Break my rules - Roxy Sloane - E-Book

Break my rules E-Book

Roxy Sloane

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Beschreibung

OXFORD, INGLATERRA. LA CIUDAD DE LOS CAPITELES DORMIDOS, DE LOS OSCUROS SECRETOS... Y DEL DESEO. El hombre en quien confiaba podría ser el monstruo que estaba buscando… Vine a Oxford para descubrir oscuros secretos, en su lugar encontré el deseo. Anthony St. Clair. El futuro duque de Ashford. Me ha mostrado un placer sensual que jamás creí posible, pero ahora no sé en quién confiar. ¿Será Anthony el santo que me protegerá? ¿O un pecador que acabará conmigo? TRILOGÍA THE OXFORD LEGACY: CROSS MY HEART (Atraviesa mi corazón) BREAK MY RULES (Rompe mis reglas) SEAL MY FATE (Sella mi destino) Los lectores caen rendidos ante Break My Rules: "¡Qué buena secuela! M*****, no vi venir el final. DIOS, esta serie es tan buena que ya estoy devorando la última parte". "Literalmente me la terminé en una tarde. Ahora tengo que terminar la serie. Lo spicy en esta parte es demasiado bueno ". "¿Cómo puede alguien poner tanto erotismo, misterio, intriga y emoción a flor de piel en un libro?". "¡¡¡Había tanto erotismo, drama, tensión y acción que me enganché!!!Y Dios mío ese maldito final… NECESITO comenzar inmediatamente el último libro porque necesito respuestas AHORA". "Es incluso mejor que el primero. Una perfecta combinación de thriller con el romance más tórrido y una trama genial". "Me preocupaba que el segundo libro no fuera tan apasionante como el primero... ¡Estaba muy equivocada! La segunda entrega me mantuvo al borde de mi asiento, suspirando con las escenas más spicy y constantemente dudando sobre quién fue el culpable... ¡De lectura obligada!".

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Seitenzahl: 358

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

Break my rules. Rompe mis reglas

Título original: Break My Rules. The Oxford Legacy Trilogy 2

© 2023 by AAHM, Inc./Roxy Sloane.

© 2024, para esta edición HarperCollins Ibérica, S. A.

Publicado por HarperCollins Publishers LLC, New York, U.S.A.

© De la traducción del inglés, Carlos Ramos Malavé

 

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

Esta edición ha sido publicada con autorización de HarperCollins Publishers LLC, New York, U.S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos comerciales, hechos o situaciones son pura coincidencia.

 

Diseño de cubierta: Roxy Sloane

Imágenes de cubierta: © stock.adobe.com; © Getty Images

Ilustración de interior: © vectortatu/Stock.Adobe.com

 

I.S.B.N.: 9788410641167

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Agradecimientos

Nota

 

 

 

 

 

 

Para todos los lectores que estén pensando en la venganza…

Capítulo 1

 

Tessa

 

 

 

 

No puedo respirar.

Me quedo paralizada, de rodillas junto al lago. Saint está tumbado en el suelo delante de mí, por fin desnudo, con el cuerpo rígido por la expectativa del placer. Hace tan solo unos segundos, yo también me hallaba presa de la misma excitación, ansiosa por desnudarlo y volverle loco; en cambio ahora…

Ahora noto que el corazón se me ha convertido en plomo mientras contemplo el pequeño tatuaje que lleva en el muslo. Una corona con una serpiente enroscada alrededor. Es pequeño pero inconfundible, y lo reconocería en cualquier parte.

Es el mismo tatuaje que describió mi hermana. El único detalle que recordaba de la terrible agresión que la hizo caer en el pozo de la depresión… y la llevó a quitarse la vida. He estado buscando ese tatuaje —y a un hombre que es un auténtico monstruo— desde que llegué a Oxford. Pensé que lo encontraría en la fiesta de la sociedad secreta en la que me he infiltrado esta noche, y llevaba razón. Aunque no tal como me imaginaba.

Porque aquí está: tatuado sobre la piel de Anthony St. Clair. Saint. El hombre del que me estaba enamorando, el único en quien confiaba, el hombre que me ha hecho conocer cotas inmensurables de placer salvaje.

El hombre que acaba de abrazarme con ternura mientras yo sollozaba y me ha dicho que debía seguir con mi vida y dejar atrás esta búsqueda de venganza tan autodestructiva.

Es él.

No puede ser.

Esto no está pasando. No me lo puedo creer.

—¿Tessa? —me dice, levantando la cabeza y mirándome con esos penetrantes ojos azules, aún cargados de deseo. Me dedica una sonrisa seductora y perezosa; la misma sonrisa que me ha derretido docenas de veces ya—. Creí haberte dicho que dejaras de ser una calientapollas.

Trato de coger aire, mareada. ¿Cómo es posible que no lo hubiera visto hasta ahora? Pero todos los encuentros que hemos tenido han sido espontáneos, tan apasionados que nunca había reparado en el hecho de que no lo había visto totalmente desnudo hasta ahora. Las luces tenues de la fiesta de la Medianoche… Cuando me hallé con los ojos vendados en aquel club… Incluso la primera vez que follamos, me empotró contra la pared, desde atrás.

Y me encantó de principio a fin.

—Lo siento… —le digo, con ganas de vomitar. No sé qué narices hacer ahora mismo, solo sé que tengo que alejarme de él—. No puedo…

En un instante, el deseo del rostro de Saint es reemplazado por un gesto de preocupación.

—Tessa —me llama, incorporándose para tratar de abrazarme. Pero yo me estremezco y retrocedo.

