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Para Kent Wright, Becca Lewis era perfecta tal como era. Quizás fuera un poco aburrida, pero era una excelente amiga. Pero Becca decidió que tenía que cambiar de imagen, y ahora parecía una de esas sirenas de los catálogos de ropa interior femenina... Fue entonces cuando Kent comenzó a pensar en algo que nada tenía que ver ni con la amistad ni con el compañerismo...
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Seitenzahl: 136
Veröffentlichungsjahr: 2019
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2000 Jill Shalvis
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Cambio de imagen, n.º 984 - octubre 2019
Título original: New and … Improved?
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1328-675-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Si te ha gustado este libro…
Era un día más en la vida de Rebecca Anne Lewis. Trabajo, trabajo, trabajo.
Como química del Sierra Scientific Laboratory, Becca tenía poco tiempo para otra cosa. Lo llevaba en la sangre. Toda su vida había sido un ser humano estable, consciente, responsable. Una roca. Y ese era precisamente el problema. Las rocas son sólidas, pero aburridas.
El mes anterior había cumplido el gran tres cero. Treinta. Y aunque llevaba una buena vida, tenía una buena casa y un buen trabajo, la bondad de todo ello era tan monótona que le daba deseos de dar aullidos.
Como le estaba sucediendo con mayor frecuencia, pensó en su fantasía secreta, aquella en que tiraba toda la cautela por la ventana y se convertía en una mujer misteriosamente hermosa, atrevida diferente y excitante.
Pero la verdad era que no tenía que pensar demasiado para recordar si había hecho el amor durante la última década.
La puerta del laboratorio se abrió y pasos confiados y seguros se dirigieron por el pasillo hacia ella. Por un momento Becca cerró los ojos y se imaginó que esos pasos pertenecían al moreno alto y guapo que convertiría su fantasía en realidad. La miraría una sola vez y con su poderoso y largo brazo, barrería todo lo que había sobre la encimera. Luego la levantaría y le deslizaría las manos por las caderas hacia los muslos, que habría abierto mientras la miraba con esos ojos ardientes. Sus zapatillas de tenis chirriarían y …
Un momento.
El hombre de sus sueños no llevaba zapatillas de tenis que chirriaban. Becca suspiró mientras la realidad le invadía la única vida sexual que tenía en ese momento. La de sus sueños.
Los pasos siguieron avanzando. No era el hombre misterioso, sino su jefe, Kent Wright.
–Un cambio –masculló ella abanicándose–. Necesito un cambio drástico.
–¿Que? ¿Que estás sufriendo el cambio? –preguntó Kent desde el vano de la puerta. Era alto, moreno, y se estaba riendo a costa de ella.
–No exactamente.
–¿Estás segura? Ya estás vieja –dijo acercándose a ella. Tenía los hombros rectos y el caminar confiado y atlético. No pagado de sí mismo, sino confiado por ser quien era. La risa le hacía brillar los ojos oscuros–. Prácticamente con un pie en la tumba.
–Qué gracioso –dijo con ironía. Bastaba que una cumpliese los treinta y todo el mundo se sentía con derecho a recordárselo constantemente–. Aunque no es de tu incumbencia, me refería a un cambio como una aventura, no a la menopausia.
–Aventura –la miró con una expresión especulativa. No lo culpaba, ya que ella era el ejemplo del bicho raro, desde que estaba en el colegio. Por suerte, en la facultad, al estudiar ciencias, había estado rodeada de gente parecida a ella.
–¿Qué tipo de aventura? –se preguntó él– ¿Algo así como volar por los aires tu sitio de trabajo?
Lo dijo con suavidad y buen humor reflejado en su profunda voz, pero Becca se ruborizó igual al recordar cómo había perdido su último trabajo. A pesar de tener un nivel intelectual altísimo y haber sido siempre una alumna de sobresaliente, Becca adolecía de falta de sentido común, lo cual la había metido en más de un lío. Y la había hecho perder más trabajos de los que quería recordar.
Gracias a Dios, había tenido una excelente entrevista de trabajo con Kent, que pareció creer en ella. Pero no quería forzar su suerte. Si le contaba sus planes para lograr una emocionante vida personal, seguro que lo asustaba.
