, Pushkin quedó impresionado con aquellas historias que, por su colorido y belleza, avivaron su imaginación y despertaron en él una gran pasión por la tradición oral de su país.

En el Liceo de Tsárskoie Seló

En 1811, en una de las alas del palacio de verano de los zares, a las afueras de San Petersburgo, el zar Alejandro I decidió abrir el Liceo de Tsárskoie Seló, una escuela destinada a la educación de los jóvenes aristócratas, donde serían instruidos en la carrera militar, política o diplomática. Con doce años, y recién inaugurado el Liceo, Pushkin ingresó en él en un duro régimen interno –los chicos no podían volver a casa ni tan siquiera por vacaciones–; con esto se pretendía desvincular a los estudiantes del mundo exterior y formar a futuros hombres leales al régimen zarista.

Sin embargo, dentro del Liceo se respiraba un espíritu liberal, intelectual y humanista del que Pushkin se impregnó durante los seis años que pasó allí. Alumnos y profesores eran unos privilegiados, no había castigos humillantes para los estudiantes y cada uno tenía su propio cuarto. Los profesores disfrutaban de una gran relajación y libertad en sus tareas; entre ellos, algunos destacaron por sus ideales liberales, como Kunisin, Gálich y un hermano de Marat, el revolucionario francés, que fueron especialmente influyentes para el joven. Aquel ambiente educativo y tolerante, unido a un fuerte sentimiento patriótico que se extendió tras la victoria contra Napoleón en 1812, desarrolló en los chicos una dignidad humana y el deseo de educarse a sí mismos. El joven Aleksánder no despuntó como estudiante; uno de sus profesores afirmó de él que sólo era bueno en las asignaturas que no requerían gran esfuerzo, sin embargo, desde sus primeros años comenzó una intensa actividad intelectual, participó en la revista literaria del Liceo y escribió numerosos poemas en ruso y en francés.

En 1815, durante sus exámenes de enero, tuvo lugar un hecho importante: declamó su oda Recuerdos de Tsárskoie Seló (un canto patriótico a la independencia rusa frente al poder de Napoleón) ante un admirado poeta de la época, Derzhavin, quien reconoció la calidad del poema y lo elogió por su forma y contenido. A partir de entonces, la fama de Pushkin se extendió por todo el Liceo; sus poemas corrían de mano en mano entre alumnos y profesores, y estos empezaron a verlo con otros ojos. Sus deseos de escribir eran irrefrenables. Compuso unas ciento veinte poesías en esta época y, aunque aún inspirado por la lectura de los clásicos y autores europeos, puso a prueba su propio talento experimentando diversos géneros (odas, romances, baladas, etc.); su lenguaje ruso empezó a despuntar por su ironía, vitalidad y atrevidas expresiones puramente nacionales que, hasta el momento, sólo habían visto un ejemplo en el consagrado fabulista Iván Krylov.

El joven comenzó a despertar sentimientos encontrados entre sus compañeros ya desde entonces; algunos de ellos, que conocían su naturaleza impresionable y su corazón compasivo y amable, lo amaban sinceramente y fueron verdaderos amigos hasta su muerte; otros muchos veían en él una vivacidad desmedida y la inclinación a la burla dañina; lo consideraban irascible, egoísta y engreído.