Camila y el abuelo pastelero - Marisa López Soria - E-Book

Camila y el abuelo pastelero E-Book

Marisa López Soria

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CAMILA

Y EL ABUELO PASTELERO

© de esta edición Metaforic Club de Lectura, 2016www.metaforic.es

© Marisa López Soria

ISBN: 9788416873265

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la portada, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados.

Director editorial: Luis ArizaletaContacto:Metaforic Club de Lectura S.L C/ Monasterio de Irache 49, Bajo-Trasera. 31011 Pamplona (España) +34 644 34 66 [email protected] ¡Síguenos en las redes!  

ÍNDICE

1.- Camila tiene preguntas

2.- Alejandro

3.- Patricia

4.- El abuelo Juan

5.- Dicho y hecho

6.- A cocinar

7.- Chuparse los dedos

8.- Camila plastilina

9.- Dulzuras y otras que no lo son

10.- La pesquisa

11.- La muerte y la vida

1.-Camila tiene preguntas

Camila se lo pregunta: ¿Pero a quién le gusta mudarse?

Desde luego que a ella no, aunque allí está, recién mudada a la casa nueva sin que nadie le pidiera su permiso.

-Esta es la casa nueva- dice todo el mundo como si la otra estuviera en ruinas.

Camila está enfadada, rabiosa. Porque la casa de antes tenía de todo lo mejor: los amigos, el patio, el desván, el perro Maco, y muy cerca el campo de fútbol para jugar hasta hartarse.

En esta casa nueva no cabe Maco. Ya ves, un perro tan bueno… Claro que su madre opina que era una pesadilla solo porque le gustaba travesear y divertirse. Menos mal que se lo quiso quedar en la finca la madre de Cristina que si no…desde luego ella jamás en la vida hubiera abandonado a su fiel perro, ni por todas las casas ni los palacios más nuevos del mundo, ni por nada de nada. Le gustaría saber a ella qué piensa Maco de toda esta crueldad humana.

Por no hablar de otra cosa importante: aquí, en este barrio lujoso de la casa nueva nadie sabe quién es ella. Claro que su padre opina que es mejor así.

Nada de nada.

- No nos queda nadica de la casa mía de antes.

Camila mira con desolación el piso reluciente y resbaladizo y decide firmemente que nunca, nunca jamás le gustará esta nueva vivienda.

Se le antoja terrible con qué facilidad se pueden renunciar y abandonar los perros, las personas y las casas. Como si nada. Así como así. La gente se olvida de todo en un plisplás. Ella no. Camila jamás va a olvidarse de nada ni de nadie.

Ahora ni siquiera está Beatriz.

Beatriz dijo que la casa nueva está lejos y es demasiado grande para limpiar. Desde luego. Ya ves, su madre que parecía que no podía vivir sin Beatriz ha dicho, ni más tranquilamente, que hay que acostumbrarse a pasar sin ella.

Qué pena tan grande. Porque Bea era buena. Buenísima. Y le gustaba merendar bocadillos de sobrasada, como a Camila, igual igual. Aunque todo hay que decirlo, tenía su genio si le pisabas por lo recién fregado.

A esta casa nueva ahora viene Loli, por horas. No es mala, pero no es lo mismo.

A Loli ni le gusta la sobrasada ni merienda porque está de régimen. Y tiene el carácter como su madre, de <ordeno y mando>.

La verdad es que Camila no logra explicárselo. ¡Con lo estupenda que era aquella casa! Ésta está llena de inconvenientes, por todas partes. No hay más que ver cómo se ponen los padres de fatal con la dichosa novedad…venga con las recomendaciones.

-Camila, mucho ojo. A ver dónde dejas el chicle… Camila no arañes la pintura… Camila, cuidado con la madera…

Se ha tenido que subir a la terraza de arriba, más sola que la una.

2.-Alejandro

Menos mal que esta casa tiene una terraza en lo alto. La terraza es lo único bueno de la casa nueva.

Allí se sube Camila, a llevarse su tristeza, lejos de todas las miradas, sin que nadie la moleste puede pensar todo lo que quiera y recrearse en la pena, llorando si le apetece por lo desgraciadísima que se siente. Allí se consigue estar tranquilamente, sola en el mundo y sin sus queridos amigos. ¿Qué estarán haciendo ahora, sin ella?

Con tanto disgusto Camila no tiene ganas ni de jugar un poco y ni siquiera de saltar a la pata coja, que le gusta un montón..

Por eso se ha puesto solo a mirar, sin hacer nada, hipando su dolor.

