Cada palabra que nunca dijiste - Jordon Greene - E-Book

Cada palabra que nunca dijiste E-Book

Jordon Greene

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Beschreibung

Skylar es adoptado por la familia Gray y comenzará de nuevo junto a ellos: una nueva escuela y la posibilidad de finalmente tener amigos se suman a su experiencia de vida. Pero él no es simplemente un chico más: es no-verbal, y le gustan los chicos tanto como usar faldas. Sin embargo, la coraza de acero que creó alrededor suyo tiembla cuando se encuentra con un roquero de pelo blanco. Jacob, el hijo gay del hombre más conservador y cerrado que exista, tendrá que tomar decisiones que nunca imaginó cuando su padre, director de la junta escolar, pretende realizar cambios solo para negarle a Skylar su libertad.

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Sinopsis

Skylar es adoptado por la familia Gray y volverá a empezar junto a ellos. Una nueva escuela y la posibilidad de encontrar amigos se suman a su experiencia de vida. Pero él no es simplemente un chico más: es no-verbal y le gustan los chicos tanto como usar faldas. Sin embargo, la coraza que levantó a su alrededor tiembla cuando se encuentra con un roquero de pelo blanco.

Jacob, el hijo gay del hombre más conservador y cerrado de la ciudad, tendrá que tomar decisiones que nunca imaginó cuando su padre, director de la junta escolar, pretenda cambiar las reglas solo para negarle a Skylar su libertad.

Jordon Greene

Cada palabra que nunca dijiste

1° edición: Enero de 2023

© 2023 Jordon Greene

© 2023 Ediciones Fey SAS

www.edicionesfey.com

Ilustraciones: Lucía Limón

Diseño y maquetación: Ramiro Reyna

Greene, Jordon

Cada palabra que nunca dijiste / Jordon Greene ; Editado por Ignacio Javier Pedraza ; Fiorella Leiva ; Ilustrado por Lucia Limón Barreda. - 1a ed - Córdoba : Fey, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

Traducción de: Jacqueline Grasso.

ISBN 978-987-48784-6-5

1. Narrativa Infantil y Juvenil Estadounidense. 2. Diversidad Sexual. 3. Homosexualidad. I. Pedraza, Ignacio Javier, ed. II. Leiva, Fiorella, ed. III. Barreda, Lucia Limón , ilus. IV. Grasso, Jacqueline, trad. V. Título.

CDD 813.9283

Para Amanda Jane, por ser la amiga brutalmente honesta y sin prejuicios que todes necesitamos.

Miércoles 14

Skylar

Nuevos comienzos. Estoy harto de ellos.

Juro que están sobrevalorados y nunca terminan mejor que el anterior. Con cada cambio de escenario, cada reubicación y cada oportunidad de empezar de nuevo, llega la rápida e inevitable caída a mi realidad.

—Creo que está todo listo, Skylar. —Mi nueva consejera, la señora Alderman, sonríe cálidamente. Es el tipo de sonrisa que pretende ser acogedora y tranquila, pero que en realidad dice buena suerte por tu cuenta. No es nada nuevo, cambiar de colegio se convirtió en una especie de ritual y todos son iguales.

Vuelve sus ojos verdes y sus mejillas regordetas hacia el señor y la señora Gray, es decir, mis, eh… nuevos padres.

—Nos aseguraremos de notificar a sus profesores de su disca…

Y ahí está el primer error.

Se detiene y tose en su puño. Solo dilo, por el amor de Dios. ¡Vamos! Mi discapacidad.

—Que Skylar no verbal —corrige, mirándome con timidez antes de enderezarse en su asiento.

No me muevo, pero miro de reojo a la señora Gray. Sonríe con compasión, con sus pequeñas manos entrelazadas a las de mi padre adoptivo, quien suelta un pequeño resoplido. Esta mañana estaban muy nerviosos y, por lo que parece, todavía lo están.

No pasó una semana completa desde que me mudé y me convertí en Skylar Gray en lugar de Skylar Rice. Eso es otra cosa a lo que me va a tomar algún tiempo acostumbrarme.

Ahora estamos sentados en la oficina de la preparatoria local, A.L. Brown, donde el señor Gray se graduó hace una eternidad, inscribiéndome en las clases.

—Lo siento, Skylar —dice la señora Alderman mientras asiente.

Sonrío y empiezo a escribir en mi teléfono. Cuando aprieto el botón reproducir, una versión británica masculina de Siri responde por mí:

—No pasa nada.

Literalmente no puedo hablar. Esa es mi discapacidad. Resumiendo, tuve laringitis cuando tenía cinco años y eso arruinó mis cuerdas vocales. Así que sí, no puedo. En absoluto. No sale nada de mi boca, excepto ruidos incoherentes y aire. Mi teléfono es mi voz.

Sus hombros se relajan y teclea algo que no alcanzo a ver. La impresora cobra vida y termino con un papel en mis manos, mi horario de clases.

—¿Tienes alguna duda? —pregunta mi consejera.

Frunzo los labios y niego con la cabeza, dejando un mechón de pelo rebelde sobre mi ojo. Lo hago a un lado. Incluso si tuviera alguna pregunta, diría que no. La mayor parte del tiempo es molesto tener que hablar, así que lo evito siempre que puedo.

—¿Y tus padres? —La señora Alderman se dirige al señor y la señora Gray. Les doy una pequeña sonrisa para que sepan que estoy bien.

Hasta ahora han sido bastante buenos. Todavía los estoy conociendo, pero ya son mucho mejor que cualquiera de mis padres de acogida o cualquier persona con la que haya convivido en los hogares para niños en los últimos ocho años. Creo que me gustan, aunque todavía no puedo deshacerme de este molesto sentimiento, de que se darán cuenta que adoptaron un hijo defectuoso y me encontraré de vuelta en el sistema de acogida de Vermont, en lugar de este suburbio de Carolina del Norte. ¿O simplemente me meterán en el sistema de esta región?

Pudo haber sido, por ejemplo, esta mañana cuando estuve a punto de ponerme una de mis faldas en lugar de estos pantalones cortos, pero no lo hice. El señor y la señora Gray dicen que no les molesta, pero no quiero presionarlos. Además, las únicas dos que tengo las compré a escondidas hace unos años y ya me quedan demasiado cortas, más o menos a la mitad del muslo.

—Creo que ha cubierto nuestras preocupaciones —dice el señor Gray, o Bob. Me dijo que lo llamara Bob si aún no podía llamarlo papá.

Fueron con una larga lista de dudas, desde cómo la escuela trabajaría conmigo en el aula hasta cómo se trata a los bravucones, y continuaba. La señora Alderman respondió a cada una de ellas con facilidad.

—Entonces parece que hemos terminado aquí. Les prometo que nos aseguraremos de que Skylar se sienta como en casa aquí en Brown. —La señora Alderman se levanta y señala hacia la puerta de la oficina con la mano—. Los acompañaré a la salida. Skylar, puedes esperar aquí. Un estudiante te mostrará el lugar antes de ir a clases.

—Que te vaya bien, campeón. —Bob me aprieta el brazo justo cuando la señora Gray, Kimberly, me abraza. Sigue siendo un poco raro esto de los abrazos, pero se lo permito porque parece a punto de llorar.

—Si necesitas algo, escríbenos —me dice ella.

Y me alegro de que se detenga ahí. Tengo quince años, para dieciséis. Y sí, puede que sea bajito, pero no soy un niño de jardín que empieza su primer día de clase. Soy un estudiante de segundo año y sé que me enfrenté a más bravucones e idiotas que cualquiera de ellos dos.

Asiento de todos modos, solo por ella, y parece ser suficiente. La señora Alderman los lleva a la oficina principal y la puerta se cierra mientras suena un timbre.

Unos minutos después, abren la puerta de nuevo.

