Bruna - Beatriz Russo - E-Book

Bruna E-Book

Beatriz Russo

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Beschreibung

Bruna Vals tuvo que caminar durante seis años para darse cuenta del alcance de sus pasos. Su vida transcurre en una eterna huida para escapar de su vacío existencial y de su soledad. Autodestrucción, pulsiones sexuales, relaciones tóxicas, vigorexia, adicción a las series… Cuando sus fantasías comienzan a ser más relevantes que la propia realidad, Bruna se aferra a la búsqueda de un timón con el que gobernar su vida. Es entonces cuando descubre que las montañas rusas no tienen volante. "Bruna" es una sucesión de tragedias mínimas, un síndrome, una atracción vertiginosa, un ataque de risa, una bajada a los infiernos, una explosión de adrenalina, un tropiezo encadenado, un bofetón de realidad. Un reflejo, al fin y al cabo, de muchas mujeres que habitan en otros nombres. Todos conocemos a una Bruna, y esta es su historia.

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BRUNA

BEATRIZ RUSSO

BRUNA

 

© Beatriz Russo, 2021

© Malpaso Holdings, S. L., 2021

C/ Diputació, 327, principal 1.ª

08009 Barcelona

www.malpasoycia.com

ISBN: 978-84-18546-11-2

Depósito legal: B 8212-2021

Primera edición: junio de 2021

Production of the ePub: booqlab

Maquetación: Joan Edo

Diseño de cubierta: Eugenia Champalanne (Hello! Design Studio)

 

Bajo las sanciones establecidas por las leyes, quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro (incluyendo las fotocopias y la difusión a través de internet), y la distribución de ejemplares de esta edición mediante alquiler o préstamo, salvo en las excepciones que determine la ley.

… ser agradecida.

Aguardar el ansiado momento de ver una obra publicada es algo que el autor suele compartir con su gente más cercana. La incertidumbre, el sentido de sacar a la luz o no un manuscrito, de enfrentarse al rechazo, a los plazos, a los contratiempos o a las propias inseguridades se llevan mejor con una familia y amigos que te apoyan. Yo la tengo, los tengo. Por eso, gracias a mis queridos míos por haber compartido conmigo los preparativos para este estreno tan espectacular.

Y, por supuesto, gracias a todo el equipo editorial que tanto me ha cuidado en cada uno de los procesos de la edición del libro. Porque entre todos habéis conseguido que Bruna esté con la mejor de sus portadas en un gran sello como Lince.

Y gracias a ti también, que aún sigues leyendo, por haber adquirido el pasaje a esta montaña rusa emocional y haber acompañado a Bruna durante todo el viaje. Espero que nos cuentes tu aventura…

A Adrián, mi volante.

A mi familia, por la solidez de la estructura.

A Kike, por el sentido del viaje.

El sentimiento de lo trágicoaumenta y disminuye con la sensualidad.

Nietzsche

 

 

 

Locura es hacer la misma cosa una y otravez esperando obtener diferentes resultados.

Einstein

 

 

 

Muchas veces tenemos por amorlo que es verdadera desgracia.

Macbeth, Shakespeare

1

Bruna Vals tuvo que caminar durante seis años para darse cuenta del alcance de sus pasos. Por eso aquella mañana en la que supo que su vecino había muerto se vistió de luto y se fue directa al tanatorio a despedirse. Algunos vecinos se sorprendieron al verla aparecer —Bruna era la última persona a la que esperaban encontrar en el velatorio—. Sin embargo, el respeto al momento y al difunto provocó que nadie se lo preguntara.

