8,99 €
OXFORD, INGLATERRA. LA CIUDAD DE LOS CAPITELES DORMIDOS, DE LOS OSCUROS SECRETOS... Y DEL DESEO. Vine a Oxford para vengar la muerte de mi hermana, en su lugar encontré una red de mentiras. Lealtades ancestrales. Fortunas construidas sobre el pecado. Harían cualquier cosa por proteger su riqueza. Soy yo la que podría derrocar sus imperios. Pero ¿podré destruir al hombre que amo? El tiempo se está acabando… TRILOGÍA THE OXFORD LEGACY: CROSS MY HEART (Atraviesa mi corazón) BREAK MY RULES (Rompe mis reglas) SEAL MY FATE (Sella mi destino) Los lectores caen rendidos ante Seal My Fate: «¿Una pareja puede mantener mi interés a lo largo de tres libros? No… ¿Lo hizo esta serie? ¡¡POR SUPUESTO QUE SÍ!! ¡Los giros me dejaron con la boca abierta! Las escenas subidas de tono no faltan, pero están descritas con mucha elegancia. Conspiraciones, intrigas, traiciones, asesinatos, incendios provocados y amores perdidos hace mucho tiempo. ¡Lee esta serie, no te defraudará! Totalmente recomendada». «¡¡Por fin!! Con este último libro todas nuestras preguntas son respondidas. Más traiciones, escenas HOT, reencuentros, amores, matrimonios… No podrás olvidarlo». «Comencé este libro INMEDIATAMENTE después de acabar el segundo de la serie y fue muy difícil parar de leer, a pesar de que era tarde y necesitaba irme a dormir… Lo terminé por la mañana temprano, casi veinticuatro horas después, y siento que la adrenalina todavía corre por mis venas. ¿Qué puedo decir de él? Lo SPICY, la intriga, la traición… te volarán la cabeza ¡MADRE MÍA!». «Una historia que te atrapa y seduce sobre los límites a los que puede llegar la gente con el fin de mantener ocultos sus más oscuros secretos».
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 378
Veröffentlichungsjahr: 2025
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.
www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por HarperCollins Ibérica, S. A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
Seal My Fate. Sella mi destino
Título original: Seal My Fate. The Oxford Legacy Trilogy 3
© 2023 by AAHM, Inc./Roxy Sloane.
© 2024, para esta edición HarperCollins Ibérica, S. A.
Publicado por HarperCollins Publishers LLC, New York, U.S.A.
© De la traducción del inglés, Carlos Ramos Malavé
Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.
Esta edición ha sido publicada con autorización de HarperCollins Publishers LLC, New York, U.S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos comerciales, hechos o situaciones son pura coincidencia.
Diseño de cubierta: Roxy Sloane
Imágenes de cubierta: © stock.adobe.com; © Getty Images
Ilustración de interior: © vectortatu/Stock.Adobe.com
ISBN: 9788410641228
Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Dedicatoria
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Agradecimientos
Si te ha gustado este libro…
A todos los lectores que saben que no existe eso de felices «para siempre» si no hay, además, un montón de chispa. Os veo...
—¿Dónde estás, maldita sea? —murmuro, mientras busco el móvil en la oscuridad del jardín.
Desnuda bajo el albornoz, con un hombre atractivo esperándome en la cama, lo último que quiero es estar a cuatro patas buscando entre muebles de jardín.
«Cuando podría estar a cuatro patas delante de él», pienso.
Sonrío, incapaz de contener el brillo que me ilumina el rostro. Irme a vivir con Saint es un paso importante, pero, con él, me siento como en casa. Y, después de todo lo que hemos pasado los últimos meses, después de todas las dudas y sospechas, supone un alivio poder al fin respirar tranquila, saber que todo está en orden y que…
Oigo de pronto algo que se mueve en el otro extremo del jardín, luego unos pasos acelerados que huyen. Me quedo paralizada.
Hay alguien.
—¿Hola? —grito, y trato de mantener la calma—. ¿Hay alguien ahí?
No hay respuesta cuando me acerco un poco más y miro hacia la oscuridad. Puede que un animal se haya quedado atrapado o haya construido una madriguera…
—Shhh, no grites. —Una voz emerge de la oscuridad, me resulta tan familiar que juraría estar sufriendo una alucinación.
No puede ser.
Entonces, el intruso abandona el refugio de las sombras, y el corazón se me sale del pecho.
—No… —susurro, allí parada, sin poder creérmelo.
—Sí. Soy yo, Tessa —responde el fantasma.
Aunque, por algún motivo, no se trata de un fantasma. No es un sueño. Porque a la mujer que tengo delante la conozco desde el día en que nací. La reconocería en cualquier parte, incluso merodeando entre las sombras con el pelo teñido y la mirada ansiosa, un año después de haber llorado en su funeral y de haberle dicho adiós por última vez.
No está muerta. Está aquí, frente a mí.
Mi hermana.
—¿Wren? —tartamudeo, los pies clavados al suelo. La sangre me palpita con fuerza en los oídos y siento que estoy a punto de desmayarme—. ¿Cómo? ¿Cómo es posible?
—¡Shh! —Me coge de la mano y me arrastra hacia las sombras, lanzando una mirada temerosa hacia la casa—. Baja la voz. No tenemos mucho tiempo.
—Pero es que… No lo entiendo…
Me quedo mirándola, sin saber aún si esto es real. ¿Cómo va a ser real?
—Estás muerta —le espeto, aferrada a su brazo. La sujeto con fuerza porque me fallan las piernas—. Moriste, Wren. Te metiste en el lago y dejaste una nota. Jamás regresaste. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo pudiste…?
—¡Te he dicho que no hagas ruido! —Vuelve a mandarme callar—. No podemos hablar aquí —me dice, apartándose ya de mí—. Lo siento, sé que esto es demasiado fuerte, pero no tengo tiempo de explicártelo ahora. Reúnete conmigo mañana.
—¿Cómo? Wren, no… —Trato de aferrarme a ella, como si se tratara de un sueño del que estoy a punto de despertar, pero Wren retrocede.
