Cero se repite siempre - G.S. Prendergast - E-Book

Cero se repite siempre E-Book

G.S. Prendergast

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Esta novela de ritmo vertiginoso sobre una invasión de criaturas asesinas y una chica que lucha por su vida en el fin del mundo, es la mezcla perfecta de Frankenstein con la mejor literatura apocalíptica de ciencia ficción. OCTAVO es un soldado de bajo rango del ejército Nahx carente de voz propia, pero sabe cuál es su deber: proteger a su compañera, y dejar que sea ella quien dispare, quien mate a los humanos. RAVEN es una chica de dieciséis años de edad que está en un campamento de verano cuando ocurre la terrible invasión de los Nahx. Aislada en el bosque, Raven sólo puede esperar el rescate, pero un alienígena asesina a su novio y ella se oculta para evitar sufrir el mismo destino. Arrojados en un mundo violento y desconocido, Octavo y Raven son presa del odio y el miedo. Pero cuando Raven es gravemente herida, y Octavo abandona su unidad de asalto, su supervivencia dependerá de la confianza que puedan depositar el uno en la otra.

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Para Lucy, una chica muy canadiense

PRIMERA PARTE

VERANO

“No tengo fe en la perfección humana.” EDGAR ALLAN POE

OCTAVO

Una luz flota sobre mí. Nada que reconozca. Recuerdo moverme, así que lo intento.

—No —dice alguien, me detengo—. ¿Sabes en dónde estás? —intento responder, pero descubro que no puedo hablar porque hay algo en mi boca. Sacudo la cabeza. Recuerdo gestos y señas. Algo sobre memorizarlos y ser examinado al respecto—. ¿Sabes quién eres? —busco en mi memoria, parece vacía. No pequeña o sin desarrollar, sino vacía. Vaciada. Sacudo mi cabeza otra vez.

—Bien —dice la voz—. Cierra tus ojos —no puedo recordar haber tomado una decisión yo mismo alguna vez, así que hago lo que me dicen. La idea de obediencia, corre a través de mí como un fluido tibio, viscoso. La obediencia y la ira, como si estuviera hecho sólo de eso.

—Octavo —dice alguien. Hay otro ruido, como un siseo.

—Te las arreglarás —dice la primera voz—. Él aprenderá de ti.

Detrás de mis párpados los pensamientos se retuercen, revueltos y desordenados, fuera de orden. Intento atraparlos, pero se deslizan en grietas y agujeros, como animales asustados.

—Trata de relajarte —dice la voz—. Son sólo impulsos neuronales residuales. Desaparecerán.

Pero ¿y si no quiero…?

Hay un destello brillante y un ruido como trueno. Y todo se estremece. Las manos de ella, borrosas, se mueven delante de mis ojos.

—¿Instrucciones?

No puedo responder, así que sólo asiento con la cabeza. Estoy sosteniendo mi rifle con ambas manos. La palma de su mano impacta con fuerza en mi frente y me empuja contra la pared de metal detrás de mí.

—¡Mirar! ¡Escuchar!

Asiento con la cabeza. Asiento. Asiento.

—Sí. Sí. Sí.

—Disparar dardos todos. Dejar donde caer. ¿Entender?

—Sí. Sí.

Lo sé de todos modos. Las instrucciones resuenan en mi mente como un río crecido que se agita entre las rocas.

—Tú obedecer.

—Sí.

Soy obediencia. Soy malicia. Sostengo mi rifle con fuerza; los dedos y las manos cargan su peso, la sensación del gatillo, las tenues vibraciones.

Y entonces estoy corriendo detrás de ella, mi mano sobre su hombro, golpeando con el acero y la piedra, cuando somos consumidos por el calor y el fuego y el ruido. Al principio sólo escucho armas. Las nuestras, precisas, y las suyas, brutales, ruidosas. Pero debajo de eso está ese otro sonido.

Gritos. Están gritando. Pongo mis manos sobre mis orejas.

—¿Hacer?

—Sí —asiento con la cabeza.

—Estúpido defectuoso y bajo rango, tener lodo, no cerebro.

—Sí.

Ella me arrastra, aparta mis manos de mis orejas. Frente a nosotros, en el camino, emergiendo de las llamas y el humo, aparece un vehículo humano. Busco mi rifle, pero ya disparó ella; el dardo perfora el vidrio y el rostro del conductor. Hay un chirrido cuando el auto gira violentamente hacia nosotros, y salto hacia él; lo empujo para alejarlo hacia una pared alta mientras ella permanece allí, impasible, con su rifle todavía en alto.

—Romper —me dice ella con un movimiento de su mano, mientras marcha hacia mí.

Doy vuelta y mis puños atraviesan el vidrio de la puerta. Pequeños humanos gritan adentro.

—Disparar dardos —dice ella.

Ellos gritan y gritan. No puedo moverme.

—¡MOVER!

Doy un paso atrás mientras ella levanta su rifle. Tunc. Tunc. Tunc.

Los gritos cesan. Ella me aleja de ahí antes de que pueda dar un respiro.

—¡Seguir! —sus manos cortan el aire—. ¡Obedecer!

Corremos entre dos altos edificios y salimos al caos. Cientos de humanos con armas y escudos disparan contra nuestras líneas. Las balas rebotan en mi espalda mientras ella me lleva al combate. Detrás de los humanos con escudos, otros están empujando y corriendo, tratando de entrar en un edificio. Nuestra línea se rompe y seguimos a un grupo que se abre camino justo a través de los escudos y armas. Los humanos armados caen a nuestro alrededor. Uno pone sus dedos alrededor del brazo de ella y jala su rifle hacia abajo. Sujeto al humano por el cuello y lo lanzo. Lo veo caer en un grupo junto con otros.

—Bien —dice ella.

Su elogio me anima. En el instante en que la masa de humanos atraviesa la puerta del edificio, salto y rompo una ventana. Ella entra delante de mí, y me arrojo tras ella, aterrizando entre los humanos que gritan mientras se dispersan, buscando con desesperación las salidas. Su rifle chirría mientras les dispara, uno a uno. Cuando se detiene, hay una docena de humanos inmóviles en el suelo.

—Bien —digo, aunque me siento mareado y caliente. Estoy ardiendo. Me balanceo en mis pies y la alcanzo.

—Pensar frío —dice.

—Sí —hago lo que me dice y siento que mi cuerpo se enfría y mi cabeza se aclara. La maldad es fría. La obediencia es fría. Yo soy frío.

Hay un ruido enorme afuera, una de sus rudimentarias armas. La fuerza de la explosión vuela las ventanas restantes hacia adentro. Instintivamente, la jalo debajo de mí, y la cubro con mi espalda mientras el vidrio golpea alrededor. Ella me empuja a un lado, camina sobre los cuerpos y regresa a la puerta por donde los humanos entraron.

Afuera hay humo y llamas. Aquellos de nuestros soldados que no se encuentran en pedazos entre los seres humanos golpeados por los dardos, se paran trastabillantes. Un transporte desciende abruptamente y sobrevuela por encima de la carnicería. Ella me aleja, de nuevo hacia el camino en ruinas. Sobre nuestras cabezas explota un objeto volador humano y llueven escombros. Ella se escabulle lejos de mí antes de que yo pueda protegerla y se para con los brazos abiertos, desafiante, con el rostro vuelto hacia la explosión en el cielo mientras brasas ardientes llueven a nuestro alrededor como…

Sobre el rugido de nuestro transporte y los gritos de los humanos huyendo, escucho algo más, una especie de silbido. Un destello de luz frente a nosotros golpea en el costado de un auto humano y destroza las ventanas. Ella da un paso hacia el auto antes de que yo pueda detenerla.

Entonces estoy cayendo. Fragmentos de metal me alcanzan. Mi brazo se retuerce para bloquear uno, otro se estrella en mi rostro. Golpeo el suelo con fuerza y me hundo.

Obediencia. Ira. Estoy nadando en ella. Mis entrañas se retuercen y se agitan y los pensamientos se escurren por los agujeros de mi mente.