–Y ese incidente en particular con la explosión no contaba –dijo, a la defensiva–. No me refería a ese tipo de aventura.
–Ah –asintió él sabiamente–, así que esta vez lo harás a propósito.
–Sí. ¡No! –se rio de sí misma, ¿qué otra cosa podía hacer?–. No tiene nada que ver con el trabajo. Me refiero a mi vida personal.
–¿Qué tiene de malo?
–Está… bien –dijo ella, elevando los ojos al cielo con exasperación–, pero es tan aburrida que no se me ocurre qué decir de ella. Y eso va a cambiar.
–¿Debería preocuparme?
–Por supuesto que no. No es tu responsabilidad.
Gracias a Dios, él lo dejó pasar.
–He visto tu informe sobre el virus TD –dijo él–. Buen trabajo.
Bueno. Otra vez la maldita palabrita. Aunque intentó que no la afectara, no lo logró del todo.
–¿No puedes elegir otro adjetivo?
–Bueno es el que encaja perfectamente.
–Odio esa palabra.
–¿Por…?
–¡Porque es tan aburrida como el resto de mi vida!
–Lo cual nos trae de nuevo al tema del cambio, ¿no?.
–Sí –dijo ella, lanzándole una mirada rabiosa–. Así que, si no te importa, te ruego que no me digas que mi trabajo es bueno.
Otro hombre se la habría quedado mirando perplejo, pero Kent meramente asimiló su ruego.
–Lo pondré en un memo –dijo luego con voz engañosamente seria–: «Todo aquel empleado que utilice las palabras Becca y bueno en la misma oración, lo hará bajo su propia responsabilidad».
¡Ay, si él comprendiese! Tenía el cabello oscuro, los ojos más oscuros todavía y una sonrisa letal cuando la usaba. Era alto, delgado pero atlético, e increíblemente guapo de una forma peligrosa, y, según sus empleadas, a quienes les encantaba hablar de él junto a la máquina de café cuando él no las oía, nunca le faltaba compañía femenina cuando lo deseaba.
Y sin embargo, a pesar de parecer un dios griego, no lo deseaba demasiado a menudo. Aunque Becca llevaba poco tiempo en Sierra, ya se había enterado de que él solía estar solo, no le gustaba tener que responder ante nadie y era muy reservado. Eso lo hacía todavía más atractivo al sexo opuesto.
Pero no era su atractivo lo que le preocupaba a Becca, era su propia falta de atractivo.
Kent alargó un dedo y le acarició el entrecejo, que fruncía concentrada.
–¿No te dijo nunca tu madre que se te iba a quedar una arruga muy fea cuando fueses mayor?
Nunca se habían tocado antes.
Era solo un dedo, pero sucedió algo de lo más extraño. Becca sintió como si la hubiese atravesado un rayo. Fue tan fuerte, que casi sintió dolor. Se le empañaron las gafas y la lengua se le hizo un nudo. Se quedó totalmente idiotizada.
–Qué extraña electricidad estática –dijo Kent, mirándose perplejo el dedo.
–¿Eso es lo que era?
–Seguro –dijo, pero también frunció el entrecejo y dio un paso atrás metiendo las manos en los bolsillos de la bata blanca–. No puede ser otra cosa.
–Seguro que no –después de todo, Kent tenía una aversión a cualquier cosa que pusiera en peligro su adorada libertad.
Lo que ella no sabía era por qué, pero tenía otras cosas en las que pensar en ese momento. Como su decisión de hacer un drástico cambio en su estilo de vida. Ya era hora.
Toda su vida había sido una niña feúcha, gordita y extremadamente inteligente, al lado de una hermana guapa y llena de vida a quien le gustaba divertirse.
Se había pasado la adolescencia simulando que le gustaba más estudiar que los chicos y eso, lamentablemente, había cambiado muy poco.
Y ahora que era una adulta, se pasaba la mayor parte del tiempo mirando en un microscopio con gafas de cristales gordos, una bata blanca y una gorra de béisbol en la que se metía el cabello mientras intentaba encontrar una cura para el resfriado. Cuando no estaba en el trabajo, iba a la universidad a aprender más. Seguía simulando que era más divertido trabajar que hacer vida social.