El ataúd yacía en la sala contigua. Su mujer contenía el llanto que tanto había callado durante los años que vivió junto a él. Bruna entró en la sala y se encontró de frente con el féretro solitario. No había nadie más haciéndole compañía. Su esposa ni siquiera tenía curiosidad por la inoportuna visita y prefirió no darle importancia e ignorarla como había hecho durante los últimos seis años. Bruna permaneció unos instantes contemplando el cadáver de su vecino. No lloró. No tenía por qué. Abrió su bolso sin apenas dejar de observar el eterno sueño o pesadilla del difunto, sacó una llave, la alzó hasta la altura de sus ojos, la besó, avanzó unos cuantos pasos hasta estar junto al féretro, dirigió la mano que sujetaba la llave hasta los pies del ataúd y lentamente comenzó a acuñarle una raya horizontal hasta llegar al otro extremo, tal y como si se tratara del lateral de su coche, el mismo que el difunto no tuvo reparo en arañar cuando estaba vivo. Bruna Vals no le guardaba ningún rencor por todo lo que le hizo pasar desde el primer día en que entró a vivir en la comunidad. Sin embargo, esa sí que se la debía, por ella y por su coche recién comprado al que el finado no dudó en ponerle su huella.

2

A Bruna Vals la máquina de andar le hace pensar demasiado. Frente a ella hay una pantalla que reproduce Casablanca. No le hace gracia que estén echando esa película, está harta de que todos sus romances acaben como el «final de Casablanca». Bruna hoy tiene el síndrome premenstrual y no está para que le vengan con tonterías. Más le vale a cualquiera que no se acerque a ella, que está que muerde. Máxime hoy que le ha rayado el ataúd a un muerto. Cambio de canal, Copa Mundial de Fútbol no, noticias tampoco. O sí, un programa está retransmitiendo en directo el accidente aéreo ocurrido en vuelo. Un choque frontal entre un Túpolev y un Boing 757 que ha dejado setenta y una víctimas, cincuenta y dos eran niños rusos que iban de vacaciones a Barcelona. Bruna ha apagado la televisión con un dedo pulgar que parecía un detonador. «¡Pues sí que empieza bien el mes de julio y su semanita de vacaciones!»

La monitora le ha marcado una pauta de entrenamiento, pero Bruna Vals se la salta a capricho. Como todo en su vida; inició el entrenamiento con una obediencia casi monacal — ella se lo toma todo muy en serio al principio—, después le llegó la desidia y el final de la mecha. Por eso Bruna ha decidido hoy acelerar la marcha en la máquina de andar. Sus pies se mueven con una impetuosidad firme y contundente, así como si estuviera dando vueltas a la manivela de una cámara de Cinexin y se reprodujeran en su mente imágenes que van pasando sin que ella pueda hacer nada para detenerlas. Hoy le toca el turno al vecino difunto, y la rabia, consciente de que se reabsorberá en su propia rabia porque ya nada se puede hacer, le provoca acelerar el paso. Quizás no saque nada en claro, pero lo cierto es que al menos perderá esos quilos impertinentes.

A veces le ocurre que, tras una ruptura sentimental, en vez de conservar los momentos vividos, va amontonando aquellos que le quedaron por vivir. Siempre hay algo pendiente por hacer o decir. Así es que Bruna Vals camina por la cinta de andar flagelándose por lo que no hizo ni dijo. Cuántas veces maquinó una venganza, cuántas veces pensó en comprar un ácido corrosivo para verterlo sobre el capó del coche de su vecino. También se imaginó inmovilizándole una rueda con un cepo mientras esperaba en la cafetería de enfrente para ver cómo llegaba una grúa y cargaba el coche inmóvil para llevárselo al taller. Pero la mejor de las venganzas fue —ahora Bruna se ríe sola mientras camina a toda velocidad por la cinta de andar— la de publicar su esquela en el ABC. Esa habría sido la más morbosa y premonitoria. Sin embargo, habría pagado lo que le hubieran pedido con tal de haber visto su cara mientras desayunaba en El Chef, donde solían coincidir todos los domingos sin apenas cruzar la mirada. Bruna se ríe, pese a saber que está siendo muy cruel. «Pero qué más da ahora, si él está muerto» piensa mientras se percata de cómo comienzan a mirarla con impaciencia los que esperan a que termine antes de destrozar la máquina.

