Café de la Vigía - Rolando Estévez Jordán - E-Book

Café de la Vigía E-Book

Rolando Estévez Jordán

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Beschreibung

Un libro intenso que reverencia la ciudad y a personas y sitios canonizados por la tradición. Sauto, Vigía, el palacio de Junco, el místico San Juan, el «loco» Esquerré, Gallardo… y otros tópicos esplenden y se entrecruzan en el tejido versal. El mismo que hace sostenible la ira y los desacatos del poeta y deja a la intemperie su identidad. El sujeto lírico intenta una representación física y emocional que permite leer los pliegues y dobleces más recónditos del entorno fracturado, donde la razón poética se halla en una relación tensionada, compleja, provisional, con el tiempo.

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Seitenzahl: 79

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Café de La Vigía

Edición y corrección: Leymen Pérez

Dirección artística y diseño de cubierta: Suney Noriega Ruiz

Ilustración de cubierta: Foto de Ramón Pacheco a partir de la obra

La Musa de Rolando Estévez

Emplane: Yuliett Marín Vidian

Conversión a E-book: Rafael Lago

© Heredera de Rolando Estévez, 2024

© Sobre la presente edición:

Editorial Letras Cubanas, 2024

ISBN obra impresa: 9789591026576

ISBN E-book ePub: 9789591027160

Instituto Cubano del Libro

Editorial Letras Cubanas

Obispo No. 302, esquina a Aguiar

La Habana, Cuba

E-mail: [email protected]

Índice

Sinopsis

LOS SUEÑOS

Asuntos de la eternidad

El poema verde

1972, joven parametrado

Almuerzo sobre la hierba

Julia

Girasoles de la Concordia

Otra vez el enemigo

Luz

La Zancadilla

La frase recurrente: cambio de melancolía

Israel: el cuarto idioma

Caja de pan

LAS VIGILIAS

Siete antesmeridiano

Café de La Vigía

Hay un hombre parado en la esquina

Corazón que no siente

Protección

Otropon ñao o la esquina de Zaragoza y Manzano

Yamir, el cogotudo

Palacete de Junco

Sometimes

Cinco kayacs rompen las aguas del San Juan

Tarde bajo la advocación de Bécquer

¿Qué hora es? O teoría del color

Reggaetón del odio y el amor

Se llama Lien

En mi altar faltaba una manzana

Graffiti en la pared de un servicio público

Breve sonata de humo para dos bocas

Ciudadanos

Leonardo

A otro muchacho

Terapia floral

Festival de rock-mundial de futbol

Triángulo asonantado

Desde otra plaza

M.M.

Le pondremos Daneris

Bailarina —con una imagen de Tennessee Williams—

Fotografía de John Lennon

El mudo de Vigía

Espíritus viejos y selectos

Ninguneo

Una montaña hueca encima de la otra

LAS FATIGAS

Me dicen que fui pez en otra

Mujer, si puedes tú con dios hablar

Nevada

Con salsa de bolero

Treinta, cuarenta años después, Jesús Gallardo implora un palmo de silencio

Llega un buldócer, mil novecientos sesenta y pico

Almanaque guardado en una caja fuerte

Toda la gloria del mundo cabe en un grano de arroz crudo

Mapas del diagnóstico

Sobre el autor

Sinopsis

Un libro intenso que reverencia la ciudad y a personas y sitios canonizados por la tradición. Sauto, Vigía, el palacio de Junco, el místico San Juan, el «loco» Esquerré, Gallardo… y otros tópicos esplenden y se entrecruzan en el tejido versal. El mismo que hace sostenible la ira y los desacatos del poeta y deja a la intemperie su identidad.

El sujeto lírico intenta una representación física y emocional que permite leer los pliegues y dobleces más recónditos del entorno fracturado, donde la razón poética se halla en una relación tensionada, compleja, provisional, con el tiempo.

Lincoln Capote Peón

A Digdora Alonso y González, por la primicia.

A Samuel Hernández Pujol, por la consumación.

A Lucre Estévez Muñoz, por el futuro.

A una pequeña urbe que llamo Bellamar

Una ciudad es un mundo cuando amamos a uno —o más,

digo yo— de sus habitantes…

Cuarteto de Alejandría

(Baltasar)

LOS SUEÑOS

Asuntos de la eternidad

En el mapa de un grano, de una espiga o de un árbol,

la eternidad sigue siendo un punto ambiguo.

Yo estuve frente a su pantalla, detenido por el involuntario acto de vivir y desearla,

viviéndola a ratos, a sorbitos menudos y a veces olvidados.

No se trata de pasar el dedo sobre el mapa y señalar un puerto,

un pastizal, un puente, una ciudad cualquiera.

Una ciudad a veces puede ser, la jaula que contiene

—junto a las ruinas y los nuevos repartos—

las ansias pequeñitas que da la eternidad.

Ella se va moviendo en su estatismo y lo que ayer fue puro deseo de eternidad

hoy se evapora en lento desafío,

en piedras de artificio.

