Buscando respuestas - Heather Graham - E-Book
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Heather Graham

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Beschreibung

Buscando respuestas Tras el brutal asesinato de su marido, Spencer Huntington buscó la ayuda del único hombre en quien podía confiar: el ex policía David Delgado, antiguo compañero de su marido, y el primer amor de su vida.Spencer y David habían mantenido una relación fría y cordial durante diez años, pero ahora los viejos deseos volvían a despertar, y esto ponía en peligro la lealtad de sus principios.La búsqueda de respuestas iba a llevarlos desde los lujosos barrios de la clase alta de Miami hasta la miseria de los bajos fondos de la ciudad, mientras en torno a ellos se cernía la amenaza de un asesino dispuesto a acabar su obra.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 1994 Heather Graham Pozzessere. Todos los derechos reservados.

BUSCANDO RESPUESTAS, Nº 63 - diciembre 2013

Título original: Slow Burn

Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Canadá.

Publicada en español en 2002

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin Mira es marca registrada por Harlequin Enterprises Ltd. y Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

I.S.B.N.: 978-84-687-3916-8

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

1

—¡Espera!

Danny Huntington se paró al pie de las escaleras y miró hacia atrás.

Spencer estaba de pie en el rellano de mármol, con las dos manos agarradas al barandal de caoba. Llevaba puesto un camisón de seda azul cobalto, y el pelo le caía revuelto a ambos lados. Ofrecía un aspecto exótico, como si hubiera salido de uno de sus artículos promocionales, en los que se contemplaba una belleza femenina contra la elegancia del telón. Tras ella se veía el diván victoriano y el bonito espejo con el marco tallado. Bajo sus pies desnudos se extendía una alfombra estrecha color granate, a juego con el brocado del diván. La propia Spencer parecía estar hecha de lujo. Ojos tan azules como el cielo, cabellos dorados como el trigo y unos rasgos tan delicados como fascinantes. Para Danny era la imagen de la perfección. La conocía desde siempre y llevaba media vida enamorado de ella. El matrimonio no fue una sorpresa para nadie, excepto para él. Ella no solo lo amaba, sino que lo comprendía. Comprendía que Danny tuviera sus propios deseos, y que decidiera convertirse en policía en vez de seguir en el negocio familiar. Y cuando llegó la hora de la verdad, Spencer mostró su encanto e hizo todo lo posible para que Danny no tuviera ningún problema. A veces, cuando él pensaba en todo lo que ella hizo o quiso hacer se le encogía el corazón de felicidad. Spencer era lo mejor que le había pasado en la vida.

—Danny, ¡está azul! —las palabras vibraron por la emoción.

—¿Cómo? —arqueó una ceja, confundido.

—El test de ovulación, Danny... ¡El indicador se ha vuelto azul! —dijo ella sonriendo.

—Oh... ¡Azul! Eso significa que es buen momento para intentarlo.

Se quedó mirándola con la mente en blanco. Tenía una cita con David Delgado. Iban a correr juntos antes de intercambiar información sobre el caso Vichy. Pero si el indicador se había vuelto azul...

Danny estaba desesperado por tener hijos. Tanto él como Spencer habían sido hijos únicos, los dos de padres ricos. La fortuna de sus familias databa de tiempos lejanos, y ya nadie recordaba que se había originado en los negocios del contrabando.

Los dos habían crecido en Coconut Grove, Miami, donde la nobleza sureña y la afluencia de turistas del norte convivían con la pobreza de los guetos. Danny siempre tuvo todos los caprichos y fue a los mejores colegios, pero muy pronto aprendió que la felicidad no se compraba en los almacenes. Lo único que le faltaba eran amigos, y por eso se prometió que sus hijos nunca sufrirían la soledad que él padeció. Tendría por lo menos una docena. Cuando se hizo mayor rebajó el número de sus expectativas, pero seguía queriendo formar una familia. Spencer decidiría si tenían dos, cuatro o más.

Desde el principio del matrimonio empezaron a intentarlo, pero al cabo de dos años no habían conseguido nada, y entonces Spencer sugirió las pruebas. Se hizo todos los análisis posibles, sin importarle que algunos fueran dolorosos e incluso humillantes. Por su parte, Danny lo pasó mucho peor, descubriendo que los aparatos le dejaban su miembro más flácido que un macarrón pasado; pero no tenía más remedio que pasar por ello, de modo que aguantó estoicamente las órdenes del médico. Lo único bueno que sacaron de aquello fue que ninguno de los dos presentaba ningún problema. El médico opinaba que tal vez la causa fuera el estrés, ya que los dos habían estado muy ocupados. Desde que Sly, el abuelo de Spencer, se había retirado, era ella quien se encargaba de Montgomery Enterprises; y la agenda de Danny era aun más apretada. No les quedaba mucho tiempo para procrear.

—¿Puedes tomarte el día libre? —le preguntó él.

—Por supuesto —le respondió ella—. ¿Y tú? —dudó por un momento—. Pensé que tenías que ver a David Delgado.