Bruna detesta la intolerancia de algunas personas. Qué insensibilidad, ¿es que no ven que lo necesitaba? ¿Es que no entienden que tenía que descargar toda la adrenalina y los malos pensamientos? Afortunadamente, se anuncia el comienzo de la clase de step. Allí sí que podrá descargar todas sus recriminaciones frente a la pared de espejo y, sobre todo, delante de Mandy, la monitora que se cree Madonna y da su clase con un micrófono colgado de la oreja. Bruna la detesta por ser rubia de bote y parecer una chica playboy de sonrisa artificialmente encantadora, pero envidia la redondez respingona de su culo y por eso sigue yendo a sus clases, aunque salga después de allí sintiéndose el último pingajo del mundo. Y es que para evitar sentirse el último pingajo del mundo de nada sirve la exuberante fisionomía morena de Bruna, ni ser una de las mujeres más brillantes del gimnasio, aunque eso ella ya lo haya olvidado. Basta con que la soledad —su talón de Aquiles— la vaya absorbiendo poco a poco, con su boca de oráculo mal programado, hasta dejarla con medio cuerpo fuera coleando de agonía y sin que haya nadie en ninguno de los extremos para sacarla del orificio fagocitador o ayudarla a pasar definitivamente al otro lado de la boca y dejarse engullir para morar en el estómago de una ballena, como Pinocho. Quizás no sea un mal lugar, al fin y al cabo, y pueda respirar tranquila sin sentir esa opresión tan angustiosa en su pecho y en su cintura.

La clase ha terminado y Bruna siente que ha ascendido todas las escaleras del mundo. No ha llegado al cielo —algo que por otro lado no esperaba— pero al menos ha liberado su cuerpo de malas energías. «Deberían inventarse un transformador de malos rollos emocionales o una dinamo que nos diera energía cuando apenas tenemos fuerzas para continuar. Como las bicicletas que se recargan con cada pedalada, ¿no te parece?» le ha dicho a Mandy que de pronto se ha echado a reír ante la ocurrencia de la ejecutiva estresada. «Ahora tienes otra cara, te sienta bien subir y bajar escaleras» le ha respondido mientras se dirige a toda prisa a la sala de yoga. Bruna se ha quedado con la palabra en la boca, ahora que pensaba que le caía mejor. No sabe ella quién de las dos está más estresada. Aún le queda tiempo para relajarse en el jacuzzi, a esas horas los osos cavernosos siguen encerrados en sus guaridas empresariales. Qué asco le da a ella compartir aguas calientes con ellos, no lo puede remediar piensa mientras contempla cómo uno de los oseznos se va introduciendo en la gran bañera unisex y se sienta justo enfrente de ella. No ha tardado en mostrarle su acervo de muecas placenteras provocadas por el chorro de agua impactando en sus riñones. El tipo tiene los ojos cerrados, solo le falta gemir. Bruna tose para cortarle el flujo de excitación, no fuera a ser que tuviera que salir despavorida, y él lo interpreta como una llamada de atención para iniciar una conversación. Tras una batería estándar de saludos, qué bien se está en el agua, qué relax y esto es vida, el oso ha tenido que sacar el tema del accidente aéreo. ¿Es que no puede relajarse un rato y abstraerse de tantas catástrofes? Bruna ha comenzado a escurrir su cuerpo por el asiento hasta sumergir su cabeza completamente bajo el agua para no escucharle y mojarse el pelo de paso —tiene calor—. Su sorpresa ha sido que frente a ella hay un arma empuñada, de no sabe qué calibre, apuntándola. Ha sacado la cabeza del agua, como si se tratara de un géiser, y ha mirado al oso armado con cara de asco y horror. Él tan solo ha sonreído. Bruna ha salido del jacuzzi y se ha marchado sin despedirse. Esta vez se ha librado del disparo.

3

Qué difícil resulta la vida cuando no se tiene a nadie a quien destrozársela. Si al menos Bruna Vals hubiera seguido con su última pareja podría llegar a casa y protestar porque pone los pies sobre la mesa mientras ve el telediario. Bruna odia el telediario de todas las cadenas televisivas y ésta era una buena excusa para discutir. Y es que una necesita descargar más tensión y ahora que está sola su única opción es gritarle a la televisión. No sé por qué Bruna Vals tiene tanto estrés ahora que su vida ya ha dejado de ser tan complicada. Lo cierto es que no deja de impacientarse por todo, y no es que ella sea una mujer malhumorada, no, pero desde que le rayó el ataúd a su vecino está que trina.