—Skylar —dice la consejera llamándome con su mano. No tiene sentido perder el tiempo, me van a hacer ir a clase tarde o temprano, así que me echo la mochila al hombro y la sigo—. Skylar, este es Jacob. Jacob, Skylar.

—Ey. —Inclina la cabeza y su cabello se balancea por encima de sus ojos verdes brillantes. ¡Ese cabello! Es totalmente blanco. Angelical, si no fuera porque parece haber caído del cielo y montado una banda de rock punk.

Le devuelvo el saludo, luchando contra el impulso de morderme el labio. Es muy lindo.

—Skylar acaba de ser transferido. Necesito que le enseñes la escuela y lo ayudes a encontrar sus clases. Haz que se sienta como en casa —explica la señora Alderman, lo que hace que él deje de mirarme.

Dejo escapar un suspiro y veo sus dedos jugueteando con el dobladillo de su camisa, verde y desabotonada, que lleva sobre una camiseta negra. Tiene las uñas pintadas de negro.

La señora Alderman levanta la vista de su reloj y le entrega a Jacob un papelito. Desvío la mirada y la poso en una impresora beige mucho menos interesante.

—Aquí tienes tu pase de corredor. Deberías tener tiempo de sobra antes del final de esta clase. Ah, y Skylar no puede hablar.

—Yo también me quedaría sin palabras si me trasladaran aquí. —Jacob sonríe ante su propia broma.

—Eh… —La señora Alderman se queda sin palabras. Nos mira y le sonríe como pidiéndole por favor, cállate—. Es no verbal, no puede hablar. Skylar habla a través de su teléfono.

—Oh. ¿Como un tonto*? —Jacob se estremece, juro que lo hace, pero se recupera rápido—. Quiero decir… Eh… Genial, emm… bueno.

* N. de la T.: En inglés, la palabra dumb tiene dos acepciones: ‘tonto’ y ‘sordo’. En la Biblia, en inglés, se utiliza esta palabra para referirse a las personas sordas (Luke 1:20)

—No, como alguien que no puede hablar verbalmente. —La señora Alderman se ve claramente decepcionada. Creo que está a punto de decir algo más, pero en su lugar me mira con una disculpa dibujada en su rostro.

—Eso es lo que quería decir, como… no importa. —Jacob deja de hablar y asiente presionando sus bonitos y estúpidos labios.

No es nada que no haya escuchado antes. Y estoy seguro de que no será lo peor.

—Muy bien. —La señora Alderman fuerza una sonrisa—. Estamos contentos de tenerte aquí, Skylar. Dejaré que Jacob te enseñe los alrededores. —Asiente hacia Jacob, con los ojos resplandecientes, y desaparece dentro de su oficina.

Levanto mi mirada hasta encontrarme con sus desafortunadamente hermosos ojos y plasmo una sonrisa expectante en mi rostro. Se queda parado mirándome hasta que se da cuenta.

—¡Cierto! ¡El tour! —Jacob se sacude. Su voz sube varios tonos y me hace un gesto para que lo siga—. Acompáñame.

Suspiro y escribo con furia en mi teléfono.

—No soy sordo. Puedo oírte.

—Ah, claro. —Frunce los labios y mira a otro lado—. Entonces, ¿vamos?

Este va a ser un día largo.

Jacob

La profesora Agee debe odiarme más que mi padre. Me ofreció a la señora Alderman, a mí de todos los alumnos, para darle la bienvenida al chico nuevo. ¿De verdad?

Pensé que estábamos en buenos términos, tuve una B en su clase el semestre pasado. Claro que me gusta hablar, pero no soy el alumno que nunca se calla, ese es Eric.

Y lo llamé tonto. En mi defensa, según mi iglesia, así es como llaman a la gente que no puede hablar en la Biblia. Y eso es lo que me inculcaron. Por otra parte, también dice que puedes tener esclavos y que las mujeres deben estar calladas, y eso no es así. Desearía poder quitarme todo eso de la cabeza.

«Solo olvídate de lo que pasó. Él no parecía estar tan perturbado».

Quizá también tenga problemas de memoria. Cruzo los dedos para que sea así, porque yo no voy a retomar el tema para disculparme.

—Entonces, ¿bienvenido a Brown? —digo, pero suena a pregunta. No voy a mentir y decir que es la mejor escuela. Creo que es algo universal que la gente odie la escuela. Quiero decir, es la escuela.

Asiente con la cabeza y me recuerdo que no debo esperar mucho más como respuesta.

—Emm… Solo quédate conmigo y trataré de hacer esto lo menos doloroso posible. —O sea, no más doloroso de lo que ya fue para ambos—. No sé si te interesan los deportes, pero somos los Maravillosos. ¡Ooh!

Alzo las manos hacia los pasillos vacíos, fingiendo alentar. Me regala una media sonrisa. Omito decirle que estoy en el equipo de natación. En primer lugar, dudo que le importe. En segundo, no voy a ser como esos imbéciles cuya vida entera gira alrededor de estar en un equipo de la escuela.

—¿Puedo ver tu horario? —pregunto.

Skylar asiente y me entrega el papel. Su dedo roza mi mano y mis ojos se dirigen a su cara durante un segundo, antes de volver a la hoja.

Es lindo, como un cachorrito de ojos marrones. Hasta mi cuerpo flacucho podría alzarlo sin esfuerzo. Aunque arrugaría esa camisa a rayas anaranjadas que parece demasiado elegante para los pantalones cortos y negros que lleva puestos.

En realidad, es muy lindo. Podría acostarme con esta belleza, si él estuviera interesado en los chicos. O en mí. Probablemente no debería pensar en acostarme con el chico nuevo tan pronto. O nunca.

«Enfócate. Horario. Mira su horario».

Genial. Está en mi segunda clase. Danza. No puedo decir que esperaba eso. El resto es bastante típico para un estudiante de segundo año. Inglés avanzado en la primera clase, luego Cívica en la tercera, y Sociología terminando el día.

—La mayoría de tus clases están en la misma ala, excepto Danza. —Giro para mirarlo mientras camino marcha atrás por el corredor—. ¿Tú escogiste Danza?

—Sí. ¿Hay algo de malo en eso? —El teléfono de Skylar pregunta con acento británico. ¿Por qué británico?

—Eh, nop. —Estoy un poco desconcertado por la voz. ¿Británico?

Hasta ahora me imaginaba que era el único chico que tomaría Danza este semestre. No pude convencer a Ian de que lo hiciera y no llegué a la segunda hora para confirmarlo, ya que tenía que acompañar al chico no-hablo. Bueno, quizá no debería llamarlo así. No necesito sonar como un idiota retrógrado. Ya conocerá varios de esos.

—Yo también la escogí —le doy mi primera sonrisa genuina—. En el mismo horario.

Cuando sus dedos se dirigen al teléfono noto que algo cuelga de él. Es pequeño, verde y con púas. Dios mío, es un pequeño dinosaurio. Se acaba de poner más lindo.

—Genial —dice su teléfono, atrayendo de nuevo mi atención hacia él.

—Sí, genial —digo mientras entramos en la cafetería—. Después de la segunda hora se almuerza aquí. No es nada especial. Solo un comedor. Aunque no tienes que comer aquí. Puedes ir a cualquier otro sitio. Ah, y no sé de dónde vienes, pero aquí tenemos un menú a la carta. Las papas fritas son increíbles, casi como las de McDonald’s. Pero evita las hamburguesas. Las hacen en el infierno.

Logro sacarle una gran sonrisa. Su cabeza se mueve como si se estuviera riendo, pero sin sonido. Es raro.

—Vamos arriba. Te enseñaré dónde están tus otras clases. —digo.

Me sigue en silencio hacia el ala de Lengua y Literatura. Puedo quedarme callado si hay música sonando, o cuando estoy en casa y esa es la alternativa a hablar con papá, pero ahora mismo no puedo.