—Lo siento, Tessa, pero debes confiar en mí —responde; mira de nuevo a su alrededor. Inquieta. Con miedo—. Mañana, a las dos en punto. Hay un pub en Hackney llamado Two Hearts. Te esperaré allí, te juro que te lo explicaré todo.
Me quedo mirándola con la boca abierta, paralizada aún por el estupor.
—Pero, Tessa, no puedes contárselo a nadie —me susurra con urgencia—. Ni siquiera a Saint. Menos incluso a él. Prométemelo.
—Wren, no —digo mientras sacudo la cabeza—. Esto es una locura. Entra en casa. Podemos hablar y…
—¡No! —El pánico le invade la mirada. Me coge por los hombros y me mira a los ojos con desesperación—. No puedes contárselo a nadie. ¡Prométemelo! Por favor.
Tartamudeo. Nunca la había visto así, ni siquiera en la peor época de su espiral autodestructiva, cuando apenas era capaz de controlar los nervios. Advierto en sus ojos algo descarnado y salvaje, como si fuera un animal enjaulado, dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de salvarse.
—Confía en mí, Tessie. —Su mirada se vuelve entonces suplicante—. Por los viejos tiempos. Te juro que te lo explicaré todo. Pero tienes que fiarte de mí. ¿Promesa de meñique? —Levanta ese dedo, como hacíamos siempre cuando éramos pequeñas.
Era una cosa de hermanas, algo único y especial que reservábamos solo para las promesas más importantes de todas, como cuando quise escaparme con mis amigas a un concierto de rock que había en el pueblo de al lado, o como cuando Wren rayó accidentalmente la pintura del viejo Honda de nuestros padres.
Me parece absurdo estar haciéndolo aquí, en las oscuras sombras del jardín de Saint, cuando mi hermana acaba de regresar de entre los muertos. Sin embargo, ese viejo gesto me saca de mi estupor, también de mi confusión, y no puedo evitar levantar mi propio meñique y engancharlo al suyo.
—Te lo prometo —le digo, aún perpleja.
—Bien —responde con visible alivio, antes de volver a retroceder hacia las sombras—. Mañana —susurra—. Entonces, le encontrarás el sentido.
Luego se funde de nuevo con la oscuridad, como si nunca hubiera estado aquí, y me deja sola en mitad del jardín, con la cabeza llena de preguntas mientras trato de procesar lo imposible.
Ha vuelto. Wren está viva. Como si alguien hubiera respondido a mis plegarias. Llevo todo el año asediada por la culpa, atormentada por el dolor; habría hecho cualquier cosa por recuperar a mi hermana…
Y ahora la he recuperado.
¿Por qué, entonces, está tan asustada? ¿De qué —o de quién— ha estado escondiéndose?
¿Qué está pasando?
Me paso toda la noche despierta en la cama, incapaz de dormir siquiera un segundo. La mente me va a mil por hora y mis emociones oscilan entre la alegría y la rabia, una y otra vez, sin detenerse.
¿Qué te ha pasado, Wren? ¿Por qué nos has hecho pasar por esto?
Nada más despuntar el alba a través de las ventanas, salgo de la cama y me voy al cuarto de baño, pero ni siquiera el impacto de una ducha helada logra sacarme de mi confusión. Wren se escondió de mí. Mintió. Todos lloramos su muerte; mi madre, mi padre y… Dios, ¿lo sabrán? ¿Cómo ha podido hacerles esto? ¿Por qué atormentarnos de esta forma, cuando durante todo este tiempo ha estado viva?
Cuando, durante todo este tiempo, he estado intentando vengar su muerte.
—Buenos días, cielo —me saluda Saint al volver a entrar en el dormitorio.
Está tumbado en la cama, con el cabello revuelto y esos labios carnosos dibujando una sonrisa. Cuando me ve, mojada después de la ducha y envuelta solo en una toalla, su sonrisa aumenta.
—Joder, si hubiera sabido que irme a vivir contigo sería así, lo habría hecho hace siglos.
Esbozo una leve sonrisa.
—Hace siglos no me conocías —le corrijo alegremente—. Y, si me hubieras pedido que viviéramos juntos el día que nos conocimos, las cosas no habrían ido muy bien que digamos. Aun así, estamos corriendo mucho —agrego.
Él estudia mi expresión, como si estuviese intuyendo mi estado de ánimo.
—Confío en que no te estés arrepintiendo ya.
—Qué va —contesto de inmediato, acercándome a la cama. Me inclino y le doy un beso en los labios—. En absoluto. Estoy encantada de estar aquí.
Al menos lo estaba hasta que anoche Wren puso mi mundo del revés.
—Me alegro. —Me dirige una sonrisa perezosa y estira el brazo para acariciarme la piel húmeda—. Porque no pienso andar cargando con más cajas tuyas, cariño. Así que me temo que te quedas aquí.
—¿Qué cajas? —bromeo—. ¡Si solo tenía un par de maletas! Viajo ligera de equipaje.
—Ya no. —De pronto me sienta en su regazo y me rodea con los brazos—. Ahora viajas conmigo —me promete, y roza con su boca ese punto tan sensible justo encima de mi clavícula—. Siempre en primera clase.
Me abre la toalla y empieza a recorrerme el cuerpo con las manos mientras su boca reclama la mía con un beso lento y tórrido. Mi cuerpo reacciona al instante, como sucede siempre, pero tengo la mente a años luz de aquí, centrada aún en los misteriosos comentarios de Wren.
«No puedes contárselo a nadie. Ni siquiera a Saint. Menos incluso a él».
¿A qué se refiere? ¿Por qué nadie puede saber que está viva?
¿Cómo puedo ocultarle esto a Saint?
Por suerte, empieza a vibrarle el móvil sobre la mesilla, interrumpiéndonos.
—¡Deberías contestar! —le espeto, y me zafo de sus brazos.
Saint suelta una carcajada irónica, pero mira la pantalla.
—Es del trabajo. Ahora me cuentas —añade antes de responder.
Rápido me meto en el inmenso vestidor y me arreglo para encarar el día con unos vaqueros buenos y una camisa. Para cuando vuelvo a salir, él está a punto de colgar.
—… Enseguida estoy ahí.