Nieve…

Una puesta de sol… el olor de…

Son sólo impulsos neuronales residuales. El dolor los pisotea, los mata.

—Respirar.

Parpadeo para sacar la sangre de mis ojos. Ella está inclinada hacia mí, arrodillada a un lado de mi cabeza.

—Respirar. Obedecer.

Lo intento. El aire es demasiado espeso. Me ahogo. Mi cabeza está abierta y todo está escapando. Y yo estoy en llamas.

—Frío. Pensar frío. Obedecer.

—¿Herir tú? —pregunto con una mano. La otra no funciona.

—No. Repetir respirar.

Obedezco. Cada respiración es como un cuchillo caliente. Vuelvo la cabeza hacia un lado y dejo salir mis pensamientos como gotas que caen. Me estoy olvidando de todo. He olvidado cómo aferrarme a ellos. Pongo mi mano sana sobre el agujero en mi cabeza para intentarlo…

—Detener. Estar quieto.

Toca mi rostro. Su mano es cálida y firme.

—Tú vivir —dice con señas—. Seguir respirar.

La agonía de la siguiente respiración borra todo.

Mis ojos se abren en la oscuridad. La batalla terminó. Ahora estamos solos en el edificio con los seres humanos golpeados por los dardos. La luz plateada de la luna atraviesa la ventana rota y dibuja su silueta mientras se mueve.

—Asustar yo, Octavo —dice—. Pensar tú morir.

Eso me hace sentir tan feliz que el dolor se vuelve insignificante.

RAVEN

Nuestras propias estrellas nos traicionan.

Primero, cuando caen, formulamos deseos, luego más deseos, hasta que nos damos cuenta de que no es una tormenta de meteoros. Miramos aviones de combate disparar a través del cielo, y misiles lanzados en lo alto.

Pip y David, los directores del campamento, nos reúnen en el edificio principal y nos cuentan de lo que se enteraron antes de que la línea telefónica y el internet cayeran.

—¿Esto es real? —pregunta Emily, con su voz de tono agudo e infantil. Las luces parpadean. Parpadean y mueren. David sale a encender el generador. Todos nos sobresaltamos con el rugido cuando arranca; el brillo de las luces estalla en el techo. David vuelve diciendo algo sobre el racionamiento del combustible. Topher quiere saber cuánto hay, cuánto durará, como si hubiera alguna respuesta que haga todo esto más soportable.

Su gemelo, Tucker, se acurruca conmigo, respirando en mi oreja mientras observamos las pocas terribles noticias que quedaron grabadas en la computadora portátil de Pip. Ciudades en llamas en todo el mundo: Bogotá, Denver, Adís Abeba, Ciudad de México. Ejércitos de sombras blandiendo muerte emergen a raudales de una multitud de naves monstruosas. Los videos lo hacen real.

Nos abrazamos mientras Pip y David esbozan un plan. Aquéllos con experiencia en armas están equipados con rifles de caza y son puestos a hacer guardia por la noche. El resto nos refugiamos en la cabaña de las chicas hasta el amanecer. Lo que falta del plan puede esperar la luz del día. Caminamos de puntillas en la oscuridad, mientras escuchamos los sordos estruendos en la distancia.

Bum. Bum. Bum.

Mientras tenga a Tucker, me digo, todo estará bien. No es la primera vez que el mundo se desmorona a nuestro alrededor. Nos suspendieron de la escuela. Una vez fuimos esposados y conducidos en patrullas de policía. Ambos enfrentamos a mis padres y a sus padres. Sobrevivimos a eso. Podemos sobrevivir cualquier cosa. Entretejo mis dedos con los de él, firme en mi creencia de que somos una fuerza inmutable. Ningún ejército de sombras cambiará eso.

—¿Quiénes son? —pregunta alguien mientras caminamos por el campo de atletismo. Las estrellas todavía tintinean en el cielo—. ¿Terroristas?

Esa primera noche, nadie quiere decir extraterrestres.

OCTAVO

Lo siguiente que veo es blanco, luego gris, luego verde. Y mientras las cosas toman forma, mi mente despierta en un campo, camino detrás de ella, con mi mano en su hombro acorazado. Poco a poco, los pensamientos toman su lugar, recuerdos, como partes de un rifle recientemente aceitado. Hemos estado afuera, en el mundo, por un tiempo, lejos de la batalla en la ciudad. Es un pensamiento del que apenas me doy cuenta. Me giro y observo. Un poco más atrás en el camino, tres humanos yacen bocabajo, aplastando la alta hierba bajo sus cuerpos.

Cuando ella sisea hacia mí, mis pies se mueven y doy la espalda a los humanos en la hierba, doy la espalda a la breve sensación de pérdida de sus formas sin vida que se agita en mí. Doy un paso con ella, con mi mano en su hombro, y otro más hasta que recuperamos nuestro ritmo, caminando con firmeza, mientras cualquier sentimiento que pudiera tener sobre los humanos caídos se desprende de mí como piel muerta sobre una cicatriz que comienza a sanar. Ella les disparó. No he tocado mi rifle. Ella prefiere que sea así.

Mientras caminamos, recuerdo cada vez más. Sobre mí y sobre ella. Sexta, le llamo. Tiene un rango superior al mío, y se nota.

Su puntería es impecable, y su decepción hacia mí, palpable.

—Yo disparar. Tú contacto cercano —me dijo con señas una vez, cuando aún se molestaba en darme instrucciones.

Contacto cercano significa combate cuerpo a cuerpo. Puedo hacerlo, sé luchar. Y soy fuerte, mi fuerza incluso me sorprende. Puedo arrancar con una mano pesadas cerraduras para abrirlas, y una vez lancé un transporte en movimiento justo fuera de la carretera. Creo que sería letal en una pelea mano a mano, pero nadie se acerca lo suficiente. Incluso si lo hicieran, parecen tan débiles estos humanos, tan pequeños y vulnerables; apenas parece justo. Ni siquiera los que llevan armas usan armadura. Ahora alejo la mirada cuando ella les dispara.

Supongo que podría romper uno, si tuviera que hacerlo. Lo hice una vez. Ella cuenta conmigo para eso. Mataría para protegerla, pero no veo que ese tipo de peligro vuelva a aparecer. Ella dispara, yo la sigo o la precedo, rompo puertas y rompo cercas, cazando la última escoria de la humanidad. Nos estamos preparando. No sé por qué, y tengo miedo de preguntar.

Se supone que no debo preguntar. Se supone que no tengo miedo.

—Octavo ser defectuoso —afirma ella con frecuencia, usando ambas manos para mostrarme lo roto que estoy. Le diría que su desprecio hiere mis sentimientos si pensara que eso está permitido. Sin embargo, me trago el desdén, tanto como puedo, y lo dejo hundirse en la piscina de obediencia aceitosa dentro de mí. Allí se convierte en impulso para romper cosas.

Romper cosas está permitido, incluso se alienta. Voy a romper lo que esté en su camino. Quiero que sea feliz.

SEGUNDA PARTE

OTOÑO

“No es en absoluto una fantasía irracional que, en una existencia futura, veamos lo que pensamos nuestra existencia presente como un sueño.” EDGAR ALLAN POE

RAVEN

Tucker murió esta mañana.

Mi alma se partió en dos.

La guerra que hemos evadido, de la que nos hemos ocultado y ocasionalmente fingido que todo fue un mal sueño se estrelló contra nosotros hoy, cuando Topher, después de buscar durante horas, encontró a su gemelo muerto bajo un pino, con un dardo en su columna y lágrimas metálicas oscuras en sus ojos abiertos.

Después de diez semanas de escondernos y esperar a ser rescatados, los invasores finalmente nos alcanzaron.

Los extraterrestres. No tenemos problema para decirlo ahora.

Me pongo ronca de tanto gritar cuando traen su cuerpo. Topher lo recuesta en el porche fuera del comedor y se derrumba junto a él. El resto del personal del campamento nos deja, demasiado aturdidos para procesarlo. Desaparecen dentro de las cabañas y cierran las puertas.