—Entonces, ¿eres del norte? —Rompo el silencio. Seguro que no puede hablar, pero puede usar su teléfono, ¿no? Lo miro mientras teclea.

—Sí. Soy de Vermont —dice Siri, quiero decir Skylar, pero sigue siendo Siri técnicamente. Debe ser raro hablar a través de otra cosa. Como sea, ¿Vermont? Eso está muy arriba.

—¿Vermont? ¿Casi en la punta?

—No, más bien en el medio. En Rutland —dice tras teclear unos segundos más. Me mira con la misma media sonrisa de antes.

—¿Hacía mucho frío allí arriba? —No sé qué más preguntar sobre Vermont.

Asiente animadamente y abro las puertas del ala de Lengua y Literatura. Las voces de los profesores se escapan por las puertas abiertas de las aulas y llegan como un susurro por el pasillo. Las ignoro y vuelvo a mirar su horario.

Tiene a la profesora Sangster en Inglés. Lo siento, Skylar. Su aula está cerca. Damos la primera vuelta a la derecha y está a dos puertas.

—Tu primera hora, Inglés, es aquí. —Bajo la voz a un susurro y señalo a mi izquierda donde está el nombre de la profesora Sangster estampado en una placa plateada barata. Parece que tiene a la profesora Moyer para Cívica y al profesor Dennard para Sociología. Ambos están al otro lado de este pasillo—. Tus clases de Cívica y Sociología están al final del corredor. Pero Danza está abajo.

Asiente con la cabeza. Supongo que eso es todo.

Unos minutos más tarde, pasamos por la biblioteca y luego por el auditorio, donde se representan todas las obras de teatro de la escuela. Le hago comentarios rápidos sobre cada una de ellas. No me detuve mucho en la biblioteca. Para ser lector, no me gusta la biblioteca del colegio. Es todo muy recargado y viejo, y la mayoría de los libros son, bueno, viejos. Skylar no parece entusiasmado con los clásicos por la cara que pone.

—¿Dijiste que hacías deporte? —me pregunta su teléfono.

Me desconcierta. Sé que es él, pero aun así es muy extraño. Es como un robot futurista de Terminator, pero más lindo, y no está tratando de matarme.

—Sí. —Asiento—. Nado. Nada pretencioso ni importante como el fútbol o el baloncesto.

—Genial —responde Skylar, y tras una ligera pausa y un tecleo furioso, Siri vuelve a la vida—. Estoy pensando en hacer atletismo y tenis.

Hablando de deportes, entramos al gimnasio auxiliar. Es grande y está pintado de verde. El estudio de danza está en el extremo opuesto, junto a la sala de la banda.

—Nadar es suficiente para mí. Intervalos cortos, no esa mierda de actividad constante —le digo—. Además, suele ser dentro, así que es otra ventaja.

Skylar niega con la cabeza y resopla. Uf, ¿por qué es tan atractivo? ¿Por qué tiene que haber chicos lindos? Y para colmo son heterosexuales. Grito internamente ante mi condenado destino.

Es una de las muchas desventajas de vivir en un pueblo pequeño sin un coche propio. Estamos a media hora de la ciudad más grande del estado, pero cuando todavía estás en el instituto y, para colmo, tienes que usar el coche de tu madre para ir a cualquier sitio, es imposible conocer gente nueva. Además, ¿cómo invitas a salir a un chico sin la latente posibilidad de que un largo historial de masculinidad tóxica te conecte un puño a la mandíbula?

—Y aquí está el estudio de danza. Aquí es donde está tú, o nuestro, segundo periodo. —Señalo hacia la puerta de madera maciza con una placa que dice «Profesora Lockerman» junto a la pequeña rendija de una ventana—. No sé si la señora Alderman te lo dijo, pero tenemos que cambiarnos para la clase. No puedes ponerte eso. —Hago un gesto hacia su ropa, incluidos los ajustados shorts de vaquero negros que lleva. Me tropiezo con mis siguientes palabras—. Tenemos que llevar camisetas más ajustadas y mallas, o, como… uh… calzas.

Oh, Dios mío. Voy a verlo en mallas o calzas. Me trago un nudo que estaba creciendo en mi garganta y me encojo de hombros para despistarlo de lo nervioso que estoy. Necesito alejarme de esto. Compruebo mi reloj en busca de una excusa.

—Es casi la hora de comer. —Cambio de tema y vuelvo en la dirección por la que vinimos, comprobando su horario para ver el número de su casillero—. Te acompaño a tu casillero y luego vuelvo al comedor.

Junto a su casillero, dejo que averigüe su combinación antes de decir algo. Una parte de mí piensa en quedarse, en ir a comer con él. La otra parte grita que soy un estúpido por considerarlo siquiera. Sí, vamos a cortar eso de raíz ahora mismo.

Su cerradura se abre. Parece muy satisfecho mientras abre la puerta y guarda su mochila en el pequeño espacio metálico.

—Ten cuidado con tu celular, son muy estrictos en cuanto a que los tengamos. Es draconiano. —Lanzo una gran palabra que realmente nunca uso. Aunque sé de esta regla de los teléfonos porque me confiscaron el mío más veces de las que quisiera admitir.

Skylar inclina la cabeza y empieza a murmurar algo, y sus manos empiezan a moverse. Niego con la cabeza.

—Lo siento, no puedo leer los labios. —Me encojo de hombros. Podría decir lo más básico y yo seguiría sin tener ni idea.

Sus hombros se desploman.

—Necesito tenerlo —dice Siri y Skylar me señala—. No como tú.

Inclino la cabeza, burlándome de él.

—Como sea. —Me río—. Qué suerte tienes.

La campana me salva de seguir la conversación. Pero no puedo arrojarlo a los lobos así sin más.

—Déjame darte mi número por si te pierdes o algo así. —No sé por qué lo digo, pero lo hago. Al menos la señora Alderman no podrá decir que abandoné al chico nuevo.

Toca la pantalla un par de veces y me entrega su teléfono. Escribo mi número y mi nombre y se lo devuelvo.

—El comedor está al final del pasillo. —Señalo y empiezo a caminar marcha atrás para escaparme—. Nos vemos.

Skylar

La tercera clase, Historia, fue aburrida.

Sin embargo, las miradas que me dirigieron, cuando se enteraron de que no podía hablar, la hicieron interesante. Nunca sé si piensan que soy raro o si están celosos de que puedo usar mi teléfono durante la clase. Creo que iré por lo de raro.

Atravieso el vestíbulo abarrotado de gente, pasando por los grupitos, las miradas y los ceños fruncidos. Aún no hubo tiempo para que se corra la voz sobre el chico nuevo. Pero ya me pregunto si me llamarán minusválido, defectuoso o retrasado. Los oí todos. Y seguro alguien dirá que soy sordo. Pongo los ojos en blanco solo de pensarlo y entro a la última clase del día, Sociología.

Al frente de la clase está el profesor, creo. Está apoyado en un gran escritorio, asintiendo con la cabeza como si nos estuviera analizando a cada uno meticulosamente. Tiene un aire a Alexander Skarsgård cuando actuó en Battleship. Creo que se llama profesor Den-algo, pero tendría que buscarlo en mi horario. Saludo con la cabeza y me dirijo al final del salón para sentarme al fondo y ver cómo se ocupan los lugares.

Más caras. Más miradas. No porque me conozcan, sino todo lo contrario. Y como siempre, los susurros.

—¿Quién es el nuevo? —Escucho de un grupo de chicos de unas filas más allá y luego de dos chicas unos asientos más adelante, que ni siquiera intentan disimularlo.

Estoy aquí. Puedo oírlos. Solo tienen que preguntar. Les juro que no les cortaré una mano. Pero no ocurre. Rara vez lo hacen y no estoy muy seguro de por qué. No es que conozcan mi defecto. Al menos el chico del medio es algo lindo. Pelo castaño claro, labios más gruesos de lo que merece y parece alto. Desvío la mirada para no quedarme mirándolo.