Desde ahí arriba, al frente, si se seca las lágrimas, Camila puede ver los bloques de pisos con sus ventanas y sus balcones. Abajo, en la calle, hay un jardín con árboles, luego la carretera y los coches. Por detrás, a las espaldas de su casa y del trastero, otras casas tan idénticas y nuevas como la suya, tan iguales todas que producen malestar. Gracias que también se ve el campo, mucho campo.

Allí mismo, en la terraza, se ha comido Camila un caramelo que ha encontrado en su bolsillo para quitarse el mal sabor que siente en las tripas y en la boca del estómago. Menos mal que con el papel de colores, a su través, todo se convierte en una preciosidad.

Y tan tranquila que estaba ella allí, cuando se ha asomado un niño por una de las ventanas del piso de enfrente.

- Oye, ¿vives tú en esa casa nueva?- ha preguntado el de la aparición.

Camila lo ha oído perfectamente, cómo no va a oírlo, pero por la sorpresa al verlo y porque no está para conocimientos, se ha hecho la interesante y la disimulada mirando para otra parte. Sin contestar.

Y el niño, va y de nuevo le habla.

Camila otra vez, como el que oye llover.

-Pero nena, ¿tú eres tonta, o qué?-ha dicho el preguntón.

Ya estaba Camila para tirarle un trozo de yeso seco del tejado, cuando ha asomado una señora por la ventana y le ha llamado:

-¡Alejandro!

Se llama Alejandro. Pero a ella que no la llame tonta porque si no se la va a cargar. Le podría haber hecho un chichón y hasta sangre.

-Se ha salvado por los pelos.

No hay más que verlo. La casa nueva no tiene más que problemas e inconvenientes, se lamenta Camila.

Y que nadie le preguntó si quería cambiarse, ¿no?

<Nos mudamos>, le dijeron a Camila sus padres, tan contentos.

A eso no hay derecho.

¿Por qué no puede estar ella ahora con sus amigos?

Qué injusticia grande tanta deslealtad. Ay, lo que daría por poder jugar con ellos. Con Cristina, con Vane, con Perico, con Paqui…Ahora mismo todos le faltan.

Camila lo sabe bien, a esta hora de la tarde, están sus amigos jugando en el campo de fútbol, donde suelen reunirse. Aunque tal vez estén mandando a Maco a recoger la pelota…

Maco querido. Querido Maco.

Camila tiene mucho que llorar.

3.-Patricia

- ¡Camila! ¿Qué haces ahí, tan sola?

A Camila le interrumpen la pena.

Gracias que el que la requiere es su acogedor abuelo, el abuelo Juan. Camila solloza en sus brazos y se deja ceñir con fuerza. ¡Y menos mal que al abuelo sí se lo han traído a la casa nueva!

-Vamos, vamos, criatura ¿qué sucede?

-Nada- Camila no puede expresar lo que se le antoja que no tiene explicación.

Porque también le duele Patricia.

Patricia, esa nena nueva, es la hijita de Isabel y Paco.

A Isabel y Paco sí los quiere Camila, pero lo peor es que tienen esa niña que llevan a todas partes. Patricia se llama la entrometida.

Antes, cuando vivían en la otra casa, la pareja iba de visita a cenar con sus padres, por la noche, sin la pequeñaja. Y tomaban mucho rato café, y se quedaban los cuatro juntos tranquilamente, riendo y hablando hasta las tantas, sin parar.

Camila los escuchaba desde su habitación hasta que se quedaba dormida. Aquel sonido era tan agradable como el ruido de las olas del mar o el viento en los árboles del bosque.

Pero ahora todo es distinto.

El caso es que Isabel y Paco viven tan cerca de la casa nueva, que vienen también de día, pero siempre cargados con ese enredo de cría que se llama Patricia.

-¿Por qué no os vais a jugar?- dicen los padres- Camila, anda, hija, cuida de Patricia que es pequeña.

Precisamente. No se dan cuenta de que como ella no es una mocosa no puede jugar con mocosas y, además, que ella no es su cuidadora.

En realidad Camila no quiere saber nada de Patricia ni de nadie que sea nuevo.

Eso que la niñita la mira y se ríe por nada, tan divertido le parece estar con la nueva amiga mayor.

Pero Camila que no.

No quiere ni mirarla con el rabillo del ojo y verle esos ojos que tiene Patricia, que no parecen del color de ojos de la gente: los de la nena son como el vestido de gasa azul de la comunión del primo Pablo. ¡Un mimo tiene esta Patricia!, se le antoja a Camila.