—Es que… Creo que todavía estoy un poco alterada, por lo de antes —balbuceo, tratando de evitar su mirada—. Pensé que esto era lo que necesitaba, pero…

—Shhh, no pasa nada —responde, y se vuelve a poner la ropa. Me sonríe para tranquilizarme—. Podemos quedarnos aquí sentados y hablar un rato más, o lo que te apetezca.

Lo que me apetece es rebobinar los últimos cinco minutos para no haber visto nunca ese tatuaje.

O retroceder más aún, hasta antes de conocerlo siquiera. Para no acabar enamorándome del hombre que le destrozó la vida a mi hermana. Cuando pienso en lo mucho que me he reído con él, en lo mucho que le he confesado…

Lo mucho que he follado con él.

Dios mío.

Consigo ponerme en pie, tambaleante. La arboleda que hace solo unos minutos me parecía un lugar romántico y aislado, ahora me resulta peligrosa e inquietante. Estamos aquí solos, sin nadie alrededor. Me sentía muy segura con Saint, pero ahora…

Ahora no puedo confiar en nada.

—Volvamos a la fiesta —le digo, apresurada. No quiero que sepa que lo he descubierto. Al menos hasta que haya elaborado algún tipo de plan.

—¿Estás segura? —me pregunta con el ceño fruncido, y yo me obligo a sonreír.

—Me vendrá bien distraerme un poco. Divertirme —insisto—. No quiero quedarme aquí sentada llorando toda la noche.

Menos aún con el hombre que podría ser el causante de todas y cada una de mis lágrimas.

—De acuerdo. —Me dedica otra sonrisa cariñosa—. Tus deseos son órdenes.

Se recoloca el resto de la ropa y me estrecha la mano. El instinto me impulsa a apartarme asqueada, pero me obligo a comportarme con normalidad. Consigo ir caminando con él, uno al lado del otro, atravesando la arboleda hacia las luces de la fiesta como si no ocurriera nada. Y a cada paso, noto que la cabeza me da vueltas.

¿Cómo pudo ser Saint?

Todos esos secretos que he compartido con él… Se lo he contado todo, le he explicado el dolor que sintió Wren después de su agresión…, también mi propio dolor por haberla perdido. Y él me ha dicho que el hombre que le hizo eso era un monstruo. Perverso.

¿Habrá estado riéndose de mí desde el principio?

¿Habrá sido un plan enfermizo para hacerme confiar en él?

Pero no tiene ningún sentido.

Al fin, tras lo que me parece una eternidad, alcanzo a ver la mansión. La fiesta que abandonamos hace un rato está ahora en pleno apogeo, con la música a todo volumen y los miembros de la Sociedad Blackthorn bailando y bebiendo, entregados al desenfreno, olvidada ya toda compostura. No puedo creerme que pensara que aquí encontraría alguna oscura conspiración, cuando en realidad no son más que un puñado de aristócratas privilegiados pasando un buen rato.

Y la verdadera amenaza estaba más cerca de lo que imaginaba.

Le dirijo una mirada de reojo a Saint mientras me guía hacia la terraza. Está igual que siempre: increíblemente guapo, con el pelo oscuro revuelto y esos ojos azules turbulentos, además de una sonrisa capaz de tentarme para olvidar todas mis inhibiciones.

En una ocasión le dije que parecía un ángel caído. Ahora me pregunto si no será el mismo demonio.

—¡Necesito una copa! —declaro en voz alta, al tiempo que le suelto la mano—. ¿Serías tan amable de ir a buscarme algo con burbujas? Y también algo de picar. Yo voy al baño. Enseguida vuelvo.

Capto un fugaz destello de preocupación en su mirada ante mi abrupto cambio de humor, pero me sonríe y asiente.

—¿Algo dulce o salado para picar?

—¡Sorpréndeme!

Lo dejo junto a la barra y me abro paso entre la multitud hasta volver a entrar en la imponente casa principal. Hay un baño al final del pasillo, pero en su lugar dirijo mis pasos hacia las puertas delanteras, con el corazón desbocado como si estuviera planeando fugarme de la cárcel. Espero oír la voz de Saint de un momento a otro, o encontrármelo cortándome el paso, pero mantengo la cabeza agachada, ignorando a los asistentes a la fiesta que me rodean, hasta que por fin consigo salir.

El camino de acceso a la mansión está ahora lleno de coches que van llegando para dejar a sus ocupantes. Claro, es el after party, pienso. Saint me contó que, cuando se dan por terminados los asuntos oficiales de la sociedad secreta, llega sangre fresca para sumarse a la diversión. Seguramente así fue como logró colarse mi hermana, en una fiesta de las mismas características. La fiesta en la que se la llevaron y la tuvieron prisionera en una celda, mientras un hombre desconocido le hacía cosas que, por suerte, ella nunca logró recordar.

No pudo ser Saint.

Me trago la bilis que siento en la garganta y camino directa hacia un taxi que acaba de dejar a un grupo de mujeres glamurosas.

—¿Me podría llevar a Oxford? —pregunto a la desesperada.

El taxista enarca las cejas, calculando, sin duda, lo cara que me va a salir la carrera.

—Sin problema, corazón. Móntate.

Me lanzo al asiento trasero y mantengo la cabeza agachada, conteniendo la respiración y atenta a las puertas de la casa, por si acaso aparece Saint. Pero no viene a buscarme. El conductor pasa de largo las hileras de vehículos caros y relucientes y enfila el camino de entrada, dejando atrás las luces y la música de la fiesta.

No me relajo ni por un instante. No hasta que ya estamos a kilómetros de distancia, atravesando la oscuridad del campo a gran velocidad, y es entonces cuando por fin sucumbo a un llanto desconsolado.