A la gente no le importo, ni siquiera después de conocerme. Y cuando lo hacen, parezco importarles aún menos. No es que me moleste más, pero ese es el motivo por el cual no me acerco a la gente. Estoy aquí porque tengo que estarlo. Es la forma de llegar a la universidad. Es así como estoy resolviendo mi vida. No voy a necesitar a ninguno de ellos en el futuro. Así que de ninguna manera voy a presentarme. Empezar conversaciones con extraños no es lo mío. Prefiero terminarlas.

Finalmente, suena el timbre de la clase.

—Tomen asiento. —El profesor como-se-llame hace un gesto para que nos acomodemos y luego escribe su nombre en la pizarra—. Veo muchas caras conocidas, pero para los que no me conocen, soy el señor Dennard. Y no, no es De-nard, es De-nerd. Sí, nerd, supérenlo.

Las risitas y los murmullos no lo perturban. Yo aspiro a tener esa actitud de no-me-importa-una-mierda.

—Tal y como yo lo veo, la mitad de ustedes querían tomar esta clase y la otra mitad no tuvo elección. Sin embargo, vamos a tratar de llevarlo adelante juntos. ¿De acuerdo?

Nadie responde. Recibe un montón de miradas vacías y resoplidos de la mitad que no tuvo otra opción.

—En lugar de pasar lista, vamos a recorrer el aula y presentarnos —dice.

Se me cierra el pecho. No. ¿Por qué? Odio esta mierda. Que tome lista y no me haga hacer esto.

El profesor Dennard señala a una chica menuda de pelo corto y castaño al frente del aula, en la misma fila de bancos que yo.

—Empezaremos por aquí. Dinos tu nombre y un dato interesante sobre ti. Adelante.

Me paralizo. Ni siquiera es mi turno y mi mente ya abandonó el edificio. ¿Dijo que se llama Hannah? No importa, de todos modos, no va a hablar conmigo. Empiezo a teclear, tratando de pensar que puedo decir de mí que sea interesante. No soy nada interesante. Hasta ahora solo tengo «Hola, me llamo Skylar».

¿Por qué elegí este lugar del salón?

Hannah, creo que así se llama, se sienta y solo hay cinco personas antes de mí. ¿Qué digo? Se darán cuenta de que no puedo hablar en el momento en que me levante, así que eso no va a funcionar, además de que no es interesante, apesta. Y no pienso hablar de haber estado en una casa de acogida desde los siete años. Eso es triste. Le doy un rotundo no a contar que fui finalmente adoptado a los quince. Eso es simplemente patético.

Quizás: no hay mucho para contar sobre mí. Pero soy de Verm-

—Lo siento, espera un momento, Latoya. —El profesor Dennard interrumpe la presentación de la chica alta—. Vamos a guardar todos los teléfonos por favor.

No puede estar hablándome a mí, seguro que recibió una nota diciendo que necesito del mío. De todos modos, levanto la vista y veo que me está observando junto con todo el resto de la clase.

Me tiembla el párpado. Me gustaría poder decir simplemente Eh, lo siento. Lo necesito para hablar o algo así, pero no puedo. En cambio, empiezo a escribir en el celular, pero el sonido de unos pies que se acercan a mí llega a mis oídos mientras miro hacia abajo.

—Celulares… —Su voz comienza con una autoridad que desaparece cuando vuelve a hablar—. Lo siento. Tú debes ser Skylar.

Asiento.

—Tú sí puedes —dice y luego recorre la clase con su mirada ante los susurros—. Pero solo Skylar.

El profesor Dennard levanta una mano para silenciarlos. Supongo que no va a dar explicaciones.

—Continúa, Latoya.

Dice algo sobre la adopción de un beagle durante el verano y luego se sienta. La chica sentada delante de mí se levanta.

—Hola, soy Imani Banks —declara con una voz atrevida pero dulce, mientras aparta unos rulos negro azabache de su cara morena. Es bajita, más o menos como yo, pero hay confianza en su balanceo—. Y algo interesante, bueno, soy wicca.

¿Wicca? ¿Como la religión o la brujería? Eso es definitivamente interesante, aunque no estoy seguro si se lo contaría a la gente.

Por un momento me distrae de la tensión que se acumula en mi pecho. Odio este tipo de presentaciones.

—Oh… Gracias, Imani. —El señor Dennard parpadea un par de veces y luego sus ojos se posan en mí con expectación—. Ya sabemos tu nombre, Skylar. Pero ¿podrías presentarte?

Asiento un poco nervioso. Hago un pequeño ajuste en el mensaje que ya había escrito y lo reproduzco.

—Me llamo Skylar Gray y soy no verbal. Necesito mi teléfono para hablar. Y algo interesante es que soy de Vermont. Me acaban de trasladar —explica Siri con el acento británico que le puse hace años.

—De nuevo, lo siento, Skylar. La oficina envió un mensaje sobre tu teléfono, pero se me olvidó al principio. —El profesor Dennard se disculpa y se dirige al resto de la clase—. Sin embargo, esta es una gran oportunidad para ver cómo la comunicación no es únicamente verbal. También hay componentes no verbales, formados por las expresiones faciales, el lenguaje corporal, el tacto y los gestos. También hay lenguajes como el de señas. Todos ellos son medios de comunicación válidos.

Me mira cuando menciona el lenguaje de señas. No estoy seguro de si intenta exculparse de su error o justificarme ante el resto de la clase, pero sea lo que sea, suena bastante bien.

—Pero el hecho de que Skylar necesite su teléfono para comunicarse y participar en clase no significa que el resto de ustedes pueda usar sus celulares. Solo Skylar. —Su declaración es recibida con otra serie de gruñidos.

No hay muchas ventajas en no tener voz, pero esta es una. La única.

—Ahora volvamos a las presentaciones —dice el profesor y luego de unos veinte datos poco interesantes las presentaciones terminan—. Ahora que ya sabemos los nombres de los demás, quiero que todos se pongan en grupos de tres. Voy a escribir algunas preguntas en la pizarra. Y quiero que las respondan con sus compañeros de grupo. Las anotarán y las entregarán para una nota de participación al final de la clase. Pondré la primera pregunta cuando estén en grupos.

Primero las presentaciones y ahora los grupos. Esta clase claramente no está en mi lista de favoritos.

No me muevo. El profesor empieza a escribir en la pizarra y la clase estalla en un tumulto de cuerpos, que van de un extremo al otro del aula o giran para acomodarse frente a amigos con quienes ya estaban sentados.

Mi expectativa de estar sentado solo hasta que el señor Dennard me asigne un compañero se desvanece rápidamente cuando la chica que tengo delante, la que se declaró Wicca hace unos minutos, se gira y me mira.

—Hola, soy Imani. —Me recuerda, lo cual es bueno porque ya lo había olvidado. Suele ser información inútil.

Asiento. Un chico alto y larguirucho con el cabello marrón y desprolijo se sienta a horcajadas en la silla a mi izquierda y choca los cinco con Imani.

—Hola. —Me extiende su mano para estrecharla, pero casi no me mira. Miro su mano un segundo. ¿Quién estrecha las manos en la preparatoria? La tomo y le doy una media sonrisa. Recuerdo que habló de haber leído una gran cantidad de libros de ciencia ficción durante el verano, o quizá de fantasía, pero no recuerdo su nombre. Al menos no es un imbécil deportista.

—Perdona, ¿cómo te llamas? —Dejo que Siri pregunte.

—Soy Seth, Seth Harrington, si es que importa. —Se encoge de hombros.

—No, no importa —dice Imani de manera tajante. Cuando la miro interrogativamente, me explica—: No pasa nada, somos mejores amigues. Literalmente, no recuerdo cuando no fuimos amigues.