Lo único bueno del asunto es que cuando es ella la que va de visita a su casa, Patricia tiene una habitación de hija única llena de juegos y de caprichos, porque Sonia, la hermana bebé de Patricia es tan minúscula que todavía no cuenta.

Y lo mejor es que en casa de la niñita se puede pedir la merienda y dejarla por ahí si no te gusta. Nadie riñe.

- ¿No tenéis más ganas?-dice Isabel, tan cariñosa.

De todos modos, con todo y con eso, a ella, bah…

4.- El abuelo Juan

El abuelo alza a su nieta Camila, y le da un beso y otro y otro y otro y otro más para calmar la pena de Camila. Él sabe que aunque la pincha con su mostacho, la nieta siempre se ríe porque le hace cosquillas.

Ya está repleta de los besos cosquillosos del abuelo. Muas, muas, requetemuas. Fuera penas.

-¿Qué hacías tan pensativa?- quiere saber el abuelo.

-Ay, abuelo. Estoy preocupada por las cosas nuevas.

-¿Y…?

-No me gustan- concluye la niña.

El abuelo Juan asiente con la cabeza. Camila sabe que él es el único que la comprende. Su abuelo entiende todo muy bien. A él también le falta una persona, la más importante de su vida. La abuelita Catalinas.

Se murió y ya no está.

Para colmo, al abuelo también lo han cambiado de lugar como si fuera una cosa, y ya no vive cerca del bar de Manolo donde se reunía con su grupo de amigos, el señor Merino, Roque el de la Tomasa y el bueno de don Procopio. Con ellos charlaba, jugaba al dominó y se pasaba las tardes la mar de distraído.

Por todo eso su abuelo esta al cabo de la calle, de sobra sabe lo que le sucede a Camila, porque a él también…

-Ya sabes lo que te dije, Camila Plastilina.

-Sí, abuelo.

Dice el abuelo que las personas inteligentes deben acomodarse a los cambios. Y que ella, tan lista como es, ahora le va a ocurrir como a la plastilina, (esa pasta con la que juega y moldea formas diferentes); asegura que con el tiempo se adaptará. Son los cambios. <Así te va a suceder en la vida, Camila. Es mejor adaptarte a lo que ahora tienes y disfrutarlo de la mejor forma posible que añorar lo que no está. Es un secreto para aprender a vivir mejor. No hay más cáscaras>.

Sí hay más cáscaras. Para ella todo está lleno, repleto de cortezas, fárfaras, costras y aristas.

-Ea, te propongo que hagamos algo juntos- dice el abuelo Juan, tan ocurrente.

-¿Algo como qué?- pregunta Camila sin entusiasmo.

-Tú y yo vamos a cocinar dulces- opina el abuelo-. ¿Qué te parece si hacemos una buena tanda de dulces de Navidad?

-Pero abu, todavía no es Navidad- Camila, extrañada, le advierte el despiste.

-Pues mejor,¡fantástico!- responde el hombre con arrebato-. Así, de sopetón, todo nos sabrá más rico por lo inesperado. Porque yo creo que cuando uno está triste, lo mejor es endulzarse la vida. ¿No te parece?

Visto así, aunque Camila no tiene el horno para bollos, no es mala idea.

-De ese modo tendremos dulces de Navidad en el otoño, y dulces de Navidad en la Navidad- concluye ocurrente.

De acuerdo. Hay que pasar a la acción.

El abuelo Juan toma a Camila de la mano y la conduce hasta la cocina. Qué grande el abuelo Juan. Este abuelo es mucho abuelo.

A Camila se le ponen los pelos de punta solo de imaginarlo:¡menuda suerte que no lo dejaran en la otra casa…!

5.- Dicho y hecho

Ya se le alegran los ojos a Camila. Porque a Camila le gusta todo lo que se cuece en la cocina. Se diría que la cocina es el lugar más interesante de las casas.

Camila recuerda muy bien cuando la abuela Catalina y ella se juntaban a cocinar en la otra casa y le pedían ayuda al abuelo, el mejor de los pinches, para preparar los dulces navideños. Él las llamaba <Mis Cocinillas>

Claro que eso eran otros tiempos.

Entonces la abuela Catalina estaba vivita y coleando y, con ayuda de su nieta favorita Camila pimpollo, fabricaba los mejores dulces del mundo.

Pero la abuela ahora no está. Está evaporada. Esfumada. Volatilizada.

