6,99 €
Un libro intenso que reverencia la ciudad y a personas y sitios canonizados por la tradición. Sauto, Vigía, el palacio de Junco, el místico San Juan, el «loco» Esquerré, Gallardo… y otros tópicos esplenden y se entrecruzan en el tejido versal. El mismo que hace sostenible la ira y los desacatos del poeta y deja a la intemperie su identidad. El sujeto lírico intenta una representación física y emocional que permite leer los pliegues y dobleces más recónditos del entorno fracturado, donde la razón poética se halla en una relación tensionada, compleja, provisional, con el tiempo.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Seitenzahl: 79
Veröffentlichungsjahr: 2024
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España. Este y otros libros puede encontrarlos en ruthtienda.com
Café de La Vigía
Edición y corrección: Leymen Pérez
Dirección artística y diseño de cubierta: Suney Noriega Ruiz
Ilustración de cubierta: Foto de Ramón Pacheco a partir de la obra
La Musa de Rolando Estévez
Emplane: Yuliett Marín Vidian
Conversión a E-book: Rafael Lago
© Heredera de Rolando Estévez, 2024
© Sobre la presente edición:
Editorial Letras Cubanas, 2024
ISBN obra impresa: 9789591026576
ISBN E-book ePub: 9789591027160
Instituto Cubano del Libro
Editorial Letras Cubanas
Obispo No. 302, esquina a Aguiar
La Habana, Cuba
E-mail: [email protected]
Sinopsis
LOS SUEÑOS
Asuntos de la eternidad
El poema verde
1972, joven parametrado
Almuerzo sobre la hierba
Julia
Girasoles de la Concordia
Otra vez el enemigo
Luz
La Zancadilla
La frase recurrente: cambio de melancolía
Israel: el cuarto idioma
Caja de pan
LAS VIGILIAS
Siete antesmeridiano
Café de La Vigía
Hay un hombre parado en la esquina
Corazón que no siente
Protección
Otropon ñao o la esquina de Zaragoza y Manzano
Yamir, el cogotudo
Palacete de Junco
Sometimes
Cinco kayacs rompen las aguas del San Juan
Tarde bajo la advocación de Bécquer
¿Qué hora es? O teoría del color
Reggaetón del odio y el amor
Se llama Lien
En mi altar faltaba una manzana
Graffiti en la pared de un servicio público
Breve sonata de humo para dos bocas
Ciudadanos
Leonardo
A otro muchacho
Terapia floral
Festival de rock-mundial de futbol
Triángulo asonantado
Desde otra plaza
M.M.
Le pondremos Daneris
Bailarina —con una imagen de Tennessee Williams—
Fotografía de John Lennon
El mudo de Vigía
Espíritus viejos y selectos
Ninguneo
Una montaña hueca encima de la otra
LAS FATIGAS
Me dicen que fui pez en otra
Mujer, si puedes tú con dios hablar
Nevada
Con salsa de bolero
Treinta, cuarenta años después, Jesús Gallardo implora un palmo de silencio
Llega un buldócer, mil novecientos sesenta y pico
Almanaque guardado en una caja fuerte
Toda la gloria del mundo cabe en un grano de arroz crudo
Mapas del diagnóstico
Sobre el autor
Un libro intenso que reverencia la ciudad y a personas y sitios canonizados por la tradición. Sauto, Vigía, el palacio de Junco, el místico San Juan, el «loco» Esquerré, Gallardo… y otros tópicos esplenden y se entrecruzan en el tejido versal. El mismo que hace sostenible la ira y los desacatos del poeta y deja a la intemperie su identidad.
El sujeto lírico intenta una representación física y emocional que permite leer los pliegues y dobleces más recónditos del entorno fracturado, donde la razón poética se halla en una relación tensionada, compleja, provisional, con el tiempo.
Lincoln Capote Peón
A Digdora Alonso y González, por la primicia.
A Samuel Hernández Pujol, por la consumación.
A Lucre Estévez Muñoz, por el futuro.
A una pequeña urbe que llamo Bellamar
Una ciudad es un mundo cuando amamos a uno —o más,
digo yo— de sus habitantes…
Cuarteto de Alejandría
(Baltasar)
En el mapa de un grano, de una espiga o de un árbol,
la eternidad sigue siendo un punto ambiguo.
Yo estuve frente a su pantalla, detenido por el involuntario acto de vivir y desearla,
viviéndola a ratos, a sorbitos menudos y a veces olvidados.
No se trata de pasar el dedo sobre el mapa y señalar un puerto,
un pastizal, un puente, una ciudad cualquiera.
Una ciudad a veces puede ser, la jaula que contiene
—junto a las ruinas y los nuevos repartos—
las ansias pequeñitas que da la eternidad.
Ella se va moviendo en su estatismo y lo que ayer fue puro deseo de eternidad
hoy se evapora en lento desafío,
en piedras de artificio.