Quién sabe cuánto tiempo nos sentamos ahí, arruinados por el dolor, paralizados e indefensos. El sol está alto en el cielo cuando uso la esquina de mi playera para limpiar el líquido gris de los ojos marrones de Tucker.

—Ciérralos —dice Topher.

Pero quiero mirarlo un poco más.

—Ciérralos. El sol es demasiado brillante.

Nunca me ha caído bien Topher, y el sentimiento es mutuo. Él y Tucker tienen… tenían ese vínculo que poseen los gemelos, y son tan parecidos que incluso sus padres los confundían hasta que Topher cortó su oscuro cabello al estilo militar. Se ven iguales, no lo son.

Tucker era despreocupado. Topher se contiene hasta el punto de la represión, un seguidor de la regla, un futuro juez o guardián de una prisión. Tucker es salvaje y genial… era… era salvaje y genial. Tucker está muerto. Topher es severo y firme y grave. Tucker era oscuro y profundo y complicado y exasperante.

Topher es recto y aburrido. Tucker tomaba riesgos. Saltaba de acantilados y puentes, tragaba píldoras desconocidas que lo mantenían despierto durante días, cabalgaba su larga patineta por colinas imposiblemente empinadas. Salía a cazar solo por la noche, desobedeciendo nuestro estricto sistema de compañeros, lo cual era una locura, incluso viniendo de él. Topher dijo que su gemelo tenía un deseo de muerte. Cumplió su deseo. Tucker está muerto. Y Topher vivo. Ojalá fuera al revés.

—Ciérrale los ojos, por favor, Raven, o lo haré yo.

Él usa mi nombre completo, no Rave como todos los demás. Raven significa cuervo en inglés, y no va conmigo. Cuando pienso en cuervos me imagino algo serio, astuto y elegante. Mi esponjado afro dorado y mi puñado de pecas me hacen parecer frívola y festiva, como fuegos artificiales, aunque eso tampoco va conmigo. El cuervo está dentro de ti, solía decir mamá, y siempre pensé que eso significaba que un día éste saldría, que me convertiría en alguien menos… caótico.

Todavía me miro en el espejo y no estoy segura de a quién veo. Mamá negra, papá blanco, ausente. ¿Eso me convierte en una mezcla? ¿Y parte de esa mezcla tiene que ser la familia blanca que ni siquiera conozco? Un halo de cabello rubio, labios gruesos, vivaces y enormes ojos, piel dorada. Sumando todo eso al elegante inglés de mi mamá, al michif de Jack, mi padrastro, y al francés que me enseñaron en la escuela, me siento como diez personas a la vez. Rave va conmigo, como si fuera una fiesta, pero sólo una parte del tiempo. No ahora. Rabia sería un mejor nombre ahora. Mis instructores de karate solían bromear con que Rabia podía ser mi nombre de luchadora, en medio de los discursos sobre cómo la ira necesita ser controlada, especialmente en las artes marciales. Pero, por supuesto, no tenían manera de saber lo que iba a pasar, cómo perderíamos el control de todo.

Siento una pequeña punzada de culpa por desear que Topher esté muerto en lugar de su gemelo. Una pequeña punzada de culpa, hasta que recuerdo que si Topher pudiera haber elegido a cualquiera de entre nuestro pequeño grupo de supervivientes para sacrificarlo, probablemente habría sido yo, la chica que nunca fue suficientemente buena para su hermano, la alborotadora que hizo que nos arrestaran a todos en el parque. Él me elegiría porque estaba convencido de que la mala conducta de Tucker era mi culpa. O tal vez porque lo sometía en menos de ocho segundos cada que peleábamos en el dojo. Tucker dice… decía… Tucker decía. Tucker nunca volverá a decir nada.

Decía que Topher afirmaba que él me dejaba ganar. Nunca lo creí.

Topher me elegiría a causa de una serie de cosas que ya no pueden importar, ahora que el mundo se ha ido. Él se aferra al mundo perdido, como un bebé al cadáver de su madre, o un perro que se mantiene junto a su amo muerto. Tal vez ahora finalmente lo dejará ir. Ya pasaron diez semanas, tiempo suficiente para que todo empiece a descomponerse.

El mundo se fue. Nos lo arrebataron, de la misma forma en que un ataque cardíaco arrebata una vida. Rápidamente, sin piedad, casi como si no hubiera nada personal en ello. Sólo tiene que ser así.

Sobrevivimos porque queríamos pasar el verano como voluntarios con niños en un campamento en el bosque. Bueno, algunos de nosotros lo querían. En mi caso, de Tucker y Topher, el juez y nuestros padres no nos dieron otra opción que aceptar una negociación de último minuto para mantenernos fuera de la correccional: dos meses de trabajo comunitario y después hablaríamos de una compensación adicional en el otoño. Supongo que también los conmovieron las amenazas de Tucker, provocadas por el pánico, de huir o hacer algo peor si nos separaban. Pudimos mantenernos juntos y rápidamente nos adaptamos a la idea de un verano como asistentes de consejeros en un campamento. ¿Diez semanas en un campamento en el bosque? Para Tucker, de cualquier forma, ¿qué podría ser mejor? ¿Por qué la etiqueta servicio comunitario debería estropear eso? A él no le daba vergüenza. Topher sentía suficiente vergüenza por ambos.

En cuanto a mí, soporté mi vergüenza. Una pequeña parte de mí se sentía culpable por arrastrar a estos dos simpáticos muchachos blancos a mi desordenada vida. Una parte aún más grande de mí se sentía culpable de arrastrar a mis padres, que trabajaban duro y habían sufrido mucho. El resto de mí se centró en el objetivo: un buen verano, una deuda pagada, una lección aprendida, y agradecí no haber perdido a Tucker como parte del acuerdo.

Pero entonces…

Si esto hubiera pasado dos semanas antes, podría estar muerta yo también. Todavía habría estado en la escuela en Calgary que, a juzgar por el resplandor en el cielo durante los días de auge, supongo que fue bombardeada y reducida a nada más que cenizas y fantasmas. Una semana más tarde, habría habido un centenar de campistas aquí, y suficiente comida y combustible para una semana. En cambio, sólo estábamos nueve, entre asistentes de consejeros y entrenadores, durante dos semanas de entrenamiento con Pip y David. Alimento para cien dividido entre once es igual a ocho o nueve semanas de suministros, diez si los racionamos cuidadosamente. Matemáticas simples, el fin del mundo no cambia eso. Incluso tenemos armas. La caza y el tiro con arco eran actividades planificadas, y los campamentos en el bosque como éste siempre tienen rifles, por si aparecen osos. Así que entrenamos con ellos, con cuidado y responsabilidad, conservando las municiones tanto como es posible, dado que existen muchas posibilidades de que las necesitemos. No tenemos manera de saber si los rifles o ballestas serán útiles. Tenemos pocas maneras de saber algo. Las comunicaciones fueron cortadas, junto con la red de energía, desde esa primera noche. Esperamos a oscuras, armados y fatalistas. Si nos descubren, nuestras posibilidades son escasas. Aún no lo han hecho.

Pip y David salieron en la furgoneta en busca de respuestas pero nunca regresaron.

Después de dos semanas de silencio, Felix arregló el teléfono satelital y la vieja torre de radio en la colina. Tratamos de enviar llamadas de auxilio, pero todo lo que conseguimos fue un zumbido de baja frecuencia que Felix finalmente descubrió era una señal de video. Su hipótesis fue que alguien se había “colgado” de uno de los servidores del sistema de transmisión de emergencias. Algunos de estos videos eran asuntos de emergencias: había repetidas instrucciones genéricas de “Manténgase en donde se encuentre”, pero finalmente se detuvieron y fueron reemplazadas por videoaficionados.