—Sí, pero anularé la cita. Le diré que estamos intentando fructificar y multiplicarnos...

—Danny...

—Es una broma, Spencer. Ya pensaré lo que hago. No te preocupes por ello —no le gustó el repentino rubor de las mejillas de su esposa, pero estaba demasiado contento para preocuparse.

Hubo un tiempo en el que su mujer y David mantuvieron una apasionada relación, pero eso fue en el instituto, y David era su mejor amigo. Habían trabajado juntos en el cuerpo de policía hasta que David montó su propia empresa de seguridad. Se seguían viendo con regularidad para intercambiar información sobre algunos casos.

Tanto Spencer como David preferían no avivar viejos recuerdos, por lo que siempre que se encontraban hacían todo lo posible por mantener las distancias; una cortesía que llegaba a la frialdad y que no era cómoda para ninguno de los tres.

Danny los quería a ambos, y sabía que todo estaba superado, pero aun así eran pocas las ocasiones en las que se veían, y cuando ocurría el aire se llenaba de una tensión casi irrespirable. Una parte de él le decía que si los dos antiguos amantes no se reprimieran por la moral, estarían dando rienda suelta a sus desenfrenadas pasiones, sin importarles en absoluto que no tuvieran nada que decirse, que hubieran roto muchos años atrás, y que fueran tan distintos como el día y la noche. Spencer, en la cumbre de la alta sociedad, y David, hijo de un refugiado. Pero si los rumores eran ciertos...

—He quedado con David en Main Street —le dijo a su mujer—. Íbamos a correr un poco y luego a examinar unos informes mientras desayunábamos. Lo veré en la calle y le daré alguna excusa, seguro que no le importará. Estaré de vuelta en veinticinco minutos, ¿te parece bien?

—Te estaré esperando —prometió ella.

Él sonrió y le hizo un gesto de aprobación con el pulgar. Luego se giró y empezó a trotar hacia la puerta.

Veinticinco minutos... Spencer fue al dormitorio, colocó las mantas y las almohadas y entró en el cuarto de baño. Aquel iba a ser el día de Danny y tenía que ser el mejor de sus vidas.

De pronto de acordó del trabajo, y alcanzó el teléfono para llamar a Audrey, su secretaria.

Le dijo que tenía gripe y que no iría hasta el día siguiente. La avergonzó un poco mentirle a su amiga, pero no podía contarle la verdad. «Voy a quedarme haciendo el amor con Danny, a ver si por fin me quedo embarazada».

—¿Necesitas algo, Spencer? ¿Quieres que te lleve alguna cosa? —le preguntó Audrey preocupada.

—No, no. Danny volverá enseguida, ha salido a correr. Estaré bien, gracias —le dijo con firmeza.

—Quédate en la cama —le recomendó su amiga.

—Yo, ah... sí, lo haré —dijo ella, y colgó.

¿Qué le contaría Danny a David?, se preguntó de repente.

Intentó no prestar atención a la ola de calor que la invadía. No quería pensar en ello. No quería pensar en David. Pero era un pensamiento insistente, y difícil de evitar.

Abrió el grifo del agua caliente.

—¡Amo a Danny Huntington! —exclamó en voz alta. Y era cierto—. ¡Amo a Danny!

Su vida era feliz; se reían juntos, hablaban juntos... Danny era amable, atento, encantador. Y ella era afortunada, muy afortunada. Danny quería un hijo. Esa vez iban a conseguirlo.

Se metió bajo el chorro y dejó que el agua le recorriera el cuerpo.

Danny salió de casa y aspiró el aire fresco de la mañana. El día iba a ser caluroso, pero a esas horas la temperatura era muy agradable, cuando el sol todavía no dominaba la ciudad y aún podía verse el rocío sobre la hierba.

Sonrió. ¿Cómo demonios iba a ocultarle la verdad a David si estaba sonriendo de oreja a oreja? No se le presentaba una perspectiva semejante desde su luna de miel, cuando Spencer y él contemplaron el amanecer sobre París, la Ciudad de las Luces.

Aceleró el paso y salió a la calle. Al girar la esquina vio, para su asombro, a una figura familiar corriendo hacia él. Curioso, hablarle a alguien a quien nunca hubiese esperado ver allí...

David Delgado corría en círculos por la vía peatonal que circulaba junto a la carretera. Con su metro noventa de estatura, pelo negro y ojos azul oscuro, tenía un aspecto llamativo, pero en Coconut Grove se veían corredores de todo tipo: delgados, musculosos, bronceados, incluso semidesnudos. De todos modos, David era un hombre atractivo. Por parte de su madre había heredado los imponentes genes escoceses, y por parte de padre el bronceado latino.

Dio otra vuelta y miró el reloj. No era propio de Danny llegar tarde, sobre todo cuando no tenía que desplazarse mucho. David vivía en un tranquilo barrio cercano, que en ningún modo podía compararse al lujo de Danny y Spencer, pero su casa era bastante cálida y acogedora. En realidad le recordaba un poco a Spencer Anne Montgomery... Huntington, Spencer Anne Huntington, aunque no había habido nada entre ellos durante más de diez años. Y además Danny era su mejor amigo.