Por suerte ocurren algunas cosas en el momento más oportuno, cosas que podrían considerarse molestas se tornan útiles en circunstancias como las que está viviendo Bruna. Esta mañana el sonido del teléfono le ha dado una nueva esperanza. Alguien anónimo le ha llamado para preguntarle por el color de su ropa interior. Bruna le ha llamado «gilipollas» y ha colgado el teléfono, pero el perverso desconocido no se ha dado por vencido y ha vuelto a llamar. Bruna le ha gritado: «Negra, gilipollas» y ha colgado, pero él ya quería saber más y sigue insistiendo. A Bruna Vals solo le faltaba que un psicópata pervertido la molestase con esas tonterías. «De encaje, imbécil» y vuelve a colgar. El psicópata ya ha conseguido que su víctima caiga en el juego y Bruna se ha dado cuenta de que al menos tiene a alguien a quien insultar. Cuando Bruna Vals tenía muchos problemas se la veía más feliz que ahora que quizás se los está buscando.

Suena el timbre de la puerta. Es la vecina viuda. Quiere saber si fue ella la que le rayó el ataúd a su marido. Bruna Vals lo niega, como el difunto había negado que fuera él quien le rayó el coche unos meses atrás. Son cosas difíciles de demostrar y comparte su impotencia, a ella siempre le están rayando el coche, ya lo sabe. La vida está llena de gente aburrida que hace esas cosas. La viuda no se ha quedado conforme del todo y le pregunta si tenía algo que ver con su marido. Pues sí, mucho que ver, quizás demasiado para lo que ella habría deseado. Aunque le responde que lo más cerca que han estado ha sido en las reuniones de vecinos. La vecina quiere saber más. Qué molesta resulta la gente que quiere saber más de lo que pueden averiguar. Por suerte suena el teléfono. Buena excusa para acabar el interrogatorio. Es su nuevo amigo psicópata, con el que no duda en desahogarse, y a la pregunta de rigor de qué lleva puesto le responde que lleva puesta una mala hostia que no puede con ella. El psicópata insiste y ella le dice que además de un tanga verde —falso, odia los tangas— la mala leche le oprime el pecho como un corsé porque la viuda de su vecino ha tenido la osadía de llamar a su puerta. El psicópata sigue a lo suyo y le pregunta si está mojada. ¿Mojada? Mojado va a estar él si vuelve a molestarla porque le va a caer un chaparrón de aquí te espero. «Venga, tonta, tócate un poco, que te vendrá bien para descargar la mala leche.» Pero Bruna Vals no soporta la sugerencia y le manda al infierno. Ahora está doblemente enfadada.

Lo mejor que puede hacer en una situación como ésta es irse al gimnasio, aunque allí tampoco estará a salvo porque Bruna suele meter sus malos rollos en el bolso o en la bolsa de deporte y pasearlos allá donde va. De nada le servirá buscar un rincón tranquilo donde verter los despojos del día. La civilización ha puesto a disposición de los ciudadanos contenedores y lugares donde poder evacuar los residuos biológicos y de consumo, pero ¿por qué no se ha preocupado de diseñar un sistema de alcantarillado para tanto cúmulo de excrementos emocionales? Transitamos entre la basura existencial y las cagadas de los que no supieron elegir el momento adecuado para la deposición. La muchedumbre camina lentamente, ralentizada por su propio estiércol que, la mayor parte de las veces, les llega hasta las rodillas, otras incluso les alcanza el cuello y los engulle hasta hacerlos desaparecer en este gran pantano urbano. Bruna nunca supo cómo deshacerse de esa mierda acumulada. No sabe cómo transformarla en abono para fortalecer su jardín descuidado y favorecer su sostenibilidad. Si ni siquiera es capaz de sostenerse cada vez que le cae una gran boñiga de ave carroñera. Es más, parece que se recrea cuando intenta quitarse esa masa informe y algo compacta de su cuerpo; agarra una porción con su mano, la huele, la contempla e intenta averiguar la composición biológica del excremento. Como si de pronto ella misma fuera un laboratorio químico y emocional. El resultado del análisis suele ser el mismo. Mierda, todo es mierda alrededor de ella y, sin embargo, aún deja las compuertas abiertas de su cuerpo y de su mente para que el mundo siga utilizándola como vertedero universal. ¿Qué pasaría si de pronto un día ese cuerpo y esa mente tan receptivas estallaran y esparcieran toda la inmundicia acumulada? De momento se iría al gimnasio, un lugar donde procesar su propio estiércol privado.