—¿Alguna emergencia en Ashford? —pregunto alegremente mientras se levanta de la cama y se estira.
Incluso nerviosa como estoy, no puedo evitar admirar la imagen de su cuerpo, atlético y poderoso, cincelado como una de las mejores obras maestras de Rodin, y capaz de llevarme a las más altas cotas de placer una y otra vez.
—Últimamente, todo es una emergencia —responde Saint, poniendo los ojos en blanco con gesto teatral. Me acerca a él para darme otro beso rápido antes de buscar algo de ropa—. Todos tienen que arrimar el hombro —me informa mientras se viste—. Al parecer, los resultados de la revisión por pares sobre los ensayos del medicamento contra el alzhéimer se publicarán en cuestión de días. Y nuestras fuentes en la junta de evaluación dicen que hay buenas noticias.
—¡Qué bien! —exclamo, parpadeando.
Wren trabajó en una fase inicial de los ensayos del medicamento, y sé que la empresa de la familia de Saint, Ashford Pharmaceuticals, lo ha apostado todo a su éxito.
—¿Bien? Va a suponer un enorme cambio para la medicina moderna —comenta Saint con entusiasmo—. No solo para los millones de familias que no tendrán que ver cómo sus seres queridos se van apagando, sino más allá de eso, los caminos que abren para tratar otras enfermedades neurológicas… —Parece emocionado—. ¿Sabes? Todo este tiempo he estado resistiéndome a aceptar el legado de mi familia, negándome a comportarme como el hijo y heredero obediente, pero ahora… Ahora me siento orgulloso de que Ashford pueda marcar una diferencia semejante. Haciendo algo bueno. Y, por supuesto, con tremendos beneficios económicos, como sin duda se encargará de recordarme mi padre —agrega con una sonrisa irónica.
—No podemos olvidarnos de esa parte —convengo.
Es una noticia asombrosa, y me gustaría poder estar más presente para celebrarla con él; sin embargo, parte de mí ya mira el reloj con nerviosismo, contando las horas que quedan para mi encuentro con Wren.
—¿Quieres salir a comer? —me pregunta—. Seguro que puedo escaparme un rato para poder brindar contigo.
—Pues… —Trato de buscar una excusa, aún distraída.
Saint se da cuenta. Se acerca más a mí y me acaricia la mejilla con ternura mientras me examina el rostro.
—¿Te encuentras bien? —pregunta preocupado—. Has estado muy callada desde la fiesta de anoche. Confío en que no te resultara una experiencia demasiado abrumadora. Estaban todos de broma, hablando de la vida doméstica y aburrida —añade—. Te prometo que nuestra convivencia no tendrá nada de aburrido.
Me obligo a reírme.
—Ya lo sé. Estoy bien —miento, y aparto la mirada—. Es que he vivido muchos cambios importantes últimamente, todavía me cuesta acostumbrarme. Dejar mis estudios en Oxford, mudarme aquí a vivir contigo, empezar a trabajar a jornada completa en Ambrose Foundation…
—Y renunciar a tu búsqueda de venganza por Wren —concluye Saint con tono suave.
Asiento con brusquedad y me siento más culpable que nunca por ocultarle este secreto. El motivo por el que Wren entró en una espiral de autodestrucción, el motivo por el que pensaba que se había suicidado, fue una agresión brutal y retorcida que tuvo lugar el año pasado en Oxford. Juré que encontraría al responsable, y Saint ha estado a mi lado a cada paso del camino mientras yo buscaba al agresor de Wren. Lo ha arriesgado todo para investigar a sus amigos y ayudarme a hacer justicia por la muerte de mi hermana.
Y ahora resulta que no está muerta… Ardo en deseos de contárselo.
Pero se lo he prometido a Wren. Con el meñique, además.
Hasta que no sepa qué está pasando —cómo ha podido darse esta situación imposible—, le debo lealtad a mi hermana, aunque me esté devorando por dentro.
—No tardaré en acostumbrarme —le digo alegremente, y mi interpretación debe de resultarle convincente, porque sonríe y me suelta.
—¿Y si vamos de compras este fin de semana? —me sugiere mientras se abrocha la camisa—. Podemos escoger juntos algunos muebles y cosas para esta casa.
—Pero si ya está amueblada —respondo con el ceño fruncido, mirando a mi alrededor. La casa adosada que posee Saint en Kensington es el culmen del lujo sutil, lleno de obras de arte vintage y preciosos elementos textiles.
—Quiero que te sientas como en casa —me dice, sonriente—. Que sea nuestro hogar, no solo el mío.
—¿Aunque quiera pintar el salón de rosa chicle y sustituir tu preciado tocadiscos por una máquina de pinball? —bromeo, conmovida por su empeño en abrir su vida a mí.
Saint ha sido un mujeriego desenfrenado y salvaje durante tanto tiempo que creo que nunca antes se había parado a pensar en las preferencias de una mujer en lo tocante al diseño.
—Lo que tú quieras, cariño —se ríe—. Un gallinero en el jardín de atrás. Un columpio sexual en la biblioteca. Aunque, pensándolo mejor, esa última idea me parece imprescindible para nosotros… —agrega con mirada pícara, y no puedo evitar sonreír.
—Te quiero —le digo en voz baja, pese a la culpa que me corroe.
—Bien —responde con una juguetona sonrisa de suficiencia.
—Menudo arrogante estás hecho —murmuro entre risas, y le doy un manotazo cariñoso en el brazo cuando me abraza.
—Lo que estoy es agradecido. Muy, muy agradecido… —Me da un beso lento, hasta que noto que me tiemblan las piernas y el corazón se me acelera—. Y, esta noche, pienso demostrártelo —añade con la voz rasgada—. Una pista: tiene que ver con esas corbatas de seda que me niego a llevar a la oficina. Porque creo que a ti te sentarían mucho mejor. Te imagino atada y tumbada en esa cama como una buena chica, mientras me como ese coñito apretado hasta hacerte ver las estrellas.
Me despido de Saint con un último beso tórrido antes de que se vaya a la oficina; después, contemplo la casa con una sensación de inquietud. Aún quedan horas para reunirme con Wren y sé que, si me quedo aquí metida con todas mis preguntas, me volveré loca, de manera que cojo el abrigo y el portátil y tomo el metro hasta Shoreditch, donde se ubica la sede central de Ambrose Foundation.