Era increíble que alguien tan rico de nacimiento como Danny hubiera podido convertirse en alguien tan noble y decente. Danny siempre había sido la misma buena persona, mientras que Spencer se había vuelto fría como el hielo... con David, al menos. Demonios, todo eso pertenecía al pasado. Los dos tenían sus propias vidas y podían reírse de los recuerdos. Pero nunca lo hacían. Tal vez para no remover sentimientos ocultos... Durante todos esos años se habían mostrado recelosos entre ellos, pero por el bien de Danny, intentaban comportarse.

Igual que él intentaba con todas sus fuerzas que su amigo no supiera lo mucho que se acordaba de Spencer Anne Montgomery.

Spencer Anne Huntington.

Dio otra vuelta y observó la calle que bajaba. Las cosas no habían cambiado mucho desde que era un niño. El follaje de los setos crecía hasta el borde de la carretera, interrumpido por los caminos que conducían a las mansiones ocultas.

En los años sesenta era un lugar tranquilo y apartado, donde no podía imaginarse la espectacular expansión que transformó a Miami en una gigantesca metrópoli. Y seguía creciendo, a pesar de que gran parte del turismo se desviaba a nuevos destinos como Naples, Palm Beach o Disney. Coconut Grove, el emplazamiento original de la ciudad, también fue creciendo, y a principios de los setenta lo ocupó el movimiento hippie. Las tiendas se llenaron de incienso y de chaquetas Nehru, y proliferaron los artistas y la música psicodélica. Pero también creció la economía y la ciudad acabó siendo el paraíso de los yuppies y ejecutivos. Todavía quedaban veteranos para contar cómo fue el origen de todo; entre ellos Sly, el abuelo de Spencer, quien podía hablar de los viejos tiempos como si fuera un narrador de cuentos. A veces David echaba de menos las horas que pasaba con el anciano, casi tanto como echaba de menos a Spencer.

Se maldijo a sí mismo. Él no echaba de menos a Spencer. Solo echaba de menos los sentimientos que recordaba. Spencer solo era parte de esa nostalgia de la infancia, la música, el olor salado del mar en un día apacible, el color de las buganvillas...

De pronto se encontró frente a la calle donde vivió por primera vez en Miami. Dios, qué año tan terrible. El único apelativo que recordaba de aquella época era el de «refugiado». Ni siquiera «niño». Su padre estaba condenado a muerte en una cárcel cubana, y su madre murió al dar a luz a Reva. Fue su abuelo materno, Michael MacCloud, quien cuidó de su hermana y de él y les enseñó inglés. Como el idioma no le bastaba para hacerse un hueco entre los chicos americanos, empezó a provocar peleas. Y fue así como conoció a Danny Huntington.

Danny había salido de la escuela y se dirigía hacia el club náutico cuando lo había parado un grupo de gamberros. David estaba jugando muy cerca y vio algo en Danny que lo hizo actuar de inmediato. Salió de la pelea con un ojo morado, pero victorioso y convertido en el héroe de Danny.

—Vaya, ¡gracias, tío!

David se encogió de hombros, intentando no mostrar lo que le dolía el ojo.

—No eres más que un flacucho forrado, así que pensé que necesitabas ayuda.

—¡Caramba! ¡Cómo tienes ese ojo! —exclamó Danny, sin prestar atención al comentario—. Será mejor que vengas conmigo a curártelo.

Fue la primera vez que David entró en el mundo de Danny y vio por dentro el lujoso club con vistas al puerto, las mujeres con vestidos carísimos, los hombres con trajes impecables, todos mirándolo y hablando de cómo los refugiados y la gentuza estaban echando a perder el barrio. Él no se atrevió a mirar a nadie, pero si contempló ensimismado las embarcaciones que llenaban el agua. Y decidió que algún día tendría la suya propia.

No les gustaron mucho los padres de Danny, pero ese mismo día conoció a Sly y desde el primer momento le tuvo cariño.

Sly sabía algo de política. Había oído hablar del padre de David e incluso conocía a su abuelo. Le sirvió al chico una gran comida y cuando vio su expresión de asombro le dijo:

—América, hijo. Confía en mí. Aquí conseguirás lo que te propongas. La única diferencia entre tú y todos estos es que sus antepasados llegaron antes y ellos nacieron aquí y se lo han dado todo hecho —le guiñó un ojo.

Cuando David salió del club pensaba que nunca más volvería a ver a Danny ni a Sly, pero dos semanas más tarde obtuvo una beca para estudiar en el prestigioso colegio de Danny. Y gracias a él no se convirtió en el objeto de burla de los niños ricos. Poco después Reva, la hermana menor de David, consiguió otra beca, y Danny la protegió también a ella.

Spencer llegó... más tarde.