4

Las máquinas de andar están ocupadas. Seguro que se han aliado para que no pueda utilizarlas. Tendrá que irse a la bicicleta. No es lo mismo, pero algo es algo. Bruna Vals percibe que los caminantes la miran victoriosos. En la pantalla frente a ella se retransmite el canal Eurosport y a ella le aburren los deportes. Bruna comienza a pedalear mientras protesta interiormente porque el mundo está contra ella. En la pantalla de al lado proyectan informativos de la BBC. Bruna conecta sus auriculares a la bicicleta y selecciona el canal de música al tiempo que mira a un luchador de sumo levantar pesas. «Qué asco le da ver tanto volumen en un solo hombre» piensa mientras imagina cómo sería estar en la cama con semejante amasijo de carne. Bruna comienza a pedalear más deprisa. Las lorzas del luchador de sumo se mueven como olas cantábricas golpeándola. Un michelín le parte un labio. Sangra, su nariz también sangra. Ya no tiene tabique nasal porque el sumo se lo ha destrozado. Bruna pedalea más deprisa. Su corazón bombea con vigor. Las lorzas la envuelven llenas de sudor y la absorben como si se tratara de las hojas de una planta carnívora. Qué horror, la está engullendo. Que alguien le quite esa imagen de la pantalla, no ven que la va a desaparecer. Bruna busca otra pantalla, la de noticias, pero no puede evitar que la mano del sumo salga de la pantalla y le redirija la cabeza hacia él. Bruna pedalea más deprisa. Quizás quiera desmayarse para que cese su tortura. Los usuarios de las máquinas de andar la están mirando algo preocupados. Bruna pedalea desatada y la bicicleta ya comienza a oler a chamuscado. En ese momento llega Mandy y le pide que pare. Bruna tiene la toalla empapada, su monitora le ofrece una nueva y la acompaña a las colchonetas. Tiene que relajarse y le enseña un ejercicio de respiración abdominal. Por primera vez Bruna la ve como su salvadora, aunque no le va a desvelar la causa de su repentino ataque de pedales. Solo se ha emocionado porque quería batir su propio récord. Nada más. Se ha pasado, lo siente.

Mandy le pide que piense en algo que la relaje. Un paisaje, un momento feliz o alguien que le dé paz. ¿Alguien que le dé paz?, ¿bromea? No hay nadie en su vida que le dé paz. Si considera que una viuda detective y un psicópata anónimo pueden darle un minuto de paz… Mandy se ríe. Bruna no sabe que su monitora le tiene mucha simpatía, aunque no le sobren razones para ello, y por eso se quedará junto a ella hasta que se relaje. La monitora coge sus manos y se las pone en el abdomen para que sienta cómo la inspiración lo eleva. Bruna Vals se siente algo mejor ahora que se le ha olvidado su incidente con el luchador de sumo e intenta pensar en alguien que le dé paz y ese alguien en ese momento es Mandy, que sigue a su lado acompañándola en las respiraciones abdominales, y Bruna por fin se relaja. Por hoy basta de ejercicio. La monitora la acompaña hasta la sauna, programa diez minutos y se marcha.