Sería antes de morir cuando la abuela se lo dijo y le dio, como si fuera un confeti, ese recado al abuelo:

-Me gustaría mucho que cuando yo falte vosotros hagáis los dulces de Navidad. Así tendréis un buen recuerdo mío- siempre lo cuenta el abuelo Juan, que lo dejó dicho la abuela Catalina.

Naturalmente que Camila, y todo el mundo en esta casa nueva, recuerdan a la abuela sin necesidad de hacer dulces. ¡Cómo no! Para eso ella la quería con locura, porque era su querida abuela Catalina.

Ahora Camila y el abuelo Juan preparan todo el ritual antes de poner las manos en la masa.

-Vamos, cocinera. Manos a la obra- la anima el abuelo pastelero.

Para empezar, Camila repasa con el abuelo, uno por uno, todos los consejos de la abuela.

Primero y principal. Lavarse las manos.

-Hay que enjabonarse las manos bien, muy bien. Es imprescindible antes de ponerse a la dulcísimo tarea.

Eso es. Limpias como una patena. Relimpias como los chorros del oro.

Antes de emprender la faena también hay que revisar los utensilios y todos los ingredientes.

Moldes limpios y ordenados.

El peso para los gramos. La harina de buen costal.

¿Hay huevos? ¿Son suficientes?

Camila y su abuelo, cada uno con su delantal.

Preparados. Listos. ¡YA!

6.- A cocinar

Metidos en el quehacer, nieta y abuelo.

-Hay que separar las claras de las yemas- le pide el abuelo a su ayudanta Camila-. Vamos a poner las claras a punto de nieve. Bien batidas- le jalea la emulsión-. Venga, venga, sin fatiga..

Ayayay, rápido, rápido. Cómo incomoda el brazo, la mano…

- Descansa un poco, Camila.

Y ahora picar la almendra.

Camila pica la almendra en el mortero. Con cuidado que salta, muy menudita, mientras el abuelo filetea y tuesta más semillas.

-Por favor, pásame el molinillo, Camila- pide el jefe de cocina-. Para moler el azúcar.

Ni más ni menos. Ni menos ni más. El abuelo pulveriza el azúcar en el molinillo.

Qué finura.

Interviene ahora el abuelo remontando claras. Es difícil agitarlas para que suban y suban como la espuma de jabón en la bañera. A Camila se le cansó la mano, igualito que cuando hace los deberes, de tanto escribir.

-¿Te acuerdas, abuelo, cómo se le ponían de nieve blanca a la abuela? Ella las subía rápido, rápido.

-Me acuerdo. Vaya si me acuerdo…

-¿Y te acuerdas, abuelo, cuando se me perdió el conejito de trapo? Qué lástima, abuelo, verdad… ¿Te acuerdas?

El cocinero mayor va formando una nube mullidita y blanca dentro del cuenco. Qué maestría.

-Lo recuerdo porque era tu muñeco más querido- el abuelo Juan está concentrado en su labor mientras habla con Camila-. Tu favorito, el Conejo Blanco, como el de la Alicia del cuento.

-Pues ahora yo…- Camila suspira profundo y no acaba la frase. Traga saliva para deshacer el nudo que se le hace y le duele en la garganta. Aunque no hace falta que se explique porque el abuelo sabe bien qué la apena.

El hombre detiene lo que se trae entre manos.

La mira.

-Entiendo muy bien lo que sientes, Camila. Es la pérdida lo que te produce tristeza- dice el abuelo sosegador, que abandonó la tarea para abrazar a la nena y cobijarla.

Sí. Claro que el abuelo está al corriente. Él también tiene ese quebranto, él ha perdido a la abuela y ya no se la encuentra por los pasillos.

El corazón de Camila recuerda muy bien el dolor de aquella pena profunda de toda la familia, una pena tan honda como un barranco sin fondo.

7.- Chuparse los dedos

Ah, no se vale, el abuelo no la deja. Hay que aguantar sin chuparse los dedos al formar los polvorones, los mantecados, las tortas de almendra, los suspiros…

Ay, sí. Los suspiros.

Como en un suspiro se murió la abuelita Catalina, la abuela pastelera.

La abuelita se les fue. Suerte que Juan, el abuelo se quedó.

Ahora ambos cocinan sin la abuela. Los dos. El abuelo batidor y Camila, al alimón, hacen la confitería.

Cuánto les gusta preparar el amasijo en la artesa grande que la abuela les dejó.

El abuelo Juan siempre sonríe. Se diría que el abuelo Juan nunca está triste.