El ancho de banda era prehistóricamente lento. Un video de un minuto tardó horas en descargarse en la computadora portátil de Felix. Los videos eran como algo salido de un juego de disparos o una película de terror. Las criaturas fueron nombradas Nahx por algún videojugador ruso el día de la invasión, y el nombre se respetó. Son como noches que caminan, sombras en movimiento, cegadoramente rápidas y absolutamente despiadadas. Disparan con chirriantes armas de dardos. Los dardos hacen poco daño físico, como si fueran tranquilizantes, pero matan en segundos y llenan los ojos de sus víctimas de extrañas lágrimas metálicas. Los Nahx matan indiscriminadamente a mujeres y niños, sean soldados o civiles.

Hay videos de humanos luchando en vano. A menudo se trata de hombres jóvenes, que patean y juran con fingido coraje mientras vacían sus armas sobre enemigos acorazados que nunca caen. Los Nahx son imparables, es lo que nos dicen los videos, incluso aquéllos en los que contraatacamos. Felix pasaba horas al día descargando los videos en su computadora portátil, que cargaba desde el panel solar de la torre de radio. Quién está haciendo y enviando los videos es un misterio, pero el mensaje implícito en ellos es claro, para mí lo es, por lo menos. Me recuerdan al balido inútil de un animal mortalmente herido.

Llamé a los videos “venganza snuff” y dejé de mirarlos, pero Tucker los veía una y otra vez y su mirada se volvía cada vez más distante, con algo casi como deseo.

Los ojos de Tucker. Miran hacia el cielo despejado, pero no ven nada. Los cierro y luego me doblo para besar sus labios fríos. Topher, sentado frente a mí, se inclina sobre él y solloza; sus lágrimas caen sobre el brazo bronceado de su hermano. Toma una mano muerta y la apoya contra su boca.

Me pregunto a quién de nosotros le duele más, y si Topher usará el dolor como una competencia final por el amor de su hermano. No puedo imaginar su pena; nunca he tenido un hermano, mucho menos un gemelo idéntico. Y aunque nunca voy a saber si mis padres sobrevivieron, o mis primos, mis tías y tíos, la enorme familia de mi padrastro en el norte, cuando menos no he tenido que enfrentar la muerte de ninguno de ellos. Excepto en frecuentes pesadillas.

Guerra, amor, pérdida, dolor, y yo y Topher, cada uno sosteniendo una mano de quien nunca volveremos a tener, ni siquiera compartido.

“El sol es demasiado brillante”, dijo, como si Tucker todavía pudiera ver y le pudiera molestar el sol en los ojos. Como él si pudiera ver a través de los ojos de Tucker. Una fracción de la amargura que siento por él se desmorona, luego un trozo, luego casi todo. Ha estado sentado aquí conmigo durante horas, llorando. ¿Cómo podría seguir odiándolo? Ya no tenemos nada por qué disputar.

Al final, es sólo una guerra, pero parece que la perdimos.

Perdimos el mundo. Perdí la oportunidad de compensar a mis padres por todos mis estúpidos errores.

Y perdí a Tucker. Sin él las cosas a las que pensé que podría sobrevivir amenazan con abrumarme.

Cuando Topher coloca la mano de Tucker en su pecho, hago lo mismo con la otra mano. Sin palabras, entrelazamos sus dedos. Podría estar tomando una siesta bajo el sol, si no fuera por las venas ennegrecidas en su cuello y cara.

—Tierra o fuego, ¿qué piensas? —pregunta Topher, y sin vacilar respondo:

—Tierra.

Él asiente, de acuerdo conmigo por una vez.

Xander y Lochie se ofrecen a cavar la tumba, pero Topher quiere hacerlo. Mientras suda escarbando profundamente bajo un abedul, junto al lago, Emily, Mandy y yo lavamos el cuerpo de Tucker. No puedo imaginar desnudarlo, no frente a ellas, así que lavamos su cara y su cuello, los brazos, las manos y los pies. Lo enterramos con su ropa, pantalones cortos y una sucia camiseta de campamento, pero Topher se queda con sus botas de montaña. Tomo su pendiente de oro y lo engancho en el agujero de la parte superior de mi oreja. Deslizo mi pulsera de cuentas alrededor de su muñeca.

Sawyer y Felix, los consejeros que se han hecho cargo desde que desaparecieron los líderes del campamento, están en pie codo a codo, dirigiendo el funeral a pesar de que sólo son unos años mayores que nosotros. Ellos son pareja. Fue un gran secreto durante las primeras semanas, e incluso después de la invasión, pero gradualmente dejaron de esconderlo. Y a ninguno de nosotros nos importa, de cualquier forma. El fin del mundo no es momento para engancharse con etiquetas.

Sawyer habla con calma, pero Felix sujeta con fuerza su hombro cuando termina. En realidad, no comprendo el discurso, más allá de la esencia general. Algo sobre el valor y la supervivencia y la vida para honrar la memoria de Tucker. Me alegra que no inventara que Tucker había sido una especie de ángel, porque definitivamente no era el caso. Salvo para mí, quizá.

Nos turnamos con la pala para cubrir la tumba de tierra. Yo la arrojo con las manos desnudas, porque tiemblo demasiado para sostener la herramienta.

Emily y Mandy hicieron una corona de ramas de pino y abedul. Xander sopla una triste melodía en su armónica que nos hace a todos estremecer y sollozar. Sólo Topher está tan quieto como un viejo árbol, mientras las lágrimas corren por sus mejillas. Ni siquiera me molesto en permanecer en pie. Caigo de rodillas e intento suprimir el impulso de gritar y gritar hasta que me encuentro temblando incontrolablemente. Alguien, Xander, creo, me pone un suéter sobre los hombros. Alguien más lee un poema, o un pasaje de la Biblia. Alguien canta. Me zumban los oídos.

Terminamos al anochecer.

A estas horas, hace dos días, Tucker y yo nos escapamos al lago, nadamos desnudos en el agua helada y olvidamos el fin del mundo por un feliz momento privado bajo una manta en la orilla. Me dijo que me amaba y que lo sentía por…

Bueno, ya nada de eso importa.

Guerra y pena: ésta es mi vida ahora.

—Raven.

Al principio creo que es la voz de Tucker en un sueño. ¿He estado durmiendo? El tiempo parece haber pasado. Estoy arrodillada en la tumba, con las rodillas y los tobillos rígidos. Topher se arrodilla frente a mí. Estamos rodeados de velas a medio consumir.

—Le dispararon por la espalda —dice Topher. Asiento, incapaz de formar una sola palabra.

—Estaba huyendo. Podrían haberlo dejado escapar.

—Todo lo que sabemos sobre los Nahx, que no es mucho, sugiere que eso es poco probable, pero ahora no es el momento para desacuerdos. Voy a encontrar al que hizo esto y matarlo —suena tanto como Tuck en este momento que tengo que mirar para comprobar. Pero no, es Topher con su cabello peinado y su camiseta limpia, como si todavía estuviéramos de servicio. Sin embargo, su rostro refleja a Tucker. Su expresión feroz y segura dice Tucker. Tucker nunca se acercó a algo sin una tonelada de certeza. Tucker estaba seguro de que volvería con carne fresca anoche, pero no volvió. Faltaban dos flechas en su aljaba. El rifle no había sido disparado. Su teléfono inteligente estaba en el suelo junto a él cuando Topher lo encontró, aplastado e inservible, como si hubiera estado tratando de pedir ayuda en redes que ya no funcionaban.

—Toph, ¿cómo encontrarás a este Nahx en particular?

Sacude la cabeza y se limpia las lágrimas con el dorso de la mano. Me doy cuenta de las ampollas abiertas en sus palmas tras haber cavado la tumba.

—Júrame que estás conmigo en esto —dice, como si estuviera enojado.

—Lo juro. Yo también lo mataré, si lo encuentro —estoy demasiado cansada para discutir. Topher lo necesita. Necesita pensar que puede arreglar esto de alguna manera. Y es todo lo que me queda por arreglar.

—Lo juro sobre su tumba —él debe saber que se trata de una promesa imposible. Pero supongo que muchas cosas que una vez parecían imposibles ocurrieron de todos modos.

