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Harvey es un niño malcriado, impertinente y maleducado, hijo de un multimillonario. Un día, todo cambia cuando, durante un lujoso viaje en barco, cae al mar y es recogido por unos pescadores. Su nueva vida en un barco pesquero le obligará a aprender un oficio para poder comer, y le enseñará a convivir con otras gentes que le muestran valores que él nunca había apreciado.
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Seitenzahl: 164
Veröffentlichungsjahr: 2017
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Rudyard Kipling
Capitanes intrépidos
Adaptación de Lourdes Íñiguez Barrena
Ilustraciones de Anna Clariana
Introducción
Capitanes intrépidos
Capítulo 1. El humo se sube a la cabeza
Capítulo 2. Un puñado de billetes
Capítulo 3. La canción del capitán
Capítulo 4. Como abrir un libro
Capítulo 5. El nuevo pescador
Capítulo 6. La paloma azul
Capítulo 7. Un gafe
Capítulo 8. Dos lobos de mar
Capítulo 9. Dichas y desdichas
Capítulo 10. Una ciudad en alta mar
Capítulo 11. De vuelta a casa
Capítulo 12. A toda velocidad
Capítulo 13. La fantasía se hace realidad
Capítulo 14. Un deseado encuentro
Epílogo
Apéndice
Créditos
Capitanes intrépidos, de Rudyard Kipling, nos cuenta la historia de un muchacho norteamericano de vida acomodada, Harvey, que en la travesía que emprende rumbo a Europa junto a su madre para completar su educación, cae por la borda del transatlántico en el que viaja y es rescatado por unos pescadores, que lo mantienen en su barco cerca de tres meses, haciéndole participar en su trabajo: la pesca del bacalao en el Atlántico Norte.
La novela se publicó en 1897, y está basada en lo que el autor conoció tanto de forma directa en sus dos visitas a la ciudad de Gloucester, en el estado de Massachusetts, Estados Unidos, como en los relatos que le contó la gente de allí, según él mismo afirma en su libro autobiográfico Algo sobre mí mismo (1937). Kipling aseguraba que esta era una de sus novelas favoritas y, sin duda, es una de sus obras más logradas.
Así pues, podemos encuadrar la novela en el movimiento realista; es decir, el que, como indica su nombre, tiene como finalidad reflejar la realidad que rodea al escritor. Este movimiento había triunfado en Europa durante todo el siglo XIX; sin embargo, a finales del siglo, los artistas intentaban buscar otros caminos para el arte y la literatura, que respondiesen mejor a los anhelos de un hombre que no se sentía feliz en el mundo tradicional y aspiraba a encontrar nuevos incentivos que colmasen sus aspiraciones más íntimas.
Por otra parte, los grandes «novelones» del siglo XIX publicados «por entregas» en los periódicos, esto es, por capítulos, como en la época de Charles Dickens, dejaban paso a obras más cortas, destinadas a un lector al que empezaban a acuciar el tiempo y la prisa, y que ya no pasaba las veladas leyendo en familia en torno al hogar.
En este sentido, aparecieron en la literatura novelas más breves y con más variedad de temas. Uno de ellos es el de aventuras. Este género literario no era una novedad, ya que este tipo de relatos lo había iniciado Daniel Defoe, en 1719, con Robinson Crusoe. Un antecedente más próximo es La isla del tesoro, queRobert L. Stevenson había publicado en 1883. A estas hay que añadir una tercera novela, en 1851, que, sin duda, conoció nuestro autor: Moby Dick,la ballena blanca, del norteamericano Herman Melville, cuya base argumental es similar a la de Kipling, pero en la que hay un fatalismo y un tremendismo de los que carece la obra de Kipling.
Capitanes intrépidos es una magnífica novela de aventuras; pero no pensemos por eso que es de evasión. La vida cotidiana de los pescadores en los bancos del Atlántico Norte está contada con detalle y realismo, aunque también hay lugar para la imaginación, pues los personajes son ficticios. No obstante, la sensación que el lector recibe es la de estar ante un cuadro de vida realmente vivida o, como dicen los ingleses, «a picture of common life».