—¿Te encuentras bien? —me pregunta el taxista: me está mirando por el espejo retrovisor mientras trato de disimular los sollozos.

—Sí, sí —respondo entre hipidos—. Perdón, es que… He tenido una mala ruptura —consigo murmurar, y entonces me dedica un gesto de cabeza compasivo.

—Lo lamento, corazón. No te preocupes, por la mañana te encontrarás mejor.

Pero, conforme las preguntas van agolpándose en mi mente, no creo que vaya a poder sentirme mejor nunca más. Revivo todo lo que ha ocurrido esta noche, en busca de respuestas, pero es que no tiene sentido.

Creí que lo conocía. Creí que me tenía cariño.

Es imposible que fuera todo mentira.

«¿Quién eres, Saint?», me pregunto.

 

 

De vuelta en Oxford, doy indicaciones al taxista para llegar a mi antiguo apartamento de estudiante. Me trasladé de allí hace solo unos días…

Mejor dicho, Saint fue quien me trasladó, pienso mientras subo a duras penas las escaleras y abro la puerta. Recogió mis cosas y se las llevó a su casa. Dijo que aquí no estaba a salvo, que deseaba protegerme.

¿Y durante todo ese tiempo era de él de quien necesitaba protegerme?

Con gran alivio, compruebo que Jia y Kris, mis compañeros de piso, han salido esta noche y el apartamento está en silencio. Me voy directa a mi dormitorio, me dejo caer sobre el colchón y contemplo con asombro la habitación vacía.

¿Qué hago ahora?

Me vibra el teléfono en el bolso; al sacarlo, veo una docena de llamadas perdidas y mensajes de Saint que me han ido llegando durante el trayecto de vuelta a Oxford.

 

¿Dónde estás?

 

¿Te has ido de la fiesta?

 

¿Te encuentras bien? No te encontramos por ningún lado.

 

Tessa, estoy preocupado. Por favor, dime qué pasa.

 

Los mensajes sucesivos denotan cada vez una mayor preocupación, y siento una punzada de culpabilidad al imaginarme su confusión cuando haya descubierto que he desaparecido de pronto.

Pero no se merece mi culpabilidad, me recuerdo a mí misma antes de apagar el teléfono. No se merece nada de mí, salvo mi rabia y mi repulsa por lo que ha hecho.

Salvo que… no albergo esos sentimientos.

Lo único que siento es desconcierto e incredulidad.

Me quedo tumbada en la cama, contemplando el techo como en un trance y tratando de asimilar que el hombre que conozco sea el monstruo al que he estado persiguiendo. No tiene ningún sentido que me haya mentido a la cara una y otra vez. Que pueda ser culpable de tan terribles delitos contra mi hermana, pero al mismo tiempo hacerme creer que me tiene cariño. Mostrarse tierno y comprensivo, apasionado y divertido.

Cuando los recuerdos me envuelven, brotan de nuevo las lágrimas; sollozos desesperados de angustia y traición que me dejan allí expuesta, rota por dentro.

¿Cómo he podido estar tan equivocada sobre él?

Capítulo 2

 

Tessa

 

 

 

 

Me paso el fin de semana encerrada en mi habitación, ignorando sus mensajes y tratando de encontrarle sentido a la situación. No es solo la sorpresa y el horror de descubrir que Saint podría ser el responsable de la agresión a Wren; también me asombra el desengaño que siento. Supongo que no me había dado cuenta de lo mucho que estaba enamorándome de él, hasta que fui consciente que era todo mentira.

Ahora me debato entre odiarlo y echarlo de menos. Maldigo su nombre y a la vez deseo con todas mis fuerzas que haya alguna otra explicación. Tal vez haya otra persona con ese mismo tatuaje… Tal vez no haya estado mintiéndome…

Para cuando llega el lunes, estoy agotada de batallar conmigo misma. Salgo dando tumbos de mi dormitorio y recorro el pasillo. Desde la cocina me llegan los susurros de mis compañeros de piso.

—¿Sabes qué ha ocurrido? Se ha pasado todo el fin de semana llorando sin parar.

—No me lo ha dicho. Solo sé que han roto.

—Querrás decir que él la ha dejado tirada, como sabíamos que haría.

—Está hecha polvo. Se nota que no se lo veía venir.

—¿Qué pasa? ¿Se pensaba que se enamoraría locamente del duque y vivirían felices para siempre? —Se oyen risotadas—. Se lo intentamos advertir, que esos cabrones con pasta pasan de todo.

—Shhh, creo que viene. Pero no digas que ya se lo advertimos.

Trago saliva y me preparo antes de abrir la puerta haciendo ruido.

—Buenos días.

—¡Buenos días! —Kris y Jia dan un respingo de inmediato y me lanzan miradas compasivas con los ojos muy abiertos.

—¿Cómo te encuentras? —me pregunta Jia—. ¿Quieres café? ¿Has podido dormir algo?

—Un poco. Me apetece un café, sí, gracias. —Esbozo con esfuerzo una sonrisa mientras me sirvo un tazón de cereales y me siento a la mesa.

Sé que están siendo hipócritas, fingiendo preocuparse por mí cuando hace unos segundos se reían de mi dolor, pero lo acepto.

Prefiero que piensen que soy una ingenua a la que han dejado tirada antes que tener que explicar la verdad.

—¿Qué plan tienes para hoy? —me pregunta Kris alegremente.

—Estudiar, supongo —respondo, alicaída—. Mi asesora académica me echó una reprimenda la semana pasada, dijo que debía ponerme las pilas si no quería perder la beca.

Aunque ya no estoy tan segura de por qué quiero quedarme en Oxford.

—Bueno, por lo menos tienes tiempo de sobra —me contesta Jia con cierta arrogancia—. No tienes más distracciones.