Miró otra vez su reloj y pensó en ir a casa de Danny. Pero quizá fuera mejor llamarlo desde su casa. Sería más fácil hablar con Spencer por teléfono, si es que era ella quien contestaba.

Era una situación extraña. Danny, un niño rico, se había convertido en detective de homicidios. De ese modo se encontraron otra vez después de años de separación tras el instituto. Danny quería llegar a ser abogado y dedicarse a la política. Pero no solo quería atrapar a los criminales; quería encerrarlos él mismo. Spencer se había mostrado preocupada al principio, pero Danny se había apresurado a tranquilizarla.

—Los casos en los que trabajo no son peligrosos, Spencer. ¿Qué pueden hacerme las víctimas? ¡Ya están muertas!

A pesar de sus reticencias, Spencer lo apoyó y había seguido apoyándole desde entonces. Estaba claro que amaba a su marido... El pensamiento incomodaba a David. No podía evitarlo.

Pero no tenía sentido. Spencer era la mujer de Danny, y Danny era su mejor amigo. Los dos hacían una buena pareja y los dos procedían del mismo mundo. Todo el mundo había aceptado su relación, lo cual no hubiera sido probable si el afortunado hubiese sido David.

Ya formaba parte del pasado. David tenía su vida y... No importaba lo rápido que corriera de los recuerdos. Siempre acababan alcanzándolo.

¿Dónde demonios estaba Danny? El sol empezaba a apretar sobre su cabeza. Dio una última vuelta y empezó a correr en dirección a su casa.

Era una casa agradable y moderna. Tenía tres dormitorios y un bote amarrado al muelle trasero. Abrió la puerta y se dirigió hacia el teléfono.

—¿Qué pasa? ¿Qué demonios estás haciendo aquí? —preguntó Danny.

La respuesta le llegó en forma de tres balas. Una le quemó la oreja. Las otras dos lo alcanzaron de lleno.

La figura echó a correr. Danny Huntington abrió la boca antes de caer al suelo, pero ningún sonido salió.

No perdió la conciencia enseguida. Empezó a arrastrarse, dejando un reguero de sangre sobre las hojas muertas que cubrían la acera.

Siguió arrastrándose hacia la casa de David. La puerta estaba abierta. Jesús, cómo le dolía... Dios, oh, Dios, Dios, Dios, ¿cómo podía tener tanta sangre en el cuerpo? Su vida... oh, no, todavía no, todavía no podía morir...

Spencer...

—¡Danny!

David soltó el teléfono y corrió hacia la puerta. Danny se arrastraba hacia él, cubierto de sangre. David vio en seguida que le habían disparado y agarró de nuevo el teléfono.

—¡Tres-quince! —era el código de emergencia para los oficiales—. Danny Huntington ha sufrido un atentado —dio su dirección—. ¡Rápido, maldita sea! —añadió, aunque sabía que atendían a todos los agentes por igual.

Tomó a su amigo en brazos e intentó descubrir las heridas. Le habían disparado dos veces y había perdido mucha sangre, pero aún le latía el pulso y todavía respiraba. Si la ambulancia lo llevaba al Jackson Memorial a tiempo, había una esperanza.

«Corta la hemorragia, imbécil, corta la hemorragia», se repetía David a sí mismo.

Pero la sangre no dejaba de salir.

De repente Danny abrió los ojos y le pasó una mano por el cuello a David.

—Vamos, Danny, aguanta. Aguanta. La ayuda está a punto de llegar. Ya sabes lo rápidos que son los polis cuando se trata de uno de ellos...

—Spen... cer —murmuró él con voz estertórea.

—Sí, sí, buscaré a Spencer. Danny, tienes que ayudarnos. ¡Vamos, chico! Danny, ¿quién te ha hecho esto? ¿Quién...?

—Spencer —repitió Danny. La sangre le rebosaba por los labios— Spencer —articuló.

—Aguanta, Danny, aguanta. No me dejes. ¡Te quiero, mi flacucho forrado!

Ya se oían las sirenas y un helicóptero. En pocos segundos aparecieron los enfermeros y empezaron con los primeros auxilios. David sintió una mano en su hombro.

—David.

Se volvió y vio al teniente Oppenheim, su antiguo jefe; un hombre alto, robusto y canoso.

—David, deja que hagan su trabajo. Si alguien puede salvarlo son estos chicos. ¿Qué ha pasado? ¿Quién lo hizo?

—No lo sé. Habíamos quedado en la calle. Se retrasaba, así que volví para llamarlo por teléfono y entonces...

Miró a Danny. Lo habían subido a una camilla y esperaban a que aterrizase el helicóptero.

—David, dime que demonios ha pasado. ¿Dijo algo Danny?

—Estaba a punto de llamarlo cuando apareció en mi puerta. Solo eso.

—¿Dijo algo?

—Solo «Spencer». El nombre de su mujer.