5

Si no fuera verano sería más fácil soportar el mal humor. Pero es verano y nada se puede hacer para cambiarlo salvo mudarse a las antípodas, y esto no va a ocurrir. Bruna Vals trabaja en el departamento de Recursos Humanos de un banco de inversiones y tiene que estar siempre al pie del cañón, con el móvil enquistado en su mano esperando recibir cualquier email de cualquier parte del mundo a cualquier hora del día. El calor la despoja de toda duda; está sola, completamente sola. Sola como el astro rey, sola como la luna. ¿De qué le han servido todos estos años de promoción personal si al final se encuentra sola, y con un calor impertinente? Sola y vacía.

El horror vacui se hace menos llevadero los fines de semana. Aunque Bruna odia los fines de semana porque no sabe qué hacer. También detesta estar de vacaciones, por eso divide su mes en cuatro semanas a lo largo del año. No le apetece viajar —ya viaja mucho por trabajo y, además, no tiene con quién— solo desea ir al gimnasio y no hacer nada más. Nunca debió dejar Barcelona. Nunca debió pensar que le sobraría tiempo para hacer nuevos amigos. Pero lo pensó y la desilusión no hace sino incrementar su malestar. Hace varios años que se instaló en Madrid y lo único que ha hecho con su vida personal es aumentar su colección de fracasos. Si al menos sus aventuras hubieran tenido un final cordial, habría ganado algún amigo con quien compartir un sábado por la noche o un aperitivo por el barrio de La Latina cualquier domingo. Pero no, Bruna es incapaz de terminar algo sin destruirlo. Siempre detestó los finales felices. Piensa que, sin la brusquedad de un mal final, la historia no permanece cerrada. Hay que cortar por lo sano. Quizás tenga razón y lo más correcto para erradicar una esperanza en ambas partes sea el exterminio. Es como si aplastara a un gusano de seda por creer que el capullo es una preparación a la muerte y no tuviera la suficiente paciencia o curiosidad para esperar a ver qué ocurre. Y ocurre que muchas veces nace una mariposa hermosa y otras el gusano se muere. Su vida amorosa consiste en un aborto de crisálidas. Bruna Vals suele aplastar los gusanos antes de que se autoembalsamen.

Si hubiera una imagen cinematográfica para describir mejor ese momento sin recurrir a un documental de La 2 sobre la metamorfosis de una crisálida, sería esta:

Se ve a Bruna Vals en un parque de atracciones comiéndose un algodón de azúcar mientras pasea agarrada del brazo del novio de turno. El paseo es plácido, pero Bruna desea emociones fuertes y le pide que se monten en la montaña rusa. Comienza el terrorífico viaje por los raíles de su estructura frágil y teme que, de un momento a otro, el tren descarrile. Es casi imposible que esto ocurra, pero siempre queda una posibilidad. Bruna Vals comienza a sentir todo tipo de emociones: miedo, pánico, terror en los descensos, excitación en los ascensos hasta un punto casi orgásmico, y las rectas le hacen tomar aire, un aire casi salvador. El viaje se acaba y ambos salen de la atracción temblorosos. Entonces, Bruna Vals se agarra al brazo de su acompañante y comienzan a pasear. Bruna mira hacia la puerta de salida del parque de atracciones, se suelta de su brazo y se marcha corriendo y sin darle explicaciones.

Claro que los pobres exnovios se merecían unas palabras de despedida, sin embargo, ¿qué tipo de explicación puede dar la exterminadora de gusanos de seda? En el ADN del asesino en serie hay información genética que puede predecirlo. Si en el ADN de Bruna Vals apareciera el componente de «exterminio sentimental» y existiera una medicación para controlarlo, su vida sería mucho menos complicada. ¿Por qué la ciencia no se encarga de estas cosas? ¿Por qué es más importante la investigación sobre la clonación que sobre el origen del fracaso afectivo? ¿Por qué no intentan clonar el amor y los buenos sentimientos? ¿Por qué no se puede trasplantar un corazón que ame? El corazón de Bruna Vals solo sirve para bombear en el gimnasio o cuando se altera, pero Bruna no ama porque le falta un fragmento de Bruna en su genética. Y al igual que hay mutilaciones físicas, a Bruna Vals le extirparon una vez esa parte de su biología, como la visión al ciego, los brazos al manco y las piernas al cojo. Si al menos hubiera regeneración, como la cola de las lagartijas, pero no, Bruna cree que no tiene remedio. No hay nada que hacer y, además, ahora suena el teléfono y es él; su psicópata pervertido. «Bragas moradas porque me voy a misa... Ah, ¿te ponen las beatas? Pervertido... Me importa un pepino si te pone cachondo, lerdo.» No sé si ha sido buena idea que Bruna Vals mantenga este tipo de conversaciones con un loco, pero es domingo y hace un calor irremediablemente aburrido. Salir a la calle puede provocarle una lipotimia.