Eso era lo que era, Becca, la empollona que ni se maquillaba ni se ponía ropa bonita.
Y sin embargo… tenía el corazón secreto de una rebelde, lo sabía. Así que le dio la espalda a Kent, se abrochó la bata blanca y se sentó en su taburete mientras pensaba que algún día buscaría la forma de hacer que los hombres perdiesen los calcetines por ella.
–Perdona–dijo él, mirándola con esos inocentes ojos profundos e indescifrables, que tendrían que haber sido su primera pista. Probablemente él nunca había sido inocente–, ¿has dicho algo?
–No.
–Sí, lo has hecho. Algo de mis calcetines, lo cual es muy raro, porque he notado que los lunes por la mañana estás muy concentrada en tu trabajo y no notas nada más. Así que deben de tener algo… –se abrió la bata blanca para tirar del suave y gastado vaquero que le cubría las piernas largas y poderosas. Se vieron dos calcetines de deporte blancos. Llevaba zapatillas de deporte con cordones desflecados en las puntas – A mí me parece que están bien –dijo, observándolos con seriedad mientras rotaba los tobillos–. Hacen juego hoy, lo cual es una novedad.
–Están un poco rosados –dijo ella, como si no le importara que hasta sus tobillos fuesen perfectos–. Tendrías que probar con lejía.
–Sí, eso es lo que pasa cuando se lavan con braguitas de encaje rojo.
–No bromees –ella abrió mucho los ojos al mirarlo súbitamente.
–Quizás sí –dijo él, esbozando una de sus sonrisas letales–, quizás no.
–Ajá –dijo ella, cruzándose de brazos y dándole la espalda. Se sentía irrazonablemente enfadada.
–Podrías alegrarte por mí.
–Quizás estaría más feliz –masculló, alargando la mano para tomar sus apuntes– si a mí me tocara algo también.
–Para que te toque, Becca, lo que tienes que hacer es salir con alguien –con irónica diversión, se apoyó contra la encimera mientras ella se afanaba con su trabajo, la imagen de complicaciones inmediatas.
–¿Cómo sabes que no lo estoy haciendo?
–Pues, porque se lo dijiste a Cookie, que se lo dijo a Tami, que se lo dijo…
–Ah –apretó los dientes–. Chismorreos.
Él sonrió, lo cual intensificó sus ojos traviesos. Pero había algo sobre la conversación sobre su vida sexual inexistente que la enfadó, y fue solo ligeramente tranquilizador saber que él creía que ella estaba rechazando invitaciones a salir, en vez de no recibir ninguna.
–Por supuesto que tendrías que interrumpir el trabajo lo suficiente como para divertirte –añadió él con naturalidad, estirando la mano para encenderle una segunda luz sobre su sitio de trabajo.
Olía bien, notó ella con reticencia. No a colonia, sino a algo más deportivo, un perfume muy masculino, que le causó un anhelo desconocido. Y que también la hizo irritarse.
–Te podría preguntar qué hiciste el fin de semana, pero probablemente lo podría adivinar –sonrió él–. Trabajaste en algo para la universidad y para ponerle un poco de emoción, viniste aquí para dedicarle un poquito de tiempo a tu último proyecto.
¿Era eso lo que todo el mundo pensaba? ¿Que se pasaba la vida trabajando? ¿Que no se divertía?
Tampoco ayudaba demasiado que tenían razón.
–¿Cómo lo sabes?
–Porque tienes aspecto de no haber descansado ni un segundo, aunque acabamos de tener un fin de semana –dijo y levantó una ceja atrevida, mientras cada músculo de su cuerpo rezumaba pecado.
Una rápida mirada en el pequeño espejo sobre una de las tres pilas confirmó la dolorosa realidad. Piel pálida, ojos verdes aún más pálidos orlados de fatiga, el cabello bajo la gorra de béisbol de un indeterminado castaño opaco.
¿Quién tenía tiempo para ocuparse del cabello? Las gafas que llevaba le ocultaban la mayoría de la cara, lo cual estaba bien, porque no llevaba ni una pizca de maquillaje. No es que no le gustase el maquillaje, pensó, es que cuando se lo ponía parecía la novia de Frankenstein.
