Celoso de una estrella - Annemarie Nikolaus - E-Book

Celoso de una estrella E-Book

Annemarie Nikolaus

0,0
2,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Tanja Walters parece estar perdidamente enamorada de su duradero compañero de square dance, Micky Hasloff. En realidad, Micky esconde sus sentimientos detrás de sus amistosos enfrentamientos verbales. A continuación, los bailarines de square dance son contratados para un western en el que el actor español Manolo Rioja es el protagonista. La estrella era el ídolo adolescente de Tanja y le hace ojitos: ella es ciertamente tan atractiva como las groupies de las que él suele rodearse.
Micky Hasloff observa con creciente enojo cómo Tanja se lanza a Rioja. Por fin, sabotea el rodaje porque Tanja no quiere saber nada de él: ojalá el contrato de la película se romperá.
Pero entonces Micky conoce a la esposa muy embarazada de Rioja y descubre que las groupies a su lado son todas modelos pagadas. Esto finalmente le convence de que la estrella no está interesada en Tanja en absoluto. ¿Pero eso le ayuda? ¿Puede Micky superar su miedo al rechazo y revelar sus sentimientos a Tanja?

Novela de amor de la serie "Quick, quick, slow – Club de baile Lietzensee".
Cada volumen de la serie está completo y puede leerse por sí solo.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Contents

Título

1

2

3

4

5

6

7

8

Novelas de baile

Sobre la autora

El amor secreto de Tanja Walter es su pareja de square dance, Micky Hasloff. Pero cuando los bailarines son contratados para un western, ella coquetea con la estrella de la película, Manolo Rioja. Por celos, Micky sabotea el rodaje. Un encuentro con Rioja y su mujer lo convence, de que la estrella no se interpone en su camino, sino su propio miedo. ¿Se arriesgará ahora Micky a manifestarle su amor a Tanja?

Annemarie Nikolaus

Celoso de una estrella

– Quick, quick, slow – Club de baile Lietzensee

Novela

Copyright 2015-2019 Annemarie Nikolaus

Licencia

Este E-book está destinado a uso privado. Queda prohibida su reventa a otra persona y su subida a internet para su distribución. Si quisiera compartir este libro con alguien más, compre un ejemplar adicional para cada destinatario. Si está leyendo este libro y no lo ha comprado, o no lo ha comprado sólo para usted, acuda a su comercio de libros electrónicos y adquiera su propio ejemplar. Gracias por respetar el duro trabajo de la autora.

1

Tanja Walters asustó con su alucinante timbrazo de bici a dos urracas que se peleaban en el carril bici por un pedazo de papel de aluminio brillante. El papel quedó en el suelo, cuando las dos huyeron al castaño frente al recinto ferial de la calle Hüttenweg en el barrio berlinés de Zehlendorf.

Tanja se apeó y sujetó la bicicleta en una farola. Luego se agachó para coger el papel de aluminio y lo tiró en la siguiente papelera. ¡Es lo que se merecían!

En cada carrusel sonaba una música diferente; los feriantes intentaban aparentemente cubrirse unos a otros. ¿Pensaban que, quien sonara más alto atraía a la mayoría de la gente? El seductor olor de los asados le llegaba de frente. En un callejón, en el que había casetas de barbacoa con maíz, costillas asadas, bistecs y cerveza americana, los visitantes a la feria se agolpaban. Por cierto, ella venía directamente de comer, pero, sin embargo, habría comprado por lo menos una costillita si las colas frente a los puestos de comida no hubieran sido tan largas.

Para ella, como bailarina de square dance, la popular fiesta germano-americana era verdaderamente un must. Y le encantaba. Se podría permitir la auténtica América, como pronto, cuando terminara sus estudios de arquitectura.

En la noria se encontró al primero del club de baile Lietzensee. Norbert Kaminski se subía con su hijo de doce años, Oliver, a una góndola.

—Tanja, Tanja! —Oliver saltó hacia ella—. ¿Te subes al tren fantasma conmigo?

—¿Por qué yo? —Sonrió irónicamente a Norbert—. ¿Se asusta tu padre?

Oliver bajó las comisuras de su boca. —No. Por eso con papá no es divertido. Sólo lo finge.

—Entonces tendrás que venir otra vez, cuando esté tu madre. A mí tampoco me da miedo.