¡Solo faltaban diez minutos! Spencer cerró el grifo y salió de la ducha. Se pasó una toalla vigorosamente por el cuerpo y se secó y peinó el pelo lo mejor que pudo. Todo tenía que ser perfecto, y ella sabía lo que quería hacer.

Segundos más tarde se había puesto un liguero negro, unas medias negras, unos tacones negros y se estaba atando al cuello la corbata negra de Danny. A Danny le encantaba verla de negro, y se moría por verla solo con la corbata.

Bajó las escaleras, se cercioró de que las cortinas estuviesen echadas, y entró en la cocina. Puso una botella de Dom Perignon en un cubo con hielo, llenó de uvas dos cuencos de cristal y se lo llevó todo a la salita. Cubrió la mesita victoriana con un paño de encaje, colocó las uvas y el champán y se sentó en medio. Miró el reloj. Cinco minutos. Se levantó y abrió el cerrojo de la puerta. Se echaría a perder el efecto si tenía que abrirle, y Danny no llevaba llaves en los pantalones cortos.

Se sentó de nuevo, con el corazón latiéndole deprisa. ¿Tendría un aspecto sexy o ridículo? No importaba; se reirían de todas formas.

Miró hacia la puerta, un poco molesta. ¿Qué pasaría si el cartero abría la puerta? No, nunca llegaba hasta el mediodía.

¿Y un vagabundo? ¿O un psicópata asesino?

Se reprendió a sí misma. Solo faltaban unos minutos. Aunque a lo mejor Danny estaba tomando café con David; tal vez se hubiera sentido culpable por cancelar la cita y le hubiera contado la verdad. Eran amigos de toda la vida, y nada se interponía entre ellos, ni siquiera ella.

No quería influir en la amistad de nadie; era solo que ya había asumido que David no pertenecía a su vida. La herida estaba cerrada y la tormenta había pasado. Era una niña cuando se enamoró de David, y nunca se hubiera imaginado que la pasión pudiera llegar a un extremo tan salvaje como el que alcanzó con él. Tan intenso y a la vez tan odioso.

—¡Para! —se ordenó a sí misma. Estaba sentada en una mesita, totalmente desnuda, esperando a que volviera su marido para hacer un bebé juntos.

Esperaba a Danny, el mejor marido del mundo, pero si se descuidaba se pondría a pensar en la primera vez que se enamoró. Con el mejor amigo de Danny.

David Delgado.

—Si es una niña se llamará Kyra —dijo en voz alta—. ¿Le gustará a Danny? Aunque seguro que estará tan feliz cuando nazca que le importará un bledo cómo se llame.

Fue en casa de su abuelo Sly. Ella tenía dieciséis años y él no era mucho mayor. Él adoraba a Sly y nunca se atrevió a tocarla, pero Terry-Sue estaba al acecho y Spencer no pudo quedarse de brazos cruzados, de modo que tomó ella la iniciativa. Desde el principio, tenía muy claro lo que quería.

Pero no estaba preparada para lo que recibió. Ni para lo que siguió a continuación...

—Y si es un niño, entonces Daniel, por supuesto.

En ese momento llamaron a la puerta. Sonrió. Su amado Danny había vuelto.

—Está abierto. ¡Entra! —gritó.

La puerta se abrió y ella vio a una figura alta recortada contra la luz exterior. Demasiado alto, demasiado musculoso, demasiado tenso para ser Danny. Cabello oscuro, piel bronceada, rasgos fuertes...

—¡David! —se quedó sin aire, sentada desnuda sobre la mesa, con la corbata negra perfectamente colocada.

Dio un salto, agarró un paño del sofá y se cubrió lo que pudo.

—Yo... eh... Estaba esperando a Danny. ¿No iba a hablar contigo? Hay café en la cocina. Si me disculpas iré a vestirme...

—Spencer —no dijo más. Solo la miró, y ella lo supo.

—¿Danny? —susurró.

Entonces vio las manchas rojas en su camiseta, en sus pantalones cortos... Y las lágrimas en sus ojos. Lágrimas. La única vez que vio llorar a David Delgado fue en el funeral de Michael McCLoud.

—Danny. ¡Oh, Dios mío! ¡Danny!

Nunca había sentido tanto miedo. Todo empezó a dar vueltas a su alrededor.

—Spencer, tienes que venir conmigo. Enseguida.

Oyó las palabras a lo lejos. La conciencia la abandonaba, a merced de la creciente oscuridad. Tacones, medias, corbata... se derrumbó y todo se volvió negro, como si alguien hubiese apagado la luz.

Ojalá hubiera podido quedarse en la oscuridad, pero David la reanimó a tiempo.

—Spencer, está vivo. Date prisa.

Aquello la devolvió a la realidad, y pudo reunir fuerzas paras vestirse en pocos minutos. En poco rato una escolta policial los dejó en el Jackson Memorial.

Danny ya estaba en el quirófano, y David y ella pasaron largas horas vagando por los pasillos, bebiendo café en vasos de plástico, esperando...