Colocamos las manos sobre la tierra suelta y dejamos nuestras huellas en las que goteamos cera de vela y lágrimas. Transcurre mucho tiempo antes de que uno de los dos vuelva a hablar.

—¿Quieres dormir aquí esta noche? —pregunto. Topher simplemente asiente. Caminamos de regreso a las cabañas para conseguir sacos de dormir. A medio camino de la colina pone su mano en mi hombro, y caminamos así hasta que los árboles se despejan y estamos en campo abierto.

—Tenemos que hacer esto juntos, ¿sabes? —murmura, como si esas estrellas traicioneras pudieran escuchar—. No podemos seguir peleando.

—Lo sé —digo, y me pregunto si Topher puede oír el eco de la risa de su hermano tanto como yo.

OCTAVO

Fangosa muerte, que alguien me ayude.

Ayudar.

¿Qué hago ahora?

RAVEN

Miramos el cielo, ni Topher ni yo podemos dormir. En algún momento después de la medianoche, escuchamos pisadas crujiendo colina abajo, Topher se desliza fuera de su saco de dormir y acomoda una flecha en la ballesta de Tucker. Pero una ráfaga de risas y un aroma de humo dulce lo tranquilizan. Descarga la ballesta y la deja a un lado.

Xander aparece en el camino con Lochie y Emily, los dos australianos. Hay una estela de humo detrás de ellos. Me siento mientras Xander le pasa la hierba a Topher.

—¿De dónde sacaste esto? —pregunta Topher y da una profunda calada. Me la pasa y fumo en silencio. Cuando queda claro que me voy a quedar con él, Xander saca otro cigarro de hierba y lo enciende en las brasas de nuestra fogata.

—Nos metimos en la oficina —dice Xander—. Sawyer y Felix están acaparando ahí la medicina. Y esto.

—Me lo confiscaron cuando llegué —dice Lochie, en un halo de humo. Lochie parece un fumador, un típico surfista bronceado por el sol con cabello desteñido, pero también es un superviviente que puede hacer un fuego frotando dos palos y comer insectos y babosas para divertirnos.

Pronto todos estamos tan arriba como la luna de plata. Emily se sienta detrás de mí y arregla mis rizos enredados en una docena de pequeñas trenzas, que gira y ata con cintas de hierba seca. Es una pálida y soñadora chica hippie, que paradójicamente es también una experta en armas, tras haber crecido en una granja en el interior de Australia con tres hermanos fanáticos de ellas. Ella enseñó a Tucker a usar la ballesta. Practicaron hasta que su puntería fue letal.

Aunque no lo suficiente, por lo visto.

Nunca me ha gustado que jueguen con mi cabello más de unos pocos minutos. Cuando me alejo de Emily, ella vuelve su atención a Xander y le hace una corona de ramas de pino. Él la porta con sorprendente dignidad, como realeza china, un hermoso príncipe de la dinastía Ming.

Cuando comienza otra melodía en su armónica, me recuesto y observo las estrellas. Por ahora estamos acostumbrados a las grandes y brillantes que se mueven en patrones inesperados, y los destellos ocasionales. Sawyer piensa que los Nahx están destruyendo satélites, uno por uno, y basura espacial que interfiere con sus naves. Es por eso que nuestro teléfono satelital dejó de funcionar. Nuestros teléfonos celulares encienden, si los cargamos con el generador solar, pero aparte de leer viejos correos electrónicos o repasar las fotos de la gente que probablemente nunca volveremos a ver, son inútiles.

Diez semanas. Han pasado diez semanas. Somos ocho. En este momento cinco de nosotros estamos tan intoxicados, que una banda de pitufos invasores nos podría pintar de azul y comer. ¿Pero a quién le importa? No me queda qué perder.

Las estrellas se mueven y retroceden. Una aparece un instante, y otra se dispara fuera de mi vista.

Sí. Como esa última hermosa noche en la Tierra.

El primer grupo de campistas debía llegar en dos días. Habíamos estado entrenando, reforzando habilidades que ya teníamos. Pip y David tuvieron que sacar el máximo provecho de nosotros, ya que a la mitad de su tripulación les habían denegado los permisos de trabajo debido a algún tipo de error de inmigración. La autodefensa y las artes marciales eran mi clase. Topher se encargaría de las canoas y la pesca. Tucker, ¿qué más?, cuerdas altas, escalada y tirolesa, las cosas peligrosas. Mandy enseñaría primeros auxilios, Emily armas y cacería, y Lochie botánica, como qué hongos comer, dependiendo de cómo quisieras sentirte. Xander, un amigo de Tucker, al que metimos en esto en el último minuto, después de que les negaron otro permiso de inmigración, se apuntó para la orientación. Se involucró con el típico entusiasmo. Todos lo hicimos. Para evitar una sentencia por vandalismo y destrucción de propiedad de la ciudad, fue un buen trato para Topher, Tucker y para mí. Y el resto estaba recibiendo un buen salario. Oh, lo divertido que sería ayudar a los niños a aprender Cómo sobrevivir al apocalipsis zombi.

Mierda. La ironía.

Esa noche, Tucker y yo desaparecimos en el lago justo después de la cena. Nos despojamos de nuestros trajes de baño y practicamos karate al estilo de la vieja escuela en el muelle hasta que pude derribarlo en el lago. En el último segundo me tomó la muñeca y me tiró con él.

—Agarre ilegal —dije, mientras escupía agua.

—Agarra esto —dijo, apoyando mi mano en su entrepierna bajo el agua. Pero Xander y Topher aparecieron en la orilla.

—¿Vieron los meteoros? —preguntó Topher.

Por supuesto, no eran meteoros.

La segunda noche de la invasión subimos la colina y observamos los repetidos destellos cegadores en el horizonte, esperando cada vez que la onda sonora nos alcanzara como un golpe en el pecho. No teníamos noticias de Calgary. Para entonces, el teléfono, la televisión, internet y la radio ya estaban muertos. Sin hablar de ello, todos llegamos a un consenso silencioso de que Calgary había desaparecido. Y con él los padres de Tucker y Topher, la familia de Xander y todos nuestros otros amigos. En los primeros días, hablamos de estas pérdidas como si fueran reales y confirmadas, pero finalmente dejamos de discutirlo. Tucker confesó que todavía pensaba que sus padres estaban vivos.

—Es más fácil —dijo, lo cual era extraño. Él nunca fue de los que elegían el camino fácil, ni siquiera cuando se trataba de emociones. Tal vez quiso decir que era más fácil para Topher.

En cuanto a mis padres, estaban planeando hacer su viaje anual a la costa, y saldrían el día de la invasión. Tal vez, si no estuvieron en una zona urbana o consiguieron salir de las principales carreteras, podrían estarse ocultando en alguna parte también. Jack era un campista experimentado en el desierto, y aunque mamá no era una gran aficionada al campamento, sabía qué hacer. Pero todo depende de a qué hora salieron. Y hasta adónde llegaron. Trato de no pensar en ello, porque también existe la posibilidad de que estén muertos como todos los demás. Y todo lo que quería demostrarles, todo por lo que quería pedir disculpas, todo lo que prometí arreglar ha desaparecido. Sólo tomó cuarenta y ocho horas. Nuestro mundo también desapareció. Nos lamentamos. Y sobrevivimos.

Pero ¿para qué?

Parpadeo para liberarme de la imagen recurrente de las estrellas explotando mientras Topher se recuesta a mi lado.

—Tenemos que salir de aquí —digo.

—Lo sé.

—La comida ya casi se terminó, y de todos modos no habrá suficiente luz de día para que podamos usar adecuadamente la energía solar durante mucho tiempo más. Y apenas tenemos combustible. Deberíamos haberlo racionado mejor.

—Creo que pensamos que seríamos rescatados. O algo así. Se suponía que no debíamos movernos de aquí, ¿recuerdas?

Más ironía. De todos los consejos e instrucciones gubernamentales que he ignorado en mi vida, ese “Manténgase en donde se encuentre” fue el que terminé por obedecer. Estoy bastante segura de que fue una elección equivocada.