Y está el mar,

asilado en una sola cabeza;

emigrante temeroso a desbordarse

y ya no unir por siempre

las tierras que Dios ha separado.

Devuelve, oh, mar, esa perla menguante.

Devuelve esa cabeza en la que te refugias

contando las horas de mucha sal, extensa sal eterna

que viene de la sed inconsciente

hasta la boca fina de algunos peces jíbaros.

No sé por qué empecé escribiendo:

Y está el mar,

si ya es sabido que no existe.

El mar es un recuerdo tonto al que escribimos

largas cartas de hastío, tecleando ansiosamente

en la rabiosa espera,

en la fe que se gasta con las velas y rezos.

Oh, mar, que cubres todo y reposas en tu constante exilio,

ahora que no tenemos tu horizonte, ni más barcos ni náufragos,

ni más gente queriendo atravesarte,

ahora que ya no estás como una pista impredecible

que invita a patinar sobre su lomo,

no perdemos el sueño de traerte otra vez y comenzar de nuevo

la ruta que conduce al mismo puerto ansioso

llamado eternidad.

El poema verde

¡Ay, qué pena me da, Esperanza, por Dios,

tan graciosa y sin corazón!

Canción popular

Llena de gracia es la esperanza que se estregó en la espalda del hombre cansado

o se hizo llaga seca en los pies polvorientos de un emigrante,

dulce vinagre al fondo de la jarra del sediento,

prisa invertida en las alas del veloz,

mansedumbre en la garra de una fiera.

Bajo un techo cualquiera de esta urbe,

en la mesa de los convidados, se sentó la esperanza

y aún tuvo paciencia sobre la mirada del traidor;

sobre el tiempo que transcurría levemente en el pan degustado.

Tal como la estrella definitiva; como el árbol primero,

la esperanza no necesita corazón

para dar fe

de vida.

1972, joven parametrado

Para El Goyo y La Goya, en una ciudad de cuyo nombre

no me quiero acordar…

Yo he sido olvidado.

Me pongo mi jean color naranja

con patas de campana más anchas que la noche,

a golpe de badajo contra el hierro atravieso el parque de La Libertad y nadie mira

porque he sido olvidado.

No soy invisible, mi privilegio doloroso y transparente es que he sido olvidado.

Escojo un banco, recién pintado anoche por unos viejos ateridos de frío

y con ojos vendados.

Me siento entre una muchacha y un muchacho,

miro con el rabo del ojo a los que pasan

mientras beso ambas bocas, y nadie mira; todos andan silentes, con sus muecas.

Y es que he sido olvidado.

Nadie puede asombrarse o reír con sorna,

nadie me agarra por el cuello y me tira,

ni me apalea sobre el pavimento del parque, ni me escupe,

ni corta con alegre tijera el rabo de mulo que reposa en mi espalda

pues no es fácil mirar

                            cortar

                            golpear

                            escupir

                            sobre el olvido.

Escribo en la fachada del cine un letrero enorme,

son altas capitulares dispuestas sobre el muro a pura brocha,

son mayúsculas recias escritas no en una lengua muerta

sino en un dialecto de olvido.

Nadie lee, nadie entiende, a nadie le importa.

Mi lengua no es más que una benévola serpiente que ensaliva.

Nadie puede morder ni escuchar ni acallar una lengua de olvido.

Nadie recuerda los signos de mi casa en la calle Velarde:

el vocablo pasillo, el vocablo techo, puerta, el vocablo cruzado por los clavos,

las tildes que faltaron a las palabras hambre e inmoralidad.

Mi casa continúa subida sobre un cerro en Velarde;

pequeña y calurosa con su placa bajita y su música alta pegada a las cunetas,

vistiendo como único adorno un almanaque de 1972 patinado de polvo y sarro cocinero.

—¿No sería acaso un atrasado almanaque del 69? Una fecha es tan solo

una mancha olvidable de tinta con manteca, —ya lo he dicho— un cambio de melancolía

propuesto por la ambigua memoria del subdesarrollo—

La casa existe, sí,

pero ha sido olvidada

como yo.

Tantos años después

cuando ni el recuerdo es un lujo meritorio

vengo a entender que un hombre

                                                   olvidado

es como un hombre sin casa y sin moral:

puede seguir viviendo.

Almuerzo sobre la hierba

Para D.A.G., siempre

No quiero volver a vivir aquella tarde de mil novecientos setenta y dos…

aquella tarde en que yo era obrero adolescente en penitencia,

imberbe proletario a quien llevara su comida a la fábrica una mujer madura,

envuelta en paño blanco,

caliente en la profundidad de la porcelana,

oliendo a mar y a pinos.

Una cerca peerless derrumbada por los retoños de la bahía.

La sirena en lo alto de la torre ensordecida por la música del césped.

El pequeño campo de concentración vencido por los precisos sabores del amor.

No quiero volver a vivir aquella tarde,

si la vivo de nuevo quizás ya la recuerde de otra forma.