Sorprendentemente, Danny sobrevivió a la operación, a pesar de que tenía muchos órganos dañados. Aguantó día tras día, con Spencer agarrándole la mano.

Pero a las tres semanas del ataque, los médicos informaron de que había entrado en coma. No fue por culpa de las heridas sino por una infección que se le extendió por el cerebro. Estaba vivo, y a la vez muerto, por lo que pidieron a Spencer la autorización para desconectarlo de los aparatos.

Ella firmó los papeles y se quedó a su lado, sin soltarle de la mano. Unas manos tan normales, que con tanto cariño la habían acariciado...

Una semana después, Danny exhaló su último suspiro. David también estaba allí, observando en silencio. Había abandonado su trabajo para estar con su amigo. Y con ella. Entre los dos se había pactado una tregua tácita, y el pasado permaneció enterrado por respeto a Danny. También se presentaron los familiares y amigos de Spencer. Todos ofreciendo un consuelo inútil. Solo importaba la silenciosa presencia de David.

Fue él quien la sostuvo en brazos cuando se llevaron el cuerpo; y también fue él quien habló en el funeral ante cientos de personas. Habló de cuando Danny era niño, del buen amigo y policía que fue, del mejor hombre que había conocido.

Cuando acabó le cedió el micrófono al oficial.

—Detective Daniel Huntington —anunció suavemente.

Una salva de veintiún rifles explotó en el aire.

Y todo acabó. Finalmente, Danny había muerto.

2

David estaba leyendo el informe cuando ella apareció como un viento implacable, o más aún, como un condenado huracán. Arrojó el periódico en su mesa y le clavó la mirada.

—Spencer —dijo David levantando la vista—. Es un placer verte por aquí —y era cierto. Era un placer, aunque pareciera una tigresa a punto de saltar sobre su yugular, y aunque el último año hubiera hecho mella en su aspecto. Estaba más delgada y demacrada pero Spencer Anne Montgomery seguía resultando imponente.

Spencer Anne Huntington, se recordó a sí mismo. Huntington.

Había estado evitándola y era consciente de ello. Después del funeral, Spencer se marchó con su familia a Newport; al volver siguió trabajando en las oficinas de West Palm, y en esos momentos estaba en su despacho, mirándolo furiosa.

—Ya he comprado el Miami Herald —le dijo él.

—Que lo compres no quiere decir que lo leas —replicó ella, empujando el periódico hacia él. David ya había leído el artículo, y ya lo había lamentado.

Desde la muerte de Danny, un año atrás, no se había detenido a nadie. Ni siquiera había sospechosos. La policía trabajaba sin descanso, incluso el propio David recorría las calles buscando el menor indicio. Pero no encontraban nada, a pesar de los muchos interrogatorios que se llevaron a cabo. También los interrogaron a él y a Spencer ya que, como amigo y esposa de Danny, eran los primeros sospechosos.

—¿Quieres sentarse, Spencer? —le indicó un sillón tapizado de cuero frente al escritorio—. ¿O prefieres quedarte ahí de pie, mirándome?

—¡Quiero que hagas algo!

—Spencer está aquí, David —dijo Reva, la hermana de David, apareciendo por la puerta. Nadie podía sortearla; nadie excepto Spencer.

—Gracias, Reva. ¿Te importaría decirle a la señora Huntington que se siente? —sugirió.

—Spencer...

—Reva, ¿has leído el artículo? —le preguntó Spencer volviéndose hacia ella.

David se quedó mirando a las dos mujeres. Tenían la misma edad y ambas eran muy atractivas. Spencer, con sus cabellos dorados y sus ojos azules, y Reva, con su melena rizada y oscura y sus ojos azul marino. Las dos se llevaban bien, pero por culpa de David no habían llegado a ser mejores amigas.

—Lo he leído, Spencer —dijo Reva—, pero tienes que saber que David ha hecho todo lo posible...

—¡No es suficiente!

—Pero, Spencer...

—Era tu mejor amigo —dijo ella volviéndose hacia David—. ¿Cómo puedes olvidarlo sin más? ¡Lee el artículo! Dice que la policía no hace nada, que a nadie parece importarle ya.

—Spencer —dijo él levantándose—. Ya he leído el maldito artículo. Y por si no lo has notado, el autor también dice que tendrían que haberte investigado más a fondo.

—Y mientras el asesino se pasea por ahí, riéndose de todo el mundo.

—Spencer —dijo Reva—, David estuvo a punto de perder su negocio por concentrarse exclusivamente en descubrir al asesino. No tienes...

—Entonces contrataré los servicios de David y los de toda la puñetera empresa.

—No trabajaré para ti, Spencer —le dijo él rotundamente—. Y ahora, puedes sentarte o marcharte.

—Maldito seas, David. No me pienso ir.

—Te irás porque te echaré a la fuerza. Y luego llamaré a la policía y les diré que me estás acosando —suspiró con desesperación—. Spencer, por favor, ¡siéntate!

Ella obedeció.

—Os traeré un poco de café —ofreció Reva.