—Eso no puede ser. —De repente, Oliver parecía que estaba a punto de llorar.

Norbert enarcó las cejas avisándole. Ahí había metido la pata completamente. Y había pensado, que el divorcio de Norbert habría sido de mutuo acuerdo.

Apoyó su brazo en los hombros de Oliver. —Entonces condenaremos a Chris a ello. Ven, vamos a buscarlo.

Habían quedado con los otros de su grupo de square dance en la “Main Street”. Aquí los dueños de las casetas se habían puesto de acuerdo sobre poner música country. ¡Muy razonable! También era un poco más silencioso. Tanja cantó lo que sabía, mientras buscaban con la mirada a los bailarines.

Chris Rinehart, el caller americano del grupo, estaba de pie junto a la pareja de Tanja, Micky Hassloff, en una barraca de tiro al blanco. Chris iba vestido de civil, mientras que Micky parecía un cowboy desde el sombrero Stetson hasta las botas de tacón alto. Un cowboy de aspecto extraordinariamente real: musculoso y bronceado; como si, de hecho, pastoreara ganado vacuno durante todo el año. Incluso su cabello rubio arena parecía como desteñido por demasiado sol. Aunque pasaba día y noche sentado en la Universidad Técnica frente a los estúpidos ordenadores.

Chris le explicó cómo se manejaba una escopeta de aire comprimido y el dueño de la caseta de tiro siguió la acción de ambos con evidente indignación. Pero luego, un hombre mayor con sombrero y una camisa trampera con flecos lo distrajo, y les volvió la espalda.

Tanja se acercó y entonces señaló al propietario. —Ese tiene miedo de que e que Micky vaya a limpiar su antro.

Micky se giró. El azul de sus ojos se hizo más intenso cuando la miró. Oscuros como un lago en el que ella podría sumergirse. ¡Vaya pensamiento más ridículo! Se ahogaría, no sabía nadar en absoluto.

Se apoyó con un codo junto a él en la barra y esperó que pareciera cool.

—Tanja, ¿a qué disparo para ti?

—¿A mí? Pues... En cualquier caso, ningún peluche. Ya tengo cien, por lo menos. —Miró desde la cinta transportadora con los números que pasaban rodando hacia arriba a los premios otorgados, y de nuevo a la cinta transportadora—. ¿Puedes siquiera saber de antemano qué vas a matar?

Chris rió. —Ya dará a algo.

—Algo... —Todo lo que había ahí expuesto en fila eran pijadas—. ¿No nos pueden dejar ganar algo útil? —Tal vez mejor debería decirle a Micky directamente que no le interesaba nada. Pero probablemente ya había pagado por su tiro. Tampoco debía pensar que ella no quería tener nada de él.

—¡Esto es la fiesta popular germano-americana! —Micky agitó la escopeta de aire comprimido—. Aquí no se trata de utilidad, sino de la paz entre los pueblos. O algo así.

—¿Paz entre los pueblos? Micky, te caíste del tiempo; ya no existe la República Democrática Alemana. —Como siempre, cuando no se le ocurría ninguna réplica, se le ponían rojas las orejas. Era tan fácil burlarse de él.

—Te refieres a nuestro modo de vida. —Chris señaló con un gesto casi tan presumido como Micky hacia el callejón con las barbacoas.

—¿Vuestro modo de vida? ¡Bah! —Sonrió insolentemente—. Simplemente nos habéis copiado nuestra cuadrilla.

—Pero debes admitir que nuestro square dance es mucho más divertido que vuestra cuadrilla. Por eso hace tiempo que ha pasado de moda. —Chris apoyó una mano en el hombro de Micky—. Cuanto más vaciles, más inseguro estarás.

 

 

La mirada de Micky volvió de la cinta transportadora a Tanja. —¡No puede ser! Imposible estar más inseguro. —Sobre todo cuando ella estaba tan apretada junto a él que su perfume lo atontaba. Como si su aspecto solo no bastara para quitarle el aliento. Su cabello rubio oscuro, ahora había vuelto a crecer a media largura y con cada golpe de viento le acariciaba el rostro. Ahí, sobre su mejilla, también a él le gustaría tener los dedos. Pero tal vez no había nada que hacer. Bailaban juntos desde hacía más de tres años, pero ni siquiera acudió a él cuando no se entendía con su ordenador.