-¿Tú no estás triste, abuelo?- pregunta Camila.

-No, ¿para qué?- el abuelo la contempla con mucho cariño-. Además, a la abuela Cata no le gustaría saber que estoy triste, ¿no te parece?

Claro. En eso está totalmente de acuerdo Camila con el abuelo. Lleva mucha razón. A la abuela Catalina le gustaba ver a la gente feliz y contenta. Por eso se afanaba en la cocina y cocinaba tan rico.

< La cocina requiere mucho amor>,les decía.

-Pero abuelo, ¿por qué se tienen que acabar las cosas?- se lamenta Camila-. Yo no quiero.

El abuelo se encoge de hombros. De todos modos, él siempre encuentra una respuesta adecuada para su nieta.

-Algo se acaba y algo comienza, Camila. Y cuando algo se termina, fíjate bien, siempre llegan cosas nuevas hermosas e interesantes. Hay que estar atentos porque si estás disgustado las cosas buenas pasan a tu lado y ni te enteras…

-No me gusta.

-Has nombrado a tu mascota el Conejo Blanco. ¿Recuerdas lo que vino después? Algo bueno llego a continuación…¿ya no te acuerdas?

-¡Maco! Cuando se perdió mi mascota, mi padre me regalo a Maco, el perro más bueno y más guapo del mundo.

-¿Lo ves? Algo sorprendente llegó después de tu desconsuelo. Siempre es así, aunque al principio cueste entenderlo- el hombre ahora mira con el rabillo del ojo a Catalina-. Hay que llorar si uno quiere cuando está triste, pero si te quedas mirando tu dolor todo el tiempo te haces daño, y eso, criatura, eso no es sano, ni sirve para nada.

-Pero la abuelita Catalina…

-Ella es insustituible y siempre estará con nosotros. ¡Tantas cosas buenas nos dejó! Por eso nosotros jamás la olvidaremos.

-Nos regaló la receta de los dulces.

-Por ejemplo. Entre otras muchas cosas.

Pues eso.

Ahora hay que hacer la masa.

A trabajar.

- ¡Eh, abuelo!- dice Camila-.¿Cómo era? Se me olvidó la fórmula de la masa…

- Cada masa tiene su truco. Nosotros buscaremos la nuestra en el libro de recetas de la abuela- responde el abuelo cocinillas-.¿Ves? Aquí está, la mejor de las recetas para hacer masa.

Claro que hay que ponerle harina. Y levadura de panadero.

-Lo de ponerle levadura de panadero era el secreto de la masa de la abuela- comenta el cocinero a su pinche mientras espolvorea el fermento - Aunque en realidad esto es un secreto a voces.

-¿A veces?- pregunta Camila.

-A veces, a voces.

A voces ha llamado la señora al niño que se llama Alejandro.

Guapo y un poco estúpido debe de ser ése que le ha llamado tonta a ella.

8.- Camila Plastilina

Mucha atención.

-Primero hay que espolvorear la masa con pellizquito de sal y otro pellizquito de azúcar- el abuelo pastelero hace el gesto de añadir con los dedos de la mano. Y anima a Camila-: Vamos Camila. Pon manos a la obra, la masa es toda tuya.

-Mira cómo hago, abuelo, igual que con la plastilina.

-Eso es. Hay que amasarla bien con las manos.

-Y triturarla con la punta de los dedos, dándole pellizquitos.

A Camila le gusta la sensación de mezclar los ingredientes, la leche, el aceite, los huevos. Todo se mezcla y se aglomera.

Ahora hay que hundir la mano en el amasijo para darle forma a la pella. Apretar la masa hasta que se escurra y se resbale entre los dedos, ni mucho ni poco. Con una mano. Con las dos. Camila amasa, amasa, amasa. Venga y venga a apretar, que ya le duelen los brazos.

Descansa y vuelta a empezar.

- Vapulea Camila. Sacude y bate la masa. Hay que darle una buena paliza.

- Toma y toma y toma, masa- grita la chiquilla-. Está pegajosa, abuelo…

- Eso es porque le falta un poquito de harina.

- Parece serrín…

- Aserrín, aserrán, los maderos de San Juan- canta el abuelo mientras añade otro poco más de un ingrediente-. Y le pongo una pizca de leche para que ligue mejor.

-¡Que risa!- Camila se frota los dedos para quitarse la masa-. Tenemos una masa ligona.

- Ojo, Camila. L masa no estará lista hasta que mezcle bien con los restantes ingredientes.

