CÁNDIDO, O El Optmismo - Voltaire - E-Book

CÁNDIDO, O El Optmismo E-Book

Voltaire

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Beschreibung

Voltaire, cuyo nombre real era François-Marie Arouet, nació en París, Francia, en 1694. Fue un escritor, filósofo y activista conocido por su agudo ingenio y su habilidad para abordar temas sociales y políticos de su época. Voltaire fue un crítico feroz de la intolerancia religiosa y la injusticia, y su obra refleja su espíritu crítico y su compromiso con la libertad y la razón.  "Cándido o el Optimismo" es considerada una de las obras más importantes de Voltaire. A través de la historia de Cándido, un joven ingenuo y optimista, Voltaire cuestiona la noción de un mundo perfecto y pone en tela de juicio la idea del optimismo ciego. La novela aborda temas como el sufrimiento humano, el mal y la búsqueda de la verdad en medio de un mundo caótico.  "Cándido o el Optimismo" es una obra literaria de gran relevancia y actualidad.  Su mensaje de búsqueda de la verdad y el pensamiento crítico sigue siendo relevante en la actualidad y nos inspira a cuestionar y mejorar el mundo en el que vivimos.

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Voltaire

CÁNDIDO

O EL OPTIMISTO

Título original:

“Candide, ou l'Optimisme”

Primera edición

Isbn: 9786558944669

Sumario

PRESENTACIÓN

 CAPITULO I.

 CAPITULO II.

 CAPITULO III.

 CAPITULO IV.

 CAPITULO V.

 CAPITULO VI.

CAPITULO VII.

 CAPITULO VIII.

 CAPITULO IX.

 CAPITULO X.

 CAPITULO XI.

 CAPITULO XII.

 CAPITULO XIII.

 CAPITULO XIV.

 CAPITULO XV.

 CAPITULO XVI.

 CAPITULO XVII.

 CAPITULO XVIII.

 CAPITULO XIX.

 CAPITULO XX.

 CAPITULO XXI.

 CAPITULO XXII.

 CAPITULO XXIII.

 CAPITULO XXIV.

 CAPITULO XXV.

 CAPITULO XXVI.

 CAPITULO XXVII.

 CAPITULO XXVIII.

 CAPITULO XXIX.

 CAPITULO XXX.

PRESENTACIÓN

Cándido o el Optimismo, es una obra escrita por Voltaire, uno de los más destacados pensadores de la Ilustración. Publicada por primera vez en 1759, esta novela filosófica se ha mantenido relevante y vigente a lo largo del tiempo.

Voltaire, cuyo nombre real era François-Marie Arouet, nació en París, Francia, en 1694. Fue un escritor, filósofo y activista conocido por su agudo ingenio y su habilidad para abordar temas sociales y políticos de su época. Voltaire fue un crítico feroz de la intolerancia religiosa y la injusticia, y su obra refleja su espíritu crítico y su compromiso con la libertad y la razón.

"Cándido o el Optimismo" es considerada una de las obras más importantes de Voltaire. A través de la historia de Cándido, un joven ingenuo y optimista, Voltaire cuestiona la noción de un mundo perfecto y pone en tela de juicio la idea del optimismo ciego. La novela aborda temas como el sufrimiento humano, el mal y la búsqueda de la verdad en medio de un mundo caótico.

Con un estilo irónico y satírico, Voltaire nos invita a reflexionar sobre la naturaleza humana y las contradicciones de la sociedad. A través de las desventuras de Cándido, se critican los prejuicios sociales, la intolerancia religiosa y la corrupción política. La obra desafía las ideas establecidas y nos incita a cuestionar las normas y creencias aceptadas.

"Cándido o el Optimismo" es una obra literaria de gran relevancia y actualidad. A través de su crítica social y su lenguaje mordaz, Voltaire nos insta a reflexionar sobre las injusticias y los abusos de poder en nuestra sociedad. Su mensaje de búsqueda de la verdad y el pensamiento crítico sigue siendo relevante en la actualidad y nos inspira a cuestionar y mejorar el mundo en el que vivimos.

CÁNDIDO, O EL OPTIMISMO,

 CAPITULO I.

Donde se da cuenta de como fue criado Cándido en una hermosa quinta, y como de ella fue echado a patadas.