—Tessa, me alegro de verte —me saluda con una sonrisa Priya, mi jefa en el Departamento de Recaudación de Fondos, cuando entro en el almacén reconvertido, que es un hervidero de actividad y conversaciones—. Y, según he oído, a partir de ahora te veremos más.
Asiento con la cabeza. Antes trabajaba a media jornada, en su mayor parte en remoto, compaginándolo con mis estudios en Oxford, pero, ahora que vivo con Saint en Londres, la idea era trabajar también a jornada completa.
—Confío en que no suponga un problema —le digo a Priya.
—¡Desde luego que no! —responde con una sonrisa afectuosa—. Tu campaña de los influencers va muy bien. Estamos ansiosos por lanzarla después de Año Nuevo. Y tengo varios proyectos más en los que me encantaría contar con tu participación. Ahora tengo una llamada, pero ¿qué te parece si me paso luego por tu despacho para hablarlo con más calma?
—Quizá sea mejor vernos en el tuyo —replico—. El mío está un poco caótico. —Señalo con la cabeza el escritorio situado en mitad de la planta diáfana en la que he estado trabajando. Solo que hoy, en mi lugar, hay otra persona sentada. Así que me detengo.
—Ay, ¿no te lo ha dicho Hugh? —comenta Priya con una carcajada—. Ahora tienes tu propio despacho.
—¿Ah, sí? —pregunto, emocionada.
—Por aquí. —Priya me conduce hasta una elegante estancia de la segunda planta que incluye un escritorio, macetas con plantas y una ventana con vistas a la bulliciosa calle de abajo—. Vik va a pasar los próximos meses en Islamabad, supervisando los programas de educación que tenemos allí —explica—. Así que este es todo tuyo. Con una condición: que no se te mueran las plantas —agrega con una sonrisa.
—¡Desde luego! —exclamo, radiante, mirando a mi alrededor—. Gracias, es fantástico.
Priya consulta su reloj.
—Luego te veo —me dice antes de marcharse a toda prisa y dejarme sola asimilando mi nuevo espacio privado.
En la esquina, hay un sofá de aspecto cómodo, de las paredes cuelgan coloridas obras de arte, además de fotos con diversos miembros del personal de Ambrose Foundation por todo el mundo, trabajando en sus proyectos. Sonrío, satisfecha de formar parte del equipo y, con suerte, poder contribuir también a generar impacto.
Me instalo con mi portátil, decidida a concentrarme y trabajar un poco.
Pero dicha concentración me dura cinco minutos como mucho. Haga lo que haga, siempre acabo pensando en Wren.
¿Cómo es posible que haya ocurrido esto?
Los primeros días tras su desaparición, mis padres, mejor dicho nuestros padres y yo nos aferrábamos a la improbable esperanza de que siguiera viva. Dejó una nota de suicidio, que encontraron junto con su bolso y sus zapatos en la playa, además de un frasco vacío de pastillas con receta. Pero, incluso después de que la Guardia Costera inspeccionara las aguas circundantes, nunca hallaron su cuerpo.
Era posible, pues, que hubiera logrado sobrevivir.
Sin embargo, conforme los días se convirtieron en semanas, nuestras esperanzas se desvanecieron. Nadie la había visto ni había tenido noticias suyas, no había indicio alguno de que hubiera conseguido salir con vida de aquella playa. Ya antes, había mostrado una actitud errática y suicida, y quedó claro que la policía pensaba que había vuelto a hacerlo, solo que esta vez lo había conseguido. Cancelaron la búsqueda, cerraron el caso y, poco después, todos aceptamos la devastadora verdad.
Wren nos había dejado.
Ahora, sentada aquí, trato de encontrarle sentido a esta nueva realidad, una en la que Wren ha estado viva todo este tiempo. ¿Estaría escondida? ¿Cómo consiguió desaparecer sin dejar rastro? ¿Por qué iba a quedarse tanto tiempo en silencio?
¿Qué sería lo que la había llevado a tomar una decisión tan drástica en un primer momento?
Por muchas vueltas que le dé al asunto, no consigo encontrarle el sentido, y tampoco entiendo por qué apareció de pronto anoche en el jardín de Saint, después de todo este tiempo. Estaba asustada. ¿Estaría metida en algún lío? Pero ¿a qué venían todo ese secretismo, la peluca y el disfraz? Además de eso, me exige que mantenga en secreto su regreso, en particular de cara a Saint.
Me estremezco, asustada. La Wren que yo conocía jamás habría hecho pasar a su familia por una experiencia tan traumática, así que está claro que no conozco a Wren ni la mitad de bien de lo que pensaba.
¿Qué querrá de mí?
—¿Se puede? —Oigo unos golpecitos en mi puerta y veo entrar a Hugh—. ¿Te adaptas a tu nueva guarida?
—¡Es fantástico! —exclamo, tratando de dejar a un lado mis elucubraciones sobre Wren—. Me encanta esto. Pero ¿seguro que el despacho no le vendría mejor a otra persona? A alguien más importante, quiero decir.
Hugh se ríe.
—Créeme, con la buena pinta que tiene tu campaña con los influencers, ahora mismo tú aquí eres VIP.
—Qué va. —Y pongo los ojos en blanco, sonrojada, pero él insiste:
—Lo digo en serio. Priya me ha mostrado el plan para el lanzamiento y algunos de los nombres que has fichado para que participen. Es impresionante —comenta—. Aunque, claro, yo no tengo ni idea de quiénes son LadyJaneLocks o BeastMode, pero, según me cuentan, son auténticas celebridades entre la gente joven.
Sonrío, más relajada. Me resulta mucho más fácil hablar con Hugh ahora que lo he tachado de la lista de sospechosos que podrían haber sido responsables de la agresión a Wren. Aquel fin de semana, se encontraba en Estocolmo, dando una charla TED, de modo que ya no tengo motivos para desconfiar de él o estar en guardia.