Con un ojo entrecerrado, apoyó el arma contra el hombro, se decidió por un objetivo y disparó. Al lado. ¡Por qué se habría dejado persuadir por Chris! Repitió y tiró por segunda vez sin apuntar demasiado rato. Esta vez acertó. Se enderezó y se secó los dedos húmedos en el pantalón. —Casualidad. —Al menos ahora no parecía un completo idiota.

Pero todavía le quedaban dos tiros para ponerse en ridículo. Apuntó de nuevo; las dos veces acertó en un número de la cinta transportadora. Sonriendo aliviado dejó el arma en la barra y miró expectante al dueño. —Ahora sí que estoy intrigado. —Al juzgar por el sombrío rostro, parecía que los premios eran buenos que acababa de ganar con sus disparos.

Tanja lo cogió por el brazo y tiró de él hacia ella. —Has acertado tres de cuatro veces. Micky, es un talento natural.

No supo qué decir a eso. Avergonzado, volvió a dirigir la mirada al dueño de la caseta.

Y Chris, para colmo, añadió todavía: —Te lo dije ahora mismo. Consigues lo que te propones.

Se le calentó la nuca, seguramente, ahora se pondría rojo. Mantuvo la mirada testarudamente dirigida hacia el dueño, quien sacaba premios de aquí y allá. —Parece que no sabe muy bien qué debe darme. —Y más alto —. Joven, ¿tengo que elegir algo o cómo funciona?

—Un momento —vino la gruñona respuesta. De repente el hombre ya no tenía acento americano, sino un tono que sonaba muy hessiano.

—A pesar del sombrero y la ropa: ese no es americano. —Tanja rió irónicamente sin disimulo—. Los americanos son claramente más generosos.

Chris le dio una palmadita en el hombro sonriendo. —Me siento honrado, ma’am.

El dueño de la caseta de tiro finalmente se decidió a entregar los premios. Naturalmente, entre ellos había un peluche de gran tamaño: un ejemplar rosa del conejo Bugs Bunny.

Micky intentó endosarselo a Oliver, pero él lo rechazo indignado. —¡El rosa es para las chicas!

Al final Chris le quitó el conejo; con él Madeline podía complacer a su abuela. El segundo premio fueron pompas de jabón; Oliver las aceptó agradecido. El tercer premio, por el contrario, tenía un uso concreto: una plancha de vapor. Pero ¿cómo podía regarle algo así a Tanja?

Ella la desempaquetó y la miró por todos lados. —¡Para mi madre!

—¿Crees que, como agradecimiento, va a planchar mis camisas?

—¡Mi madre nunca plancha! —Ella alzó la barbilla altivamente.

Él la miró fijamente. ¿Acaso pensaba que su pregunta iba en serio?

Alrededor de los ojos de Tanja se le formaron arruguitas de risa mientras meneaba la plancha. —A lo mejor empieza con ello ahora. —¡Se había burlado de él! Y otra vez había mordido el anzuelo. Pero, ¿cómo narices lo conseguía siempre?

—Déjale al hombre que pruebe a ver si funciona —advirtió Chris.

—No sabía para nada que podías ser tan quisquilloso. —La voz de Madeline Lagrange sonó de repente tras ellos.

Chris se giró, la atrajo hacia sí y la besó persistentemente.

—¡A ti te gustaría que a mí me gustara que termináramos el paseo! ¿Antes de que siquiera haya empezado? —Madeline rió, casi sin aliento por el largo beso.

—What? —Chris puso cara de inocente al no entender qué quería decir con ello—. Aún tenemos que hacer algo primero.

Tanja alcanzó la plancha al hombre de la caseta de tiro para probarla. Pero sin agua destilada había poco que probar; por lo menos se encendía y calentaba. Eso llevó a que no se pudiera volver a empaquetar inmediatamente. Se la puso a Micky en la mano y él tuvo que llevarla hasta que se hubo enfriado.

Tanja se colgó del brazo de Norbert y cogió a Oliver de la mano. Siguieron a Chris hasta un escenario en el que tres hombres estaban sentados frente a una hoguera eléctrica y tocaban canciones western en sus guitarras. Al menos uno de ellos cantaba realmente mal.

—¡Buh! —Despreocupada como siempre, Tanja no ocultó su aversión—. Algo de aquí es realmente una imposición.

Oliver inclinó la cabeza. —Están aullando. Me gusta más vuestra música de baile.