Como Saint, por ejemplo.

—Cierto. —Asiento quedamente con la cabeza.

—¿Por qué no te duchas la primera? —me sugiere Kris con una mirada elocuente—. Debería haber suficiente agua caliente.

—Gracias —respondo, pese a que está claro que no ha sido tanto un amable gesto como la prueba del mal aspecto que tengo ahora mismo, después de pasarme dos días llorando sin mirarme al espejo una sola vez.

No sé si estoy llorando por la traición de Saint o porque aún no me creo que el hombre del que estaba enamorándome pudiera ser capaz de semejantes atrocidades.

—Esta noche vamos a tomar copas al bar de la facultad —agrega Jia—. Hay karaoke. ¡Vente!

—No sé… —vacilo.

—Te sentirás mejor si sales y te diviertes un poco —promete Jia—. De todos modos, no pierdas el tiempo llorando por ese gilipollas.

—Menudo imbécil —conviene Kris—. Estás mejor sin él.

—Olvídate del tema —añade Jia—. Si sabes que ya habrá pasado al siguiente sabor de la semana.

Kris le lanza una mirada de advertencia.

—¿Qué? Perdona —me dice Jia con falsedad—. Pero es que ya te lo advertimos. Esos cabrones con pasta son todos iguales. Al menos ahora ya sabes cómo es de verdad. Tómatelo como una experiencia más y sigue adelante.

Como si fuera tan fácil.

—Gracias. —Les dedico a mis compañeros de piso una sonrisa breve y falsa—. Tenéis razón.

—Mierda, tenemos que irnos —anuncia Kris mientras coge su mochila.

Jia me dedica otra sonrisa arrogante.

—Cuídate. ¡Y acuérdate de darte esa ducha!

La puerta se cierra de golpe a sus espaldas y yo me quedo en el apartamento.

Sola.

Respiro hondo. Lo único que me apetece es esconderme otra vez debajo de las sábanas, pero lo que les he dicho es cierto: ya estoy pisando terreno pantanoso con mi rendimiento académico, que dista mucho de ser ejemplar. No tengo ni idea de lo que me depara el futuro aquí en Oxford, y ni siquiera sé si quiero quedarme, sabiendo lo que sé. Pero no soporto pasar otro día sola, obsesionándome con la traición de Saint, de modo que me doy esa ducha con la que tanto me han insistido y disfruto bajo el agua caliente hasta que vuelvo a sentirme casi persona. El día está gris y encapotado, de modo que me pongo mis pantalones de chándal más tupidos, la sudadera de la facultad, me abrigo bien y me voy camino de la biblioteca de Ashford College.

—Hola, Tessa. —Maeve, mi bibliotecaria favorita, tiene turno ese día, y me saluda cuando atravieso las puertas de madera grabadas.

La biblioteca es una vieja iglesia reconvertida, con techos altísimos, vigas de madera y vidrieras de colores.

—Ya tengo los libros que me pediste —añade mientras los recoge de una balda abarrotada que tiene a su espalda—. Tienen mucha lista de espera, así que comunícamelo cuando hayas acabado.

—Gracias —respondo, aceptando la pila de libros.

—¿Te encuentras bien? —me pregunta con el ceño fruncido, y me doy cuenta de que debería haber invertido algo más de tiempo con el antiojeras, para disimular mis ojos enrojecidos.

—¡Claro! —miento—. No es más que alergia. ¡Te los devolveré lo antes posible!

Me voy arriba, a mi cubículo de estudio habitual, situado en un rincón alejado, y me dispongo a pasar allí el día. Cuando decidí venir a Oxford para investigar la verdad sobre lo que le sucedió a Wren, sabía que, si me presentaba como una mera turista, no conseguiría las respuestas que necesitaba. Tenía que venir aquí, a Ashford College, donde Wren había disfrutado de su beca de investigación, e indagar desde dentro, como estudiante, para rastrear sus pasos.

Nunca he sido muy dada al mundo académico. Mis estudios los salvé a duras penas y después estuve trabajando en organizaciones artísticas sin ánimo de lucro en Filadelfia. Hacía años que no abría un libro, pero logré encontrar una beca para gente con una formación «no tradicional» que ofrecía la posibilidad de estudiar en Ashford durante un año. Es decir, gente que no había sacado calificaciones perfectas desde que nació. Logré superar el proceso de selección mediante mentiras y obtener suficientes referencias positivas para ganar la plaza, pero, ahora que de verdad estoy aquí, tratando de mantener el ritmo con todas las conferencias y seminarios…

En el mejor de los casos, supone un trabajo a jornada completa tratar de mantener la cabeza a flote.

Y este, desde luego, no es el mejor de los casos.

Consulto mi horario de la semana. Tengo unas cuantas conferencias y un par de trabajos que entregar. Uno de ellos es para la clase de Saint sobre la literatura libertina y radical. Trago saliva. No tengo ninguna intención de acudir a esa clase, porque solo la idea de compartir habitación con él me produce un dolor intenso, pero, si no entrego el trabajo, sé que tendré problemas con mi supervisora. «Los libertinos y la Iglesia» es el tema de esta semana, de modo que suspiro y saco la lista de artículos y ensayos que debo revisar, abro el primero de ellos y empiezo a leer.

 

 

Por suerte, los densos textos son tan difíciles de entender que exigen toda mi atención. Con gran esfuerzo logro quitarme de encima las lecturas y redacto un trabajo poco inspirado sobre el tema antes de pasar al siguiente. Y al siguiente. Casi sin darme cuenta, ha pasado el día entero, habiendo hecho tan solo una breve pausa para ir a la cafetería a por un sándwich y volver a mi mesa a estudiar.