Es bonita. Su piel es de un marrón oscuro y sedoso, y la sombra rosa que pincela sus párpados realza sus ojos marrones.

—Básicamente sabemos todo le une del otre, así que esto debería ser bastante fácil —ríe—. Solo tenemos que aprender sobre ti. Skylar, ¿verdad?

Asiento. Ella parece muy simpática y, hasta ahora, Seth parece más bien el tipo de nerd torpe cuya piel refleja su evidente falta de actividades al aire libre.

—¿Te importa si te llamamos Sky? —pregunta encogiéndose de hombros.

Asiento.

—Sky está bien —digo a través de mi teléfono.

Quizá sea mejor hablar en lugar de encogerse de hombros y asentir a todo. Pero, de nuevo, no voy a poner demasiado empeño en algo sin sentido y con un fin tan inevitable como esto. Echo un vistazo a la pizarra y leo las preguntas. Bueno, no son exactamente preguntas, pero da igual.

—La primera pregunta dice que proporcionemos más contexto sobre el hecho interesante que contamos a la clase. ¿Imani?

Le pregunto a ella primero. Como llegó antes que Seth, pienso ¿por qué no?, eso y que yo no quiero responder. Lo que quiero es que alguien hable y me distraiga de las miradas curiosas de los otros grupos, y de los susurros que simplemente sé que son sobre mí. El chico raro y mudo.

—Bueno, soy Wicca. Pero no es como las personas piensan. En realidad, no es tan diferente del cristianismo —explica moviendo sus manos—. Elles tienen oraciones, nosotres tenemos afirmaciones. Elles tienen una Biblia, nosotres tenemos nuestres propios libros.

—Es una perra buena, quiero decir bruja**. —Seth sonríe, ganándose un ligero puñetazo en el estómago—. Me lo merecía.

** N. de la T.: En inglés, las palabras bruja y perra se escriben y pronuncian de forma similar: witch y bitch respectivamente. Por lo que pueden utilizarse para referirse a una mujer en términos despectivos o, como en el caso de Seth, para formar juegos de palabras.

—Te los mereces todos. —Imani lo mira fijo, pero es una mirada juguetona.

Estos dos son incontrolables. Y no puedo evitar preguntarme si podrían ser algo más que mejores amigos, pero soy pésimo como cupido.

—¿Y tú? —Miro a Seth.

—Emm… —Seth reflexiona. No estoy seguro de por qué lo piensa tanto. ¿No era algo sobre leer libros durante el verano?—. Leí libros de Micaiah Johnson, un montón de Marie Lu. Me encantó la trilogía de Los Jóvenes De La Élite.

Se me iluminan los ojos. ¡Es fan de una de mis autoras favoritas! Todo lo que escribe Marie Lu es oro puro, perfección. Estoy a punto de escribir una respuesta, pero él sigue.

—Y algo de Sarah J. Maas, y un montón de otros. Ah, y uno de ciencia ficción, los otros son básicamente de fantasía, llamado El Arca, de Baxter. Se trata de que la Tierra se vuelve inhabitable y la única forma de salvar a la humanidad es enviar a un grupo de chicos en un viaje de décadas por el espacio a un nuevo mundo. Pero…

—Ya entendimos. —Imani lo detiene y me mira como si quisiera abofetearlo—. No suele hablar mucho, pero puede hablar durante horas de un solo libro si lo dejas. Puedes agradecerme después.

—Eh. —Seth se encoge de hombros—. Igual fue una locura.

—Suena bien. —Tecleo, dejando que la voz de Siri hable por mi—. Marie Lu es mi favorita.

Preferiría quedarme así en lugar de contarles más sobre mí. Tampoco creo que realmente quieran saber. Nadie en esta sala quiere saber más sobre mí. Apostaría a que el noventa y nueve por ciento de ellos, los que en estos momentos están murmurando sobre quién sabe qué tonterías, no les importa realmente lo que les cuenten sus compañeros de grupo.

—¿Y tú? —Seth pregunta.

Casi me olvido de contener el suspiro de decepción. Mi dato interesante era ser de Vermont. Es amplio. Pero también es un estado pequeño. Me atrevería a decir que ninguno de los dos sabe mucho sobre él, y tal vez sea idea mía, pero no fue muy memorable.

«¿Qué es lo que realmente vale la pena decir sobre mi pasado, sobre mi origen, que no sea deprimente?». No voy a decirles que acabo de ser adoptado, aunque esa sea la única razón por la que estoy aquí.

Lo sé. Les diré lo único que voy a echar de menos. Ladeando la cabeza y sonriendo ligeramente, tecleo y pulso reproducir.

—Como dije, soy de Vermont y tenemos un refresco que no se puede conseguir en ningún otro sitio, llamado refresco de arce —explica mi teléfono. Es genial. Y sabe tal como suena—. Es muy bueno.

—Algo así como nuestre Cheerwine o vino de cereza —dice Imani, yo la miro confundido—. No es vino. Lo prometo. Es un refresco que se hace por aquí. No sé por qué se llama así, pero tampoco sé a qué sabe el vino.

Eso es algo que no puedo decir. He probado unas cuantas copas y no quisiera un refresco con ese sabor.

—Tendremos que conseguirte uno —dice Seth.

No estoy seguro de querer probarlo. Además, es muy atrevido al asumir que volveremos a hablar. Solo los he conocido unos minutos. Parecen divertidos, pero no puedo pensar en que esto vaya a durar.

Me encojo de hombros y, antes de que tenga que decir más, el profesor empieza a escribir de nuevo en la pizarra.

—Y la siguiente pregunta es… —Las palabras del profesor Dennard se desvanecen.

«Concéntrate en las preguntas y sigue adelante».

Kimberly me recogió después de la escuela. No quieren que vaya en autobús ni que vuelva caminando a casa. Ninguno de ellos lo dirá, pero sé por qué. Tienen miedo de que me acosen. Lo cual es tan seguro como que Disney haga otra película de Star Wars. Solo hace falta que se corra la voz.

—¿Hiciste algún amigo? —pregunta Kimberly, tras unos lentes de sol que ocultan sus ojos azules, mientras entramos en el garaje.

¿Amigos? Yo no diría eso. Conocidos, tal vez. Imani y Seth son las únicas personas que realmente me hablaron aparte de los profesores. Oh, y el chico al que la Señora Alderman hizo que me mostrara los alrededores. No puedo olvidarme de ese bombón. ¿Cómo se llamaba? James. No. Maldita sea. ¿Cómo se llamaba?

¡Jacob! Eso es.

—Sí. —Empiezo a teclear y dejo que mi teléfono hable—. En la última clase.

—¡Eso es genial! —Me pone una mano en el hombro. Todavía me resulta extraño, pero sé que está tratando de ser una mamá. Sale del coche y yo la sigo—. ¿Tienen tu edad?

Asiento y sonrío para ella. No creo que sean realmente mis amigos. Eran simpáticos y todo eso, pero ¿amigos?

—Tendrás que contarnos sobre ellos a tu padre y a mí en la cena. ¿Y tus profesores? —Kimberly cambia de tema, pero sigue siendo raro escuchar a alguien decir «tu padre».

—Estuvieron bien. —Escribo.

Cuando Kimberly deja su bolso en la encimera de la cocina y se quita las gafas de sol, mis ojos captan un conjunto de marcos de fotos. Están en la pared del salón a través del arco. Una familia feliz. Mis nuevos padres y su hijo, Elijah. Pero él no está. Al parecer, murió de cáncer hace unos años. Creo que ahora tendría mi edad.

—¿Simplemente bien? —pregunta la señora Gray. Miro hacia atrás. Está buscando algo.