—LadyJane es una influencer sobre el cuidado capilar —le explico—. Tiene dos millones de seguidores en Instagram y TikTok. Y BeastMode es un gamer, tiene una amplia comunidad en Twitch. Vi que publicaba muchas cosas sobre su perro, así que pensé que sería apropiado para una de las campañas de protección de animales.
—Twitch, Beast… ¿A veces no te pasa que te sientes vieja antes de tiempo? —pregunta Hugh con una sonrisa.
—A todas horas —respondo riéndome—. Estos influencers son adolescentes y ya tienen más voz que muchas estrellas del deporte, o que Beyoncé. —Me quedo callada unos instantes—. Bueno, más que Beyoncé no.
—Y, dado que no podemos ficharla a ella para promocionar los proyectos de la fundación, diría que estás confeccionando una lista fantástica —conviene Hugh—. ¿Te apetece un café?
—Me encantaría.
Bajamos hasta la zona de la cocina, charlando sobre algunos proyectos inminentes de la fundación.
—Llevo tiempo con muchas ganas de expansión —me confiesa Hugh mientras pone en marcha la carísima máquina de expresos—. Y no solo una expansión en escala, sino también en la clase de proyectos que defendemos. Quizá resulte inapropiado decir esto, pero es más fácil conseguir que la gente done dinero para los huérfanos que se mueren de hambre en algún país lejano que lograr que presten atención a los problemas que tienen lugar en sus propias calles. Confío en que, con los años, podamos centrarnos en asuntos que suceden en Inglaterra: desintoxicación para drogadictos, bancos de alimentos, en fin, las metas benéficas que resultan menos sexis.
—¿Y qué opina tu padre al respecto? —le pregunto sin poder evitarlo. Lionel Ambrose, el padre de Hugh, se presenta a las elecciones para convertirse en el próximo primer ministro británico. Y parece que cuenta con los votos necesarios, según las encuestas—. Me refiero a que le gusta idealizar un poco la imagen del país, nada más. Al menos, a juzgar por sus discursos de campaña.
Recuerdo cuando lo vi en el evento de Ashford Pharma, seduciendo a todos los asistentes en su papel de político digno de confianza.
Hugh me dedica una sonrisa burlona.
—Mi padre y yo tenemos prioridades muy diferentes —responde, y por suerte no parece ofendido por mi comentario—. Pero sí que nos parecemos en algo: ambos tenemos visión de futuro. Para este país. Y esa visión es lo único que importa.
Parpadeo, sorprendida por la gravedad de su tono. Pero entonces me sonríe.
—Y, si BeastMode y LadyJane nos ayudan a conseguirlo, me apunto —añade—. Aunque me hagan sentir como un viejo de cien años.
Me río, y me relajo de nuevo.
—Le pediré a uno de los becarios que te haga una chuleta —sugiero—. Para que no confundas GoPro con GoJo.
—Sí, por favor. —Hugh deja reposar el expreso mientras cae, después añade con pericia leche evaporada formando un remolino—. Y voilà. Si todo esto falla, siempre puedo mudarme a Roma y hacerme barista —agrega con una sonrisa.
—Me dejas impresionada. —Doy un sorbo—. Y está muy bueno.
—Annabelle me suplicó que formara al personal para su desayuno de boda —me explica Hugh, divertido—. Según parece, quiere que sus iniciales y las de Max aparezcan dibujadas en la espuma de todas las tazas.
—Muy típico de Annabelle —me río.
—¿Tienes ya el itinerario? —pregunta.
—¿Qué itinerario?
—El de los eventos de la boda. Empiezan la semana próxima y está todo programado al minuto —me dice con una seriedad fingida—. Creo que incluso ha incluido las pausas para ir al baño.
—Tendré que hablarlo con Saint —comento, asombrada. Después hago una pausa—. No creerás que Annabelle hablaba en serio cuando dijo que yo sería dama de honor, ¿verdad?
Hugh sonríe con suficiencia.
—No solo hablaba en serio, sino que te apostaría cien libras a que ya ha pedido que adapten las medidas al vestido de dama de honor y está encargando una corona de flores personalizada para ti. Mejor dicho, estarán con ello sus pobres subalternos.
—Ay, madre —me río—. ¿No es un poco raro que yo forme parte de la boda? ¡Si acabo de conoceros!
—Pero ya eres parte de la familia, ¿no? —me dice—. Me refiero a que Saint es como un hermano para nosotros, y si él es feliz…, nosotros también.
Emocionada, le devuelvo la sonrisa.
—Más le vale ser feliz —respondo, entonces me doy cuenta de que eso ha sonado con más doble sentido de lo que pretendía—. Me refiero a que todo va como la seda en Ashford —añado apresuradamente, y Hugh se ríe.
—Sí, he oído los rumores. Me alegro. Hay mucha gente que depende en gran medida de la fortuna de Ashford Pharma…, incluida nuestra fundación.
—¿A qué te refieres? —le pregunto, confusa.
—Nuestro capital está invertido en el mercado de valores —me explica Hugh—. No estoy al tanto de los detalles, pero, como se organizó todo antes de que yo tomara las riendas, doy por hecho que una importante suma estará vinculada a las acciones de Ashford. A mi padre le gusta mantener cerca a sus amigos, y más cerca los beneficios.
—Ah. —Parpadeo, sin saber bien cómo procesar esa información.
Otro ejemplo más de lo entretejido que está el destino de todas estas poderosas familias. Pero, antes de poder responder adecuadamente, me vibra el teléfono a causa de una alarma. Ya es la una y media de la tarde. ¡Tengo que ir a reunirme con Wren!
—¿Tienes una cita ardiente? —me pregunta Hugh mientras aclaro a toda prisa mi taza de café en el fregadero.
—Voy a reunirme con otra influencer —miento sin pensar—. No sé si será adecuada, pero he pensado que sería mejor conocerla cara y cara y ver qué impresión me da antes de mencionar nada.
—Buen trabajo. —Hugh sonríe—. Ya me dirás si la cosa sale bien. Confiamos en ti.
Vuelvo a mi despacho a por mis cosas y después salgo otra vez. Shoreditch se encuentra en la zona este de Londres, a unos veinte minutos andando de la dirección que me proporcionó Wren, y camino deprisa, más nerviosa a cada paso que doy.