Para cuando el dolor de cabeza es demasiado intenso para permitir concentrarme, fuera ya ha oscurecido, y la biblioteca está casi vacía. Me estiro, bostezando, y recojo mis cosas. Hace tiempo que Maeve terminó su turno, de manera que deposito los libros en la cesta de devoluciones, me cuelgo la mochila al hombro y salgo a la calle, al aire frío de la noche que sopla a través del patio interior.

—Ahí estás. —La voz de Saint me detiene en seco. Viene corriendo desde otro de los edificios, con expresión de miedo—. Tessa, gracias a Dios. He estado buscándote por todas partes.

Me quedo paralizada. «Joder».

—Saint… —Me tiembla la voz cuando me quedo mirándolo fijamente.

Luce un aspecto desaliñado, parece cansado, tiene barba de dos días y la camisa arrugada por debajo del abrigo de marinero, que lleva abierto.

Se me encoge el corazón solo con verlo.

—¿Qué ha ocurrido? —me pregunta y se detiene delante de mí—. Joder, Tessa, desapareciste de la fiesta sin decir nada. Estuve buscándote por todas partes, hasta que alguien me dijo que te había visto irte. ¿Por qué no me lo dijiste? —me pregunta mientras se pasa una mano por el pelo.

—Lo siento, necesitaba espacio —respondo con cautela, mirando a mi alrededor. Pero es tarde, y el patio está vacío y a oscuras, con solo el brillo de las viejas farolas.

Me estremezco.

—¿Espacio? —repite Saint, con gesto furioso—. Tessa, ¿tienes idea de lo preocupado que he estado? No me hablas, no respondes a mis llamadas. ¿Qué cojones está pasando?

Trago saliva, tratando de pensar con claridad, pese a las emociones encontradas que se agolpan en mi pecho.

—He estado pensándolo, y esto que hay entre nosotros… creo que es mejor que lo dejemos —le digo.

Es la historia que les he contado a mis compañeros de piso. Tal vez sea la manera más sencilla de salir de esto, al menos hasta que averigüe qué narices voy a hacer ahora.

Saint se queda mirándome como si le hubiera abofeteado.

—¿Quieres que lo dejemos? —repite—. Tessa, ¿de qué estás hablando? ¿Qué ha ocurrido?

—Es que no va a funcionar —digo con firmeza—. Somos demasiado diferentes. Tú vienes de un mundo totalmente distinto. En teoría iba a ser algo divertido y ya está —añado—, y entonces las cosas se complicaron y hemos ido demasiado deprisa. En la fiesta de la Sociedad Blackthorn me di cuenta de que… es mejor que le pongamos fin ahora, antes de que alguno de los dos salga herido. —Me cargo la mochila al hombro y empiezo a caminar, pero Saint se acerca y me corta el paso.

—Tessa, háblame —me pide con rictus de angustia—. Ya sabes que esas chorradas a mí no me importan. Dime la verdad, ¿qué te hace decir esto?

—Es lo que siento —miento, tratando de pasarlo de largo—. Buscamos cosas diferentes. Eres el profesor macizo, ¿recuerdas? No te costará trabajo encontrar a alguien que te mantenga la cama caliente.

—¿Eso es lo que piensas de mí? —me pregunta, dolido—. ¿Después de todo lo que hemos compartido?

Una vez más, siento la punzada traicionera de la culpa. Al verlo herido por mis palabras, tratando de encontrarle sentido a mi explicación, siento que mi decisión hace aguas.

Tengo que apartarme de él antes de que mis defensas terminen de venirse abajo.

—No quiero hablar del tema —declaro con determinación—. Por favor, no me llames más. Déjame en paz.

Me alejo.

—¡Tessa! —grita a mi espalda—. ¡Espera, Tessa! —Me alcanza y me agarra del brazo para detenerme.

Me encojo por instinto, y doy un tirón del brazo llevada por la adrenalina.

—¡No me toques! —grito.

Saint me suelta al instante y me mira con descrédito.

—¿Me tienes miedo? —pregunta, y advierto entonces la certeza en su mirada.

La certeza… y el dolor.

—No sé qué ha ocurrido, pero, por favor, Tessa, cuéntamelo. —Su expresión es la viva imagen de la preocupación—. Deja que te ayude. Sea lo que sea, podemos resolverlo.

Sacudo la cabeza, más confundida que nunca. Su interpretación inocente no flaquea ni un instante. O es un actor magnífico, o verdaderamente no tiene ni idea de lo que sucede. Pero eso no puede ser verdad.

¿O sí?

Siento de pronto un torrente de rabia que me sube por dentro. No lo soporto, el no saber. No aguanto más sus mentiras.

—¡Deja de mentir! —le chillo, y el eco de mi voz resuena por el patio a oscuras—. ¡Lo sé todo, Saint, te vi el tatuaje!

—¿De qué estás hablando? —Me mira, aún visiblemente confuso.

—¡El tatuaje! El que tienes en el muslo —explico, sombría—. Ella también lo vio.

—¿Quién?

—¡Wren! —exploto—. Esa noche, cuando se la llevaron. Fue lo único que recordaba del hombre que le hizo daño. Me lo describió en detalle —agrego amargamente—. Ya no puedes engañarme más. Sé que tuviste que ser tú.

Capítulo 3

 

Saint

 

 

 

 

«Cree que fui yo».

Me quedo mirando a Tessa con incredulidad. Tiene que ser una broma retorcida. No pensará de verdad que…

Pero sí que lo cree. Lo lleva escrito en la cara, esa sospecha crispada, y la forma en que ya se aparta de mí y atraviesa la facultad a toda prisa en dirección a la garita de la entrada.