—Para Spencer que sea descafeinado. ¡No le hace falta la cafeína! —dijo David.

Volvió a sentarse y no pudo evitar un sentimiento de culpa y de pena. Spencer estaba tan pálida y tan delgada... Seguía vistiendo con elegancia, igual que siempre. Llevaba un bonito vestido sin mangas que debía de ser bastante caro, aunque Spencer decía que compraba la ropa por el gusto, no por el nombre que llevase bordada. Spencer nunca presumía de su dinero, pero era imposible ocultar que lo tenía.

—Ha pasado un año, David —le dijo ella fríamente.

—Spencer, ¿has ido a la policía...?

—Pues claro que sí. Muchas veces. Son tan encantadores como siempre, excepto cuando empiezan a hacerme preguntas.

—Tienen que hacerlo, Spencer.

—Pero, ¿cómo piensan que pude matarlo yo?

—Para ellos cualquier cosa es posible. Podrías haberle disparado y haber vuelto a casa para esperar a que alguien te lo contara.

—Pero tú sabías...

—Te hablo como hablaría un oficial. Tú eras su mujer, y heredaste una considerable fortuna tras su muerte.

—Pero tú me encontraste...

—Desnuda. Un buen modo de librarse de la ropa manchada de sangre.

—¡Maldito bastardo! —explotó levantándose—. ¿Y qué pasa contigo? ¡Murió en tus brazos!

—Spencer, siéntate o te haré sentarte yo mismo —ella no obedeció esa vez—. Spencer, a mí también me interrogaron una y otra vez. Mis propios compañeros...

—Yo amaba a Danny —dijo ella empezando a llorar.

—Lo sé, Spencer —sintió una punzada en el corazón. Él también quería a su amigo, como todo el mundo que conoció a Danny Huntington; excepto su asesino. ¿O asesinos?

—Spencer, ¿recuerdas el caso de Bayshore Drive, hace unos años? Una mujer llamó diciendo que unos hombres habían entrado por la fuerza y habían matado a su marido. Al final se descubrió que fue ella misma quien los contrató para que lo hicieran. ¿Recuerdas?

—Sí, lo recuerdo —respondió ella impaciente— .Ella era mucho más joven que su marido y quería su dinero. No se parece en nada a esto.

—Spencer, la policía no puede evitar una suposición semejante. La mayoría de los asesinatos los cometen personas cercanas a las víctimas. Y las esposas están en la cabeza de la lista.

—Maldito seas, David. No he venido para que me expliques por qué me interroga la policía. Danny murió hace un año. Era un policía, David, un policía asesinado... y no hay nada.

—Spencer, a veces lleva tiempo encontrar algo...

—Quiero saber lo que tienes.

—Spencer, vete a casa y ponte a reconstruir algo.

¿Era «reconstruir» la palabra correcta? No estaba seguro de ello. Montgomery Enterprises no era exactamente una empresa de la construcción, ni tampoco de decoración. Sly había fundado el negocio cuando la próspera ciudad no era más que un poblado sobre una ciénaga. Había colaborado con los mejores arquitectos haciendo cornisas, molduras, repisas de chimenea... En la actualidad, se dedicaban a restaurar los pequeños detalles de los edificios: tejas, baldosas, azulejos. A David le parecía increíble que un negocio así pudiera mantenerse a flote, pero gracias al auge del Art Deco, y el gusto por lo antiguo en la reurbanización de playas y barrios, Montgomery Enterprises era más que rentable.

—Vete a casa, o repara algún cuarto de baño antiguo y pintoresco...

–Me fui a casa, David. Me fui durante un año y lo dejé todo en manos de la policía, y también en las tuyas. ¡El chico de pueblo que podía encontrar cualquier cosa! Maldita sea, me fui y parece que soy la única a quien le importa. El discurso fue genial, los policías que asistieron fueron maravillosos, la salva de veintiún rifles fue extraordinaria... Pero lo enterraron y el caso quedó enterrado con él. Ahora quiero que se haga algo, y quiero saber lo que tienes. ¿Qué estaba investigando Danny? ¿Por qué iba a verte esa mañana?

—¡Café! —anunció alegremente Reva desde la puerta.

David se alegró de la interrupción y se concentró en la bandeja que su hermana dejó sobre la mesa. La cafetera era de plata, al igual que la bandeja, y las tazas de porcelana china. ¿Qué había pasado con las tazas normales que guardaban en la oficina?

Miró a Reva, quien miró a Spencer y se encogió de hombros.

—Gracias, Reva —dijo Spencer aproximándose a la bandeja.

—Spencer, por favor, cálmate —le pidió David.

—¡No puedo quedarme quieta! —exclamó ella. Miró a Reva—. No pretendo ser problemática pero... ¿tenéis todavía esas tazas grandes?

—Yo... —balbuceó Reva—. Sí, claro, por supuesto.

Salió del despacho y David se recostó en su asiento, sin saber si sonreír o si echar a Spencer por la fuerza.