¡Por fin!

La masa quedó perfecta, blandita, compuesta para transformarse en dulce.

-Alto ahí, Camila. Después del vapuleo necesita un buen descanso- dice el abuelo cogiendo la bola compacta para envolverla en un paño limpio y húmedo-. Las cosas necesitan su tiempo.

Tiempo. Paciencia Camila.

-La dejaremos un buen rato en el frigorífico para que repose.

Adiós bola compacta.

Tiempo muerto. El tiempo también se muere. Por eso, una sombra se ha deslizado por los ojos de Camila y se los ha oscurecido.

-Y tú, abuelo, ¿cuánto tiempo tardarás en morirte?- pregunta de pronto la nieta con un poco de miedo y otro poco de curiosidad.

-¡Puff, Camila, muchísimo!- ríe el hombre abiertamente-. No te preocupes tú por eso ahora que a tu abuelo todavía le queda cuerda para rato…

Menos mal.

-Atiende, Camila. ¿Ves cómo crece la masa?

-¡Tachán! Ya tiene pinta de masa.

Qué bien. La masa se convirtió. Ya está preparada para lo que venga.

Y qué suerte contar con la ayuda del abuelo Juan.

Camila no quiere que se le acabe nunca el abuelo. Camila no quiere que se le acabe el abuelo, ni las casa, ni las cosas, ni que se abandone a los seres queridos, y que por favor, por favor, que no se muera el abuelo dulcero y alegrador.

Claro que tampoco quería que se muriera la abuela y, ya ves, en un tris-tras se les murió.

El abuelo Juan dice que fue porque le llegó el momento. Y que así son las cosas de la vida.

< Y las de la muerte> protesta en su interior Camila.

9.- Dulzuras y otras que no lo son

El abuelo Juan, sin perder el tiempo, se adelanta a coger el rodillo y los utensilios con los que extender y dar forma a las dulzuras.

-¿La muerte tiene reloj para saber cuándo le llega su hora a cada cual, abuelo?

-Un buen reloj debe tener…

-¿La muerte está viva, abuelo?

-Vive junto a la muerte, paloma.

Conque viva…A veces el abuelo la llama paloma.

Antes, en tiempos de la abuela Catalina, ella la llamaba <pimpollo>.

-La muerte y la vida andan juntas y están por ahí- concluye el abuelo.

Pues vaya. Camila no sabe qué pensar de todo ese asunto.

Por cierto.

-¿Será ya la hora de la masa, abuelo?

-No. Tranquila. Todavía no le ha llegado su tiempo a la masa.

<Estate preparado horno, a ti también pronto te llegará el turno>, piensa Camila.

El caso es que Camila ya sabe bastantes cosas de la vida.

Sabe ser amable, pedir las cosas por favor, aprendió a lavarse los dientes…También sabe obedecer, conoce la vida de los peces, construye sin dificultad los rompecabezas, sabe cosas interesantes de su localidad y aprendió el camino de los alimentos en su recorrido por el cuerpo. Pero ahora Camila necesita saber más cosas sobre la muerte.

Porque la muerte está ahí, junto a la vida, pero nadie habla de la muerte.

Todo el mundo evita esa conversación sobre la muerte. La gente siempre se olvida de tan importante explicación. ¿Por qué se ponen las casas viejas? ¿Por qué se murió su abuela Catalinas? ¿Era necesario todo eso?

-Lo de morirse y abandonar las casas, abuelo, a mí me parece una catástrofe desastrosa de lo más. ¡Qué calamidad!

-Lo es, en cierto modo.

-¿Pero entonces…?

-La vida está hecha para vivirla, no para comprenderla Camila- el cocinero se encoge de hombros- ¿Y sabes? Así es la vida

Será, pero no me...

-Dime, abuelo- pregunta Camila- ¿qué pasa cuando alguien se muere?

El abuelo, aunque sigue a lo suyo y en silencio, parece reflexionar mientras calienta el horno. La pregunta de Camila le ha dado que pensar.

-¿Conque quieres saber qué sucede cuando alguien se muere?- la mira con dulzura el hombre-. ¡Ay, si yo lo supiera, criatura!

El abuelo, a veces, también la llama <criatura>.

-¿No lo sabes tú?

-Ni yo ni nadie- el abuelo se mesa la barba antes de continuar-. Dicen que el cuerpo, porque es materia, se separa del alma y ahí se acaba la vida. De golpe y porrazo.

-Como en un truco de magia, <cataplof>- Camila reflexiona un instante, antes de preguntar-: ¿Y qué más?