Su cuerpo no era ni curvilíneo ni delgado. Normal. Y totalmente escondido bajo los anchos vaqueros, la camiseta, la sudadera y la bata blanca. Eso era porque no quería tener que preocuparse sobre qué ponerse por la mañana. Gracias a Dios que el laboratorio les daba las amplias batas blancas, así que daba igual lo que se pusiese debajo.
En conclusión, que no era carne para cita. Ni siquiera para una cita común y corriente.
–¿Otra vez frunciendo la frente? –pareció él sorprenderse y preocupado, también, como si supiese que él era la causa, pero no quería saber qué hacer al respecto– Quizás tendrías que trabajar –dijo, realmente preocupado–, eso siempre parece alegrarte.
–Sí, claro. Esa es la respuesta, más trabajo.
Él pestañeó ante su respuesta y ella sintió un aguijonazo de culpabilidad.
–Lo siento. Supongo que será porque es lunes.
–No –dijo él despacio, con cautela–, estás diferente hoy.
Sí, estaba diferente. Al menos, eso era lo que quería.
–Pues, a decir verdad…
–Oh, oh, ya quieres un aumento de sueldo.
–¡Esto no tiene nada que ver con el trabajo!
–De acuerdo –dijo él y se echó hacia atrás mientras cruzaba los tobillos con aspecto totalmente relajado mientras a ella los sueños y las esperanzas la carcomían–. Dime.
Pero el teléfono sonó en ese momento y mientras Kent la observaba pensativo, ella respondió.
–Laboratorios Sierra.
–¡Becca!
Summer, su hermana, tenía una voz con una alegría contagiosa que inmediatamente hacía que la gente sonriese. Becca se resistió.
–¿Sigues ahí? –preguntó Summer– ¿Qué te pasa?
Becca separó su mirada de la de Kent y se ajustó las gafas dándoles un empujoncito.
–No he dicho ni una palabra. ¿Cómo sabes que pasa algo?
–Lo sé. ¿El trabajo o los estudios?
–La vida –dijo Becca sin pensar, luego deseó haberse mordido la lengua.
–Pues, trabajas demasiado. Nunca te das un respiro, y mucho menos una mirada en el espejo. Pero por eso es por lo que te llamo. Tengo justo lo que necesitas para arreglarlo.
–Tú siempre tienes lo que yo necesito –dijo Becca–. Y la última vez que me convenciste, acabé con el cabello verde.
Kent levantó las cejas.
–Estaba aprendiendo a teñir bien –dijo Summer con suma dignidad–. Desde entonces he aprendido mucho.
Con el rabillo del ojo, Becca miró cómo Kent se inclinaba sobre su trabajo con los amplios hombros tensos por la concentración y las manos firmes y seguras. Ya se había olvidado de ella.
Era lógico. Sólo era su jefe, apenas se conocían. Entonces, ¿por qué no podía apartar la mirada de él? Tenía los músculos claramente marcados a lo largo de su delgada y fuerte espalda. Alargó los dedos para trabajar y, de repente, con un sofoco, se dio cuenta de que deseaba que esos dedos la acariciasen.
Era una locura.
Kent tomó su café y le dio un trago, lo que le hizo mover los fuertes músculos del cuello. Se dio cuenta de que no podía mirarlo y usar el cerebro a la vez, se ajustó la gorra de béisbol y le dio la espalda.
Sin embargo, el extraño deseo la invadió. Dios Santo, aquello era serio. Que el jefe le causase deseo. Eso sí que estaba muy pero que muy mal. Decididamente necesitaba una aventura rápidamente.
–¿Becca?
–Sí –carraspeó e intentó controlar sus hormonas–. Estoy aquí. Escucha, Summer –bajó la voz–, ¿recuerdas cómo siempre hablábamos de tener una salvaje aventura juntas? ¿Como viajar a Italia sin haber planeado nada? ¿O aprender a hacer submarinismo? ¿O ir a un cabaret de striptease?
Detrás de ella, Kent se ahogó con el café. Summer se rio.
–¿Te refieres a cuando éramos jóvenes y tontas?
¿Tanto había pasado desde que tenía sueños?
–Hagámoslo ahora –dijo, y evitó cuidadosamente la mirada de Kent.