En la quinta del Senor Barón de Tunderten-tronck, título de la Vesfalia, vivia un mancebo que había dotado de la índole más apacible naturaleza. Viase en su fisonomia su alma: tenía bastante sano juicio, y alma muy sensible; y por eso creo que le llamaban Cándido. Sospechaban los criados antiguos de la casa, que era hijo de la hermana del señor Barón, y de un honrado hidalgo, vecino suyo, con quien jamás consintio en casarse la doncella, visto que no podia probar arriba de setenta y un quarteles, porque la injuria de los tiempos había acabado con el resto de su arbol genealógico.

Era el señor Barón uno de los caballeros más poderosos de la Vesfalia; su quinta tenía puerta y ventanas, y en la sala estrado había una colgadura. Los perros de su casa componian una xauria quando era menester; los mozos de su caballeriza eran sus picadores, y el teniente-cura del lugar su primer capellan: todos le daban señoria, y se echaban a reir quando decía algun chiste.

La señora Barónesa que pesaba unas catorce arrobas, se había grangeado por esta prenda universal respeto, y recibía las visitas con una dignidad que la hacía aun más respetable. Cunegunda, su hija, doncella de diez y siete años, era rolliza, sana, de buen color, y muy apetitosa muchacha; y el hijo del Barón en nada desdecía de su padre. El oráculo de la casa era el preceptor Panglos, y el chicuelo Cándido escuchaba sus lecciones con toda la docilidad propia de su edad y su carácter.

Demostrado esta, decía Panglos, que no pueden ser las cosas de otro modo; porque habiéndose hecho todo con un fin, no puede menos este de ser el mejor de los fines. Notese que las narices se hicieron para llevar anteojos, y por eso nos ponemos anteojos; las piernas notoriamente para las calcetas, y por eso se traen calcetas; las piedras para sacarlas de la cantera y hacer quintas, y por eso tiene Su Señoria una hermosa quinta; el Barón principal de la provincia ha de estar más bien aposentado que otro ninguno: y como los marranos nacieron para que se los coman, todo el ano comemos tocino. De suerte que los que han sustentado que todo está bien, han dicho un disparate, porque debian decir que todo está en el último ápice de perfección.

Escuchabale Cándido con atención, y le creía con inocencia, porque la

señorita Cunegunda le parecía un dechado de lindeza, puesto que nunca había sido osado a decírselo. Sacaba de aquí que después de la imponderable dicha de ser Barón de Tunder-ten-tronck, era el segundo grado el de ser la señorita Cunegunda, el tercero verla cada dia, y el quarto oir al maestro Panglos, el filósofo más aventajado de la provincia, y por consiguiente del orbe entero.

Paseandose un dia Cunegunda en los contornos de la quinta por un tallar que llamaban coto, por entre unas matas vio al doctor Panglos que estaba dando lecciones de física experimental a la doncella de labor de su madre, morenita muy graciosa, y no menos dócil. La nina Cunegunda tenía mucha disposición para aprender ciencias; observo pues sin pestanear, ni hacer el mínimo ruido, las repetidas experiencias que ambos hacían; vio clara y distintamente la razón suficiente del doctor, sus causas y efectos, y se volvió desasosegada y pensativa, preocupada del anhelo de adquirir ciencia, y figurándose que podía muy bien ser ella la razon suficiente de Cándido, y ser este la suya.

De vuelta a la quinta encontro a Cándido, y se abochorno, y Cándido se puso también colorado. Saludole Cunegunda con voz trémula, y correspondio Cándido sin saber lo que se decía. El dia siguiente, después de comer, al levantarse de la mesa, se encontraron detrás de un biombo Cándido y Cunegunda; esta dexo caer el panuelo, y Cándido le alzo del suelo; ella le cogió la mano sin malicia, y sin malicia Cándido estampo un beso en la de la nina, pero con tal gracia, tanta viveza, y tan tierno carino, qual no es ponderable; toparonse sus bocas, se inflamaron sus ojos, les temblaron las rodillas, y se les descarriaron las manos.... En esto estaban quando acerto a pasar por junto al biombo el señor Barón de Tunder-ten-tronck, y reparando en tal causa y tal efecto, saco a Cándido fuera de la quinta a patadas en el trasero. Desmayose Cunegunda; y quando volvió en si, le dio la señora Barónesa una mano de azotes; y reyno la mayor consternación en la más hermosa y deleytosa quinta de quantas existir pueden.