¿A qué viene este numerito de intriga y misterio? ¿Por qué no podía sentarse a charlar anoche? Estaba ansiosa. Asustada. Se comportaba como si pudieran descubrirla de un momento a otro… Y ahora me pregunto si pensaba que alguien la seguía.
Camino un poco más rápido, mirando a mi alrededor, pero las calles están llenas de gente y nadie me presta atención. Van quedando atrás las cafeterías modernas y las boutiques de moda para dar paso a una zona ligeramente más sórdida de Londres, el East End de los bares cutres, los supermercados con descuento y las tiendas tapiadas. Dista mucho de los sitios glamurosos y exclusivos que frecuentan Saint y sus amigos. Nadie a quien conozca esperaría encontrarme por estos lares.
Pero está claro que de eso se trata.
El pub Two Hearts está situado en la esquina, es un mugriento bar local de moqueta desgastada y una camarera de aspecto cansado detrás de la barra. Siendo primera hora de la tarde, el establecimiento se encuentra tranquilo, únicamente hay algunos clientes sentados solos a la barra, o con las cabezas inclinadas sobre los resultados de las carreras de caballos.
Y Wren. Ya se ha recluido en un reservado que hay al fondo, medio escondido del resto del local, pero con vistas a la puerta.
Me encamino hacia allí, aliviada de comprobar que ha acudido a la cita. Si volviera a escapárseme, no tendría forma de encontrarla. No tendría forma siquiera de demostrar que ha estado aquí y me ha enseñado su rostro.
—Wren —la saludo, sonriendo a pesar de todo. Solo ver su cara me llena de emoción, pese a que su semblante luzca cansado y demacrado, con unos ojos que se mueven nerviosos escudriñando el establecimiento.
—No me llames así en voz alta —me corrige a toda prisa, tirando de mí para sentarme a la mesa frente a ella. Está bebiendo un refresco y me ha pedido otro a mí—. ¿Le has dicho a alguien que ibas a reunirte conmigo?
—No.
—¿A nadie? —insiste, agarrándome la mano—. ¿Ni siquiera a Saint?
—Ya te dije que no se lo contaría —respondo, apartando la mano. Empieza a asustarme, tan intensa y misteriosa, pero este encuentro no tiene ningún sentido—. No soporto mentir, pero te hice una promesa y la he cumplido. Ahora te toca a ti cumplir tu parte del trato —continúo, mirándola fijamente—. Dime qué está pasando. Wren…, quiero respuestas. ¡Merezco saber la verdad!
Ella deja escapar el aliento. Mira de nuevo a su alrededor, aunque nadie está prestándonos la más mínima atención. Por fin, relaja la postura y asiente con la cabeza.
—Tienes razón. Siento andarme con tanto misterio, pero enseguida verás que solo intento protegerte. Todo esto ha sido para protegerte a ti.
—¿De qué estás hablando? —me estremezco—. Empieza por el principio —añado; necesito encontrarle el sentido a esto—. Fingir tu muerte, la nota de suicidio… ¿Lo planeaste todo? ¿Fue todo mentira? ¿Nunca pretendiste suicidarte?
Wren asiente despacio.
—No vi otra manera de hacerlo. Verás, pocas semanas después de regresar de Oxford, empecé a recibir cartas amenazantes.
—¿Qué clase de amenazas? —pregunto, confusa.
—Decían que debía guardar silencio, u ocurrirían cosas malas. No solo a mí, sino también a papá y a mamá, y a ti. —Wren traga saliva y advierto el miedo en su rostro—. Tenían fotos, Tessa. Habían estado siguiéndote, en ese trabajo benéfico que tenías. O cuando salías a correr por las mañanas. Dibujaron una diana en la foto.
—Dios mío —murmuro—. ¿Quién te las enviaba? ¿Qué quería?
—No vi otra salida —repite Wren, sin responder a mi pregunta—. Todo se estaba yendo a pique, tú ya estabas muy preocupada por mí y… yo estaba perdiendo los nervios. No sabía qué hacer. Pensé que, si desaparecía sin más, os dejarían en paz a vosotros. Así estaríais a salvo.
—¿Quién? —pregunto de nuevo—. ¿Quién es esa gente? ¿Qué querían de ti?
Wren traga saliva antes de responder.
—Hay algo que no te conté, algo que sucedió cuando estaba en Oxford…
—¿Relacionado con la agresión? —digo.
—Se trata de otra cosa —responde sacudiendo la cabeza—. Algo importante…
Se queda callada, visiblemente aterrorizada por lo que sea que sabe, eso que hizo que esa gente fuera detrás de ella.
—Puedes confiar en mí, Wren —le aseguro, y me incorporo en el asiento—. No permitiré que nadie vuelva a hacerte daño.
Me dedica una sonrisa vaga y, por un momento, vuelvo a ver en sus ojos una chispa de la antigua Wren. Mi adorada hermana. Mi mejor amiga.
—¿Y qué vas a hacer? ¿Pegarles con tu raqueta de tenis como hiciste con Marcy Littleton cuando me llamó empollona engreída cuando estábamos en el campamento de verano? —bromea.
—Pues si es necesario, sí —prometo. Le cojo la mano y se la aprieto—. Ahora estamos juntas en esto. Por favor, Wren, sea lo que sea lo que esté pasando, no tienes por qué enfrentarte sola a ello.
—Ya lo sé —responde, devolviéndome el apretón—. No me gusta nada arrastrarte a esto, pero no puedo quedarme callada, porque ahora estás con él.
¿Con él? ¿Se refiere a Saint?
—Traté de advertirte que dejaras de husmear —añade—. Te envié aquella nota…
—¿Fuiste tú? ¿Por qué? —La miro confusa, con el ceño fruncido, cuando toma aliento y prosigue con su explicación.
—Fue durante mi investigación en Ashford Pharma. Me topé con algo que jamás debería haber visto. Se trata del medicamento para el alzhéimer, Tessa —explica, tiene el semblante afligido—. Los resultados de los ensayos clínicos se falsearon. El medicamento no funciona.
—No… —respondo, perpleja, casi sin voz.