Cree que yo soy el monstruo que le hizo daño a su hermana.

«Dios mío».

—¡Tessa! —Vuelvo en mí y corro tras ella—. ¡Espera, Tessa!

Ella sigue andando, pero la alcanzo y resisto el impulso de estrecharla de nuevo entre mis brazos.

—Lo que le sucedió a tu hermana… No pensarás de verdad que se lo hice yo —le pregunto en su lugar, totalmente desolado por su acusación.

—¡No sé qué pensar! —exclama, sollozando, y las lágrimas resplandecen en la oscuridad sobre sus mejillas—. Creí que te conocía, Saint, creí que me estaba enamorando, pero entonces vi el tatuaje.

El maldito tatuaje. Debería haber imaginado que pasaba algo cuando abandonó la fiesta tan de repente.

—Yo no soy el único que lleva ese dibujo —le digo, antes de que pueda salir huyendo otra vez.

Tessa deja de andar y se vuelve hacia mí.

—¿C-cómo?

Advierto en sus ojos una mirada de alivio, y eso me ofrece algo en lo que creer.

Ella no deseaba pensar que había sido yo.

—He tenido ese tatuaje desde que estudiaba aquí —le explico, apresurado—. Mis compañeros y yo nos los hicimos una noche, a modo de reto, antes de los exámenes finales. Lo diseñamos nosotros mismos. No era más que una broma de borrachos…

Me detengo, al darme cuenta de lo que eso significa. Si el hombre que hirió a Wren tenía ese tatuaje…

Entonces, uno de mis amigos de aquella noche es el monstruo que hirió a la hermana de Tessa. El que le destrozó la vida y la llevó a la muerte.

—Dios mío, Tessa —digo y dejo escapar el aliento—. Lo siento mucho…

Ella sacude la cabeza, como si estuviera tratando de procesarlo. El cabello oscuro le cae por los ojos.

—¿No fuiste tú? —me pregunta con la voz cargada de esperanza.

—No, cariño, te lo juro —le respondo con sinceridad—. Durante la fiesta de la Sociedad Blackthorn del año pasado, yo estaba en la casa que tiene mi familia en el sur de Francia, trabajando en mi libro. Puedo mostrarte los recibos —añado—. Billetes de avión, los extractos de la tarjeta de crédito. Lo que sea necesario para que me creas. Me conoces —insisto—. Sabes que nunca le haría daño a nadie de esa forma.

Tessa traga saliva, parece perdida en su inmenso abrigo. Trato de imaginarme sus sentimientos de perplejidad y traición, pero sé que me resultaría imposible. Pensar que yo había estado engañándola, que era el culpable…

«Podría perderla», pienso.

Me invade el miedo y me aprieta con su garra afilada y metálica. Esta mujer me ha cautivado desde que nos conocimos, y cada noche que hemos pasado juntos no ha hecho sino que la deseara más aún. La necesito.

—Lo siento mucho, Tessa —le digo, manteniendo la voz calmada pese a la furiosa tormenta de emociones que me asola por dentro. Mi instinto me grita para que la abrace y la consuele. Para ayudarla a procesar la sorpresa y el conflicto que lleva escritos en la cara. Pero me obligo a guardar la distancia y concederle el espacio que me ha pedido—. No me imagino lo que has estado pasando, si viste ese tatuaje y pensaste que yo…

Me suena entonces el móvil en el bolsillo de la chaqueta. Lo había dejado con sonido para oírlo si Tessa me devolvía las llamadas. Ahora, me apresuro a sacarlo para silenciarlo sin dejar de mirarla a los ojos.

—Vamos a algún sitio para hablar de esto —le sugiero—. O, si quieres estar sola esta noche, lo entiendo. Pero, por favor, no me eches de tu vida. Te juro que nada ha cambiado —le aseguro, conmovido ante la idea de perderla—. Sigo siendo el mismo hombre que conoces. Ya te lo dije, soy un libro abierto. Siempre seré del todo sincero contigo, te lo juro.

Tessa parece dudar, pero entonces vuelve a sonarme el teléfono, interrumpiendo lo que parecía estar a punto de decir.

Contengo un taco y vuelvo a sacarlo con la intención de apagar el maldito trasto.

—¿Quién es? —pregunta Tessa.

—Mi madre. —Hago una pausa y frunzo el ceño. ¿Qué hace llamándome a esta hora?—. Pero da igual —le aseguro enseguida—. Lo único que importa ahora mismo eres tú.

En cuanto rechazo la llamada de mi madre, recibo otra, esta vez de Robert, mi hermano.

—Responde —me dice Tessa al verme dudar.

—No… —No quiero perder la oportunidad de hablar con ella, pero Tessa menea la cabeza y empieza a retroceder de nuevo, escurridiza.

—No puedo hablar de esto ahora mismo —me dice—. Tienes razón. Necesito algo de espacio para procesarlo todo.

—Pero me crees, ¿verdad? —El miedo me rompe el corazón. Joder, tiene que creerme.

Tessa me mira a los ojos y deja escapar el aliento. Después, con reticencia, dice que sí con la cabeza.

Es un gesto levísimo, un sutil asentimiento con la barbilla, pero me provoca un alivio que me recorre entero.

«Gracias a Dios», pienso.

—Te llamaré cuando esté preparada para hablar —me dice—. Por favor, hasta entonces, no te pongas en contacto conmigo.

Antes de poder decirle una palabra más, se gira sobre los talones y echa a correr hacia las luces de la garita de la entrada.

Y, joder, tengo que hacer un gran esfuerzo por dejarla marchar.

Robert vuelve a llamarme. Respondo con un gruñido de fastidio.