—El combustible se agotará antes de que llegue la nieve —digo—. Y entonces estaremos completamente jodidos.

—Obviamente, la cacería es peligrosa —dice Xander. Miro hacia arriba para encontrarme con que todos están frente a nosotros, escuchando.

—¿Adónde podemos ir? —pregunta Lochie—. No sé mucho sobre esta área, pero creo que Xander y yo podemos sobrevivir en la naturaleza durante un tiempo. Siempre que nos mantengamos alejados de los malos.

—Estamos como a un día a pie del poblado más cercano —dice Topher—, pero Tuck tomó esa dirección.

—Podría ser más seguro ir en la dirección contraria —sugiere Xander—, hacia Calgary, pero mantenernos fuera de la autopista, seguir a lo largo del río. Hay una especie de complejo turístico en Como-sea-que-se-llame, al pie de las colinas, ¿cierto? Tal vez la gente esté escondiéndose allí. Eso es lo que yo habría hecho si hubiera estado en la ciudad. Me habría dirigido a tierras más altas.

—¿Cuánto tiempo nos tomará? —pregunta Emily.

—Dos días quizá. Mucho del camino es cuesta arriba. Dependerá de lo que llevemos con nosotros.

—¿No creen que deberíamos alejarnos de Calgary? —pregunto—. ¿Dirigirnos hacia el oeste, hacia la costa?

Topher me lanza una mirada de entendimiento. Sabe hacia adónde voy. Hemos hablado cientos de veces de mis padres y de dónde podrían estar.

—Nunca lo lograríamos cruzando las montañas. No ahora.

—Y no tenemos los suministros para una caminata tan larga —dice Xander.

—¿Caminata? —Emily ríe—. ¿No son casi como mil kilómetros?

—Tiene más sentido ver lo que está sucediendo de cerca —dice Lochie—. Podríamos encontrar suministros, comida. Siempre podríamos regresar aquí.

—O dirigirnos hacia el oeste —digo obstinadamente. Los cuatro me miran fijamente, y empiezo a sentir que vamos a tener que votar y voy a terminar pareciendo una idiota—. Bien, tienen razón. Primero debemos buscar otros supervivientes por aquí. Así que debemos llevar comida y armas. Tal vez ropa de invierno. La necesitaremos pronto —podríamos estar cubiertos de nieve a finales de septiembre, si vivimos hasta entonces.

—Cierto. Muchas armas, todo lo que tenemos —Topher envuelve con sus dedos la ballesta de Tuck.

—¿Crees que Sawyer y el resto apoyen el plan? —dice Xander.

—No importa —respondo. No me queda nada que perder, —me recuerdo—. Yo voy. No me quedaré aquí para morir de hambre o congelarme sin siquiera intentarlo —unas cuantas células de mi cerebro adormilado se aferran a una débil esperanza de que mis padres estén a salvo en alguna parte. Y algo en mí quiere al menos tratar de volver con ellos. Incluso si muero en el camino, tengo que intentarlo, porque quizás intentaré hacer que todas esas otras cosas desaparezcan. Las suspensiones, ser arrestada, la libertad condicional, el juez y su mirada de desaprobación. Mi fracaso absoluto de hacer algo con todo lo que ellos hicieron por mí. Y todas las cosas que nos dijimos y que ninguno quería decir. Quería hacerlo todo mejor. Tucker lo habría entendido. Sabía lo importante que era. Los otros sólo ven mi superficie: dura, imprudente y sarcástica. Odio disuadirlos de eso, incluso ahora, cuando un pequeño ajuste de actitud podría ser razonable. Pero ¿desde cuándo soy sensible?—. Prefiero arrojarme a una olla Nahx —agrego, para impresionarlos.

—Puede que lleguemos a eso —dice Lochie.

OCTAVO

Esperar.

Esperar aquí.

Quédate aquí por un tiempo. Intenta pensar.

Desconéctate y encuentra algo para comer, y un trago de agua.

El agujero en mi pecho se está encogiendo, y las placas de la armadura se han tejido para cerrarse. Me duele, pero puedo respirar de nuevo, sin querer gritar todo el tiempo.

El dolor llenó mi mente por un tiempo. No podía pensar en absoluto. No se supone que el dolor me haga eso. Incluso me pusieron a prueba, creo. No lo recuerdo muy bien. Excepto por la parte del dolor. Podría haber fingido que no dolía porque eso era lo que querían. Eso fue estúpido, ahora me doy cuenta.

Eso fue antes de que Sexta se uniera a mí. Antes de la batalla. Antes de darme cuenta de que sólo soy bueno para hacer cosas realmente estúpidas. Y romper cosas.

Necesito encontrar a otros. Les diré que ella no se levantó. Les diré que esperé con ella mientras el sol salía y se ocultaba, y salía y volvía a ocultarse. Ella no se levantó. La dejé allí. Me da miedo que haya sido un error. Tal vez debería haber esperado un transporte.

No se supone que deba asustarme.

Octavo ser defectuoso.

Yo les diré. Tal vez va a estar bien. Tal vez puedan llevarme de vuelta a un centro y arreglarme. Arreglar mi mente. Restaurar mis instrucciones o darme otras nuevas. Apenas recuerdo lo que significan las viejas. Zumban en mi cerebro como abejas detrás de un vidrio.

Disparar dardos humanos. Dejar donde caer.

Espero que ningún humano me encuentre.

No creo que pueda volver a hacerlo.

Dulce muerte fangosa, sin dolor, mi pecho realmente duele.

RAVEN

—¡Esto no es una democracia! —grita Sawyer hacia mí.

—Lo siento. Tampoco recuerdo haberme unido a los marines.

Hemos estado discutiendo sobre dejar el campamento durante más de una hora. Topher y Emily están afuera entrenando a los demás con rifles y ballestas, por lo que nuestra conversación está marcada por disparos de bala y el chasquido de los arcos.

—Eres menor de edad, Raven. También, Topher y Xander.

—¿Así que no podemos votar?

Ya averiguamos que si aquéllos en edad para hacerlo votan, Mandy, Sawyer y Felix quieren quedarse, y Emily y Lochie, marcharse. Tres a dos. Sawyer sabe que el voto tomaría otro rumbo si nosotros, los menores de edad, tenemos una opinión.

—Irnos de aquí es un suicidio —dice Sawyer. Afuera, chasquea una ballesta—. Hemos visto sus naves sobre las colinas. Nos pillarán como patos en un estanque.

—Quedarnos es un suicidio lento. Esas naves nos encontrarán eventualmente.

—Tal vez no. Todavía no lo han hecho. Estamos bien escondidos. Y podemos sobrevivir aquí. Tenemos excelentes refugios y un montón de tierra para que crezcan cosas en primavera. Hemos guardado todas las semillas de las frutas y verduras frescas. Podemos cazar, tenemos armas.

Dios mío. Es persistente. Ni siquiera Lochie con todos sus insectos de comida es tan aferrado a esta post-todo forma de pensar. Sawyer y Felix son auténticos. Supongo que también están esperando que las chicas deseen reproducirse.

Como si estuviera leyendo mi mente, Felix agrega:

—Podríamos ser los únicos humanos que quedan en la Tierra. Tenemos el deber de sacar nuestra especie adelante.

Aunque esto me hace gemir, su fatalismo no es infundado. Han transcurrido semanas desde que conseguimos captar una señal de video. La teoría de Felix es que una estación en la montaña fue destruida. Pero Sawyer es todo Soy leyenda al respecto, sin los zombis carnívoros. De hecho, por lo que sabemos, los Nahx podrían ser zombis. Aunque, hasta ahora, no los hemos visto comer carne.

—Entonces, ¿qué? —pregunto de manera cortante—. ¿Formamos parejas y empezamos a producir bebés? —se escucha un bang y luego un ting desde afuera cuando alguien dispara a una lata. Me crispo.