Hay que decir que es con este tipo de relatos con los que la clase media de la época se sentía más identificada, pues no solo retrataba su vida cotidiana, sino que defendía y fomentaba sus valores morales: trabajo, esfuerzo, disciplina, orden, obediencia, solidaridad… Ejercitándolos, el hombre podría conseguir un puesto en la sociedad y unos bienes materiales, los cuales le traerían a él la felicidad, y a la sociedad, el progreso y el bienestar. Esto se refleja muy bien en la obra, sin duda, pero también hay lugar para la ensoñación romántica, en especial para la libertad que proporcionan los amplios horizontes del mar frente a los límites que imponen la ciudad, la sociedad y, en definitiva, la civilización. En cualquier caso, no estamos ante un canto a la libertad sin normas; al contrario, la naturaleza se muestra espléndida, pero es preciso dominarla con inteligencia, esfuerzo y disciplina para sacarle un provecho, en un afán claramente mercantilista o utilitarista.
Podríamos definir también Capitanes intrépidos como una novela de viaje, el que emprende Harvey por los mares del Norte, y como una novela de aprendizaje, pues el protagonista recibe una lección de vida, mediante las experiencias vividas y el contacto con otros seres humanos, que hacen que su carácter vaya modulándose o, si se quiere, madurando, a la par que se va socializando. Al mismo tiempo que el protagonista, el lector también aprende la lección en esta novela «educacional» del hombre, tal como se presentaban las novelas sociales en el siglo XIX.
Por último, puede decirse que se trata también de una novela de acción. En efecto, los protagonistas de las novelas de Kipling en general, y de esta en particular, son hombres activos que se enfrentan a los obstáculos que les plantea la vida y luchan por superarlos y triunfar en ella con los medios que la sociedad en la que viven y de la que quieren formar parte les muestra: el sentido del deber, el respeto a las normas, el esfuerzo, la ayuda al más débil… El autor cree firmemente en estos valores, propios de los países modernos en los que se defienden los derechos y deberes de los ciudadanos, y son los que intenta difundir en su obra.
Este relato de pescadores está lejos, pues, del exotismo de El libro de la selva que el autor había publicado poco antes, en 1894 y 1895, y que lo había lanzado a la fama, o de la defensa de los ideales patrióticos de otros de sus libros. Lo que aquí se propone es reflejar la heroicidad de la vida diaria, de la lucha por la supervivencia, y de la importancia que tienen el trabajo personal y la colaboración con los demás en una tarea y un objetivo comunes. Así es como Rudyard Kipling veía la vida y eso es lo que nos quiso transmitir.
La caída de Harvey desde el buque que lo llevaba a Europa supone un punto culminante en su vida. Si al inicio del viaje aparecía como un adolescente presuntuoso, egoísta, caprichoso e insoportable, excesivamente mimado por su madre y absolutamente descuidado por su padre, su experiencia en el barco pesquero y su contacto con los pescadores, hombres duros, curtidos en el trabajo y las penalidades, que no van a consentir sus tonterías, lo salvarán de convertirse en un parásito social; es decir, en un ser de vida ociosa, pero vacía de sentido. Harvey, y esto es lo admirable del personaje, no solo no mostrará una actitud resentida hacia los que han enderezado su rumbo, sino que encontrará la amistad sincera de Dan y el afecto del patrón Disko, y sabrá ganarse el respeto de todos cuando lo vean evolucionar y convertirse en un muchacho humilde, trabajador, responsable y respetuoso, que sorprenderá especialmente a su padre, que queda en evidencia por no haberse preocupado de su educación, ya que está completamente dedicado a lograr el éxito de sus negocios, aunque espera que su hijo, en un futuro, continúe su tarea.
Este episodio de su vida va a marcar de forma decisiva su futuro, porque gracias a él descubrirá su vocación profesional. Pero, sin duda, lo esencial que aprende es que en la vida nada se nos da regalado, sino que hemos de luchar para conseguir lo que deseamos, para alcanzar las metas que nos proponemos, con el trabajo y el estudio. Ahora bien, con esto solo no basta, el hombre debe superar sus propios egoísmos y ambiciones y sumar su esfuerzo al de los demás para lograr el bien común y el éxito del grupo social al que pertenece. El trabajo duro en el mar le descubre, en definitiva, la necesidad de esforzarse para sobrevivir, y el contacto con la tripulación, la importancia de la colaboración con los demás.