Ya dije todo lo que pensaba decir sobre mis profesores. Y técnicamente solo conocí a dos de ellos de todos modos. Llegué tarde a la escuela y mi pequeño recorrido por las instalaciones no terminó hasta el almuerzo, así que eso fue todo lo que quedó en el día. Ese chico Jacob tenía razón: las papas fritas eran de primera calidad.

Le dedico mi mejor sonrisa y con mis labios le digo:

—Voy a leer.

—Bueno. —Pone las manos en las caderas y detecto que deja escapar un pequeño suspiro—. La cena estará lista a eso de las seis.

—Okey —digo y me dirijo a mi habitación.

Mi habitación. Esta vez es mía de verdad. No es algo temporal, otro lugar para preguntarme cuánto tiempo me voy a quedar. Al menos eso es lo que me digo a mí mismo.

Mis posters cuelgan en las paredes, con arrugas y todo, también hay unos cuantos nuevos que me regalaron los Gray antes de mudarme. Desde Jurassic Park hasta Alien. Pasando por Taylor Swift, Ariana Grande, Troye Sivan y, por supuesto, el póster gigante de Maze Runner con Dylan O’Brien colgado sobre la cama. Mis fotos de Myylo y Chris Pine están clavadas encima de mi pequeño escritorio, arrugadas de tanto doblarlas y moverlas. La enorme almohada de Jurassic Park que me regalaron los Gray está tirada en la cama.

De verdad espero que esto dure.

Jueves 15

Jacob

—Haremos otro cover pronto, ¿verdad? —pregunta Ian, mientras cruzamos la calle desde el estacionamiento para los estudiantes de último año.

—Sí, claro —digo distraído, inspeccionando el camino hacia la entrada de la escuela.

—Deberíamos hacer algo más pesado esta vez —continúa Ian—. Un temazo. Podríamos lograrlo. ¿Tal vez algo de Death Punch?

—¿Qué? —Vuelvo a prestarle atención. ¿De qué demonios está hablando?—. ¿Punch?

—Sí, Five Fingers. —Me mira como si fuera un idiota mientras el rey de la palidez nos conduce a través de la entrada de la escuela y hacia el primer piso—. Ya sabes. La banda.

—Oh, sí. Claro —digo. «Presta atención, Jacob. Deja de buscar entre la multitud al chico lindo que probablemente piensa que eres un idiota de todos modos».

—Emm, de acuerdo. —Sorprendentemente no me cuestiona.

Nos abrimos paso entre la multitud, trazando una especie de laberinto hacia el ala de Matemáticas y Ciencias. Hay mucha gente, demasiada. El corredor está abarrotado, y lo odio.

—¿Qué tal Remember Everything? —lanzo la primera canción que se me viene a la mente.

—Dije pesado, esa es la canción más tranquila que tienen. —se queja Ian—. ¿Dónde tienes la cabeza?

—Aquí —digo, pero la verdad es que estuve pensando en Skylar desde ayer, cuando me separé de él en el almuerzo.

—Entonces, ¿cómo es que Remember Everything es pesada para ti? —pregunta Ian.

—Quiero decir, no lo es. Yo…

—Exacto, no lo es. ¿Qué tal Never enough? —pregunta Ian.

Lo miro con incredulidad. Es decir, no apestamos, pero eso podría ser mucho para nosotros.

—¿Estás seguro de eso? —Hago una mueca—. ¿Crees que Ted puede cantar esa canción? Yo solo hago los coros, así que puedo con eso, pero…

—¡Claro que puede! Y de verdad quiero hacer ese redoble asesino. —Ian está prácticamente saltando por el pasillo.

—Lo que sea. Mándale un mensaje a Ted —le digo—. Pero la próxima le daremos a mi…

—¡Eso es lo que él dijo! —Ian suelta.

Aprieto los ojos durante un breve segundo y frunzo los labios. Estamos en medio del corredor. Podría matarlo ahora mismo. Y la verdad es que no tiene sentido, pero así es Ian. Por ejemplo, desde que salí del closet durante el verano, aprovecha cada oportunidad que tiene para cambiar alguna ella por él. Se cree que es genial.

—¿Qué? —Simulo pegarle un puñetazo en el hombro.

—Bueno, sí, fue un chiste malo —admite. Luego, sus ojos se abren como si hubiera tenido una epifanía cuando pasamos por los tableros de anuncios y hay una pareja prácticamente cogiendo detrás de un pilar—. ¡Pero así fue! ¿Sabes? Dijo que la próxima vez te tocará recibir. ¿Entiendes? Le daremos a tu…

—Para. Solo para —susurro enojado. Ian se encoge de hombros. Creo que ya dijo demasiado—. Sabes demasiado sobre ser gay para ser un chico heterosexual.

—Por tu culpa. —Pone los ojos en blanco.

Resoplo.

—Pues no es mi culpa —le recuerdo y luego hago una tontería—. ¿Viste al chico nuevo?

—¿Chico nuevo? —Ian parece desconcertado.

—Sí, un muchacho bajito, no puede hablar —lo describo de la forma más concisa que puedo—. Lo trasladaron ayer. ¿No te conté que me hicieron mostrarle el lugar?

Ian mira hacia arriba, lo cual es peligroso en esta multitud, y luego vuelve a mirarme.

—Tal vez… Espera, sí. Creo que está en mi clase de Cívica. Y sí, lo hiciste. Es al que llamaste tonto, ¿no? Todavía no lo vi.

Eso es lo que recuerda. Resoplo y asiento con la cabeza.

—¿Por qué? —Ian me mira.

¿Por qué? No estaba pensando en llevar la conversación tan lejos y no creo querer hablar de esto. Es una estupidez. No puedo contarle a Ian cada vez que me enamoro de un chico lindo. Por eso soy un perdedor.

Ian me mira con expectativa.

—¡Ted! —grito cuando el flacucho de casi dos metros que se acaba de convertir en mi chivo expiatorio aparece doblando la esquina. Pone los ojos en blanco. No se llama Ted, sino Eric. Es una broma interna. Lo odia, pero somos nosotros, así que lo acepta—. Ian quiere hacer una canción de Five Fingers.

Ian me mira de reojo, pero deja de hacerlo cuando Eric chasquea la lengua.

—¿Cuál? —pregunta.

—Never enough —dice Ian.

—Dios, nunca una fácil ¿no? —Eric niega con la cabeza.

—¿Qué gracia tiene hacer algo fácil? —Ian se encoge de hombros.

—Yo me encargo de la música esta noche —les digo. Normalmente soy yo quien prepara todo. Eric es el cerebro y la voz e Ian básicamente se limita a tocar la batería. Bueno, hace más que eso, pero no le daré más crédito.

—Genial. —Eric me da un falso puñetazo en el brazo y se va en la otra dirección—. El timbre está a punto de sonar, tengo que irme. Nos vemos en la tercera.

Le hago la señal de paz y salgo con Ian hacia nuestra primera clase. Solo falta una para ver a Skylar.

Skylar

Casi me había olvidado de Jacob. Tal vez olvidar no es la palabra correcta, pero no pensé que me encontraría con él de nuevo, no tan pronto.

Me equivoqué. Pero igual me sorprendió cuando lo encontré de pie, con nada más que unos bonitos calzoncillos de color mostaza, mientras se subía las calzas.

—¿Te gusta la escuela hasta ahora? —me pregunta Jacob. Es lo primero que me dice desde que llegué a clase y volvemos a estar en el vestuario faltando un minuto para que suene el timbre.

Dejo la camisa que estaba intentando ponerme y tomo el teléfono.

—Si, no está mal. —Las palabras de Siri se escabullen por las rendijas de la puerta del cambiador hacia el vestuario principal donde está Jacob. Me niego a cambiarme donde él pueda verme. Lo último que necesito es mirarlo por accidente y que piense que lo estoy comiendo con los ojos.

Me pongo la camisa, asegurándome de que cuelgue por encima de los vaqueros. Todavía no me atreví a ponerme una falda. Me coloco la ropa de baile sobre el brazo y abro la puerta del cambiador. Bien, Jacob ya está vestido. Todo de negro otra vez.