Mejor que se quede en casa insultando al auricular del teléfono. El psicópata, como se suele referir a él, acepta soportar la descarga. Es más, le excita ver cómo Bruna estalla en cólera y pierde los papeles. Es una perra rabiosa, quizás más pervertida que él. A Bruna Vals le importa un calabacín lo que un perturbado mental piense de ella. Si quiere molestarla, la va a tener que soportar porque ella tiene mucho odio acumulado y lo tiene que descargar. ¿Cómo destrozar mentalmente a un psicópata que tiene la mente hecha papilla? Bruna es capaz de esto y de mucho más.

Es la hora de la cena y no hay nada en la nevera. Tendrá que conformarse con comida china. Es el momento más triste del día. Bruna Vals abre la puerta al chino motorizado. Bien sabe que el chino no se cree que el pedido sea para dos. Le da veinte euros y le dice que espere hasta que cuente el cambio, que ella aún no se ha acostumbrado a los euros. Menudo lío en que les han metido, no se aclara, no. «Claro que para ti no es un problema, ¿no?» le pregunta mientras termina de contar las monedas hostiles. El repartidor tiene prisa —es viernes y parece que nadie quiere hacer la cena— y se marcha con cara de resignación. Ella cierra de un portazo. Hasta los chinos la ignoran.

Bruna no se ha dado cuenta de que se le olvidó pedir la bebida. Abre la nevera y encuentra una botella de cava. Comida fusión chino-catalana para comer sola, para brindar por nada. Sola, completamente sola. Salsa agridulce para un rollito grasiento de primavera. «Ojalá fuera primavera» piensa. Si al menos fuera primavera tendría una excusa para no detestar tanto el verano. Aunque tal y como se encuentra ahora seguro que odiaría también la primavera. Bruna Vals eleva su copa y brinda por su tierra, que tampoco parece echarla de menos. El teléfono hace mucho que ha dejado de sonar para llamadas personales. «La vida es un asco» le dice a una orquídea feliz. Bruna se está pasando con el cava. Eleva de nuevo su copa y vuelve a brindar por el asco de mundo que la rodea. Apenas ha probado la comida. El sofá es la única alternativa, pero la tele es también un asco. Quizás duerma, así se pasa antes el día.

Madrid en julio ya comienza a ser un horror, ya lo sabe el psicópata. ¿Por qué perdería nadie un domingo en hablar por teléfono si no se sintiera solo? Bruna se da cuenta entonces de que podría hacer una transacción volitiva con su sádico y accede a intentar una nueva estrategia. «Sí, estoy mojadita, como a ti te gusta... Sí, ya sé qué es lo que te gusta, no eres nada original, si lo fueras no harías esto... No sé qué te habrá ocurrido en la vida para que ahora estés diciéndole guarrerías a una desconocida aleatoria, porque me imagino que mi número es aleatorio, porque no me conoces, ¿verdad? No sabes nada de mí, ¿no es cierto?… Te estoy hablando en serio, no bromeo… Ahora no es el momento de pedirme que me toque... Deja de pensar obscenidades y respóndeme si me conoces de algo… Te estoy hablando en serio, si no me respondes, cuelgo… Muy bien.» Y colgó.