Pero ella asiente y dice:
—Por eso me amenazaban, para que no dijera nada. Me dijeron que… —Se le quiebra la voz, pero se obliga a continuar, con urgencia—: Me dijeron que, si alguna vez revelaba la verdad, irían a por ti. Te mostrarían el interior de aquella celda, como hicieron conmigo. Y, además, no utilizarían las drogas. Se asegurarían de que recordaras hasta el último detalle.
No me lo puedo creer.
Me quedo sentada en el mugriento reservado del fondo, sin apartar la mirada de Wren.
—Pero… es que no lo entiendo —tartamudeo, atónita por sus revelaciones.
¿Ashford Pharma está falseando los resultados de su medicamento milagroso contra el alzhéimer? Todo ese trabajo para nada, toda la emoción y la esperanza de Saint…
En ese momento, asimilo el resto de lo que acaba de decirme: que me harían a mí lo mismo que le hicieron a ella.
—¿Por qué iban a amenazar con eso? —pregunto—. ¿Cómo estarían al tanto de los detalles de tu agresión? A no ser que…
Horrorizada, dejo la frase a medias.
—A no ser que estuviera relacionada con lo que descubrí en los laboratorios de Ashford —concluye Wren por mí—. Eso es lo que creo. Descubrí los datos falsos una semana antes de que sucediera. Al principio no me di cuenta de lo que había encontrado. Pensé que tal vez el archivo estuviera corrupto, o que habían introducido mal los datos por error. Las cifras no tenían ningún sentido. Lo denuncié a los superiores del laboratorio y no obtuve respuesta. Entonces tuvo lugar la agresión y ya no pude pensar en otra cosa. Pero, cuando empecé a recibir las cartas amenazantes, me hizo pensar que ambos sucesos estaban relacionados. Que tal vez la agresión fuera una especie de advertencia —me dice—, o una venganza, o un plan para meterme miedo y que hiciera las maletas, abandonara la beca de investigación y regresara a los Estados Unidos. El caso es que funcionó —añade con gesto adusto—. No quería tener nada más que ver con aquel lugar.
Me quedo allí sentada, tratando de asimilar toda esta información. Mientras le doy vueltas a la cabeza, un grupo de gente entra en el pub. Se trata de unos chicos jóvenes, vestidos con camisetas de fútbol, y armando jaleo.
Wren se pone tensa.
—Vamos a dar un paseo —me sugiere, y se pone en pie.
Quiero rebatirle, pero ¿qué puedo decir? ¿Que está comportándose como una paranoica? Ya ha sido víctima de una agresión brutal y de amenazas contra su seguridad.
Si estuviera en su lugar, yo también me asustaría hasta de mi sombra.
Asiento, recojo mis cosas y la sigo hasta la bulliciosa calle. Wren mira a su alrededor.
—Por aquí —me indica, y echa a andar a toda prisa, mientras esquiva a los viandantes antes de aventurarse de pronto a cruzar la calle.
—¡Eh, espera! —Corro tras ella, tratando de alcanzarla—. Parece que huyes de alguien —le digo—. Ve más despacio, no pasa nada.
Wren afloja el paso, solo un poco, pero me doy cuenta de que está preocupada.
Nos adentramos en un pequeño parque con zonas verdes y algunos niños que dan patadas a un balón. Bordeamos la linde y ella sigue vigilando nerviosa el entorno; yo, por mi parte, trato de idear un plan.
Esto está muy por encima de mis capacidades. Ensayos farmacéuticos falseados, amenazas violentas… Y, si verdaderamente esa es la razón que hay detrás de la agresión que sufrió, me pongo enferma solo de pensar en ello.
—Tenemos que contárselo a Saint —le digo—. Podrá ayudarnos.
—Pero ¿tú te has vuelto loca? —Wren se vuelve para mirarme—. Él es uno de ellos. Joder, si es la empresa de su familia, su apellido es el que figura encima de la puerta. Ashford Pharma. Hasta donde nosotras sabemos, podría estar detrás de lo que me sucedió.
—No es cierto —le aseguro de inmediato—. ¡Podemos confiar en él!
Wren sacude la cabeza y dice:
—Podría ser peligroso, Tessa, ¿no te das cuenta? Por eso lo he arriesgado todo para regresar: para advertirte.
—¿Sobre Saint?
—Me dije a mí misma que jamás podría contarte la verdad, que tendría que seguir muerta para siempre, pero entonces vi fotos vuestras en las redes sociales de Max Lancaster —explica mi hermana—. No sabía que estuvierais juntos. Que fueseis en serio, ni que siguieras investigando mi agresión. Es peligroso, Tessie —insiste—. Saint es peligroso.
—Te equivocas —le respondo con calma. Incluso sumida en el caos y en la confusión, sé que Saint es lo único de lo que puedo estar segura—. Puedo confiar en él. Me lo ha demostrado en numerosas ocasiones. Ha estado ayudándome. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para encontrar al hombre que te agredió.
—¿Y te lo crees? —me pregunta.
—Sí. —Le sostengo la mirada—. Confío en él… le confiaría mi vida. Lo que sea que está sucediendo en Ashford Pharma no tiene nada que ver con él. Ni siquiera se implicó en la empresa hasta hace unas pocas semanas.
Aun así, Wren menea la cabeza.
—¡No puedes confiar en ellos! —repite, cada vez más nerviosa—. Pensé que conocía a mis amigos de Oxford, a mis compañeros, que jamás serían capaces de hacerme daño… Y mira lo que me pasó. Me equivoqué… ¡Y desde entonces he tenido que vivir cada día con las consecuencias de aquello!
—Shh, no pasa nada —trato de calmarla, pero ha empezado a sollozar e intenta tomar aire entre sonoros hipidos.
—No puedes decírselo. ¡Por favor, Tessa, no lo hagas!
—¡De acuerdo! —accedo al fin, desesperada por tranquilizarla—. No se lo diré a Saint. Al menos de momento. Pero tenemos que decidir qué hacer, y cuanto antes.
—Estoy en ello —responde con una afirmación de cabeza, y se aleja como si estuviera a punto de desaparecer de nuevo.
