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Veröffentlichungsjahr: 1927
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Calamar: casi película policíaca en tres jornadas
Pedro Muñoz Seca
Índice
Cubierta
Portada
Preliminares
Calamar: casi película policíaca en tres jornadas
PRIMERA JORNADA. PRIMERA PARTE
SEGUNDA PARTE
TERCERA PARTE
SEGUNDA JORNADA. PRIMERA PARTE
SEGUNDA PARTE
TERCERA PARTE
CUARTA PARTE
TERCERA JORNADA. PRIMERA PARTE
SEGUNDA PARTE
Y VEAN USTEDES COMO ACABA ESTO
Acerca de esta edición
Enlaces relacionados
CALAMAR:
Sr. ORTAS.
EN EL CANTÓN DE FERONIA (ESTADOS CASI UNIDOS), LUIS DE FILQUEMONT, INVENTOR DEL TOXPIRO DE SU NOMBRE, RECIBE LA VISITA DEL FAMOSO DETECTIVE HORACIO PIFFART
HORACIO PIFFAR:
SR. PEDROTE.
Lujoso despacho en las oficinas de Luis de Filquemont. Una puerta en cada lateral. Es de día. Decoraciones y trajes, así como los muebles, en distintos tonos de sepia o de gris, para dar idea de fotografía.
(Luis de Filquemont, un muchacho tan elegante como simpático, pasea inquieto y dando muestras de una gran preocupación. Se detiene y hace sonar un timbre. Tras una breve pausa entra en escena, por la derecha, FREND, un ordenanza joven.)
FREND.—¿Señor?
LUIS.—¿Ha vuelto Pan-kú?
FREND.—Acaba de llegar.
LUIS.—Dígale que le espero. (Frend se inclina respetuoso; se va por la derecha. Luis se dispone a encender un cigarrillo, diciendo preocupadísimo.) ¡Sería horrible!... ¡Horrible!
PAN-KÚ. (Chino, vestido a la europea; por la derecha.)—Señor...
LUIS. (Con ansiedad.)—Y bien...
PAN-KÚ.—La señorita Flora Morell salió ayer de su domicilio a las nueve de la mañana para venir a la oficina. El portero la vió subir a un taxi que había casualmente, a la puerta y oyó claramente que dió al chófer las señas de esta casa: Avenida de Los Catorce Puntos de Wilson, ciento nueve...
LUIS.—¿Y después?...
PAN-KÚ.—Nadie ha vuelto a saber de ella. (Luis hace un gesto de desesperación.) De su casa avisaron anoche a la Dirección de Policía, sin que hasta la fecha hayan recibido noticias de ninguna clase.
LUIS.—¡Esos canallas!...
PAN-KÚ.—¿Cree el señor que Flora Morell ha sido también víctima de...?
LUIS.—Sí; estoy seguro de ello. Pero yo le juro que no se han de salir con la suya, ¡Miserables!... Vaya a la Dirección de Policía, por si han averiguado algo, y diga a Frend que me avise en cuanto llegue mi compatriota Horacio Piffart, el célebre detective, a quien he llamado por telégrafo.
PAN-KÚ.—Sí, señor. (Medio mutis.)
LUIS.—¿Hay alguien en el salón de visitas?
PAN-KÚ—Un marino mercante, el capitán Hoker, compatriota también del señor, que aguarda a que el señor pueda recibirle. Creo que desea pedirle una recomendación.
LUIS.—Diga a Frend que al oír el timbre le haga pasar. (A una señal de Luis, Pan-kú se inclina y se va por la derecha. Luis llama por teléfono.) ¿Blait?... Sí... ¿Y nada tampoco?...
ANA. (Entreabriendo la puerta de la derecha.)—¿Se puede? (Luis le indica por señas que entre y continúa escuchando por teléfono y asintiendo. Ana, mecanógrafa, de aspecto un poco sombrío, que trae unas cartas, aprovechando la ocupación de Luis estudia de una ojeada la habitación.)
LUIS. (Al teléfono.)—Sí... Ya sabe cuál es la consigna. (Deja el teléfono, mira a Ana y la sorprende en su fisgoneo.) ¿Eh?».. (Ana se inmuta y procura disimular.) ¿Qué trae?
ANA.—Me envía el señor Bluk con estas cartas.
LUIS. (Sentándose a la mesa.)—¿Es usted nueva en la oficina?
ANA.—Llevo aquí cinco días. Fui recomendada a usted por la señorita Virginia de Secabia.
LUIS.—Sí, ya recuerdo.
ANA.—Como ni ayer ni hoy ha venido a la oficina la señorita de Morell he sido encargada por el señor Bluk del despacho de la correspondencia urgente.
LUIS.—Bien. (Repasa las cartas y las firma. Ana aprovecha este momento para volver a mirarlo todo siniestramente.) Tome usted. Puede retirarse. (Ana recoge las cartas firmadas y se marcha por la izquierda. Luis, pulsando el timbre, dice viéndola, marchar y como alejando de sí un mal pensamiento.) Todos me parecen enemigos.
FREND. (Por la derecha, anunciando.)—El capitán Hoker. (Entra en escena un hombre como de cincuenta años, de barba y bigote grises, vestido de capitán de la marina mercante con traje de a bordo. Dará la sensación de un marino que acaba de desembarcar.)
HORACIO.—Buenos días, señor de Filquemont.
LUIS.—Buenos días, capitán.
HORACIO.—Traigo unas letras de presentación de su señor padre, mi gran amigo el coronel Filquemont (Le da una carta.)
LUIS. (Después de leerla.)—Está usted en su casa, capitán. Dígame en qué puedo servirle. (Le indica una silla y hace señas a Frend para que se retire. Vase Frend por la derecha.)
HORACIO. (Tras una breve pausa, quitándose la barba y el bigote.)—Ha cometido usted una gran ligereza al llamarme telegráficamente.
LUIS. (Gratamente sorprendido.)—¡Horacio Piffart!...
HORACIO. (Imponiendo silencio y después de cerciorarse de que no es escuchado por nadie.)—¿Es que deseaba usted que supiera mi llegada todo el mundo? Ha puesto usted sobre aviso a las autoridades del cantón, y desde que he entrado en Feronia estoy vigilado estrechamente. Por fortuna creo haber burlado hace un momento la sagacidad de mis perseguidores.
LUIS.—Siéntese.
HORACIO.—Gracias. (Se sientan.) Y bien, amigo Filquemont, ¿qué diablos le ocurre? Cuénteme, hombre. Figúrese, míe no sé nada de usted. Bueno, y en realidad sé bien, poco; lo que sabe todo el mundo en Estania: que es usted el más joven de nuestros grandes ingenieros; que salió de su patria hace seis años; que vino a este país vecino a ampliar sus estudios, y que, según dicen, ha inventado usted una substancia tan sumamente destructiva y deletérea que la nación que la posea y la emplee como elemento de combate será la dueña del mundo. ¿No es así?