En suma, lo que parece que se inicia como una tragedia en la que una persona está a punto de perder la vida por un golpe de mala fortuna acaba siendo la salvación de un muchacho que, tras la experiencia vivida, deja de ser un niño para comenzar a ser adulto, además de haber sabido encontrar un papel que desempeñar en la sociedad. Y todo esto es lo que le convierte, precisamente, en un ser humano maduro. Aquí está la clave de la novela.
La novela es muy amena y se lee con gusto. Su estilo es rico y variado. El autor cuida los detalles de la narración y se recrea en las descripciones del mar; usa abundantes adjetivos, aparecen algunos juegos de palabras y no pocos toques de humor. A su vez, el lenguaje resulta ágil y ligero. Tan solo hay un elemento que dificulta la lectura: los acortamientos de palabras y, sobre todo, el «slang»; es decir, el lenguaje vulgar de los pescadores. Este problema, claro está, queda subsanado en la traducción.
Como es habitual en la colección de Clásicos a medida, la obra que aquí presentamos es una traducción y adaptación del original inglés. Para su realización, solo se han eliminado las partes menos significativas, y se han conservado íntegros su argumento y el sentido que el autor le quiso dar a su obra.
La oxidada puerta del salón de fumadores se había quedado abierta a la niebla del Atlántico Norte, mientras el gran barco de pasajeros se balanceaba y se inclinaba haciendo sonar la sirena para avisar de su presencia a la flota pesquera.
—Ese muchacho, Cheyne, es inaguantable —dijo un individuo con abrigo de lana, cerrando la puerta de un portazo—. No lo queremos aquí. Es un maleducado.
Un alemán de pelo blanco cogió un sándwich y murmuró entre bocados:
—Conosco a los de su clase. América está llena de niñatos como él. Es lo que yo digo, ustedes deferían importar cuerdas de nudos lifres de impuestos.
—¡Bah! Realmente, no es tan malo el chaval. Es más digno de compasión que de otra cosa —dijo un neoyorquino arrastrando las palabras, tumbado entre cojines cuan largo era, bajo la húmeda claraboya—. Su madre es una dama encantadora, pero desde que era un crío lo ha estado llevando de hotel en hotel y es incapaz de controlarlo. El chico va a Europa a completar su educación.
—Su educación no ha empezado aún —añadía un pasajero de Filadelfia, acurrucado en un rincón—. Ese muchacho recibe doscientos dólares de paga al mes, según me ha dicho. Y todavía no ha cumplido dieciséis años.
—Su padre posee ferrocarriles, ¿no es ferdad? —preguntó el alemán.
—Sí. Y minas y serrerías y barcos —contestó aburrido el de Filadelfia—. Es dueño de media docena de compañías ferroviarias y de la mitad de la madera de la costa del Pacífico; el viejo se ha construido una mansión en San Diego y otra en Los Ángeles, pero su mujer dice que no le sienta bien el oeste, así que va de aquí para allá con el chico y sus nervios, gastándose el dinero desde Florida a Nueva York, tratando de encontrar algo que al niño le entretenga, supongo. Cuando el jovencito termine en Europa va a ser una auténtica perla.
—¿Y qué le pasa al padre para que no pueda ocuparse él mismo del hijo? —dijo el individuo del abrigo de lana.
—El viejo se dedica a amontonar dinero. Me imagino que no quiere que lo molesten. Se dará cuenta de su error dentro de unos años. Lástima, porque el muchacho tiene buen fondo si alguien sabe llegar a él.