—¿Qué pasa, joder? ¿A qué coño vienen tantas prisas?

Se produce un silencio al otro lado de la línea telefónica, y entonces me llega la voz de mi hermano, cargada de tensión.

—Tienes que venir a Londres. Se trata de una emergencia.

Sigo mirando cómo Tessa se aleja y tardo unos instantes en entender lo que Robert me está diciendo.

—¿Una emergencia?

—Papá está en el hospital. Dicen que ha sufrido un ataque cardiaco masivo. Tienes que venir cuanto antes.

 

 

Me voy directo a Oxford con el coche. Es más de medianoche cuando llego al hospital y sigo las indicaciones de Robert hasta la sección VIP de una nueva ala cardiotorácica. El lugar está casi vacío, pero justo en ese momento sale una enfermera de la habitación de mi padre. Me detengo junto a la puerta abierta.

Mi padre está dormitando en la cama del hospital, mi madre se empeña en ahuecarle las almohadas y Robert está hablando por el móvil en el rincón, rodeado del murmullo de las máquinas. Mi padre tiene un tubo metido por la nariz y cables que desaparecen por debajo del cuello de su bata de hospital de color verde. Está pálido y débil. Como si fuera la sombra del hombre decidido y robusto que siempre he conocido.

Me quedo allí parado unos instantes, y me sorprende que su pelo entrecano ahora me parezca totalmente gris; presenta, además, unas pronunciadas ojeras. Este hombre ha sido siempre como una fuerza imparable, como un grano en el culo para mí. Agobiándome con las expectativas, y siempre tan decepcionado conmigo. Pero viéndolo ahora, tan frágil, me conmuevo profundamente.

—Saint —dice mi madre al verme allí, y se pone en pie—. Gracias a Dios que has venido.

Atraviesa la habitación hacia mí y me da un abrazo breve. Dicha muestra física de afecto es muy impropia de la gran Lillian St. Clair, y viene a demostrar que la situación es seria.

Me aparto de ella y termino de entrar en la habitación.

—¿Qué ha ocurrido? —pregunto, acercándome a la cama.

Me doy cuenta de que mi padre, Alexander, está consciente, y me ofrece una sonrisa débil.

—No hay nada de qué preocuparse —me dice—. Una montaña de un grano de arena.

—Ha sido un ataque cardiaco masivo —le corrige Robert. Camina de un lado a otro y desprende una energía ansiosa.

Siendo el benjamín de la familia, trabaja codo con codo con nuestro padre en la empresa familiar y, por lo general, se muestra optimista y tranquilo. Pero esta noche parece casi tan demacrado como nuestro padre.

—¿Cuándo? —pregunto.

—Hace unas horas. Se quedó trabajando hasta tarde. Otra vez. Los médicos dicen que podría haber muerto si su secretaria no lo hubiera encontrado.

—Podría, pero no ha ocurrido —responde mi padre agitando la mano para restar importancia a la situación—. Hará falta algo más que eso para quitarme de en medio. Y recordadme que le conceda a Tricia un aumento —añade en tono jocoso—. Pensé que la que necesitaría el desfibrilador sería ella, a juzgar por su cara.

—Cariño, tienes que tomártelo en serio —le reprende mi madre.

—Y así me lo tomo. —Mi padre me mira entonces a los ojos—. Lillian, ¿por qué no vas a ver si me consigues algo de comer? —pregunta de pronto—. Y, Robert, ve a buscar al médico para que le explique todo a tu hermano.

Robert nos mira alternativamente y entonces asiente.

—Venga, madre —dice, conduciéndola hacia la puerta—. Vamos a ver si te preparan una taza de té para calmarte los nervios.

—Hará falta más que té para eso —responde ella a regañadientes, pero lo sigue hacia la puerta, dejándome a solas con mi padre.

—En serio, ¿cómo te encuentras? —le pregunto tras acercarme más a la cama y fijarme en el ligero temblor de su mano cuando trata de alcanzar el vaso de plástico con agua helada situado en la mesa junto a él. Se lo alcanzo y da un sorbo lento.

—He estado mejor —responde, volviendo a recostarse sobre las almohadas con un suspiro—. Pero no es para tanto. He estado pensando en tomarme unas vacaciones de la oficina. Una suspensión remunerada, que lo llaman.

—Hay maneras más fáciles de lograr eso —respondo, siguiéndole el juego, aunque su tono me pone de los nervios.

Mi padre no es un hombre propenso a las bromas, y menos conmigo. El hecho de que ahora se muestre bromista me confirma que la situación es más seria de lo que quiere aparentar.

—A lo mejor me aficiono al bridge. Tu madre no para de decirme que me busque un pasatiempo —continúa mi padre—. O la petanca. Es una pena que no me hayáis dado nietos aún, porque eso sí que me mantendría ocupado.

—¿Qué fue de aquello de mantener la bragueta cerrada? —le pregunto alegremente—. ¿No decías que el mundo está lleno de cazafortunas ansiosas por entrar en el linaje de la familia St. Clair?

Mi padre se ríe con suavidad, pero le sobreviene entonces un ataque de tos. Da otro sorbo de agua y se calma.

—Los tiempos cambian, hijo —me dice con la voz algo temblorosa—. Y, en momentos así… En fin, un hombre se para a pensar en el futuro. En lo que quedará cuando ya no esté.

—Tú no vas a ninguna parte —le respondo de inmediato, más nervioso que nunca—. Si apenas tienes sesenta y cinco años. Te queda tiempo de sobra para tener un montón de hijos más, si los quieres.

—No sé si a tu madre le haría mucha gracia —responde con una sonrisa débil.