Y está el mar,
asilado en una sola cabeza;
emigrante temeroso a desbordarse
y ya no unir por siempre
las tierras que Dios ha separado.
Devuelve, oh, mar, esa perla menguante.
Devuelve esa cabeza en la que te refugias
contando las horas de mucha sal, extensa sal eterna
que viene de la sed inconsciente
hasta la boca fina de algunos peces jíbaros.
No sé por qué empecé escribiendo:
Y está el mar,
si ya es sabido que no existe.
El mar es un recuerdo tonto al que escribimos
largas cartas de hastío, tecleando ansiosamente
en la rabiosa espera,
en la fe que se gasta con las velas y rezos.
Oh, mar, que cubres todo y reposas en tu constante exilio,
ahora que no tenemos tu horizonte, ni más barcos ni náufragos,
ni más gente queriendo atravesarte,
ahora que ya no estás como una pista impredecible
que invita a patinar sobre su lomo,
no perdemos el sueño de traerte otra vez y comenzar de nuevo
la ruta que conduce al mismo puerto ansioso
llamado eternidad.
¡Ay, qué pena me da, Esperanza, por Dios,
tan graciosa y sin corazón!
Canción popular
Llena de gracia es la esperanza que se estregó en la espalda del hombre cansado
o se hizo llaga seca en los pies polvorientos de un emigrante,
dulce vinagre al fondo de la jarra del sediento,
prisa invertida en las alas del veloz,
mansedumbre en la garra de una fiera.
Bajo un techo cualquiera de esta urbe,
en la mesa de los convidados, se sentó la esperanza
y aún tuvo paciencia sobre la mirada del traidor;
sobre el tiempo que transcurría levemente en el pan degustado.
Tal como la estrella definitiva; como el árbol primero,
la esperanza no necesita corazón
para dar fe
de vida.
Para El Goyo y La Goya, en una ciudad de cuyo nombre
no me quiero acordar…
Yo he sido olvidado.
Me pongo mi jean color naranja
con patas de campana más anchas que la noche,
a golpe de badajo contra el hierro atravieso el parque de La Libertad y nadie mira
porque he sido olvidado.
No soy invisible, mi privilegio doloroso y transparente es que he sido olvidado.
Escojo un banco, recién pintado anoche por unos viejos ateridos de frío
y con ojos vendados.
Me siento entre una muchacha y un muchacho,
miro con el rabo del ojo a los que pasan
mientras beso ambas bocas, y nadie mira; todos andan silentes, con sus muecas.
Y es que he sido olvidado.
Nadie puede asombrarse o reír con sorna,
nadie me agarra por el cuello y me tira,
ni me apalea sobre el pavimento del parque, ni me escupe,
ni corta con alegre tijera el rabo de mulo que reposa en mi espalda
pues no es fácil mirar
cortar
golpear
escupir
sobre el olvido.
Escribo en la fachada del cine un letrero enorme,
son altas capitulares dispuestas sobre el muro a pura brocha,
son mayúsculas recias escritas no en una lengua muerta
sino en un dialecto de olvido.
Nadie lee, nadie entiende, a nadie le importa.
Mi lengua no es más que una benévola serpiente que ensaliva.
Nadie puede morder ni escuchar ni acallar una lengua de olvido.
Nadie recuerda los signos de mi casa en la calle Velarde:
el vocablo pasillo, el vocablo techo, puerta, el vocablo cruzado por los clavos,
las tildes que faltaron a las palabras hambre e inmoralidad.
Mi casa continúa subida sobre un cerro en Velarde;
pequeña y calurosa con su placa bajita y su música alta pegada a las cunetas,
vistiendo como único adorno un almanaque de 1972 patinado de polvo y sarro cocinero.
—¿No sería acaso un atrasado almanaque del 69? Una fecha es tan solo
una mancha olvidable de tinta con manteca, —ya lo he dicho— un cambio de melancolía
propuesto por la ambigua memoria del subdesarrollo—
La casa existe, sí,
pero ha sido olvidada
como yo.
Tantos años después
cuando ni el recuerdo es un lujo meritorio
vengo a entender que un hombre
olvidado
es como un hombre sin casa y sin moral:
puede seguir viviendo.
Para D.A.G., siempre
No quiero volver a vivir aquella tarde de mil novecientos setenta y dos…
aquella tarde en que yo era obrero adolescente en penitencia,
imberbe proletario a quien llevara su comida a la fábrica una mujer madura,
envuelta en paño blanco,
caliente en la profundidad de la porcelana,
oliendo a mar y a pinos.
Una cerca peerless derrumbada por los retoños de la bahía.
La sirena en lo alto de la torre ensordecida por la música del césped.
El pequeño campo de concentración vencido por los precisos sabores del amor.
No quiero volver a vivir aquella tarde,
si la vivo de nuevo quizás ya la recuerde de otra forma.