Una vez más la puerta se abrió de golpe y un muchacho menudo y esbelto, de unos quince años, con un cigarrillo a medio fumar colgándole de la boca, se apoyó en el marco. El tono amarillento de su piel no era propio de su edad, y en su mirada había una mezcla de indecisión, chulería y escasa inteligencia. Vestía una cazadora de color guinda, pantalones cortos, calcetines rojos y zapatillas de deporte, y una gorra roja de franela echada para atrás. Después de silbar entre dientes y de observar a los presentes en el salón, dijo con voz alta y gritona:
—¡Vaya niebla que hay fuera! Se oye a los barcos de pesca graznar en los alrededores. ¿No sería divertido que echáramos uno a pique?
—Cierra la puerta, Harvey —dijo el neoyorquino—. Y quédate fuera. Aquí no haces ninguna falta.
—¿Quién me lo va a impedir? —respondió el muchacho, con intencionada calma—. ¿Es que me ha pagado usted el pasaje, señor Martin? Creo que tengo el mismo derecho que cualquiera a estar aquí.
Cogió unos dados de un tablero de damas y se puso a pasárselos de una mano a otra.
—Bueno, señores, esto es un aburrimiento de muerte. —Y sacándose del bolsillo un puñado de billetes, añadió—: ¿no podríamos organizar una partidita de póquer?
—¿Cómo está tu mamá? —preguntó alguien—. No la he visto durante el almuerzo.
—Supongo que está en su camarote; casi siempre se marea en alta mar. Le daré quince dólares a la camarera para que la cuide. No me gusta bajar si puedo evitarlo, porque pasar por delante de la despensa del cocinero me revuelve el estómago.
—No hace falta que te disculpes, Harvey.
—¿Quién se está disculpando? Para ser la primera vez que viajo en barco, no me he mareado, excepto el primer día. ¡No, señor! —dijo y dio un puñetazo de triunfo en la mesa.
—¡Vaya! No hay duda de que eres un producto de primera calidad, con la marca bien a la vista —bostezó el viajero de Filadelfia—. Cuando acabes de crecer, vas a convertirte en un motivo de orgullo para tu país, como nadie te lo impida.
—¡Desde luego! Soy norteamericano, antes, durante y a todas horas, y así lo voy a demostrar cuando desembarque en Europa. ¡Uf! Se me ha apagado el cigarrillo. No puedo soportar esa hoja de lechuga que vende el camarero. ¿Alguien tiene un cigarrillo de verdad?
El alemán abrió su petaca y ofreció a Harvey un delgado puro habano muy negro.
—Esto es lo mejor que hay para fumar, mi jofen amigo —dijo—. ¿Quieres profarlo? ¿Sí? Nunca hafrás probado nada mejor.
Harvey encendió ceremoniosamente aquel feo cigarro. Tenía la sensación de estar entrando en el mundo de los adultos.
—Se necesitaría algo más fuerte que esto para tumbarme —dijo, sin saber que estaba encendiendo un auténtico petardo.
—Lo feremos enseguida —comentó el alemán, y dirigiéndose al jefe de máquinas, que acababa de entrar, le preguntó—: ¿dónde estamos ahora, señor Mactonal?
—Justo donde debemos estar, poco más o menos, señor Schaefer —contestó este—. Esta noche llegaremos al Gran Banco1; pero, en general, se puede decir que desde el mediodía estamos en medio de la flota pesquera, hemos pasado rozando a tres doris2 y casi nos llevamos por delante el botalón3 de un barco francés. Y con eso ya está todo dicho.
—Te gusta mi sigarro, ¿eh? —preguntó el alemán, viendo que a Harvey se le habían llenado los ojos de lágrimas.
—¡Ya lo creo! Intenso sabor —respondió el muchacho, apretando los dientes—. Me parece que hemos reducido la marcha. ¿No es así? Voy a asomarme a cubierta.