—Pues cámbiala por una modelo más joven, todos tus amigos lo hacen —bromeo, antes de recordar la conversación entre susurros que oí en la fiesta de Lancaster Media hace unas semanas.

Me topé sin querer con mi padre, que hablaba con una joven francesa, manteniendo una acalorada e íntima conversación. No alcancé a oír exactamente lo que estaban discutiendo, pero no hace falta ser un genio para deducirlo.

Me aclaro la garganta y me apresuro a cambiar de tema. Las aventuras extramaritales de mi padre no son de mi incumbencia.

—¿Cuánto tiempo dicen los médicos que te tendrán aquí?

—Unos días más, en observación. Sigo con la presión arterial elevada, y dicen que tengo que implementar cambios para evitar otro incidente.

—¿Qué clase de cambios? —pregunto.

—Ya sabes: dieta, salud, reducir el estrés diario —comenta poniendo los ojos en blanco—. Tricia me obligará a comer ensalada y seguro que todo irá bien.

Yo no estoy tan seguro, pero no quiero presionarlo con el tema. Deja escapar un bostezo, así que me levanto de la silla situada junto a la cama.

—Es tarde. Deberías descansar —le digo, sorprendido aún por el cambio que se ha obrado en él—. Iré a hablar con tus médicos.

Asiente, ya medio dormido.

—Gracias por venir, hijo.

—No hay de qué —murmuro—. Que duermas bien.

Abandono su habitación con una profunda sensación de desconcierto y perplejidad. Puede que mi padre y yo no mantengamos la mejor relación del mundo, las cosas entre nosotros han estado tensas desde que, hace diez años, falleció Edward, mi hermano mayor. De pronto, el futuro del linaje familiar recayó sobre mis rebeldes hombros, y mis padres no se han molestado en disimular la tremenda decepción que eso les supone. Yo he mantenido las distancias e ignorado sus discursos sobre sentar la cabeza y ocupar el puesto que me corresponde como hijo y heredero del legado Ashford, el título de duque, el laboratorio farmacéutico, todo.

No he querido formar parte de ello y estaba decidido a seguir mi propio camino en busca del placer, no de la responsabilidad. Pero al ver a mi padre así, al tener que enfrentarme a su mortalidad…

Ese legado me resulta más cercano que nunca, un peso asfixiante que me aterroriza.

Que me recuerda que nunca lograré estar a la altura de Edward.

Que me recuerda que siempre seré plato de segunda mesa.

Me encuentro a medio camino de los ascensores cuando aparece mi madre.

—Anthony, espera —me dice, arrinconándome—. ¿Ya te marchas?

—Voy a dormir un poco —le respondo, extenuado por todo lo que ha ocurrido hoy. He estado hecho un desastre desde que Tessa desapareció de la fiesta, y siento que estoy a punto de llegar al límite—. Tú también deberías intentar descansar un poco —agrego, viendo la tensa expresión de su rostro y sus marcadas ojeras—. Podemos estar de vuelta aquí por la mañana antes incluso de que se despierte.

—Siempre y cuando tú vuelvas —puntualiza Lillian con tirantez—. Tenemos que hablar con sus médicos y elaborar un plan. Ya sabes que esto nunca habría ocurrido si no hubiera estado tan estresado con el trabajo. Los ensayos clínicos, el lanzamiento del nuevo producto… Es demasiado para un solo hombre, y Dios sabe que tu hermano ayuda en lo que puede, pero carece de la madurez suficiente para tomar las riendas.

—¿Me estás diciendo que esto es culpa mía? —le pregunto, a la defensiva.

—Lo que te digo es que ya has perdido suficiente tiempo con esas tonterías académicas. —Mi madre me lanza una mirada decidida y fulminante—. Ya te has divertido bastante, ahora es el momento de colaborar y aceptar tus responsabilidades para con esta familia, antes de que tu padre acabe en la tumba de tanto trabajar.

Se aleja antes de darme tiempo a responder, pero sus palabras se quedan grabadas en lo profundo de mi corazón culpable.

Llevo muchos años resistiéndome a esta parte de mi vida. Rebelándome ante sus expectativas y presiones, haciendo todo lo posible por ignorar el destino que ha estado escrito en mi ADN desde el día en que nací; y desde el día en que Edward murió, convirtiéndome a mí en heredero de todo.

Pero, al ver a mi padre en la cama del hospital, en ese estado, me doy cuenta de que, en el fondo, no puedo seguir huyendo de mi destino.

Las cosas tienen que cambiar.

Capítulo 4

 

Tessa

 

 

 

 

Las calles de Oxford a primera hora de la mañana están, por suerte, vacías mientras corro por las aceras siguiendo mi ruta habitual por la parte vieja de la ciudad, con sus colleges históricos y su arquitectura antigua. Siento la quemazón en las extremidades, pero no me detengo, corro de vuelta hasta Ashford; después, atravieso el patio interior y enfilo pendiente abajo hacia la ribera del río.

Es un lugar tranquilo. El otoño ha llegado con todo su esplendor y las hojas de los árboles van adoptando vibrantes tonalidades rojizas y anaranjadas; el aire es frío y la neblina del alba aún cubre los prados con su manto. Alcanzo a ver al equipo de remo, que está ya entrenando a estas horas, aunque no me detengo a mirar. Necesito despejarme la cabeza. A solas.

En los últimos días han ocurrido muchas cosas y todavía estoy desconcertada ante tanta revelación. He pasado de confiar en Saint a preguntarme si me había traicionado, y después a cuestionarlo todo una vez más… Con tanto cambio me siento mareada, como en una montaña rusa emocional. Ya no sé qué creer.

Pero no puedo negar lo que de verdad siento.

Lo echo de menos.