 CAPITULO II.

De lo que sucedio a Cándido con los Bulgaros.

Arrojado Cándido del paraíso terrenal fue andando mucho tiempo sin saber adonde se encaminaba, lloroso, alzando los ojos al cielo, y volviéndolos una y mil veces a la quinta que la más linda de las Barónesitas encerraba; al fin se acosto sin cenar, en mitad del campo entre dos surcos. Caia la nieve a chaparrones, y al otro dia Cándido arrecido llego arrastrando como pudo al pueblo inmediato llamado Valdberghof-trabenk-dik-dorf, sin un ochavo en la faltriquera, y muerto de hambre y fatiga. Parose lleno de pesar a la puerta de una taberna, y repararon en el dos hombres con vestidos azules. Cantarada, dijo uno, aqui tenemos un gallardo mozo, que tiene la estatura que piden las ordenanzas. Acercaronse al punto a Cándido, y le convidaron a comer con mucha cortesia. Caballeros, les dijo Cándido con la más sincera modestia, mucho favor me hacen uns., pero no tengo para pagar mi parte. Caballero, le dijo uno de los azules, los sugetos de su facha y su merito nunca pagan. ¿No tiene un. dos varas y seis dedos? Si, señores, esa es mi estatura, dijo haciendoles una cortesia. Vamos, caballero, Siéntese a la mesa, que no solo pagaremos, sino que no consentiremos que un hombre como un. ande sin dinero; que entre gente honrada nos hemos de socorrer unos a otros. Razon tienen uns., dijo Cándido; asi me lo ha dicho mil veces el señor Panglos, y ya veo que todo esta perfectísimo. Le ruegan que admita unos escudos; los toma, y quiere dar un vale; pero no se le quieren, y se sientan a la mesa. ¿No quiere un. tiernamente?... Si, Señores, respondió Cándido, con la mayor ternura quiero a la Barónesita Cunegunda. No preguntamos eso, le dijo uno de aquellos dos señores, sino si quiere un. tiernamente al rey de los Bulgaros. No por cierto, dijo, porque no le he visto en mi ida. — Vaya, pues es el más amable de los reyes, ¿Quiere un. que brindemos a su salud? — Con mucho gusto, señores; y brinda. Basta con eso, le dixeron, ya es un. el apoyo, el defensor, el adalid y el heroe de los Bulgaros; tiene segura su fortuna, y afianzada su gloria.

Echaronle al punto un grillete al pie, y se le llevaron al regimiento, donde le hicieron volverse a derecha y a izquierda, meter la baqueta, sacar la baqueta, apuntar, hacer fuego, acelerar el paso, y le dieron treinta palos: al otro dia hizo el exercicio algo menos jual, y no le dieron más de veinte; al tercero, llevo solamente diez, y le tuvieron sus camaradas por un portento.

Atónito Cándido aun no podía entender bien de qué modo era un heroe. Pusosele en la cabeza un dia de primavera irse a paseo, y siguio su camino derecho, presumiendo que era prerogativa de la especie humana, lo mismo que de la especie animal, el servirse de sus piernas a su antojo. Más apenas había andado dos leguas, quando heteme otros quatro heroes de dos varas y tercia, que me lo agarran, me le atan, y me le llevan a un calabozo, Preguntaronle luego juridicamente si queria más pasar treinta y seis veces por baquetas de todo el regimiento, o recibir una vez sola doce balazos en la mollera. Inutilmente alego que las voluntades eran libres, y que no queria ni una cosa ni otra, fue forzoso que escogiese; y en virtud de la dadiva de Dios que llaman libertad, se resolvio a pasar treinta y seis veces baquetas, y sufrio dos tandas. Componiase el regimiento de dos mil hombres, lo qual hizo justamente quatro mil baquetazos que de la nuca al trasero le descubrieron musculos y nervios. Iban a proceder a la tercera tanda, quando Cándido no pudiendo aguantar más pidio por favor que se le hicieran de levantarle la tapa de los sesos; y habiendo conseguido tan senalada merced, le estaban vendando los ojos, y le hacian hincarse de rodillas, quando acerto a pasar el rey de los Bulgaros, que informandose del delito del paciente, como era este rey sugeto de mucho ingenio, por todo quanto de Cándido le dixeron, echo de ver que era un aprendiz de metafisica muy bisono en las cosas de este mundo, y le otorgo el perdon con una clemencia que fue muy loada en todas las gacetas, y lo sera en todos los siglos. Un diestro cirujano curo a Cándido con los emolientes que ensena Dioscorides. Un poco de cutis tenía ya, y empezaba a poder andar, quando dio una batalla el rey de los Bulgaros al de los Abaros.