Harvey fue hacia la barandilla más cercana. Se encontraba realmente mal, pero vio que un camarero estaba recogiendo las hamacas y el orgullo le hizo alejarse hacia el final de la cubierta de popa4, que terminaba en forma de concha de tortuga, cerca del asta de la bandera. No había nadie. Allí se inclinó, aquejado de unas incontenibles náuseas, pues el sabor del puro, unido al vaivén del barco y al estruendo de la hélice, parecía querer arrancarle las entrañas. La cabeza le iba a estallar y chispas de fuego bailaban ante sus ojos; sintió que su cuerpo perdía peso y que sus talones flotaban en el aire. Estaba a punto de desmayarse a causa del mareo, cuando un bandazo del barco lo arrojó por encima de la barandilla al extremo de la cubierta. Entonces, una enorme ola gris que surgió de entre la niebla lo envolvió y lo arrastró fuera del barco; un gran manto verde se cerró sobre él y cayó en un profundo sueño.
Le despertó el sonido de un cuerno de caza similar al que se usa para llamar a las comidas en los campamentos de verano. Poco a poco recordó que era Harvey Cheyne y que se había ahogado y había muerto en pleno océano; pero estaba demasiado débil para pensar. Estaba completamente empapado de agua salada, un frío húmedo y pegajoso le recorría la espalda y nuevos olores llenaban su nariz. Al abrir los ojos creyó que todavía estaba flotando sobre el mar, porque lo veía correr a su alrededor en ondas plateadas; pero comprobó que realmente estaba tumbado sobre un montón de peces medio muertos y que delante de sus ojos había una ancha espalda humana metida en un jersey azul.
—Se acabó —pensó—; estoy muerto y este es el encargado de llevarme al otro mundo.
Dio un quejido y aquella figura masculina volvió la cabeza, mostrando un par de pequeños pendientes de aro dorados medio escondidos entre sus rizados cabellos negros.
—¡Ajá! ¿Te encuentras ya mejor? —dijo—. Sigue tumbado, es mejor para mantener el equilibrio. —Y siguió hablando, mientras con un rápido movimiento de los remos impulsó la proa del bote hacia un mar que lo levantó más de veinte pies5, solo para dejarlo caer en un profundo pozo acristalado, sin que por ello interrumpiera la conversación—. Ha sido una buena faena eso de pescarte, te lo digo yo. ¿Eh? Pero todavía ha sido mejor que tu buque no me pescara a mí. ¿Cómo te caíste al agua?
—Me mareé —dijo Harvey—; me mareé y no pude evitarlo.
—Fue en el momento justo en el que toqué la bocina y tu barco viró un poco. Entonces te vi caer. ¿Eh? Pensé que la hélice te habría hecho trizas, pero el mar te trajo hacia mí y te cogí como si fueras un gran pez. Así que por esta vez te has librado de morir.
—¿Dónde estoy? —preguntó Harvey, que no se sentía nada seguro allí tendido.
—Estás conmigo en el dory. Me llamo Manuel, y vengo de la goleta6Estamos aquí de Gloucester. Yo vivo en Gloucester. Pronto nos llamarán para cenar. ¿Eh?
Manuel parecía tener dos pares de manos y una cabeza de hierro fundido, pues, además de soplar por una gran caracola, tenía que ponerse de pie, balanceándose sobre el fondo plano del dory, y lanzar el chirriante sonido a través de la niebla. Harvey no recordaba cuánto duró aquello, porque él siguió tumbado y aterrado por el humeante oleaje. Después le pareció oír un disparo, el sonido de otra bocina y gritos, y se encontró junto a otra embarcación más grande que el dory, pero igual de ligera. Escuchó varias voces y sintió que lo dejaban caer en un agujero oscuro, donde varios hombres con trajes impermeables le quitaron la ropa y le dieron una bebida caliente. En seguida se quedó dormido.
1Gran Banco: se refiere a uno de los bancos de bacalao situados en la costa noreste de Estados Unidos.
2Dory: nombre femenino familiar que los pescadores daban a las pequeñas barcas de pesca.
3Botalón: palo largo que sale por delante de una embarcación y donde se sujetan las cuerdas de las velas de fuera.
4Popa: parte trasera del barco. Es lo contrario de la proa, que es la parte de delante.
5Pie: medida de longitud usada especialmente en los países anglosajones; equivale a 30’5 centímetros.
6Goleta: embarcación de vela con dos palos o mástiles, mayor y trinquete, que sirven de sujección a las velas. Se llama también