—Spencer, si crees que Danny me importa, entonces sabes que hago todo lo que puedo. Todo el mundo sabe que la policía no dejará escapar al asesino de un agente...

—¿Por qué quería verte esa mañana? —lo interrumpió ella.

—Para hablar del caso Vichy.

—Quiero saber de qué trataba ese caso.

En ese momento volvió Reva con las tazas.

—Gracias —le dijo Spencer—. No sé por qué, pero el café sabe mejor en una taza así.

—Yo lo serviré —dijo David. ¿Cuándo demonios se libraría de ella?

—Para mí no —dijo Reva— .Tengo un montón de trabajo pendiente —sonrió y volvió a salir.

—Spencer, maldita sea, si vas a quedarte, ¡siéntate! —dijo David en un tono más duro. Ella se sentó y él sirvió el café—. ¿Sin leche y con una cucharada de azúcar?

—Sí, por favor —lo tomaba igual desde el instituto.

Algunas cosas nunca cambiaban. Como lo que él sentía por ella.

Dejó bruscamente la taza frente a ella y volvió a sentarse.

—Esto es lo que he estado haciendo, Spencer —abrió un cajón y sacó una pila de carpetas—. Hay más de doscientas entrevistas, notas de personas, lugares, vigilancias... Cinco de los casos en los que trabajaba Danny están cerrados y no tienen ninguna relación posible con su asesinato. El caso Vichy permanece abierto y puede que permanezca abierto para siempre.

—¿Por qué?

—Tú conoces a Eugene Vichy.

—¿Lo conozco?

—Es socio de tu club.

Al verla fruncir el ceño, David supo que Spencer no pisaba el club desde hacía tiempo.

—Tiene cincuenta y tantos años, pelo blanco, buen aspecto, como si fuera un actor de cine. Su difunta esposa era diez años mayor que él y no muy agraciada, pero sí bastante rica. Murió de un golpe en la cabeza. Vichy declaró haber llegado a casa y habérsela encontrado en completo desorden. Varios diamantes habían desaparecido. Dijo estar muy afectado por la pérdida de su querida Vickie.

—¿Vickie? ¿Vickie Vichy? —preguntó Spencer.

—¿La conoces?

—El nombre me resulta familiar, pero no recuerdo de qué. ¿Por qué crees que el caso no se resolverá?

—Porque Vichy pasó la prueba del detector de mentiras y aún sigue manteniendo su versión.

—Puede que sea inocente.

—No lo creo —negó con la cabeza—. Y tampoco lo creía Danny.

Spencer se sentó, muy seria.

—Danny investigaba a Vichy, y este sabía que Danny no iba a abandonar. Y ya demostró ser capaz de cometer un asesinato...

—Spencer, la policía necesita pruebas para arrestar a alguien.

—Muy bien. Continúa. ¿Quién más está en la lista?

—Spencer, deberías irte a casa...

—No me iré hasta que me lo cuentes todo.

—No tengo que contarte nada. No trabajo para ti.

—Entonces empieza a trabajar para mí.

—No.

—David, el dinero no es problema. Necesito...

—¡Maldita sea, Spencer! —había decidido mantener la calma, pero era imposible. Tenía tantas ganas de zarandearla como de abrazarla. Tal vez lo primero fuese más seguro—. No puedes comprarme. Lo sabes muy bien.

—¡No se trata de comprarte! —replicó ella—. Él era tu mejor amigo...

—Sal de aquí, Spencer.

—No me iré hasta que acabes de contármelo.

—¡Entonces seré yo quien te eche! —le advirtió él.

—Me iré yo misma —dijo ella entornando los ojos—. Solo quiero saber qué más estás haciendo, y a quién más estás vigilando.

—Como te echaron de la comisaría has venido a torturarme a mí, ¿no? —se quejó él.

—David...

—Sí. Vichy pudo haberse cansado de las investigaciones de Danny —le espetó fríamente—. Solo hay dos personas a las que Danny estaba investigando que podrían tener relación. La primera es Ricky García, quien...

—Sé quién es. Recuerdo que Danny hablaba de él. Es el jefe de una mafia cubana. Controla el negocio de las drogas, la prostitución, el juego...

—Exacto. Muy peligroso y más escurridizo que una anguila.

—Tuvo que ser él —susurró Spencer—. Tiene que haber un modo de cazarlo.

—Si lo hay, la policía lo encontrará, pero no es seguro que tuviera nada contra Danny. De hecho, a Ricky le gustaba Danny.

—¿Cómo?

—Es muy normal que a los criminales les gusten los polis que van tras ellos.

—Pero...

—El segundo es Trey Delia. Seguro que también te suena.

—El que profanaba las tumbas para sus rituales.

—Fue acusado de profanamiento, pero la policía no cree que fuera por los cuerpos, sino más bien para ocultar pruebas. Eso es todo lo que tengo, Spencer. Ahora quiero que te marches. Vete a casa y olvídalo.

—No puedo olvidar...