 CAPITULO III.

De que modo se libro Cándido de manos de los Bulgaros, y de lo que le sucedio después.

No había cosa más hermosa, más vistosa, más lucida, ni más bien ordenada que ambos exercitos: las trompetas, los pífanos, los atambores, los obues y los canones formaban una harmonía qual nunca la hubo en los infiernos. Primeramente los canones derriBarón unos seis mil hombres de cada parte, luego la fusileria barrio del mejor de los mundos unos nueve o diez mil bribones que inficionaban su superficie; y finalmente la bayoneta fue la razon suficiente de la muerte de otros quantos miles. Todo ello podia sumar cosa de treinta millares. Durante esta heroica carniceria, Cándido, que temblaba como un filósofo, se escondio lo mejor que supo.

Mientras que hacian cantar un _Te Deum_ ambos reyes cada uno en su campo, se resolvio nuestro heroe a ir a discurrir a otra parte sobre las causas y los efectos. Paso por encima de muertos y moribundos hacinados, y llego a un lugar inmediato que estaba hecho cenizas; y era un lugar abaro que conforme a las leyes de derecho publico habían incendiado los Bulgaros: aqui, unos ancianos acribillados de heridas contemplaban exhalar el alma a sus esposas degolladas; más alla, daban el postrer suspiro virgenes pasadas a cuchillo después de haber saciado los deseos naturales de algunos heroes; otras medio tostadas clamaban por que las acabaran de matar; la tierra estaba sembrada de sesos al lado de brazos y piernas cortadas.

Huyose a toda priesa Cándido a otra aldea que pertenecia a los Bulgaros, y que había sido igualmente tratada por los héroes abaros. Al fin caminando sin cesar por cima de miembros palpitantes, o atravesando ruinas, salio al cabo fuera del teatro de la guerra, con algunas cortas provisiones en la mochila, y sin olvidarse un punto de su Cunegunda. Al llegar a Holanda se le acaBarón las provisiones; más habiendo oido decir que la gente era muy rica en este pais, y que eran cristianos, no le quedo duda de que le darian tan buen trato como el que en la quinta del señor Barón le habían dado, antes de haberle echado a patadas a causa de los buenos ojos de Cunegunda la Barónesita.

Pidio limosna a muchos sugetos graves que todos le dixeron que si seguia en aquel oficio, le encerrarian en una casa de correccion, para ensenarle a vivir sin trabajar. Dirigiose luego a un hombre que acababa de hablar una hora seguida en una crecida asamblea sobre la caridad, y el orador, mirandole de reojo, le dijo: ¿A que vienes aqui? ¿estas por la buena causa? No hay efecto sin causa, respondio modestamente Cándido; todo esta encadenado por necesidad, y ordenado para lo mejor: ha sido necesario que me echaran de casa de la Barónesita Cunegunda, y que pasara baquetas, y es necesario que mendigue el pan hasta que le pueda ganar; nada de esto podia menos de suceder. Amiguito, le dijo el orador: ¿crees que el papa es el ante-cristo? Nunca lo había oido, respondio Cándido; pero, sealo o no lo sea, yo no tengo pan que comer. Ni lo mereces, replico el otro; anda, bribon, anda, miserable, y que no te vuelva yo a ver en mi vida.

Asomose en esto a la ventana la mujer del ministro, y viendo a uno que dudaba de que el papa fuera el ante-cristo, le tiro a la cabeza un vaso lleno de.... iO cielos, a que excesos se entregan las damas por zelo de la religión!