-No lo sé, Camila. Tu abuela Catalina, por ejemplo, tenía esperanza en que nos encontraríamos en el más allá- el abuelo se ha encogido de hombros.

Menos mal.

-Mi amigo Perico me explicó que cuando uno se muere bajan los ángeles y se lo llevan volando y lo suben arriba arriba hasta el cielo.

-Hmmm… Lo que dice Perico es bien bonito- el abuelo hace rato que desliza mantequilla por los moldes, para que no se pegue la masa-. Lo cierto es que quien se muere se marcha de este mundo.

-Me pregunto- dice Camila pensativa- en qué se sujetará la gente para no caerse del cielo, allá arribota…

-No tengo ni idea, Camila - el abuelo llama ahora su atención-. Eh, no te despistes, necesito tu ayuda de pintora. Con el pincel hay que darle unas pasaditas para que la masa se ponga dorada al hornear.

¿El pincel? ¿Dónde andará el pincel?

Aquí está. Ya apareció. No lo encontraba ni muerto ni vivo.

-Abuelo, ¿sabes qué?- Camila desea echarle un capote a su abuelo en esas cosas de la vida y de la muerte. Ella también tiene su propia opinión-. Yo creo que los que están en el cielo deben parar en alguna nube mullidita, o engancharse en el pico de una estrella.

-Quién sabe… Tal vez. - asiente el confitero que con sus moldes estrellados va formando un dulce firmamento.

Qué cosas. Se diría que ni el propio maestro de cocina sabe mucho sobre el misterio de cuando la gente se muere.

-Sí, eso es- se reafirma Camila-. En el pico de una estrella estará la abuelita Cata, mirando cómo nos quedan los dulces.

-De lo que estoy seguro es de que estará contenta de ver que nos quitamos las penas haciendo sus dulces.

¿Animo o ánima?

A la vista está, el abuelo Juan sí sabe animar, y cómo preparar, idénticas, las trufas de la abuela Catalina.

Llegó el tiempo de hacer las ricas trufas.

Las trufas necesitan su propia pasta.

Primero toca el baño María – Camila conoce ese baño de agua calentita y sin jabón-, después de trocear el chocolate blanco y el chocolate negro, se derrite todo junto a la mantequilla. Al tibio calor del agua, tan ricamente.

El abuelo agrega a la masa de la trufa, leche condensada y un chorrito de licor.

Mientras, Camila continúa con la investigación.

10.- La pesquisa

-Oye, abuelo, ¿morirse duele?- continúa Camila con sus pesquisas sobre la innombrable.

-¡Menudas preguntas!- el abuelo Juan se rasca el flequillo que tiene bajo la nariz, como siempre que busca una respuesta adecuada-. No. Creo que no duele- y añade risueño-: Eso, teniendo presente que yo no me he muerto nunca. Sinceramente, creo que le duele más al que se queda vivo. De eso estoy casi seguro.

-Lo que yo decía: no duele- Camila parece ensimismada. Aunque enseguida vuelve al motivo de su indagación-: ¿Te lo dijo la abuela?

-No, no. Ella no llegó a decírmelo, pero por lo que yo sé, cuando la gente se muere, descansa.

-Descansa en paz. Y ya nada la molesta, ¿no?

-Eso mismo. Por eso se dice que quien muere pasa a mejor vida - sonríe el abuelo contemplando a la nieta con ternura y reclamando su atención-. Eh, pequeña, mira, la pasta de las trufas ha quedado perfecta. Ahora hay que dejarla enfriar.

-¡Abuelo, la masa de harina! Se nos olvidó la masa que yo amasé…

-¡La masa de la pimpollo!

Ésa es Camila. Camila pimpollo. Camila paloma. Camila criatura. Camila Pequeña. Camila Plastilina. Camila de las mil preguntas. Camila dulce Camila.

Y esta de aquí es la masa.

¿Estás descansada masa?

Porque hay que aguantar la mucha coba del rulo, arriba y abajo, hasta que quede lisica, lisica, fina, finísima, educada, educadísima, como Camila plastilina, acomodada a la nueva vida de la casa nueva, de la vida con la muerte, de la vida sin el cole de siempre, sin Maco, sin los amigos, sin la abuela Catalina.

Camila, estira, estira y estira.

Hay que elegir la forma que tendrán los dulces.

Ella quiere hacer todas las figuras del cielo, allá donde está la abuelita e incorporar un firmamento de ricuras: con estrellas de anís, con bolitas de coco rondos como planetas, con medías lunas de mantecado. Hmmm.