—¡Espera! —le grito, presa del pánico—. ¿Dónde te alojas? ¿Cómo puedo ponerme en contacto contigo?
Se detiene con gesto reticente.
—La confianza debe ser mutua —le recuerdo—. Hicimos una promesa de meñiques, ¿o no?
—¿Llevas encima el teléfono? —pregunta, un poco más relajada.
Lo saco, ella lo coge e introduce un número.
—Puedes localizarme en ese número —me dice al devolvérmelo.
Veo que el nombre que ha escrito es Birdy, pajarillo, un apodo de la infancia que solía usar nuestro padre.
—¿Seguro que estarás bien? —le pregunto, algo temerosa—. Si quisieras volver conmigo, podrías quedarte con nosotros; ya encontraríamos la manera de…
—Estaré bien —me interrumpe—. Hablaremos pronto. Pero, por favor, ten cuidado con Saint. Lo que acabo de decirte sobre los resultados del medicamento… es una información por la que alguien estaría dispuesto a matar. —Se gira sobre sus talones y se aleja antes de que yo pueda articular palabra. La veo marchar y se me encoge el corazón por el miedo y la confusión.
¿Volveré a verla?
Una parte de mí desea seguirla y asegurarme de que no corre peligro, pero sé que no puedo arriesgarme a romper la frágil confianza que tenemos ahora. Ha llegado hasta aquí, así que no me queda otro remedio que confiar en que sepa cuidarse sola.
De manera que me doy la vuelta lentamente y emprendo el camino a casa. Regreso andando hasta la estación de metro como si me hallara en una nube y, al llegar a Kensington, voy tan ensimismada que casi se me pasa la parada. Para cuando recorro las arboladas calles del barrio y llego hasta casa de Saint, a un millón de kilómetros del ruido y del bullicio de la zona este de Londres, la tarde que he pasado con Wren se me antoja un sueño lejano.
—¿Hola? —Oigo la voz de Saint cuando entro en casa.
—Soy yo —respondo, y sigo el sonido de su voz escaleras arriba hasta uno de los dormitorios de invitados.
Se encuentra en la tercera planta, bajo los aleros abuhardillados de lo que antes era el ático. Miro a mi alrededor con curiosidad. Nunca había subido aquí, pese a la insistencia de Saint en que follásemos en todas las estancias de la casa para celebrar mi llegada.
—¿Qué sucede? —le pregunto.
La cama que antes ocupaba casi todo el espacio se halla ahora desmontada en el rincón, contra la pared hay un escritorio y un cómodo sillón delante de la ventana. Saint está montando librerías en una pared, hay piezas y herramientas desperdigadas por el suelo a su alrededor.
Se incorpora con una sonrisa y a punto está de golpearse la cabeza con la parte más baja del techo.
—Llegas temprano —me dice, y me saluda con un beso—. Ignora el desastre. Quería darte una sorpresa.
—¿Con qué?
—Con tu nuevo despacho —anuncia con orgullo—. Barra biblioteca, barra habitación de sexo guarro. Lo que tú quieras.
—¿Esto es para mí? —pregunto.
Se me derrite el corazón al volver a mirar a mi alrededor. La estancia es acogedora y está bañada por el sol; me imagino acurrucada aquí con el portátil o un buen libro.
—Todo tuyo —confirma Saint—. Abajo ya tenemos sitio de sobra para invitados, y yo tengo mi despacho, así que ¿por qué no ibas a tener tú también tu propio espacio? Podemos decorarlo como quieras —añade—. Rosa chicle y eso. Aunque puede que nos cueste lo suyo subir dos tramos de escaleras con una máquina de pinball —agrega sonriente, recordando mis bromas previas sobre la gran remodelación de la casa.
—Es perfecto tal y como está —respondo sacudiendo la cabeza. Y lo digo en serio. El cuarto de invitados ya lucía un bonito papel pintado clásico de William Morris, y ahora, con el mullido sillón aterciopelado y una lámpara de pie vintage, ha quedado un rincón de lectura ideal—. Gracias.
—Ha sido un placer —me dice, acercándome a él para darme un beso.
Me dejo envolver momentáneamente por el calor de su abrazo, pero enseguida me asfixia el sentimiento de culpa por lo de Wren.
No me gusta tener secretos con él, en especial cuando se trata de algo tan importante, que además afecta a su vida y a su familia.
Me aparto, hundo el rostro en su pecho y lo abrazo con fuerza. Saint parece sorprendido, pero me devuelve el abrazo y me acaricia con cariño el pelo mientras trato de recomponerme.
—Perdón —murmuro, dando un paso atrás.
—No pasa nada. —Me mira con ternura—. Creo que ya sé lo que está ocurriendo.
—¿Lo sabes? —Me quedo callada, convencida de que debe de haber visto la culpabilidad escrita en mi frente.
—Es por Wren, ¿verdad?
Lo miro, llevada por el pánico. ¿Cómo lo sabe?
—¿A qué te refieres? —le pregunto, casi sin voz, deseando poder sincerarme. Que este secreto no se interpusiera entre nosotros cuando lo único que deseo es abrazarlo con fuerza.
Saint me retira un mechón de pelo de la cara, mostrándose igual de comprensivo que siempre.
—Sé que debe de ser difícil seguir adelante —me explica—. Has pasado meses obsesionada con descubrir a su agresor. Es normal que te sientas un poco perdida y desorientada al carecer de ese propósito que te guiaba.
—Claro —respondo, y dejo escapar el aliento, aunque la culpa me asfixia más que nunca—. Tienes razón.
—Todo irá bien —me asegura—. Sé que han sucedido muchas cosas terribles y que una parte de ti siempre llorará esa pérdida. Pero te mereces ser feliz. La vida es corta, también tienes muchas cosas que celebrar.
Me quedo mirándolo y me doy cuenta de que lleva razón. Claro que tengo algo que celebrar: Wren está viva.
Me he sentido tan invadida por el miedo que rodea su regreso que no me había parado a asimilar lo que significa este hecho tan increíble. Mi hermana está viva. Esa esperanza que albergaba, por la que rezaba, por la que habría dado cualquier cosa… Ha sucedido. Es real.