—Bien —dice y se echa la mochila al hombro.

Nos quedamos en silencio. Sonrío torpemente, busco en mi teléfono el código de mi casillero y meto mi ropa de baile dentro justo cuando suena el timbre.

—Bueno, hasta luego —dice Jacob detrás de mí, cuando me doy la vuelta, ya no está.

¿Por qué fue tan incómodo? ¡Agh!

Sacudo la cabeza y me pongo la mochila antes de salir. Un minuto después estoy en la cafetería. Las voces resuenan en las paredes y el chirrido de las zapatillas deportivas sobre el piso me golpea los oídos. Mientras camino recibo las miradas habituales. Bien por mí. Ya se corrió la voz.

Ya saben que el chico nuevo no puede hablar, o tal vez piensan que soy sordo. Eso ocurre a menudo. Los ignoro, me concentro en mi bandeja, en el surtido de hamburguesas y sándwiches de pollo embolsados individualmente y luego en la bandeja de papas fritas calientes. Puedo sentir los ojos sobre mí. No importa lo acostumbrado que esté a eso, todavía me molesta.

Al final de la fila, pago y me dirijo a las mesas. Solo necesito encontrar una vacía, o quizá una de las grandes con un asiento vacío alejado del resto de sus ocupantes.

—¡Skylar! —gritan mi nombre desde algún lugar entre las mesas.

Mi instinto es cambiar de rumbo, alejarme de la voz. Probablemente sea un grupo de chicas que quieren burlarse de mí, o peor aún, los humanitarios que creen que tienen que acoger al pobre discapacitado. La verdad, prefiero que me pateen.

—¡Skylar! —Es la misma voz, pero más cerca. Espera, conozco esa voz.

Muevo la cabeza lo suficiente para mirar en la dirección en la que viene. Es ella. No recuerdo su nombre, pero es ella. La chica wicca. Me detengo. Pero… ¿por qué? ¿Por qué me detengo?

—Ven a sentarte con nosotres —dice girando frente a mí, con esos rulos negros rebotando por todas partes.

Mi mente trabaja a mil por hora, gritando «no, corre» y «claro, vete con ella» y «eh, no sé»; todo al mismo tiempo. Miro alrededor de la habitación y todos los ojos están fijos en mí. Confundidos, irritados, juzgando. Solo quiero alejarme de esto así que, sin pensarlo más, asiento con la cabeza.

—Genial. —Ella asiente y empieza a caminar. La sigo, devolviendo las miradas de desaprobación.

—Perdón por todos ellos —dice su amigo cuando llegamos a la mesa, haciendo una mueca con los labios para demostrar que lo entiende. Lo dudo seriamente—. La gente es estúpida.

—Sí, ¿cuál es su problema? —La chica wicca lo mira, luego observa con rencor al resto de la cafetería.

No necesito su ayuda. Quiero decirles eso y seguir mi camino, pero me parece muy grosero alejarme de las únicas dos personas de la sala que no me miran como si fuera un bicho raro.

—No necesitaba que me salvaras —dice Siri por mí.

—¿Quién dijo algo de salvarte? —Me mira como si estuviera loco.

—Por supuesto que no necesitabas que te salven —dice el chico. Es alto. Incluso sentado, su cabeza sobresale por lo menos quince centímetros por encima de nosotros—. Solo pensé que te vendrían bien un par de amigos.

Resoplo y aflojo los hombros. «Okey, cálmate, Skylar». Quizá no lo necesitaba, pero no hay nada malo en que alguien intente ayudar un poco.

—Tal vez —dice por mí la voz británica de Siri.

—Sí, tenemos que permanecer juntes. Hay algunes verdaderes imbéciles por aquí que viven de hacer sentir miserable a la gente como nosotres.

¿Gente como nosotros? No estoy seguro de entender lo que está diciendo. No son como yo. Y ahora me pregunto qué demonios les pasa.

—Marginades, nerds, frikis. —Es como si me hubiera leído la mente. Por otra parte, me han dicho que mi cara es un poco expresiva—. ¿Entiendes?

—Sí —digo con los labios.

Salvo que la mayoría de las veces, incluso a los marginados y a los raros les va mejor que a mí. Pero ¿qué los convierte a ellos en marginados? Oh, claro. Él es un nerd lector, con lo que puedo coincidir, y ella es wicca.

—Puedes quedarte con nosotros —sugiere el chico—. No somos los más populares, ¡pero somos divertidos! Especialmente si te gustan las cosas nerds y detestas a los imbéciles.

Entendido. Puedo hacerlo. Si alguna vez vieran mi nueva habitación, confirmarían la parte de nerd. Y yo diría que lo último es obvio.

—¿Ustedes siempre están juntos? —Muevo los labios.

—¿Lo repetirías? —pregunta la chica.

Tengo que volver a preguntarles sus nombres, pero me parece una grosería. Esta vez muevo los labios más despacio.

—¿Siempre están juntos?

—Oh, sí. —Ella sonríe.

—Básicamente —gruñe él y ella le pega en el brazo desde el otro lado de la mesa—. ¿Por qué demonios fue eso?

Él le dedica una sonrisa picarona que me hace dudar.

—Por ser una perra —dice ella y se dirige a mí—. Pero es mi perra. Bastante molesto, pero te acostumbras.

—Lo mismo digo. —Seth se encoge de hombros—. Pero estoy empezando a dudarlo.

La chica pone los ojos en blanco y se gira para mirarme.

—Entonces, ¿cuál es tu historia?

—Lo siento, ¿cómo se llamaban? —pregunta Siri mientras entrecierro los ojos por la vergüenza.

—No pasa nada. —Ella se acomoda en su asiento—. Soy Imani, y él es…

—Seth. Soy Seth —la interrumpe.

Dejo que una fina sonrisa se deslice por mi cara. Estos dos andan en algo más.

—¿Y cuál es tu historia? —Imani vuelve a preguntar.

—¿Mi historia? —digo con los labios. Sé lo que quieren decir, pero no quiero entrar en ello. Van a tener que conformarse con lo que recibieron ayer en clase.

—Sí. Dijiste que venías de Vermont. ¿Por qué te mudaste? —Seth contesta.

Miro hacia abajo, moviendo los dedos sobre mi bandeja. Abro la boca y dejo que mis labios vuelvan a hablar.

—Una larga historia. Quizás en otro momento.

Hay una ligera pausa, pero Imani no la deja pasar mucho tiempo.

—Está bien. Cuando estés preparade. —Ella sonríe.

Levanto la vista y capto a Jacob entre todos los rostros. Su pelo blanco es imposible de pasar por alto. Es como un imán para mis ojos y también lo es su cara. Hay otro chico sentado en su mesa que es igual de pálido que él. Creo que lo vi ayer, en mi tercera clase. Me revuelvo el cerebro en busca de un nombre, pero no lo recuerdo. ¿Por qué soy tan malo con los nombres?

—¿Saben algo de Jacob? —Escribo y dejo que Siri pregunte, antes de dejar que mi mente procese la estupidez que acabo de hacer. Van a querer saber por qué quiero saberlo. O tal vez no.

—¿Qué Jacob? —pregunta Imani.

No se me pasó por la cabeza que pudiera haber más de uno. Empiezo a teclear y Siri se pone en marcha:

— No sé su apellido. Pelo blanco. Algo pálido.

—Jacob Walters. —Imani mira a Seth y luego a mí con una sonrisa. No estoy muy seguro de por qué—. Está en el último año. Creo que es más nerd de lo que parece. Aunque venga con ese estilo desalineado. Él y sus amigos, Ian —Imani se gira para encontrar su mesa y señala al chico pálido que se sienta con él— y Eric tienen una especie de banda de covers de rock. No recuerdo cómo se llaman, pero son buenos.