Uno que no había sido bautizado, un buen anabantista, llamado Santiago, testigo de la crueldad y la ignominia con que trataban a uno de sus hermanos, a un ser bipedo y sin plumas, que tenía alma, se le llevo a su casa, le limpio, le dio pan y cerveza, y dos florines, y además quiso ensenarle a trabajar en su fabrica de tejidos de Persia, que se hacen en Holanda. Cándido, arrodillandose casi a sus plantas, clamaba: Bien decía el maestro Panglos, que todo estaba perfectamente en este mundo; porque infinitamente más me enternece la mucha generosidad de un., que lo que me enojo la inhumanidad de aquel señor de capa negra, y de su señora mujer.

Yendo al otro dia de pasco se encontro con un pordiosero, cubierto de lepra, los ojos casi ciegos, carcomida la punta de la nariz, la boca tuerta, ennegrecidos los dientes, y el habla gangosa, atormentado de una violenta tos, y que a cada esfuerzo escupia una muela.

 CAPITULO IV.

De que modo encontró Cándido a su maestro de filosofía, el doctor Panglos, y de lo que le aconteció.

Más que a horror movido a compasion Cándido le dio a este horroroso pordiosero los dos florines que de su honrado anabautista Santiago había recibido. Mirole de hito en hito la fantasma, y vertiendo lagrimas se le colgo al cuello. Zafose Cándido asustado, y el miserable dijo al otro miserable: iAy! ¿con que no conoces a tu amado maestro Panglos? ¿Que oygo? iun., mi amado maestro! iun. en tan horrible estado! ¿Pues que desdicha le ha sucedido? ¿porque no esta en la más hermosa de las granjas? ¿que se ha hecho la señorita Cunegunda, la perla de las doncellas, la obra maestra de la naturaleza? No puedo alentar, dijo Panglos. Llevole sin tardanza Cándido al pajar del anabautista, le dio un mendrugo de pan; y quando hubo cobrado aliento Panglos, le pregunto: ¿Que es de Cunegunda? Es muerta, respondio el otro. Desmayose Cándido al oirlo, y su amigo le volvió a la vida con un poco de vinagre malo que encontro acaso en el pajar. Abrio Cándido los ojos, y exclamo: iCunegunda muerta! Ha perfectisimo entre los mundos, ¿adonde estas? ¿y de que enfermedad ha muerto? ¿ha sido por ventura de la pesadumbre de verme echar a patadas de la soberbia quinta de su padre? No por cierto, dijo Panglos, sino de que unos soldados bulgaros le sacaron las tripas, después que la hubieron violado hasta más no poder, habiendo roto la mollera al señor Barón que la quiso defender. La señora Barónesa fue hecha pedazos, mi pobre alumno tratado lo mismo que su hermana, y en la granja no ha quedado piedra sobre piedra, ni troxes, ni siquiera un carnero, ni una gallina, ni un arbol; pero bien nos han vengado, porque lo mismo han hecho los Abaros en una Barónia inmediata que era de un señor bulgaro.

Desmayose otra vez Cándido al oir este lamentable cuento; pero vuelto en si, y habiendo dicho quanto tenía que decir, se informo de la causa y efecto, y de la razon suficiente que en tan lastimosa situacion a Panglos había puesto. iAy! dijo el otro, el amor ha sido; el amor, el consolador del humano linage, el conservador del universo, el alma de todos los seres sensibles, el blando amor. Ha, dijo Cándido, yo tambien he conocido a ese amor, a ese arbitro de los corazones, a esa alma de nuestra alma, que nunca me ha valido más que un beso y veinte patadas en el trasero. ¿Como tan bella causa ha podido producir en un. tan abominables efectos? Respondiole Panglos en los terminos siguientes: Ya conociste, amado Cándido, a Paquita, aquella linda doncella de nuestra ilustre Barónesa; pues en sus brazos goce los contentos celestiales, que han producido los infernales tormentos que ves que me consumen: estaba podrida, y acaso ha muerto. Paquita debio este don a un Franciscano instruidisimo, que había averiguado el origen de su achaque, porque se le había dado una condesa vieja, la qual le había recibido de un capitan de caballeria, que le hubo de una marquesa, a quien se le dio un page, que le cogio de un jesuita, el qual, siendo novicio, le había recibido en linea recta de uno de los companeros de Cristobal Colon. Yo por mi no se le dare a nadie, porque me voy a morir luego.