Quizás el perturbado mental la conozca de algo. O quizás no. Bruna Vals comienza a hacer un repaso a su vida sentimental de los últimos tiempos. Entonces se acuerda de las palabras de su madre: «Los hombres son como los melones, no los conoces hasta que no los abres». Y tal y como abre ella los melones —a martillazos— es muy difícil sacar nada en claro. Ahora que lo pensaba, era cierto que podría ser una de sus aventuras. Bruna Vals tenía un karma especial para conocer desequilibrados mentales o ¿era ella quien los desequilibraba?

El teléfono vuelve a sonar. Número desconocido. Psicópata. «Dime cómo me llamo… Ese nombre te lo has inventado, es un nombre de puta… Entonces, ¿no tienes ni idea?… Mejor, así está mejor. Dejémoslo en aleatorio. Bueno, ahora no tengo ganas de hablar contigo. Tengo cosas que hacer. Adiós.» Y colgó.

6

Una de las máquinas de andar está vacía. Frente a ella una pantalla de televisión con imágenes de Sabrina. Qué manía le ha dado al gimnasio por el cine clásico. A Bruna Vals nunca le hizo gracia Audrey Hepburn en Sabrina. Es más, esa película le ataca los nervios, es la degradación de la mujer. Sabrina intentando suicidarse porque el niño rico no le hace caso en un garaje lleno de dióxido de carbono. Sabrina enamorada de un hombre que la ignora. Bruna detesta esa clase de mujeres sumisas y torturadas psicológicamente por propia voluntad. Y es que Bruna Vals no sabe nada sobre el amor. ¿Cómo va a entender ella que una vez que el amor se genera dentro del pecho no hay teorías de Ovidio ni de Eric Fromm que valgan? Es como si se tratara de un virus que torna el carácter voluble y sincero. Y da lo mismo si el sujeto amado se lo merece o no. Da igual si no es el adecuado y no corresponde a la demanda de amor, porque es un acto independiente cuya acción viene efectuada por quien ama —eso dicen los expertos y los gurús del amor—. Por eso a Bruna Vals hoy le ha dado por despotricar contra Sabrina. Mira a su alrededor y ve cómo los demás usuarios de máquinas de andar dirigen su mirada hacia Audrey sonriendo, contagiados por la dulzura de su rostro. Bruna Vals le pide al chico que está a su lado que le cambie el sitio ya que se le cae la baba. Ella prefiere embobarse con los macizos de Eurosport. De pronto, alguien cambia el canal de la pantalla y se ve al hombre del tiempo.

Solo le faltaba a Bruna encontrarse con la cara de memo de su exnovio dando el pronóstico del tiempo. ¡Qué sabrá él del tiempo! Si ni siquiera fue capaz de predecir cuándo le iba a dejar su novia —le dice al chico de al lado, que aún permanece embobado con Sabrina—. Claro que le conoce, es más, ella fue la que lo abandonó sin que él lo pronosticara. De un manotazo limpio. Una mañana se levantó, preparó café para los dos y mientras desayunaban juntos casi sin mirarse (porque él estaba muy concentrado en el periódico), se dio cuenta de que no podía estar con un hombre que no la mirara embelesado mientras le untaba las tostadas. Ni siquiera se había percatado de que había dejado, adrede, asomar sus pechos del sujetador y pensó que después de tan poco tiempo no era muy normal tanta indiferencia. Apenas le dio tiempo a tomarse el café y a recoger sus cosas. Los hombres le duran una media de tres meses, como los cepillos de dientes. Pero Bruna Vals está ya muy acostumbrada. Tiene la teoría de que hay dos elecciones posibles en el amor y ella ha elegido la más divertida y apasionada. Si lo que más le gusta de las historias de amor es el principio del romance, ¿por qué no estar continuamente empezando una historia? Al fin y al cabo, ella puede permitirse cambiar de hombre cuando le plazca. ¿Qué diferencia existe entre una línea continua y otra discontinua en la carretera si ambas tienen el mismo origen y destino? Y si en la discontinua se permite el adelantamiento, ¿por qué preferir la línea continua donde está prohibido adelantar? «Por un hijo, Bruna, por un hijo» se responde dejando su teoría aparcada en la zona de servicio.