—No solo buenos, son muy buenos —contesta Seth—. Hacen otros estilos también.

Me encojo de hombros. El rock no es mi estilo favorito. ¿Pero tiene una banda? No sé si pensar que es genial o escalofriante.

—Depende —dice Imani. Mira a Jacob y suspira—. Sin embargo, rompió muchos corazones durante el verano y se puso un gran blanco en la espalda. Pobrecite.

Inclino la cabeza. ¿Qué demonios hizo? ¿Rayó el auto de algún tipo rico? ¿Robó alguna novia? Me lo imagino robándoles el corazón. ¿O llamó a alguien de alguna manera estúpida? Por la forma en que dijo estupideces en nuestro recorrido, no sería raro.

—Salió del closet justo después de que la escuela terminara el semestre pasado. —Imani suspira y Seth pone los ojos en blanco y se deja caer contra su silla—. Es guapísime. Muchas chicas se habían fijado en él. Ahora se volvieron unas perras con él sin motivo.

—¿Es gay? —digo, sin poder ocultar la sorpresa en mis ojos. Es imposible. Está demasiado bueno. Normalmente los chicos a los que no puedo dejar de mirar son heterosexuales.

—Sí. —Seth pone su silla peligrosamente en dos patas y la deja caer al suelo con un ruido seco.

Me muerdo el labio y sonrío. «Basta, eso no significa que él sea una opción. Recuerda lo que dijo cuando te vio por primera vez. “Oh, ¿como un tonto?”». A pesar de eso, mi mente se llena de posibilidades. «Es decir, es muy lindo, pero dejando eso de lado, no va a ir a por el chico defectuoso y bajito. Así que para».

—Está soltere. —Imani me mira con orgullo.

—¿Y qué? —digo lo más rápido que puedo.

—Me refiero a que… está disponible. —Imani sonríe mucho, inclinándose más cerca.

La idea me produce un cosquilleo en la columna vertebral y me trago un nudo imaginario en la garganta. ¿Es tan evidente que soy gay?

—¿Quieres que los presente? —me pregunta con emoción en su voz.

¡Espera!

—Oh, muchacho. —Seth sacude la cabeza, sus ojos transmiten lástima.

—¡No! —Gesticulo con la boca—. Ya lo conocí. —Disminuyo la velocidad para que pueda seguir mis labios. Ahora mismo estoy demasiado exaltado, o tal vez preocupado—. Hicieron que me mostrara el lugar cuando llegué ayer.

—Ah, ¿sí? —Imani saca su lengua para burlarme.

La ignoro, negando con la cabeza, pero tengo una sonrisa incontrolable.

—¿Es gay o bi? —pregunta Seth.

—Gay, definitivamente gay —dice Imani, lo que no debería, pero hace que mi corazón salte, aunque bi hubiera sido igual de increíble. Luego rompe el hielo—. Por si no te diste cuenta, aquí no pasa nada si no eres heterosexual. Yo soy pan. Seth es heterosexualito, pero le perdoné eso hace unos años. Sin embargo, no quiero asumir tu sexualidad, ni tu género.

Ella me mira. Intenta no preguntar, pero sigue esperando que yo rellene el hueco. Normalmente me siento como si me estuvieran arrastrando a una trampa, a un juego cruel, pero de alguna manera esto no se siente como tal, lo cual es desconcertante.

—Soy gay —les digo. Definitivamente no me gustan las chicas. Sin ánimo de ofender, pero no me gustan. Ojalá me gustaran. Los chicos son basura. ¿Y ella es pan? Eso es genial.

—¿Cuáles son tus pronombres? —indaga, pero me gusta.

—Él, el —digo.

—¡Genial! Yo soy ella, la y Seth es una perra —dice Imani casualmente sin romper el contacto visual.

—Estoy aquí —suspira Seth. Sin inmutar la cara de Imani.

—Así que tenemos la G y el más, todavía no hay B, L, T*** —ríe Imani—. Yo sería la L, pero algunos chicos y chiques son demasiado deliciosos.

*** N. de la T.: En Estados Unidos, es usual referirse al sándwich de tocino, lechuga y tomate como BLT (bacon, lettuce and tomato). En este caso, Imani hace un juego de palabras con ese acrónimo y LGBTQ+.

La expresión de mi cara hace evidente que estoy confundido.

—La mafia del alfabeto. LGBTQ+ —explica ella—: Tú eres la G, ya sabes, gay. Yo soy el más, porque soy pan y no hay una P.

Parece satisfecha de sí misma.

—Parece que no estoy invitado al club —bromea Seth—. Pero estoy para ustedes.

—Es bueno —ríe Imani—. Mi heterosexualito favorito.

Suena el timbre y estoy a punto de levantarme. Es un instinto cuando uno suele sentarse solo. Pero me detengo.

—¿Qué clase tienes ahora? —Seth pregunta y se levanta.

—Cívica —digo con la boca, pero recibo miradas vacías, así que lo escribo y dejo que Siri lo diga.

—Cívica. Profesora Moyer.

—Que emocionante —se burla Seth—. Mejor que matemática.

—Buena suerte —le digo y estoy a punto de volver a mi casillero cuando Imani habla.

—¿Quieres venir con nosotres por la mañana?

Seth le lanza una mirada interrogativa y se encoge de hombros.

—Kimberly me trae —digo con la boca antes de darme cuenta de lo lamentable que suena.

—Podrías venir con nosotres, sería divertido —dice—. ¡Seth puede pasar a buscarnos a les dos!

No quiero decir simplemente que no. Este tipo de cosas no es normal para mí. La gente no quiere estar conmigo y, cuando lo hacen, suelen tener otros motivos. Pero estos dos, no parecen pertenecer a la mayoría.

—Lo pensaré —digo y asiento con la cabeza antes de despedirme.

Jacob

—Me voy, Zara —grito, escabulléndome tras el mostrador de dulces. El cine no estuvo tan lleno esta noche y, por algún milagro, los baños no quedaron hechos un asco esta vez.

Doy la vuelta a la esquina y me dirijo al estacionamiento que está junto al Instituto de Investigación. Llevo viviendo aquí toda mi vida, incluso antes de que existiera, y aún no tengo ni idea que es lo que investigan. Lo único que sé es que se trata de un extenso campus, con enormes y decorados edificios de ladrillo que ocupan la mitad del centro de Kannapolis.

No estamos en el campo exactamente, pero, después de las once, no es el lugar más concurrido. No estamos en el medio de la nada, pero tampoco lo llamaría suburbio.

La noche está tranquila y el cielo despejado. Incluso con las farolas iluminando el camino hacia el Camry dorado de mamá, puedo distinguir la mayoría de las estrellas más allá de la luna llena. Luego está el verdadero espectáculo: un cometa. Lleva una semana ahí arriba, más o menos, y esta noche está especialmente brillante. Ty dice que está casi en su punto más cercano. Y, maldita sea, es genial.

Abro el coche y me pongo al volante. Es una mierda tener que conducir el coche de mi mamá. Además de las miradas burlonas en el estacionamiento del colegio, es frustrante no saber si estará disponible cuando lo necesito. Esa sensación molesta de que estoy atascado aquí.

Compruebo mis mensajes antes de arrancar.

Ian:¿Jugamos Red Dead esta noche?

Le envío el emoji que se encoge de hombros. Luego hay un Snap de Tyler, mi amigo de Instagram a distancia, que se convirtió en compañero de gayming online el año pasado.

Lo abro. Una foto de su cara sonriente, sus grandes ojos verdes y el pelo negro desalineado llena la pantalla. En la parte inferior escribió: «Lo conseguí. Aidan y yo volvimos a estar juntos».

Levanto mi teléfono, me hago una foto sonriendo y escribo rápido: «¿Estás seguro esta vez? ¡Es broma! Felicidades».