No creo que Sawyer sepa lo ridículo que suena, ni cuán delirante. Porque para mí, y tal vez también para Topher, la pérdida de Tucker cimentó esta realidad: la muerte ya es inevitable. No en el sentido de que todos vayamos a morir un día, sino la sensación de que todos vamos a morir pronto. La única pregunta que queda es cómo. ¿Morimos luchando o llorando en nuestras camas? Nadie que me conozca se sorprendería de que yo elija caer luchando. Siempre he sido una luchadora.

Agarre ilegal, pienso en Tucker llevándome al muelle con él. Todos los que votaríamos por marcharnos lo amábamos de alguna manera, me doy cuenta. Yo y Topher, obviamente. Xander había sido amigo de ambos durante años. Él y Lochie se unieron instantáneamente cuando descubrieron su amor mutuo por la cerveza belga y colgarse de cabeza de las ramas de los árboles. Y Emily… bueno, las chicas siempre amaron a Tucker.

Tucker es nuestra vanguardia, nuestro pionero en la muerte, a pesar de que estaba huyendo de ella cuando lo alcanzó. Quiero correr también, cuando se trata de mí. Al menos correr, si no pelear. La memoria de Tucker merece eso.

—Mire, su majestad —digo. Felix pone los ojos en blanco—. No hay mayoría de edad después de un apocalipsis. ¿Podemos estar de acuerdo en eso? E incluso si la hubiera, ¿cómo podrías impedir que nos marcháramos? Cinco de nosotros nos vamos. No voy a tratar de convencer a Mandy, aunque estoy bastante segura de que se unirá a nosotros cuando llegue el momento. Tomaremos una parte justa de lo que queda de la comida y las armas, y nos veremos después. ¿Cómo suena eso?

No espero a escuchar su respuesta.

—Alguien, denme un arma —digo cuando llego con los otros. Topher me entrega un rifle amablemente.

—Sólo a los blancos, ¿de acuerdo? —dice con una sonrisa nerviosa.

Tiro tres balas de goma, de las que tenemos para practicar, pero ninguna se acerca a las latas apoyadas en la cerca al otro lado del campo. La culata del rifle golpea mi hombro dolorosamente en la siguiente carga, pero la bala pega en un poste de la cerca con un satisfactorio crack.

—La armadura Nahx es a prueba de balas —dice Topher en voz baja mientras vuelve a cargar el rifle. Había una cantidad sorprendente de municiones y de salvas de goma en el armario. Tal vez esperaban una plaga de osos.

—¿A prueba de balas? ¿Cómo lo sabemos?

—Por uno de los últimos videos que recibimos. Aquéllos que se transmitieron por la red de emergencias. Hechos acerca de nuestro enemigo, y ese tipo de cosas. ¿No viste ése?

Niego con la cabeza. Vi algunos de los primeros videos: escenas de batalla en su mayoría, si puede llamarse batalla cuando los civiles son acribillados a medida que huyen. Algunas eran tomas a gran distancia de ciudades incendiadas o explosiones. Había uno que se transmitió diariamente durante dos semanas, de lo que parecía una nave Nahx explotando, pero ése podría haber sido falso. De todos modos, dejé de mirar. Decidí fingir que no estaba sucediendo, que Tucker y yo estábamos disfrutando de unas vacaciones juntos. Todo eso parece que pasó hace mucho tiempo, como una historia medio olvidada de mi niñez que no sabía que había terminado.

Cierro los ojos con fuerza. Topher me ha visto en mis peores momentos, y yo a él, pero éste no parece el momento para mostrar debilidad, emoción o que soy un ser humano. Siento un apretón en el brazo y una palmadita. Cuando abro los ojos, él va de regreso a la cabaña con el rifle apoyado en su hombro.

—¿Quieres probar la ballesta? —pregunta Emily.

La ignoro y sigo a Topher a la cabaña.

—Entonces, ¿qué hacemos? —pregunto. Está sentado en el borde de una de las camas, mirando al lago por la ventana—. Si no podemos dispararles, ¿qué hacemos?

El rifle descansa sobre sus rodillas y con una mano aprieta el cañón.

—Un tipo cree que tienen una debilidad en el cuello. Otro piensa que los cuchillos o las flechas podrían funcionar. Ya sabes, dado que atraviesan el Kevlar y esas cosas. Tal vez sus armaduras sean parecidas.

Me tomo un momento para reproducir mi propio breve video en la cabeza.

—Las flechas, de acuerdo, tal vez funcione. ¿Pero cuchillos? ¿Cuál crees que sería el resultado de una pelea con cuchillos contra un Nahx?

—En el mejor de los casos, ambos acabarían muertos.

Abajo, en el lago, un grupo de gansos canadienses despega y se dirige al sur como si nada hubiera cambiado en el mundo. Me pregunto si se darán cuenta o se preocuparán. El cielo está despejado, el aire está quieto. Podría ser cualquier otro día de otoño.

Chasquido.

Salvo por eso.

—Ya estamos muertos de cualquier forma —digo. Topher asiente, mientras observa a los gansos.

OCTAVO

El alivio de pensar más claramente. Bien vale la pena el esfuerzo que se necesita para respirar sin la máscara. Vaya opción, respirar o pensar. Reviso la altitud. Sólo por encima de mil quinientos metros. Podría respirar mejor si subiera más, pero ahora tengo miedo. Sexta dijo que los Renegados, los inconformistas de grado inferior, Undécimos y Duodécimos, están ahí arriba. Prefiero evitarlos, como ella me instruyó. Son peligrosos, tan inclinados hacia la violencia contra su propia especie como los humanos. Entre ellos mismos también, dijo Sexta.

Necesito concentrarme en recordar las cosas que ella dijo, lo que me enseñó. Si me quedo en esta altitud, tengo unas horas antes de que necesite volver a conectarme. Puedo pensar, tratar de organizar mis pensamientos. Desperdicié una hora durmiendo, pero necesitaba dormir. Cuando desperté, mucho del miedo y de la confusión habían desaparecido, y pude evaluar mi situación de manera un poco más racional.

En verdad lo estropeé. No debería haberla dejado. Estoy seguro de que el transporte finalmente llegó. O tal vez vendrá. Cuando vuelva a conectarme, regresaré. Tal vez ella todavía esté allí, tal vez se levantó por fin. Ella podría estar preguntándose en dónde estoy.

Me pregunto si me buscará. Creo que yo la buscaría. Pero…

Nunca he escuchado que alguno de nosotros se levante después de tanto tiempo.

El color y el olor de los árboles aquí arriba me ayudan a concentrarme. Éste es el tipo de cosas que nunca podría decirle a ella. Sé lo suficiente para entender que no debo preocuparme por el color y el olor de los pinos. Sabía lo suficiente para no decirle que algunas veces pierdo pensamientos justo después de pensarlos. Ella me diría algo, y un momento después se iría, dejando un espacio blanco en su lugar.

Octavo ser defectuoso.

Soy incluso más defectuoso de lo que Sexta pensaba. Pero al menos puedo pensar mejor ahora que cuando estoy conectado. Todavía tengo un enorme espacio vacío en la mitad de mi mente, pero la otra mitad funciona bien. Sin embargo, es difícil no preocuparse por el vacío, por los pensamientos perdidos. ¿He olvidado cosas importantes? Aunque no sepa lo que son, se sienten importantes, si extrañar algo perdido puede ser importante.

Extraño a Sexta. Ella es importante.

Importante. Defectuoso.

Necesito volver a un centro de alguna manera. Encontrar un transporte, volver a un centro. Si sigue viva, entonces me reuniré con ella y continuaremos los preparativos. Si no… No quiero pensar en eso. Estoy seguro de que se supone que no debo preocuparme.

Quizás a alguien más yo le agrade más que a ella, y no se enfadará cuando haga nuevas señas.

“Tener todas señas necesitar, defectuoso rango bajo”, ella siseaba mientras dibujaba las señas.

Otra no me llamará defectuoso ni quitará mi mano de su hombro. Se supone que debemos caminar así, de manera que pueda protegerla si hay alguna amenaza.

Creo que está muerta. Espero que ese pensamiento desaparezca también, pero no es así.