-¿Qué dulces vas a elegir Camila?- le pregunta el abuelo pastelero-. ¿Corazones? ¿Rollitos? ¿Tortas?

-Menudo tortazo la vida, abuelo- dice Camila.

-A veces sí. Y a veces no, Camila - el abuelo Juan eleva las cejas en un gesto que es una interrogación. Luego contempla lo que se lleva entre manos, necesita que su ayudante se decida-. Céntrate, porque ahora, tienes que elegir qué hacer con la masa. Dime, ¿qué dulce haremos?

-¿Sabes, abuelo?-Camila mete el dedo en el centro del amasijo que la aguarda-. Estoy pensando que mi masa esta vez quiero que se convierta en ¡un roscón de reyes!

¡Qué bueno!

Camila plastilina coge un buen pegote de masa y la moldea y le da forma con sus manos hasta conseguir un rulo redondo. ¡Tachán!

Camila y el abuelo cocinero rellenan el bollo con frutas glaseadas de todos los colorines.

También le ponen regalitos en su interior: por aquí y por allá. Qué ilusión. ¡Vaya cara de asombro que se les va a quedar a algunos! A Camila le gustan mucho las sorpresas. Claro que a ella le gusta darlas, y no tanto que se las den. Porque hay sorpresas y sorpresas.

Ésta será de las buenas.

Ya está.

Ahora solo falta untar el rollo con yema de huevo. El abuelo Juan y su nieta Camila espolvorean el roscón con azúcar bien molida. Le añaden almendras fileteadas.

-¿Qué te parece, Camila?

-Se me hace la boca agua, abuelo, qué pinta- dice la nena relamiéndose de gusto-. Para chuparse los dedos.

La buena vida.

-¿Ves, Camila?- reflexiona el abuelo-. La vida se parece mucho al roscón de Reyes-le señala-. En realidad, la vida puede considerarse un riquísimo y estupendo roscón.

-Ah, bueno, sí. Pero cuando te lo comes todo, se acabó- advierte la niña.

-Así es, aunque hasta que llega ese momento- insiste él-, ¿por qué no disfrutar las cosas estupendas que tiene la vida?

-Ya, pero…

-La vida es prodigiosa, Camila, como un roscón, ¿no lo ves?-el abuelo se mesa ese bigote que a Camila le parece un flequillo. Y continúa-: Porque el roscón estuvo bueno, bien rico mientras duró. Eso es lo importante.

Camila cavila.

-Ya… se queda un dulce sabor en la boca.

Eso está bien.

Y Camila se pone contenta porque a la hora del reparto, dentro de un rato, a ella le tocará un buen cacho del roscón, dulce y sabroso. También está feliz por cocinar y charlar con el abuelo Juan, su abuelo repostero, vivito y coleando, transformando el amasijo, compartiendo con ella los saberes y sabores de la vida.

Ayudadora Camila. Ella es la pinche de cocina.

Camila trabajadora. En la flor de la vida.

-Abuelo, ¿y la pasta de chocolate para las trufas?

-Aquí la tenemos. Vamos con ella mientras se hornea el roscón.

A la masa de chocolate se le van quitando porciones con una cuchara. A continuación, con las manos <requetelimpias>, hay que darles forma redondeada. ¡Qué cosquillas hace la blandura en las palmas!

Por último hay que cubrir el manjar, adornarlo con los fideos de chocolate o con el azúcar glas. Al gusto. Ay, qué gusto.

¡Tatatachán! Así de fácil y ya están las bolas, listas para comérselas.

-Nena, esto va a estar de muerte- dice el abuelo.

-Ay, qué pena. La muerte…

11.-La muerte y la vida

A Camila le da tanta pena que todo se acabe…

- Ahora, ya ves, abuelo, me como la trufa y,¡se acabó!

- De pena, nada, monada- se ríe el abuelo-. Es estupendo servir para algo. Y las trufas sirven para hacernos más felices, ¿no lo ves? Nos endulzan la vida.

- Eso sí- dice una golosa Camila que se relame-. Entonces, abuelo, ¿la vida es como un roscón y también es como una trufa?

- ¡Y muchísimas cosas más!- proclama gozoso el abuelo Juan.

Menuda lista larga se le ocurre recitar al abuelo Juan.

-La vida, pequeña Camila, también es como un kilo de frambuesas. Y de grosellas. Y de cerezas.

-¿La vida es como un flan sorpresa?