Si cierro los ojos y estiro la mano, es casi como si mis dedos pudieran encontrar su hombro. Es más fácil caminar, más fácil olvidar el dolor en mis costillas si pienso así. Eso también está mal, pero no me importa.

RAVEN

Salimos dos días después, al amanecer. Al final, Sawyer, Felix y Mandy estuvieron de acuerdo en venir con nosotros. Mandy pudo ver que quedarse en un remoto campamento en el bosque con una pareja gay podría no ser lo que ella deseaba para su vida. Y Sawyer y Felix no podían dejarnos ir solos. Después de todo, son los consejeros del campamento.

Antes de irme quiero visitar sola la tumba de Tucker. Lo planeo, pero por supuesto, cuando llego, mientras el sol se asoma por encima de la colina en el valle, Topher está allí, sentado con las piernas cruzadas y las manos sobre la tierra suelta.

—Qué sorpresa verte aquí —digo. Un lamentable intento de ligereza.

Topher suspira.

—Mis padres querrán saber dónde está.

Si están vivos, pienso.

—Si están vivos —dice Topher, mirándome. Me vestí y me armé para el viaje—. ¿Cuchillos? —observa los dos cuchillos de caza, uno en cada funda, atados con correa sobre mis pantalones cargo grises. Un tercero está metido en la parte superior de mis botas de montaña.

—Nunca podré hacer que las flechas vayan adonde yo quiero —confieso—, y los rifles dejan un zumbido en mis oídos.

—Eres una buena soldado —se levanta y sacude la tierra de sus jeans. Tiene un rifle y una ballesta en la espalda, una aljaba de flechas, balas para el rifle y un cuchillo de caza atado a su pantalón. Una buena soldado—. Te dejaré sola, si quieres.

—No, está bien. Quería despedirme. Puedes quedarte… quiero que lo hagas.

Entrelaza sus manos frente a él y mira hacia abajo.

Miro la tumba. La guirnalda de pino y abedul todavía parece fresca y verde. Las huellas de nuestras manos están intactas. Me pregunto durante cuánto tiempo la tumba se verá así. Sin lápida permanente, pronto se perderá entre las hojas de otoño, la nieve. Al final, nadie más que nosotros sabrá que está aquí. Trato de recordar las referencias más duraderas, el abedul, el ángulo del lago detrás de ella. ¿Podré encontrar este lugar de nuevo en los próximos años?

¿Tendré próximos años?

Alguna vez imaginé un futuro con Tucker. Sabía que no sería fácil, siendo quienes éramos. Sabía que habría humores oscuros y errores. Sabía que sería difícil. Pero nada podría ser más difícil que dejarlo aquí en su tumba. Nunca lo habría imaginado.

—Adiós, Tuck —murmuro, contenta de que Topher esté aquí para presenciarlo—. Te amo, siempre —le he dicho esto a Tucker un millón de veces, pero parece importante que Topher lo escuche. Él nunca entendió nuestro amor. Era como todos los adultos a nuestro alrededor, que lo llamaban un capricho rebelde. Tal vez ahora lo vea de otra manera.

—Eso es todo, entonces —dice Topher, asintiendo. Mientras nos alejamos, aprieta mi mano. Sólo por un segundo, pero significa mucho para mí. Ni siquiera estoy segura de por qué.

No sabemos lo que encontraremos fuera de la seguridad de nuestro pequeño valle escondido. Tucker estaba como a ocho kilómetros de distancia, sobre la colina y en lo profundo del bosque, cuando Topher lo encontró. Así que hay algunos Nahx en esa ruta. Nosotros iremos en la dirección opuesta, alrededor del lago y siguiendo el río que lo alimenta, hasta la montaña del otro lado. Hay tantos rincones y recovecos en las Montañas Rocosas; la gente podría esconderse en cualquier lugar. Si encontramos a alguien, nos uniremos a ellos o se unirán a nosotros. Hay fuerza en el número, o eso es lo que se dice.

Formamos un grupo heterogéneo. Todos estamos vestidos con ropas oscuras, generosas cantidades de camuflaje y verde militar para conformar nuestro atuendo. También estamos armados hasta las pestañas: rifles, ballestas, cuchillos. Sólo Emily tiene un arco y flechas tradicionales: es la única lo suficientemente rápida con él. Todos tenemos latas con solución ahuyenta osos. ¿No sería irónico si en este mundo postinvasión, cuando nos encontramos a merced de un enemigo hostil y sobrehumano, fuéramos atacados por osos? ¿O lobos? Me pregunto si esas latas pueden ahuyentar a los Nahx. ¿Ellos respiran?

Cada uno carga una pesada mochila. Los chicos llevan lo último de nuestra comida, que es lo más voluminoso. Nosotras cargamos ropa y cobijas. Tenemos sacos de dormir atados a nuestras mochilas, equipo para todo clima y algunos utensilios de cocina. Nada de esto es nuevo para nosotros. Pasamos el verano sin nada que hacer sino entrenarnos para el fin del mundo. Y todos contábamos ya con alguna habilidad. Tucker y yo podíamos luchar. Lochie y Xander son prácticamente troles de montaña. Topher sabe de todo. Emily creció en una yurta o algo así, y Mandy pasó el verano en el extremo norte del país, trabajando con enfermeras inuit. Sawyer y Felix estaban en las fuerzas armadas británicas. Ambos se unieron a los diecisiete y prestaron servicio durante ocho años.

Estamos bien preparados para sobrevivir a cualquier cosa, excepto una invasión extraterrestre hostil. Incluso el holocausto nuclear sería más fácil que esto. Tenemos píldoras de yodo, por el amor de Dios, para combatir la radiación. Sawyer tiene un contador Geiger. Él iba a dar un taller sobre cómo usarlo. Todo es tan gracioso que podría llorar.

Caminamos durante tres horas y hacemos una pausa donde el lago se estrecha, en el lecho del río. Algunos de los árboles están empezando a cambiar y eso no es una buena señal. Se está poniendo más frío. Tal vez no nos hemos dado cuenta, con lo del fin del mundo y todo eso, pero las noches van a ser frías y ya no estaremos acurrucados en una cabaña cerrada. Más vale que Xander tenga razón y el complejo se encuentre a dos días de camino. Nuestros sacos de dormir no protegen de las cuatro estaciones. No estábamos planeando pasar aquí el invierno, ni siquiera el otoño.

Añado congelación a la lista de posibles causas de muerte. Morir de hambre, recibir un disparo con un dardo tóxico, explotar o padecer de melancolía. Entiendo que la congelación es apacible, por lo menos. El dolor se detiene y duermes sobre la nieve, y tal vez ni siquiera te das cuenta de que vas a morir. Eso podría ser bastante agradable.

Apenas hablamos mientras descansamos. Bebemos un poco de agua y mordisqueamos fideos secos y chocolate. Teníamos una obscena cantidad de chocolate en la despensa del campamento; al parecer, habían planeado hacer galletas con chocolate y malvavisco todas las noches. Eso significa un montón de chocolate y malvaviscos. La diabetes podría ser otra causa de muerte.

Necesito salir de este morboso estado de ánimo. Obsesionarme con la causa de mi muerte va a drenar toda la diversión de morir.

A última hora de la tarde, nos encontramos con una estrecha franja de bosque quemado. Los troncos negros carbonizados se elevan como si fueran instrumentos medievales de tortura. El suelo está chamuscado, uniforme.

—Esto parece reciente —dice Sawyer—. De este verano apenas, no hay brotes todavía.

Es desolador, pero a mí me parece puro y limpio. Purificado. Ésta es una parte natural de la vida del bosque, lo recuerdo de las clases de biología, volverá a crecer. Las adelfillas primero, luego otras cosas. Si hubiera pasado más tiempo, el suelo del bosque estaría repleto de púrpura, blanco y verde. Como está, es negro y muerto. Sin embargo, encuentro en ello cierto tipo de belleza. Como tierra removida, o una…

Bueno, iba a decir una tumba recién hecha, pero ¿qué hay de bonito en eso?